Título original: Little failure. A memoir.
Año de publicación: 2015
Traducción: Eduardo Jordá
Valoración: muy recomendable
"No pienso perderme nada por precipitación"
No es una cita del libro. Permitidme que me autocite cuando me di cuenta de que no me daría tiempo de acabar este libro a tiempo de incluirlo en nuestra Semana de la autobiografía. Pero era cuestión de ser justo tanto con el libro como con uno mismo. Imprimir a una lectura un ritmo inadecuado es una traición, una falta de respeto hacia el autor.
Desde las colosales veinte páginas iniciales, notamos que la actitud de Shteyngart no tiene nada que ver con la de otros autores que sobre sus propias vidas. Shteyngart, por cuyas novelas leer este libro me ha despertado cierta curiosidad, elige un tono muy lejos de falsa modestia, automitificación, victimismo, flagelación, o compasión. Elige un tono que consigue hacer propio en apenas unas páginas y que no abandonará en todo el libro. Cuestión que es a la vez cualidad y (excusable) defecto de este libro.
Shteyngart parece descubrir en cada capítulo una nueva cualidad en sí mismo. O mejor llamemos característica. Enfermizo en su niñez, frágil, delgado, poca cosa, apocado, débil de carácter, con problemas para relacionarse, escaso atractivo físico, ahora pelo corto, ahora demasiado largo, ahora con la alopecia acosando, ahora vestido con ropas cedidas, ahora ridículo, ahora extemporáneo.
La narración empieza con la familia Shteyngart abandonando San Petersburgo, a finales de los 70. En el marco de un acuerdo de intercambio, en los albores de la Guerra Fría, por el cual, a cambio de un contingente de cereales y tecnología, la URSS permitió la salida de una serie de ciudadanos de origen judío. Entre ellos, Gary, entonces Igor, hijo de un ingeniero y una oficinista, que, acompañado de sus padres, efectuará un corto periplo por Europa que acabará con el desembarco en una bulliciosa Nueva York. Las cosas de Gary en una mochila minuciosamente inspeccionada por un funcionario. Pocas cosas, solo pequeños y ridículos juguetes, poca ropa y, sobre todo, recuerdos almacenados, de los que no es siempre consciente. La Iglesia de Chesme, un helicóptero de juguete que se dibuja contra el cielo y se queda atrapado, las imponentes y omnipresentes estatuas de Lenin.
Pequeño fracaso es una crónica de la paulatina adaptación a la vida en Estados Unidos. Contada con una irónica delicadeza, con un curioso y caótico sentido temporal que elude ciertas reglas no escritas en la literatura autobiográfica, Porque Shteyngart no es lineal, ni incide en hitos o lugares típicos: ni primer polvo que pega, ni primer libro que le impacta, ni tan siquiera, y no negaré que es algo que me ha mantenido en vilo y desconcertado, presta la mínima atención a hechos que, como ruso emigrado a NY, cambian el mundo. Ni una referencia directa a la caída del muro y a la desintegración de la URSS, tampoco a los atentados del 11-S. No así con la II Guerra Mundial: Shteyngart se cerciora de que conozcamos algunos trágicos acontecimientos. Pero, casi siempre, las cosas suceden y de repente Gary está ya en otra época de su vida, en otra escuela, con otra novia, confirmando o no que, a pesar de estudiar cualquier otra cosa, su decisión de ser escritor es firme y cada vez lo es más.
Pequeño fracaso, quizás sea más un diario de integración en la vida norteamericana. El nos vamos con el enemigo va perdiendo peso, el idioma ruso empieza a esfumarse conforme avanzan los capítulos. El autor se muestra tierno y comprensivo con la decisión de unos padres ya entregados al sueño americano, en esa transición de pasar horas haciendo cola por una berenjena a trabajar con dureza para obtener más cosas de las que son necesarias. Deja que sea el lector quien lea entre líneas y juzgue. Porque una cualidad de Pequeño fracaso es dejar más rastro del que parece a primera vista. Quizás ésa sea la vara de medir con las biografías, la de cerrar el libro y reconocer, de alguna manera, que el autor ha revelado su personalidad, que ha hecho algo más que enumerar anécdotas, desgracias y hazañas. Que se le conoce ya un poquito. Pues aquí ese objetivo se ha alcanzado.
Shteyngart parece descubrir en cada capítulo una nueva cualidad en sí mismo. O mejor llamemos característica. Enfermizo en su niñez, frágil, delgado, poca cosa, apocado, débil de carácter, con problemas para relacionarse, escaso atractivo físico, ahora pelo corto, ahora demasiado largo, ahora con la alopecia acosando, ahora vestido con ropas cedidas, ahora ridículo, ahora extemporáneo.
La narración empieza con la familia Shteyngart abandonando San Petersburgo, a finales de los 70. En el marco de un acuerdo de intercambio, en los albores de la Guerra Fría, por el cual, a cambio de un contingente de cereales y tecnología, la URSS permitió la salida de una serie de ciudadanos de origen judío. Entre ellos, Gary, entonces Igor, hijo de un ingeniero y una oficinista, que, acompañado de sus padres, efectuará un corto periplo por Europa que acabará con el desembarco en una bulliciosa Nueva York. Las cosas de Gary en una mochila minuciosamente inspeccionada por un funcionario. Pocas cosas, solo pequeños y ridículos juguetes, poca ropa y, sobre todo, recuerdos almacenados, de los que no es siempre consciente. La Iglesia de Chesme, un helicóptero de juguete que se dibuja contra el cielo y se queda atrapado, las imponentes y omnipresentes estatuas de Lenin.
Pequeño fracaso es una crónica de la paulatina adaptación a la vida en Estados Unidos. Contada con una irónica delicadeza, con un curioso y caótico sentido temporal que elude ciertas reglas no escritas en la literatura autobiográfica, Porque Shteyngart no es lineal, ni incide en hitos o lugares típicos: ni primer polvo que pega, ni primer libro que le impacta, ni tan siquiera, y no negaré que es algo que me ha mantenido en vilo y desconcertado, presta la mínima atención a hechos que, como ruso emigrado a NY, cambian el mundo. Ni una referencia directa a la caída del muro y a la desintegración de la URSS, tampoco a los atentados del 11-S. No así con la II Guerra Mundial: Shteyngart se cerciora de que conozcamos algunos trágicos acontecimientos. Pero, casi siempre, las cosas suceden y de repente Gary está ya en otra época de su vida, en otra escuela, con otra novia, confirmando o no que, a pesar de estudiar cualquier otra cosa, su decisión de ser escritor es firme y cada vez lo es más.
Pequeño fracaso, quizás sea más un diario de integración en la vida norteamericana. El nos vamos con el enemigo va perdiendo peso, el idioma ruso empieza a esfumarse conforme avanzan los capítulos. El autor se muestra tierno y comprensivo con la decisión de unos padres ya entregados al sueño americano, en esa transición de pasar horas haciendo cola por una berenjena a trabajar con dureza para obtener más cosas de las que son necesarias. Deja que sea el lector quien lea entre líneas y juzgue. Porque una cualidad de Pequeño fracaso es dejar más rastro del que parece a primera vista. Quizás ésa sea la vara de medir con las biografías, la de cerrar el libro y reconocer, de alguna manera, que el autor ha revelado su personalidad, que ha hecho algo más que enumerar anécdotas, desgracias y hazañas. Que se le conoce ya un poquito. Pues aquí ese objetivo se ha alcanzado.
3 comentarios:
De acuerdo con larítica, pero a mí se me hizo un poco pesado todo el episodio final de su descripción sobre el uso y abuso de drogas.
Una reseña muy amena la verdad. Yo decidí leerlo por una reseña en otra otra página y ha sido un auténtico descubrimiento el de Gary Shteyngart. Una cosa, es Estados Unidos, no "Norteamérica". Saludos
Buenas: gracias por los comentarios y perdón porque ciertos problemas técnicos (discos duros vitales que se niegan a funcionar) me hagan tener los comentarios un poco abandonados.
Uh! No se me fijaron demasiado los episodios con drogas. Planeo leer algún día Absurdistán que creo está más "novelizada".
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