miércoles, 27 de septiembre de 2023

Miguel Ángel Hernández: Anoxia

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2003

Valoración: Recomendable alto

 

Según como consideremos el tema, la fotografía puede tener un cierto punto inquietante: se captura una instante concreto, un momento que nunca más se repetirá (ay, si la hubiese conocido Heráclito), la imagen de personas que tampoco volverán a ser como entonces, o que simplemente ya no estarán en el mundo. Se puede, con talento suficiente, plasmar una atmósfera, como los grandes pintores figurativos, captar el ángulo insólito, presentar una escena de una manera determinada transmitiendo unas sensaciones o las contrarias. Muchas cosas, sin que sea necesario llegar a lo que, de una forma casual, le toca vivir a Dolores.

Dolores, viuda madurita, compartía con su marido la pasión por la fotografía, que fue también su medio de vida hasta que él murió en un accidente de tráfico. Sola y cansada, ella intenta mantener el negocio aunque sin la ilusión de los años jóvenes, cuando recibe un extraño encargo de Clemente, un desconocido anciano que le convencerá para dedicarse a una actividad que ya parecía extinguida: la fotografía post mortem, obtener la última imagen del difunto poco antes de que su cuerpo desaparezca para siempre. Una moda que ahora se antoja macabra pero que tenía su público unas cuantas décadas atrás, tal vez hace un siglo. He visto fotos de ese tipo, y resulta de verdad tétrico y poco agradable, pero llegó a tener cierta relevancia. Dolores, sin saber muy bien por qué, acepta la oferta y se interna en esa peculiar actividad.

La foto del recién muerto tiene sus propias reglas, hay que estudiar los encuadres y la luz, captar el gesto del cadáver, que debe aparecer tal cual es, el ser que acaba de abandonar la vida, todavía presente, él mismo pero también distinto del que era unas horas antes. También hay que extremar la profesionalidad, ser rápido sin desatender los detalles, trabajar en la atmósfera fría del tanatorio, compartir espacio con los familiares sin dejarse arrastrar por las circunstancias porque ‘el dolor es de ellos’, ser capaz de obtener la imagen perfecta del cuerpo inmóvil (¿siempre inmóvil?).  La experiencia le sirve a Dolores para recuperar la pasión por su trabajo, hasta entonces adormecida, y descubrir cosas desconocidas de ese mundo: viejos álbumes en blanco y negro, fotografías insólitas, la antigua técnica del daguerrotipo que producía imágenes que no captaban ya la ‘instantánea’, sino una breve secuencia de tiempo condensada en una sola imagen. O ciertas prácticas relacionadas con la fotografía mortuoria que se internan en el terreno de lo truculento, o directamente de lo criminal.

El relato es pausado, con un ritmo narrativo constante y bien medido, como medido, pulido y elaborado con esmero parece cada párrafo, cada descripción y cada personaje. En un presente histórico de frase corta, la narración solo puede calificarse de eficiente: limpia, exacta y con la información precisa para que en ningún momento decaiga la atención. Todo transmite una sensación de inmediatez que hace de la lectura algo adictivo, aunque en ciertos momentos pueda echarse de menos algún espacio más amplio para la imaginación.

Esto último, la imaginación, parece reservarla el autor para esa capa del relato que amaga con algún misterio, algo oculto que necesariamente debe esconderse entre secretos vinculados a técnicas fotográficas extrañas, en los pliegues no desvelados en las vidas de Dolores o de su cliente, en la turbiedad de esa afición a la fotografía mortuoria, o en los vapores insanos de los compuestos utilizados en los viejos daguerrotipos. Esa bruma amenazante que infecta todo el relato y mantiene la tensión se tiene que materializar en algo, un acto antiguo o actual, algo que explique la anoxia, esa falta de oxígeno que acaba con los miles de peces del Mar Menor, que consume a Clemente mientras colecciona y clasifica fotos de muertos, o que asfixia a Dolores cada noche mientras rememora su vida y su fracaso, y siente la presencia de un vacío casi tangible. Pudo también ser un gesto, una decisión equivocada que muchos años después queda al descubierto con la frase definitiva:

-         Aquí, cerca. Y no al otro lado, lejos.

Enigmática frase a la que solo encontraremos sentido leyendo el libro entero. Toda una declaración, la demostración de que las tragedias proceden muchas veces de esos pequeños agujeros negros que van marcando nuestra historia y solo somos capaces de verlos, mucho después, cuando los descubrimos en los demás, o en las proximidades de la muerte.


martes, 26 de septiembre de 2023

Esquilo: La Orestíada

Idioma original: griego antiguo
Título original: Ορέστεια 
Traducción: Fernando Segundo Brieva
Año de publicación: 459 a. C.
Valoración: Recomendable (o no)

La sensación que uno siente ante una obra escrita hace 2500 años (¿2500 años? ¡2500 años!) es de un profundo respeto y, cómo no, distanciamiento. ¿Qué nos puede unir a dos humanos tan separados, autor y lector, por un abismo de tiempo – y distancia – difícilmente mesurable?

Analistas mucho más preparados y capaces que yo han estudiado la obra de Esquilo y – gracias desde aquí a todos ellos – la han traducido, editado, masticado, digerido y casi regurgitado para gozo y placer de todos nosotros, legos en la materia, pero curiosos y atrevidos lectores. Será este el perfil de mi reseña: cómo un lector actual y casual, más o menos omnívoro y obsesivo, puede disfrutar de una obra como esta;  no es mi intención abarcar más allá, no dispongo de tales capacidades.

Pues bien, lo primero que debo decir es que en mi bonita edición de las tragedias completas se nos informa de que La Orestíada es la obra que nos ha llegado más completa a nuestros días: en un principio, al parecer formada por cuatro partes diferenciadas (Agamenón, Las coéforas, Las euménides y Proteo, esta última perdida en el tiempo) y, esto es importante, autoconclusivas. Es esta la razón por la que me he limitado a reseñar La Orestíada y no las tragedias en conjunto; si ya es complicado dirimir aquí algo tan fundamental en la narrativa de nuestros días como introducción, nudo y desenlace, no digamos cuando faltan partes íntegras de la trilogía.

Historias que tratan de celos, venganza, asesinatos, dramas interfamiliares, dioses presentes y falibles como humanos, justicia conceptuada de una forma que hoy en día nos puede chocar, y redención (redención precristiana, entendida a la manera de los clásicos), no es sin embargo una lectura fácil ni ágil; para algo más ligero me permito recomendarles las comedias de Plauto o Aristófanes. En este tipo de lectura deberemos acostumbrarnos a interminables soliloquios, monólogos repletos de referencias mitológicas y geográficas (indispensable hacerse con una buena edición repletita de apuntes a pie de página), y, concretamente, a la participación protagonista del coro y a sus tremendas divagaciones.

La acción transcurrirá en su absoluta totalidad fuera del escenario, y habitualmente nos enteraremos de los hechos acaecidos a través de algún mensajero o heraldo que nos irá informando de las novedades.

En un esquema repetitivo, los personajes suelen ser protagonista y antagonista, coro y corifeo, y el anteriormente mencionado mensajero, que será el que dé inicio propiamente a la trama introduciendo la información necesaria. Tradicionalmente, el héroe impondrá su voluntad con la fuerza de los dioses y el coro acabará cantando sus alabanzas.

Bien, pues, ¿cómo enfrontarnos a la valoración? ¿es esta una lectura que valga la pena para alguien sin pretensiones, con afán de pasar un rato agradable de lectura? 

Me temo que no. Sin lugar a dudas, es una obra maestra de la literatura y ejemplo de las cotas más altas que pudo alcanzar la humanidad en un pasado ya remoto (y muchísimas cosas más que no voy a listar aquí) pero no lo puedo recomendar sin más para cualquiera.

Aquellos cuya curiosidad lectora sea grande acabarán por leerlo igual; quedan avisados de que no será entretenido. Aquellos otros que solo buscan un rato agradable de lectura harán bien en buscar algo más actual y con lo que puedan sentirse más identificados o empatizar mejor.

Para finalizar, las obras de Esquilo nos hablan de un mundo pasado ya desaparecido y no es buena idea adentrarse en esas espesuras sin guías; una vez más, si uno se va a atrever con estas lecturas, recomiendo encarecidamente una buena edición anotada. Sin ella correremos el riesgo de no enterarnos de absolutamente nada.


También de Esquilo en ULAD: Prometeo  encadenado

lunes, 25 de septiembre de 2023

María Virginia Estenssoro: El occiso

Idioma original: Español
Año de publicación: 1937
Valoración: Está muy bien

Llevaba tiempo detrás de este libro. La constante reivindicación del mismo y de su autora por parte de Liliana Colanzi y Edmundo Paz Soldán, dos de los escritores bolivianos actuales con más proyección internacional, hacía que El occiso estuviera marcado con una cruz desde hace tiempo.

Afortunadamente, la pequeña editorial Espinas se ha lanzado a publicar en España esta pequeña joya, oscura y hermosa, de apenas 70 páginas y compuesta de tres textos en los que la muerte, los amores "clandestinos" y el aborto ocupan el lugar central. 

Publicado originalmente en Bolivia en el año 1937, El occiso no fue demasiado bien recibido por los círculos biempensantes de la época. Pero no debemos centrarnos en su supuesto carácter  "provocador" o "polémico" ya que el texto posee un alto valor literario que se eleva por encima del contexto sociopolítico del momento en que fue escrito.

Abre el volumen el texto que da título al mismo. El occiso es un poema en prosa en el que se narra la descomposición de un cadáver. Si por algo destaca este primer relato, es por la perfecta combinación de fondo y forma. Sus tres capítulos se corresponden con tres etapas en el proceso de putrefacción. En el primero de ellos, el pánico, el espanto y el miedo de una mente en ebullición frente a un cuerpo en descomposición se presentan bajo la forma de frases (versos) brevísimas, acompañamiento perfecto a la angustia de la que el occiso es consciente; en el segundo la situación cambia y la forma se adapta a ella, la frase se alarga y se vuelve más narrativa hasta dar paso al precioso capítulo final. Es el texto más poético de los tres, el que posee mayor potencia visual y el que colocaría a Estenssoro en el podium del terror gótico.

Continuamos con El cascote, texto que cuenta la interminable espera del amante muerto. Se trata de un relato plagado de presencias y espectros que se sitúa entre la "visión", la evocación y el recuerdo de un amor más fuerte que la muerte. 

Y estar ahora el uno hecho trizas, esqueleto descarnado, con los huesos en astillas, estar frío, estar muerto, estar helado, y poder amarlo ahora, como siempre, como nunca.

Cierra el libro El hijo que nunca fue, el más breve de los tres relatos. El título deja poco a la imaginación, pero no importa. Más allá del tema del aborto y el estigma que el mismo supone para su protagonista, el texto destaca por su construcción en base a varias contraposiciones (voz infantil - voz adulta, hijo nacido - hijo no nacido, vida - muerte) y por un cambio de voz final que deja con la piel de gallina. 

Creo que con todo lo anterior podéis haceros una idea de dónde situar a María Virginia Estenssoro. En cualquier caso, si queréis algún nombre con quien relacionarla, aquí dejo estos tres: María Luisa Bombal y su La amortajada, el Conde de Lautreaumont / Maldoror y Mircea Cartarescu (quizá añadiría a Alejandra Pizarnik, pero hace demasiado que leí algo suyo y aquí el recuerdo es más vago). Porque la escritura de Estenssoro es oscura, es onírica (pero profundamente humana) y es, sobre todo, terriblemente bella y poética. Porque este libro es una crucifixión y un INRI.

domingo, 24 de septiembre de 2023

Isaac Bashevis Singer: Keyle la Pelirroja

Idioma original: Yiddish
Título original: Yarme un Keyle
Año de publicación: 1972
Traducción: Rhoda Henelde / Jacob Abecasís
Valoración: Recomendable

Keyle la Pelirroja, de Isaac Bashevis Singer, me ha encantado. Es un novelón tan expresivo en el fondo como maduro en la forma. A eso hay que añadir que su acabado general es más compacto que el de otras obras del autor. Por tanto, su calidad literaria es incuestionable, y no me extraña que en 2023 se haya apostado por su traducción simultánea al español y al catalán.

Trata sobre Keyle, quien, tras haber ejercido la prostitución, intenta convertirse en una digna hija del pueblo judío. Keyle comprende que eso es imposible si permanece junto a Yarme, su marido (aunque éste la ama con locura, nunca será una persona honrada) y se lía con Búnem, un joven cuyo padre es un rabino humilde. Al principio, a Keyle le parece que al lado de Búnem las cosas pueden ir bien; desgraciadamente, su pasado la perseguirá.

Keyle la Pelirroja recuerda sobremanera a la narrativa larga singeriana. A fin de cuentas, explora los temas que obsesionan al autor, transcurre en escenarios familiares y presenta caracterizaciones previamente esbozadas; asimismo, abunda en enredos de toda clase, romances turbios, parrafadas introspectivas, reflexiones teológico-existenciales y agudas observaciones sociológicas. 

Sin embargo, la novela aporta no pocas novedades para aquellos lectores asiduos al Premio Nobel de Literatura de 1978. Por ejemplo, mientras que al ya mentado Búnem o a Max (tranquilos, enseguida os hablaré de él) son similares a otros personajes de Singer, no sucede así con Keyle, que exhibe un arquetipo psicológico y un rol en la historia bastante refrescantes.

Keyle la Pelirroja se divide en dos partes. La primera transcurre en Varsovia, Polonia; la segunda nos traslada hasta Nueva York, Estados Unidos. En la primera parte se pone foco en los cuatros integrantes del elenco principal; en la segunda, en cambio, presenciamos casi exclusivamente la vida de Keyle y Búnem, y se descuida en el proceso a Max, que tanto prometeía en un inicio.

Y esta es, quizá, una de las pocas pegas que se le pueden poner a la novela: que no exprime a Max, un embaucador de mujeres que se ha enriquecido en el extranjero gracias a la prostitución. Es Max, precisamente, quien desencadena la trama y, más adelante, origina un nuevo conflicto que lo sacude todo. Desgraciadamente, Singer no sabe qué utilidad darle después de que Keyle la Pelirroja rebase su hemisferio. 

Algo que también sucede, en parte, con Yarme, pero que molesta sólo en el caso de Max porque éste es tremendamente ambicioso y aspira a ser tan célebre como el mismísimo Rasputín, y por tanto resulta poco verosímil que se desvanezca tan fácilmente.

Hay otros personajes cuya aportación es menor a lo esperable, pero creo que, dado su papel secundario, esto se nota mucho menos. Hablo de Solche o Tsírele, hermana y novia de Búnem respectivamente, o de Fania, una de las amantes de Max.

Como viene siendo habitual en las novelas de Singer, algunas de las ideas expuestas en Keyle la Pelirroja (e incluso un par de metáforas) se repiten. Puede que esto se deba a que la obra se publicó originalmente, al igual que otras del autor, por entregas.

Por cierto, la sinopsis que hallamos en la contra cubierta de la edición de Anagrama resulta un tanto engañosa. En primer lugar, porque no menciona a Búnem, uno de los protagonistas indiscutibles de la obra. También porque no acaba de plasmar con fidelidad el argumento: Keyle sí duda cuando Max les propone a Yarme y a ella viajar juntos a Sudamérica. Además, los bajos fondos de la comunidad judía no son, en absoluto, el núcleo de la obra; de hecho, tras los capítulos iniciales, se esfuman y dejan paso a distintos estratos sociales y localizaciones, lo cual permite que la novela plasme desde una visión panorámica la coyuntura histórica y detalle, sobre todo, las diferencias entre los judíos, los rusos y los americanos en esa época. 

Sea como fuere, la novela está habitada por personajes sumamente complejos, contradictorios y memorables; incluso un par de ellos (Max, Solche...), a los que reprocharía que aportan poco a nivel argumental, son al menos interesantísimos. Los temas, tan propios de Singer, se espesan a la hora de mostrar que la gente no cambia, y menos todavía para bien, y que la existencia es intrínsecamente un tormento. Los diálogos son fluidos y se ciñen a las voces y temperamentos de los distintos interlocutores; hay escenas logradísimas; amén de pasajes memorables. Singer en su máximo esplendor, sin duda.


También de Isaac Bashevis Singer en ULAD: Aquí

sábado, 23 de septiembre de 2023

Erri De Luca: Napátrida

Idioma original: .italiano
Título original: Napòlide
Traducción: Carlos Gumpert Melgosa para Periférica
Año de publicación: 2006
Valoración: recomendable


Bien es sabido, por estos lares nutridos de textos de ULAD, mi admiración por Erri De Luca, pues en sus textos siempre se puede encontrar la delicadeza, la pausa y la admiración por el entorno que el autor contempla con serena nostalgia y emotividad. También es cierto que Erri De Luca deja que su pasado tome forma en la prosa de sus libros, que exudan notas de la vida del autor napolitano. Por ello, los protagonistas de sus textos están, a menudo, situados entre la soledad y la compañía de los habitantes de los pequeños pueblos, entre la costa y las montañas, entre paisajes de idílica visión y añorado recuerdo.

De esta manera, el libro empieza con los recuerdos del autor, narrando su partida de Nápoles, su ciudad natal, a los 18 años, «tras una infancia soportada como una cuarentena». Una salida deseada, esperada, aunque en cierta manera también trágica dejando atrás su infancia, una infancia no siempre agradable ni acogedora, y nos lo transmite recordando que «escogí un tren y un horario para no entregarme al azar de un viaje en coche: quería ser el dueño de mi partida» (…) «cuando me picaron el billete de tren, sonó con la furia de un portazo a mis espaldas». Una salida de la ciudad que se asemeja a una huida, aunque acompañada de una nostalgia que le impacta en cada uno de sus retornos porque, tal y como afirma, cuando vuelve a Nápoles no tiene la sensación de estar de vuelta, pues «una ciudad no perdona la separación, que es siempre una deserción. Estoy de acuerdo con ella, con la ciudad: quien no estuvo o se ausentó ahora no está; su derecho a la ciudadanía ha prescrito».

Como se puede observar en estas primeras reflexiones, este relato de Luca es un relato marcadamente autobiográfico y, si bien es cierto que en la mayoría de sus obras hay trazos de su vida representadas  en ellas, esta es una narración en la que sus recuerdos y memorias son narradas de manera explícita y en los que no solo los recuerdos de su infancia cobran fuerza sino también en ella nos habla de la relación con sus padres y la educación recibida, una educación impartida en casa pero también en la escuela, estricta, con un profesor «justo, según la justicia de los tiempos» en una escuela que «punteaba y aporreaba los nervios de sus alumnos». 

El autor nos narra su vida con la mirada siempre puesta en la ciudad de Nápoles, a veces inmerso en la propia ciudad, otras mirándola desde la influencia del Vesubio, pero también desde sus alcantarillas y su mirada al mar, desde el fútbol y las creencias religiosas, desde la mirada de la gente que sigue en la ciudad y no la abandona pese a todo. Una ciudad muy singular que durante su infancia post Segunda Guerra Mundial, define como «la Norteamérica en casa» con «el dinero fácil de los puertos militares del mundo». Una ciudad viva y agitada, que marcó sus primeros años a nivel incluso sensorial afirmando que «tuve una infancia acústica; el oído era el órgano maestro. Después de la guerra, Nápoles era una ciudad a voz en grito: los insultos, las maldiciones, las lágrimas, las palizas y las llamadas a los soldados norteamericanos, de ronda alcohólica y en celo, subían hasta las ventanas». Esta es la ciudad real, la vivida y la narrada, porque «la Historia pasa por ahí, no por los libros ni las series ni la televisión, sino de boca en boca por las noches, en las fiestas de guardar, cuando los adultos se juntan y se ponen a recordar».

En esta corta obra, De Luca hace también en este relato un canto a favor de las mujeres y del feminismo, confesando que «soy consciente que soy testigo y partícipe de una decadencia del género masculino, al que veo vacilar ante el femenino con una consternación que al final de convierte en furiosa arremetida contra las mujeres. Lo que acaba matando a muchas jóvenes es la rabia por el complejo de inferioridad que sienten algunos hombres rechazados», una violencia que vemos continuamente en nuestro mundo, en todos lados, porque «hoy leemos historias de furores que estallan dentro de la impotencia, de varones a los que un nuevo analfabetismo sentimental incita al odio, por el desaliento de ser, ante la mujer deseada, el apéndice de la nada».

Por todo ello, este libro de Erri De Luca es recomendable para quien quiera conocer un poco más a un autor a través de la propia narración de su vida. Un autor que siempre y en cada uno de sus libros deja frases de gran belleza poética acompañadas de reflexiones que nos invitan a pensar sobre el mundo que vivimos y que dejamos.

viernes, 22 de septiembre de 2023

Bret Easton Ellis: Los destrozos

Idioma original: inglés
Título original: The shards
Año de publicación: 2023
Traductor: Rubén Martín Giráldez 
Valoración: recomendable
 
Un fantasma recorrió la crítica literaria española a principios del verano: Los destrozos de Bret Easton Ellis era una obra maestra, era la gran novela americana, era la mejor novela de su autor, que vendría a sustituir en su "canon personal" a American Psycho o Menos que cero. Así que yo, que diría que soy más seguidor que fan de Bret Easton Ellis (me he leído 2/3 de su obra aproximadamente) tenía que leérmela y decidir por mí mismo. 
 
Mi conclusión, que probablemente nadie pondrá en una faja ni en la página de la editorial: Los destrozos es una novela que engancha; que engancha muchísimo: cuando llegas a la mitad ya no quieres parar de leer hasta acabarla para tener todas las respuestas (y estamos hablando de una novela de casi 700 páginas). PERO en mi opinión el hype es muy excesivo: ni me parece la mejor novela de Ellis, ni la más original, ni tiene la significación y relevancia cultural de las primeras que publicó. De hecho, esta casi se puede situar como un ejemplo más de la estetización de la nostalgia ochentera, a lo Stranger Things...

Empezamos por lo que funciona: la trama y la construcción de la novela, la creación de suspense y su capacidad para mantenerlo hasta el mismísimo desenlace (del que no diré nada porque si no me acusan de hacer demasiados spoilers). Básicamente la novela se sustenta en dos niveles narrativos paralelos: por un lado, las relaciones entre un grupo de adolescentes que comienza su último año en el instituto Buckley de Los Angeles (entre los que se encuentra un tal Bret que está escribiendo un libro llamado Menos que cero), al que llega un nuevo y misterioso miembro, Robert Mallory, que vendrá a desequilibrar todo su mundo; y por otro, los crímenes de un asesino en serie al que llaman "el Arrastrero" (un nombre bastante improbable, la verdad), que se dedica a secuestrar y asesinar a chicas después de juguetear con ellas (llamadas telefónicas, allanamientos, pequeños robos, modificaciones en el mobiliario...). 
 
Desde muy pronto ambas líneas comienzan a cruzarse, de forma más o menos explícita: ¿qué relación hay entre la llegada de Robert y el inicio de los crímenes? ¿Por qué Robert parece mentir constantemente sobre su pasado? ¿Por qué los crímenes parecen irse centrando cada vez más, como una espiral que se cierra, alrededor del grupo de protagonistas? Ah, amigo: tendrás que leerte casi 800 páginas para descubrirlo.

Ya se puede ir viendo que hay algunos aspectos de la novela que son "puro Bret Easton Ellis": la ambientación en Los Angeles; los protagonistas, un grupo de chavales y chavalas riquísimos, guapísimos, atractivísimos, drogadísimos, insulsísimos. Con todo, y como decía antes, esa especie de nihilismo existencial(ista) que tan bien reflejó Menos que cero, y que creo que es uno de los grandes valores de aquellas primeras novelas, ahora, en 2023, post crisis del 2007-8, post-covid, post-Trump, suena un poco vacío y recalentado, más como un recuerdo (y de hecho toda la novela está contada por el Bret Easton Ellis adulto, desde una distancia de 40 años) que como una realidad relevante para explicar nuestro mundo. Sí que es verdad, y en esto sí que estoy de acuerdo con algunas de las críticas que he leído, la bisexualidad abierta y explosiva del protagonista está presentada aquí con más madurez y menos carga de culpabilidad, y de una forma más explícita y sensual, me parece, que en las primeras novelas.

Y a partir de aquí empiezan mis problemas con la novela: en primer lugar, con la técnica elegida por Ellis para contarla. Se supone que el narrador está escribiendo esta novela (después de varios intentos fallidos) cuarenta años después de los hechos; y sin embargo, la novela nos describe con absolutamente todos los detalles imaginables (qué música sonaba en cada momento; qué películas daban en el cine qué días; qué ropa cada persona en cada momento; cómo fueron sus gestos, sus palabras, sus posturas). Solo un par de veces, si no me equivoco, el narrador dice "no recuerdo esto" o "no estoy seguro sobre esto"; y en las últimas páginas todavía tiene el coraje de decir "escribo esto porque los recuerdos están empezando a borrarse". Y ya sé que la lectura implica una cierta "suspensión de la incredulidad" y aceptar el juego que nos propone el autor, pero para mi gusto esto es intentar hacernos comulgar con ruedas de molino. Hasta una obra tan primeriza como El Lazarillo es más fiel a la forma como funciona la memoria, con sus lagunas, su fragmentariedad, sus escenas perfectamente converdadas rodeadas de enormes mares de olvido... (Haced la prueba: intentad recordar vuestra vida cotidiana no digo en 1981, que muchos igual ni habíais nacido, sino hace 10 años. ¿Conseguiríais recordar exactamente todos los detalles de todos los días de todas las horas?).

No es el único aspecto técnico o estilístico que me puso de mal humor, sobre todo en la primera mitad de la novela, antes de entrar en el ritmo frenético de lectura: en primer lugar, Ellis se pasa, creo, con las prolepsis ("las cosas terribles que nos iban a pasar ese año", "los horrores que estaban a punto de comenzar", "ese fue el último día en que fuimos felices", etc.), que es un recurso que funciona muy bien para crear tensión e interés, pero si se abusa acaba por resultar cansino (y creo que Ellis abusa, como digo). Probablemente es un recurso que ha aprendido de Stephen King, un autor al que ya "imitó" en Lunar Park y que aparece profusamente citado en Los destrozos (el protagonista lee Cujo y va al cine a ver El Resplandor, por ejemplo). De hecho, otro autor al que imita Bret Easton Ellis es a Bret Easton Ellis: las referencias musicales, cinematográficas o geográficas que en las primeras obras aparecen de forma natural y orgánica, en esta novela parecen insertadas artificialmente, para darle textura y contexto a la narración, pero de forma algo forzada. 

En fin: que si os gustan Stephen King y Bret Easton Ellis (o, más en general, si os gustan las novelas de intriga o terror con ambientaciones decadentemente lujosas y abundantes escenas de sexo), vais a disfrutar como enanos con Los destrozos. Pero no vayáis esperando leer algo radicalmente original o que vaya a cambiar vuestra visión del mundo o de la vida porque, en fin, esta no es una novela de ese tipo.


También de Bret Easton Ellis en ULAD: Aquí

jueves, 21 de septiembre de 2023

Bartolomé Seguí: Boomers

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2023

Valoración: Se deja leer (como mucho)


Es curioso, pero si uno busca en Wikipedia boomers o baby boomers se encuentra en primer lugar un inesperado montón de datos de apariencia científica sobre las definiciones de las distintas generaciones que vienen poblando el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Así que lo que yo consideraba una etiqueta más o menos coloquial parece que por el contrario tiene raíz en estudios demográficos que se suponen serios. Por otra parte, todos o casi todos esos estudios coinciden por lo visto (lo he leído con cierto detenimiento) en un rango de fechas de nacimiento casi idénticas, entre 1946 y 1964, desde luego bastante alejadas de lo que humildemente tenía yo en la cabeza: que, al menos en España (puede que haya variaciones por países, no lo sé), se llamaba boomers a los nacidos en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado.

Deduzco que el dibujante Bartolomé Seguí tenía la misma idea que yo y que la mayoría de la gente, porque los protagonistas de su libro son un grupete que ronda los sesenta tacos. Uno de ellos, Ernesto (seguramente un alter ego del autor), parece estar atravesando una temporada algo difícil, como que se ha dado cuenta de que empieza a enfilar el final del camino, y decide hacerse un viajecito él solo para resituarse en su nueva etapa. Así lo hace, con la aquiescencia de su comprensiva mujer, y lo vemos circular en un Smart por las carreteras creo que de Mallorca, mientras reflexiona sobre su vida y las dudosas perspectivas que se abren en su futuro.

En realidad el viaje no da más de sí, ni descubre a la mujer que le hará rejuvenecer, ni se emborrachará ni se echará a llorar, ni tendrá una revelación ni se verá envuelto en una trama de contrabandistas. No le va a ocurrir nada, así que se podría haber ahorrado el dinero dándose unas vueltas por el monte o en la playa cerca de su casa, aunque los dibujos de esos itinerarios, a veces de noche y envueltos en una tormenta, son quizá lo más destacado del libro.

Porque el resto son conversaciones entre la cuadrillita de vejetes, vecinos o amigos desde hace mucho, quizá tres parejas o alguno de ellos single, que alrededor de una mesa, con alguna copita moderada y algo de tabaco, vuelven una y otra vez a la carga con temas parecidos: el paso de los años, las barrigas y las arrugas, la jubilación, un futuro en la residencia, los últimos estertores del sexo, qué mundo este tan diferente, los medios de comunicación y poco más. Estos boomers, cincuentones o sesentones, no salen de esos temas y así resultan mortalmente aburridos. Quizá no tanto para ellos mismos, porque parecen satisfechos con sus charlas, pero sí, inevitablemente, para el pobre lector.

En realidad, podrían llamarse boomers o de cualquier otra forma, porque no encontramos ninguna de las circunstancias que podrían definir su paso por la sociedad en unas fechas concretas: fueron la primera generación que no conoció la dictadura, o casi, han experimentado los cambios más radicales en tecnología, cultura o sexo, los primeros que no habían vivido las guerras anteriores, quienes a edades insólitas han empezado a ser prejubilados o despreciados por el mercado laboral, no sé, mil aspectos que pueden definir a los nacidos justamente en esos años y diferenciarlos de cualquier otra generación anterior. Pero nada de esto asoma por el libro, que se limita a esa redundante presentación de los puretas dando vueltas a los mismos tópicos y mirándose al ombligo con un no pequeño grado de autocomplacencia. Ya dice Bartolomé que hay en el libro algo de autobiográfico (yo creo que bastante), y parece que lo que ha pretendido es colocar sus comidas de tarro personales más que componer un relato.

Pudo haber sido algo divertido, valiente, corrosivo, podía haberlos dibujado, nunca mejor dicho, como héroes o como perdedores, superados por la Historia, soñadores derrotados, reprimidos o calentorros de playas mediterráneas, o quizá un poco de cada cosa, que supongo que será lo que más se ajuste a la realidad. Pero no, son un grupito de tristes, con una melancolía pastosa disimulada tras un una copa o el humo de un cigarro, tras una cortina de ironía txotxola (ya he sacado esta palabreja antes en este blog), tipos que aburren a las ovejas hablando de sí mismos y de la decadencia que tanto miedo les da, aunque finjan llevarlo bien.

De las ilustraciones poco puedo decir, están bien sin más, no me llaman la atención casi nunca, pero dejo por ahí algunos recortes por si alguien los quiere valorar con más elementos de juicio. Pero por lo demás se me ocurren bastantes cosas mejores que hacer en la media horita que se puede tardar el leer el libro.