martes, 30 de junio de 2015

Italo Calvino: Marcovaldo

Idioma original: italiano
Tïtulo original: Marcovaldo, ovvero le stagioni in città
Año de publicación: 1963
Valoración: Muy recomendable
Traducción: Juan Ramón Masoliver

Hay pocos escritores que tengan una imaginación tan productiva y tan original como Italo Calvino, autor de maravillas como El barón rampante, El vizconde demediado o El caballero inexistente. Es también un autor al que le gusta experimentar con la forma narrativa, llevándola hasta el límite, como ocurre en Si una noche de invierno un viajero o en El castillo de los destinos cruzados. Y las dos cosas, imaginación y juego narrativo, se mezclan en esta obra, que es una auténtica delicia para el lector, tanto que da pena que se acabe.

El libro está compuesto por veinte relatos, que, como indica el subtítulo original, se organizan como una sucesión de estaciones: primavera, verano, otoño, invierno, primavera, etc., así hasta veinte. Todos los cuentos están protagonizados por Marcovaldo, un trabajador de clase baja, padre de familia y dotado de una sensibilidad especial que hace que no se encuentre a gusto en medio de la ciudad, con sus ruidos, sus rutinas, su acelerado ritmo de vida. Frente a este mundo que le desagrada, Marcovaldo busca siempre formas (reales o imaginarias) de escapar y de conectarse con la naturaleza; pero la naturaleza no parece estar muy por la labor, porque casi siempre Marcovaldo sale trasquilado de la experiencia: las setas son venenosas, las avispas pican, el conejito que intenta rescatar (para luego comérselo) está infectado de un peligroso virus.

Marcovaldo, como dice la propia introducción del libro, tiene algo de personaje cómico clásico, como Charlot o Buster Keaton: es un buen hombre, sencillo, torpón pero de buenas intenciones, al que los planes siempre se le tuercen por culpa propia o ajena. Esa es, precisamente, la estructura de todos los cuentos: planteamiento del ambiente opresivo de la ciudad, intento de escape de Marcovaldo, desenlace desgraciado para él y para su familia. La introducción del propio Calvino también compara los cuentos con tiras cómicas; al leer esto, yo me acordaba de Don Celes, que creo que solo será conocido por los lectores que sean de Bilbao, pero que también responde siempre al mismo esquema.

Y a pesar de esta estructura tan simple y tan obvia, el libro no se hace repetitivo, porque la imaginación y la sensibilidad que vuelva Calvino en cada uno de sus relatos es muy especial. Los hay más claramente humorísticos, como "Un sábado de arena, sol y sueño" o "La cura de avispas"; otros más poéticos, como "La parada equivocada" o "Humo, viento y pompas de jabón"; en algunos se llega a atisbar una cierta crítica social, como en "Luna y Gnac" o "Los hijos de Papá Noel". Lo que en todos ellos se encuentra es a Italo Calvino, en estado puro y condensado.

Otras obras de Italo Calvino en ULAD: Aquí

lunes, 29 de junio de 2015

Leonardo Sciascia: El caballero y la muerte

Idioma original: italiano
Título original: Il cavaliere e la morte
Año de publicación: 1989
Traducción: Ricardo Pochtar
Valoración: Muy recomendable

El caballero, la muerte y el diablo es posiblemente el grabado más célebre de Alberto Durero (no estoy seguro, porque en el que dedica a la visión de San Eustaquio aparece un ciervo con un crucifijo en la testuz, similar al de las botellas de Jägermeister, así que nunca se sabe...): en él aparece un ritter medieval, montado a caballo. con su armadura y su lanza; junto a él, una especie de esqueleto barbado que le muestra un reloj de arena -obviamente, la Muerte- y otro ser, entre monstruoso y grotesco, que representa al Diablo. Este grabado, amén de proporcionar el título a la novela, es el leit-motiv que recorre toda esta historia escrita por Leonardo Sciascia, la penúltima que escribió, de hecho -la última fue Una historia sencilla -, antes de morir.
De la misma forma que se enfrenta a la muerte el "caballero" protagonista de la novela: el Vice, un oficial de policía enfermo de cáncer que ha de resolver el asesinato de un importante abogado, en una ciudad italiana sin identificar (por ciertos datos, podría ser Turín). Un crimen cometido, aparentemente, por un supuesto nuevo grupo revolucionario que se hace llamar "Los hijos del 89"... aunque el caso está enturbiado por la implicación en él del Presidente, no de la República Italiana, sino de las Industrias Reunidas, alguien que parece ser incluso más poderoso... El personaje del Vice, por otro lado, no tiene nada que ver con el tópico policial; más bien resulta ser un trasunto del propio Sciscia: siciliano, exquisitamente culto y erudito, dado a la reflexión, al apunte filológico o histórico, incluso a filosofar....un personaje contado con una elegancia que se extiende a todo el texto, y por supuesto, al estilo con que está escrito. Elegancia que es marca de la casa, como ya sabrán sus lectores.
Por supuesto, El caballero y la muerte, novela a la que el autor puso el subtítulo de sotie ("tontería" en francés, pero también  farsa o sátira teatral), guarda un carácter de alegoría irónica y hasta sarcástica, en ocasiones. Recordemos que Sciascia no sólo fue un escritor siciliano que denunció los tejemanejes de la mafia de su tierra, conchabada con el poder político y económico; también ejerció como político en los años "de plomo" en que Italia se vio envuelta en la llamada" estrategia de la tensión", con grupos terroristas, tanto de la extrema derecha como de la izquierda, actuando a veces por motivaciones poco claras y con la intromisión de los servicios de inteligencia o de -otra vez-los poderes políticos y económicos (de hecho, Sciascia fue unos de los parlamentarios de la comisión encargada de dilucidar  el asesinato de Aldo Moro). De ahí que tuviera una opinión bastante desconfiada sobre lo que pudiera ocultarse detrás de este tipo de organizaciones, como ya dejó ver en una novela de 1971, El contexto.
El caballero y la muerte no es una novela policíaca redonda. No es tampoco -creo yo- la mejor novela de Sciascia: se me ocurren como obras mejor acabadas El consejo de Egipto o El día de la lechuza, por ejemplo. Y aunque aquí este escritor sí se explaya, en gran medida, sobre sus pensamientos y observaciones sutiles, no es tampoco, ni mucho menos, el único libro donde plasma todo su escepticismo humanista, su visión de la sociedad en la que le había tocado vivir. Pero sí que es, desde luego, su libro más conmovedor y emocionante, más comprensivo y compasivo. y eso, tratándose de Leonardo Sciascia, no es poco, precisamente.


Otros libros de Leonardo Sciascia en Un Libro al DíaEl archivo de EgiptoMuerte del InquisidorUna historia sencillaPuertas abiertasActas relativas a la muerte de Raymond RoussellLos apuñaladores

domingo, 28 de junio de 2015

Rodolfo Walsh: Los irlandeses

Idioma: español
Año de publicación: 2007 (la recopilación)
Valoración: recomendable

Y, tras la buena experiencia del Walsh periodista de denuncia, sus relatos de ficción resultan, lógicamente, ser de un registro completamente diferente. No es que Los irlandeses me haya decepcionado. Para nada: pero no es el libro al que uno puede acudir en busca de más Operación masacre. Nada más lejos. Aquí disponemos de un estilo mucho más lírico y valioso (cuestión lógica), pero echamos de menos el plus de riesgo. Ya que los tres relatos que componen Los irlandeses, que no suman 90 páginas (aunque la edición de El Aleph nos regala un prólogo del siempre interesante Ricardo Piglia) son narrativa corta en modo clásico, con situaciones y personajes coincidentes, que se llaman cuentos como podrían llamarse capítulos extraídos de un todo más extenso.
Se trata aquí de ciertas situaciones acontecidas a un grupo de chicos (especulamos en su adolescencia) internos en un colegio irlandés en Argentina. Ciento treinta internos, todos ellos compartiendo ese origen (así que aunque sea un libro argentino los apellidos son O'Hara, Mulligan, etc.) entre los cuales un protagonista es común a los tres relatos: el Gato. No es que suceda gran cosa; básicamente estamos en 1939, con lo que las coincidencias (y el apellido del autor) nos hacen especular con un cierto tono autobiográfico. Lo que sucede es que Walsh lo cuenta de un modo primoroso, con un tono lírico (no inflamado) y un caudal de imágenes y metáforas que le aportan un cierto aspecto casi irreal. Los muchachos se retan, se pelean, se enzarzan en curiosas situaciones relacionadas con el personal del internado. Que esto no es Hogwarts ni Torres de Malory. Aquí de lo que se trata es de retratar la sensación de desamparo de los niños abandonados con la mejor de las intenciones, pero igual en una situación muy lejos ser deseable. Una temática que sirve de pretexto para una prosa deslumbrante, pero cuyo interés para el profano en la obra de Walsh puede que no sea prioritario. Los completistas en la obra del argentino que no lo hayan leído dudo que ni hayan llegado al final de esta reseña.

Otros libros de Rodolfo Walsh reseñados en Un Libro Al DíaNota al pieOperación Masacre

sábado, 27 de junio de 2015

Vern E. Smith: Los reyes del jaco

Idioma original: español
Título original: The Jones Men
Año de publicación: 1974
Traducción: Guido Sender
Valoración: muy recomendable

Menuda apuesta segura la de mencionar series de TV de culto. Quién no va a picar si se menciona The Wire en el fajín de un libro. The Wire es el aloé-vera de la cultura contemporánea. Una serie, de un ramillete reducido, de esas que llenan de rotundas afirmaciones la boca de sus incondicionales. Que si las series han superado al cine, que si Shakespeare escribiría para HBO. Que si ciertas series te hacen aprender de la vida.
Ahora bien: ironizar con ello no significa que no sea absolutamente cierto. Y, como en toda cacería de referencias e influencias que se precie, en algún lugar nos encontraríamos alguna mención a esta espléndida muestra de negra novela negra. No me hagáis explicar el chiste fácil. Los reyes del jaco ya es una declaración desde la jerga empleada para traducir su título, o la imagen empleada en su portada. Vaya con la gente de Sajalín la racha de aciertos que se está marcando. O debería decir ráfaga. Porque aquí hay armas a porrillo, de todo tipo y calibre. Y modelos de coches americanos, y peinados afro, y joyas, y muy caros (y sumamente horteras)) abrigos de piel. Ostentación a tope. Fanfarroneo. Que todo el mundo se entere del dinero que mueve el caballo. Tan setentero. Tanto, que uno lee esta novela y viaja en el tiempo. Oiría a los Temptations o a la MFSB o a Lonnie Liston Smith. O a Billie Paul. Aunque sin glamour: porque esas ratas que habitan los picaderos en edificios destartalados donde acuden los yonkies a pillar y a chutarse heroína no tienen mucho glamour. Ni la casi segura perspectiva de llevarse un tiro si uno se ve envuelto en alguno de los asuntos que los personajes de esta novela se traen entre manos. Que son ingredientes clásicos: alijos de droga, kilos, gramos, fajos de billetes, delaciones, soplos, traiciones, cambios de bando, luchas por el dominio de las esquinas, precaución en los contactos, matones,pocos escrúpulos. Veinteañeros de color que ya son veteranos de guerra con historiales delictivos. Jovencitas prostituyéndose para mantener el hábito.

"-¿Te lo cuento o te lo explico? El tío llega esta mañana montado en un Eldorado blanco y rojo caramelo, entra en el local luciendo un chaquetón de piel vuelta con cinturón a la espalda y un par de zapatos con la suela alta de dos colores que llevan los rufianes de ahora, y se dedica a invitar a parrillada a gente que ni siquiera conoce. Me parece que le va asombrosamente bien para ser un tío que se me sienta en la barra y me dice que apenas sabe leer. Las cuentas. en cambio, parece que las lleva de puta madre."

Las andanzas de los personajes que pueblan ese Detroit de 1972 en el cual nos situamos bien pronto son retratadas por Smith con conocimiento de causa, como periodista que fue en esa época y lugar. No hay duda de que muchas de esas situaciones, repletas de violencia y crueldad orquestadas con una especie de ética criminal (que da mucho miedo) tuvieron su reflejo en la vida real. Así que, intercambiando nombres y adaptando escenarios, no es extraña la menció en el fajín. Llámese Zorro o D'Angelo, llámese Flaco Williams o Stringer Bell, Mc Daniel o Barksdale. Todos esos capítulos (casi diría escenas: parece ser que, cuatro décadas tras su publicación, la novela tendrá la adaptación al cine que clama a gritos) vienen a reflejar los diversos aspectos del día a día de la vieja época de la heroína: el ritual de la dosis, la búsqueda constante del dinero para mantener el hábito. El curioso y letal sistema de jerarquías, ascenso social y dominación de las zonas de suministro. Las pugnas entre clanes compitiendo por el mercado. El curioso menosprecio hacia el usuario de la droga, curioso ejemplo de marketing inverso. Las reuniones donde todo el mundo asiste armado, las deserciones, la capilaridad de los cuerpos policiales esperando el momento de dar un buen golpe. Cruda y descarnada, con capítulos que causan impacto uno tras otro, Los reyes del jaco trasciende las limitaciones de género para imponerse como obra de culto y referencia necesaria.

viernes, 26 de junio de 2015

Henry James: La figura de la alfombra

Idioma original: inglés
Título original: The figure in the carpet
Año de publicación: 1896
Valoración: Muy recomendable

Sé que me repito más que el ajo, pero lo voy a decir otra vez: Henry James gana mucho en las distancias cortas, o sea, en sus novellas, en los que es un narrador sublime, sutil, ingenioso, que siempre deja con la imprsión de que hay un subtexto misterioso que se nos escapa. En cambio, en sus novelas largas, en particular en Los embajadores, que es la que tengo más reciente, tanta sutileza conceptual, sentimental y hasta estilística llega a ser muy cargante. Por eso, nuevas ediciones de sus obras cortas como esta son siempre bienvenidas.

La figura de la alfombra (también ha sido traducida como La figura del tapiz, si no me equivoco) es en cierto modo una variación de Los papeles de Aspern: en los dos casos se habla de la relación entre el crítico, el autor y la obra literaria, en una especie de parábola sobre el arte y la creación. En este caso el argumento gira en torno al novelista Hugh Vereker, quien le confiesa al narrador, un crítico literario, que toda su obra contiene una clave secreta, un "tesoro escondido" que hasta ahora nadie ha sabido descifrar. A partir de ese momento, tanto el narrador como su colega Corvick y su novia Gwendolen dedicarán todos sus esfuerzos a analizar cada palabra de la obra de Vereker para encontrar ese elemento secreto que lo explica todo.

Como decía, creo que La figura en la alfombra debe leerse casi como una parábola, que deja más preguntas que respuestas: una reflexión sobre el sentido de la literatura y la creación que, parece decirnos James en el ambiguo desenlace, solo tiene sentido si se integra y se identifica con la vida. El hecho de que solo una pareja de enamorados parezca destinada a resolver el misterio (así se lo explica Vereker al narrador en un momento del texto) hace que nos planteemos si, cursilerías aparte, no es ese el misterio de la vida que James cree clave para entender el mundo. También puede entreverse, claro, un ataque irónico a los críticos, que a pesar de su pedantería nunca se enteran realmente de nada, pero esa es solo una lectura bastante superficial del texto.

Como siempre en James, resulta interesante la técnica escogida para contar la historia. James es un maestro en la creación de narradores poco fiables, o de narradores testigos y no protagonistas. "Me he visto transformado en unos ojos que miran", dice el narrador en un momento. De esta técnica viene, en parte, ese margen de ambigüedad que hace tan sugerentes las obras de James: nunca podemos saber si lo que se nos cuenta es exactamente lo que pasó; si el narrador ignora cosas (como en esta novela, de forma fundamental), si las manipula, si las esconde. Ese dominio de la técnica es uno de los motivos (no el único) por el que James es considerado un maestro.

Como he dicho al principio, esta es una nueva edición y traducción de la obra de James, realizada por Enrique Murillo para Impedimenta, con una introducción de Antoni Marí. Es una obra breve, apenas 100 páginas contando los dos prólogos, lo que me lleva a hablar nuevamente de los mini-libros que se publican últimamente. Pero en fin, habrá que quedarse con lo bueno: con el placer que produce leer una obra literaria casi perfecta, en una edición cuidada.

Todas las reseñas sobre Henry James en ULAD: Aquí

jueves, 25 de junio de 2015

Colaboración: Gargantúa y Pantagruel (Los cinco libros) de François Rabelais

Idioma original: Francés
Título original: Gargantua et Pantagruel
Traductor: Gabriel Hormaechea
Año de publicación: 1531 (ó 32) 1564
Valoración: Imprescindible

Rabelais no ha tenido suerte con el castellano. Si en 1630 un censor hablaba de “un hombre de cortas obligaciones llamado Francisco de Rabeles, el cual se preciaba de ser picante y maldiciente”, aún hubo que esperar tres siglos hasta la década de 1920 , para que Eduardo Barriobero presentara la primera traducción completa, que en los noventa años posteriores fue reimpresa esporádicamente en ediciones muy descuidadas, donde las erratas son más que las palabras.
Hasta que en el año 2011 el exquisito Jaume Vallcorba remedió el desastre con una nueva traducción de Gabriel Hormaechea y una edición muy cuidada (¡con introducciones a cada uno de los más de 250 capítulos!) que no por casualidad, hacía el número 200 de la colección de narrativa de Acantilado. Aunque, como se verá más adelante, no reniego de la vieja traducción del anarquista riojano.
¿Qué encontraremos en Gargantúa y Pantagruel? A François Rabelais, un médico de una cultura tan amplia que podría ser definido como sabio, y la prueba de su sabiduría es que no ahorraba estacazos a los pedantes de su época. Eso sí, envueltos en fino humor, lo que aún les enfadaba más.
El libro es un canto a la amistad, a la camaradería, a la aventura, al futuro... Es uno de los libros más optimistas jamás escritos. Aunque aquí hay que hacer una advertencia: como Lazarillo, el Buscón y tantos otros, es un libro que pide vino. No imagino su lectura bebiendo una bebida energética, un suplemento vitamínico o un refresco bajo en calorías. Un libro que desborda imaginación, tanto para la invención de aventuras como para la creación de palabras. (Y, por cierto, cabe lamentar que en la traducción moderna ha desaparecido el maravilloso calibistro que Barriobero sí conservó). ¿En cuántos libros se describe un combate contra un ejército de morcillas? Sin duda el vino ayudó mucho al escritor...
Podría ocupar cientos de páginas con las maravillas que se encierran en la crónica de la vida de estos dos gigantes y sus compañeros, pero sólo me ocuparé de su valor como medicina para el espíritu. Por otra parte, nada extraño siendo obra de un médico. Es todo un placer llegar a casa después de un día horroroso y leerse tranquilamente “De cómo Gargantúa se comió a diez peregrinos con ensalada”. Entre otras razones porque la dosis está perfectamente calculada, los capítulos tienen la longitud justa, aunque a veces hagan falta dos o tres para olvidar según qué cosas. Hay que pensar que entonces se leía en voz alta, de modo que muchos analfabetos habían leído más que algunos universitarios de hoy. La longitud de los capítulos estaba pensada para no fatigar la voz del lector ni cansar a los oyentes.
En definitiva, como cualquier otro clásico, es un libro al que siempre apetece volver y nunca cansa. 
Obra maestra absoluta.


                                                                                    Firmado: Pedro el Negro

miércoles, 24 de junio de 2015

J. M. Coetzee: Foe

Idioma original: inglés
Título original: Foe
Año de publicación: 1986
Traducción: Alejandro García Reyes
Valoración: está bien

La reciente lectura de un cuento de Gabriel Rodríguez García, Viernes y yo, una variación humorística sobre la historia de Robinson Crusoe, me trajo a la memoria un par de libros que ya parecen un tanto viejunos -perdón por el palabro-, pero que supusieron ambos un acontecimiento literario, en sus respectivos -y no tan lejanos- momentos de aparición: Viernes o la Vida Salvaje, de Michel Tournier y, sobre todo, este Foe, de J.M Coetzee, buen ejemplo de la novela posmoderna ochentera.
La historia parte también de una variante de la celebérrima novela de Daniel Defoe: una mujer inglesa, llamada Susan Barton es abandonada en pleno océano por la tripulación amotinada de un barco y como naúfraga, llega hasta un islote en el que ya sobreviven un tal Cruso (sic) y su criado, esclavo o protegido negro, Viernes. Las condiciones de la isla no tienen nada que ver con el paraíso tropical de la novela de Defoe... en el islote apenas hay nada más que pedruscos, matojos y una bandada de monos que traen por la calle de la amargura a Cruso, aunque también le sirven para abastecerse de pieles. Susan trata de adaptarse como puede a ese cautiverio forzoso, lo mismo que a sus dos peculiares compañeros de infortunio, pero también salvadores, aguardando siempre-ella, porque los dos hombres no parecen demasiado interesados- el momento en que llegue algún barco y les rescaten.
Hasta ahí la historia, mal que bien, transcurre por derroteros conocidos. o al menos familiares para el lector. Pero a partir de este momento (y espero no destriparle a nadie el argumento, pero para hacer una tortilla hay que romper huevos), la novela toma un rumbo diferente y se convierte en otra cosa. Si hasta este momento se podría intuir un cierto carácter simbólico en los personajes, que bien podrían ser una metáfora de la institución familiar o también de la situación política del país de origen del autor por aquellos años (los negros dominados por los blancos inmovilistas, frente a los vientos de cambio que traían los nuevos tiempos), a partir de aquí se convierte en una suerte de parábola metaliteraria sobre la relación del escritor y sus personajes, en una reflexión sobre el propio acto de escribir, en una alegoría de las propias musas literarias... y así es como, poco a poco, la narración comienza a hace aguas y es ella la que acaba por naufragar, al menos como una historia novelada en la que interese en algo el devenir de los personajes, más que sus reflexiones -o preguntas y dudas, más bien- sobre diferentes aspectos de la existencia real y de la existencia en la ficción. Y no es que sean cuestiones mal planteadas o que carezcan de interés, pero queda bastante claro que le interesaban, sobre todo, al señor Coetzee, como escritor y supongo que también , podría ser que a otros escritores... pero no sé si le ocurre lo mismo a sus lectores, o al menos al que da su opinión en esta reseña.
Y que conste, por si hay dudas, que John Maxwell Coetzee escribe que da gusto leerlo: por lo menos si se toman sus párrafos uno por uno; no cabe duda de que es todo un virtuoso de la escritura. De hecho, es esta excelencia en el estilo la que mantiene en pie casi toda la novela, cuando menos a partir de un cierto momento, cuando uno empieza a preguntarse adónde diablos quiere llegar el autor. Y es la que hace que se llegue al final de la novela sin demasiadas dificultades (también ayuda la brevedad del libro, que todo hay que decirlo). pero eso no significa que al final no quede cierta sensación de perplejidad, cierta insatisfacción -si no decepción- por haber asistido más a las elucubraciones y divagaciones de un autor sobre su propio oficio que a la lectura de una novela como tal; todo lo metaliteraria que se quiera, de acuerdo, pero con su sopa, sus garbanzos y todos sus sacramentos... Sota, caballo y rey.


martes, 23 de junio de 2015

Jordi Nopca: Vente a casa

Idioma original: catalán
Título original: Puja a casa
Año de publicación: 2015
Traducción al español por el mismo autor
Valoración: recomendable alto

Antes de reavivar recientes polémicas comparando obras dispares que han recibido idénticas valoraciones, matizar donde quedaría situado el público que más apreciará este libro. Lector de mediana edad, con filia por lo contemporáneo, y proclive a los relatos que podemos considerar de final abierto.
Jordi Nopca es de esos escritores de nuevísima generación (treinta y pocos) y que parte de una situación, se deduce de lo leído y aludido en los relatos de Vente a casa, de idónea preparación profesional, buenas referencias culturales, apreciable caudal narrativo, y suficiente experiencia vital para poder hablar de algunos temas prácticamente en primera persona. Partiendo también de la dedicatoria, Nopca habla igual de experiencias de convivencia de parejas en distintas situaciones, como del inexorable paso del tiempo actuando sobre la salud de ascendentes en distintos grados, o sea, las perrerías que nos depara la existencia.
Nopca, que en más de un sitio es comparado con autores como Monzó o Pàmies, habita ciertos lugares comunes: historias urbanas, giros levemente siniestros, desarrollos desiguales, gusto por las situaciones de tonalidades surrealistas. A diferencia de ellos, cierto aire deprimido y algo resabiado se apodera ya de sus primeros escritos. Monzó tardó veinte años en sintonizar esas sensaciones, pero Nopca se erige en voz (una entre algunas) de una generación desencantada. Sus personajes sufren males estructurales (llamadas para dar malas noticias sobre padres o abuelos) pero también conviven con males coyunturales: precariedad laboral, contratos basura, incerteza constante que les obliga a convivencias forzadas, a trasladarse a peores barrios. En todo caso, no es una lectura pesimista sino no-optimista. Disfrutamos de su profusión de menciones culturales y sonreímos con su escora fantasiosa, cosa que desplaza el nivel por encima de una literatura de la crisis que, por obvia, resultaría acomodaticia.

En Vente a casa, una dependienta en un centro comercial barcelonés es cortejada por un cliente ocasional. Àngels Quintana y Félix Palme tienen problemas es paradigmático: una pareja va alternando empleos precarios de manera irregular hasta que uno de ellos es presa de la desesperación. La pantera de Oklahoma muestra la vanidad de un autor de novelas a la búsqueda de inspiración. Navaja suiza, excelente puesta en escena sobre una pareja de esas que preparan sus viajes con premeditación extrema: en este caso, estudiando a fondo la literatura de los países que se disponen a visitar. La mención a los ascendentes, antaño tablas de salvación de generaciones jóvenes e inexperimentadas, es otra constante.
Uno por uno, los diez relatos incluidos dejan una impronta cuya cualidad conjunta esboza una realidad agridulce: se intenta sobrevivir, se hace a costa de saberse una de esas generaciones que, por término medio, retrocede en comparación con las anteriores. Se admite la situación, se formula la queja, no se espera gran cosa, se sigue viviendo.


lunes, 22 de junio de 2015

Robert Trivers: La insensatez de los necios. La lógica del engaño y el autoengaño en la vida humana

Resultado de imagen de la insensatez de los neciosIdioma original: inglés
Título original: The Folly of Fools. The Logic of Deceit and Self-Deception in Human Life
Año de publicación: 2011
Valoración: Imprescindible


A pesar del título –que tanto recuerda a cierta novela de culto–, La insensatez de los necios es un ensayo que pretende desentrañar y analizar los  subterfugios que utiliza la mente para convencernos de lo que nos conviene o nos resulta más cómodo. El autoengaño se construye mediante inexactitudes de diverso calado que vamos inventando, más o menos conscientemente, en detrimento de la realidad, para obtener con ello algún provecho, aunque esto represente un perjuicio para otros. También debido al exceso de confianza que provoca la constante repetición de conductas.

Robert Trivers cuenta, entre otros, con el título de doctor en biología. Este hecho condiciona, quizá demasiado, el enfoque de las cuestiones que aborda. En los dos primeros capítulos, se esfuerza en demostrar que los rasgos evolutivos –no solo en la naturaleza humana, también animal y hasta vegetal– determinan un aspecto físico que disfraza su auténtica naturaleza. Así es como las especies consiguen protegerse, atacar sin impedimentos, sobrevivir en un medio hostil y, en definitiva, aumentar sensiblemente sus posibilidades reproductivas. Aunque también cuando habla del hombre mantiene una orientación biológica, excesiva a veces y, desde luego, novedosa para mí. Afirma, por ejemplo, que los genes maternos y paternos condicionan nuestras decisiones hasta tal punto que se produce un conflicto interno entre ambos.

Según él, la mejor forma de defensa consiste en distorsionar la realidad. En primer lugar, ante nosotros mismos, pues solo así resultaremos creíbles. Mucho más a menudo de lo que nos gustaría reconocer, proyectamos nuestros propios defectos en los otros y acabamos reprochándoselos, embellecemos los recuerdos, racionalizamos nuestras conductas más absurdas, nos construimos una imagen claramente favorecida, inventamos mecanismos de autodefensa… Engaño y autoengaño son, pues, “dos caras de la misma moneda” y la intención –tras su apariencia defensiva, y salvo excepciones como el efecto placebo– es ante todo de ataque.

Pero no todo es negativo en esta alternancia entre apariencia y realidad. Según la doctrina evolutiva, cualquier conducta poco (o nada) beneficiosa para una especie termina abandonándose. No ha ocurrido así en la nuestra, ya que la necesidad de detectar el engaño constituye un factor esencial en el desarrollo de la inteligencia. No obstante, existen mecanismos, en forma de “sistema inmunitario psicológico”, encargados de impedir que desbarremos, cayendo en el ridículo o ilusionándonos más de la cuenta.

A continuación, se analiza el papel del autoengaño en ámbitos tan determinantes para la convivencia como los accidentes de aviación y los ocurridos en el espacio, provocados todos ellos por un exceso de confianza y, sobre todo, por el afán de ahorrar recursos que empuja a las compañías a subestimar los peligros. Tampoco la historia es inmune a estas revisiones falsas. Los genocidios o el comportamiento excesivamente belicoso de algunos gobiernos –con el consiguiente despilfarro humano, económico y hasta ético– oculta a la opinión pública sus aspectos más crueles e injustos. Se analizan con bastante detalle episodios muy recientes, incluso actuales, poniendo de manifiesto la arbitrariedad de muchas decisiones y su repercusión en las sociedades más débiles. Sin contar que, en la mayoría de los casos, cualquier distorsión de la realidad intenta justificarse con otra, luego con otra más, provocando finalmente una infinita cadena de engaños.

Las religiones no podían quedar fuera de este recuento. Tras afirmar que “toda religión es un autoengaño”, el autor destaca el carácter exclusivo y de privilegio –manifestado por la deidad verdadera– del que cada monoteísmo presume ante sus acólitos, así como el desprestigio sistemático de las otras confesiones y su consabida alianza con el poder. A pesar de ello, si no hubiesen ofrecido ventajas –en forma de reglas éticas que facilitan la convivencia, de normas de higiene que favorecen la salud, de catarsis, de apoyo mutuo o fomento de actitudes relacionales–se habrían extinguido hace siglos. Ni siquiera las ciencias sociales se sustraen a esta manía humana de contar lo que conviene. Es más, Trivers afirma que cuanto más social es una ciencia (caso de la economía, psicología o antropología cultural) más expuesta se encuentra al autoengaño. Pero no tenemos que ir tan lejos: la vida cotidiana está salpicada de enredos, y la capacidad de detectarlos, no solo mejorará nuestra capacidad defensiva, también nos volverá más perspicaces y críticos.

Con un lenguaje claro y directo, combinando erudición, sentido común, opiniones personales expuestas sin tapujos y hasta sabrosas anécdotas privadas, Trivers ha compuesto un estudio tan riguroso, y profundo como ameno. El carácter tan particular de sus conclusiones, su actualidad indiscutible y el arraigo en la vida cotidiana le convierten en un texto vivo, casi urgente que nos obliga a poner en cuestión asuntos de vital importancia.

domingo, 21 de junio de 2015

Colaboración: Viaje hacia el Polo Sur y alrededor del mundo de James Cook

Idioma original: inglés
Año de publicación: 1772-75
Valoración: Está bien

Día 1 
Alentado por remotos recuerdos de las aventuras del capitán Cook, emprendo la lectura de este libro, comprensivo de su segundo viaje, a bordo del Resolution. Lamentablemente, queda fuera del relato su primera singladura en el Endeavour, así como la tercera y última, en la que el extraordinario personaje terminó sus días en Kealakekua (Hawai). No obstante esta limitación, las cerca de 900 páginas del libro me parecen más que suficientes por esta vez.

Día 8 
Un año después de partir de Inglaterra, Cook arriba a las costas de Nueva Zelandia (sic), tras haber explorado concienzudamente las latitudes australes y haber sufrido los rigores de los mares del sur y la dureza de su clima. La narración, clara y sencilla, se deja leer con suma facilidad, ajena tanto al adorno superficial como al arcaísmo que impide digerir relatos similares, como los penosos Diarios de Colón. Llegados a este punto, sin embargo, nos preguntamos si lo que hasta ahora ha sido una agradable lectura no se convertirá en un pesado ladrillo en las cinco sextas partes que aún nos restan, si no tornará en monotonía y tedio lo que viene resultando interesante y entretenido.

Día 28 
Primer tercio del viaje. La expedición abandona las Islas de la Sociedad (Tahiti y otras) en que han permanecido los últimos meses. Hemos descubierto el espíritu del auténtico explorador, que se ocupa en reponer a su estado original los lugares en que ha desembarcado, trata con respeto a los indígenas y analiza con minuciosidad sus costumbres y el entorno natural en que se mueve. Todas estas circunstancias proporcionan dinamismo al relato, de forma que, llegados a este punto, la lectura no viene resultando larga.

Día 54 
Cook ha continuado recorriendo las inmediaciones de la Antártida y se empieza a desmontar el mito del continente austral. El recorrido continúa por todo el Pacífico sur, y el relato sigue siendo razonablemente ágil. No obstante, la acumulación de páginas, la reiteración de escenarios semejantes y la incertidumbre sobre la trayectoria de la expedición empiezan a hacer mella en nuestra resistencia. Con la exploración de las Nuevas Hébridas y el descubrimiento de Nueva Caledonia concluye el segundo tomo, y afrontamos la recta final del viaje.

Día 79
El Resolution arriba a las costas de Inglaterra. Concluido el viaje, nos ha llamado poderosamente la atención la capacidad del capitán Cook para mantenerse siempre dentro de la objetividad y transmitir de forma aséptica y minuciosa todo cuanto va aconteciendo. Ni los descubrimientos que se suceden, ni los incidentes en distintos puntos, ni las relaciones personales con su tripulación o con los indígenas le hacen abandonar el estilo predominantemente científico, simple y directo, que ha mantenido desde la primera página. Salvo un par de comentarios mínimos casi al final del viaje, no se dejan traslucir temores, ni alegría, ni cansancio, ni dudas, ni expectación, ni tentaciones, nada.

Pero no se debe olvidar que no hemos tenido entre manos una novela o libro de viajes, sino un documento, las conclusiones del trabajo de un explorador. Cook ya advertía desde un principio que nadie esperase encontrar un lenguaje literario ni brillantes descripciones. Y en el mismo mérito de ser capaz de perseverar en su faceta de investigador se puede encontrar el principal arrecife que dificulta la navegación por el libro: no es fácil digerir casi mil páginas sobre un viaje de cuatro años desnudo de alicientes añadidos, o en el que ni siquiera se atisba el lado humano de sus protagonistas.

Sólo si se consigue sobrellevar esta circunstancia, la obra resulta de verdad atrayente, dándonos a conocer, en directo y sin adornos, lo que realmente era un descubridor del siglo XVIII, tipos singulares que han dejado su huella en la Historia de la humanidad.

Firmado: Carlos Andia

sábado, 20 de junio de 2015

Samanta Schweblin: Distancia de rescate

Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: descodificable

El terror psicológico, sabéis, es aquel que se basa más en la sugerencia que en lo explícito. Los monstruos ya dan más risa que otra cosa y todo parece estar inventado. Pero, a veces, el exceso de sugerencia, el encono en usar elipsis y distribuir información sobre la que el lector ha de estar muy atento acaba resultando algo, ejem, contraproducente.
Schweblin se pasa las 120 páginas ligeritas de Distancia de rescate amagando golpes hacia distintos lugares: el esoterismo, la tragedia ecológica a escala local, la doble personalidad, la crueldad infantil. Cada veintena de páginas parecen empujarnos hacia una conclusión diferente. Lo cual no deja de tener su mérito. Hasta la portada, pajarito con rama en el pico y granadas de mano, parece abrir otra línea argumental. Seguramente si el texto lo hubiera firmado Danielewski y lo hubiera empaquetado en el despilfarro visual de la espada de las narices alguno hubiera aullado diciendo, ¡lo ha hecho!, ¡lo ha hecho otra vez! Pero no: se trata de una joven escritora argentina que construye un texto bien estructurado, que genera una sensación de incomodidad y de inminencia, eso que, perdonen que me repita a veces, llamamos crescendo narrativo.
El problema es que este crescendo a mí me ha resultado un pelín, esto, tántrico. Ya me entienden. Más de una vez he considerado otorgarle una segunda lectura a uno de esos libros cortitos que no acabo de entender a la primera. No veo la necesidad. No sería justo y tampoco sé si me arrepentiré. No sé si tendré que volver a encargar el libro en la biblioteca para explorar los rincones que me he perdido a la primera. ¿La literatura será clara a la primera o no será? ¡Pero si voy a aventurarme en un Barthelme, en pocos días! De un libro como Distancia de rescate esperaba otra cosa. O esperaba más. Esperaba un desenlace. O, si lo hay, esperaba un desenlace claro, algo que concretara, no hace falta atarlo todo, ya sabemos que esto no es lo que se estila hoy, pero que simplemente no dejara todos esos flecos, ahí colgando. Pero basta de generar yo también suspense.
David es un niño que ha sufrido alguna intoxicación. Parece. La misma que un caballo semental en cuyas crías su familia había depositado sus esperanzas de futuro económico. Para salvar su vida, y visto que en la pequeña población en que reside, la cosa médica está complicada, lo llevan a una curandera que vive en una casa verde, y que organiza una migración consistente en enviar a su espíritu a otro cuerpo y dejar que su cuerpo enfermo acoja otra personalidad. O sea, los salvan, cuerpo y espíritu, por separado, o algo así. La novela es un diálogo entre David, parece, no se sabe, el nuevo, y la madre, o a veces no, obcecada en que ese cambio puede acabar perjudicando a Tina, otra hija. A través del diálogo debemos ir obteniendo información. Bueno, deberíamos, y esta cae en dosis algo discontinuas. No hay golpes de efecto, no hay sustos ni desgracias súbitas (perdonad: yo no pienso avisar sobre spoilers), sino una especie de diálogo donde ciertos cambios en el punto de vista no acaban de pillarse del todo. Animales con deformaciones, salas que no pueden abrirse desde el interior, nuevos personajes, una cierta insistencia en ciertas frases (la importancia de un momento determinado, no sé qué de unos gusanos), supongo, piezas de un todo que yo no he acabado de encajar. El camino no ha sido desagradable, no obstante. El problema es que sigo en mi casa, y no voy a echar de menos esta lectura.

Otros libros de Samanta Schweblin en ULADPájaros en la boca

viernes, 19 de junio de 2015

Eduardo Mendoza: Los soldados de Cataluña

Idioma: español
Título original: La verdad sobre el caso Savolta
Año de publicación: 1975
Valoración: Imprescindible, sin duda alguna (¿o no?)

Tranquilícense todos los incondicionales de Eduardo Mendoza -y también sus detractores-: ésta no es una nueva novela del escritor barcelonés. Es más: se trata de la primera que escribió, La verdad sobre el caso Savolta, que recupera ahora su título original, con el que fue concebida, para conmemorar el 40º aniversario de su publicación. Por lo visto, Mendoza escribió la novela allá por 1971, pero tardó varios años en ver la luz, probablemente a causa de la peculiar situación política de la época. y si se publicó en 1975, fue con el título cambiado por consejo del editor, Pere Gimferrer, pues aunque el dictador y su alegre régimen ya estaban dando sus últimos coletazos, aún guardaban fuerzas para firmar sentencias de muerte, por ejemplo. Los soldados de Cataluña, pues, no parecía el título más adecuado para evitarse problemas. La ironía es que 40 años después, tampoco parece serlo, aunque por suerte, ya no exista la censura en España (a no ser que pretendas presentar tu libro en alguno de los Institutos Cervantes repartidos por el mundo o pretendas ser concejal de Madrid, claro...).

En fin, llámese como se llame, esta novela es reconocida de forma amplia, ya que no unánime (pues aunque no estoy muy versado en el tema, imagino que no faltarán estudiosos y aficionados dispuestos a contradecir la opinión mayoritaria, aportando cuantos ejemplos hagan falta para probarlo) como la novela que renovó en su momento la literatura española y recuperó el gusto por la narrativa en sí misma, aportando una reconstrucción minuciosa pero desenfadada del pasado; es decir, frente a las tendencias dominantes hasta entonces: la novela social y el experimentalismo. Además de que el éxito de Eduardo Mendoza sirvió de punta de lanza para la aparición de otros escritores españoles contemporáneos o inmediatamente posteriores a él: Muñoz MolinaJavier MaríasVila-Matas... y un bastante nutrido etcétera.

Este gusto por la "narración pura" no significa un retorno a los cánones decimonónicos; muy al contrario, Mendoza utilizó sin empacho elementos aportados por diferentes vanguardias del siglo XX, estructurando su novela a modo de collage o puzzle en el que se alternaban la narración directa en primera persona con documentos oficiales, artículos aparecidos en la prensa o fragmentos del interrogatorio efectuado en un juzgado neoyorquino. Todo para contar una historia que se desarrolla en la Barcelona de 1917, cuando a la crisis económica en España se suma el conflicto social más que latente, la sombra de la Revolución rusa en marcha, la pujanza del movimiento anarquista en esa ciudad y la respuesta de la patronal en forma de pistolerismo o "terrorismo blanco".

No voy a desvelar demasiado del argumento de la novela, para no privar a quien no la haya leído del placer de ir descubriéndolo por sí mismo. Diré sólo que la acción se desarrolla a partir de los tejemanejes que tienen lugar en torno a la fábrica de armas del industrial  Savolta (recordemos que muchas empresas españolas se forraron fabricando armas para los contendientes de la I G. M.). Sin embargo, lo importante de esta novela, creo, son los personajes y las relaciones que se establecen entre ellos, más -aún- que los pormenores de la intriga. Encontramos, como "protagonista", a Javier Miranda, joven abogado vallisoletano, hasta cierto punto espectador pasivo de lo que ocurre y, por ello mismo, testigo relator de los hechos (de ahí que, al parecer  El superviviente fuera otro de los títulos que se barajaron antes de la publicación del libro). A su lado, el fascinante Lepprince, uno de los villanos mejor conseguidos, creo, de la literatura española, y la no menos fascinante maría Coral. personajes como el propio Savolta y sus socios Cortabanyes, Claudedeu y Parells, representantes de la burguesía catalana, objeto siempre de la ironía de Mendoza  o los barojianos -una de las referencias continuas de este escritor- Pajarito de Soto y Nemesio Cabra, entroncados también con la tradición picaresca...(los apellidos de los personajes no están adjudicados al azar, desde luego).

En vez de seguir hablando de este libro prefiero aconsejar, a quien no lo haya hecho, que  se ponga ya mismo con su lectura; que comience a disfrutar y a maravillarse con el desovillado de esta historia, con sus múltiples guiños y matices, la aparición y desaparición de sus personajes; con el placer de contemplar cómo una narración se va abriendo ante nuestros ojos, absorbiendo toda nuestra atención y disolviendo el tiempo a nuestro alrededor por medio de la sencilla pero inasible magia de combinar las palabras, en esa insólita entelequia que llamamos literatura. Envidia ya me dan, no crean...


Otros libros de Eduardo Mendoza en Un Libro Al DíaLa ciudad de los prodigiosTres vidas de santosEl enredo de la bolsa y la vidaEl misterio de la cripta embrujadaSin noticias de Gurb, El laberinto de las aceitunasEl año del diluvioUna comedia ligera

jueves, 18 de junio de 2015

Sara Mesa: Cicatriz

Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: Muy recomendable

Últimamente estoy leyendo muchos libros escritos por mujeres (sí, soy perfectamente consciente de que no escribiría la frase contraria, "últimamente estoy leyendo muchos libros escritos por hombres), y me está pareciendo encontrar una línea estética común que une esta novela con La trabajadora de Elvira Navarro o con Por si se va la luz de Lara Moreno, y también, en otro estilo, con El límite inferior de Nere Basabe o (en un tono más juguetón) Modelos animales de Aixa de la Cruz. En la reseña de la novela de Nere Basabe hablé de crueldad; hoy, en relación con Cicatriz, creo que conviene más el término "crudeza".

La segunda frase de La trabajadora, en la que Susana dice que "Mi deseo se cifraba en que alguien me lamiera el coño con la regla en un día de luna llena" es un ejemplo extremo de esta crudeza. Y aunque Cicatriz no llega a ser tan explícita ni tan sórdida como esto, sí que se nota (o creo notarlo yo, por lo menos) un mismo distanciamiento, un antisentimentalismo en la forma de construir los personajes y contar la historia. Existen de hecho otras similitudes entre La trabajadora y Cicatriz: Sonia, la protagonista de Cicatriz, es una joven becaria que malvive gracias a un trabajo inútil en un archivo (en La trabajadora era una editorial), y que vive en la periferia de una ciudad. Para Sonia, como para la Susana de Elvira Navarro, internet es casi su única ventana al mundo, su única forma de entrar en contacto con otras personas.

Es a partir de aquí cuando las dos novelas se separan, y cuando la de Sara Mesa se eleva, al entrar de lleno en su verdadero tema: en la relación codependiente que se establece entre Sonia y Knut Hamsum (es un seudónimo, por supuesto), un hombre misterioso al que conoce en un chat sobre literatura, y que se empeña en enviarle libros, primero, y después ropa, perfumes o lencería que antes roba en tiendas y grandes almacenes. Extendida a lo largo de los años, esta relación adquiere un cariz de fantasía sexual (sin sexo) controlada por Knut, en la que Sonia acepta entrar por vanidad, por soledad o por aburrimiento.

Hay varios aciertos en Cicatriz que hacen que me haya gustado más, personalmente, que La trabajadora. Existe en esta novela una compenetración casi perfecta entre el tema, el tono y el estilo empleado para contarlo. La narración es sucinta, el estilo es escueto y sencillo, desnudo, acorde con una relación en la que los sentimientos de los personajes, si existen, están amortiguados u ocultos. También la estructura de la novela, que juega a adelantar acontecimientos para luego volver atrás y completar los huecos (o no, dejando que el lector los rellene por su cuenta) contribuye a mantener la atención y la tensión del relato.

Bien pensado, la historia que cuenta Cicatriz es bastante triste: dos seres solitarios, que no terminan de encajar en el mundo, se enredan en una relación que cuestiona los límites de las convenciones (la primera de ellas, la de la propiedad privada), que se satisfacen mutuamente durante un tiempo, y luego se engañan, se distancian, se reencuentran, descubren su insuficiencia y terminan por aceptarla. Pero todo ello está contado sin estridencias y sin dramatismos, hasta llegar al desenlace, que incluso transmite una cierta esperanza teñida de nostalgia.

Una buena historia, desasosegante pero muy bien contada. Por lo tanto, una novela muy recomendable.

También de Sara Mesa en ULAD: Mala letraCuatro por cuatro

miércoles, 17 de junio de 2015

W. G. Sebald: Sobre la historia natural de la destrucción

Idioma original: alemán
Título original: Luftkrieg und Literatur
Año de publicación: 1999
Traducción: Miguel Sáenz
Valoración: recomendable

Lo digo y lo digo de verdad: me hubiera encantado que este libro me hubiera gustado más. Que, a estas alturas, apenas dos líneas ya revelasen un entusiasmo indescriptible, de esos que empuja al lector a seguir leyendo con avidez y literalmente lo lleva de la mano a la tienda. Tenía ganas porque, para empezar, las dos veces que he intentado arrancar con Austerlitz he fracasado. Y a veces un buen libro de un autor acaba siendo descubierto a raíz de otro. Pero también porque, a estas alturas, uno espera disponer de nuevos puntos de vista sobre el asunto de la II Guerra Mundial. No el opuesto, no el nauseabundo tema del negacionismo, más bien, si no es pedir demasiado, una perspectiva diferente a la unánimemente aceptada (uy, casi digo acatada), una opción que desvelase aspectos no siempre divulgados del conflicto.
Y el planteamiento de Sobre la historia natural de la destrucción me parecía ajustarse a ese propósito. Algo más de 150 páginas dedicadas a hablar sobre la crudeza de los bombardeos que las fuerzas aliadas lanzaron sobre muchas ciudades alemanas, encabezadas para la leyenda por Dresde y Hamburgo. Pero mi expectativa era demasiada, a tenor de lo leído. La perspectiva cambia, claro, pero en el fondo, el tono es el previsible, sin sorpresas. Ello incluye un brillante estilo, una aplastante lógica, y todos los componentes de la literatura de género están aquí, lo cual es de esperar, de agradecer, sí, pero noto una falta de punch, como si la escritura de un alemán sobre el conflicto, incluso cincuenta años más tarde, pueda seguir lastrada por un equilibrio entre un persistente sentimiento de culpa y un acomplejamiento, una especie de coerción autoimpuesta ante un exceso de reivindicación. Porque parece que todo el mundo se haya empeñado en definir el conflicto en términos de videojuego: mal absoluto vs inocencia vilipendiada. Y que cualquier decantación excesiva en contra de ese estereotipo coquetee peligrosamente por algún asomo de, argh, simpatía.
Esta es la cuestión: que un pueblo que lleva al poder a un tipo como Hitler, que organiza (no se ofenda nadie por el uso de alguna palabra un poco ligera) semejante tinglado se merecía cada una de las bombas que cayeron sobre ellos. Como si esos votos controlaran hasta sus últimas consecuencias.
Entonces la descripción morbosa y truculenta de la destrucción física (espeluznante el diseño de los bombardeos orientados a causar el mayor número de victimas), los detalles sobre el estado de los restos de las cosas, de las personas, de los animales, las cifras, las estadísticas, la altura de las llamas y la hondura del dolor, todo ello, es, lógica y plausiblemente, lo esperado. Hasta la extensa teoría sobre la actitud de la escena literaria inmediatamente posterior obedece a una situación obvia. A ver quién iba a dar la cara por los derrotados, con la que habían líado, y por cómo se conocían los detalles.
Curiosamente, cuando el libro abandona las ruinas y se complementa con un prolongado estudio sobe la obra literaria de Alfred Andersch, escritor tildado de afin al nazismo, es cuando, por capilaridad, aparece un sentido crítico y comedido pero acertado y frontal. Hasta ese punto Sebald, elegante y efectivo, discurre demasiado por el camino de lo esperado.

También de Sebald en UnLibroAlDía: AusterlitzVértigoLos anillos de Saturno