lunes, 29 de febrero de 2016

Jenny Offill: Departamento de especulaciones






Idioma original: inglés
Título original: Dept. of Speculation
Año de publicación: 2014
Traducción: Eduardo Jordá
Valoración: muy recomendable

A veces me pregunto si existe en la literatura algo parecido a lo que fue el punk en la música. No me refiero a agresividad o aspecto estético. Más bien a ruptura de esquemas e irrupción de espíritu do it yourself. Y no soy un entusiasta de los experimentos, así que no aceptaré el collage de Danielewski, o los experimentos de Tao Lin o alguna novelilla que he visto (lo juro) basada en textos de Whatsapp. Vamos.
Sí que capto ese espíritu en este Departamento de especulaciones. Porque Offill, nacida en el 68, apuesta por un formato narrativo original. Frases sueltas, párrafos casi siempre cortos, ausencia o poco peso de los diálogos entre personajes, presencia muy esquemática de la acción. Toda la novela parece estructurarse en torno a fogonazos que surgen de los protagonistas, a trazos vigorosos que combinan citas literarias, reflexiones, conclusiones, información que viene al caso. Porque Departamento de especulaciones es de esas novelas casuales y cercanas que se retienen más de lo que uno toma consciencia mientras la lee. 
Puede que se trate de cómo refleja la vida actual, sobre todo la que se vive en las grandes ciudades. Estudias, trabajas, dispones de escaso tiempo libre que quieres administrar con sabiduría, no se trata de dejar que el tiempo se te eche encima y veas salir la primera cana. Así que la protagonista, escritora poco prolífica que recibe un extraño encargo, se empareja, tiene una hija, paga a la canguro, lucha contra las plagas que infestan la casa, intenta compatibilizar su nueva condición con su profesión, reflexiona (toda la novela podría reescribirse como una secuencia paralela de reflexiones que acompañan el tono), se ilusiona en lo concerniente a lo que la vida le deparará. 
Y de repente, la inflexión. De repente, la ilusión transmitida por una narración en primera persona presente da lugar a la distancia. Un punto determinado de la novela casi nos obliga a echar la vista atrás en el texto. Porque quien narra parece empezar a relatar una experiencia ajena. La infidelidad. El eje cambia y todo se desmorona. La ilusión es sustituida por un negro escepticismo. La cercanía se acaba.
Departamento de especulaciones podría situarse al lado de relatos de Carver o Ford en sus logros. Personajes anónimos (no hay apenas nombres, los personajes son siempre nombrados con iniciales, o se les llama la esposa, el marido, el filósofo) con una existencia poco brillante. Vecinos de esos a los que apenas hemos oído levantar la voz en un par de ocasiones, gente en la que no te fijas hasta que pasados unos meses ves que ya no están. Con su estilo algo defragmentado, Offill consigue que lo cotidiano nos despierte cierta extraña fascinación.

domingo, 28 de febrero de 2016

Beatriz García Guirado: El silencio de las sirenas

Idioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: decepcionante

Esta reseña me ha tenido bloqueado unos días, la verdad. Ya sabéis que en este blog no solemos escribir muchas reseñas negativas, y menos cuando se trata de libros de escritores jóvenes, y no de seres como Coelho o Nicholas Sparks o, ejem, Murakami. Pero es que este libro, simplemente, no me ha gustado, y eso que lo compré con muchas ganas, porque reunía dos elementos que me suelen gustar: el género fantástico, y ser publicado por Salto de Página. Pero no, esta vez no, y después de pensármelo bastante he decidido que lo mejor era explicar por qué, para mí, no.

El planteamiento de la historia es atractivo: por motivos desconocidos, miles de ballenas aparecen varadas en las playas de todo el mundo; un buceador sueco llamado Oless Svalbard se sumerge en la zona, y durante una inmersión que dura algo más de lo debido, antes de desmayarse cree ver una sirena. A partir de entonces se dedicará a buscar evidencias de avistamientos semejantes, en un viaje que le lleva a encontrarse con una serie de personajes enloquecidos, y también con los fantasmas de su propio pasado: su mujer, muerta en un tsunami; una mujer con la que tuvo un hijo al que después abandonó (¿o no?)...

Sin embargo, la autora elige para el texto una estructura elusiva, que escapa de la narración lineal, y que se acerca más a los juegos de espejos pynchonianos de La subasta del lote 49: el narrador muta continuamente, manteniendo solo la primera persona del singular pero siendo al mismo tiempo el buceador / operador telefónico Oless (Ulises) Svalbard, y también Kevin Smith, marine de Missouri con un hijo abandonado en la Baja California... Y varias otras refracciones de una personalidad fragmentada y paranoica. Esta forma de narrar es ambiciosa, arriesgada sobre todo para una primera novela, y por eso me parece digna de elogio, aunque pueda hacer más trabajosa la lectura y pueda llegar a desanimar a algunos lectores.

¿Y por qué, entonces, no me ha gustado el libro? Pues por el estilo; eso que para muchos es el gran valor de El silencio de las sirenas, para mí es su gran fallo. Porque queriendo ser un estilo cuidado y poético, para mí falla el blanco y cae en lo exagerado, en lo pretencioso. Sin querer hacer sangre, sí creo necesario mencionar algunos ejemplos.

Un problema del estilo de la novela es la adjetivación excesiva, y no siempre original: un pecho es "prominente"; también una barriga es "prominente"; unas almorranas son dolorosas, de hecho son "dolorosas almorranas"... Lo mismo ocurre con las comparaciones y metáforas, algunas originales y bien escogidas, y otras innecesarias o tópicas ("Se marchó como las olas en retirada", "...los peces payaso, que siempre se me antojaron los vendedores a puerta fría de los mares..."). La elección léxica de palabras "elevadas" como "abstruso", "ignoto", "narcosis", personalmente (y sé que esto es una cuestión personal), me resulta desagradable. Lo que ya no es una cuestión personal es que determinadas palabras se empleen mal, y en esta novela el verbo "aducir" se utiliza al menos tres veces con el sentido de 'deducir' o 'suponer', que no es el correcto.

Otras veces, lo que ocurre es que el deseo de crear una frase memorable se vuelve en contra de su significado. Por ejemplo, creo que es equívoco decir que "Se observan cambios retráctiles en el ADN de las morenas": una pata o una cola pueden ser retráctiles; una modificación del ADN puede producir un miembro retráctil, pero decir que una modificación del ADN es retráctil es bastante confuso. Y la frase "Cuando la ciencia se hermana con la religión, alguien acaba ardiendo en la hoguera", simplemente me parece errónea: que yo recuerde, quien ha encendido las hogueras históricamente ha sido la religión contra la ciencia; de hecho, me cuesta recordar un caso en el que la ciencia y la religión se hayan aliado para quemar a nadie.

Es verdad que estos problemas (o lo que a mí me parecen problemas) de estilo se concentran en las cincuenta primeras páginas; quizás se corresponden con dos etapas diferentes de escritura, o a lo mejor es que yo me habitué al estilo a partir de esa página y dejé de verlas. Por otra parte, la novela tiene valores innegables, en cuanto a la contrucción narrativa y a una ambición simbólica (los mares, las sirenas, la maternidad/paternidad) que otros podrán desanudar mejor que yo. Es una pena que, en mi caso, el estilo me haya alejado tan enormemente del disfrute de la novela.


También de Beatriz García Guirado en ULAD: Los pies fríos

sábado, 27 de febrero de 2016

José Carlos Llop: Reyes de Alejandría

Idioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: se deja leer

Lo siento: Reyes de Alejandría me ha decepcionado. Aunque puede que por los mismos motivos por los que a otros puede gustar. Así de equívoco vengo hoy tras haber dado cuenta del libro en tres ratitos de nada. 
Modiano. Uno de esos Nobel polémicos. Para mí, a pesar de la poca atención que he prestado a su obra (quizás sea este un buen momento para un propósito de enmienda), uno de esos Nobel inexplicables. Pues algunas menciones hay a Modiano aquí, y encima una notita en el fajín llama a Llop el Modiano español. Así que si eres seguidor del francés que monta un libro con tres cosicas de trama, quizás este sea tu libro.
La cuestión metaliteraria. Aparte de ese tono elegíaco hacia dos ciudades, Palma y Barcelona (no sin ahorrarse sutiles varapalos hacia cómo ciertas cuestiones políticas las han hecho evolucionar, del mencionar a Marguerite Duras, y de andar constantemente con una ambigüedad (que zanja proclamando que se trata de una novela, y no de una autobiografía novelada o una novela autobiográfica o de cualquier otro circunloquio con el que se nos endilgue una narración que bebe del pasado de su narrador), y de usar expresiones trufadas de profunda volubilidad (valga el oxímoron), no sé el motivo por el que, especialmente superadas las primeras 70 u 80 páginas, me ha empezado a invadir una honda sensación (agudizada por la portada; aire de Dylan) de que Llop ha leído alguna que otra cosilla de Vila-Matas. No lo sé, lo juro. 
El empacho cultural. Casi podría hacer una reseña tan extensa como el libro si empezase a elucubrar con todos los iconos culturales propios de la generación del autor a que se hace mención aquí. Voy a permitirme ni siquiera consultar el libro para enumerar aquellos que han dejado más huella en mi memoria. Dylan, of course. Serrat, Sisa, Traffic, Creedence Clearwater Revival, Pink Floyd, Leonard Cohen, Crosby, Stills, Nash & Young, Ezra Pound, T.S.Eliot, Kavafis, Duras, Modiano, Rilke, Hesse. Una sustancial parte del libro parece una enumeración de gustos no por defendibles menos obvios y que, perdonen que tire de cierta subjetividad, parecen alineados para epatar, como para decir qué gusto tiene el autor (perdón, el protagonista) y, de paso, situar inequívocamente la narración en tiempos y lugares reconocibles: la transición, los años 70, esas cosas que a la vez suenan lejanas en el tiempo pero accesibles en la memoria colectiva.
Y aunque Llop ejerza esa especie de crónica de hermano mayor (cuánto porro, cuánta noche de juerga), resulta que lo que en la brillante Solsticio fluía de forma natural, aquí se anquilosa y se hace pesado y hasta reiterativo. Tanta insistencia en las menciones culturales convierte Reyes de Alejandría en un conato de obra generacional que se autoexcluye de hacer guiños a otros sectores. Ni siquiera la esporádica inclusión de personajes ajenos al narrador (amigos, novias) dinamiza una obra que (como Modiano) se extiende en una divagación estética y de  falso sentido progre que (aunque el estilo la sustente) se pierde en constantes falsos arranques sin que la cosa llegue a concretarse.
Y en la contratapa insisten en que esto es una novela.

También de José Carlos Llop en ULAD: Solsticio

viernes, 26 de febrero de 2016

Colaboración: Mar de pirañas de varios autores.

Idioma original: español
Año de publicación: 2012
Valoración: Imprescindible

"Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado 'El dinosaurio'.
-Ah, es una delicia –me respondió- ya estoy leyéndolo". 
José de la Colina (tampoco están mal los giros de Pablo Urbanyi o Marcelo Báez) le da una vuelta de tuerca al mítico lagarto. ¿Hasta qué punto el micro, a fin de cuentas un velocirraptor, ha evolucionado? ¿Qué meteoritos ha tenido que sortear para salvar el pellejo?

Ya sólo –permítanme esta tilde díscola- por el prólogo de Fernando Valls, que responde a muchas de estas cuestiones, merece la pena hacerse con esta antología de microrrelatos: Fernando (no dejéis de pasar por su blog La nave de los locos) conoce perfectamente el paño y nos monta una estantería con las joyas del género. De esa cuidada biblioteca y de la red se nutre Mar de pirañas.

El volumen es un auténtico festín, una sucesión de de bocados minimalistas que dejan agradablemente insatisfecho al lector. Cada texto es un plato que se devora rápido, una copa de un caldo exquisito que se bebe con avidez pero que necesita un tiempo en boca para pillarle el retrogusto: conviene, tras cada historia mínima de Castán, después de cada genialidad de Olgoso, de Greciet, de Prieto Barba, de Muñoz Rengel, de Sánchez Quiles… releer de nuevo la página, detenerse en los recovecos de sus párrafos y cerrar después el volumen para paladearlo durante unos minutos o macerarlo durante una tarde.

Y es que estas "Nuevas voces" –éste es el subtítulo de la colección- son dignas herederas de Javier Tomeo, de Luis Mateo Díez, de Merino, de Millás, de Monzó, de Mrozek o de Örkény. La mayor parte de ellos son sencillamente brillantes.

Quizá –por buscarle algún pero- servidor hubiera escogido otras pirañas de Iwasaki (hay verdaderas maravillas en Ajuar funerario) y hubiera colgado el "Aviso" de María José Barrios. Servidor, tal vez equivocadamente, hubiera añadido a este inventario algún texto de M. José Martín de la Hoz (“Vendo agendas pequeñas para gente de pocos amigos”).

Nada, felizmente, es perfecto. Lo importante es que el dinosaurio está vivo; más vivo que nunca. Se lo debemos, aparte de a sus autores, a la Nube y a editoriales alternativas y entusiastas como Impedimenta, Páginas de espuma, Lengua de trapo o Menoscuarto que apuestan por la orfebrería literaria pues creen que se debe leer también a sorbos. Pueden, pues, despertarse tranquilos.
"Terminemos, o como diría Ana María Shua, "huyamos, los cazadores de letras están aq…"

En fin.

Firmado: Aster Navas

jueves, 25 de febrero de 2016

Carl Wilson: Música de mierda

Idioma original: inglés
Título original: Let's talk about love. Why Other People Have Such Bad Taste
Año de publicación: 2014
Traducción: Carles Andreu
Valoración: recomendable (muy recomendable para aficionados)

Música de mierda podría llamarse Literatura de mierda y hablar sobre (inserta aquí el nombre de un escritor aborrecido). Por ejemplo. Porque hay alguna cosa que este libro no es y es un ejercicio cerrado y acotado sobre una única disciplina artística. Sus planteamientos tienen funciones multiusos a una de las cuales en particular he sido muy sensible. Que no es otro que la cuestión de la actitud crítica, en especial, ese esnobismo tan marca de la casa hoy en día de despreciar de entrada cualquier manifestación artística que cuente con el respaldo mayoritario.
Primero, ya que estamos, las malas noticias: a pesar de lo que su engañoso título traducido apunta, esto no es una relación exhaustiva de malos discos o artistas de los que el decoro aconseja alejarse. Este es un ensayo de 200 páginas cuya figura central (en el dibujo de la portada cuesta reconocerla por su característico apéndice nasal) es, tachán, redoble, no se me desmayen, no lean esto cerca de muebles con salientes, Céline Dion. Sí, la de la canción de Titanic. La de karaokes alcoholizados y sobremesas con irritación de lacrimales. La señora que alarga las notas y da una lección de canto en cada canción de cada disco. Esa.
Bien, alguien quedará aquí que lea este párrafo. Wilson no nos va a intentar convencer de que nos postremos a los pies de la cantante canadiense ni de que salgamos a la tienda a redimirnos adquiriendo varias piezas de su discografía. Pero Wilson, crítico musical en medios de prestigio (Pitchfork, enough said), juega al despiste y especula sobre esa enorme y sempiterna contradicción entre el respaldo de los entendidos y la realidad de pie de calle. Dice el fajín "200 millones de discos después Céline Dion sigue sin gustarle a nadie". Ja. Acercándose y alejándose de esa paradoja Wilson especula sobre los gustos personales como partes claves en la integración de la personalidad (especialmente en la sociedad actual, la del acceso instantáneo y gratuito a cualquier canción), habla precisamente de como eso ha modificado los hábitos y ha acabado alterando el modo en que se disfruta (¿pongo se consume?) la música, y la profunda (riámonos de los nacionalismos) brecha que han causado en la sociedad. Gustos exquisitos vs gustos mayoritarios. La música como elemento de distracción vs (sigo riendo) la música como un intento de cambiar el mundo. A tamaño despropósito (porque creerlo empieza a ser poco práctico) renuncia Wilson argumentando que los gustos personales son eso, personales, que algunos (no muy lejos de aquí) usan esos gustos, esas elecciones, esos férreos criterios de pulgar arriba o pulgar abajo, para demostrar al Universo (o al universo que les hace caso) la personalidad que tienen y lo antes que han estado allí (donde sea), pero que, incluso aceptando la abrumadora tendencia de la mayoría por decantarse por lo fácil, por lo inmediato, por lo que acarrea poca complicación y rápida digestión, lleva de la mano al lector (no siempre rápido, 200 páginas también dan para alguna digresión algo indigesta), hacia el utópico, pero deseable, mundo de la tolerancia y el respeto.

miércoles, 24 de febrero de 2016

D. E. Stevenson: El libro de la señorita Buncle

Idioma original: inglés
Título original: Miss Buncle's Book
Año de publicación: 1934
Traducción: Concha Cardeñoso Sáenz de Miera
Valoración: entre recomendable y está bien

¿Quién no ha jugado alguna vez al Candy Crush? (excluyo de la pregunta a doña Celia Villalobos, porque ya sé la respuesta y además, no creo que frecuente este blog) ¿A qué mola cuando vas eliminando chuches y pasando pantallas y una voz inefable dice "DELICIOUS"? Pues exactamente esa palabra, dicha con esa misma voz, es la que se oye en la cabeza del lector (bueno, en la mía... junto con otras muchas que me ordenan cometer actos apocalípticos, pero... ejem, esa es otra historia) al leer esta novela; es deliciosa. Ahora bien, deliciosa como puede serlo las chuches o golosinas, precisamente: agradables, apetecibles, divertidas, pero quizás en exceso azucaradas y que, en caso de abuso, pueden llegar a empachar.

Esta novela, escrita por la escocesa Dorothy Emily Stevenson (por si alguien se lo pregunta: sí, era pariente del gran Robert Louis), se desarrolla, sin embargo en un ambiente típico -y tópico- inglés: un pequeño pueblecito de la campiña, como hemos conocido en tantas novelas de la misma época de entreguerras que ésta, de tono también humorístico-costumbrista, y escritas por E. F. BensonNancy Mitford, y por supuesto, Wodehouse o Evelyn Waugh. Ambiente inmortalizado también en muchas novelas de Agatha Christie, que tuvo la genial idea de utilizarlo como escenario de intrigantes crímenes y la aún más genial de poner a resolverlos a una apacible ancianita... En esta novela de Stevenson aparecen también los personajes habituales en estas novelas: el vicario, el médico rural, las solteronas, las criadas... y también un misterio se abate sobre el pueblo -llamado Silverstream, en este caso-; pero no es un asesinato, sino el libro que un tal John Smith ha escrito y que se titula, acertadamente, El pertubardor de la paz. Esta novela  ha sido escrita, en realidad , por uno de los habitantes de Silverstream, la muy discreta señorita Barbara Buncle (supongo que nadie considerará esta revelación como un spoiler, teniendo en cuenta el título...), y puesto que, como ella siempre asegura "carece de imaginación", se ha basado en sus propios vecinos para dar forma a los personajes del libro, revelando debilidades y secretillos que sus dueños hubieran preferido que no saliesen a la luz.

La aparición de El perturbador de la paz hace precisamente eso, pues: perturbar la paz del pueblo y saca a relucir lo mejor y lo peor de cada afectado. También, hay que decirlo, sirve de inspiración a alguno que otro... Esto, en realidad, es lo más interesante de la novela de Stevenson: se establece una especie de juego de espejos metaliterario  -o incluso de muñecas rusas- entre la realidad -es decir, la ficción que estamos leyendo nosotros- y la ficción -esto es, la que leen los personajes de la ficción que leemos nosotros-; vamos, que si esto se le llega a ocurrir a un escritor con más renombre literario y/o intelectual (una cosa no conlleva la otra, me temo), se hubiese considerado la caraba y aún se harían tesis doctorales sobre la obra (no me digáis que a Cervantes ya se le había ocurrido algo así, que ésa es otra liga...). La novela -las dos, en realidad, o incluso las tres... y no digo más- también puede promover una interesante reflexión sobre la naturaleza de la ficción literaria, las características de la hoy llamada "autoficción" y sus peligros, que en el libro son reales y nada metafísicos. La novela como es de suponer está escrito en un tono distendido y aun humorístico; de hecho, más de una vez da la impresión de que su autora -me refiero a D.E. Stevenson, no a Miss Buncle- podría haber afilado bastante más su ironía, pero parece que se contuvo  y no quiso hacer sangre con sus personajes. Para el disfrute del lector puede resultar una lástima, claro, pero, por otra parte, también es de agradecer a veces la empatía de los autores hacia sus criaturas. Otro detalle de estilo, al menos de algunos diálogos, es un tono más bien machista que hoy día nos puede chocar - no sé si a todo el mundo, me temo-, pero que supongo era el habitual en 1934... sin descartar que también se debiera a la sutil ironía de la autora.

En todo caso, una novela esta que sin duda hará disfrutar a quien se decida a leerla... a pesar del azúcar. Y si alguien es especialmente goloso, aviso de que existe dos novelas más protagonizados por la encantadora señorita Buncle. Siempre será mejor leerlas que jugar al Candy Crush, desde luego...


martes, 23 de febrero de 2016

Ba Jin: Familia

Idioma original: chino
Título original: Jiā
Año de publicación: 1933
Valoración: Recomendable


Ba Jin es el pseudónimo de Lǐ Yáotáng (1904-2005), considerado un innovador en el marco de la literatura china y uno de sus escritores más influyentes. Tras graduarse en lenguas extranjeras, completa sus estudios en Francia, donde estuvo viviendo tres años. De ahí la influencia en su obra de los grandes novelistas del XIX, en particular, franceses y rusos.
Familia constituye la primera entrega de una trilogía titulada Torrente. Le siguieron Primavera (1938) y Otoño (1940). Aparte de los valores indiscutibles de la novela, el intento de aclimatación de las estructuras occidentales es más que meritorio, aunque carecer de modelos dentro de su idioma y cultura constituya en cierto modo una carga. A mi parecer, esto es evidente en la simplicidad de las situaciones, en la exposición demasiado directa del mensaje y en una construcción de personajes excesivamente esquemática. Rasgos todos ellos, junto con la idealización del paisaje, que tras el imprescindible proceso de maduración, llegarían a conformar la fisonomía de gran parte de la novelística oriental posterior.
Por otra parte, el argumento se desarrolla con vigor y agilidad. Ba Jin expone sus ideas con tanta convicción que enseguida nos convierte en sus cómplices. Habla de lo que mejor conoce: los conflictos e incidencias en una familia acomodada –como la suya propia– marcadamente patriarcal, enraizada en las estructuras feudales que empezaban a desmoronarse y repleta de prejuicios sociales, religiosos, sexistas o mantenidos solo por la fuerza de la costumbre.
Conocido por sus ideas anarquistas, su posterior apoyo a la república durante la guerra civil española, tachado de contrarrevolucionario más tarde por el régimen comunista, el factor político está presente en todo momento. Aunque aquí no manifiesta simpatía por ninguna tendencia, limitándose a presentar una juventud en rebeldía contra la represión comunista –juventud que apuesta por la formación de los (y las) jóvenes, la libertad de prensa y la posibilidad de manifestarse públicamente, como medios para la tan necesaria renovación de la sociedad– y que opone a otra más conformista y conservadora.
Si hubiese una palabra que calificase en la novela a las estructuras consolidadas de la China de la época, esta palabra sería crueldad. Dirigida hacia los dos sexos pero cebándose más en las mujeres, con víctimas en todos los estamentos sociales aunque con más intensidad en los de abajo. Matrimonios de conveniencia, para unir fortunas o simplemente para aplicar las predicciones de los horóscopos, adolescentes obligadas a casarse con ancianos, niñas con los pies deformes y llenos de cicatrices que recuerdan dolores insoportables, o que salen de sus casas para servir gratis a familias pudientes, desaprobación social a las mujeres que estudiaban, incluso a las que se cortaban el pelo, imposibilidad de su acceso a las escuelas de enseñanza superior, reservada solo a los chicos. Todo esto provoca situaciones dramáticas: suicidios, amores frustrados, parejas infelices… La paradoja –aplicable a cualquier sociedad y época– es que todo el mundo conoce los hechos y nadie hace nada. Cabría preguntarse si la principal lacra es la crueldad en sí o la indiferencia que la ampara secularmente.
Es interesante también la descripción de ciertos ritos, juegos y prácticas supersticiosas. Algunos, como las primeras celebraciones de año nuevo, parecen evocarse con nostalgia; otros evidencian una fuerte carga crítica, como la impactante escena en la que se describe el espectáculo llamado la linterna del dragón en la que se quema sin piedad el cuerpo de un supuesto animal,  integrado en realidad por figurantes, solo para divertir a la concurrencia; o prácticas absurdas, como quemar billetes para honrar a un difunto o apaciguar a los dioses.
Ba Jin, que concebía la vida como lucha en pos de unos objetivos, opone un gran voluntarismo a ese montón de tragedias. Sabe que no todo el mundo posee la fuerza interior que hace falta para oponerse, pero está convencido de que quien pelee contra viento y marea resistirá sin ser destruido y hasta puede que acabe venciendo.

lunes, 22 de febrero de 2016

Umberto Eco: El péndulo de Foucault

-Idioma original: italiano
Título original: Il pendolo di Foucault
Año de publicación: 1989
Traducción:  Ricardo Pochtar (revisada por Helena Lozano)
Valoración: recomendable


Sentimiento de culpa. Tal fue el que me asaltó el pasado día 20, cuando me enteré de fallecimiento de Umberto Eco. No porque tuviera algo que ver con el mismo, claro está, sino por una razón minúscula y quizás absurda: en la reseña que firmé sobre su última novela, Número Cero, no sólo no la dejé demasiado bien... además mencionaba mi sospecha de que su edición podía deberse sobre todo a que su autor, dada su avanzada edad, no quería que se quedara en un cajón... Vale, tal vez sentirse culpable por una cosa así sea excesivo y, de hecho, mi opinión sobre esta última novela de Eco no ha cambiado, pero, en todo caso, a modo de expiación y resarcimiento, si cabe, permítanme reseñar otra novela suya que me gustó bastante más y que creo que ha sido, en general, injustamente valorada; al menos yo puedo contar con los dedos de una mano las opiniones positivas que he oído sobre la misma. Y me sobran dedos, me temo...

Como es obvio, estoy hablando de El péndulo de Foucault, la siguiente novela que publicó Eco después de la mega-ultra-superexitosa El nombre de la rosa y que se esperaba con comprensible expectación. Que se convirtió en decepción para muchos lectores, parece ser... No es que la novela responda a los típicos argumento y esquema de los best-sellers, ciertamente -menos, incluso, que la anterior de Eco-: en el agitado Milán de los primeros 70, se conocen un estudiante de Filosofía y Letras, Casaubon (el nombre no es casual) y dos responsables de una bifronte editorial, Belbo y Diotallevi. Casaubon está escribiendo su tesis sobre los templarios y justamente, uno de los aspirantes a publicar en la editorial, el turbio coronel Ardenti, les habla de un supuesto plan esotérico desarrollado a lo largo de los siglos y en el que los templarios jugarían un papel central. Años después, los tres amigos se basan en esa idea para, a modo de juego -cada vez más serio-, trazar ellos una conjura similar que, de forma increíble, habría permanecido oculta, estructurando la historia secreta, teosófica y hermética de Europa durante el último milenio.

La novela funciona muy bien por lo que respecta a la invención de la trama por parte de los tres protagonistas y la dinámica entre éstos. Bastante bien la aportación de los diferentes secundarios, equívocos y peculiares, que van apareciendo alrededor de esta urdimbre. Y no tan bien en lo referente a la resolución de la novela y de la trayectoria individual de los personajes, creo yo. Además, Eco desplegó aquí buena parte de su inmenso arsenal cultural, sección hermetismo esotérico -o esoterismo hermético, no sé-; no es de extrañar que muchos lectores se sintieran abrumados (un ejemplo: el nombre de Casaubon se debe a un filólogo ginebrino del XVI que cuestionó la datación tradicional del  Corpus Hermeticum, obra de supuesta sabiduría secular, atribuida nada menos que a Hermes Trimegisto y... es todo un buen rollo, lo sé); sobre todo porque la narración, libracos y nombres arcanos aparte, no acaba de resultar redonda. Estructurada, además, a partir de las sefirot o esferas de la Cábala, lo que tampoco es moco de pavo... Aunque, en mi opinión, merece la pena leerla.

Aparte de eso, la novela no deja de ser una parodia de todo ese género histórico-esotérico, que ya existía desde hacía muchos años, aunque, precisamente a comienzos del nuevo milenio, conocería -y sufriríamos nosotros- un exitoso revival. Cabe preguntarse si tuvo alguna responsabilidad en ello esta novela de Umberto Eco (en un momento determinado, se menciona la idea de que Jesucristo se casara con María Magdalena y su descendencia diera origen a la estirpe real de Francia, la sang réal:

" _ Vale -dijo Diotallevi-, nadie te tomaría en serio.
 _Te equivocas, vendería varios cientos de miles de ejemplares, repliqué sombrío-. Esa historia existe, ya está escrita, con diferencias de detalle (...)"  ).

De igual manera, podemos preguntarnos si Eco tuvo alguna culpa en la aparición de multitud de epígonos de género histórico-detectivesco que surgieron a partir de El nombre de la rosa  (o si algún escritor la tiene, cuando ocurre algo parecido)... En todo caso, también hay que recordar que esta su primera novela fue la causa de que miles o cientos de miles de personas se acercaran a la lectura y disfrutaran -disfrutáramos- de ella; sólo por eso, ya deberíamos estarle agradecidos a su autor.


Otras obras de Umberto Eco reseñadas en Un Libro al Día: El nombre de la rosaApostillas a El nombre de la rosaEl cementerio de PragaNúmero CeroLa misteriosa llama de la reina Loana

domingo, 21 de febrero de 2016

Pierre Lemaitre: Irène

Idioma original: francés
Título original: Irène
Año de publicación: 2006
Traducción: Juan Carlos Durán
Valoración: recomendable

Lemaitre ya me ha demostrado que es capaz de dominar bien cómo estructura sus novelas. Cosa que funciona de maravilla a la hora de abordar ciertos géneros (¿quién dijo géneros?). El elegante crescendo de Nos vemos allá arriba contrasta con el oscuro triángulo de Vestido de novia, y para Irène, primera novela y espectacular arrancada de su carrera, optó por un desarrollo un poco más convencional.
Hagamos las presentaciones, y ya que Alfaguara lo publica en una serie negra, quizás algún detalle podamos zanjarlo, porque algunos convencionalismos sí que nos encontraremos.
El policía atípico: Camille (¿será un homenaje a Camilleri igual que Montalbano es un homenaje a Montalbán?) Verhoeven, inspector de policía que convive con un complejo intermitente debido a su baja estatura).
Los crímenes repetitivos: primera escena de impacto, una casa de alquiler en una localidad cercana a París donde se encuentran los cadáveres de dos chicas jóvenes sometidas a una auténtica carnicería. Una huella dejada relaciona los asesinatos con otros producidos con anterioridad.
El equipo de investigación: una vez se tiene clara la relación entre los crímenes, puntuales filtraciones del avance de las pesquisas son informadas a la prensa, lo cual delata que el equipo puesto a disposición de Verhoeven es de lo más heterodoxo: alcohólicos, ludópatas, becarios motivados, niños de papá con vocación de criminólogos.
Los típicos sospechosos: eso, la lógica policial empieza a funcionar como una apisonadora. Relaciones, coincidencias, móviles para los crímenes, casualidades que no lo son, intriga, intriga, intriga.
La coartada literaria: resulta que todos los crímenes han emulado de la forma más fiel posible (y eso implica mucha truculencia) algunos que han salido en novelas (de Easton Ellis, de Ellroy).
El asesino refinado: STOP.
Y ya decir muchas más cosas supone aumentar el riesgo, que ya se iba elevando, de planchar el final. Supongo que muchos habrán detectado aquí un esquema común no solo a algunas novelas, sino a muchas obras del mundo audiovisual (incluyendo cine y capítulos auto-conclusivos de series de TV de alto presupuesto). Cosa que es defecto  y virtud. Que Lemaitre, insisto, domine el tempo no significa que no visite lugares comunes, intercambiando elementos y homenajeando, en un hábil requiebro, el propio género del cual Irène amaga con huir pero no. Reivindicando lo injusto de su status como subgénero o contradiciendo aquello que he leído hace un tiempo de la novela negra como recurso socorrido para escritores mediocres. Irène se disfruta enormemente, se degluten sus casi 400 páginas en apenas media docena de horas, que pudieran ser perfectamente de una tacada. Otra cosa (cosa que sí ocurre con Nos vemos allá arriba) es que se haga acreedora a la condición de stándard, a eso que tanto nos fascina de merecer relecturas o ser un clásico instantáneo. Ese botoncito Lemaitre ha conseguido pulsarlo, algunos años más tarde. Pero muchos quisieran tener arranques tan decididos.

También de Lemaitre en ULAD: Vestido de noviaNos vemos allá arribaTres días y una vida

sábado, 20 de febrero de 2016

Anthony Burgess: La naranja mecánica

Idioma original: inglés... y nadsat
Título original: A Clockwork Orange
Año de publicación: 1962
Traducción: Aníbal Leal y Ana Quijada (el prólogo y el capítulo 21)
Valoración: Muy recomendable


Todos hemos visto la película (supongo); sus imágenes forman parte de la iconografía de la Historia del cine y también de la cultura pop del siglo XX. Los niños se disfrazan de drugos en Carnaval. Millones de aficionados al fútbol identifican con su título a cierta selección nacional (supongo también). Pero, ¿cuántos hemos leído la novela original de Burgess? No pretendo ir de estupendo: yo no lo había hecho hasta ahora, lo reconozco... Cierto es que el hecho de conocer ya su argumento, al haber visto la película y la aparente dificultad de su lectura provoca que mucha gente no se moleste en leerlo, creo... En el caso de la "dificultad" de su lectura, se debe a que la novela está escrita, casi en todo momento, utilizando la supuesta jerga nadsat, inventada por Burgess a partir del slang del Este de Londres y el ruso. He aquí una muestra (prometo que tomada al azar): "Pero cuando se hubo ucadido y yo estaba preparándome esa taza muy fuerte de chai, me reí para mis adentros pensando en la vesche que tanto preocupaba a P.R. Deltoid y a sus drugos. Pues bien, si me porto mal, con las crastadas, los tolchocos y los juegos con la britba y el viejo unodós unodós, y si me lovetan, tanto peor, oh hermanos míos, y a decir verdad no puede gobernarse un país si todos los chelovecos se comportan como lo hago yo de noche..." No está mal, ¿eh?; pero no hay que asustarse: cuando se llevan leídos dos o tres capítulos, ya no hay que consultar el glosario que está al final del libro... más de media docena de veces por párrafo. De todos modos, el curioso lenguaje con que está escrita la novela, plagado también de onomatopeyas -e influenciado, por lo visto, por la narrativa de Joyce- no impide para nada que su lectura sea extremadamente ágil, acorde con la narración anfetamínica que estamos leyendo.

No contaré mucho de la historia en sí, pues supongo que ya es de sobra conocida: el protagonista, Álex, es un adolescente líder de una pandilla de drugos que se dedican con denuedo a drogarse, robar y practicar la ultraviolencia en una ciudad de una Gran Bretaña distópica, aunque bastante verosímil. Lo único positivo que se puede encontrar en el personaje (aunque no del todo, porque también contribuye a exacerbar su ansia destructiva) es su amor por la música clásica. No contaré más para no chafar la lectura a quien no conozca la novela ni la película, pero en, fin, sólo avisarle de que va a encontrar altas dosis de violencia y cinismo; y sobre todo, una crítica despiadada a todo lo que se mueve: la prepotente juventud y la rencorosa vejez, la mezquindad de las clases populares y la suficiencia de los intelectuales, la manipulación por parte del Gobierno y también de los políticos de la oposición... Lógicamente, es una novela sobre la violencia, sobre su naturaleza y sus consecuencias (que nadie piense, además, que Burgess escribía sobre el particular desde la barrera: su esposa sufrió durante la guerra mundial una agresión similar a las que se narran en la novela, a manos de unos desertores del ejército estadounidense). Pero es un libro que no da respuestas, me temo, aunque sí que nos hace plantearnos las preguntas.

Lo mismo ocurre sobre el tema que, en mi opinión, es el principal de este libro: el viejo asunto del libre albedrío, tan caro para los escritores británicos católicos, como era Burgess -y esta vez no lo digo yo: lo comenta él mismo en el prólogo-... la característica de esta novela es que lo del libre albedrío puede verse desde una perspectiva política, es decir, la libertad de actuación , aunque sea para cometer tropelías, del ciudadano frente a la tutela del Estado; pero también, lo podemos contemplar desde el punto de vista religioso: ¿hasta qué punto una supuesta divinidad, además omnipotente, nos deja libertad para errar a sus criaturas, creación suya, por otra parte...? Así se pregunta el personaje que, junto con el escritos que sufre la agresión en su casa, claro está, parece más un reflejo del autor de la novela, el capellán de la cárcel -o como diría el viejo Álex, el chaplino de la staja-: "...La  bondad viene de adentro, 6655321. La bondad es algo que uno elige. Cuando un hombre no puede elegir, deja de ser hombre..."

Por fin, está el asunto del capítulo 21 y último. Un capítulo que no fue incluido en la edición norteamericana -ni en la primera española, al parecer- y tampoco en la versión cinematográfica, basada en ésta. Un capítulo que, en cierto modo, cambia el significado final de la novela...o quizá no. Porque puede que nos ea sino una vuelta de tuerca más, más satírica de lo que parece. O una venganza del autor sobre su personaje, quién sabe... en todo caso, es cada lector quien debe decidir, como reconoce el propio Burgess si este capítulo mejora el libro o no. En fin, hermanos míos, que todo veco y toda debóchca que no haya leído el libraco lo haga scorro, a videar qué le parece la vesche. Estoy seguro de que el rascaso le resultará joroschó. Pero que muy joroschó...





viernes, 19 de febrero de 2016

Luis Martín-Santos: Tiempo de silencio

Idioma original: español
Año de publicación: 1.961
Valoración: Imprescindible 

Tiempo de silencio ha sido uno de los libros que más me ha marcado en mi ‘biografía lectora’. Supongo que todos tenemos nuestros iconos particulares, aquellos títulos que dejaron huella para siempre. Este es uno de los míos, no sé si el más importante, pero tuvo un carácter iniciático que me abrió el camino a ciertos autores más arriesgados, a estéticas a veces rompedoras y que casi siempre exigían bastante del lector: Juan Benet, Goytisolo, Torrente-Ballester… Y, claro está, me condujo sin dilación a Joyce, a quien Martín-Santos tanto debía desde el punto de vista literario.

Si nos fijamos en el argumento, la novela no se distancia del realismo precedente: Pedro es un médico dedicado sin éxito a la investigación que, un poco casualmente, entra en contacto con la miseria de los suburbios de Madrid. El viaje se convierte –si se me permite el tópico- en un descenso a los infiernos, durante el que nuestro personaje se encuentra con los barrios bajos, paisajes chabolistas y gentes de los últimos escalones del lumpen. El escaso lapso de tiempo que abarca la narración incluye un recorrido por diversos ambientes y personajes de la noche madrileña, que culmina con una borrachera en un prostíbulo. Durante toda la acción se suceden diversas escenas sórdidas, la más famosa de las cuales es la retransmisión en directo de un aborto, hasta que del contacto con el inframundo termina brotando la violencia. 

El tránsito de Pedro puede verse en varios planos: el hilo argumental en sí evoca quizá a Baroja o a Céline, es la foto de una sociedad gangrenada por la pobreza extrema, donde asistimos al contraste entre el mundo pequeño-burgués y la realidad de los poblados. Y en el plano puramente subjetivo es el dibujo de un personaje débil y arrumbado por el fracaso que, a poco que asoma fuera de su pequeño reducto de seguridad, se ve zarandeado y arrastrado con naturalidad hacia el agujero negro. Vamos, un planteamiento intenso, aunque tampoco excesivamente novedoso.

Porque la gran aportación de Martín-Santos se encuentra en el aspecto formal. Hasta bien pasada la mitad del siglo XX, la novela española estaba dominada por el realismo, más o menos escorado hacia el costumbrismo. Hablamos del primer Cela o de Sender, Delibes o Laforet. Alejándose de esta corriente, don Luis presenta el esqueleto de una narración realista, pero la altera por completo mediante la innovación formal. De esta manera, asistimos a la introducción de técnicas como el monólogo interior o la digresión (a veces entrecruzados con la narración), referencias cultistas, tecnicismos y neologismos, cambios de perspectiva, audaces perífrasis o enumeraciones voluntariamente desmedidas. Todos ellos, recursos narrativos hasta entonces inusuales en la novela española, y utilizados además de forma masiva. 

Este despliegue retórico, aplicado sobre un relato convencional consigue además un efecto muy potente: generar una distancia brutal entre forma y contenido que tiñe la historia de una ironía que a veces la aproxima al esperpento (Luces de bohemia se movía en registros no muy lejanos). La narración, en principio sencilla, se percibe así distorsionada, velada detrás de claves interpretativas que hay que descifrar, oscilando entre la caricatura y una solemnidad amargamente sarcástica.

Tal vez a estas alturas del siglo XXI este tipo de herramientas estilísticas han dejado de sorprendernos. Quizá ahora, con la perspectiva de 50 años transcurridos, se pueda considerar que Martín-Santos le dio alguna vuelta de más al barroquismo. Y hasta podría ser que Santi se volviese a desdoblar en sus facetas de lector y filólogo para concluir que, en la primera de estas condiciones, en Tiempo de silencio pesan más las trabas a la lectura que lo que aportan sus técnicas. Pero, a pesar de todo, sigo pensando que es una novela decisiva, que no sólo debe conocerse sino que puede y debe disfrutarse, aunque cueste algún trabajo.

jueves, 18 de febrero de 2016

Colaboración: Postales de invierno, de Ann Beattie

Idioma original: Inglés
Título original: Chilly Scenes of Winter
Año publicación: 1976
Valoración: Muy recomendable

La novela americana está llena de personajes inadaptados. Así, a bote pronto: Ignatius J. Reilly (La conjura de los necios) o Holden Caulfield (El guardián entre el centeno). Pues bien, después de leer Postales de invierno, podríamos incluir en esta lista de inadaptados a Charles, su principal protagonista.

Charles, hombre de unos 30 años, “de buena familia”, cínico, descreído, con un trabajo monótono y obsesionado. Con Laura. Laura. Laura. Siempre Laura.

Protagonista principal de una novela sobre el amor no correspondido (de Laura, claro), sobre las frustraciones y el desencanto vital  de una generación “post-muchas cosas”: guerra de Vietnam, mayo del 68, Woodstock, revolución sexual, descubrimiento de las drogas.

Una novela en la que no pasa “casi nada”. Pasa, sobre todo, Laura por el cerebro de Charles, pensando cómo recuperarla. Pasan los buenos y malos momentos de Charles con Laura. Pasa el día a día de Charles. Pasan sus “relaciones sociales” monótonas, anodinas, insostenibles. Que no es mucho, no. Pero es más que suficiente.

Para mí, lo más destacable de la novela son los personajes. Es una novela de personajes, que en las primeras páginas quedan perfectamente definidos, y que resultan entrañables, creíbles, reales. Fundamentalmente Charles, centro de la novela. Pero también su inseparable amigo Sam (¿quién no querría tener un amigo como Sam?) y su ultrahipocondríaca madre Claire.

¿Y Laura? También Laura. También Laura. Siempre Laura.

Y la música. Sí, la música. A lo largo del libro, una serie de canciones de los Stones, Dylan, Janis Joplin, Billie Holiday... que terminan de dar sentido a los diferentes momentos por los que pasan Charles y Sam.

Por último, hay que decir que el ya clásico diseño de Libros del Asteroide y el prólogo de Rodrigo Fresán completan una edición muy apetecible.

Total, una novela altamente recomendable. Llena de tristeza y, a pesar de ello, también de humor (y de Laura, por todas partes Laura). Reflejo de una época y de una generación que en el cine retrataron peliculones como Taxi Driver, El cazador, Tarde de perros o Alguien voló sobre el nido del cuco. Casi nada.

Firmado: Kim Jong Nam

miércoles, 17 de febrero de 2016

Gabriela Ybarra: El comensal

Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: recomendable

La autoficción, o las ficciones del yo, como se les quiera llamar, comenzaron siendo una innovación interesante; después se convirtieron en un género con derecho propio, y ahora llevan camino de convertirse en una moda, compitiendo, en España, con las novelas sobre la Guerra Civil y las novelas sobre la Transición. Naturalmente, entre tanta novela sobre escritores que escriben las hay buenas, muy buenas, malas y excelentes. Las hay que son una expresión honesta de una historia que exige ser contada, y las hay que son un bucle egocéntrico de narcisismo. El comensal de Gabriela Ybarra, aclaro ya, pertenece al primer grupo: es una novela cruda, directa, que a su autora le debe haber dolido escribir, por el tema y por su cercanía.

El comensal habla de dos muertes en la familia de Gabriela Ybarra: la primera, la de su abuelo, el empresario Javier de Ybarra, secuestrado y asesinado por ETA en 1977. La segunda, la de su madre, afectada por un cáncer en apariencia fácilmente superable, pero que se complicó y le provocó una muerte rápida y angustiosa para las personas de su entorno. Gabriela Ybarra fue testigo directo de todo el proceso de esta segunda muerte; la primera solo la conoció por rumores y versiones contradictorias, hasta que decidió investigar sobre el asunto.

Esto explica la diferencia entre ambas partes de la novela: la primera, más corta, reconstruye a través de los testimonios de los periódicos y los testigos (con añadidos ficcionales, como la propia autora advierte) el tiempo que pasó desde que un comando de ETA entró en la casa de la familia Ybarra para llevarse al empresario, hasta que su cuerpo fue encontrado en una pista forestal del parque del Gorbea. Esta primera parte, que podía haber sido quizás más extensa profundizando más en determinados aspectos, está escrita con un tono periodístico, distanciado, que contribuye a la crudeza de la historia.

En la segunda parte, en la que se narra la enfermedad de la madre de la escritora, el tono se vuelve más emotivo y confesional, con escenas gráficamente descritas en las que se aprecia la fragilidad del cuerpo humano cuando es derrotado por la enfermedad, y también la ternura, el miedo, la soledad, la culpa, la aceptación de la muerte. En esta segunda parte, la presencia de la voz de la escritora domina clarmente el texto y lo empuja hacia algunos de los clichés de la autoficción: la escritora que escribe y cuenta cómo escribe el libro que ahora estamos leyendo, las dudas sobre el proceso creativo... En ocasiones, la verdad, algunas divagaciones y reflexiones literarias de la autora, que no aparecían en la primera parte, parecen estar incluidas solo para conseguir que la novela pase de las cien páginas.

Es curiosa la recepción que ha tenido esta novela, que siendo una buena novela, aunque algo desequilibrada, como digo, no se puede decir que sea una novela sobre ETA, como han escrito muchos medios (a lo mejor porque no se han molestado en leerse el texto). Sus primeras treinta páginas tratan sobre ETA, y el tema vuelve a aparecer nuevamente en algunas de las páginas finales, pero el núcleo de la obra lo ocupa la enfermedad y la muerte de la madre, que es también, o así me lo parece, el acicate que ha llevado a Gabriela Ybarra a comenzar a escribir. La escritura es un exorcismo contra la muerte, sea esta una muerte violenta provocada por el terrorismo, o una muerte natural provocada por una enfermedad terrible.

La escritura es una forma de intentar dar sentido al sinsentido; ese creo que es el mensaje y el tema de la novela. Y en ese caso, el uso de la autoficción está plenamente justificado.

martes, 16 de febrero de 2016

Joseph Mitchell: El secreto de Joe Gould

Idioma original: inglés
Título original: Joe Gould's secret
Año de publicación: 1942-1964
Traducción: Marcelo Cohen
Valoración: imprescindible

Uno ya no sabe cómo llega a ciertas lecturas. Citas de referencias en artículos que llaman la atención por encima de otros, o a veces la mera coincidencia de ver algo nombrado en distintos lugares. Ni idea, porque en este mundo acelerado, uno va muy liado. Con lo cual no voy a tener a quién dirigirme para agradecerle que este libro haya caído en mis manos. Mientras me acuerdo, os lo voy a decir sin más ambages. Este libro es una maravilla. De las que se cuelan hasta el tuétano mientras las lees. De las que te hacen asentir con la cabeza. Aquí está concentrada la esencia que pudo inspirar algunos a los que no hemos dudado en calificar de pioneros. No es que haya que ponerlo en tela de juicio, pero a ver si algo del Capote de A sangre fría no es visible en el cuidado y en el sentido común del Mitchell cronista. O el Auster de la Trilogía de NY, el de los tipos que se postran en un rincón y ahí se abandonan. O hasta la prosa sucia pero extraña de Lethem. La crónica boquiabierta y circunspecta de Foster Wallace.

Joe Gould se licenció por Harvard. Procedía de una familia pudiente de Boston y parece que eso era lo que tocaba hacer. Pero lejos de seguir los pasos de antepasados dedicados a la medicina o a los negocios, algo hizo clic (o plof) en su cabeza y se fue a Nueva York y ahí su vida, diríamos los normales, se truncó. Quería ser un bohemio, alguien ajeno a los convencionalismos, quería embarcarse en escribir la Historia oral de nuestro tiempo, ambicioso y descabellado proyecto literario que, como uno de los pequeños detalles que entraña ser un bohemio es no tener un lugar fijo para dormir o estar, acumula en cuadernos que va entregando a depositarios. Joseph Mitchell, periodista llegado a New York justo en la semana de febrero del 29 en que oficialmente se iniciaba la Gran Depresión, se fija en él y escribe dos artículos, uno en 1942, otro más extenso en 1964, mejor llamémosles reportajes, narrando lo que sabe del personaje, lo que imagina, lo que es. Dos textos portentosos, dos auténticos tratados de eso llamado Nuevo Periodismo, bajo la forma de una narración que oscila de lo trágico a lo cómico. 

"Joe Gould es un hombrecillo risueño y demacrado que desde hace un cuarto de siglo goza de notoriedad en cafeterías, bares y tugurios de Greenwich Village. A veces, con cierto sarcasmo, se jacta de ser el último bohemio. "Todos los demás se han quedado en el camino", dice. "Algunos están bajo tierra, otros en el manicomio y otros en la publicidad."

Mitchell se interesa por Gould porque quiere escribir un perfil sobre él para The New Yorker. Pero pronto ese interés trasciende lo profesional y dinamita la barrera de la curiosidad. Mitchell quiere ayudar al tipo y se imagina que una de las maneras de ayudarlo pasa por intentar comprenderlo. Gould se pasa la vida sacándole dinero a Mitchell (y a quien se tercie, la lista es larga) con el mínimo pretexto. No son limosnas, son aportaciones a la Fundación Joe Gould, que él invierte sabiamente en pagar la precaria pensión u hotelucho donde pueda dormir esa noche y, claro, en emborracharse de forma compulsiva.

"Gould no vive sin preocupaciones; sufre el tormento constante de lo que llama "la Trinidad": intemperie, hambre y resacas. Duerme en bancos de estaciones de metro en suelos de estudios de amigos y en albergues para vagabundos del Bowery."

Éstos que he transcrito son los primeros párrafos del libro. El nivel literario no baja un ápice, Mitchell desplaza su narración en seguimiento de las gestas de Gould, por el que resulta difícil no acabar sintiendo una mezcla de compasión, simpatía y cierto estupor. Él mismo se debate entre sorpresa, esperanza, desesperación ante su errático comportamiento. Mitchell lo transmite a la perfección a través de anécdotas, brillantes transcripciones de diálogos y un ritmo sostenido: el tiempo pasa y los intentos de Mitchell por mejorar la situación de Gould son en vano, porque Gould ha elegido esa dura existencia. Gould se nos muestra como un niño mayor, como un adolescente caprichoso que prefiere recibir un prolongado castigo a ceder en aquello que, ciegamente, es su elección vital. Y Mitchell nos lo transmite, nos convierte en cómplices y aunque se nos pueda escapar más de una sonrisa a la vista de las curiosas argucias para rascar unos centavos, el paquete está envenenado. La Gran Depresión, el capitalismo salvaje, la sociedad neoyorquina, presentes como telón de fondo de una historia que, medio siglo después, rabia de contemporaneidad.

lunes, 15 de febrero de 2016

Zoom: Contra la democracia, de los G.A.C.

Idioma: castellano
Año de publicación: 2013
Valoración: peligroso, en grado sumo

Sin duda, muchos de los que están leyendo esta reseña sabrán que el pasado día 5 del mes en curso, la policía municipal de Madrid y un juez de la Audiencia Nacional desarticularon una insidiosa célula anarquista compuesta por dos titiriteros que perpetraban un delito de enaltecimiento del terrorismo sirviéndose como añagaza de una función de guiñoles (quien no conozca el caso, que busque un poco en internet y se enterará de cómo se defiende al Estado de Derecho en un país de la Unión Europea en este siglo XXI). Entre los adminículos incautados a dichos titiriteros ensalzadores y que probablemente servirán de prueba incriminatoria en un futuro juicio -recordemos que podrían ser condenados hasta a 4 años de prisión- se encuentra, además de las consabidas marionetas y un cartel formado por media cuartilla y un palito de polo, con un texto que vitoreaba a una organización terrorista inexistente -causa principal del delito-; se encuentra,repito, y cito textualmente el auto de prisión: "...una especie de cuaderno-libreta realizado a mano, en cuya portada figura la portada del libro CONTRA LA DEMOCRACIA..."

Es decir, no un libro, propiamente dicho, sino la tapa de un libro, pero que constituye un vínculo claro de los detenidos con algún tipo de actividad terrorista, puesto que las siglas G.A.C. que firman tal librito no se refieren a la entrañable marca eibarresa de bicis, sino a los Grupos Anarquistas Coordinados, organización coordinadora -valga la redundancia- a la que algunos cuerpos policiales del Estado español atribuyen una finalidad terrorista, pese a que -me duele reconocerlo- nunca se haya reivindicado ningún atentado en su nombre ni haya sentencia judicial alguna que ratifique tal suposición, que yo sepa. Es más, de momento el libro puede descargarse de forma legal y gratuita; por eso, pretendiendo servir a la sociedad por medio del conocimiento y la advertencia de los peligros que la amenazan, he procedido a su lectura, aún a sabiendas de la repugnancia que me podría provocar lo que iba a encontrarme.

Ahora bien, lo que me he encontrado, siento decirlo, no es un manual terrorista, como pretenden algunos medios; nada de guerrilla urbana, fabricación de explosivos y tretas para resistir interrogatorios. El librito no es sino un compendio del ya conocido pensamiento ácrata, más o menos adaptado a los tiempos actuales y tratado en ocasiones con un lenguaje desenfadado e irónico. Poca cosa nueva, en todo caso, para quién conozca los textos de Bakunin, Kropotkin o Malatesta, que se pueden encontrar en cualquier biblioteca pública. Supongo que lo que les habrá parecido más subversivo a las fuerzas policiales es el propio título del libro: Contra la democracia (por cierto, también título de obras de Nietzsche o de Agustín García Calvo). Y es cierto que en el libro se critica desde el primer momento los regímenes democráticos, en especial las democracias parlamentarias liberales, consideradas como las más perniciosas para la libertad individual, por su maquiavélica simbiosis entre los poderes políticos y económicos (esta actitud adversa hacia la democracia es tan evidente, que resulta incluso un poco cargante su insistencia en hacerla explícita a cada momento. Vamos, algo así como si para hablar sobre ETA hubiese que hacer una condena a cada momento... bueno, no sé si es el  mejor ejemplo...).

Los autores de este libro -habrá quien lo llame "panfleto"- hacen también un repaso, asimismo en extremo crítico con sus defectos, como era de esperar, a los principales hitos del sistema democrático, hasta llegar a la actualidad: democracia ateniense, república romana, la breve etapa republicana durante la Revolución inglesa del s. XVII, independencia de Estados Unidos, Revolución francesa, democracias liberales del XIX... Ninguno de estos ejemplos les acaba de convencer y tampoco las llamadas "democracias populares", estructuras políticas propias de los países con "capitalismo de Estado" (o sea, socialistas). En fin, quizás esta desavenencia era de suponer, tratándose de un texto anarquista... Lo que ellos proponen es una reivindicación de la libertad individual y una organización económica y social basada en la autogestión, la democracia directa -allá donde sea posible-, el sistema asambleario y la toma comunal de decisiones, recuperando fórmulas anteriores al capitalismo, la revolución industrial y los Estados modernos.

Es cierto que nos hallamos ante un libro peligroso; de hecho, yo mismo, que más alejado no puedo estar del pensamiento anarquista, al leerlo me he visto arrastrado a reflexionar sobre algunos puntos que aparecen en él... ahora bien, me temo que, por desgracia, no sea una herramienta válida para entrull... quiero decir, luchar contra la lacra que supone el enaltecimiento del terrorismo por parte de titiriteros (por no hablar de tuiteros y  juntaletras). Dicho esto con todo mi respeto hacia la judicatura y las fuerzas y cuerpo de seguridad del Estado, que está claro que hacen lo que pueden. Y si precisan ayuda, aquí me tienen, siempre vigilante... Dispuesto a seguir apatrullando las redes y la ciudad. Por la noche. Con mi coche.

domingo, 14 de febrero de 2016

Colaboración: 612 euros de Jon Arretxe

Idioma original: euskera
Título original: 612 euro

Año de publicación: 2013
Valoración: recomendable (conviene ser de Bilbao, Bilbao…)

El Cholo Simeone. Háganme caso: si quieren un filósofo fetén, un pensador de cabecera que, con los pies en el suelo, dé alguna explicación a su existencia, prueben con la frase del entrenador colchonero: “hay que ir partido a partido”. Al menos, al protagonista y personajes de esta novela les funciona: en esta segunda entrega del inspector Touré, los habitantes de un Bilbao clandestino van sorteando el día a día con esa máxima.

El detective es el burkinés sin papeles de 19 cámaras que sobrevive gracias a trabajos tan esporádicos como variopintos y que aspira a esos 612 euros de la Renta de Garantía Social que ponen título a la historia. La relativa normalidad de su barrio, San Francisco, se ve alterada por la llegada de Cissé, supuesto primo del protagonista, y de su hijo Garán, de apenas seis años. Sus menudeos, trapicheos y robos nos permitirán hacer un tour por Bilbao la Vieja, pondrán a Touré en un brete continuo y lo acabarán abocando a una situación explosiva.

Vayamos con sus luces… En numerosas ocasiones, la originalidad de una obra reside en el punto de vista; en la deixis, si nos ponemos pedantes; en el mirador –más bien la mirilla- en que nos coloca Jon Arretxe para contemplar lo que ocurre en el barrio de al lado. Por esa perspectiva insólita recuerda a Santiago Beltrán, el anciano protagonista de El ojo de halcón de L. M. Ruiz y algo tiene también del alicate de El misterio de la cripta embrujada. Esa baza está, también aquí, bien jugada; no estamos ante un investigador al uso y ese detalle tan significativo sumará atractivo a la novela.

Por otro lado, hay un Bilbao multiétnico que roza ya los límites, las costuras más recientes del botxo, como Miribilla. Arretxe saca partido a esa incertidumbre, a ese desasosiego que inevitablemente genera esa situación y escribe un relato conciliador, casi terapéutico. Quizás no fuera urgente pero iba siendo, al menos, necesario.

Detengámonos en sus sombras… El lector, lamentablemente, tiene la sensación de que la trama es una simple excusa para mostrar el paisaje y el paisanaje de esta parte de la Villa: el escenario se come literalmente a sus actores, privados de aristas, esbozados, perfilados precipitadamente. Curiosamente, los secundarios -Osmán, Txema y Cristina- parecen haber estado más tiempo en el horno y ofrecen una mayor solidez. Y no ha sido por falta de páginas, pues Este, como decíamos, es ya el segundo volumen de la serie y acaba de publicarse un tercero, Juegos de cloaca.

Al lado de Carvalho, Petra Delicado o Bevilacqua, Touré es un pobre sucedáneo cuyo mérito principal es hacer de cicerone en unas calles desaconsejables para los bilbaínos blancos. En el caso de las obras de Vázquez Montalbán, G. Bartlett o de L. Silva el decorado no está sobredimensionado ni hipertrofiado (acaso –seamos justos- las localizaciones sean también más convencionales). En definitiva, si hemos contratado anteriormente a otros detectives, el de esta ocasión nos defraudará irremisiblemente y es muy posible que no contemos con él en futuras ocasiones.

En fin.

Otras obras de Jon Arretxe en ULAD: La calle de los ángeles

Firmado: Aster Navas

sábado, 13 de febrero de 2016

John Hersey: Hiroshima


Idioma original: español
Título original: Hiroshima
Traducción: Juan Gabriel Vásquez
Año de publicación: 1946, 1985 el último capítulo
Valoración: muy recomendable

No hace falta explicar demasiado de qué va este libro. La mera mención del lugar no puede ser inocua. Por décadas que hayan pasado todos tenemos muy presente qué podemos encontrarnos ahí y hasta podría ser una falta de respeto hacia quienes lean lo de explicar qué significa Hiroshima en el ámbito de la historia de la humanidad. Tan importante (perdón por la frivolidad de la palabra) es y tan rápida fue la percepción de esa trascendencia que, apenas unas semanas tras ese trágico 6 de agosto, John Hersey, periodista estadounidense (por tanto, del bando vencedor) toma testimonio de seis hibakusha. Palabra con que, en japonés, se designa a los supervivientes de la deflagración. Habitantes de Hiroshima a los que la fortuna libra de perecer, como decenas de miles de sus conciudadanos, en el momento inmediato de la explosión, o en los días inmediatamente posteriores, a raíz bien de heridas o de la exposición a la radiación.
Hersey pide a cinco japoneses y a un religioso alemán que vivía en la ciudad que relaten qué hacían en los momentos inmediatamente anteriores a la explosión, qué les había llevado a permanecer en esa ciudad que ya era visitada a menudo por los B-29, ciudad que ya estaba organizada para sobrevivir de una forma u otra a los bombardeos convencionales pero donde ya se percibía que iba a pasar algo diferente. Los seis personajes son personas normales: y aquí la normalidad es exacta; civiles que intentan tirar adelante con el día a día, en medio de un conflicto que viven con una chocante resignación. También explican qué ocurre en el justo momento de la deflagración. Qué azarosa circunstancia les permite sobrevivir en los momentos inmediatamente posteriores, momentos en que todos pierden seres cercanos. Qué dantesco panorama se ven obligados a contemplar, cuánta muerte y cuánta agonía les rodea y como se sienten indefensos, desvalidos, desorientados, engañados sobre lo que les ha sucedido.
Claro que muchos párrafos son estremecedores. Duros y crueles en tanto que reales y más que conocidos o supuestos. Y leer Hiroshima dista de ser una experiencia agradable, porque aquí la curiosidad o el morbo son trampas en las que uno no puede caer. Al cuerno con el escapismo. Hersey narra historias reales no exentas de trágico contenido poético, pues éstos son los perdedores por antonomasia, perdedores hasta en  sentirse culpables de haber tenido la suerte de sobrevivir, dobles víctimas porque han tenido la desgracia de permanecer para ser testimonios de la tragedia y continuar sus vidas en un limbo acotado por la incomprensión, la compasión oficializada, y la madeja de recuerdos que aplastan sus existencias y secuestran su calma para siempre.
40 años más tarde, Hersey completó los testimonios en un emocionante capítulo final donde se sabe de esas décadas posteriores: cómo les ha ido, cuál ha sido la evolución de su salud, de sus vidas. Quizás el tono emocional se eleva demasiado, quizás lo espiritual se adueña en exceso en algún momento, pero todo queda justificado. Intercaladas en esas historias, las puntuales noticias sobre los avances de diferentes países en la carrera de armamento nuclear, son un terrible contrapunto.
Siento apropiarme de siete palabras que he leído en algún otro sitio sobre este libro: hay que tenerlo y hay que leerlo.
A ver si así vamos aprendiendo.

viernes, 12 de febrero de 2016

Alberto Barrera Tyszka: Patria o muerte

Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: recomendable

Probablemente no haya ahora mismo en el mundo ningún país, figura o movimiento político que polarice tanto las opiniones como Venezuela, Hugo Chávez y el chavismo. Criticar al chavismo, incluso en sus momentos de mayor corrupción, estancamiento y violencia, es ser un fascista de derechas; reconocerle cualquier mérito, por pequeño que pueda ser, es de extrema izquierda radical antisistema. Por eso, escribir una novela sobre estos temas tan recientes y tan polémicos es un riesgo; y hacerlo sin caer en la simplificación o en el panfleto exige habilidad y una cierta distancia crítica.

Ese quizás sea el mayor mérito de Patria o muerte, novela vencedora del Premio Tusquets 2015: el haber conseguido abstraerse de la polarización radical y proponer una narración compleja, poliédrica y no maniquea sobre Venezuela durante los últimos años de vida de Hugo Chávez. Para lograrlo, Alberto Barrera Tyszka construye una novela coral, sin un centro ni una trama clara, en la que tienen cabida tanto personajes chavistas como antichavistas; tanto burgueses ricos (o "sifrinos", en el vocabulario local) que han emprendido un viaje de huida del país (a veces, con viaje de retorno), como personajes marginales, "los pobres de los pobres", a los que el chavismo devolvió una dignidad y una identidad que hasta entonces se les negaba.

A un protagonismo coral corresponde también una trama (o una ausencia de trama) fragmentaria, dividida en líneas narrativas relacionadas a través de un espacio, un bloque de apartamentos en el que conviven la mayoría de los personajes: la historia de Miguel Sanabria, a quien su sobrino Vladimir entrega una misteriosa caja donde puede contenerse la verdad sobre Chávez; la del periodista Fredy Lecuna, que quiere escribir un libro antes de que Chávez muera, al mismo tiempo que está siendo desalojado del apartamento que alquila por su dueña legítima, regresada del extranjero; la de Rodrigo, hijo pequeño de Fredy y Tatiana, que entabla una relación virtual con otra niña, María, cuya madre acaba de ser asesinada en un intento de robo...

Naturalmente, el retrato crítico que el autor hace de la Venezuela de los últimos años de vida de Chávez (corrupción, represión política, inflación disparada, violencia) hará que muchos lo consideren un "escuálido" (o sea, contrarrevolucionario), pero el texto que constuye a partir de esa situación es lo bastante complejo como para que se perciba la propia polarización en la evaluación del chavismo, la penetración de la política en todos los ámbitos de la vida pública y privada, y el fanatismo que impide el diálogo o la construcción de un discurso común para el país. "Tú y yo vivimos en dos países diferentes", le dice un personaje a su hermano, de opción ideológica opuesta; y también: "hablaban dos lenguas diferentes, extranjeras".

Otro acierto de la novela es probablemente la ambigüedad que rodea al propio Hugo Chávez, que todo lo condiciona desde su posición de líder político, ideológico, económico e incluso religioso, pero que no aparece en la novela prácticamente con voz propia. Los personajes (médicos, periodistas, escritores, políticos, obreros, estudiantes) hablan sobre él y sobre su enfermedad, sobre su figura y su legado, pero aun así se sigue manteniendo como una entidad difusa y esquiva, seductora y terrible. Y de fondo, una relación igualmente ambivalente con Cuba, el país hermanoal que se ama pero se teme, que colabora y controla.


En el último y brevísimo apartado de la novela, los dos niños, Rodrigo y María, escapados de sus respectivas casas, se plantean el futuro juntos:
"¿Quieres regresar?"
"Ya no podemos".
"Y entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Adónde vamos a ir?"
Esa es la idea que deja Patria o muerte en relación con la Venezuela posterior a la muerte de Chávez: el regreso a la utopía, o incluso a la "normalidad", es imposible. ¿Y ahora, qué hacer? ¿Hacia dónde se puede avanzar? Si ese es un mensaje cargado de esperanza o de desesperación, es difícil saberlo.

jueves, 11 de febrero de 2016

Colaboración: Por el camino de Swann de Marcel Proust (En busca del tiempo perdido I)

Idioma original: Francés
Título original: Du côté de Chez Swann 
Año publicación: 1913
Valoración: Imprescindible, aunque no apta para todos los públicos

Harto ya de ver en multitud de contraportadas expresiones tales como “El Proust de nuestro tiempo”, “El nuevo Proust”, “El Proust escandinavo”, etc., y después pensar… “Si este es el nuevo Proust, igual es que el antiguo no era para tanto”, uno se ve en la obligación de tirar de fondo de armario y de volver a leer algo del “verdadero Proust”. ¡Y qué mejor que la primera parte de su archifamosa, monumental y, en cierto modo, autobiográfica En busca del tiempo perdido!

Se trata de “Por el camino de Swann”, editada por vez primera en 1913. La obra, a su vez, se divide en tres partes. La primera, “Combray”, que correspondería a la infancia de Proust, consiste en una continua evocación de escenas de la vida familiar por parte de un narrador marcado fundamentalmente por dos hechos: una exacerbada sensibilidad y un incesante anhelo de amor materno. En una de las últimas escenas, el narrador descubre a Gilberte, hija del matrimonio formado por Charles Swann y Odette de Crecy (protagonistas de la segunda parte) y que volverá a aparecer en la tercera parte.

Esta primera parte recuerda mucho a ciertos cuadros impresionistas, por la obsesión de Proust por plasmar en sus líneas el instante y por el papel primordial que juegan en la misma los sentidos, que ponen en marcha los resortes de la memoria. Y para muestra la célebre escena de la magdalena. Sí, esa en la que el sabor de una magdalena le trae a Proust el recuerdo de las magdalenas que su tía-abuela Leonie le daba los domingos por la mañana en Combray y desencadena todo un torrente de recuerdos del propio Combray y sus gentes.

La segunda parte, “Un amor de Swann”, que puede leerse como un relato independiente, está situada en el tiempo años antes de “Combray”. En ella se narra el nacimiento y evolución del amor (o sucedáneo del amor) de Charles Swann por Odette de Crecy, mujer de “dudosa reputación”. Inicialmente, Swann siente un instintivo rechazo por Odette, pero la identificación de ésta con una determinada obra de arte le llevará a Swann a enamorarse de Odette, aunque este amor derivará posteriormente en una espiral de celos, egoísmo y un cierto masoquismo. Aunque en la primera parte ya aparece el matrimonio entre Charles Swann y Odette de Crecy, no podemos decir que sea un spoiler como tal.

Destaca en esta segunda parte, además del detallado análisis que hace Proust de la psicología del amor, el tratamiento que da a las relaciones sociales en la mediana y alta burguesía y en la aristocracia, relaciones cargadas de cinismo, hipocresía y apariencia. Esta segunda parte quizá sea la más ligera o de más fácil lectura de las tres, pero siempre teniendo en cuenta que Proust no es lo que se dice un autor fácil.

Por último, “Nombres de tierras: El nombre” cierra el libro con una breve evocación por parte del narrador de sus primeros acercamientos o intentos de acercamiento a Gilberte, hija de Swann y Odette, con los Campos Elíseos como telón de fondo. Si en la primera parte el narrador evocaba sus recuerdos de infancia, en esta tercera parte la deja atrás y entra en la adolescencia.

En resumen, nos encontramos ante una obra fundamental en la literatura francesa (y universal) del siglo XX, escrita por uno de los autores con un estilo más personal. Este estilo es lo que convierte a la obra en “Imprescindible, aunque no apta para todos los públicos”. Y me explico. No apta para todos los públicos por dos motivos fundamentales:

1. No hay acción. O, más bien, no hay acción como la entendemos actualmente. Lo que hay son una serie de recuerdos que fluyen y que dan lugar a descripciones detalladísimas de situaciones, lugares, comportamientos, etc. Por tanto, absténganse aquellos lectores que busquen una novela de planteamiento, nudo y desenlace. No la hay. No es el objetivo.

2. La sintaxis. Frases largas, larguísimas, con subordinadas y subordinadas y subordinadas, metáforas, digresiones, incisos, etc., que pueden hacer a un lector no demasiado atento perder el hilo de la narración. Ergo, abstenerse aquellos lectores que busquen algo “para pasar el tiempo”, sin complicaciones y que no estén dispuestos a olvidarse del mundo mientras leen.

Ahora bien, podemos dar la vuelta a estos dos motivos y hacer que la lectura de esta obra sea toda una experiencia. Si somos capaces de leerla con paciencia, volviendo atrás en ciertos momentos, sumergiéndonos en las maravillosas descripciones y saboreando los múltiples instantes que nos ofrece Proust, descubriremos las razones por las cuales nos hallamos ante un clásico universal.

P.D.: He de reconocer que la primera vez que leí Por el camino de Swann, hará ya unos diez años, no fui capaz de disfrutarla como lo he hecho ahora, que me veo con ganas hasta de seguir con los seis volúmenes restantes. Así que calma, mucha calma. ¡Y a disfrutar del universo proustiano que, por cierto, es único!