viernes, 31 de mayo de 2019

Agustin Fernández Mallo: Teoría General de la Basura


Idioma original: español
Año de publicación: 2018
Valoración: teórico


Jaime, antiguo colaborador de este blog, refunfuñaba virtualmente cuando algunos, incapaces de manifestar nuestra valoración en términos más o menos comprensibles, optábamos por fórmulas como la que he empleado.
Colaboradores aún activos también se quejan de que esta práctica resulta algo proclive al caos o incluso tenga efectos desorientadores sobre la masa lectora que acude a estas páginas en busca de REFERENCIAS.
Las mayúsculas son mías.
Pero es que es un enorme problema pronunciarse, ya no digo si analizo el concepto de "valoración" que, ya que estamos, nos auto-otorga esa especie de capacidad de peritaje literario y nos pone, a veces, en el filo de la navaja o en el centro de la diana. Pronunciarse, continúo, sobre un libro en el que el autor confiesa haber empleado ocho años (supongo, compatibilizados con sus quehaceres laborales y con la más o menos frecuente publicación de su obra en ficción), cuestión que se nota en muchos aspectos, pero de la que es especialmente revelador que el libro disponga de hasta tres índices y listas de citas y referencias que ocupan una veintena larga de páginas. Enorme respeto ante lo detallado y meticuloso de la labor y su respetable bagaje de información consultada. Tanta que, a veces, porque pienso que Fernández Mallo es un tío un poco cachondo, he pensado si no nos colaba alguna medio inventada, simplemente por el gusto de bromear con sus lectores. En este sentido, y como pueda pasar con enciclopedias o diccionarios, Teoría general de la basura (atractivo título, portada de activación inmediata de resorte para cierto perfil melómano) se configura más como una obra de consulta o de apreciación en pequeñas dosis que como una lectura de cabecera que hay que empezar y acabar.
Que es su principal problema: 450 páginas de ensayo, perdón, de teoría para analizar no la literatura ni la cultura sino casi la esencia del mundo actual son muchas para que eso no acabe en postulados, en corolarios, en formulación solemne de líneas maestras de pensamiento. Tenemos, claro, una continua y constante orgía de polisílabos muy en consonancia con un  autor que dijo algo de post-poesía en un ensayo anterior. Un vocabulario, claro, rico en conceptos que, perdonad que así lo manifieste un lector de Pynchon o Foster Wallace, están con demasiada frecuencia en el terreno de lo inasequible, con términos como epistemología, post-estructuralismo, palimpsesto, coadyuvar, muy adecuados en un entorno académico pero muy pocos prácticos en lo que el cometido del libro debería ser. O lo que pensaba yo que iba a ser. Porque Fernández Mallo, escritor, físico de profesión, lector insaciable, todo lo que cualquier pelacañas pedante llamaría un Da Vinci de este siglo, se atasca en esa confluencia de disciplinas y en ese análisis basado en el hecho (ya apuntado en algunos fragmentos de su Trilogía de la guerra) de que la civilización actual parte de la basura, del residuo dejado por todas las que le precedieron (curioso como este planteamiento admite tanto lecturas en clave industrial como en clave ecológica), los conceptos se amontonan ,se atropellan y se solapan y el propio libro, no deja de ser coherente, resulta un refrito de pensamientos de grandes filósofos contemporáneos (Deleuze, Foucault) pasado por el tamiz de toda la jungla de información presente surgida, especialmente, desde la eclosión de internet y desde la irrupción de los smartphones como garantes del perpetuo enganche del individuo al universo sobre-informado que da voz, por ejemplo, a los propios individuos frívolos y desagradecidos como el que firma esta reseña. Agustín: estás mejor intercalando tu admirable acervo cultural entre tus desiguales obras de ficción. Estaba deseando acabar el libro a ver si llegábamos a alguna conclusión. Me has despertado, sí, cierta curiosidad por ciertas representaciones artísticas extremas, por ver algún video en Youtube o acudir a algunas de los centenares de obras que mencionas. Pero el camino no ha sido agradable: muchos de tus planteamientos parecen un puro ejercicio onanista de músculo cultural, una exhibición del resultado de tardes y tardes curioseando buscando encontrar cierta coherencia en este (vaya, yo también repito conceptos) caos que es el mundo de hoy. Nuestro caos, en cualquier caso.



jueves, 30 de mayo de 2019

Kaouther Adimi: Nuestras riquezas

Idioma original: francés
Título original: Nos richesses
Traducción: Manuel Arranz Lázaro (ed. en castellano) / Anna Casassas Figueras (ed. en catalán)
Año de publicación: 2017
Valoración: bastante recomendable

De vez en cuando, se produce el efecto sorpresa en el mundo editorial. El alto volumen de novedades que irrumpen diariamente en nuestro día a día, provoca que ciertos libros puedan pasar desapercibidos, eclipsados por el alud de novedades promocionadas por imponentes editoriales. Pero por suerte, el boca-oreja y la posibilidad de buscar la información en diferentes canales, digámosles blogs, digámosles redes sociales, compensan el efecto y permiten encontrar libros interesantes que, de otra manera, tendrían un recorrido efímero en la vida literaria. Este libro es un claro ejemplo de ello.

La historia que nos cuenta Kaouther Adimi es una historia pensada por y para quién no concibe un mundo sin libros, y para ello ha escrito una obra que gira en torno a este mundo, que a muchos de nosotros nos apasiona. Una historia de libros y librerías, de editoriales y lectores, de ilusiones y dificultades, y siempre, con una mirada con aires de nostalgia hacia un pasado donde la cultura era tratada de manera diferente, menos comercial, más pasional, más vocacional. Y para ello, la autora se basa en un caso real para hablar de libros y literatura, narrando la trayectoria de Edmond Charlot, uno de los editores clave en las letras francesas durante el siglo XX, añadiendo pinceladas de ficción a una historia real que ya por sí misma tuvo un peso importante en la historia de la literatura.

Para cubrir todos estos aspectos, Adimi alterna hábilmente la narración entre dos momentos temporales; por una parte, la de un joven Edmond que, con veintiún años y una, cada vez más, creciente admiración por los libros hace que nazca en él el deseo de abrir una librería, pequeña, donde se vendan y se presten libros, pero también un lugar que ofrezca un espacio para compartir su pasión y que en él se puedan encontrar autores y lectores de todos los países, formando una comunidad, casi una familia, todos unidos por el amor a las letras. Así, a modo de dietario, nos hace partícipes de la ilusión del joven en crear un espacio desde la nada, y llenarlo de letras y sueños, de textos y conversaciones, de autores y lectores, con las dificultades para salir adelante en su pequeño local, manteniéndose fiel a su idea, vendiendo, prestando, exponiendo y editando únicamente aquello que «es capaz de defender delante la prensa y los lectores», tal y como afirma el propio protagonista. Estos episodios del libro son bellísimos, donde destaca el brillante estilo narrativo de la autora, contagiando desde la primera palabra esa misma devoción que siente el joven librero al abrir las puertas de la librería. Asistimos al frenesí y somos copartícipes de la ilusión del protagonista, pues la narración rezuma una intensidad y una sensibilidad de la que es imposible quedar al margen. Y, por otra parte, esta narración se combina con un relato en presente, en el día en que cierra la librería tras años de funcionamiento, y los días posteriores en los que la librería debe ser vaciada para dar espacio a un nuevo local, un nuevo comercio. Ahí entra en acción el segundo gran protagonista de la historia, el joven Ryad, cuyos intereses e inquietudes son claramente distantes y antagónicas a las del joven Edmond, cuando tenía su misma edad.

Estructuralmente, la narración en dos momentos temporales es sumamente acertada, pues el dietario que narra el pasado va recorriendo meses y años de manera rápida, y nos hace partícipes de la ilusión y el desengaño, de la esperanza y la frustración, de los avances y retrocesos en la bella intención de levantar un negocio y hacerlo desde el amor absoluto a las letras. Así, recorremos un paisaje literario que nos lleva a Camus, a Stein, a Saint-Exupéry, y vemos como la literatura crece, se ensancha hacia los más íntimos recovecos de la pasión del protagonista. Y la habilidad y delicadeza narrativa hace que soñemos con él, que fantaseemos con un mundo de posibles, donde las letras ocupen cada espacio posible, donde autores, editores, lectores, distribuidores se encuentren y compartan su gran amor por la literatura. Y, en claro contraste con ese pasado, la narración en presente, episodios tristes donde la librería se vacía, sin reparo, sin sentimiento, a manos de un joven Ryad para quien los libros no importan, no significan nada; alguien quien los infravalora y aparta, quien los menosprecia y los olvida, y, sobretodo, olvida aquello que representan, aquello que permiten, aquello que emanan: todo lo imaginable.

Pero el libro es mucho más que eso, pues también nos hace testigos de la dificultad que supone arrancar un negocio, y encima durante la Segunda Guerra Mundial, con sus consecuencias económicas y los problemas asociados a la escasez de recursos, de materiales, de inestabilidad, para enlazar, justo después, con la guerra de Independencia de Argelia y, al fin, con su liberación. De esta manera, el libro nos habla también del componente personal y social en tiempos convulsos, pues nos habla de revueltas y revoluciones, de dificultades y penurias, de sueños y tristezas, de esperanzas y decepciones, de auge y momentos de esplendor, pero también de descenso y fracasos. Nos habla de la vida, de editores y libreros, y de libros, y de sueños.

Este libro es un canto de amor infinito, ilimitado e inquebrantable al mundo literario, al de los editores y libreros, que luchan día a día para ofrecernos a los lectores lo mejor que pueden darnos: un universo de posibilidades, de sitios reales e imaginarios por descubrir. Porque es entre los libros, y en las librerías, donde nos sentimos como en casa, es en ese espacio íntimo donde nos vemos reflejados, nos identificamos, formando parte de ese bonito universo donde las letras ocupan los pequeños espacios que el limitado tiempo deja a nuestras vidas. Larga vida a las librerías que fomentan el espíritu de comunidad, larga vida a los libreros que mantienen nuestras ilusiones, larga vida a los editores que arriesgan; en definitiva, larga vida a las letras.

También de Kaouther Adimi en ULAD: El reverso de los demás

miércoles, 29 de mayo de 2019

Malditas cubiertas: Cuando mil palabras sí valen más que una imagen

En anteriores entradas de Malditas cubiertas hemos aprendido, gracias a la didáctica a la par que divertida exposición -sin olvidar su encomiable minuciosidad- de nuestra compañera Beatriz que la lectura que hagamos de un libro puede estar influenciada por el diseño y cualquier ilustración que alguien haya decidido colocar en la cubierta del mismo. Así ocurría con los ejemplos que nos proporcionaba: Marianela y, sobre todo, la controvertida Lolita (controversia que, visto lo visto, quizás sea en buena medida causada por las cubiertas que se lan puesto a la novela, precisamente...).

 Ahora bien, yo pregunto. ¿os parece que es tan fácil condensar conceptualmente un libro que puede tener 500, 700 o incluso más de mil páginas en una sola imagen, en un diseño que resuma perfectamente lo que su autor nos ha pretendido contar y que además resulte atractivo y destaque en medio del proceloso y voraz océano de las mesas de novedades? Pues para nada: es un trabajo ímprobo que exige la máxima creatividad y esfuerzo por parte de los profesionales de la materia. ¿No os parece dificultoso en grado sumo encontrar conceptos originales nunca antes utilizados en el diseño gráfico y que confieran a la cubierta del libro una impronta única, inimitable, que imprima un estilo único al libro que está anticipando?




       




Una vez estrujadas las meninges para hallar un concepto original, el diseñador gráfico (bueno, o alguno de sus asistentes-becarios-estamos-pagando-por-trabajar-aquí, que los chavales tienen que foguearse) deberá dejarse los ojos revisando miles y miles de imágenes, visitando museos, consultando libros de arte y fotografía para encontrar ésa que resulte única, que represente al libro y sólo a ese libro que estamos tratando de arropar con una cubierta singular e inimitable.




¡Qué decir de aquellos creadores audaces que deciden no conformarse con las ya un poco repetidas pinturas de Jack Vettriano y apuestan por reivindicar y difundir, siquiera desde la humildad de la cubierta de un libro, la obra de artistas poco conocidos! Un aplauso desde aquí a esos valientes...


Pensemos, además, que una cubierta adecuada puede no sólo facilitar el reclamo y la venta de un libro entre su público potencial, sino abrir nuevos nichos de mercado, expandir el target hasta convertir el título en cuestión en un ansiado long-bestseller. De esta forma, se consiguió difundir la obra de Henry James entre el gremio de mecánicos de automoción, la de Virginia Woolf entre celebrantes del Día de San Patricio o de Stephen King entre seguidoras luso-brasileiras del estilo Lady Di:



La infancia puede ser un momento tan adecuado como cualquier otro de la vida para iniciarse en la lectura de los clásicos, más aún teniendo el cuenta la afición y destreza de los escolares en el manejo del tippex.

Mientras que, por otra parte, libros considerados siempre como infantiles se pueden disfrutar de forma más completa en la edad adulta (y de gustos algo más...ejem, complicados)




Ya sé lo que estarán pensando. que el recurso a imágenes con un toque erotizante es un truco ya muy manido, incluso cutre... Sí, es cierto, pero no desdeñemos el potencial de enseñar un poco de carn...quiero decir un bello rostro y una hermosa figura , a la hora de llegar a nuevos públicos lectores que descubran  las infinitas posibilidades de maravilla que ofrecen los libros.¿Cómo se explica, si no, el gran predicamento que tuvieron en USA las ideas ultraliberales en de Ayn Rand allá por los años 80?

¿O el éxito de la obra cuentística de Poe entre ese otro grupo tan vintage, pero a priori antiético que son los fans de Barbarella?

No descartemos tampoco que el prestigio de los autores rusos del siglo XIX venga sobre todo de la idea, quizás poco acertada, de que eran unos vivalavirgen que se pasaban el día bebiendo (como cosacos, no hace falta remarcarlo) y fornicando con bellas eslavas... Bueno, vale, en algún caso, tal vez no sea una idea tan equivocada, es cierto...


En esta utilización algo epatante de imágenes erótico-festivas (por decirlo así) destaca la constante y nunca suficientemente reconocida labor de Vexin Classics, cuyas cubiertas provocan en el lector asociaciones con el libro en cuestión que sin su ayuda quizás nunca hubiesen contribuido a enriquecer su lectura de esta manera...




No debemos descartar, pues, la utilización de este tipo de imágenes. Si gracias a ellas, se ha conseguido, por ejemplo, iluminar con nuevas interpretaciones la obra del Tolkien, proponiendo significados más sugerentes a títulos como Las dos torres o que los lectores chinos se den cuenta de que en la serie Crepúsculo el personaje de Bella Swan no era sino una excusa para disimular, ante el reprimido público occidental la verdadera relación amorosa que ocurre en la célebre saga vampiro-licantrópica... si ha sido posible esta apertura de miras, insisto, ¿por qué no ir más allá y -contentando además a los seguidores de la ultraderecha española, a los que tan atrayente resulta este tipo de parafilias- por qué no tratar de acercar, por ejemplo, a los aficionados a la zoofilia travestida? Haberlos haylos, seguro, o al menos en Noruega lo tienen claro:


En fin, como vemos, el camino ya está abierto y gracias a las cubiertas adecuadas, es posible potenciar la lectura entre colectivos en principio poco proclives a los libros o, al menos a ciertos libros. Con un diseño apropiado, se puede atraer  a cualquier tipo de lector o lectora hacia cualquier libro, por alejado que parezca de sus gustos. Ahora bien, todo editor ha de ser también cauto y no contratar a cualquier diseñador para su proyecto sin antes asegurarse de que es el idóneo para el encargo; el steampunk, por ejemplo, no tiene por qué ser lo más pertinente para una novela del siglo XIX ni el hecho de que salga un payaso con un globo significa que se trata de un libro infantil. Ni, por supuesto, que la obra esté ambientada en Escocia, que sea del mismo tipo que las de Megan Maxell o Monica McCarty... 





Vaya, que cada responsable editorial tiene que saber qué estilo es el más conveniente y propio para sus libros. Aunque las posibilidades son infinitas... ¡Todo sea por fomentar la lectura!






Bonus Extra: Para las personas interesadas en profundidar en el apasionante aunque turbador tema de las cubiertas bizarras, aquí unos cuantos enlaces que sin duda harán sus delicias: 


martes, 28 de mayo de 2019

Erik Kessels: ¡Qué desastre!

Idioma original: inglés
Título original: Failed it!
Año de publicación: 2016
Valoración: Curioso (Recomendable para fans)


Si es usted contable o cocinero, por ejemplo, más vale que no haga caso de este libro. Si es médico, ya no le digo: le suplico encarecidamente que se olvide del libro y de la reseña. A no ser que tenga usted, señor doctor, una oculta afición por la fotografía creativa o cosa similar que cultiva en sus ratos libres. En ese caso -y solo para eso- sí le puede interesar.

Porque, amigos, lo que hace este librito es poner en valor el error como fuente de creatividad, elevar la metedura de pata a la categoría de genialidad, promover el gazapo para hacer posible el impacto, la imagen que estalla frente al espectador en una voltereta conceptual. Así que ojito con lo que estamos jugando. Como el tal Erik Kessels es artista, fotógrafo, diseñador, creativo, publicista y cosas de esa índole, puede permitirse lanzar proclamas rupturistas sin que nadie se eche a temblar, y las que integran el libro pues la verdad es que son interesantes.

Como digo, la apuesta de Kessels es de alguna manera la huida de la perfección. Si otros buscaron la creatividad en las drogas (la Historia del arte está repleta de ejemplos) o pusieron el acento en la improvisación del gesto o en la suma aleatoria de imágenes, este señor propone rebuscar en el error, hacer del fracaso el trampolín para salir de lo ordinario. El arte de equivocarse, una idea desde luego sugerente que anima a los creadores a no arredrarse ente el fallo, a perseverar en él y buscarle un sentido no previsto: Las grandes ideas surgen cuando se duda de ellas, dice este caballero holandés. 

Lo ilustra con algunos ejemplos interesantes, como el uso de agentes disruptivos (el insecto que se coloca en el objetivo) o la descontextualización de elementos cotidianos. Tenemos también imágenes (porque buena parte del libro son fotografías) en las que el dedazo del fotógrafo borra la cara del novio en la boda (¿premonición?), o deja al bebé en manos de alguien sin rostro, el desenfoque o la mala iluminación convierten al perro en una mancha oscura o hacen nacer brillos temibles en los ojos de los fotografiados. De esta forma, las imágenes pierden su inocencia y se convierten en escenas inquietantes que descolocan al espectador. Si hablamos del álbum familiar igual la cosa no tiene mucha gracia, pero a nivel creativo el efecto puede funcionar muy bien.

No se puede decir que el libro sea un tratado teórico serio, por lo que tampoco se le puede pedir profundidad, coherencia o rigor. De forma que el autor mezcla claramente conceptos algo heterogéneos y, mientras lanza imperativos de publicista (No siga las normas, Mantenga a su público alerta o Alabemos lo ilógico), extiende la defensa del error a otros campos que pueden ser muy próximos, pero no del todo semejantes. Por ejemplo, la serendipia, el arte de captar el hallazgo, la casualidad de objetos que se superponen por puro azar (véase la foto del pavo azul), una de cuyas variedades sería el trampantojo; o el error planificado, como esos fascinantes puzzles que Rogowsky reconstruye en desorden. Aquí hablamos ya de trucos, de recursos de fotógrafo para salirse de la norma y explorar otras formas de expresión, buscando cada cual su camino, el arte, la sorpresa o el impacto comercial. 


Ya digo que no estamos ante un libro al uso, son 165 páginas de las que apenas un tercio son de texto, no es una formulación de ideas elaboradas, sino más bien una pequeña provocación, una forma de hacer ruido para sacudir lo convencional, invitar a los creativos a no acomodarse, a buscar los límites y a utilizar el fracaso como medio para romper moldes. Huir de la perfección académica para transmitir sensaciones que no necesariamente tienen que ver con la belleza. Cosas que se han experimentado en distintas épocas y por procedimientos variados, y que aquí reciben un impulso fresco y entusiasta.

Hay momentos en que las soflamas de Kessels se aproximan a un ejercicio de coaching, animando al creador a no desfallecer, a no rendirse ante la decepción, a defender con vigor la obra si uno está convencido de su potencial (subraya los doce editores que rechazaron la historia de Harry Potter) o, en el peor de los casos, a atesorar las chapuzas como bagaje creativo del que aprender. Cualquier cosa menos quedarse quieto y seguir la corriente, puede ser un mensaje estimulante.

Por mi parte les puedo contar que compré y leí el libro justo después de ver una magnífica exposición de Giorgio Morandi, y de alguna manera me ayudó a entender la seducción de esos bodegones, casi todos parecidos, con jarrones ligeramente torcidos, objetos arracimados y trazo tembloroso. Quizá parte de su poder reside justamente en su imperfección.

P.D: No sé cómo interpretar el hecho de que la cubierta del libro esté en la parte trasera, al estilo manga. Desconozco si, como parece sugerirse, la peculiar encuadernación de los mangas, de detrás hacia delante, es también efecto de un error. Pero eso a lo mejor nos puede aclarar Juan, que es un experto (creo). 

lunes, 27 de mayo de 2019

Enrique Criado: El paraguas balcánico


Idioma original: Castellano
Año de publicación: 2019
Valoración: Está muy bien

Cuando uno se instala como extranjero en un nuevo país debe aprender a sortear desde el primer minuto unas cuantas adversidades, tan ineludibles como inconmensurables y arduas. No es sólo abrir una cuenta en el banco, contratar un proveedor telefónico o conseguir los papeles que a la burocracia local se le antoje, con esa mezcla de esoterismo y disparate que por supuesto impregna siempre todos estos requisitos, en cualquier parte. También hay que zambullirse en un nuevo y desconocido idioma, puede que incluso en un alfabeto, así como en las ignotas dimensiones del lenguaje no verbal y del sentido del humor, propósitos a los que la lógica no puede prestar prácticamente ayuda alguna. Luego van llegando otras decisiones también importantes; cocinar sus alimentos, leer sus autores y oír sus músicos, coger tirria a sus políticos, hacerse forofo de un equipo, de una marca de cerveza y de una emisora de radio, convertirse en cliente de un colmado y de un kiosko y parroquiano de un café o de un bar… A partir de ahí, el transplantado ya puede empezar a sentirse parte de la comunidad 

Para quienes han escogido la diplomacia como actividad con la que proveerse el sustento, estas inmersiones para establecerse en un nuevo destino tienen lugar cada tres años. O así es, al menos, en el caso de Enrique Criado (Madrid, 1981) cuyo paso como representante del Reino de España en Kinshasa, República Democrática del Congo, entre 2009 y 2012 ya deparó un primer libro, Cosas que no caben en una maleta, etapa a la que prosiguió otro trienio en Canberra, Australia, y otro más, hasta 2018, en Sofía, la capital de Bulgaria. A éste se refiere El paraguas balcánico, cuyo propósito es acercarnos de manera ligera y amena una realidad, la de Bulgaria y, por extensión, la de la región de los Balcanes, compleja y enrevesada. No se trata, pues, de un ensayo con pretensión científico/académica –los hay muy apabullantes, como los del profesor de Historia Francisco Veiga-, si no más bien de relatar en primera persona una experiencia personal a la vez que se proporcionan una serie de datos y pinceladas en clave divulgativa sobre los Balcanes, una región a la que -como se recoge en el prólogo- Winston Churchill atribuyó la capacidad de producir más Historia de la que es capaz de digerir.

En el relato se mezclan por tanto, anécdotas y experiencias personales con la descripción subjetiva de una sociedad y un país que, por así decirlo, no está entre las prioridades de los medios de comunicación. En el imaginario del ignorante, uno recrea la rutina de los diplomáticos exhibiendo sonrisa, modales y pajarita en voluptuosas veladas de recepción oficial entre bandejas de bombones y copas de champán pero en este mundo globalizado y prosaico seguramente tengan más de viajantes de comercio intentando colocar su catálogo de gangas o de delegados de agencia de viajes al rescate de connacionales en viaje de bajo coste metidos en algún lío con una cuenta pendiente de pago en tugurios poco recomendables. Pero Enrique Criado debe ser un tipo muy leído, por que sabe enhebrar su relato de escenas y experiencias cotidianas y costumbristas con reflexiones interesantes acerca de la Historia, la política, el Arte o la literatura y tira de ideas y recuerdos sacados de páginas escritas por Claudio Magris, Svetlana Alexievich, Ivo Andric, Mircea Cartarescu, Lawrence Durell, Philip Roth o Ryszard Kapucinski, y recupera las palabras de personajes de nuestra tradición que dejaron sus pasos por aquellos caminos, como Chaves Nogales, García Márquez o Gaziel. 

Una de las tramas más valiosas de este libro, por su carga de emoción y dolor, es quizás la que recurre a la comunidad judía sefardí, descendiente de aquellos que se vieron expulsados de España hace siglos y que han mantenido su idioma y un sentimiento de identidad muy apegado al mismo y a una cierta idealización a un origen del que fueron brutalmente despojados. Una buena parte de aquella diáspora acabó encontrando refugio en estas tierras, al amparo del por entonces poder bizantino. Y cuatro siglos después se les continúa reconociendo como ispanioles, como atestiguó Elías Canetti, originario de la ciudad búlgara de Ruse, quien al recoger el Premio Nobel de Literatura en 1981 rememoró la raíz de su familia en el pueblo conquense de Cañete. El nazismo y las masivas oleadas de emigración hacia Israel han dejado muy mermadas estas comunidades, como las que se establecieron en ciudades como Salónica o Sarajevo, aunque Enrique Criado trata de seguirles la pista viajando incluso a Israel, donde muchos de ellos se establecieron en Jaffa, hoy convertido en un suburbio al sur de Tel Aviv, donde siguen siendo comunes apellidos como Cohen, Romano, Bassat o Danon.

Aunque Bulgaria es la gran protagonista de El paraguas balcánico, y el título tiene mucho que ver con la literatura y con lo que le aconteció en septiembre de 1978 en Londres al escritor Georgi Markov, y se explican algunas de las claves de su imaginario colectivo, como el desprecio por lo turco y el aprecio por lo ruso, o cómo el rey depuesto por el Régimen comunista, Simeón de Sophia-Coburgo y Gotha, acabó como jefe de gobierno de la actual república tras imponerse en unas elecciones democráticas, en el libro también se recogen otros viajes por países limítrofes o cercanos; Grecia, Turquía, Macedonia del Norte, Albania, Montenegro, Serbia, Bosnia y Herzegovina, Moldavia, Ucrania, Armenia, Chipre o Israel. Un libro que funciona muy bien como ventana a la que asomarse y, a quien le pique el alacrán de la curiosidad, como puerta de entrada a asuntos y lugares repletos de interés.

domingo, 26 de mayo de 2019

Contra reseña: Un tranvía llamado Deseo de Tennessee Williams

Idioma original: inglés
Título original: A streetcar named Desire
Año de publicación: 1947
Traducción: Amado Diéguez
Valoración: Imprescindible

Cuando leí la reseña de Un tranvía llamado Deseo publicada en 2010, tuve la sensación de que Santi había reconocido la excelente factura de la obra y, sin embargo, su lectura no le había conmovido (le puso un Recomendable pero el tono de la reseña no expresaba mucho más que un Se deja leer o Está bien). Sin embargo, lo que las obras de Tennessee Williams desde luego no hacen es dejar indiferente, así que no me quedó otra opción que la de especular cochinamente. (Modo especulación cochina «on»):
No todo el mundo tiene la suerte de pertenecer a ese grupo exclusivo y minoritario de freaks que disfrutamos del teatro casi más cuando lo tenemos en nuestras manos que cuando lo tenemos frente a nuestros ojos. O lo que es lo mismo: si a Santi no le ha conmovido Un tranvía llamado Deseo, es que a Santi no le gusta el teatro leído. (Modo especulación cochina «off»)

Resumen resumido: Blanche Dubois, una señorita madura del sur rural, irrumpe en el humilde hogar de Nueva Orleans donde vive Stella, su hermana pequeña. Los delirios de grandeza de Blanche así como la inconsistencia de sus argumentos en cuanto a sus circunstancias personales chocarán estrepitosamente con su rudo cuñado Stanley, un obrero descendiente de inmigrantes polacos, de naturaleza soberbia y violenta. 

¿Qué tiene Un tranvía llamado Deseo que la hace una obra tan poderosa y tan contemporánea? 
  • Unos conflictos universales que se prevén ya desde el arranque, cuando el lector presencia el primer encuentro entre Blanche y Stanley: las diferencias culturales, las diferencias de clase, las diferencias de género y, sobretodo, un choque de narcisismos como nunca se ha visto.
  • El tema, tratado con auténtica verosimilitud y crudeza. Tennessee Williams es un autor interesado en reflejar las pasiones que rigen al ser humano y que lo conducen, por lo general, hacia la tragedia. El amor y el sexo (por exceso o por defecto) impregnan las páginas de esta obra con un lenguaje directo, sin dobleces. Porque Un tranvía llamado Deseo es un grito vital desgarrador, una llamada de socorro: la vida es un cúmulo de dolor y soledad, y se ensaña especialmente con las almas sensibles.
  • Los personajes. Blanche y Stanley representan dos arquetipos radicalizados de lo que sigue siendo a día de hoy una mal entendida masculinidad (Stan es violento, prepotente, primitivo, egoísta…) y una todavía peor entendida feminidad (Blanche es frívola, inestable, vulnerable, manipuladora…). El desproporcionado narcisismo de ambos hace saltar la chispa frente a una Stella incapaz de detener el pulso que ambos han iniciado. En todo caso, Blanche es la indudable protagonista y el personaje más rico y complejo, con capas y capas de delirios y contradicciones que no permiten que el lector acabe de sentir confianza hacia ella por mucho que sufra por su penosa situación. No puedo dejar de ver en Blanche un reflejo de la queridísima hermana mayor del autor, Rose Williams, aquejada desde su juventud por una extraña demencia. 
  • La atmósfera. Williams integra muy bien a ese personaje omnipresente que es el ambiente propio del barrio canalla de Nueva Orleans en el que transcurre toda la acción. Las descripciones que introduce para situar al lector son precisas con un toque de lirismo, y en las escenas siempre intervienen elementos puntuales (música que proviene de la calle, una vecina que pasa…) que se integran perfectamente, aportan verosimilitud y recuerdan al lector dónde está. 
«(…) Tarde de primeros de mayo, acaba de caer la noche. El cielo que rodea el edificio blanco, que está en penumbra, es de un azul suave y peculiar, casi turquesa, lo que confiere a la escena una suerte de lirismo que atenúa con dignidad la atmósfera decadente del lugar. Casi se puede sentir el cálido aliento del río marrón que transcurre más allá de los almacenes del puerto fluvial, con su leve fragancia a plátanos y café. El mismo ambiente evocan las melodías de los músicos negros que tocan en el bar que está a la vuelta de la esquina (…)» 
  • El ritmo ágil y bien calibrado gracias a un lenguaje sin florituras ni preámbulos y una tensión perfectamente calculada.
En cuanto al título, Un tranvía llamado Deseo me parece una metáfora poética y convincente —el tranvía que avanza tortuosamente por las calles de Nueva Orleans— al tiempo que está muy bien integrada en el texto de la obra.

Por otra parte, resulta inevitable que no nos venga a la mente Marlon Brando y Vivien Leight en la inolvidable adaptación cinematográfica de 1951 dirigida por Elia Kazan; tal vez haya sido la mejor pero no la única. También son incontables las diversas adaptaciones teatrales que también han dado resultados de todo tipo. Y tal vez sea eso lo que, a ojos de Santi, hace que Un tranvía llamado Deseo no haya envejecido bien: la dificultad de trasladar a las tablas del escenario o a la pantalla el germen genuino de la obra. Sin embargo, la lectura de sus páginas no decepciona jamás porque —y tomo prestadas las palabras del compañero Carlos Andia— qué experiencia literaria puede ser más estimulante que respirar el mismo aire que esos personajes, acercarnos a ellos lo que nos apetezca o hacer resonar sus palabras tantas veces como queramos.

Hay que leer más teatro.

sábado, 25 de mayo de 2019

Frédéric Beigbeder: Una novela francesa

Idioma original: Francés
Título original: Un roman francais
Traducción: Francesc Rovira
Año de publicación: 2009
Valoración: Entre está bien y recomendable

Tengo sensaciones contradictorias tras la lectura de este libro, tanto en así que no tengo demasiado clara su valoración. Por un lado, hay partes del libro que me han gustado (y mucho); por otro, en ocasiones me han entrado ganas de estamparlo contra la pared. A ver si consigo explicarme.

“Una novela francesa” es, sobre todo, una “falsa” autobiografía. Partiendo de un día de enero de 2008 en el que es llevado al calabozo por consumo de estupefacientes en la vía pública (Frédéric es un niño rico muy malote), reconstruye su vida y la de su familia hasta ese momento. ¿Por qué digo que es “falsa”? Pues porque buena parte de la novela es la recreación de su infancia y adolescencia, pese a que en las primeras páginas Beigbeder admite que apenas posee un único recuerdo de esa etapa.

Memoria y tiempo son dos de los ejes fundamentales del libro. Son además los temas mejor tratados. Creo que este es un Beigbeder más maduro, más serio que el de “El amor dura tres años” o “13,99 euros”. Mantiene, desde luego, una distancia y una actitud irónica, pero ofrece aceradas reflexiones sobre la memoria y el tiempo como “inhibidores” de recuerdos y como claves de en la formación de la personalidad.

Aspecto también interesante es el retrato de la Francia (blanca y de clase media-alta) del siglo XX a través de las 4 últimas generaciones de su familia. El recorrido desde la Primera Guerra Mundial hasta la actualidad, pasando por la posguerra y por mayo del 68, sitúa al lector frente a las contradicciones de la burguesía y de la aristocracia francesa. Por otra parte, refleja de manera clara el choque intergeneracional y la deriva de la sociedad hacia un infantilismo perpetuo.

Así como esta parte que se proyecta del yo al nosotros me ha resultado bastaste interesante, por acertada y entretenida, la parte del libro más centrada en el yo, sobre todo el relato de las horas en el calabozo, me han parecido un verdadero tostón. Bien es verdad que hay momentos muy divertidos (pocos), pero esas páginas en las que se lamenta constantemente por su situación (ay, me huelen fatal las axilas y el aliento, no puedo dormir, tengo sed y hambre, no puedo ni hacerme una paja, etc) me parece que están de sobra. Creo que no aportan nada a la trama posterior y que el libro mejoraría mucho de haber optado Beigbeder por acortarlas.

En fin, que “Una novela francesa” no pasará a los anales de la literatura (ni falta que hace), pero es un libro de fácil lectura, entretenido y que deja buenos momentos para la reflexión.

Otros libros de Beigbeder en ULAD: Oona y Salinger13,99 euros

viernes, 24 de mayo de 2019

Sherman Alexie: El diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial

Idioma original: inglés
Título original: The Absolutely True Diary of a Part-Time Indian
Año de publicación: 2007
Traducción: Clara Ministral
Valoración: entre recomendable y está bien

Para quien no lo conozca, Sherman Alexie es un escritor indio (me refiero a "nativo americano", no a oriundo de la India, pero empleará en la reseña el término "indio" porque es el que él utiliza), autor, hasta donde yo conozco, de varios libros de cuentos y de al menos una estupenda novela con formato de thriller, Indian Killer, aunque en realidad, como toda su narrativa, trate sobre los problemas de su comunidad y sobre las vicisitudes que acompañan a las identidades culturales minoritarias. Lo mismo ocurre en el caso del libro que nos ocupa, en principio una novela destinada al público juvenil y que, además de ganar el National Book Award de su categoría en 2007, tiene el doble y gran honor de haber sido considerado por la revista Time como "el mejor libro para jóvenes de todos los tiempos" y, por otra parte, figurar en un lugar destacado de la lista de libros prohibidos que recopila anualmente la American Library Association (qué os voy a decir, también está Matar a un ruiseñor...); ¿las razones? Pues contenido sexual explícito (básicamente onanista, puntualizo) y blasfemias contra diversas instituciones e incluso la religión (vale, hay un chistecito sobre Jesucristo, tampoco es para tanto... aunque supongo que en sitios como Alabama se los tomarán a mal). 

La verdad es que a tenor de lo que nos cuenta la historia, unas cuentas blasfemias es  lo menos que podríamos esperar de su protagonista, un chaval de catorce años llamado Arnold Spirit Junior, que vive en la reserva Spokane, en el estado de Whasington; además de los problemas inherentes a la comunidad en la que ha nacido (al racismo y la pobreza generalizada que padecen, en  la población de indios norteamericanos el alcoholismo y las muertes violentas asociadas a éste constituyen una auténtica pandemia), Junior nació con hidrocefalia, que, pese al pertinente tratamiento médico, le aparejó una serie de problemas físicos, locomotores y logopédicos que le convierten, a ojos de sus vecinos de la reserva, en el chivo expiatorio perfecto para descargar en él todas sus frustraciones y administrarle abusos tanto físicos como verbales... vamos, que le canean un día sí y otro también, pese a la protección de su familia y su único amigo, el muy conflictivo Rowdy. Junior, que aunque lo parezca no tiene un pelo, decide un buen día, aconsejado por un profesor, abandonar el instituto de la reserva y matricularse en el de Reardan, un pueblo a 35 kms. de distancia. Un pueblo lleno de blancos, por lo que se convierte en el único indio y posiblemente el alumno más pobre del instituto.  

Esta novela, escrita en forma de diario, trata justamente de lo que le sucede a Junior ese primer año en el instituto de los blancos, de las dificultades con las que se encuentra y cómo las afronta. También las tragedias que, por desgracia, vive su familia, los sinsabores y momentos tristes, que aúna sí, en muchas ocasiones están contados con un humor algo negruzco (no sé si será típicamente indio) que le concede a este libro un sabor agridulce. En todo caso, este truco del "diario adolescente" o al menos de contar la historia desde la primera persona de un chaval, es muy habitual, tanto en exitosas pero inocuas series de libros (El diario de Greg, Diario de Nikki...), como en otros no menos exitosos y que incluso trascienden el público adolescente, como el para mí algo irritante El curioso incidente del perro a medianoche; en comparación, El diario completamente verídico... resulta más adulto y posiblemente más sincero -en el sentido de que es más que probable que recoja buena parte de la experiencia vital de su autor-, pero, a pesar del tono desenfadado y hasta cómico en ocasiones, no resulta tan hilarante como otro de los hitos de este "subgénero": El diario de Adrian Mole (uno de los libros con los que yo más me reí en mi adolescencia).

En fin, que al contrario que la opinión sin duda bienintencionada pero sin lugar a dudas estúpida de tanto profesor, orientador o bibliotecario norteamericano que consideran este libro pernicioso para los jóvenes, a mí me parece de lo más aconsejable para la muchachada.  Dejando a un lado (o mejor, sin dejar  a un lado) el lenguaje sexualmente explícito, la violencia explícita, las menciones explícitas al alcohol y la crítica -en apariencia- hacia el orden mundial bienpensante, es un libro que pude servir de referente a cualquier chaval que deba desenvolverse en una situación en la que se ve convertido en  la minoría más débil; sea un indio o negro en un instituto de blancos, un inmigrante musulmán en la desconfiada Europa, una chica en una ámbito mayoritariamente masculino o un discapacitado en un mundo de supuestos "capacitados". Pero sobre todo, es un libro que puede servir para educar a quienes constituyen o creen constituir la mayoría, para aprender a ser más tolerante y respetuoso con todo el mundo, que es de lo que se trata; para ser menos gilipollas,vaya... que diría Junior y suscribo yo...

¡Ah, y tiene dibujicos, que siempre dan alegría!


jueves, 23 de mayo de 2019

Sergio del Molino: La mirada de los peces

Resultado de imagen de la mirada de los peces amazonIdioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: Está bien



Es un hecho más que comprobado que al ser humano la vida se le queda muy corta. La suya, la de su entorno y la del mundo en general: presente, pasado y futuro. Por eso se inventó la literatura.
Y nos fue bien durante muchos siglos, pero luego esta se convirtió en negocio. Entonces llegó la auto-ficción.
Lo siento, pero cuando se trata de novedades a veces no hay más remedio que insistir en el asunto. Y aclaro que me refiero a la auto-ficción como producto ligero, que atrae a numeroso público y convierte a quienes la practican en iconos populares en un periodo record de tiempo. Utilizarse a uno mismo como pretexto es un recurso muy respetable y hay autores que, valiéndose de él, han producido auténticas maravillas. Pero, claro, después de salir a la palestra, hay que elevar el discurso, algo que se puede hacer de muchas formas. Citaré algunas que recuerdo, a saber: crear todo un mundo literario con el material de que se dispone, profundizar en el real dando a conocer realidades inexploradas o sacando nuevas facetas a la luz, irse por las ramas del pensamiento, ramas que, dependiendo de la personalidad e intenciones del escribiente, pueden adoptar enfoques muy diversos, etc. etc.
Del Molino se ha quedado plantado en las aceras de su antiguo barrio y de ahí ha extraído un texto entrañable, cercano, emotivo, introspectivo e intimista, pero claramente por debajo de su potencial a mi muy modesto entender. Comprendo, y entiendo que es legítimo, el orgullo por haber superado expectativas derivadas de un origen concreto, y está bien exhibirlo tal cual en, por ejemplo, un diario personal o la correspondencia privada, pero en un volumen con título en portada, si no lo sazonas con los debidos aditamentos literarios te acabará convirtiendo en un pelma.
Todavía hay más peros a esta tendencia tan frecuentada últimamente. Y es que el escritor ya tiene en la cabeza, con todo lujo de detalles, los lugares, ambientes y personas que retrata, de modo que no ve la necesidad de caracterizarlos, olvida que el lector solo conoce lo que él tiene a bien contarle. Relacionado con esto, entramos en la cuestión de la intimidad, porque –no lo olvidemos– el escritor expone en todo momento su propia vida y la de su entorno, de modo que no le es posible aportar muchos detalles, la excusa perfecta para evitar cualquier tipo de pauta narrativa, por ejemplo, no hay obligación de cerrar las historias. Todo esto nos lleva a la reflexión del principio, si existe la ficción –narrada o en imágenes– es, precisamente, para que sirva de catarsis, mezclando mentira con verdad, disfrazando, distorsionando y fabulando para no desvelar datos concretos, y de paso aportando al relato una coherencia que la realidad no ofrece casi nunca.
Del Molino tuvo la suerte de contar en el instituto con un profesor de filosofía que hacía pensar a sus alumnos, alguien que le abrió los ojos al mundo y, por tanto, uno de los condicionantes que le han convertido en lo que es. Un personaje así, cuyo pensamiento no funciona a base de clichés y que además tiene la valentía de expresarlo, constituye un tesoro para el novelista. Si, como en este caso, el individuo en cuestión no es un ideal de cartón-piedra, sino que está vivo en su memoria, con sus contradicciones, equivocaciones, histrionismos, rebeldías y exabruptos diversos, las posibilidades de hacerlo funcionar en un texto son casi ilimitadas. Más aún cuando la idea de convertirse en material de ficción surgió del propio ex-profesor como una táctica más, entre otras, de intervenir en su futuro póstumo. No obstante, casi todo se reduce a recuerdos dispersos, notas rescatadas de algún diario, apenadas reflexiones, junto a una panorámica general de sus años de adolescencia, con el profesor como coprotagonista, y una serie de anécdotas de la relación entre ambos a través de los años transcurridos con el panorama político-social de los 90 como telón de fondo de la historia.
Sin abundar en detalles para que cada cual descubra lo que esta lectura le reserva, debo señalar que el susodicho aparece citado expresamente. A las pocas páginas comprendí que ese nombre me sonaba de algo y, efectivamente, había sido autor de un blog personal que yo frecuenté hace tiempo y que se interrumpió bruscamente alegando un motivo tan increíble como dramático. “Dejo de escribir porque he decidido irme de este mundo” es lo que venía a decir, más o menos. En aquel momento, pensé que se trataba de una broma. Tristemente, el tiempo y que no se produjesen desmentidos fue haciendo verosímil la noticia. Supongo que estas confesiones  habrán servido a su autor para exorcizar fantasmas y a los lectores para disfrutar de un relato emocionado. No es el artefacto subversivo que, probablemente, esperaba el finado, pero ningún discípulo es una copia exacta del maestro. Y su título, además de sonoro, no puede ser más certero pues da en el centro de la diana; el propio autor lo explica y las imágenes que suscita esta explicación también son impactantes.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Jorge Edwards: El museo de cera

Idioma original: castellano
Año de publicación: 1981
Valoración: Muy Recomendable

Parece que es ya algo inevitable: cada vez que cae en mis manos algo de literatura hispanoamericana es una nueva oleada de entusiasmo, algo que sólo muy de vez en cuando me ocurre con cualquier otra narrativa, incluida la española. Da igual que sean autores ya conocidos o recién descubiertos, hay algo, por muy diferentes que sean los textos, que me atrapa, no sé, una atmósfera, un tono, quizá simplemente un prejuicio por mi parte. Pero en todo caso lo disfruto, que es lo que importa, ¿no?

Esta vez se trata de lo que creo que es una relectura. Digo ‘creo’ porque no estoy muy seguro, pero tengo casi la certeza de haber leído antes esta novelita breve del chileno Jorge Edwards que gira en torno al marqués de Villa Rica, uno de esos personajes que se fijan en la memoria del lector y no se olvidan jamás. El marqués es un caballero ya maduro, que en tiempos mantuvo una actividad política significativa como representante del Partido de la Tradición, y en la época (no determinada, aunque más o menos identificable) en que transcurre el relato se ha convertido en algo así como una especie prehistórica que por algún motivo extraordinario ha pervivido al margen del paso del tiempo. El hombre vive en su regio caserón en medio de la ciudad y, ante el asombro general, se desplaza  en un carruaje y viste sus polainas como si los cien años anteriores no hubiesen transcurrido. 

Es un personaje ridículo, sí, pero muy pronto le vemos el lado humano. Lejos del despotismo o la soberbia, el marqués aparece como un hombre más bien tierno, que simplemente ignora cómo el mundo ha progresado a su alrededor, se mantiene en sus tradiciones porque es lo que conoce y donde se encuentra cómodo, y disfruta sin complicaciones de la charla en el club de siempre, donde otros contertulios despotrican o conspiran contra los nuevos tiempos. En su simpleza, el marqués es una isla cronológica, más por convicción que por ingenuidad, y en este sentido es posible ver el relato como una alegoría en torno a una clase social que se aferra a un mundo ya superado. El aroma decadente recuerda un poco a Un mundo para Julius de Bryce Echenique, pero en este caso su elevación a caricatura lo aproxima más al esperpento de Valle-Inclán con el que comparte también algunos otros elementos, aunque el tratamiento tampoco es del todo identificable: el marqués de Villa Rica no es un personaje deformado, no hay rastro de deshumanización sino más bien lo contrario, resulta risible porque está perplejo ante lo que le rodea, simplemente ignora el entorno y se resiste a abandonar la vida que le gusta. Lo cual son debilidades muy humanas.

Pero esa falta de adaptación es el menor de los problemas del marqués. Casado con una mujer cañón treinta años menor, su relación es poco menos que platónica y desde luego bastante endeble, y pronto descubre una flagrante infidelidad ante la que reacciona de forma inesperadamente original: aparte de expulsar a la adúltera, encarga una escultura a tamaño natural que reproduzca la escena del crimen sin escatimar detalle, con la idea de reducir la traición a un mero objeto, sin historia ni alma. Al trabar amistad con el escultor –un artista figurativo tradicional, también al margen de las vanguardias- el marqués inicia una inmersión en la parte oscura de la ciudad. Se adentra así barrios marginales, entre gentes desinhibidas y garitos de distinta especie, donde fluye el alcohol y las costumbres relajadas. El hombre se siente como en otro planeta pero termina por cogerle afición a esos ambientes, en los que es recibido con algo de sorna pero con naturalidad. Este descenso a los supuestos infiernos es casi un lugar común en la literatura, pero en este caso sin rastro de crudeza, quizá porque nuestro personaje no deja de ser un inadaptado que aterriza en un mundo de inadaptados.

Como vamos viendo, asistimos a situaciones bastante usuales pero tratadas siempre desde una perspectiva ligeramente oblicua, y así ocurrirá también con el resto de personajes: la nueva y peculiar relación del marqués con su todavía esposa está llena de matices en las dos direcciones; la Cocinera –así, con mayúscula- es un extraño personaje conspirativo que oscila entre el integrismo y la ambición; y Serafín, el amigo y confidente del club, va virando hacia la intransigencia frente a las debilidades de nuestro protagonista. Hasta la revuelta que estalla en las calles merece cierta comprensión: el marqués, aunque víctima obvia de los revolucionarios, asiste al despojo de sus bienes como quien es testigo de un fenómeno meteorológico. Todo ello expuesto con el agudo sentido del humor que empapa todo el texto.

No me recreo en las alabanzas. Como novela construida casi exclusivamente en torno a un protagonista, al argumento le falta quizá algo de desarrollo, darle salida a esa pequeña historia que en mi opinión termina algo deshilachada. Y, ya puestos a buscarle pegas, el gusto de Edwards por esas frases subordinadas sin recato obliga a leer con algo más de pausa de lo que sería lógico. Pero que no se me entienda mal, uno tiene la manía de sacarle punta a todo, y estos pequeños obstáculos no restan mérito a una obra de muy alto nivel, que nos sorprenderá, nos hará reír y a lo mejor hasta pensar un poco. Y eso no se encuentra todos los días.

Otras obras de Jorge Edwards en ULAD: El sueño de la historia