Idioma original: inglés
Título original: Signifying Rappers
Año de publicación: 1990
Traducción: Javier Calvo
Valoración: recomendable
Vamos a situar el texto en su escenario objetivo actual. Se trata de un ensayo primigenio a cuatro manos, se trata del último (decir esto categóricamente quizás sea muy arriesgado) fragmento de la obra de Foster Wallace que aún no había sido traducido al español y se trata (junto a Todo y más. Breve historia del infinito) de una pieza separada con una temática muy concreta.
Pero bueno: alguna de estas aclaraciones igual están de más. El interés por la obra del estadounidense de la bandana crece (próxima parada, el décimo aniversario de su muerte) y ya dije una vez que Foster Wallace a pleno rendimiento era capaz de hacerme (a mí) sentir emoción por ese aburrido deporte llamado tenis. Y el subtítulo, añadido, lo dice: El rap explicado a los blancos. Con su ghetto-blaster y su graffiti en la portada, la cuestión es inequívoca, y Malpaso han preparado una edición con el mimo habitual, y uno ya comprende que, años atrás que se remonta y necesidad de uso de la intuición para detectar en qué partes del libro el peso de cada autor es mayor, ésta no sea una obra capital en la obra del autor. Pero uno no puede controlar su voracidad y encima el tema nos va al pelo.
Porque Malpaso ha apostado fuerte: traductor de postín, prólogo de un reputado critico musical y un plus añadido a través del texto que cierra el disco: más de 20 páginas sobre un disco de uno de los referentes del género estudiado. Un ensayo sobre
To pimp a butterfly, de Kendrick Lamar, disco que, para completar una especie de homenaje disfuncional, veréis comentado en un rato en nuestro blog hermano pequeño,
Un disco a la semana. Un ensayo que complementa al texto de
Ilustres raperos porque viene a mostrar lo diferente que puede hablarse sobre un género, una vez este ha evolucionado por más de dos décadas, en lo musical obviamente, pero también en la percepción social.
Los blancos: Wallace y Costello son dos estudiantes universitarios que han quedado seducidos por una música que nadie puede atribuirles como propia. Finales de los 80 y el rap empieza a pisar fuerte, pero se trata de un universo donde las estrellas son lejanas, sobre todo, a dos tipos de raza blanca. Glups. Los discos de las grandes estrellas que han surgido son declaratorios desde la propia elección de nombres de grupo y títulos de discos: Public Enemy, NWA (Niggers With Attitude), Fear of a black planet. Straight outta Compton. Las primeras oleadas del rap han aparcado los aspectos lúdicos de sus primeras referencias (Sugar Hill Gang y eso) y ahora plantean una fuerte temática reivindicativa. El ghetto, el acoso policial, la marginación, las pocas oportunidades. A finales de los 80, el rap es explicado desde una doble perspectiva: de raza y de recursos económicos. Los músicos se ven obligados a generar su mensaje sobre las bases de música ya existente. El primer rap que irrumpe toma bases grabadas y escupe su mensaje sobre la música. Un mensaje que es cualquier cosa menos correcto y moderado. Violento, amenazador, misógino, agresivo, incómodo, lenguaraz. Esa agresividad conecta con la gente. Cada canción es una concatenación de invectivas que rápidamente son asimiladas como soflamas, como arengas, siendo tomada como bandera. Wallace y Costello desmenuzan esa situación y a través de la curiosidad intrínseca ante nuevos sonidos y la fascinación ante la extraordinaria importancia social que el movimiento tomaría (toma: en la actualidad las grandes estrellas del género acaparan, en sus diversas acepciones desde la más asimilada a la más radical, ya no la innovación dentro del género, sino la de la música contemporánea en toda su amplitud), explican, no sin cierta ingenuidad propia de la edad y de la admiración desmedida, la importancia de ese fenómeno que, por entonces, solo hacía que empezar a explotar. Los adictos a DFW buscarán identificar los textos más propios (teoría: supongo que anda más involucrado en los fragmentos donde proliferan las notas), los interesados por el género no dejarán de sorprenderse de ese particular ataque a cuatro manos, de la manía que manifiestan por algunos de los fáctotums del rap blanco (el menosprecio a los Beastie Boys es constante: y eso que no habían conocido aúna Eminem) o de escenas curiosas como cuando se aventuran a ir juntos a un concierto, lo cual para nada representa la experiencia osada y extrema que parece a priori. Y, en general, el ensayo contiene indicios de la prosa del autor desaparecido, sin llegar a los extremos a veces (para bien o para mal) asfixiantes de algunos de sus escritos posteriores
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Y hemos aprovechado para contactar con una de las correctoras del texto, Mónica Basterrechea, que nos contesta (dentro de los límites de la discreción y la confidencialidad, unas pautas de hermetismo norcoreano parecen envolver esta profesión) acerca de ciertos detalles de la figura del corrector. Si Javier Calvo dijo que el traductor era el fantasma en el libro, al corrector, al que nunca se le dedica una miserable línea en los créditos ¿cómo lo llamamos? ¿el holograma en el libro?
¿Lo pasa mal un corrector de texto en la era del OLA K ASE?
Un poquito. De todas formas, considero que todo tiene un contexto y, en este sentido, soy muy flexible con una broma en un momento concreto. Me molesta mucho más encontrarme faltas en lugares donde no debería haberlas. Y aquí voy a aprovechar para daros una colleja: vuestro blog es el ejemplo perfecto de sitio en el que no cabrían los errores (sois gente culta, preparada, leída...).Sin embargo, hay días que dejo de leer las reseñas por la cantidad de problemas que encuentro, ortográficos y, sobre todo, de puntuación. Aun así, no me suele gustar señalar faltas ajenas. Puedo hacerlo puntualmente, y siempre a gente que conozco o con la que tengo confianza. Pero dar caña por dar caña, como parece que se ha puesto ahora de moda en Twitter con ciertas cuentas, no me gusta. Todos cometemos errores a veces, incluso los correctores. Nadie es perfecto, y precisamente ahí está lo interesante (y gracias a ello, además, existe nuestra profesión).
Aparte de cuestiones de índole particular, ¿por qué tanta confidencialidad y tanto anonimato en el mundo de la corrección?
No lo sé. Personalmente no me gusta que mi nombre aparezca en los libros. Me veo como un eslabón más de la cadena; publicar un libro, aunque no lo parezca y la gente no lo vea así, es un trabajo de equipo. Hay eslabones de esa cadena que son más importantes (obviamente está el autor, pero también son esenciales el traductor cuando lo hay y el editor), pero el trabajo del resto es esencial y aporta calidad (me refiero a maquetistas, correctores...). Hay grupos de correctores que están luchando por la visibilidad del corrector. Y creo que es bueno que la gente conozca nuestro trabajo, porque hay mucho desconocimiento al respecto, pero yo no estoy de acuerdo con la forma en que se está haciendo. ¿Cómo se está haciendo? Pues, sobre todo (aunque no solo), con cacerías de erratas; y señalar erratas es tocar únicamente de puntillas el mundo de la corrección, sobre todo si, como yo, te dedicas a la corrección literaria casi en exclusiva. No solo no comparto cómo se intenta dar visibilidad a nuestra profesión, es que hasta me parece contraproducente. Mucha gente piensa que con no tener faltas de ortografía y aprenderse cuatro reglas ya eres corrector. Y no. En absoluto. La corrección es un trabajo muy complejo, prácticamente artesanal, que implica mucho más que un conocimiento profundo de la lengua (lo cual, por sí mismo, ya es un mundo). Es imprescindible, además de dominar (no solo conocer) todas las reglas ortográficas, ortotipográficas, de puntuación, etc., tener un oído, una sensibilidad, un gusto por escribir, una obsesión por la palabra exacta... que (me apena mucho decir esto) no todos los correctores tienen. Y esto yo lo achaco a que es gente que se ha metido a esto por las razones equivocadas (quizá pensando que, como no suelen tener faltas de ortografía, podían ser correctores: por eso estoy tan en contra de las cacerías de erratas y de corregir a gente que no lo ha pedido; aun así, me gustaría ser más constructiva en esto, pero no tengo ninguna idea mejor).
En cuanto a la visibilidad en sí, no sé qué puede aportar que el nombre del corrector o de los correctores aparezca en el libro. A mí no me aporta nada, aunque entiendo que haya gente a la que le apetezca ver su nombre en negro sobre blanco. Además, yo no siempre estoy de acuerdo con las normas editoriales que nos hacen seguir (cada editorial tiene las suyas) y, muchas veces, aunque yo estoy haciendo bien mi trabajo, no me apetece que mi nombre aparezca como si yo estuviera de acuerdo con esas normas editoriales (esto no siempre me pasa). Yo me conformo con que mi trabajo no se note, porque eso significa que está bien hecho.
¿No tendrá que ver con el ego de los escritores, con el hecho de que el corrector es el que finalmente ve que no «escriben» tan bien?
Pues no creo que vayan por ahí los tiros. La verdad es que nunca me he planteado por qué ocurre. Hay una frase del escritor británico Ben Schott que me gusta mucho y suelo traer a colación en estos casos: «Al igual que ningún hombre es un héroe para su mayordomo, ningún escritor lo es para su corrector». Por cierto, y esto lo tengo comprobadísimo: cuanto más importante y grande un escritor, más humilde a la hora de aceptar correcciones y sugerencias; no falla. Supongo que gestionar el ego de los escritores con mucha mano izquierda es fundamental en nuestro trabajo.
¿Reconoces a un escritor por sus tipos de faltas de ortografía o por su sintaxis?
No. Reconozco a autores que tienen una voz muy personal como cualquier otro lector. Desde luego, no reconozco a «mis» autores, soy sincera. Quizá alguno tiene alguna muletilla, pero no destaca en exceso.
¿Y reconoces a otros correctores por sus soluciones?
No, en absoluto. Además, es complicado saber de dónde parte un corrector y hay que tener en cuenta que, después de su trabajo, viene la fase del editing, y eso puede desvirtuar cosas. Sí trabajo para editores que me tienen calada a mí por ciertos cambios que suelo hacer, pero no es normal reconocer a los correctores. Además, como he dicho antes, cuanto más invisible sea nuestro trabajo, mejor.
¿Tienen los correctores, como ciertos traductores y algún que otro reseñista, ganas de dar el salto a la cancha de la obra propia?
Los correctores en general, ni idea. Esta correctora en particular no tiene muchas ganas de escribir. No lo descarto, pero no está sobre la mesa ahora mismo (ni creo que lo vaya a estar en mucho tiempo).
Me dices que es difícil valorar las obras que corriges. Esa deformación profesional ¿acaba condicionando los hábitos lectores?
Sí me cuesta valorar las obras que corrijo porque establezco un vínculo con ellas. A veces las acabo detestando, por los quebraderos de cabeza que me dan o porque no me gustan mucho (no siempre corrijo según mis gustos, solo faltaba); otras veces, las hago muy mías y las voy recomendando (aunque no suelo decir que las he corregido yo; suelo ser muy discreta a la hora de hablar de mi trabajo, en parte por pudor, porque soy una tímida patológica, en parte porque con algunas editoriales tengo firmados contratos de confidencialidad que me impiden hablar de «mis» libros). Lo que corrijo no condiciona mis lecturas posteriores; en todo caso, me permite conocer más autores e, incluso, abrirme a géneros que no son mis predilectos. Por ejemplo, el año pasado corregí mucho ensayo (interesantísimo, como el libro de hoy), género del que yo pasaba de largo en mis visitas a la librería, y gracias a esto ahora también estoy leyendo mucho ensayo. Así que no condiciona, yo diría que enriquece.
Respecto al libro en cuestión. Decimos que en cada sábana se pierde una colada. Dos autores, un editor o corrector en inglés, un traductor, la corrección en español... para el último corrector, el más invisible de todos, ¿es una presión añadida el ser el responsable final de lo que llegará al lector? Las letras de rap de los noventa, tan cargadas de jerga y de dureza verbal, ¿te dieron algún problema?En el caso de DFW, ¿es difícil afrontar esas frases prolongadas y enrevesadas, tan marca de la casa?
Siento la misma presión en cualquier etapa del proceso en que intervenga. Da igual si es una corrección de estilo muy al comienzo o, como en este caso, en la última corrección (hubo una anterior a la mía). Lo importante es hacer bien el trabajo siempre. Y, la verdad, la responsabilidad última es del editor (y hay que recordar que mi trabajo lo controla un editor de mesa o alguien del equipo de edición/redacción). En cuanto a este libro en sí, con las letras de rap y demás, me sentí tremendamente cómoda porque la intervención que ya se había hecho en castellano era impecable. Tanto el traductor del libro, Javier Calvo, como quien realizó la primera corrección hicieron un trabajo sobresaliente, me pusieron las cosas muy fáciles. Fue un auténtico caramelo de trabajo, una gozada. En cuanto a las frases prolongadas y enrevesadas... todo es cuestión de puntuación. Si una frase está bien puntuada, por muy larga que sea, el lector no se va a perder. No suelen darme miedo las frases largas; de hecho, puede ocurrir que en una muy corta aparezca un término problemático y acabes dedicando mucho más tiempo a eso que a la frase larga. Corrigiendo nunca se sabe. Es parte del encanto.
Y si nos puedes decir algo breve sobre el proceso por el que te llega un borrador y tú le das la versión definitiva, si hay diálogo con autor/traductor, etc.
¿Sabéis lo que pasa? Como los correctores podemos intervenir en varias fases del proceso, todo puede variar de libro a libro. A veces trabajamos directamente con los autores, aunque a mí no me gusta hacerlo (ay, los egos). Lo más normal en mi caso es coger el texto en uno de dos posibles momentos. Me pueden pedir, por ejemplo, una corrección de estilo o especializada en pantalla (normalmente con la obra todavía sin maquetar); aquí se suelen hacer muchos cambios y sugerencias. Hay que tener en cuenta absolutamente todo (y si me pongo a dar ejemplos no acabo, porque es todo lo que se os pueda ocurrir y más, y en cada libro es distinto). O también me puede llegar el texto ya en primeras pruebas (o segundas o terceras); aquí se suele intervenir menos, aunque se puede comentar cualquier cosa que se encuentre.
¿La perpetua crisis de la industria editorial os ha elegido como víctimas propiciatorias?
Muchas editoriales han prescindido de la figura del corrector. La bajada de tarifas es demencial. No obstante, cuando no estamos, se nota, y el lector lo nota. Los lectores no son tontos, no podemos darles un producto sin calidad. Y los buenos editores creo que son conscientes de esto y, siempre que pueden y el bolsillo lo permite, nos llaman. Pero la del corrector ha sido una de las figuras que más ha sufrido la crisis.
Pues muchas gracias, Mónica, y desde luego nos tomamos nota de tu indirecta de la primera cuestión.