Idioma original: inglés
Título original: Flush: A Biography
Traducción: Rafael Vázquez Zamora
Año de publicación: 1913
Valoración: recomendable
¿Virginia Woolf escribiendo la biografía de un perro, y adoptando el punto de vista de un perro? ¿En serio? No, a ver, ¿estamos hablando de Virginia Woolf, la escritora del grupo de Bloomsbury, la autora de Mrs. Dalloway, de Las olas, de Al faro...? ¿La misma capaz de escribir con el estilo más lírico las historias más trágicas, de jugar con la lengua inglesa en frases imposiblemente delicadas y complejas? ¿Nicole Kidman en Las horas con una nariz postiza? ¿Una habitación propia? ¿Esa Virginia Woolf?
Pues sí, esa, porque además de todo lo demás, Virginia Woolf también tenía un sentido del humor irónico y juguetón, que se manifiesta sobre todo en esa maravilla que es Orlando, y también en esta biografía de Flush que, en realidad, es una biografía parcial de Elizabeth Barrett (más tarde, Elizabeth Barrett Browning), y que es también una sátira divertida de las convenciones sociales y las presunciones de pureza de la aristocracia inglesa.
El libro sigue la vida entera de Flush, un spaniel de pura raza, criado en una granja cerca de Reading, y ofrecido como regalo a la poetisa Elizabeth Barrett, con quien estableció una relación de complicidad y afecto que duró hasta el final de su vida (de la del perro). Así, Flush tuvo la oportunidad de ser testigo directo de los encuentros entre Elizabeth Barrett y Robert Browning, de sus largos intercambios epistolares y también de sus viajes entre Italia y Londres, y del nacimiento de su único hijo.
A través de los ojos de Flush, tenemos acceso a la vida de la poetisa, primero recluida en casa por una misteriosa enfermedad y un padre tiránico (modelo, por lo tanto, de la escritora reprimida por su entorno), y después progresivamente más libre y más alegre, gracias a su huida del hogar familiar con Rober Browning. Conocemos también a Browning, el poeta y también el marido, aunque con un perfil algo más desdibujado e incompleto. Y conocemos la clasista y encorsetada sociedad londinense de la época, en la que hasta los perros tienen castas y hay quien vive solo con los rescates que cobran por secuestrarlos. (El contraste con Italia, donde todos los perros son mestizos y las casas están libres de decoraciones exageradas, es evidente).
Flush es un curioso juego literario: es una reconstucción biográfica basada en documentos reales (los poemas y las cartas de Elizabeth Barrett), pero también es, claro, una obra de ficción, en la que vemos la realidad a través de los ojos (y los oídos y las narices) de un perro. Al estilo cuidado de siempre de Woolf (aunque menos lírico en este caso, como corresponde a un tema más ligero) se añade su ironía que deja caer alfilerazos con diferentes destinatarios a lo largo del texto. No es, me parece, la mejor Virginia Woolf (quizás deba entenderse como un "descanso de la guerrera" después de haber terminado dos años antes Las olas), pero sin duda que se encuentra en ella el ingenio, la perspicacia y la originalidad creativa de su autora.
También de Virginia Woolf en ULAD: La mujer ante el espejo, Una habitación propia, La señora Dalloway, Orlando
domingo, 31 de enero de 2016
sábado, 30 de enero de 2016
Sam Byers: Idiopatía
Título original: Idiopathy
Año de publicación: 2013
Traducción: Catalina Martínez Muñoz
Valoración: entre recomendable y está bien
Aclaración para quien pueda preguntárselo: el término "idiopatía", que da titulo al libro, no tiene nada que ver con la idiotez. Es el término científico que se refiere a una enfermedad o infección de causa desconocida, y en esta novela hace alusión, en primer lugar, a una epidemia denominada "trance idiopático bovino" (una especie de mal de las Vacas Locas 2.0... No, tampoco es que se haya comido mucho el tarro, el amigo Byers...), que vuelve memo al ganado -al final va a resultar que la palabreja sí que hace referencia a la idiotez- y obliga a sacrificarlo.
Claro que título y epidemia no dejan de constituir una metáfora evidente de lo que les ocurre a los protagonistas de la novela: un trío de amigos treintañeros que se reúnen, después de un tiempo sin verse, cuando uno de ellos sale del centro psiquiátrico donde ha recibido tratamiento. Los tres, cada uno por sus razones, parecen sufrir una "idiopatía" que les impide ser felices: el que ha recibido tratamiento psiquiátrico, Nathan, porque arrastra un pasado politoxicómano que le condujo -en apariencia- hasta la autolesión. Los otros dos, Katherine y Daniel, que han sido pareja hasta un año antes, porque desde la separación se han embarcado en relaciones desquiciantes (ella) o simplemente aburridas (él). Se supone, además (por lo que he leído en las reseñas e incluso entrevistas con el autor que he consultado) que esta novela hace un retrato generacional de los llamados "millenials"; es decir, los que ahora tienen treinta y tantos, camino de los treinta y bastantes... La verdad, más allá de la adscripción de protagonistas y autor del libro a estas edades, yo no veo que se trate de un retrato generacional... Es más, las palabras que aparecen en la novela que más podrían inducirnos a considerarla como tal, las del padre de uno de los personajes a su hijo, diciéndole que pertenece (el hijo) a una generación de eternos adolescentes que lo han tenido todo, suenan como las que habrán pronunciado todos los padres a sus hijos desde los tiempos de los sumerios, como poco...
La novela, más bien, oscila entre una versión destroyer de la "chick-lit" (Katherine recuerda a una Bridget Jones pasada de vueltas), un estudio de penetración psicológica en los personajes -a veces excesiva- y un vodevil romántico. Y una novela de humor, por supuesto. Porque si de los párrafos anteriores alguien ha deducido un dictámen negativo sobre este libro, que sepa que no es así... y no lo es, sobre todo (aparte de la competencia literaria de Byers, muy ágil en los diálogos y magnífico en el empleo de la narración subjetiva) por la evidente vocación humorística que despliega su autor: utiliza la ironía, más o menos acerada, cuando trata a los personajes principales y directamente la sátira cuando muestra el entorno en el que se desenvuelven. Una sátira que acierta siempre en el blanco con suma eficacia, aunque también es cierto que los blancos no dejan de ser bastante facilones: las viscosas relaciones entre compañeros de oficina, la horterez de la clase media inglesa, el despropósito de los libros de "superación personal", los siempre risibles ecologistas y pijoflautas (aquí el que usa la ironía soy yo: que nadie se ofenda)... Elementos todos que le permiten a Byers lucirse y a sus lectores pasar un buen rato, aun teniendo la sensación de que este libro no llega a la altura de los mejores logros de la tradición satírica británica... ¿Quizá porque, al fin y al cabo, no deja de ser una historia romántica para un público que no admitiría nunca que le gustan las historias de ese tipo? ¿O porque para que una sátira sea realmente efectiva tiene que reírse, en primer lugar, de quien la perpetra, y aquí la generación de Byers (vale, ya sé que me contradigo con lo que he escrito antes...) no sale tan mal parada, después de todo?
En todo caso, y para finalizar, Idiopatía resulta ser una novela entretenida y hasta divertida, menos esclarecedora sobre las circunstancias y dinámicas de cierta juventud-cada-vez-menos-joven de lo que pueda parecer en un principio, pero apreciable. Aunque el hecho de que el personaje por el que, al final, uno llega a sentir más empatía sea el drogota autodestructivo debería hacerme reflexionar, como lector. Supongo.
viernes, 29 de enero de 2016
Alejandro Melero: La escalera oscura
Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: recomendable
Esta es una de esas reseñas que vienen con un disclaimer al principio (para evitar suspicacias): Alejandro Melero es un amigo, fue compañero mío de departamento en la Universidad de Limerick, y fue él mismo quien me hizo llegar el libro. Pero Alejandro es más que eso: también es profesor de escritura de guiones en la Universidad Carlos III, autor de varias obras de teatro que van del microteatro a la comedia al musical, representadas con buena acogida en varios teatros de Madrid, y también es autor de relatos que han obtenido diversos premios en los últimos años.
Y La escalera oscura es precisamente una recopilación de esos relatos, de extensión variable, desde las dos páginas de "Kokoro", hasta las casi cuarenta de "Último y penúltimo deseo de la niña Carmela" (casi una novela corta), varios de ellos premiados o publicados anteriormente en volúmenes colectivos. En muchos de los relatos predomina el enfoque realista, por ejemplo en "La prueba" o "La escalera oscura", a veces con un giro trágico casi lorquiano, como en "Habla Miguel", o con un ambiente decadente, como en "Espejo de luces tenues". En el caso de "Último y penúltimo deseo de la niña Carmela", el modelo parece ser más el de las novelas de Manuel Puig, mientras que "Confesiones de un carnero" nos adentramos en el relato fantástico, en lo que podría ser una alegoría terrible de la condición humana.
El tema central del libro, o al menos de muchos de los relatos que lo componen, es el deseo, entrelazado con el amor, independiente del amor, opuesto a él. El descubrimiento de la (homo)sexualidad, su represión, su aceptación; el encuentro de los cuerpos (a veces placentero, otras doloroso física y espiritualmente), la complicidad y el sacrificio dentro de la pareja, la lucha contra las convenciones y contra la imagen que la sociedad proyecta en nosotros, son algunas de las variantes que el tema adquire a lo largo del libro. Quizás "Habla Miguel", con sus voces diferentes y contradictorias, su carga de violencia implícita (y explícita al final) y su estructura fragmentaria es el que mejor condensa estas pequeñas obsesiones del autor.
Aunque solo sea un libro de relatos, es suficiente para ver que Alejandro Melero conoce y sabe explotar una variedad de tonos, técnicas y recursos, que es capaz de ser sensible y brutal, que sabe crear espacios (como el "Hostal Amparo") y también escenas (aquí le ayuda su experiencia de "dialoguista" y de dramaturgo). Para consolidarse como narrador, le falta, creo, descubrir una voz y un estilo propios, que lo hagan reconocible a través de textos diferentes; utilizar todas las herramientas que se muestran en esta Escalera oscura, y condensarlas en una obra que sea más suya y más inconfundible. Mientras tanto, este es un primer libro de relatos que merece ser tenido en cuenta.
Año de publicación: 2015
Valoración: recomendable
Esta es una de esas reseñas que vienen con un disclaimer al principio (para evitar suspicacias): Alejandro Melero es un amigo, fue compañero mío de departamento en la Universidad de Limerick, y fue él mismo quien me hizo llegar el libro. Pero Alejandro es más que eso: también es profesor de escritura de guiones en la Universidad Carlos III, autor de varias obras de teatro que van del microteatro a la comedia al musical, representadas con buena acogida en varios teatros de Madrid, y también es autor de relatos que han obtenido diversos premios en los últimos años.
Y La escalera oscura es precisamente una recopilación de esos relatos, de extensión variable, desde las dos páginas de "Kokoro", hasta las casi cuarenta de "Último y penúltimo deseo de la niña Carmela" (casi una novela corta), varios de ellos premiados o publicados anteriormente en volúmenes colectivos. En muchos de los relatos predomina el enfoque realista, por ejemplo en "La prueba" o "La escalera oscura", a veces con un giro trágico casi lorquiano, como en "Habla Miguel", o con un ambiente decadente, como en "Espejo de luces tenues". En el caso de "Último y penúltimo deseo de la niña Carmela", el modelo parece ser más el de las novelas de Manuel Puig, mientras que "Confesiones de un carnero" nos adentramos en el relato fantástico, en lo que podría ser una alegoría terrible de la condición humana.
El tema central del libro, o al menos de muchos de los relatos que lo componen, es el deseo, entrelazado con el amor, independiente del amor, opuesto a él. El descubrimiento de la (homo)sexualidad, su represión, su aceptación; el encuentro de los cuerpos (a veces placentero, otras doloroso física y espiritualmente), la complicidad y el sacrificio dentro de la pareja, la lucha contra las convenciones y contra la imagen que la sociedad proyecta en nosotros, son algunas de las variantes que el tema adquire a lo largo del libro. Quizás "Habla Miguel", con sus voces diferentes y contradictorias, su carga de violencia implícita (y explícita al final) y su estructura fragmentaria es el que mejor condensa estas pequeñas obsesiones del autor.
Aunque solo sea un libro de relatos, es suficiente para ver que Alejandro Melero conoce y sabe explotar una variedad de tonos, técnicas y recursos, que es capaz de ser sensible y brutal, que sabe crear espacios (como el "Hostal Amparo") y también escenas (aquí le ayuda su experiencia de "dialoguista" y de dramaturgo). Para consolidarse como narrador, le falta, creo, descubrir una voz y un estilo propios, que lo hagan reconocible a través de textos diferentes; utilizar todas las herramientas que se muestran en esta Escalera oscura, y condensarlas en una obra que sea más suya y más inconfundible. Mientras tanto, este es un primer libro de relatos que merece ser tenido en cuenta.
jueves, 28 de enero de 2016
Colaboración: Los años verdes de Yukio Mishima
Idioma original: Japonés
Título original: Ao no jidai
Año publicación: 1950
Traducción: Rumi Sato y Carlos Rubio
Valoración: Recomendable
Título original: Ao no jidai
Año publicación: 1950
Traducción: Rumi Sato y Carlos Rubio
Valoración: Recomendable
Tiene su aquel que si a uno le dicen que nombre a un escritor japonés en el 90% de los casos aparezca, cómo no, Haruki Murakami. Que sí, que escribe bien, de fácil lectura y todo eso, pero cuando un país ha dado escritores como Kawabata, Soseki, Kenzaburo Oé o el gran Yukio Mishima…
Pero no hemos venido a hablar del omnipresente Murakami, sino de Yukio Mishima y de una de sus obras tempranas, Los años verdes.
En mi caso, el acercamiento a la obra de Mishima tuvo lugar años atrás por una doble atracción:
- La atracción por su país de origen, tan lejos geográfica y culturalmente, y su aislamiento secular hasta 1868.
- La atracción por la vida y muerte del escritor (su conocido suicidio ritual, del cual en el momento en que escribo esto se cumplen 45 años, etc.)
Yukio Mishima fue un artista multidisciplinar, con pequeñas incursiones en el cine (actor, director…) y una obra literaria extensísima para sus solo cuarenta y cinco años de vida, abarcando novela, relato, teatro, ensayo, incluso colaboraciones con revistas femeninas “populares”.
Su obra literaria (o al menos lo que yo he leído) está caracterizada por su esteticismo (realmente me lo parece de casi todos los autores japoneses) y un gran trabajo de análisis psicológico de los personajes, fundamentalmente a través de la narración. Lo veo más un narrador que un escritor de diálogos.
Esta vez nos encontramos ante una novela del primer Mishima (de la época de Confesiones de una máscara). Se trata de una obra escrita en 1950 que utiliza como punto de partida un hecho real, como fue la estafa protagonizada por un joven estudiante de la misma facultad de Derecho en que estudió Mishima. Llama poderosamente la atención que, pese a haber transcurrido solo cinco años desde su final, la Segunda Guerra Mundial aparezca en la novela de forma tangencial. De hecho, en la misma hay un salto de seis años que separa las dos primeras partes en que se puede dividir la obra y que cubre prácticamente el período de la guerra.
En la novela encontramos los temas que obsesionaban al autor: la sexualidad, la muerte, la belleza, la juventud, la contraposición individuo – sociedad, etc. No sé si por ser una novela de juventud o porque no siempre se puede alcanzar la excelencia, pero no llega a alcanzar en el tratamiento de los mismos la altura lograda en otras obras como El pabellón de oro o la tetralogía El mar de la fertilidad.
En cuanto a su estructura, la novela se puede dividir en tres partes: en la primera parte, que transcurre en la infancia y adolescencia del protagonista (Makoto Kawasaki), se describen una serie de episodios que dibujan su personalidad, marcada por su racionalismo y su incapacidad para sentir empatía hacia otro ser humano, y que prefiguran sus posteriores acciones y actitudes.
Como decíamos antes, un salto de seis años (1939-1945) marca el paso a la segunda parte, en la que Makoto conoce a Teruko, hacia la que sentirá un amor obsesivo y extraño. Durante esta segunda parte, el protagonista reflexionará sobre el Derecho, el materialismo y sobre su plan para seducir a Teruko.
Un nuevo salto de tres años (1945-1948) nos llevará a la tercera parte, en la que Makoto pasará de ser estafado a ser estafador, y en la que asistiremos también a las “complicadas” relaciones del protagonista con Teruko, con su familia y sus amigos.
Destaca el final del libro, un final abierto y hermoso, igual que los del amigo Murakami, vaya (¡ya se ha vuelto a colar!).
Ahora, ¿conviene acercarse a Mishima a través de Los años verdes?
No es ni de las mejores ni de las más representativas obras del autor. Pero hay que tener en cuenta que Mishima no es un autor fácil, y esta obra sí que es una opción interesante para acercarse a su universo y a sus obsesiones, desarrolladas más en detalle en sus obras más importantes y “complejas”.
¿Y, para quienes ya lo conozcan, es interesante? Pues sí. Por sí sola y por lo que vino después que ya, en Los años verdes, se deja entrever.
Firmado: Kim Jong Nam
También de Mishima en ULAD: El marino que perdió la gracia del mar, Después del banquete, El rumor del oleaje, El sol y el acero, El pabellón de oro, El Templo del Alba, Nieve de primavera Sed de amor
miércoles, 27 de enero de 2016
José Manuel Rodríguez: El vasco que salvó al imperio español
Idioma original: español
Año de publicación: 2.008
Valoración: Se deja leer
Año de publicación: 2.008
Valoración: Se deja leer
A primera vista, eso de que un vasco salve al imperio español es algo que, según en qué lugares y en qué círculos, puede resultar llamativo y hasta hacer rechinar algún diente. Bueno, es lo que hay. Pero la Historia, aunque siempre admite interpretaciones y opiniones, es terca en cuanto a los hechos. Y lo cierto es que, desde que Tarik asomó la cabeza por las costas andaluzas, los vascos –a los que se llamaba ‘vizcaínos’- contribuyeron de forma notable tanto a la reconquista como a la política general del reino castellano. Desde luego, sin menoscabo del Fuero y el autogobierno, históricamente respetados, pero fueron muchos los personajes que desde tierras vascas participaron también en los descubrimientos y la defensa militar de Castilla y su imperio.
Pero vayamos al grano. Según nos anuncia el antetítulo, hablamos en este caso de Blas de Lezo, marino guipuzcoano que pronto recibiría apodos como ‘pata de palo’ o ‘mediohombre’, porque ya en su primera batalla y a los 16 años perdió una pierna, poco después le quedó inutilizado un ojo, y más adelante, un brazo. Quedó el pobre Blas así de tullido, pero no dejó de aumentar su valor e intuición guerrera, y así fue progresando con enorme rapidez, para terminar pocos años después como almirante de la Armada.
La exposición da comienzo con un tono algo grandilocuente y pelín patriotero que pone un poquito en guardia. Pero enseguida se desarrolla un relato bien hilvanado, enmarcando con acierto el personaje en su entorno histórico como mandan los cánones, es decir, de lo general a lo particular. Tampoco se extiende en detalles personales, ni en principio los echamos de menos, porque el interés que suscita don Blas reside en sus hechos de armas y no en su vida privada.
La narración resulta impecable, y se dirige con naturalidad hacia el corazón del libro: el intento inglés de apoderarse de la importante plaza de Cartagena de Indias. Reunió Inglaterra la más poderosa escuadra jamás vista, a las órdenes del almirante Vernon, y tan fácil lo vieron que llegaron a acuñar monedas conmemorativas de la victoria al poco de comenzar la batalla. En el bando contrario estaba Lezo como máxima autoridad militar, sólo sometida al virrey, el navarro Sebastián de Eslava. Diversas circunstancias concurrieron –hay que entender que junto con la destreza y determinación del almirante vasco- para que lo que se suponía una operación sencilla terminase en un sonoro fracaso para la flota de Su Graciosa Majestad.
Rodríguez relata la importante batalla con profusión de detalles técnicos, aunque no consigue del todo atrapar nuestro interés: hay quien tiene capacidad para seducir con lo que cuenta, aunque se trate de un libro de Historia, y a Jose Manuel podemos decir que no le sobra. Por otra parte, aquí llegados, la sorpresa se incrementa al constatar que, al margen de haber intervenido de forma destacada en la batalla, prácticamente no sabemos nada más sobre el supuesto protagonista de la historia. Parece en realidad que el autor sólo se vale de Lezo como icono de lo que en realidad quiere contar, que es el episodio bélico en sí, y el libro carece del carácter biográfico que se suponía.
En realidad, desde hace ya unos años hay un movimiento de reivindicación de la citada victoria militar de Cartagena, que ha dado lugar a varios ensayos y novelas, y nuestro libro participa plenamente de esa tendencia. Así que estamos ante un trabajo honesto –aunque no le podemos pasar por alto cierto tinte anglófobo un poco rancio-, que pretende rescatar un importante episodio de la Historia y, como tal, no aburre del todo, pero está lejos de enamorar. Y con todo ello, ‘el vasco que salvó al imperio español’, o sea el demediado Blas de Lezo, queda realmente en un segundo plano.
martes, 26 de enero de 2016
José Ovejero: Escritores delincuentes
Año de publicación: 2011
Valoración: recomendable (muy recomendable para letraheridos, literatófilos y librofrikis)
Que no se altere nadie: el objetivo de este libro no es insultar a los escritores -menos aún considerar a los aspirantes a escritor como "delincuentes en potencia"- ni sugerir un ánimo delictivo a su actividad literaria (como sí parece hacer, en cambio, el Ministerio de Hacienda español: aquí); bien al contrario, parece que Ovejero considera a los autores que retrata en su libro más escritores que delincuentes -e incluso en el caso de los que escribieron sus libros en condiciones deplorables en prisión, casi se diría que son los escritores por antonomasia, dada su férrea voluntad en serlo-; por otra parte, no está del todo cómodo con el término"delincuente", aunque lo utilice a lo largo de todo el libro, pues conlleva una categorización absoluta de quien comete un delito, algo que precisamente contradicen las historias que se cuentan aquí. Porque -casi olvidaba decirlo- el libro trata, claro está, de escritores que alguna vez han cometido algún delito, incluso de sangre y también de delincuentes y criminales que han escrito libros e incluso han desarrollado una carrera literaria (están excluidos, como es lógico, los condenados por delitos políticos en cualquier lugar y época de la Historia. O aquellos cuya culpabilidad, pese a haber pasado por la cárcel, es dudosa. Empezando, por supuesto, por el propio Cervantes, pero también el costarricense José León Sánchez o Massimo Carlotto).
Que conste que, a pesar de que son muchos los escritores de los que se habla en el libro, ya sea contando sus vidas de manera pormenorizada o simplemente apuntsndo sus circunstancias delictivas, en ningún momento trata Ovejero de establecer una especie de taxonomía, una fría tipología de delitos o delincuentes: que nadie espere encontrarse un capítulo sobre asesinos, otro sobre ladrones, estafadores, etc... Nosotros, que tenemos menos escrúpulos que él (o los tengo yo, mejor dicho; el plural es mayestático...), sí que podemos distinguir, grosso modo, unas ciertas categorías:
- Por un lado, encontramos a escritores, más o menos conocidos, que cometieron algún delito una vez que ya había comenzado su trayectoria literaria. Es el conocido caso de William Burroughs, de Álvaro Mutis o del poeta Verlaine, entre los más célebres.
- Después, el grupo más numeroso -incluso ingente- de delincuentes habituales o criminales ocasionales que con el tiempo se hayan dedicado a la creación literaria. Muchas veces, esto se produce durante su estancia en prisión, ya sea contraviniendo las reglas carcelarias o, al contrario, como una actividad destinada a facilitar su rehabilitación y reinserción en la sociedad (o como una manera, también en muchos casos, de tratar de reducir su condena): los escoceses Jimmy Boyle y Hugh Collins, el contrabandista polaco Sergiusz Piasecki, Abdel Hafed Benotman... La mayoría de estos autores escriben, ya sea en forma de autobiografía o ficcionando su experiencia, sobre su vida delictiva y su estancia en la cárcel -generalmente para denunciar las malas condiciones y la brutalidad que deben soportar los presos-: el gallego-cubano Carlos Montenegro, el atracador norteamericano Jack Black; aunque algunos han alcanzado el éxito a través de la novela negra o policíaca (no deja de tener su lógica): Chester Himes, Edward Bunker o Anne Perry (el caso de ésta es algo distinto, tanto por la naturaleza del crimen que cometió como por sus escados años al hacerlo).
- Por último, unos cuantos autores en los que su vida delictiva o al menos marginal se alterna o compagina con su creación literaria y hasta con cierto reconocimiento social: sería el caso, por supuesto, de Jean Genet, pero también del poeta del s. XV François Villon o incluso, aunque en un orden de cosas completamente diferente, del político y escritor de best-sellers inglés Sir Jeffrey Archer.
Que nadie piense, sin embargo, que este libro se limita a un anecdotario más o menos morboso sobre escritores que han tenido algún tropiezo con la ley; por el contrario, el autor dedica buena parte de sus páginas a reflexionar sobre los conceptos del delito y del delincuente, sobre los orígenes y condicionamientos familiares y sociales de éstos, sobre el castigo y la redención (tanto social y jurídica como íntima- de los mismos y sobre si la literatura puede ser un medio de conseguir esta redención o, por el contrario, lo que hace es proporcionar un subterfugio para la autojustificación, dada la naturaleza inherentemente embustera de la ficción... y más aún, en cierto modo, de la autoficción.
Un último apunte: he de decir que mi experiencia, hasta ahora, con el Ovejero narrador no había sido demasiado satisfactoria. Ahora bien, tanto por mi lectura de este libro como por la reseña de otro que hizo mi compañero Francesc, parece que su versión como ensayista resulta más convincente. Quizás le dé alguna otra oportunidad a sus novelas, pues...
Otros libros de José Ovejero en ULAD: La ética de la crueldad Humo
Que conste que, a pesar de que son muchos los escritores de los que se habla en el libro, ya sea contando sus vidas de manera pormenorizada o simplemente apuntsndo sus circunstancias delictivas, en ningún momento trata Ovejero de establecer una especie de taxonomía, una fría tipología de delitos o delincuentes: que nadie espere encontrarse un capítulo sobre asesinos, otro sobre ladrones, estafadores, etc... Nosotros, que tenemos menos escrúpulos que él (o los tengo yo, mejor dicho; el plural es mayestático...), sí que podemos distinguir, grosso modo, unas ciertas categorías:
- Por un lado, encontramos a escritores, más o menos conocidos, que cometieron algún delito una vez que ya había comenzado su trayectoria literaria. Es el conocido caso de William Burroughs, de Álvaro Mutis o del poeta Verlaine, entre los más célebres.
- Después, el grupo más numeroso -incluso ingente- de delincuentes habituales o criminales ocasionales que con el tiempo se hayan dedicado a la creación literaria. Muchas veces, esto se produce durante su estancia en prisión, ya sea contraviniendo las reglas carcelarias o, al contrario, como una actividad destinada a facilitar su rehabilitación y reinserción en la sociedad (o como una manera, también en muchos casos, de tratar de reducir su condena): los escoceses Jimmy Boyle y Hugh Collins, el contrabandista polaco Sergiusz Piasecki, Abdel Hafed Benotman... La mayoría de estos autores escriben, ya sea en forma de autobiografía o ficcionando su experiencia, sobre su vida delictiva y su estancia en la cárcel -generalmente para denunciar las malas condiciones y la brutalidad que deben soportar los presos-: el gallego-cubano Carlos Montenegro, el atracador norteamericano Jack Black; aunque algunos han alcanzado el éxito a través de la novela negra o policíaca (no deja de tener su lógica): Chester Himes, Edward Bunker o Anne Perry (el caso de ésta es algo distinto, tanto por la naturaleza del crimen que cometió como por sus escados años al hacerlo).
- Por último, unos cuantos autores en los que su vida delictiva o al menos marginal se alterna o compagina con su creación literaria y hasta con cierto reconocimiento social: sería el caso, por supuesto, de Jean Genet, pero también del poeta del s. XV François Villon o incluso, aunque en un orden de cosas completamente diferente, del político y escritor de best-sellers inglés Sir Jeffrey Archer.
Que nadie piense, sin embargo, que este libro se limita a un anecdotario más o menos morboso sobre escritores que han tenido algún tropiezo con la ley; por el contrario, el autor dedica buena parte de sus páginas a reflexionar sobre los conceptos del delito y del delincuente, sobre los orígenes y condicionamientos familiares y sociales de éstos, sobre el castigo y la redención (tanto social y jurídica como íntima- de los mismos y sobre si la literatura puede ser un medio de conseguir esta redención o, por el contrario, lo que hace es proporcionar un subterfugio para la autojustificación, dada la naturaleza inherentemente embustera de la ficción... y más aún, en cierto modo, de la autoficción.
Un último apunte: he de decir que mi experiencia, hasta ahora, con el Ovejero narrador no había sido demasiado satisfactoria. Ahora bien, tanto por mi lectura de este libro como por la reseña de otro que hizo mi compañero Francesc, parece que su versión como ensayista resulta más convincente. Quizás le dé alguna otra oportunidad a sus novelas, pues...
Otros libros de José Ovejero en ULAD: La ética de la crueldad Humo
lunes, 25 de enero de 2016
Osamu Dazai: Indigno de ser humano
Idioma original: japonés
Título original: Ningen shikkaku
Traducción: Montse Watkins
Año de publicación: 1948
Valoración: Muy recomendable
A veces los lectores de ULAD nos recordáis algunas de nuestras lagunas imperdonables: "¡No habéis reseñado a Proust! ¡No habéis reseñado el Ulises! ¡No habéis reseñado la Odisea!" Y claro, tenéis razón; poco a poco, con el tiempo, iremos llenando esas lagunas con nuevas reseñas, o con colaboraciones vuestras. Esta reseña de hoy viene a llenar otro de esos huecos que a algunos lectores les parecen imperdonables: Osamu Dazai es un clásico de la literatura japonesa, un maestro para autores posteriores como Mishima, y Indigno de ser humano es, junto con El sol poniente, su obra más conocida y traducida.
No creo que sea un exceso de eurocentrismo decir que Indigno de ser humano es una novela existencialista, en la línea de El extranjero de Camus. El protagonista, Yozo, es un joven incapaz de encontrar su lugar en la sociedad y de relacionarse abierta y honestamente con otros seres humanos. Para no sentirse rechazado, Yozo recurre a las payasadas primero, y después al alcohol, la morfina o las prostitutas, y cuando nada de esto funciona intenta suicidarse dos veces, sin éxito. Al final de la novela, el narrador termina ingresado en una institución mental para recuperarse de su última recaída.
Esta es una novela oscura y descarnada: no hay aquí largas y delicadas descripciones de los paisajes japoneses, ni de las flores o los ríos, ni siquiera de la ciudad de Tokyo; lo único que importa es la voz del narrador, un ser de una inteligencia fría y analítica, pero también de una incapacidad terrible para identificarse con otros seres humanos. Sus relaciones con las mujeres son impulsivas, desprovistas de verdadero amor o comprensión: una mezcla de atracción y repulsa que quizás tenga su origen en unos abusos infantiles que solo se mencionan de pasada en el texto. Cualquier posibilidad de éxito o de realización (la carrera universitaria, la pintura, la vida profesional, el matrimonio) se ve abortada y conlleva una nueva recaída en la autodestrucción.
La novela resulta todavía más dura cuando se tiene en cuenta que una buena parte de su contenido es autobiográfico: la inadaptación, el alcoholismo, la adicción a la morfina, los intentos de suicidio, la vida sentimental tormentosa, el internamiento final en una institución. El 13 de junio de 1948, el mismo año en el que se publicó Indigno de ser humano, Osamu Dazai volvió a intentar quitarse la vida, esta vez con éxito. El escritor y su amante se ataron con una cuerda y se lanzaron al canal Tamagawa. Así, esta novela se convierte en un testamento, en una confesión, en una nota para la posteridad. El breve capítulo final, narrado por un personaje diferente de Yozo que recibe unas fotografías y unos manuscritos del protagonista, y en el que una de las mujeres de la novela lo califica como "un ángel", resulta entonces desgarrador, porque es, de alguna forma, la voz del propio Osamu Dazai exorcizando sus demonios y absolviéndose a sí mismo por sus pecados.
Título original: Ningen shikkaku
Traducción: Montse Watkins
Año de publicación: 1948
Valoración: Muy recomendable
A veces los lectores de ULAD nos recordáis algunas de nuestras lagunas imperdonables: "¡No habéis reseñado a Proust! ¡No habéis reseñado el Ulises! ¡No habéis reseñado la Odisea!" Y claro, tenéis razón; poco a poco, con el tiempo, iremos llenando esas lagunas con nuevas reseñas, o con colaboraciones vuestras. Esta reseña de hoy viene a llenar otro de esos huecos que a algunos lectores les parecen imperdonables: Osamu Dazai es un clásico de la literatura japonesa, un maestro para autores posteriores como Mishima, y Indigno de ser humano es, junto con El sol poniente, su obra más conocida y traducida.
No creo que sea un exceso de eurocentrismo decir que Indigno de ser humano es una novela existencialista, en la línea de El extranjero de Camus. El protagonista, Yozo, es un joven incapaz de encontrar su lugar en la sociedad y de relacionarse abierta y honestamente con otros seres humanos. Para no sentirse rechazado, Yozo recurre a las payasadas primero, y después al alcohol, la morfina o las prostitutas, y cuando nada de esto funciona intenta suicidarse dos veces, sin éxito. Al final de la novela, el narrador termina ingresado en una institución mental para recuperarse de su última recaída.
Esta es una novela oscura y descarnada: no hay aquí largas y delicadas descripciones de los paisajes japoneses, ni de las flores o los ríos, ni siquiera de la ciudad de Tokyo; lo único que importa es la voz del narrador, un ser de una inteligencia fría y analítica, pero también de una incapacidad terrible para identificarse con otros seres humanos. Sus relaciones con las mujeres son impulsivas, desprovistas de verdadero amor o comprensión: una mezcla de atracción y repulsa que quizás tenga su origen en unos abusos infantiles que solo se mencionan de pasada en el texto. Cualquier posibilidad de éxito o de realización (la carrera universitaria, la pintura, la vida profesional, el matrimonio) se ve abortada y conlleva una nueva recaída en la autodestrucción.
La novela resulta todavía más dura cuando se tiene en cuenta que una buena parte de su contenido es autobiográfico: la inadaptación, el alcoholismo, la adicción a la morfina, los intentos de suicidio, la vida sentimental tormentosa, el internamiento final en una institución. El 13 de junio de 1948, el mismo año en el que se publicó Indigno de ser humano, Osamu Dazai volvió a intentar quitarse la vida, esta vez con éxito. El escritor y su amante se ataron con una cuerda y se lanzaron al canal Tamagawa. Así, esta novela se convierte en un testamento, en una confesión, en una nota para la posteridad. El breve capítulo final, narrado por un personaje diferente de Yozo que recibe unas fotografías y unos manuscritos del protagonista, y en el que una de las mujeres de la novela lo califica como "un ángel", resulta entonces desgarrador, porque es, de alguna forma, la voz del propio Osamu Dazai exorcizando sus demonios y absolviéndose a sí mismo por sus pecados.
domingo, 24 de enero de 2016
Gary Shteyngart: Pequeño fracaso (Semana de la autobiografía, reprise)
Idioma original: inglés
Título original: Little failure. A memoir.
Año de publicación: 2015
Traducción: Eduardo Jordá
Valoración: muy recomendable
Título original: Little failure. A memoir.
Año de publicación: 2015
Traducción: Eduardo Jordá
Valoración: muy recomendable
"No pienso perderme nada por precipitación"
No es una cita del libro. Permitidme que me autocite cuando me di cuenta de que no me daría tiempo de acabar este libro a tiempo de incluirlo en nuestra Semana de la autobiografía. Pero era cuestión de ser justo tanto con el libro como con uno mismo. Imprimir a una lectura un ritmo inadecuado es una traición, una falta de respeto hacia el autor.
Desde las colosales veinte páginas iniciales, notamos que la actitud de Shteyngart no tiene nada que ver con la de otros autores que sobre sus propias vidas. Shteyngart, por cuyas novelas leer este libro me ha despertado cierta curiosidad, elige un tono muy lejos de falsa modestia, automitificación, victimismo, flagelación, o compasión. Elige un tono que consigue hacer propio en apenas unas páginas y que no abandonará en todo el libro. Cuestión que es a la vez cualidad y (excusable) defecto de este libro.
Shteyngart parece descubrir en cada capítulo una nueva cualidad en sí mismo. O mejor llamemos característica. Enfermizo en su niñez, frágil, delgado, poca cosa, apocado, débil de carácter, con problemas para relacionarse, escaso atractivo físico, ahora pelo corto, ahora demasiado largo, ahora con la alopecia acosando, ahora vestido con ropas cedidas, ahora ridículo, ahora extemporáneo.
La narración empieza con la familia Shteyngart abandonando San Petersburgo, a finales de los 70. En el marco de un acuerdo de intercambio, en los albores de la Guerra Fría, por el cual, a cambio de un contingente de cereales y tecnología, la URSS permitió la salida de una serie de ciudadanos de origen judío. Entre ellos, Gary, entonces Igor, hijo de un ingeniero y una oficinista, que, acompañado de sus padres, efectuará un corto periplo por Europa que acabará con el desembarco en una bulliciosa Nueva York. Las cosas de Gary en una mochila minuciosamente inspeccionada por un funcionario. Pocas cosas, solo pequeños y ridículos juguetes, poca ropa y, sobre todo, recuerdos almacenados, de los que no es siempre consciente. La Iglesia de Chesme, un helicóptero de juguete que se dibuja contra el cielo y se queda atrapado, las imponentes y omnipresentes estatuas de Lenin.
Pequeño fracaso es una crónica de la paulatina adaptación a la vida en Estados Unidos. Contada con una irónica delicadeza, con un curioso y caótico sentido temporal que elude ciertas reglas no escritas en la literatura autobiográfica, Porque Shteyngart no es lineal, ni incide en hitos o lugares típicos: ni primer polvo que pega, ni primer libro que le impacta, ni tan siquiera, y no negaré que es algo que me ha mantenido en vilo y desconcertado, presta la mínima atención a hechos que, como ruso emigrado a NY, cambian el mundo. Ni una referencia directa a la caída del muro y a la desintegración de la URSS, tampoco a los atentados del 11-S. No así con la II Guerra Mundial: Shteyngart se cerciora de que conozcamos algunos trágicos acontecimientos. Pero, casi siempre, las cosas suceden y de repente Gary está ya en otra época de su vida, en otra escuela, con otra novia, confirmando o no que, a pesar de estudiar cualquier otra cosa, su decisión de ser escritor es firme y cada vez lo es más.
Pequeño fracaso, quizás sea más un diario de integración en la vida norteamericana. El nos vamos con el enemigo va perdiendo peso, el idioma ruso empieza a esfumarse conforme avanzan los capítulos. El autor se muestra tierno y comprensivo con la decisión de unos padres ya entregados al sueño americano, en esa transición de pasar horas haciendo cola por una berenjena a trabajar con dureza para obtener más cosas de las que son necesarias. Deja que sea el lector quien lea entre líneas y juzgue. Porque una cualidad de Pequeño fracaso es dejar más rastro del que parece a primera vista. Quizás ésa sea la vara de medir con las biografías, la de cerrar el libro y reconocer, de alguna manera, que el autor ha revelado su personalidad, que ha hecho algo más que enumerar anécdotas, desgracias y hazañas. Que se le conoce ya un poquito. Pues aquí ese objetivo se ha alcanzado.
Shteyngart parece descubrir en cada capítulo una nueva cualidad en sí mismo. O mejor llamemos característica. Enfermizo en su niñez, frágil, delgado, poca cosa, apocado, débil de carácter, con problemas para relacionarse, escaso atractivo físico, ahora pelo corto, ahora demasiado largo, ahora con la alopecia acosando, ahora vestido con ropas cedidas, ahora ridículo, ahora extemporáneo.
La narración empieza con la familia Shteyngart abandonando San Petersburgo, a finales de los 70. En el marco de un acuerdo de intercambio, en los albores de la Guerra Fría, por el cual, a cambio de un contingente de cereales y tecnología, la URSS permitió la salida de una serie de ciudadanos de origen judío. Entre ellos, Gary, entonces Igor, hijo de un ingeniero y una oficinista, que, acompañado de sus padres, efectuará un corto periplo por Europa que acabará con el desembarco en una bulliciosa Nueva York. Las cosas de Gary en una mochila minuciosamente inspeccionada por un funcionario. Pocas cosas, solo pequeños y ridículos juguetes, poca ropa y, sobre todo, recuerdos almacenados, de los que no es siempre consciente. La Iglesia de Chesme, un helicóptero de juguete que se dibuja contra el cielo y se queda atrapado, las imponentes y omnipresentes estatuas de Lenin.
Pequeño fracaso es una crónica de la paulatina adaptación a la vida en Estados Unidos. Contada con una irónica delicadeza, con un curioso y caótico sentido temporal que elude ciertas reglas no escritas en la literatura autobiográfica, Porque Shteyngart no es lineal, ni incide en hitos o lugares típicos: ni primer polvo que pega, ni primer libro que le impacta, ni tan siquiera, y no negaré que es algo que me ha mantenido en vilo y desconcertado, presta la mínima atención a hechos que, como ruso emigrado a NY, cambian el mundo. Ni una referencia directa a la caída del muro y a la desintegración de la URSS, tampoco a los atentados del 11-S. No así con la II Guerra Mundial: Shteyngart se cerciora de que conozcamos algunos trágicos acontecimientos. Pero, casi siempre, las cosas suceden y de repente Gary está ya en otra época de su vida, en otra escuela, con otra novia, confirmando o no que, a pesar de estudiar cualquier otra cosa, su decisión de ser escritor es firme y cada vez lo es más.
Pequeño fracaso, quizás sea más un diario de integración en la vida norteamericana. El nos vamos con el enemigo va perdiendo peso, el idioma ruso empieza a esfumarse conforme avanzan los capítulos. El autor se muestra tierno y comprensivo con la decisión de unos padres ya entregados al sueño americano, en esa transición de pasar horas haciendo cola por una berenjena a trabajar con dureza para obtener más cosas de las que son necesarias. Deja que sea el lector quien lea entre líneas y juzgue. Porque una cualidad de Pequeño fracaso es dejar más rastro del que parece a primera vista. Quizás ésa sea la vara de medir con las biografías, la de cerrar el libro y reconocer, de alguna manera, que el autor ha revelado su personalidad, que ha hecho algo más que enumerar anécdotas, desgracias y hazañas. Que se le conoce ya un poquito. Pues aquí ese objetivo se ha alcanzado.
Etiquetas:
autobiografía,
escritores estadounidenses,
escritores rusos,
libros en inglés,
Muy recomendable,
semana de la autobiografía,
siglo XXI
sábado, 23 de enero de 2016
Colaboración: El demonio vestido de azul de Walter Mosley
Idioma original: Inglés
Título original: Demon in a blue dress
Traductora: Rosa Corgatelli
Año de publicación: 1990
Valoración: Está bien
Subestimé este libro. Hay ciertos aspectos que invitan a hacerlo, sobre todo si la lectura que se hace de él es superficial. En primer lugar, la trama. No está cargada de los vertiginosos giros argumentales que tanto abundan en las buenas historias de novela negra. En segundo lugar, El demonio vestido de azul reincide en varios tópicos del género, y eso que solamente tiene 255 páginas.
Sin embargo, igual que las grandes obras literarias (aunque ésta no se pueda tildar como tal), El demonio vestido de azul transpira algo más que la mera narración de un argumento. Es un testimonio de época. Aborda un contexto concreto: los EE.UU. en 1948, tras el loco periodo de la Ley Seca. ¡Y desde la perspectiva de un hombre de color! Nos muestra la descarnada realidad de la gente negra, todavía víctimas de la resaca racial y del absurdo sentimiento de superioridad de sus coetáneos blancos. En este paisaje histórico, la belleza del jazz convive con la oscura suciedad de los garitos ilegales en los que se toca. El amor y la tolerancia son tan presentes como la injusticia y la brutalidad policial.
DeWitt Albright contrata a Easy Rawlins, el protagonista, para encontrar a Daphne Monet. A pesar de que DeWitt Albright causa una mala impresión a Easy (el tío parece la clase de hombre que coquetea asiduamente con el crimen), nuestro protagonista se encuentra sin trabajo y tiene una hipoteca que pagar. Además, al principio, su misión parece fácil, una forma de ganar dinero sin hacer grandes esfuerzos. Pero Easy no tarda en comprender que está metido hasta el fondo en algo sumamente peligroso. Algunos asesinatos empiezan a enturbiar Los Angeles, y parecen estar relacionados de algún modo con la misteriosa mujer a la que persigue.
Para redondear esta reseña diré que he leído algunos libros más del ciclo de novelas policíacas que el autor ha dedicado a Easy Rawlins. Hasta donde yo he llegado, cada nueva entrega va "in crescendo". No dudaría en valorar, al resto de libros protagonizados por Easy, de recomendables. En ellos, los personajes, que al principio confundí con meros arquetipos, se matizan y adquieren un relieve de lo más interesante. Las tramas aumentan gratamente en complejidad. Y la cobertura histórica deja de focalizar un único año (el 1948 de El demonio vestido de azul) para abarcar el período de las décadas de los cincuenta y sesenta vividas por la comunidad negra de Los Ángeles.
Firmado: Oriol Vigil
viernes, 22 de enero de 2016
Graham Greene: El poder y la gloria
Idioma original: inglés
Título original: The Power and the Glory
Traducción: Guillermo Villalonga
Año de publicación: 1.961
Valoración: Muy recomendable
Continúa todavía existiendo una parte de la población que ha (hemos) recibido una educación de raíz católica. Laxa, sí, de perfil bajo, o de colegio concertado, llámese como se quiera, pero más o menos vinculada con lo religioso. Y, claro, por mucho que luego nos hayamos hecho librepensadores o cosas peores, las ficciones relacionadas con curas agitan viejos fantasmas y despiertan nuestro interés –cierto que algo malsano, sobre todo cuando se plantean escenarios de duda trágica o persecución.
Y aquí tenemos algo de eso. Resulta que en el México de principios del siglo XX (años veinte) tuvo lugar un potente movimiento anticlerical, que derivó en la represión de todo lo relacionado con la religión católica. Así que nos situamos en un país sumamente pobre y desde luego desigual, sumido en un largo y algo descontrolado proceso revolucionario, donde florece el rechazo a los estamentos privilegiados y, en algunos Estados, desemboca en feroz persecución contra la Iglesia oficial.
En este interesante escenario, Greene (católico confeso) va construyendo, con sutileza y equilibrio, un relato en principio fragmentado, con hilos argumentales sujetos a diversos personajes, principalmente un dentista americano, un teniente de policía, y dos sacerdotes con diferentes trayectorias frente a las prohibiciones. Estamos por tanto en una historia de fugitivos y perseguidores, donde los personajes son apenas un esbozo, pero esa misma indefinición los hace atractivos y suscita nuestro interés.
Sin embargo, el foco pronto pasa a situarse sobre uno de los religiosos. La autoridad civil ha prohibido el ministerio sacerdotal, se han suprimido los oficios y los curas se han visto obligados a casarse para eludir la cárcel (algo me recuerda a las novicias de Lerroux). Pero así como el Padre José se ha sometido a la norma para salvar el pellejo, este otro religioso –al que Greene priva hasta del nombre- opta por la clandestinidad y la huida. El hombre parece que llevase la desgracia pegada al cuerpo, dejando tras de sí un rastro de muerte y penalidades.
Este cura innominado es un personaje realmente interesante. Más que un sacerdote perseguido es, por encima de todo, un hombre, con profundas contradicciones que no residen tanto en el plano espiritual, sino en sus propios actos: es un hombre obviamente asustado, que no plantea dudas sobre su fe (nada que ver con el Manuel Bueno de Unamuno), pero arrastra una buena colección de infracciones a sus propias normas, se sabe imperfecto y seguramente indigno de su función. Le remuerde su pasado y su debilidad pero, sin saber él mismo porqué, tampoco se achanta ante la autoridad. Es de hecho un rebelde, pero tampoco da el perfil de mártir, quizá es sólo un hombre confuso que parece buscar la penitencia en su condición de perseguido.
Aunque la figura del cura absorbe la mayor parte de la narración, los personajes secundarios no carecen de interés, y aportan interesantes matices. El relato acusa cierta irregularidad, decayendo a ratos cuando el ritmo de los acontecimientos se apaga. Greene parece mejor dotado para los momentos de acción más intensa (era también un famoso guionista y autor de novelas de intriga), pero aun así nos deja una interesante perspectiva humana para una narración que parecía propicia a mensajes más estereotipados.
Otros títulos de Graham Greene en Un Libro al Día: El americano impasible, El tercer hombre, El Dr. Fischer de Ginebra, El factor humano
jueves, 21 de enero de 2016
VV.AA.: El dinero en The New Yorker. La economía en viñetas 1925-2009
Idioma original: inglés
Título original: The New Yorker On The Money: The Economy in Cartoons
Año de publicación: 2012
Traducción: Vanesa Casanova Fernández
Valoración: recomendable
Título original: The New Yorker On The Money: The Economy in Cartoons
Año de publicación: 2012
Traducción: Vanesa Casanova Fernández
Valoración: recomendable
La afamada revista The New Yorker -ésa que algunos fingen leer habitualmente, aunque no hayan visto un ejemplar en su... bueno, vale, es lo que hago yo... ejem; lo confieso-, además de relatos, artículos literarios y demás, acostumbra a publicar viñetas humorísticas que se han convertido en unas clásicas del género en este libro encontramos una recopilación de las más destacadas, desde los años 20 hasta la crisis de ayer mismo, referentes al siempre jocoso tema del dinero y los asuntos económicos en general (que yo sepa, hasta ahora se han publicado otras dos recopilaciones, sobre la oficina y los libros). Estos chistes son, por tanto, excepcionales testimonios de lo sucedido a lo largo de 90 años: los felices 20, el crack del 29, el New Deal, la economía de guerra, la sociedad del consumo desaforado, la época de los yuppies, las burbujas tecnológica e inmobiliaria, la última -o penúltima- crisis de 2008... Increíblemente, los distintos autores han sabido sacarle punta, a lo largo de todas estas épocas y circunstancias, a asuntos en principio tan serios y aun áridos como son el finero, sus flujos y reflujos, los mecanismos que rijen éstos -o lo parece-, las relaciones laborales...
La forma de buscarle las vueltas a estos temas se basa en una premisa muy sencilla: puesto que la gente que tiene una visión economicista de la vida -debido a su oocupación pero tsmbién su ambiente social, etc...- considera que quienes ponen el dineto en segundo plano frente a prioridades de otro tipo -ya sean afectivas, familiares o artísticas- no viven en el "mundo real", llevemos esta visión hasta sus últimas consecuencias, y quedará patente lo absurdo, y por tanto cómico, del planteamiento. Así, por ejemplo, en una reunión social un escritor le comenta a un amigo:"Todavía no hemos acercado posturas. Yo quiero un adelanto de seis cifras y ellos se niegan a leer el manuscrito".
O dos jóvenes damiselas charlando en un sofá, sobre el pretendiente de una de ellas: "Es inversor, o especulador o malversador; en cualquier caso, es rico".
Es curioso comprobar cómo existe una cierta tipología en estos chistes, que se ha ido repitiendo a lo largo de esos 90 años. De esta forma, tenemos la típica reunión de un consejo de administración ("Resumiendo: no hemos tenido una huelga en diez años, así que les hemos estado pagando demasiado"); la consabida arenga del empresario a su empleado ("Esta espiral viciosa de salarios y precios en aumento tiene que parar en algún momento, Fleming, y voy a empezar por usted") ; o un clásico de la tradición financiera: los arruinados suicidas que se arrojan al vacío (dos ejecutivos que están mirando el teletipo de la Bolsa y ven caer a un tercero, al otro lado de la ventana: "Hombre, ¡pero si es Prescott! Imagino que sabe algo que nosotros ignoramos"). La conflictiva relación del ciudadano norteamericano -y no sólo ellos- con los impuestos es también objeto de numerosas viñetas; un señor, ante un inspector en la oficina de Hacienda: "¿Cómo hay que hacer para meter la pata tanto que el gobierno se conforme con un porcentaje de lo defraudado?".
Por supuesto, también los que hacen hincapié en las vicisitudes del eslabón más débil de la cadena: un mendigo que lee el periódico le dice a otro: "Pues mira, a mí me alegra muchísimo que el dólar esté fuera de peligro, porque si el dólar estuviera en peligro, imagínate las monedas de diez centavos".
Dos linces que persiguen a un conejo: "El sistema no es perfecto, pero, válgame Dios, sí que es claro".
(Sin pretender meterme en camisas de once varas, hay también una viñeta de los años 40 en la que se ve a una oficinista que teclea a máquina mientras mueve la cuna de su bebé. Su jefe le dice a un visitante: "Estamos tomando medidas para conciliar la vida laboral y la familiar" ).
¿Cómo?, ¿que la crítica sólo parece ir en un sentido, que no se ironiza sobre planes quinquenales, koljós o falta de suministro de productos básicos? Lógico, porque la revista en cuestión se llama "El neoyorquino" (lo pongo en masculino, ya que su icono es un caballero decimonónico con chistera y monóculo), no "El moscovita" o "El habanero", y en Nueva York están Wall Street o Madison Avenue, no el Soviet Supremo... En todo caso, pensemos que no deja de ser una virtud encomiable de un sistema político-económico la admisión de la crítica a ese mismo sistema (a no ser, claro, que sea un sistema basado en la conversión de todo elemento que quede a su alcance en un objeto de consumo, incluyendo la propia crítica al sistema, en cuyo caso... en fin, mejor dejémoslo...).
Acabo esta ya demasiado larga reseña apuntando los nombres de algunos de los autores, los más prolíficos, de estas divertidas y, me temo, certeras viñetas: Alice Harvey, Garret Price, Carl Rose, Alan Dunn, Barbara Shermund, Sydney Hoff, Lee Lorenz, Robert Weber, Charles Saxon, Joseph Farris, Jack Ziegler, Leo Cullum, J.B. Handelsman, Charles Barsotti, Alex Gregory... Éstos son algunos, pero falta un largo etcétera.
Y un último chiste: un tipo que está jugando al golf le comenta a su compañero: "Los estudios dicen que no por ser más rico soy más feliz, pero, ¿tú sabes lo que ganan los que hacen esos estudios?"
La forma de buscarle las vueltas a estos temas se basa en una premisa muy sencilla: puesto que la gente que tiene una visión economicista de la vida -debido a su oocupación pero tsmbién su ambiente social, etc...- considera que quienes ponen el dineto en segundo plano frente a prioridades de otro tipo -ya sean afectivas, familiares o artísticas- no viven en el "mundo real", llevemos esta visión hasta sus últimas consecuencias, y quedará patente lo absurdo, y por tanto cómico, del planteamiento. Así, por ejemplo, en una reunión social un escritor le comenta a un amigo:"Todavía no hemos acercado posturas. Yo quiero un adelanto de seis cifras y ellos se niegan a leer el manuscrito".
O dos jóvenes damiselas charlando en un sofá, sobre el pretendiente de una de ellas: "Es inversor, o especulador o malversador; en cualquier caso, es rico".
Es curioso comprobar cómo existe una cierta tipología en estos chistes, que se ha ido repitiendo a lo largo de esos 90 años. De esta forma, tenemos la típica reunión de un consejo de administración ("Resumiendo: no hemos tenido una huelga en diez años, así que les hemos estado pagando demasiado"); la consabida arenga del empresario a su empleado ("Esta espiral viciosa de salarios y precios en aumento tiene que parar en algún momento, Fleming, y voy a empezar por usted") ; o un clásico de la tradición financiera: los arruinados suicidas que se arrojan al vacío (dos ejecutivos que están mirando el teletipo de la Bolsa y ven caer a un tercero, al otro lado de la ventana: "Hombre, ¡pero si es Prescott! Imagino que sabe algo que nosotros ignoramos"). La conflictiva relación del ciudadano norteamericano -y no sólo ellos- con los impuestos es también objeto de numerosas viñetas; un señor, ante un inspector en la oficina de Hacienda: "¿Cómo hay que hacer para meter la pata tanto que el gobierno se conforme con un porcentaje de lo defraudado?".
Por supuesto, también los que hacen hincapié en las vicisitudes del eslabón más débil de la cadena: un mendigo que lee el periódico le dice a otro: "Pues mira, a mí me alegra muchísimo que el dólar esté fuera de peligro, porque si el dólar estuviera en peligro, imagínate las monedas de diez centavos".
Dos linces que persiguen a un conejo: "El sistema no es perfecto, pero, válgame Dios, sí que es claro".
(Sin pretender meterme en camisas de once varas, hay también una viñeta de los años 40 en la que se ve a una oficinista que teclea a máquina mientras mueve la cuna de su bebé. Su jefe le dice a un visitante: "Estamos tomando medidas para conciliar la vida laboral y la familiar" ).
¿Cómo?, ¿que la crítica sólo parece ir en un sentido, que no se ironiza sobre planes quinquenales, koljós o falta de suministro de productos básicos? Lógico, porque la revista en cuestión se llama "El neoyorquino" (lo pongo en masculino, ya que su icono es un caballero decimonónico con chistera y monóculo), no "El moscovita" o "El habanero", y en Nueva York están Wall Street o Madison Avenue, no el Soviet Supremo... En todo caso, pensemos que no deja de ser una virtud encomiable de un sistema político-económico la admisión de la crítica a ese mismo sistema (a no ser, claro, que sea un sistema basado en la conversión de todo elemento que quede a su alcance en un objeto de consumo, incluyendo la propia crítica al sistema, en cuyo caso... en fin, mejor dejémoslo...).
Acabo esta ya demasiado larga reseña apuntando los nombres de algunos de los autores, los más prolíficos, de estas divertidas y, me temo, certeras viñetas: Alice Harvey, Garret Price, Carl Rose, Alan Dunn, Barbara Shermund, Sydney Hoff, Lee Lorenz, Robert Weber, Charles Saxon, Joseph Farris, Jack Ziegler, Leo Cullum, J.B. Handelsman, Charles Barsotti, Alex Gregory... Éstos son algunos, pero falta un largo etcétera.
Y un último chiste: un tipo que está jugando al golf le comenta a su compañero: "Los estudios dicen que no por ser más rico soy más feliz, pero, ¿tú sabes lo que ganan los que hacen esos estudios?"
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antologías,
cómic,
crítica social,
economía,
humor gráfico,
ilustradores estadounidenses,
libros en inglés,
recomendable,
siglo XX,
siglo XXI
miércoles, 20 de enero de 2016
Colaboración: En movimiento. Una vida de Oliver Sacks
Idioma original: inglés
Título original: On the move. A life.
Traducción: Damià Alou
Año de publicación: 2015
Valoración: Muy recomendable
En movimiento. Una vida es el título de la biografía del psiquiatra inglés Oliver Sacks, fallecido el mes de agosto del año pasado. Sacks se despidió del mundo en un conmovedor artículo al saber que sufría una metástasis generalizada, agradecido por haber sido "un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta". Con una serena aceptación de la muerte, redactó sus memorias que comienzan con una cita de Kierkegaard: "La vida hay que vivirla hacia adelante pero solo se puede comprender hacia atrás", aunque podrían comenzar igualmente con la célebre cita de Russell: "Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad".
Al igual que Russell, el amor, el conocimiento y la piedad fueron los motores de la vida de Sacks. En su caso, el ansia de amor vino marcada por su homosexualidad y la falta de aceptación de la madre: "Mi padre se lo contó y a la mañana siguiente cuando ella se me acercó con una cara de trueno que no le conocía me dijo: eres una abominación, ojalá nunca hubieras nacido. Luego se fue y no me habló en días. Cuando lo volvió a hacer nunca se habló más del asunto pero algo había cambiado para siempre entre los dos".
El enfado de la madre con un tono de maldición casi bíblica marcó la vida del joven Sacks y le provocó un conflicto entre el deseo innato de aprobación materna y el que ella juzgara la sexoafectividad de su hijo como algo maligno. Oliver Sacks tuvo que alejarse de su país natal, una Inglaterra que seguía manteniendo las leyes que condenaron a Oscar Wilde, para vivir, para ser, para lanzarse durante unos años a una vida nómada de quien no está a gusto en su propia piel y que le llevó a viajar en moto por EE. UU. y Canadá.
Sus primeros escarceos sexuales están narrados con una gran capacidad de impregnar de ternura hasta los recuerdos más sórdidos: sexo mezclado con el alcohol en un bar gay en Ámsterdam, la liberación en San Francisco, masajes con intención erótica a un amigo... No escaquea tampoco su experimentación con las drogas hasta que la situación de casi esquizofrenia de los participantes de una fiesta psicodélica le abrió los ojos sobre los peligros de su consumo.
Junto con el ansia de amor, Oliver Sacks persiguió el conocimiento. Quizá ese interés casi obsesivo por los secretos del universo y por cómo la mente percibe ese universo sean fruto de la sublimación, al igual que su afición al levantamiento de pesas, al submarinismo y a las motos.
Y de la búsqueda del conocimiento a la "insoportable piedad por los sufrimientos de los demás", a la humanización del paciente. Oliver Sacks se identifica con las minorías, ve el mundo desde el ángulo de la marginalidad. Analiza trastornos como el síndrome de Asperger o el síndrome de Tourette no como una tara sino como un privilegio, el privilegio que da una visión no normativa del mundo. Narra los historiales clínicos en la tradición de la mejor literatura científica y divulgativa y los intercala con la teoría y sus reflexiones personales. Las historias de sus pacientes salen del papel y bullen de vida, siguiendo al pie de la letra la máxima de Henry James: "No expliques. Muestra".
Y después de toda una vida dedicada al estudio, a la investigación y a la escritura, el regalo de la vejez, su relación con Billy comenzada con setenta y siete años, que hace comprender a Sacks la paradoja de que el amor nace de la conciencia de nuestra propia mortalidad pero a su vez es quizá lo único que nos hace vencer a la misma muerte: "Fue una época de gran intensidad emocional: mi música preferida, o los rayos inclinados y dorados del sol al atardecer me hacían llorar. No estaba seguro de por qué lloraba pero experimentaba una intensa sensación de amor, muerte y transitoriedad, todo mezclado de manera inseparable".
En movimiento. Una vida es la plasmación de la identidad poliédrica de alguien sediento de conocimientos y de vida. "Soy inmenso. Contengo multitudes", decía Wittman. Varios fueron los que habitaron en Sacks: el humanista, el científico, el investigador, el médico, el devorador de libros, el escritor, el viajero, el estudioso de la identidad y de la conciencia, el doctor afable de bata blanca, el motero con chaqueta de cuero…
Solamente un punto débil del libro, el contrario que el de la película La teoría del todo. Cuando Hawking vio su biopic afirmó que le había gustado porque quizá había sido lo más parecido a un viaje en el tiempo que podría hacer, aunque manifestó que hubiera deseado más ciencia y menos sentimiento. Al acabar En movimiento. Una vida siento la sensación de que, en ocasiones, me hubiera gustado menos ciencia y más sentimiento.
En conclusión, me quedo con la frescura de la primera mitad del libro, la parte más desinhibida y alocada, que por momentos parece una novela de carretera y una crónica de viaje, aunque habrá quienes prefieran la parte reflexiva del final. De lo que no cabe duda es que Oliver Sacks atrapa el momento y lo plasma por escrito, como un entomólogo clava la mariposa en el corcho. En movimiento es el retrato de una mente inquieta que no malgasta ni un momento para aprender y vivir. Y es que eso es la vida, una sucesión de instantes y un aprendizaje continuo.
Título original: On the move. A life.
Traducción: Damià Alou
Año de publicación: 2015
Valoración: Muy recomendable
En movimiento. Una vida es el título de la biografía del psiquiatra inglés Oliver Sacks, fallecido el mes de agosto del año pasado. Sacks se despidió del mundo en un conmovedor artículo al saber que sufría una metástasis generalizada, agradecido por haber sido "un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta". Con una serena aceptación de la muerte, redactó sus memorias que comienzan con una cita de Kierkegaard: "La vida hay que vivirla hacia adelante pero solo se puede comprender hacia atrás", aunque podrían comenzar igualmente con la célebre cita de Russell: "Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad".
Al igual que Russell, el amor, el conocimiento y la piedad fueron los motores de la vida de Sacks. En su caso, el ansia de amor vino marcada por su homosexualidad y la falta de aceptación de la madre: "Mi padre se lo contó y a la mañana siguiente cuando ella se me acercó con una cara de trueno que no le conocía me dijo: eres una abominación, ojalá nunca hubieras nacido. Luego se fue y no me habló en días. Cuando lo volvió a hacer nunca se habló más del asunto pero algo había cambiado para siempre entre los dos".
El enfado de la madre con un tono de maldición casi bíblica marcó la vida del joven Sacks y le provocó un conflicto entre el deseo innato de aprobación materna y el que ella juzgara la sexoafectividad de su hijo como algo maligno. Oliver Sacks tuvo que alejarse de su país natal, una Inglaterra que seguía manteniendo las leyes que condenaron a Oscar Wilde, para vivir, para ser, para lanzarse durante unos años a una vida nómada de quien no está a gusto en su propia piel y que le llevó a viajar en moto por EE. UU. y Canadá.
Sus primeros escarceos sexuales están narrados con una gran capacidad de impregnar de ternura hasta los recuerdos más sórdidos: sexo mezclado con el alcohol en un bar gay en Ámsterdam, la liberación en San Francisco, masajes con intención erótica a un amigo... No escaquea tampoco su experimentación con las drogas hasta que la situación de casi esquizofrenia de los participantes de una fiesta psicodélica le abrió los ojos sobre los peligros de su consumo.
Junto con el ansia de amor, Oliver Sacks persiguió el conocimiento. Quizá ese interés casi obsesivo por los secretos del universo y por cómo la mente percibe ese universo sean fruto de la sublimación, al igual que su afición al levantamiento de pesas, al submarinismo y a las motos.
Y de la búsqueda del conocimiento a la "insoportable piedad por los sufrimientos de los demás", a la humanización del paciente. Oliver Sacks se identifica con las minorías, ve el mundo desde el ángulo de la marginalidad. Analiza trastornos como el síndrome de Asperger o el síndrome de Tourette no como una tara sino como un privilegio, el privilegio que da una visión no normativa del mundo. Narra los historiales clínicos en la tradición de la mejor literatura científica y divulgativa y los intercala con la teoría y sus reflexiones personales. Las historias de sus pacientes salen del papel y bullen de vida, siguiendo al pie de la letra la máxima de Henry James: "No expliques. Muestra".
Y después de toda una vida dedicada al estudio, a la investigación y a la escritura, el regalo de la vejez, su relación con Billy comenzada con setenta y siete años, que hace comprender a Sacks la paradoja de que el amor nace de la conciencia de nuestra propia mortalidad pero a su vez es quizá lo único que nos hace vencer a la misma muerte: "Fue una época de gran intensidad emocional: mi música preferida, o los rayos inclinados y dorados del sol al atardecer me hacían llorar. No estaba seguro de por qué lloraba pero experimentaba una intensa sensación de amor, muerte y transitoriedad, todo mezclado de manera inseparable".
En movimiento. Una vida es la plasmación de la identidad poliédrica de alguien sediento de conocimientos y de vida. "Soy inmenso. Contengo multitudes", decía Wittman. Varios fueron los que habitaron en Sacks: el humanista, el científico, el investigador, el médico, el devorador de libros, el escritor, el viajero, el estudioso de la identidad y de la conciencia, el doctor afable de bata blanca, el motero con chaqueta de cuero…
Solamente un punto débil del libro, el contrario que el de la película La teoría del todo. Cuando Hawking vio su biopic afirmó que le había gustado porque quizá había sido lo más parecido a un viaje en el tiempo que podría hacer, aunque manifestó que hubiera deseado más ciencia y menos sentimiento. Al acabar En movimiento. Una vida siento la sensación de que, en ocasiones, me hubiera gustado menos ciencia y más sentimiento.
En conclusión, me quedo con la frescura de la primera mitad del libro, la parte más desinhibida y alocada, que por momentos parece una novela de carretera y una crónica de viaje, aunque habrá quienes prefieran la parte reflexiva del final. De lo que no cabe duda es que Oliver Sacks atrapa el momento y lo plasma por escrito, como un entomólogo clava la mariposa en el corcho. En movimiento es el retrato de una mente inquieta que no malgasta ni un momento para aprender y vivir. Y es que eso es la vida, una sucesión de instantes y un aprendizaje continuo.
martes, 19 de enero de 2016
Hiromi Kawakami: Vidas frágiles, noches oscuras
Idioma original: japonés
Título original: Yoru no koen
Traducción: Marina Bornas Montaña
Año de publicación: 2006
Valoración: recomendable
La narrativa japonesa pocas veces defrauda (salvo Haruki Murakami, pero no vamos a volver a abrir otra vez ese debate). Ya sean los grandes narradores del siglo XX, como Mishima o Kawabata, o escritores más recientes, como Teru Miyamoto o Kenzaburo Oé, uno sabe que se va a encontrar con obras llenas de sensibilidad, de cuidado por el detalle, de contención expresiva. También Hiromi Kawakami se sitúa en esa tradición, como ya comentó Montuenga en una reseña pasada.
Vidas frágiles, noches oscuras (el título español no parece corresponder con el original, pero no sé el suficiente japonés como para traducirlo yo mismo y Google Translator no ayuda demasiado) es una historia de amores y desamores entre cuatro personajes: Lili, una ama de casa de mediana edad; su marido Yukio, al que ya no ama; su mejor amiga, Haruna, que se acuesta con Yukio a espaldas de Lili (por lo menos al principio), y Akira, el joven con el que Lili empieza una relación apasionada. A ellos se une también Satoru, el hermano de Akira, que teminará teniendo también una relación con Haruna.
En realidad, esta es casi una novela sentimental existencialista: cuatro personajes burgueses, urbanos, con una vida más o menos acomodada, pasan por la vida intentando encontrar la felicidad y el amor, siendo honestos consigo mismos y con sus sentimentos; y aunque todos se hagan daño los unos a los otros, en realidad no se puede decir que ninguno de ellos sean malas personas: no actúan movidos por el odio ni los celos, sino por el deseo de amar y ser amados. "Qué fácil es morir, vivir, amar y dejar de amar", piensa Satoru; y sin embargo la novela casi parece querer demostrar lo contrario: que es tremendamente difícil querer a alguien que nos quiera, y que ese amor se mantenga a lo largo del tiempo sin imposturas.
Vidas frágiles, noches oscuras es una lectura melancólica, sentimental sin ser cursi, dura sin ser cruda y sin evitar las referencias explícitas al sexo (con o sin amor). Quizás la mayor pega que se le pueda poner es el exceso de coincidiencias e interrelaciones entre un grupo tan pequeño de personajes, mucho más allá de lo verosímil. Algo así como la película Closer, pero sin la mala leche. También la indecisión de los personajes, que nunca parecen tener claro a quién quieren y a quién desean, es por momentos irritante, aunque también muy humana. Al menos, la novela termina con un final positivo, cuando Lili, que por fin se ha encontrado a sí misma y ha decidido lo que quiere hacer, "abrió los ojos de par en par".
También de Hiromi Kawakami: El cielo es azul, la tierra blanca
Título original: Yoru no koen
Traducción: Marina Bornas Montaña
Año de publicación: 2006
Valoración: recomendable
La narrativa japonesa pocas veces defrauda (salvo Haruki Murakami, pero no vamos a volver a abrir otra vez ese debate). Ya sean los grandes narradores del siglo XX, como Mishima o Kawabata, o escritores más recientes, como Teru Miyamoto o Kenzaburo Oé, uno sabe que se va a encontrar con obras llenas de sensibilidad, de cuidado por el detalle, de contención expresiva. También Hiromi Kawakami se sitúa en esa tradición, como ya comentó Montuenga en una reseña pasada.
Vidas frágiles, noches oscuras (el título español no parece corresponder con el original, pero no sé el suficiente japonés como para traducirlo yo mismo y Google Translator no ayuda demasiado) es una historia de amores y desamores entre cuatro personajes: Lili, una ama de casa de mediana edad; su marido Yukio, al que ya no ama; su mejor amiga, Haruna, que se acuesta con Yukio a espaldas de Lili (por lo menos al principio), y Akira, el joven con el que Lili empieza una relación apasionada. A ellos se une también Satoru, el hermano de Akira, que teminará teniendo también una relación con Haruna.
En realidad, esta es casi una novela sentimental existencialista: cuatro personajes burgueses, urbanos, con una vida más o menos acomodada, pasan por la vida intentando encontrar la felicidad y el amor, siendo honestos consigo mismos y con sus sentimentos; y aunque todos se hagan daño los unos a los otros, en realidad no se puede decir que ninguno de ellos sean malas personas: no actúan movidos por el odio ni los celos, sino por el deseo de amar y ser amados. "Qué fácil es morir, vivir, amar y dejar de amar", piensa Satoru; y sin embargo la novela casi parece querer demostrar lo contrario: que es tremendamente difícil querer a alguien que nos quiera, y que ese amor se mantenga a lo largo del tiempo sin imposturas.
Vidas frágiles, noches oscuras es una lectura melancólica, sentimental sin ser cursi, dura sin ser cruda y sin evitar las referencias explícitas al sexo (con o sin amor). Quizás la mayor pega que se le pueda poner es el exceso de coincidiencias e interrelaciones entre un grupo tan pequeño de personajes, mucho más allá de lo verosímil. Algo así como la película Closer, pero sin la mala leche. También la indecisión de los personajes, que nunca parecen tener claro a quién quieren y a quién desean, es por momentos irritante, aunque también muy humana. Al menos, la novela termina con un final positivo, cuando Lili, que por fin se ha encontrado a sí misma y ha decidido lo que quiere hacer, "abrió los ojos de par en par".
También de Hiromi Kawakami: El cielo es azul, la tierra blanca
lunes, 18 de enero de 2016
Antonio Manzini: Pista negra
Idioma original: italiano
Título original: Pista nera
Año de publicación: 2013
Traducción (del inglés): Teresa Clavel Lledó
Valoración: entre recomendable y está bien
Título original: Pista nera
Año de publicación: 2013
Traducción (del inglés): Teresa Clavel Lledó
Valoración: entre recomendable y está bien
En la penúltima hornada de novela negra/policíaca, sección Sur de Europa, subsección italiana, nos encontramos este libro, primero de una serie, -pues de momento hay otras dos novelas con los mismos personajes, una de ellas ya publicada en España- escrita por el también actor Antonio Manzini, que la ha ambientado en un lugar hasta ahora insólito para estos menesteres (que yo sepa): el valle de Aosta, al borde de la frontera italo-franco-suiza, conocido por sus montañas nevadas, sus pistas de esquí y la renta per cápita más alta de Italia. Junto a una de estas pistas aparece un cadáver, lo que desencadena la consecuente investigación policial, claro. El encargado de llevarla a cabo es el subjefe -lo que antes era el cargo de comisario- Rocco Schiavone, trasladado allí por oscuras razones y contra su voluntad, pues es romano hasta la médula -nacido en el Trastévere- y no demasiado encantado con su nuevo destino...
Es obvio que, aparte del "marco incomparable", una parte importante del gancho de esta novela -más, en todo caso, que la propia trama policíaca, que no es para tirar cohetes- está en el conocido efecto "pez fuera del agua" (también se le puede llamar efecto Ocho apellidos vascos o Bienvenidos al Norte ); esto es, hacernos unas risas a costa de la inadaptación del protagonista a un medio que le es extraño. Ahora bien, en el caso de Pista negra, más atractiva y determinante aún resulta la propia personalidad del protagonista: a Manzini -quizá como consecuencia de su oficio actoral- le ha salido un personaje redondo, poliédrico y aún por acabar de explorar; el subjefe Rocco Schiavone es borde, despectivo, vanidoso, ligón, porrero, toca...narices; pero también perspicaz, eficiente, generoso, compasivo... vaya, una especie de dr. House con los atributos del italiano más tópico (o quizás el romano, dentro de Italia, no sé... paisano entonces del autor, por cierto). Los personajes secundarios no le van a la zaga y resultan también lo suficientemente peculiates y complejos para dar mucho juego: su ayudante el agente Pierron, el juez Barsi, el no menos desabrido forense Fumarelli...
En resumen: no es una novela memorable, pero sí un prometedor debut literaria, lleno de posibilidades y de personajes interesantes, a los que sin duda, merecerá la pena seguir -precisamente- la pista. O eso espero (de hecho, he leído que la segunda novela es mejor).
Es obvio que, aparte del "marco incomparable", una parte importante del gancho de esta novela -más, en todo caso, que la propia trama policíaca, que no es para tirar cohetes- está en el conocido efecto "pez fuera del agua" (también se le puede llamar efecto Ocho apellidos vascos o Bienvenidos al Norte ); esto es, hacernos unas risas a costa de la inadaptación del protagonista a un medio que le es extraño. Ahora bien, en el caso de Pista negra, más atractiva y determinante aún resulta la propia personalidad del protagonista: a Manzini -quizá como consecuencia de su oficio actoral- le ha salido un personaje redondo, poliédrico y aún por acabar de explorar; el subjefe Rocco Schiavone es borde, despectivo, vanidoso, ligón, porrero, toca...narices; pero también perspicaz, eficiente, generoso, compasivo... vaya, una especie de dr. House con los atributos del italiano más tópico (o quizás el romano, dentro de Italia, no sé... paisano entonces del autor, por cierto). Los personajes secundarios no le van a la zaga y resultan también lo suficientemente peculiates y complejos para dar mucho juego: su ayudante el agente Pierron, el juez Barsi, el no menos desabrido forense Fumarelli...
En resumen: no es una novela memorable, pero sí un prometedor debut literaria, lleno de posibilidades y de personajes interesantes, a los que sin duda, merecerá la pena seguir -precisamente- la pista. O eso espero (de hecho, he leído que la segunda novela es mejor).
domingo, 17 de enero de 2016
Semana de la autobiografía #7: La muerte del padYO, YO, YO, YO de Karl Ove Náusea
Idioma original: noruego
Título original: Min Kamp
Un escritor noruego con pinta de rockero contándonos su vida y milagros: así a priori no suena mal. ¿Cuál será esa terrible "lucha" que da título a la muchología que se ha cascado el bueno de Knausgard (con circulito encima de la segunda a)? ¿Será la lucha contra el alcohol, la lucha contra la muerte, la lucha contra la injusticia, la lucha contra la imposibilidad del lenguaje por expresar la realidad en toda su compleja belleza? Pues no, por lo menos en mi caso ha sido la lucha contra el aburrimiento; y ha ganado el aburrimiento.
Se ha dicho que esta obra es proustiana, y está claro que es lo que el autor quería que se dijera. Solo le ha faltado incluid una escena de la magdalena (o el muffin, si se quiere actualizar la cosa) en los primeros capítulos para que el paralelismo esté completo. Solo que Proust es mucho Proust, y no es solo que nos cuenta su vida en un estilo impecable, sino que lo hace con ironía, con delicadeza, con profundidad, con gracia.
Y en el caso de Karl Ove Náusea... digoooo... Knausgard, en fin, veamos: la cosa no empieza mal, porque se nos presenta un doble plano, el del escritor que bloqueado intenta escribir una novela y ser un buen padre al mismo tiempo (esas páginas son de las mejores del libro, sinceramente, por la crudeza con la que describe el rechazo que puede llegar a sentir por sus hijos), y por otro lado el plano de las memorias adolescentes, del descubrimiento del alcohol y el sexo, de las primeras rebeldías, y por supuesto de la figura de un padre distante, exigente y poco afectuoso (y también aquí hay buenas páginas, en las que se describe el miedo y la vergüenza que provoca en el joven futuro-escritor la mera presencia del padre en la casa).
Solo que después pasan las páginas y las páginas y las páginas... (¡y este es solo el primer volumen de la serie!) y se cuenta cada detalle de la vida de un adolescente que no es demasiado distinta de la vida del 99% de los adolescentes... Aquí bebe una cerveza (¡y se emborracha!), aquí se toma un té ("Mmmmmmh", sic), aquí ensaya con unos amigos, aquí toca una teta (¡ooooooh!), y cualquier asomo de trama interesante o de conflicto se ve sepultada por una apoteosis del egocentrismo que no es solo que no me haya gustado: es que ha llegado a ponerme de muy mala hostia. Todo es yo, yo, yo, yo... ¿Y a mí qué me importa, querido Karl Ove? ¿Qué leches me importa todo esto? ¿Por qué debería dedicar mi tiempo a leerlo, me quieres explicar?
Así que, llegada la página 150 (menos de la mitad del primer volumen), decidí dejarlo. Porque hay mucho que leer en esta vida, y las pajas (mentales y físicas) de este señor no me interesan lo más mínimo. Y menos sabiendo que son seis novelas de unas trescientas y pico páginas cada una. Claro, sé que hay gente a la que le ha gustado mucho este libro, y bien por ellos, si lo han disfrutado; y también sé que habrá quien diga: "¡Pues no es nada fácil escribir un libro así!" No, no será fácil, seguro que no, yo por ejemplo no sería capaz. Pero eso no quiere decir que tenga que interesarme.
Otra cosa es que el debate que ha provocado, sobre los límites de la autoficción y el derecho a la intimidad de las personas involucradas; el debate no es nuevo ni mucho menos, pero no está del todo bien resuelto, sobre todo ahora que es tan habitual que los escritores se transformen en el tema de sus propias obras. ¿Hasta qué punto puede un autor permitirse contar intimidades (desde lo erótico a lo sentimental, pasando por lo escatológico) de personas que no han dado su consentimiento para que lo haga? ¿Y si esas personas han muerto y no pueden dar su consentimiento? La respuesta idealista es que el arte está por encima de la ley, o mejor dicho, que es un terreno distinto al regido por las leyes civiles; pero esta respuesta tan bonita no satisfará mucho a las personas cuyas infidelidades, vicios y bajezas se aireen en público...
But I digress.
En una de las últimas páginas que leí del libro, un amigo le dice al autor algo así como: "Tienes que escribir sobre algo, Karl Ove, escribe sobre algo". Eso mismo le diría yo: "escribe sobre algo, por dios, Karl Ove; sobre algo que no seas tú mismo, quiero decir..."
También de Karl Ove Knausgård en ULAD: Tiene que llover, Un hombre enamorado, Fin, La importancia de la novela
La primera reseña de 'La muerte del padre': Aquí
Título original: Min Kamp
Traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Valoración: Se deja leer... perdón, quiero decir, se deja de leerUn escritor noruego con pinta de rockero contándonos su vida y milagros: así a priori no suena mal. ¿Cuál será esa terrible "lucha" que da título a la muchología que se ha cascado el bueno de Knausgard (con circulito encima de la segunda a)? ¿Será la lucha contra el alcohol, la lucha contra la muerte, la lucha contra la injusticia, la lucha contra la imposibilidad del lenguaje por expresar la realidad en toda su compleja belleza? Pues no, por lo menos en mi caso ha sido la lucha contra el aburrimiento; y ha ganado el aburrimiento.
Se ha dicho que esta obra es proustiana, y está claro que es lo que el autor quería que se dijera. Solo le ha faltado incluid una escena de la magdalena (o el muffin, si se quiere actualizar la cosa) en los primeros capítulos para que el paralelismo esté completo. Solo que Proust es mucho Proust, y no es solo que nos cuenta su vida en un estilo impecable, sino que lo hace con ironía, con delicadeza, con profundidad, con gracia.
Y en el caso de Karl Ove Náusea... digoooo... Knausgard, en fin, veamos: la cosa no empieza mal, porque se nos presenta un doble plano, el del escritor que bloqueado intenta escribir una novela y ser un buen padre al mismo tiempo (esas páginas son de las mejores del libro, sinceramente, por la crudeza con la que describe el rechazo que puede llegar a sentir por sus hijos), y por otro lado el plano de las memorias adolescentes, del descubrimiento del alcohol y el sexo, de las primeras rebeldías, y por supuesto de la figura de un padre distante, exigente y poco afectuoso (y también aquí hay buenas páginas, en las que se describe el miedo y la vergüenza que provoca en el joven futuro-escritor la mera presencia del padre en la casa).
Solo que después pasan las páginas y las páginas y las páginas... (¡y este es solo el primer volumen de la serie!) y se cuenta cada detalle de la vida de un adolescente que no es demasiado distinta de la vida del 99% de los adolescentes... Aquí bebe una cerveza (¡y se emborracha!), aquí se toma un té ("Mmmmmmh", sic), aquí ensaya con unos amigos, aquí toca una teta (¡ooooooh!), y cualquier asomo de trama interesante o de conflicto se ve sepultada por una apoteosis del egocentrismo que no es solo que no me haya gustado: es que ha llegado a ponerme de muy mala hostia. Todo es yo, yo, yo, yo... ¿Y a mí qué me importa, querido Karl Ove? ¿Qué leches me importa todo esto? ¿Por qué debería dedicar mi tiempo a leerlo, me quieres explicar?
Así que, llegada la página 150 (menos de la mitad del primer volumen), decidí dejarlo. Porque hay mucho que leer en esta vida, y las pajas (mentales y físicas) de este señor no me interesan lo más mínimo. Y menos sabiendo que son seis novelas de unas trescientas y pico páginas cada una. Claro, sé que hay gente a la que le ha gustado mucho este libro, y bien por ellos, si lo han disfrutado; y también sé que habrá quien diga: "¡Pues no es nada fácil escribir un libro así!" No, no será fácil, seguro que no, yo por ejemplo no sería capaz. Pero eso no quiere decir que tenga que interesarme.
Otra cosa es que el debate que ha provocado, sobre los límites de la autoficción y el derecho a la intimidad de las personas involucradas; el debate no es nuevo ni mucho menos, pero no está del todo bien resuelto, sobre todo ahora que es tan habitual que los escritores se transformen en el tema de sus propias obras. ¿Hasta qué punto puede un autor permitirse contar intimidades (desde lo erótico a lo sentimental, pasando por lo escatológico) de personas que no han dado su consentimiento para que lo haga? ¿Y si esas personas han muerto y no pueden dar su consentimiento? La respuesta idealista es que el arte está por encima de la ley, o mejor dicho, que es un terreno distinto al regido por las leyes civiles; pero esta respuesta tan bonita no satisfará mucho a las personas cuyas infidelidades, vicios y bajezas se aireen en público...
But I digress.
En una de las últimas páginas que leí del libro, un amigo le dice al autor algo así como: "Tienes que escribir sobre algo, Karl Ove, escribe sobre algo". Eso mismo le diría yo: "escribe sobre algo, por dios, Karl Ove; sobre algo que no seas tú mismo, quiero decir..."
También de Karl Ove Knausgård en ULAD: Tiene que llover, Un hombre enamorado, Fin, La importancia de la novela
La primera reseña de 'La muerte del padre': Aquí
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sábado, 16 de enero de 2016
Semana de la autobiografía #6, Peggy Guggenheim: Una vida para el arte
Idioma original: inglés
Título original: Out of This Century
Traducción: Clara Gabarrocas
Año de publicación: 1.979
Valoración: Recomendable (muy recomendable para interesados en el mundo artístico de la época)
Título original: Out of This Century
Traducción: Clara Gabarrocas
Año de publicación: 1.979
Valoración: Recomendable (muy recomendable para interesados en el mundo artístico de la época)
Hoy en día el apellido Guggenheim suena a titanio, Frank Gehry y turistas en Bilbao. Pero no siempre fue así. Los Guggenheim fueron una de esas familias judías que amasaron una inmensa fortuna en América y, entre ellos, a Solomon le dio por el arte, hasta que reunió una fantástica colección y fundó el museo neoyorkino que lleva su nombre, del que el de Bilbao es una especie de franquicia (buf, qué mal suena eso).
Los miembros del clan combinaban los negocios con diversas excentricidades. Peggy, sobrina del citado –o sobrina-nieta, no sé-, perteneció a una de las ramas menos favorecidas de la familia, y aun así nadaba en dinero. Con mucha viruta para gastar y tiempo de ocio ilimitado, la señorita Guggenheim pronto se aburrió de la vida convencional, y sacó a pasear una larga lista de ocurrencias, al tiempo que coleccionaba otra nómina, aún más extensa y variopinta, de maridos y amantes. Una idea de las extravagancias la da esta anécdota en un viaje por Egipto: "para pasar el tiempo compré una cabra embarazada con la esperanza de verla parir". Y al respecto de sus parejas, la lista es tan amplia que define toda una forma de vivir.
A base muchas fiestas y viajecitos por la Europa glamourosa de las primeras décadas del siglo XX, acabó Marguerite (que así se llamaba en realidad, por mucha rabia que le diese) por entrar en contacto con los ambientes bohemios de la época. Diversión, desenfreno y gasto desbocado eran los elementos que condujeron esta envidiable vida hacia el coleccionismo y el mecenazgo. A veces bajo el consejo de una mano sabia (Duchamp sobre todos los demás), y otras veces por pura casualidad, los artistas acababan contactando con Peggy, y la relación pronto daba buenos resultados, bien en la cama, bien en el mercado del arte, o en ambos a la vez.
Así que, casi sin pretenderlo, la autora empieza a comprar arte contemporáneo y a formar una colección que adquiere una magnitud sobresaliente. Porque esta mujer, inteligente y vivaz, parecía tener un sexto sentido, un don para distinguir obras valiosas entre muchas otras. Y así, lo que empezó como un capricho de ricachona aburrida, terminó por ser no sólo una profesión, sino un estilo de vida. Todo ello llevado a cabo cuando por las obras todavía se pagaban sumas digamos normales, 'antes de que el mundo del arte se convirtiera en un mercado de inversión'. A eso se llama clarividencia, y eso que la buena señora no podía prever la locura que vendría en las décadas posteriores.
La narración mantiene un tono desenfadado y directo, empapado de buenas dosis de ironía, y puede recorrerse en diversos niveles. Podemos leerlo simplemente como la amplísima acumulación de anécdotas personales que es en realidad, un divertimento basado en la vida, extravagante y un punto (o varios) escandalosa, de una señora rica. Desde otra perspectiva, es la historia de una mujer rompedora que siempre se consideró libre y que –ciertamente sustentada por su enorme patrimonio, que el dinero lo aguanta casi todo- tuvo narices para saltarse sin miramientos cualquier tipo de normas convencionales.
Pero personalmente me interesa por encima de todo lo que el libro tiene de crónica del mundo artístico europeo y norteamericano en las primeras décadas del siglo XX, aspecto que empieza a despuntar pasado el primer tercio del relato. Si las Soirées de Paris del conde Beaumont fueron el gran aglutinador de la vida artística de Francia y de media Europa, la Guggenheim fue al mismo tiempo mecenas y descubridora de numerosos artistas plásticos, fundó varias galerías entre las que destacó la famosa Art of this Century, puso en el mapa internacional el entonces incipiente expresionismo abstracto (aunque sobre eso hay otras opiniones), apoyó y dio a conocer a numerosos artistas y, en definitiva contribuyó, entre fiestas, flirteos y derroches, a dinamizar el ambiente cultural a ambos lados del Atlántico.
Todo esto nos lo va contando, paso a paso, en un relato construido de forma sencilla, donde van surgiendo uno tras otro artistas de toda condición, desde Joyce y Beckett hasta John Cage o Yoko Ono, pasando por todos los nombres de artistas plásticos de la época que podamos imaginar. Entre ellos vivió y con ellos trabajó y se divirtió nuestra sorprendente dama, que fue para muchos (Pollock por encima de todos) apoyo fundamental en una época de creatividad apasionante.
Hasta muy cerca del final vivió en su palacio de Venecia, la ciudad que le enamoró desde su juventud, y donde se le llamaba 'la dogaresa'. Allí permanece su extraordinaria colección, una de las más importantes del mundo. Sus cuadros, lo mismo que los objetos que cualquiera conserva tras muchos años, guardan cada uno trozos de la vida de su antigua dueña.
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siglo XX
viernes, 15 de enero de 2016
Semana de la autobiografía #5: La muerte del padre de Karl Ove Knausgård
Idioma original: noruego
Año de publicación: 2011
Año de publicación: 2011
Traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Valoración: bastante recomendable
La cuestión que no hemos planteado directamente esta semana aún. ¿Por qué tanta gente escribe su autobiografía, o sus memorias? Antes, parece que solamente lo hacían las celebridades. Gente que parecía sentirse en deuda con la sociedad si no explicaba los grandes trazos de su existencia, aquello que le había hecho triunfar, o fracasar con estrépito. Lógico, que se apuntaran los escritores. Para un escritor, es un chollo escribir de aquello que más conoce y que está siempre disponible para documentarse. Y no he mencionado, aún, la palabra "ego". La tecnología de hoy aún lo ha puesto más fácil. Blogs y páginas de redes sociales y canales de Youtube son, en el fondo, formas en que uno muestra al mundo aquello de su recorrido vital que quiere compartir.
La otra cuestión es si el mundo necesita eso. O si el mundo está dispuesto a prestarle suficiente atención, cosa que significaría que hay quien convence a los demás de que su vida es, o ha sido, lo bastante interesante para conocerla. La intención del lector, habría que ver cuál es, al leer sobre la vida de los demás: curiosidad, morbo, posibilidad de verse reflejado, comparar trayectorias, tomar ejemplo, admirar, rechazar. Asomarse a la vida de los demás, vistas las porquerías que copan la tele, resulta muy estimulante.
Entonces, ¿qué debía pensar Karl Ove Knausgård cuando se planteó escribir seis tomos, si él era solamente un novelista de un pequeño país como Noruega, completamente desconocido fuera de allí?
Aunque su fotografía actualizada no salga en la portada de La muerte del padre, hay que decir que el aspecto físico actual de Knausgård no pasa desapercibido: una especie de cruce improbable entre el actor Viggo Mortensen, una especie de mesías nibelungo y una estrella del black metal, con los surcos del dolor (o de otras experiencias siempre excesivas) grabados en sus rasgos, pero como acabadito de levantar un día soleado. Consciente de que es un factor más, el revuelo que lleva un tiempo levantando su serie de seis libros autobiográficos, iniciada con éste, es considerable. Ojo con esas imágenes tan poderosas: algunos solemos generar preconcepciones. Y sus declaraciones, en medio de la oportuna promoción, viniendo a insinuar que ya no le hace falta escribir más tras esta obra magna, porque su situación ya no le empuja a ello, son otro añadido. Uy, con lo que nos gustan los autores atormentados, esos que se desploman sobre el teclado exhaustos apestando a alcohol o a tabaco o a sudor o a sangre o a vómito o a todo junto.
Freudiano título, por cierto. Pero es que el título de la hexalogía que este libro abre es aún más, mm, polémico: Mi lucha. Uh. Ya está Godwin aquí. Difícil, pues, enfrentarse sin un prejuicio, y menos aún que ayudan términos que constan en la sinopsis y en las solapas. Proustiano. Gran literatura. Universal. Absorbente. Ambiciosísimo. Proeza. Atormenta. Cuidado: como los fuegos artificiales, hay que manipular estos términos con cuidado.
Pues resulta que vale la pena empezar. No es que Knausgård invente nada. Esta es una narración autobiográfica directa y descarnada, sin el mínimo tapujo y prácticamente liberado de cualquier inhibición: las experiencias (en este primer tomo, las relacionadas con su infancia tardía y su juventud) son narradas sin eufemismos y con un agudo sentido físico, como si estuviéramos sentados en un rincón mientras el joven Karl Ove se frustra ante su escasa pericia con la guitarra o se impacienta ante sus titubeos con las chicas, con sus torpes intentos de seducción. Esa primera persona es la simple y llana apuesta de este libro: el explicar de forma directa su experiencia, el mantener en vilo al lector cuando lo que está leyendo no es más que un diario al que se ha aportado una cierta perspectiva, al que se ha magnificado en un ejercicio que bebe a partes iguales de egomanía y de inseguridad.
No es que el camino sea llano: hasta superadas las 300 páginas, umbral que no todo el mundo es paciente para franquear, uno empieza a darse cuenta de que le ha empezado a coger cariño a Knausgård, el personaje. En algún inexplicable giro el diálogo interno pasa a parecernos casi irresistible. No es que pasen grandes cosas, pero Knausgård va dejando pistas. No se corta en sus pensamientos ni en reconocer bajos instintos o hasta sentimientos reprobables. La muerte del padre es bien definitorio como título. Esa figura, metáfora del enfrentamiento de una persona a una madurez forzada, es el centro de la obra. Cómo, acompañado de su hermano hace un viaje donde juntos evocan lo que les unió en su infancia. Cómo presencia e intenta poner orden en una casa desvencijada que ha sido habitada por una anciana y por un hombre que solo ha triunfado en autoinmolarse a base de beber todo lo que encuentra. Esos pasajes nos resultan de una incómoda familiaridad. Los reencuentros que se provocan nos entregan a un tipo sencillo y honesto que limpia roña de los rincones mientras reflexiona con sentido común sobre todo aquello que acude a su mente, un hombre aún joven aportando sentido práctico a la desagradable liturgia de la situación. Un tipo que ya, entonces, se nos habrá hecho cercano.
Es la solvencia como narrador de Knausgård lo que mantiene el tono en 500 páginas que tienen sus altibajos (algunos episodios de la adolescencia no logran suscitar gran interés) pero que sí, son lo suficientemente intensas para que me plantee ir a por el siguiente tomo. ¿Para cinco más? Habrá que ver, pero de momento con el primer volumen, la prueba la ha superado.
También de Karl Ove Knausgård en ULAD: Tiene que llover, Un hombre enamorado, Fin, La importancia de la novela
La contrarreseña de 'La muerte del padre': Aquí
Pues resulta que vale la pena empezar. No es que Knausgård invente nada. Esta es una narración autobiográfica directa y descarnada, sin el mínimo tapujo y prácticamente liberado de cualquier inhibición: las experiencias (en este primer tomo, las relacionadas con su infancia tardía y su juventud) son narradas sin eufemismos y con un agudo sentido físico, como si estuviéramos sentados en un rincón mientras el joven Karl Ove se frustra ante su escasa pericia con la guitarra o se impacienta ante sus titubeos con las chicas, con sus torpes intentos de seducción. Esa primera persona es la simple y llana apuesta de este libro: el explicar de forma directa su experiencia, el mantener en vilo al lector cuando lo que está leyendo no es más que un diario al que se ha aportado una cierta perspectiva, al que se ha magnificado en un ejercicio que bebe a partes iguales de egomanía y de inseguridad.
No es que el camino sea llano: hasta superadas las 300 páginas, umbral que no todo el mundo es paciente para franquear, uno empieza a darse cuenta de que le ha empezado a coger cariño a Knausgård, el personaje. En algún inexplicable giro el diálogo interno pasa a parecernos casi irresistible. No es que pasen grandes cosas, pero Knausgård va dejando pistas. No se corta en sus pensamientos ni en reconocer bajos instintos o hasta sentimientos reprobables. La muerte del padre es bien definitorio como título. Esa figura, metáfora del enfrentamiento de una persona a una madurez forzada, es el centro de la obra. Cómo, acompañado de su hermano hace un viaje donde juntos evocan lo que les unió en su infancia. Cómo presencia e intenta poner orden en una casa desvencijada que ha sido habitada por una anciana y por un hombre que solo ha triunfado en autoinmolarse a base de beber todo lo que encuentra. Esos pasajes nos resultan de una incómoda familiaridad. Los reencuentros que se provocan nos entregan a un tipo sencillo y honesto que limpia roña de los rincones mientras reflexiona con sentido común sobre todo aquello que acude a su mente, un hombre aún joven aportando sentido práctico a la desagradable liturgia de la situación. Un tipo que ya, entonces, se nos habrá hecho cercano.
Es la solvencia como narrador de Knausgård lo que mantiene el tono en 500 páginas que tienen sus altibajos (algunos episodios de la adolescencia no logran suscitar gran interés) pero que sí, son lo suficientemente intensas para que me plantee ir a por el siguiente tomo. ¿Para cinco más? Habrá que ver, pero de momento con el primer volumen, la prueba la ha superado.
También de Karl Ove Knausgård en ULAD: Tiene que llover, Un hombre enamorado, Fin, La importancia de la novela
La contrarreseña de 'La muerte del padre': Aquí
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jueves, 14 de enero de 2016
Semana de la autobiografía #4: Carmen Martín Gaite: El cuarto de atrás
Año de publicación: 1978
Valoración: Está bien
En cierto
punto de su trayectoria, C. M. Gaite sintió la necesidad de cultivar el género
fantástico y dio alas a una imaginación vinculada estrechamente a sus memorias
de infancia y juventud. De todo ello resulta este texto híbrido, compuesto de visitas
al pasado y alguna alusión al presente, en el marco de un ambiente alucinado,
irreal, como una pesadilla amable, si eso fuese posible. La autora da rienda
suelta a esos recuerdos que “viven
agazapados en el cuarto de atrás”, según dice. Dichos recuerdos
atañen a su faceta personal y, como no podría ser de otra manera, también a la
literaria. Por sus palabras y escritos, sabemos que, antes que nada, le
importaban las personas, y es valiéndose de ellas –sean reales o producto de su
fantasía –como logra construir este mosaico. Un conjunto de retazos que, en
aparente desorden, incluye anotaciones para obras futuras, proyectos más o
menos olvidados, sucedidos entrañables de su infancia y juventud difuminados unas
veces, otras eternamente vivos, sabrosas anécdotas que desarrolla con la
naturalidad que le caracteriza, episodios fosilizados por el tiempo y
experiencias que hicieron de ella lo que llegó a ser. Desde el pasivo y
subordinado rol de las mujeres durante la postguerra española que le indujo a
rebelarse y tomar las riendas de su vida, la utilización del pasado como
propaganda, la rancia y poco estimulante figura del dictador, el futuro que se intuía
con su fallecimiento hasta el onírico refugio que inventó siendo adolescente. Sin
olvidar casas y objetos. Todo un mundo y unas pautas de conducta cuyo recuerdo
le llenaba de nostalgia por mucho que le alegrara haber dejado atrás.
Desde un
principio, como anunciando lo que vendrá después, Gaite declara que vendería su
alma al diablo con tal de revivir ciertas sensaciones de su infancia. Contempla
un supuesto grabado en el que:
“Se ve a un hombre de pelo y ojos muy negros incorporado sobre el codo izquierdo dentro de una cama con dosel... apunta hacia la segunda figura que aparece en el grabado. Se trata de un personaje desnudo y, a excepción de la cornea del ojo, totalmente negro: negra la piel del cuerpo, negro el pelo rizoso, negras las orejas puntiagudas, negros los cuernos, negras las dos grandes alas que le respaldan… Debajo dice: “Conferencia de Lutero con el diablo”, y esta leyenda me ayuda a escapar del sortilegio que la habitación pintada empezaba a ejercer sobre mí…”
Y el
diablo, trasunto de Mefistófeles, aparece por fin vestido de negro y se cuela
en ese cuarto que le sirve de refugio. La fantasía, el misterio que la
Carmen-personaje añora, que según confiesa tiene intención de cultivar, a cuyos
preludios materializados en el misterioso personaje de la playa acabamos de
asistir cobra por fin vida. Desde su llegada, lo equívoco, lo inquietante, lo
impenetrable y oscuro se adueña del texto. A la ambigua personalidad del recién
llegado se añade un algo indefinido que lo abarca todo: el tipo de relación que
se establece entre ambos, lo que dura la visita (pues a través de sutiles
cambios en la escenografía percibimos algunos saltos temporales), la proporción
de sueño y vigilia, la intención de la narradora, la expectativa de adónde
conducirá todo esto. Pero en un punto concreto el visitante se vuelve demasiado
humano, alguien le reclama por teléfono, se aportan datos inequívocamente realistas.
Con ello se reduce el difícil equilibrio establecido entre tantos y tan
diversos factores y, con él, el interés del lector.
A lo que
falta le llamaría la coherencia de lo incoherente. La integración de las partes en un todo no acaba de producirse y eso disminuye en gran parte el efecto que producen los hallazgos.
También de Carmen Martín Gaite: Irse de casa, Nubosidad variable, Entre visillos
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miércoles, 13 de enero de 2016
Semana de la autobiografía #3, Groucho Marx: Groucho y yo
Idioma original: inglés
Título original: Groucho and me
Año de publicación: 1959
Traducción: Xavier Ortega
Valoración: recomendable
Título original: Groucho and me
Año de publicación: 1959
Traducción: Xavier Ortega
Valoración: recomendable
A ver... este libro me tiene muy despistado; por más que lo intento no encuentro la parte donde se habla del materialismo hformación o y el dialéctico... voy a tener que mirar en El Capital...
¿Cómo? ¿Qué hacer gracietas sobre la coincidencia de apellidos entre los distintos Marx suena más viejuno que las hazañas amatorias de Sánchez-Dragó? Bueno, ya lo sé, pero a ver quién se resiste... dejando aparte que proporciona uno de los mejores momentos de este libro: cuando su agente de bolsa llamó al autor (que había invertido todo su dinero en acciones), durante el crack del 29 y le espetó: "Marx, la broma ha terminado".
Bueno, dejémonos de bromas -o mejor no, en este caso-: Groucho y yo es, como el propio título indica, la autobiografía de Julius Henry Marx, nacido en 1890 en Yorkville, en el Upper East Side de Nueva York y hermano de Harpo, Chico, Zeppo y Gummo (casi nada). Quizás sí que fueran, después de todo, parientes delninsigne Karl, porque los padres de los cinco angelitos eran judíos alemanes -alsaciano el padre; el peor satre del vecindario, según Groucho, pero gran cocinero-; la vena actoral les venía por parte de los abuelos maternos. Groucho se crió pues en un ambiente con pocos medios económicos pero frecuentado por personajes a cual más pintoresco -no sólo parientes, sino vecinos y amigos-, recordado aquí con una benevolencia quizá más fundada en la nostálgia que en la realidad... Lo que no significa, en ningún caso, que estas memorias guarden un tono cursi o gazmoño; nada más lejos de lo que es este libro: como bien se puede suponer, una corriente de humor irónico y tronchante (aunque menos desaforado que en el otro libro de ¿memorias? escrito por Groucho, Memorias de un amante sarnoso). De hecho, no hay más que echarle un vistazo a los títulos de algunos capítulos, para adivinar por dónde va la cosa: ¿Por qué escribir cuando uno puede telegrafiar sus pullas?; Mi juventud: puedes quedarte con ella; Un sencillo caso de auto-erotismo -no es lo que parece-; Ricos es mejor; ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? -¿alguien se preguntaba de dónde viene la frase?-... y el último, que hace referencia al programa de televisión en el que acabó su carrera Groucho: Apueste mi vida.
No piense nadie, sin embargo, que esta autobiografía es una simple acumulación de anécdotas graciosas, ocurrencias y frases ingeniosas. Las hay por todas partes, por supuesto... ¡estamos hablando de Groucho Marx!, pero ya digo que el libro suponen unas memorias en toda regla: Julius/Groucho repasa su humilde infancia y adolescencia, sus primeros pasos en el teatro -componente de un trío de adolescentes travestidos o limpiador de pelucas-, las giras por teatros de pequeñas ciudades, alojándose en pensiones de mala muerte -las únicas que admitían actores-... el éxito final en Broadway, labfortuna...y la pérdida de ésta, ya digo, en el crack de 1929. La fama internacional gracias a las películas, los chismorreos de Hollywood, la renovada celebridad en los 50, gracias a la radion y la televisión (el mítico programa Apueste su vida). El relato de toda una vida, bien regado de un sinfín de sabrosas anécdotas (sin olvidar alguna que otra diatriba contra los críticos), pero que en ningún momento pierde el hilo y demuestra unas dotes más que notables como escritor de Groucho, pese a los reiterados recordatorios de éste acerca de su deficitaria -voluntariamente, en gran medida- formación.
Lo que más llama la atención de estas memorias, sin embargo, no es su carácter testimonial sobre una época y ambiente determinados, o sobre unos personajes peculiares. Ni la evidente brillantez humorística, sino la humilde naturalidad, la modestia sobre sí mismo -y que no parece falsa, desde luego- que muestra su autor. Groucho habla maravillas -aunque sin obviar cierta amable ironía- de muchas personas con las que se cruza (como el productor Irving Thalberg, a quien los Marx hacían todo tipo de barrabadadas), de su familia, de sus hermanos (sobre todo de Chico, al que tilda de genio de las matemáticas... quizá por ser un empedernido jugador, y de Harpo, que presenta como un dechado de virtudes, amabilidad y sensatez)... mientras que él mismo parece ser más un tipo con suerte y desfachatez que el inteligente y genial humorista que sin duda fue. Un libro éste, pues, absolutamente recomendable para conocer a un personaje irrepetible y entrañable, que rebosaba humanidad, más allá de sus icónicas gafas y puro y su bigote pintado con betún.
Bueno, dejémonos de bromas -o mejor no, en este caso-: Groucho y yo es, como el propio título indica, la autobiografía de Julius Henry Marx, nacido en 1890 en Yorkville, en el Upper East Side de Nueva York y hermano de Harpo, Chico, Zeppo y Gummo (casi nada). Quizás sí que fueran, después de todo, parientes delninsigne Karl, porque los padres de los cinco angelitos eran judíos alemanes -alsaciano el padre; el peor satre del vecindario, según Groucho, pero gran cocinero-; la vena actoral les venía por parte de los abuelos maternos. Groucho se crió pues en un ambiente con pocos medios económicos pero frecuentado por personajes a cual más pintoresco -no sólo parientes, sino vecinos y amigos-, recordado aquí con una benevolencia quizá más fundada en la nostálgia que en la realidad... Lo que no significa, en ningún caso, que estas memorias guarden un tono cursi o gazmoño; nada más lejos de lo que es este libro: como bien se puede suponer, una corriente de humor irónico y tronchante (aunque menos desaforado que en el otro libro de ¿memorias? escrito por Groucho, Memorias de un amante sarnoso). De hecho, no hay más que echarle un vistazo a los títulos de algunos capítulos, para adivinar por dónde va la cosa: ¿Por qué escribir cuando uno puede telegrafiar sus pullas?; Mi juventud: puedes quedarte con ella; Un sencillo caso de auto-erotismo -no es lo que parece-; Ricos es mejor; ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? -¿alguien se preguntaba de dónde viene la frase?-... y el último, que hace referencia al programa de televisión en el que acabó su carrera Groucho: Apueste mi vida.
No piense nadie, sin embargo, que esta autobiografía es una simple acumulación de anécdotas graciosas, ocurrencias y frases ingeniosas. Las hay por todas partes, por supuesto... ¡estamos hablando de Groucho Marx!, pero ya digo que el libro suponen unas memorias en toda regla: Julius/Groucho repasa su humilde infancia y adolescencia, sus primeros pasos en el teatro -componente de un trío de adolescentes travestidos o limpiador de pelucas-, las giras por teatros de pequeñas ciudades, alojándose en pensiones de mala muerte -las únicas que admitían actores-... el éxito final en Broadway, labfortuna...y la pérdida de ésta, ya digo, en el crack de 1929. La fama internacional gracias a las películas, los chismorreos de Hollywood, la renovada celebridad en los 50, gracias a la radion y la televisión (el mítico programa Apueste su vida). El relato de toda una vida, bien regado de un sinfín de sabrosas anécdotas (sin olvidar alguna que otra diatriba contra los críticos), pero que en ningún momento pierde el hilo y demuestra unas dotes más que notables como escritor de Groucho, pese a los reiterados recordatorios de éste acerca de su deficitaria -voluntariamente, en gran medida- formación.
Lo que más llama la atención de estas memorias, sin embargo, no es su carácter testimonial sobre una época y ambiente determinados, o sobre unos personajes peculiares. Ni la evidente brillantez humorística, sino la humilde naturalidad, la modestia sobre sí mismo -y que no parece falsa, desde luego- que muestra su autor. Groucho habla maravillas -aunque sin obviar cierta amable ironía- de muchas personas con las que se cruza (como el productor Irving Thalberg, a quien los Marx hacían todo tipo de barrabadadas), de su familia, de sus hermanos (sobre todo de Chico, al que tilda de genio de las matemáticas... quizá por ser un empedernido jugador, y de Harpo, que presenta como un dechado de virtudes, amabilidad y sensatez)... mientras que él mismo parece ser más un tipo con suerte y desfachatez que el inteligente y genial humorista que sin duda fue. Un libro éste, pues, absolutamente recomendable para conocer a un personaje irrepetible y entrañable, que rebosaba humanidad, más allá de sus icónicas gafas y puro y su bigote pintado con betún.
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