Año de publicación: 1997
Valoración: se deja leer
Pues si hay que ser sacrílego, se es con un par.
Nada me extraña que algunos escritores locales anden tan veneradores con Casavella. Mi adorado Zanón, por ejemplo. Algún otro, pero no quiero hacer más daño. El tono de esta novela, en particular el de sus primeras decenas de páginas, ya suena a haber sido imitado en ese relato nervioso, acelerado, tardo-adolescente, ese recurso tan usado de hablar de hechos de la niñez, de correrías en pantalón corto por pisos de barrios obreros de Barcelona, proclives a todo tipo de estrecheces. Unos cuantos han ido por ahí y ahora, necrofilia mediante, no puedo negar que sea muy caballeroso rendirle pleitesía al creador de ese discurso, si es que Casavella fue el creador, eso está por ver, quizás Marsé o Vázquez Montalbán ya tantearon antes, no puedo decirlo.
Nada me extraña que algunos escritores locales anden tan veneradores con Casavella. Mi adorado Zanón, por ejemplo. Algún otro, pero no quiero hacer más daño. El tono de esta novela, en particular el de sus primeras decenas de páginas, ya suena a haber sido imitado en ese relato nervioso, acelerado, tardo-adolescente, ese recurso tan usado de hablar de hechos de la niñez, de correrías en pantalón corto por pisos de barrios obreros de Barcelona, proclives a todo tipo de estrecheces. Unos cuantos han ido por ahí y ahora, necrofilia mediante, no puedo negar que sea muy caballeroso rendirle pleitesía al creador de ese discurso, si es que Casavella fue el creador, eso está por ver, quizás Marsé o Vázquez Montalbán ya tantearon antes, no puedo decirlo.
Y es curioso, porque, para mi decepción, (pues aún conservo el agradable sabor a licor bien macerado de los mejores, que eran muchos, fragmentos de El día del Watusi), esta novela, (cuyo título particularmente discutiría mucho, me recuerda a cutreces de usar y tirar como los discos de la Orquesta Mondragón o algunas peliculillas de los 90 donde salían Juanjo Puigcorbé o Gabino Diego o Juan Luis Botto) no me ha gustado casi nada. El casi se lo reservo a esos tramos donde el Casavella-escritor-en-maduración empieza a mostrar maneras, pero en lo relativo a la concepción de la novela, a su desarrollo, y a eso que gusta tanto de la atemporalidad de la situación, demasiadas, sí, demasiadas cosas parecen estar simplemente en ciernes o incluso en pañales para que mi opinión, modesto lector que declara admiración al fallecido escritor barcelonés, pueda establecer que haya que recomendarla. Aquí sobran cosas: el inicio parece irnos a abocar a una especie de juego de persecuciones chorras, la sensación de que no sabemos si Casavella quiere confundirnos con la identidad de esos dos hermanos tan unidos y tan distantes o simplemente quiere definirnos esa dualidad en las relaciones familiares: rencor vs amor incondicional, celos vs defensa de la sangre. Más de 200 páginas y la dispersión de la trama no ha conseguido aclarármelo. Faltan otras cosas: parece reivindicar (véase portada de la reedición de Anagrama) esa condición de novela barcelonesa, cuando la ciudad es un escenario que no pasa de aportar algo más que eso que los pintores llaman veladura. Falta peso de los personajes secundarios: las respectivas compañeras no parecen trascender la condición de compañeras de alcoba, los matones (véase próximo párrafo dedicado a sinopsis) son exasperantemente planos y formulaicos, lo de Chester Winchester - el enano del título - no acabo de entenderlo... en fin.
Pues eso: dos hermanos con suertes dispares protagonizan una situación en la que las deudas de juego de uno de ellos arrastra a la familia y hay que coger el toro por los cuernos o, mejor dicho, ver si se huye hacia atrás o hacia adelante, mientras los mafiosos de turno (estereotipados hasta decir basta) acosan y van adelantando muestras de cariño, optando por organizar una mega-partida donde la cosa va a ser un todo o nada.
Así: cuatro líneas básicas desde las que la prosa de Casavella traza profundos altibajos (situándose más veces en los bajos) hasta convertirlas en eso, en 266 páginas bastante dispersas y confusas, pero, al primer párrafo me remito, capaces de deslumbrar tanto a algún pardal que, cegados por un cóctel donde, claro, la necrofilia no podía faltar, habrá quien, fajas, contraportadas, y aduladores varios incluidos, lo considere hasta algo seminal y capital. Y no.