jueves, 31 de octubre de 2019

Biblio-Necrophiliac Quiz 2019: No somos nada...

¡Hola a todo el mundo y feliz Noche de Todos los Santos, chavalada! ¿Qué tal van los preparativos del Samaín? ¿Ya habéis colocado las calabazas en la puerta de casa, desempolvado la Ouija, descargado alguna peli de George A. Romero? Bueno, que no se diga que Un Libro Al Día no estamos por la labor conmemorativa, así que, para ir calentando motores, os proponemos esta segunda edición del Biblio-Necrophiliac Quiz, el test de conocimientos sobre escritores que ellos mismos no hubieran sido capaces de responder... El año pasado ya demostrasteis que no teníais ni idea sobre tumbas de escritores el turismo funerario no era lo vuestro. No pasa nada: este año, el Quiz de este año  NO VA DE TUMBAS (lo siento por los que pasásteis las vacaciones del Pére Lachaise a Montparnasse o de Highgate al oxfoniano cementerio de Wolvercote para documentaros. Amigos bonaerenses: siempre merece la pena pasear por La Recoleta). Esta vez vamos al paso previo a la inhumación (aunque no siempre, ahí tenemos algún cuento de Poe): cuando te viene el apechusque y la roscas. Para quien no entienda el manchego (el resto de la Humanidad): cuando la palmas, la espichas, la diñas, estiras la pata, pasas a mejor vida, te viene a ver la Parca, te vas al otro barrio, feneces, expiras, falleces, MUERES. Fin de fiesta. Game over. THE END. 
                                              


¿Cómo fue el final de vuestros autores o autoras favoritas? ¿Cual fue la causa de su muerte? ¿Cuáles fueron sus últimas palabras (tranquis, que no os voy a preguntar por Walt Whitman)? Veamos si sabéis tanto de literatura como pretendéis en esos simposios, mesas redondas, presentaciones de libros (con canapés), talleres literarios, cursos, cursillitos, clubes de lectura, tertulias, cafés hipsters,  barras de bar, vertederos de amor, os enseñé mi trocito peor... ¿Preparados? Are you ready to rock? Pues a la de tres... ¡Ya! 

1- Como siempre, empecemos por una sencillita para no desanimar al personal: ¿Qué celebérrimo escritor romántico murió de un disparo al perder un duelo con otro señor, por culpa de un quítame allá esas pajas asunto de honor en relación a una mujer casada?

A/ Víctor Hugo
B/ Mariano José de Larra
C/ Alexander Pushkin
D/ Walter Scott

2- ¿Qué eminente autora norteamericana falleció a consecuencia de la enfermedad favorita del televisivo doctor House, el lupus?

A/ Flannery O'Connor
B/ Lucia Berlin
C/ Mary McCarthy
D/ Susan Sontag



3- Y hablando de la serie House, ¿de qué forma un tanto bizarresca, pero, como vemos, plausible y que aparece en un capítulo de esta serie murió el también estadounidense Sherwood Anderson?

A/ Se perforó el intestino con un palillo de dientes que se había tragado.
B/ Levantó una estatuilla de Buda que escondía dentro un electroimán y éste movió los alfileres que sus padres le habían clavado en la cabeza, siendo un bebé, a través de la fontanela.
C/ Sufrió una meningitis provocada por la picadura de una garrapata.
D/ Buceando en el pecio de un barco esclavista, rescató una botella que contenía pústulas de enfermos de viruela que, al romperse, liberó el virus de esa enfermedad.

4- ¿Qué otro célebre escritor o escritora norteamericano/a, en este caso oriundo/a de uno de los antiguos estados confederados, feneció a causa de un accidente no menos desafortunado e improbable (en su descargo hay que decir que se encontraba en un momento un tanto alcohólico), al atragantarse con la tapa del bote de barbitúricos que estaba abriendo con la boca?

A/ William Faulkner
B/ Tenessee Williams
C/ Truman Capote
D/ Carson McCullers

5- Claro que las muertes rocambolescas no son una circunstancia exclusiva de los tiempos modernos. De hecho, en la Antigüedad ya se dio algún caso llamativo, como el del dramaturgo Esquilo, que murió a consecuencia de: 

A/ Se cayó de una higuera a la que se había subido huyendo de unos soldados persas. No se mató, pero quedó inconsciente y fue devorado vivo por una manada de perros salvajes.
B/ Un quebrantahuesos confundió su cabeza calva con una roca y soltó sobre ella una tortuga para romper así su caparazón, consiguiendo en cambio aplastar la cabeza del pobre Esquilo.
C/ Tras participar victorioso en las batallas de Maratón, Salamina y Platea, volvió a su casa como un héroe, pero, enseñando a su hijo pequeño cómo había combatido a los persas, se enredó con una correa suelta de su sandalia y cayó al suelo, clavándose su propio xiphos o espada corta lanceolada.
D/ Comprobando la acústica del teatro de Epidauro había subido hasta la grada más alta (de 52) cuando una lechuza tempranera alzó el vuelo hacia él y por culpa del sobresalto bajó rodando por las escaleras hasta la orchestra, donde se desnucó.

6- Otro literato que participó en una guerra fue el poeta Wilhem Albert Włodzimierz Apolinary Kostrowicki, conocido por Guillaume Apollinaire, que formó parte del ejército francés durante la Gran Guerra. Sin embargo, moriría al poco de acabada ésta, a causa de: 

A/ La gripe española.
B/ Las heridas en la cabeza recibidas en el frente por la explosión de un obús.
C/ Fue atropellado por un carro que transportaba carne de cerdo al mercado de Les Halles, en París.
D/ El mamporro que le arreó Pablo Picasso, a quien unos años antes Apollinaire había implicado falsamente en el robo de la Gioconda, y que removió un trozo de metralla que los cirujanos no le habían extraído, por desgracia demasiado cercano a la arteria subclavia derecha.

7- Por continuar con más poetas de ánimo belicoso, es sabido que Lord Byron falleció en Grecia, país al que había acudido para ayudar en su guerra de independencia del Imperio otomano. Aunque no murió en una batalla, sino a consecuencia de una sangría demasiado entusiasta que le practicaron unos médicos tras una crisis epiléptica. Bien, pero en cambio, ¿sabéis cómo pereció su gran amigo de francachelas, el también poeta británico Percy Shelley?

A/ Naufragó el velero en el que viajaba y que él había bautizado "Don Juan", en honor de su amigo Byron.
B/Se golpeó al caer de un pura sangre árabe de su propiedad y que él llamaba "Prometeo" en honor de su amigo Byron.
C/ A consecuencia del coma etílico que le sobrevino de la tremenda borrachera que se agarró al enterarse de la muerte de su amigo Byron.
D/ Por culpa de un recio y repujado ejemplar de la novela Frankenstein que su esposa Mary le arrojó a la cabeza porque no dejaba de hablar a todas horas de su amigo Byron.

8- Pasemos a temas más alegres: entre el gremio literario siempre ha cundido bastante la costumbre de quitarse la vida o al menos intentarlo; no digamos ya en países donde la idiosincrasia nacional fomentaba tal práctica. En Japón, por ejemplo, ha habido muchos escritores que se han suicidado, pero el más persistente fue uno que lo intentó no una ni dos veces, sino hasta cuatro veces antes de conseguirlo: 

A/ Yukio Mishima
B/ Yasunari Kawabata
C/ Ryunosuke Akutagawa
D/ Osamu Dazai

9- Por acabar con los escritores suicidas (ejem... qué mal suena eso), recordemos al poeta ruso Sergei Yesenin (o Esenin) que antes de ahorcarse dejó por escrito un emotivo poema ("Adiós, amigo mío, adiós/ tú estás en mi corazón/ Una separación predestinada /promete un encuentro futuro (...)" en cuya gestación intervino un elemento sorprendente: 

A/ La propia sangre del poeta, que fue la tinta con la que lo escribió.
B/ Utilizó, continuándolo, el telegrama que le había enviado el también poeta Mayakovski (al parecer, enamorado de él), sabedor de su intención de quitarse la vida.
C/ Un discurso funerario del mismísimo Iosef Stalin, para despedir al fundador de la Checa, Félix Dzerzhinski, y en el que se pronunciaban los dos primeros versos.
D/ Las palabras (las únicas que aprendió a decir en ruso) que le solía decir la que fuera su esposa, la célebre bailarina Isadora Duncan, cuando aún eran amantes y Sergei salía de su camerino tras alguna efusión amorosa rapidita... 

10- Por cierto que las últimas palabras pronunciadas por los literatos en el lecho de muerte siempre han dado mucho juego: desde las más poéticas o sugerentes ("Se disipa la niebla", dijo Emily Dickinson; en cambio, Goethe exclamó: "Más luz...") a las más desabridas de Karl Marx: "Las últimas palabras son para estúpidos que no han dicho lo suficiente mientras vivían". Quizá la palma de originalidad se la lleva el gran Oscar Wilde, que dijo "O se va él o me voy yo", refiriéndose a: 

A/ Un cura católico llamado para administrarle los santos sacramentos.
B/ Su antiguo amante (y causante de su infortunio) Lord Alfred Douglas, que había acudido a París al enterarse de la agonía de Wilde.
C/ Un ejemplar de El Paraíso perdido, de Milton, poema que aborrecía y que alguna visita se había dejado en la habitación del hotel Alsace, donde murió.
D/ El horrible papel pintado de la pared.

Pues ya está. ¿Qué tal ha ido la cosa? Son preguntas facilitas, ¿no? Culturilla general, como quien dice. Ahora bien, como seguro que más de uno o una de nuestros seguidores se ha quedado con ganas de más,  aquí va una BOLA EXTRA, para rematar los diez aciertos con un pleno al once:

11- No vamos a preguntar de quién fue el siguiente sepelio, pues algo parecido sólo se le podía haber ocurrido a Hunter S. Thompson, que dejó establecido que así fuera antes de, cómo no, suicidarse en 2005: en su rancho de Colorado, sus cenizas fueron dispersadas mediante un cañonazo mientras sonaba Mr. Tambourine Man, de Bob Dylan, disparadas por un cañón de 50 metros de altura terminado en un puño de dos pulgares que agarraba un botón de peyote (símbolo de su campaña a sheriff en 1970 y del periodismo Gonzo). Tan sencilla ceremonia costó unos 2'5 millones de dólares, que fueron sufragados por la estrella de cine y admirador de Thompson: 

A/ Nick Nolte
B/ Johnny Depp
C/ Nicholas Cage
D/ Woody Harrelson

Y ahora sí que ya está. Después de la foto del equipo reseñador de Un Libro Al Día, tenéis las soluciones correctas:




1- C; 2- C; 3- A; 4- B; 5- B; 6- A; 7- A; 8- D; 9- A; 10- D; 11- B


Valoración de los resultados:

-De 0 a 4 aciertos: Enhorabuena. Sois personas que viven la vida, se enamoran, comen, trabajan, hacen el amor, van al fútbol, se emborrachan, pasean al perro, se manifiestan, suben montañas, navegan en veleros, practican artes marciales, se tiran por un barranco en una bici de montaña, bucean entre tiburones... LO QUE SEA, menos aprenderse las muertes de escritores famosos (o no tan famosos).

-De 5 a 8 aciertos: Madre mía... ¿no tenéis nada mejor que hacer? Quiero pensar que la mayoría de aciertos han sido de chiripa. Por favor, dejad estas piraduras para los bibliófilos, necrófilos y sociópatas como nosotros, será lo mejor (bueno, como yo, que mis compañeros son gente más o menos equilibrada... ¡oh, perdón, que me olvidaba de... vale, NO).

-9-10 aciertos: Mirad lo que vamos a hacer: ya que sois casos incurables de morbosidad y pedantería libresca, a ver si por los menos le damos una utilidad a vuestro trastorno ¿Qué tal si vais dejando sugerencias para el Biblionecrophiliac Quiz del año que viene? Porque ya la cosa se está poniendo peluda... Gracias de antemano.

-Pleno al 11: Buff... hasta luego, Mari Carmen...

miércoles, 30 de octubre de 2019

Colaboración. Friedrich Hölderlin: Hiperión

Idioma original: alemán
Título originalHyperion oder der Eremit in Griechenland
Traducción: Jesús Munárriz
Año de publicación: 1797-1799
Valoración: Imprescindible



En el año 2020 se conmemorará el 250º aniversario del nacimiento de Friedrich Hölderlin, escritor alemán de quien se ha dicho que encarna la misma esencia de la poesía; tales fastos nos proporcionan una excusa formidable para acercarnos a su Hiperión, su obra más conocida. Se trata de una novela de un lirismo deslumbrante en la que, con una estructura epistolar, el protagonista que le da nombre –un joven griego del siglo XVIII que se rebela contra la ocupación turca de su país– informa a su  amigo alemán Belarmino de sus sucesivas acciones y pensamientos. Si sucumbimos a la tentación que tal excusa nos otorga, podremos comprobar la asombrosa vigencia del mensaje contenido en ella, a pesar de la extrañeza que el emotivo lenguaje en que está escrita pueda inspirarnos en el siglo XXI. 
Hay que leer Hiperión a los veinte años. En la edad en la que uno quiere cambiar el mundo, el fulgurante idealismo de sus páginas insuflará un entusiasmo incontenible al incauto que se exponga a su influjo: Hiperión suministrará el combustible preciso para avivar la rebeldía en aquella edad en la que aún somos invulnerables. Quien escribe estas líneas así lo hizo, casi por azar y, desde luego, desprovisto de prospecto alguno que advirtiese de sus efectos secundarios; la conmoción experimentada fue mayúscula y sus efectos, perdurables. Mi viejo volumen, cuyas subrayadas páginas hace mucho que amarillean, sigue ocupando su lugar en la mesilla de noche; también se mantiene incólume en el catálogo de la editorial.
Pero hay que releer Hiperión pasada la cincuentena, paladeando la belleza de cada frase que aquella primera lectura remota y probablemente desbocada quizá pasó por alto. Y debe releerse, a ser posible, después de investigar la biografía de Hölderlin. Así, esta segunda lectura revelará de qué manera autor y obra van inextricablemente unidos y cuál fue el precio que hubo de pagar por la entrega incondicional a la causa de la poesía. El paralelismo entre los protagonistas de la historia narrada y Hölderlin y las personas que mayor influencia tuvieron en su vida se desvelará con nitidez; cada pasaje del libro, por otra parte, es el eco de algún suceso vivido por éste. La anhelada expulsión de los otomanos del suelo helénico para implantar una sociedad de hombres libres resultará ser una metáfora de los ideales revolucionarios que barrían la Europa acompañando a las tropas de Napoleón. Unos ideales que no tienen nada de patriótico, pues su meta no es otra que recuperar la unidad de todo lo viviente. Pero, atención: para conseguirlo, la belleza es el valor supremo. Como advierte Hölderlin por boca de Hiperión cuando éste recorre las ruinas de Atenas junto a su amada Diótima –en uno de los pasajes más luminosos del libro–, «sin belleza del espíritu y del corazón, la razón es como un capataz que el amo de la casa ha enviado para vigilar a los criados».
Con estas premisas, y con la urgencia que reclama un mundo cada día más compartimentado y excluyente, quizá sería pertinente hoy releer Hiperión. Aprovechemos la oportunidad que la efeméride ofrece. Pero no olvidemos lo que sucede a los que, como Ícaro, ascienden demasiado alto. A Hölderlin, su entrega a la causa de la belleza le costó la locura y el vivir apartado del mundo durante más de tres décadas.


Firmado: Luis Ruiz Padrón

martes, 29 de octubre de 2019

Manuel Mujica Lainez: El brazalete y otros cuentos

Idioma original: español
Año de publicación: 1978
Valoración: recomendable

Deduzco del contenido de muchos comentarios una cierta unanimidad en cierta apreciación. Como con la música, uno de los placeres más disfrutados con la literatura es el descubrimiento. De novelas, de autores, de corrientes literarias a que éramos ajenos, cualquier cosa que venga a sorprendernos o a resquebrajar cierta rutina nos aporta enorme placer. Añadiría que esta satisfacción es más intensa cuando es el resultado de una indagación por iniciativa propia, pero eso ya es algo particular. Los consejos son bienvenidos, mal planteamiento sería el opuesto. 
En cualquier caso este libro no es una novedad, desde luego. Y si la copia de la portada que he obtenido vía web muestra ya el paso del tiempo, no os digo la que me he leído, que intentaré restaurar debidamente para hacérsela llegar a Koldo, completista oficial de Mujica Lainez, que espero que disculpe que tome la iniciativa de reseñar a uno de sus autores de cabecera.
Pues Koldo: tenés razón. Mujica Lainez es un escritor eficaz, chispeante, creativo, siempre al filo de ese surrealismo fantástico tan propio de cierta generación de autores argentinos, con Cortázar al frente, tan cuidadosos en las formas impecables como juguetones con los fondos de sus escritos. El brazalete y otros cuentos contiene una decena, apenas unas 120 páginas, de relatos con diversidad geográfica y temporal. Todos con su particularidad, con su detalle que los aleja de una narración convencional. Comprended que estos detalles formen parte de las sorpresas que cada cuento nos depara y no sea más específico. Pero aquí tenemos objetos como cuadros o brazaletes que toman poder, viajes en autobús que desafían el continuo espacio-tiempo, misteriosas familias en enclaves de vacaciones, viudas de pintores célebres con escasa visión comercial de lo artístico. Incluso algún detalle más cercano al cuento ligeramente anacrónico encaja en ese estilo elegante, comedido, más sibilino que abiertamente engañoso.
Puede que esta sea una obra menor, incluso una obra de escritor consagrado cumpliendo con una cita periódica con sus lectores. Parece, en todo caso, que Mujica Lainez fue un escritor eclipsado por otros genios con los que compartió generación. En cualquier caso, una mucho más que notable demostración de talento.

lunes, 28 de octubre de 2019

Maren Meinhardt: Alexander von Humboldt. El anhelo por lo desconocido

Idioma original: inglés
Título original: Alexander von Humboldt
Traducción: Julia Gómez
Año de publicación: 2018
Valoración: Bastante recomendable 

Sabemos que el ser humano escruta el Universo buscando exoplanetas, explora las profundidades catalogando especies abisales, y procesa extrañas partículas mediante ingenios electrónicos e informáticos. El mundo de la ciencia y el conocimiento está compartimentado en la forma más extrema, y no hay asunto que no deba ser tratado por equipos de especialistas cuyo trabajo se circunscribe a lo más concreto, con la pretensión de encontrar la verdad irrefutable. Qué diferente de aquellos tipos que hasta hace un siglo se aproximaban a la naturaleza sin reparar en qué parcela iban a intervenir, lanzados con pasión y medios rudimentarios a aventuras en que con frecuencia se jugaban la vida, impulsados por lo que tan espléndidamente resume el subtítulo de este libro: el anhelo por lo desconocido.

Alexander von Humboldt es un poco el paradigma de este tipo de personajes. Geólogo de formación, se le había diseñado un currículum adecuado para llegar alto en la administración prusiana, con la que estaba bien relacionado. Pero lo que ansiaba Alexander era descubrir mundo, conocer la naturaleza en lugares donde nadie la había estudiado antes. Igualmente interesado en la botánica, la electricidad, el vulcanismo o la mitología, venía a ser, como en algún lugar se le ha definido, un ‘hombre renacentista tardío’, a la vez científico, explorador y filósofo. Contrariamente a lo que ocurre en nuestro tiempo, para él, del todo impregnado de las convicciones del romanticismo, el saber no conoce parcelas, y una de sus pautas irrenunciables es la identificación entre el espíritu y la naturaleza.

Muy pronto Humboldt comienza a enredar a su entorno más próximo proponiendo viajes. Reside algunos periodos en Londres y París hasta que va tejiendo una red de relaciones con las personas adecuadas, científicos y exploradores con inquietudes semejantes a las suyas, incluidos algunos colaboradores del gran capitán Cook. No obstante, deja espacio suficiente a la improvisación: aunque su primer objetivo era África, circunstancias políticas y simples coincidencias le abren la posibilidad de viajar a Sudamérica, y no duda un minuto, embarcándose en su gran aventura en compañía del botánico francés Bonpland (quizá hasta estimulado por la fonética de su apellido, quién sabe). Ahí tenemos ese ansia ilimitada por conocer, da igual el qué o dónde, y sin importar demasiado métodos o planes de trabajo.

El viaje americano se fue desarrollando también de esta manera, por impulsos: comienza por explorar el Orinoco hasta el paso que comunica con la cuenca amazónica, pero se dirige después a Bogotá solo por conocer al botánico Mutis, y más adelante hacia Perú para enlazar con una expedición que planeaba visitar las Filipinas, aunque se detiene largo tiempo ascendiendo y examinando montañas y volcanes en el actual Ecuador. Por el camino, todo interesa: flora y fauna, mediciones de hemisferios y altitudes, los templos incas, muestras de aire, experimentos con animales y sobre el propio cuerpo del científico. Humboldt se afana por detectar ciertos rasgos universales en las culturas que va descubriendo y cree encontrar también nexos entre lo que descubre en América y lo ya conocido en Europa. Siempre se manifiesta la pretensión de abarcar el conocimiento como un todo, y de reflejar su pasión mediante textos y dibujos. 

Como prácticamente la totalidad del libro está escrito a partir de la abundantísima correspondencia del personaje, aparte del recuento de experimentos y descripciones se dejan ver con bastante claridad algunos rasgos que definen más al hombre que al científico: la sinceridad con que reconoce el limitado interés de sus algunos de sus descubrimientos (por ejemplo, en los citados volcanes de Ecuador), el recelo que, como buen protestante, le suscitan los misioneros españoles, o el evidente cansancio que en los años posteriores le disuade de acometer una nueva aventura de envergadura semejante.

A propósito me refería al material epistolar sobre el que se edifica el libro de Meinhardt. Como alguna vez hemos comentado en relación a otros personajes, el hecho de haberse conservado multitud de cartas de las que se escribían en otros tiempos ha permitido reconstruir datos, fechas o relaciones con mucha fidelidad (algo que tal vez ocurra también en el futuro con los mails o las redes sociales). Sin embargo, en este caso esa fidelidad representa en mi opinión un cierto lastre para el libro. La reconstrucción es desde luego tan minuciosa como escrupulosa, pero tiene algunas consecuencias negativas para el lector. El primer tercio del libro cuenta la vida de Humboldt antes de partir en su viaje, con una enorme cantidad de nombres, lugares y detalles que en su mayor parte entiendo que interesan poco al lector. Pero, más aún, en general da la impresión de un trabajo más de administrativo que de historiador, se echa de menos la elaboración, la obtención de conclusiones, trascender de lo que puede ser una recopilación, por rigurosa que sea, a un estudio algo más intelectual. Algo de esto asoma a veces, pero con demasiada timidez, y es una pena, porque el libro hubiera podido quedar mucho más atractivo. 

domingo, 27 de octubre de 2019

László Krasznahorkai: Tango satánico


Idioma original: Húngaro
Título original: Sátántangó
Traducción: Adan Kovacsics
Año de publicación: 1985
Valoración: Muy recomendable

Leer Tango satánico no es fácil. Uno avanza por esta novela exhausto, azotado por la lluvia, con los pies hundidos en el fango. Como he dicho, leer Tango satánico no es fácil. Quizá por esto llegar a su final resulte tan gratificante. Aunque, bien pensado, este final no es un verdadero final. Sólo un alto en el camino. Un alto que se hace en una fonda sórdida, donde se sirve alcohol barato, donde los parroquianos no tienen qué decirse. Un alto en una fonda llena de humo y miseria. Una fonda infestada de arañas. 

Leer Tango satánico no es fácil. En primer lugar, porque sus temas (el caos, la pobreza, la soledad, la decepción...) son extremadamente ásperos. Además, porque estilísticamente es un reto. Oraciones larguísimas; capítulos que son un único párrafo monolítico interrumpido solamente por alguna que otra pausa misericordiosa. Todo aderezado, eso sí, con un interesante subtexto político, religioso y existencialista. Con una potente imaginería. Con referencias a Kafka y a Beckett. Con un sentido del humor cáustico y descarnado. Con el magnetismo de Irimiás. 

En definitiva, pese a que no es fácil leerlo, Tango satánico es un novelón. Uno sorprendentemente redondo. Digo sorprendentemente porque László Krasznahorkai es ambicioso en forma y fondo y, aun así, logra estar a la altura de las expectativas. Digo sorprendentemente, también, porque esta es la ópera prima del autor. ¡Menudo talento tiene, el tío! De veras, puestos a buscarle defectos a este libro, sólo se me ocurre que algunos de los espaciados que fragmentan sus capítulos se antojan gratuitos. Nada más.

Por cierto, existe una adaptación cinematográfica de Tango satánico. La dirigió Bela Tarr, está en blanco y negro y dura la friolera de siete horas. Sin lugar a dudas, los creadores de culto se atraen unos a otros.

sábado, 26 de octubre de 2019

Iñaki Abad: Las amargas mandarinas


Idioma original: Castellano
Año de publicación: 2019
Valoración: Muy recomendable

No todos lloramos por las mismas cosas aunque todos los seres humanos lloren y se rompan por dentro de un modo diferente, ni la palabra libertad tiene el mismo significado para unos que para otros. En una noche lluviosa, Carla llega a Palma desde Windhoek, la capital de Namibia, donde reside con su marido, diplomático, y sus dos hijos. Viene para enterrar a su padre. Así arranca esta novela de Iñaki Abad y lo que hay a lo largo de sus cuatrocientas páginas no es desde luego una despedida sino más bien un reencuentro, el descubrimiento de una persona discreta, sensata, pulcra y reservada, como esos actores secundarios siempre dispuestos a dar diligentemente pie para que se luzcan los protagonistas.

El padre de Carla es José María Fleta Loroño, un bilbaíno del 51, hijo único de una familia trabajadora criado en el muelle de Urazurrutia, al que una decisión bastante intrascendente y tomada a la ligera en una noche de septiembre de 1974 le va a condicionar de una manera definitiva durante el resto de su vida. Chema Fleta iniciará así un periplo que le alejara definitivamente de los suyos, de Bilbao y del País Vasco, aunque se mantendrá irremediablemente sometido al disparatado desquicie de ese monstruo desatado de furia, narcisismo y arrogancia que fue el denominado, incluso por don JoséMarí Aznar, Movimiento Vasco de Liberación Nacional.

Chema Fleta iniciará entonces su vida adulta en Burdeos, en los años setenta, y pese a ser de ese tipo de personas que no precisa de ir convenciendo a los demás de lo necesario, justo y bondadoso de sus propias ideas, no conseguirá situarse al margen de las embestidas de aquellos años, de aquella década tan desatada, quimérica y explosiva. Uno de los hilos que recorre toda esta trama hasta nuestros días es el sentido de las palabras, de qué significado se nutren, para qué sirven y para qué las usamos, qué señales emiten y cómo las disponemos para crear laberintos donde ocultarnos. Y su mayor atractivo, quizás, sea la discreta fuerza en la que se sustenta este personaje de Chema Fleta, que no es otro que el amor, las palabras reencontradas, la conciencia de sus labios, los ojos con los que aprendió a ver el mundo, su olfato, el paladar, fue la piel, el sexo, el temblor, el hambre y el deseo que lo saciaba, el día y todas las noches, el mar donde perderse, las tormentas y el refugio. Y me corto para no dar más detalles que chafarían el goce de descubrirlo por si mismo a quien quiera animarse a la lectura de Las amargas mandarinas.

Porque, desde luego, hacerlo tiene una excelente recompensa. De Iñaki Abad (Bilbao, 1963) no había leído ninguna de sus dos novelas anteriores, Los males adioses (2007) y El hábito de la guerra (2002) así que no puede decirse que se trate de un autor que no le dedique el tiempo preciso a sus historias. Las amargas mandarinas  es un novelón, una auténtica gozada, de esos libros que atrapan y fascinan, que te obligan a dedicarles atención y tiempo, que necesitas arañarle desesperadamente más minutos al sueño, entender, volver atrás, perderte en la profundidad de sus párrafos complejos, densos, enjundiosos. El lenguaje y el tono de la novela están tan logrados como ajustados y la narración va fluyendo con vigor, realismo y emoción, de manera asombrosa y veraz. Yo he llegado al último párrafo de la última página con un nudo en la garganta, con un puño en el estómago. Y no exagero ni un gramo. La he leído embelesado y con fruición, con las lágrimas apelotonadas y pugnando por brotar y con la imaginación sometida y entregada al fluir de la narración. Y cuando eso ocurre, tan de tanto en cuanto, hay que disfrutarlo. Por eso me parece tan y tan recomendable,

viernes, 25 de octubre de 2019

Carolin Emcke: Contra el odio

Idioma original: alemán
Título original: Gegen den Hass
Traducción: Belén Santana
Año de publicación: 2017
Valoración: recomendable

Creo poder afirmar, sin arriesgar demasiado, que estamos en un momento social donde el odio se manifiesta de manera inexorable en nuestro mundo en diferentes formas de expresión y hacia diferentes colectivos. Y si compráramos el relato de los que odian, podríamos decir que el odio es por motivos de raza, de género, de condición sexual, de clase u otros motivos, pero no, el motivo real del odio hay que buscarlo en quién odia, no en los objetivos del odiador. Y para analizar las causas y los efectos, Carolin Emcke, periodista y filósofa, ha escrito este ensayo para tratar el odio, su origen y sus intereses, pero también para encontrar la manera de contrarrestar esta nociva actitud.

La autora empieza el libro con un prólogo potente, atacando directamente las debilidades de quienes odian, pues el odio es siempre difuso, inexacto e impreciso puesto que, de lo contrario, permitiría ver al ser humano con todas las características. Eliminando los matices, «el odio se fabrica su propio objetivo. Y lo hace a medida» ya sea contra los judíos, los negros, las mujeres, los refugiados, las lesbianas... Un odio que siempre es hacia un poder que amenaza o algo supuestamente inferior. Así el posterior abuso o erradicación se reivindica, no sólo como medidas excusables, sino necesarias.

Como sociedad, debemos conseguir contrarrestar el odio y la autora es tajante en este aspecto al afirmar que «a todos nos compete impedir que quienes odian puedan fabricarse un objeto a medida» y para ello, sostiene y reclama que combatir el odio debe hacerse desde todas las esferas, en nuestro día a día, incluso en las situaciones en apariencia más insignificantes; debemos salir de nuestra esfera privada, de la protección de nuestro propio refugio para apoyar a los que están amenazados. Incidiendo en este aspecto, y en una de sus interesantes reflexiones, la autora critica la dejadez y falta de crítica de una sociedad que usa y se escuda en eufemismos para no hablar de odio y evitar tratarlo a consciencia; y su análisis es brillante, pues ataca directamente a una de las raíces del problema: la banalización del odio. Una banalización ante la que todos deberíamos rebelarnos, pues somos conscientes de una clara tendencia en la actualidad en hablar del concepto de «ciudadanos preocupados», una manera bastante eufemística de caracterizarlos, pues quien habla de «ciudadanos preocupados» quiere, ante todo, ponerlos a salvo de lo que pueda ser políticamente o moralmente criticable. De esta manera, la preocupación funciona como un sentimiento encubridor, camufla la xenofobia, y lo hace de manera hábil ya que los ciudadanos preocupados pueden odiar a diferentes colectivos, pero la preocupación enmascara estas convicciones pues, «¿acaso la preocupación merece algún tipo de reproche moral?»

La autora hace hincapié en la supuesta preocupación o temor hacia el otro como el causante del odio, porque en ese caso los amenazados intentarían alejarse del supuesto peligro. Por contra, buscan acercarse a ellos, atemorizarlos o incluso aniquilarlos. Y también critica a los observadores pasivos, pues sin ellos los que odian verían mermado su impacto, pues necesitan espectadores para poderse reafirmar como pueblo y, en ese perverso espectáculo, hay un doble componente de castigo, pues la víctima no puede negarse a participar en la escenificación que la denigra; las víctimas son exhibidas y degradadas, convirtiéndolas, a manos de los odiadores, en objeto de divertimiento.

En su análisis, la autora pone como ejemplo algún suceso real, casos de abusos policiales contra ciudadanos negros para mostrar cómo la herencia cultural incide en el comportamiento de las personas quienes a su vez legitiman su comportamiento en base a esa herencia, y lo hace citando el libro «Entre el mundo y yo», de Ta-Nehisi Coates; una herencia que proviene de los tiempos de esclavitud y expone con datos la diferencia de trato policial y judicial entre la sociedad negra y la blanca en Estados Unidos. En este aspecto, hace una parada profunda para hablar del caso de Eric Garner quien, en la detención policial que acabó causando su muerte, harto de tanta persecución y acoso hacia los negros por parte de la policía, justo antes de su detención afirmó «I’m tired of it. It stops today!», en un «esto termina hoy» como claro sentimiento de no poder aguantar más tanta injusticia, tan malos tratos, tanta denigración.

También es interesante el análisis que hace sobre la secesión o el nacionalismo, que la autora vincula, en mayor o menor grado, a la voluntad de crear una comunidad homogénea, aunque, por otra parte, también afirma que partidos políticos que aluden «al pueblo» lo hacen al no sentirse suficientemente representados, sino excluidos de prácticas políticas o leyes que les afectan, y eso ocurre tanto a ni el político como respecto a los medios de comunicación. En este marco se encontrarían movimientos escépticos con la política actual o con el concepto de Europa y destaca la radicalidad con la que «los partidos nacionalistas defienden la univocidad de la propia tradición, que neutraliza cualquier tipo de ruptura, ambivalencia o diversidad en la propia historia». Por este motivo estos «agentes políticos intentan apropiarse de los centros de cultura, museos y libros de texto, ya que cualquier voz o perspectiva contraria a su constructo de nación o pueblo les incomoda».

La autora también abre otro frente polémico, pues alegando a la libertad y el respeto, pone como ejemplo el velo en las mujeres musulmanas. Defendiendo la libertad religiosa, la autora considera que hay que tomarse en serio la autodeterminación femenina y sostiene que hay que reconocer que «puede haber mujeres que quieran llevar una vida piadosa o comportarse de un modo determinado y que, en el caso del velo, a nadie le corresponde calificar ese deseo de irracional, antidemocrático, absurdo o imposible per se. Ese deseo merece el mismo respeto y la misma protección que el de manifestarse en contra de ese concepto de religiosidad (o esa práctica)». Emcke nos habla también sobre el fanatismo y el fundamentalismo, poniendo como ejemplo el Estado Islámico que busca con sus atentados conseguir un doble objetivo: castigar las sociedades modernas (y por tanto híbridas, característica totalmente contraria a la pureza que defienden y buscan) y por otro crear recelo y miedo en la sociedad occidental hacia sus habitantes musulmanes, de manera que se vean repelidos de esta sociedad y no encuentren cabida en ella, aspirando así a que vuelvan a crear sociedades homogéneas, y por tanto «puras».

En una visión del odio desde otro ángulo, Emcke nos habla también de cómo la sociedad clasifica las personas y como la tradición mantiene esas diferencias de manera que los fenómenos de discriminación y exclusión más frecuente se sustentan en unos relatos empleados para transmitirlos que se han repetido lo suficiente para que su cuestionabilidad no llame la atención. Una clasificación que, en lo tocante al género de las personas, la autora lo trata para denunciar la discriminación hacia las personas trans y la asignación de género a las que se ven sometidas, a menudo a contra suya. Y en ese aspecto la autora cuestiona la atribución de lo que se considera masculino o femenino, planteando si se considera como masculino un determinado conjunto de rasgos cromosómicos y genitales o también un conjunto de gestos, prácticas o costumbres, y profundiza en las injusticias a las que son sometidas estas personas de manera diaria, pues deben estar continuamente justificando su condición y reclamando tener los mismos derechos que las personas con otra condición. Así, la autora afirma que «las personas trans no han de justificar cómo quieren vivir. Las personas trans no deben argumentar por qué tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad. Son todos los que pretenden negarles ese derecho quienes deben explicarse».

Para terminar la reseña, y volviendo puramente al título del libro, la autora cierra este análisis sobre el odio sosteniendo que la única manera de combatirlo es desde la democracia, desde una sociedad libre y abierta. «La antidemocracia solo se puede combatir por la vía democrática (…) si una sociedad libre y abierta quiere defenderse, solo lo logrará mientras siga siendo libre y abierta». La autora sostiene que «la crítica y la resistencia frente al odio y el desprecio siempre deben dirigirse contra las estructuras y las condiciones que los hacen posibles». «Es preciso oponerse con valentía a todas esas pequeñas formas cotidianas de humillación y degradación, así como promover leyes y prácticas de colaboración y solidaridad contra los excluidos».De esta manera, la autora aboga por una sociedad abierta e inclusiva, como única manera de progresar. Y finaliza el libro afirmando que «alzarse contra el odio y encontrarse en un nosotros para hablar y actuar juntos sería una forma valiente, constructiva y sutil de poder». Y, aunque puede que este mensaje parezca algo utópico, ¿cuál es sino la alternativa que nos queda?

jueves, 24 de octubre de 2019

Delphine de Vigan: Las lealtades

Idioma original: francés
Título original: Les loyautés
Año de publicación: 2019
Traducción: Javier Albiñana
Valoración: Muy recomendable

En 2011 Delphine de Vigan publicó Nada se opone a la noche rompiendo todos los esquemas y dejándonos con la boca abierta. Personalmente, no suelo obsesionarme con los autores/as de las obras que me gustan si no que mis lealtades —je—, suelen ceñirse más bien a las obras en sí y, tal vez por ello, empecé a leer su última novela con el recelo del que no quiere llevarse una desilusión. Olvidaba que Delphine de Vigan es muy capaz de arrancar una novela con suma genialidad y sin necesidad de utilizar los recurridos ganchos:
«Las lealtades.
Son lazos invisibles que nos vinculan a los demás –lo mismo a los muertos que a los vivos–, son promesas que hemos murmurado y cuya repercusión ignoramos, fidelidades silenciosas, son contratos pactados las más de las veces con nosotros mismos, consignas aceptadas sin haberlas oído, deudas que albergamos en los entresijos de nuestras memorias. Son las leyes de la infancia que dormitan en el interior de nuestros cuerpos, los valores en cuyo nombre actuamos con rectitud, los fundamentos que nos permiten resistir, los principios ilegibles que nos corroen y nos aprisionan. Nuestras alas y nuestros yugos. Son los trampolines sobre los que se despliegan nuestras fuerzas y las zanjas en las que enterramos nuestros sueños.»
Resumen resumido: Hélène es una introvertida profesora de instituto que, sin embargo, muestra una gran implicación hacia la causa educativa y sus alumnos. Cuando Théo, un tímido chico de doce años, aterriza en la clase de la que ella es tutora, Hélène cree ver en él algo que la remonta a las miserias de su propia infancia.

No es casualidad que el título enuncie directamente el tema de la novela y que el prólogo presente abiertamente la cuestión en forma y en fondo. Delphine de Vigan sabe muy bien el tipo de artefacto narrativo que tiene esta vez entre manos y está tratando de transmitirle al lector dos mensajes:
  1. Esto es lo que yo hago (y lo hago así de bien).
  2. La historia que te voy a contar va de ilustrar desde la ficción una faceta muy concreta del comportamiento humano.
Por ello nos encontramos frente a una novela de apenas doscientas páginas que es un ejercicio puro y conciso, casi como un relato largo. Todo juega un papel en esta narración en la que no sobra nada y donde la subtrama (en singular) sobre los padres de Mathis, es una pequeña ramificación necesaria para el desarrollo del conflicto principal. Porque la tesis que la autora quiere demostrar es cómo las lealtades que nosotros mismos hemos urdido nos rigen para bien o para mal y sin que nos percatemos. En la trama, todas las relaciones —entre padres e hijos, entre los miembros de una pareja e, incluso de uno con uno mismo— se basan en la lealtad (mejor o peor entendida) o en la total falta de ella. Por ello Las lealtades es un maravilloso viaje de descubrimiento de los mimbres más íntimos de la conducta humana que, a su vez, invita a la reflexión. 

Así como Nada se opone a la noche era autobiográfica y por ello era un ejercicio casi orgánico en el que el sufrimiento de la autora y protagonista impregnaba todo el relato, Las lealtades parte de un planteamiento muy distinto, con una mayor distancia narrativa que otorga más espacio para la disección e incluso para la ironía. Hay dos narradores, uno en primera persona que es la voz de Hélène y otro en tercera persona que focaliza en Théo, Mathis (su amigo) y Cécile (la madre de Mathis). Los capítulos son cortos y en cada uno estamos en el punto de vista de alguno de esos personajes de manera que la trama y el conflicto se van completando y enriqueciendo con sus aportaciones. Reconozco que al principio de la lectura tuve serias dudas sobre el interés de mostrar el punto de vista de Cécile en esta historia, pero el personaje ha resultado ser un grato descubrimiento y una pequeña válvula de escape entre tanta miseria.

Quizá para disimular un poco mi —ya sí— total veneración por la autora, voy a ponerle una pega a Las lealtades: su final abrupto. El clímax y el final propiamente dicho se superponen de manera que el lector se siente de pronto empujado fuera de la historia. No tengo ninguna duda de que se trata de un efecto buscado, que además es interesante y coherente, pero como lectora tengo el derecho al pataleo y, por tanto, lo ejerzo.

Así que Muy recomendable por su planteamiento, por su concisión, por esa manera de entretejer las palabras con sencillez, riqueza y hondura y, sobretodo, porque hoy día abundan los libros mediocres y obras como esta te reconcilian con el universo editorial. Así, sí.

Ya para acabar, me crucé por casualidad con la cubierta de la edición francesa e hizo que me preguntara hasta cuándo Anagrama nos va a seguir castigando con esas cubiertas color mayonesa baja en calorías.


También en ULAD de Delphine de Vigan: Nada se opone a la noche

miércoles, 23 de octubre de 2019

Philip Roth: El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras


Idioma original: inglés
Título original: Shop Talk. A writer and his Colleagues and their Work
Año de publicación: 2001
Traducción: Ramón Buenaventura
Valoración: bastante recomendable

En algún momento se produjo el terrible sorpasso y Philip Roth destronó a un últimamente errante Franzen erigiéndose en uno de mis cinco escritores de referencia (esos de los que intentas leerlo y tenerlo todo, esos a los que ya lees con una actitud de amigo), y, a la postre, abocándome a que solo uno de ellos esté vivo y pueda esperar algo nuevo de él.

Un desastre, y ya abandono mis lamentaciones privadas y personales que a nadie interesan para pasar a hablaros de este libro.

Este no es, como yo esperaba al principio, el equivalente en la obra de Roth a libros como Mientras escribo de King o De qué hablo cuando hablo de escribir. En ambos casos, libros muy interesantes de escritores que me interesan bastante poco. O sea, no es un ensayo canónico y descarnado de un creador y sus experiencias ante el folio/pantalla en blanco. Tampoco es un estudio crítico propiamente dicho, pues combina determinadas situaciones siempre asociadas a otros autores: relaciones epistolares, entrevistas espaciadas por los años, conversaciones en el entorno de una relación cordial, casi amistosa, a veces la pura distancia del idioma o la situación geográfica condiciona la conversación. Pero Roth aquí no es el crítico agreste escondido tras sus personajes más emblemáticos, y diría que esa actitud respetuosa a la vez le beneficia (obteniendo la colaboración de sus oponentes) y le perjudica (evitando la intensidad que a veces se deriva de ciertas actitudes).
La mayoría de los aquí presentes son escritores ya maduros y consagrados, muchos de ellos judíos como Roth y muchos de ellos con huellas presentes o recientes en la realidad europea de la primera mitad del siglo XX: empezar con Primo Levi revela a las claras ciertas de las temáticas recurrentes en los textos (el Holocausto, la represión, el drama, la huida, la anulación personal) y el recorrido del libro va constatándolo hasta llegar al punto opuesto necesariamente parecido: hemos trazado un ángulo de 360 grados y huyendo del nazismo hemos caído en el totalitarismo ruso, el de la Primavera de Praga visible a través de dos autores checos, Ivan Klima y Milan Kundera, dos de los pasajes más atractivos de esta selección (excelente el ambiente relajado de la conversación con Klima) en que la queja se establece en ese teórico otro extremo.
El totalitarismo ruso anula la disidencia en Checoslovaquia a través del silenciamiento del entorno cultural que no es afín, se trata de la misma represión quizás más sutil y menos contundente, pero con los mismos resultados. Escritores reprimidos, represaliados, divididos (esto me recuerda algo) entre el exilio forzoso o el riesgo de la permanencia. Quizás la de Ivan Klima sea la mejor parte del libro, un diálogo excelso (pues Klima ha sufrido la represión por los dos bandos) que equilibra y centra la obra, que ha apostado fuerte por Primo Levi en su inicio, hablando de su vida tras la guerra, de la fábrica de pinturas que dirigía, y que se ha centrado en escritores no siempre célebres (figura alguno incluso no traducido al español), pero que, con la excepción del recorrido final por la obra de Saul Bello, se mantiene en un tono serio, respetuoso, a veces próximo al academicismo en puntos que parecen más bien intercambios de pareceres que propiamente entrevistas.
Una obra menor, quede claro, una especie de interludio entre obras de ficción, muy interesante desde el punto de vista de la relación entre autores, mucho más empática y relajada que los encuentros entre prima-donnas de otros ámbitos culturales, ya también como constatación de determinada genialidad de Roth, capaz del cambio de registro y de retirar a los memorables personajes que solía interponer entre el lector y él.

martes, 22 de octubre de 2019

Aristófanes: Lisístrata

Idioma original: griego antiguo
Título original: Λυσιστράτη
Año de publicación (representación): 411 a.C.
Traducción: Luis M. Macía Aparicio
Valoración: recomendable y divertido

En el año 411 a. C. atenienses y espartanos, junto a sus aliados respectivos, llevaban ya dos décadas zurrándose la badana en la Guerra del Peloponeso, con un resultado, en ese momento, más bien desfavorable a Atenas. Pero en esta ciudad una mujer llamada Lisístrata -en griego, "la que disuelve el ejército"- decide justamente eso, parar la guerra y disolver los ejércitos; para ello convoca a otras mujeres de Atenas y de toda Grecia, para proponerles una forma. llevar a cabo una huelga "de piernas cruzadas"... es decir, nada de sexo hasta que sus maridos sean razonables y lleguen a un acuerdo de paz. Entretanto, además, las atenienses toman la Acrópolis -y, lo que es más importante, el tesoro de Atenea, que sirve para sufragar la guerra-, que es donde se desarrolla la obra.

No quiero desvelar si la treta da resultado o no, pero sí diré que en aquella época, según se da a entender, los griegos iban más salidos que el pico de una tabla de surf (sería cosa de la alimentación orgánica y el aire puro de por entonces) y ni siquiera el recurso a la sana camaradería masculina, que ha hecho célebre a aquellos aguerridos helenos, resultaba suficiente para resistir el embate del deseo hacia sus mujeres. Unas mujeres que, según las retrata Aristófanes, eran a su vez tan libidinosas y débiles de voluntad para soportar las tentaciones de la carne como sus hombres o incluso más (sorprende un poco esta imagen que se da del género femenino, anterior a que la cultura judeocristiana impusiera un modelo más recatado, e incluso pacato); el caso es que a Lisístrata le cuesta lo suyo mantener a sus compañeras dentro de este celibato estratégico, situación, por cierto, que emplea el autor de la obra para conseguir momentos de gran comicidad. Porque, claro, aunque tenga de transfondo la guerra y, en concreto, lances de ésta que no habían sido favorables a las tropas atenienses, ésta no deja de ser una comedia que rebosa humor; un humor, eso sí, más bien procaz y no demasiado fino; muy "mediterráneo", si se quiere decirlo así, pero que hace 2500 años y aun hoy, seguro que hizo partirse de risa al respetable. Todavía más entonces, ya que ellos sí que entendían a la perfección multitud de alusiones y matices que nosotros hemos de conocer leyendo las notas a pie de página. No obstante, ya digo que sigue siendo divertida.

Otra cosa es dilucidar sobre el supuesto "protofeminismo" de esta obra. La verdad, no creo que fuera ésa la intención de Aristófanes, habida cuenta las poco halagüeñas que les dedica a las féminas: "¿Y qué podrían hacer de sensato o glorioso las mujeres, que nos quedamos sentadas llenas de colorete, con nuestros vestidos de color azafrán, las largas cimbéricas que nos llegan hasta los pies y los zapatitos elegantes?"; "¡Ay, cómo es de calentón el género femenino! Con justicia suministramos temas para tragedias, porque siempre le estamos dando vueltas a los mismo." Pero, en fin, tengamos en cuenta  que hablamos de la Grecia del siglo V a. C., una época y un lugar más machistas que un disco de Bertín Osborne versioneando canciones de el Fary (parece ser, además, que en la Atenas democrática la situación de las mujeres era aún peor que en otros lugares de la antigua Grecia). Ahora bien, por otro lado, no sólo se presenta a Lisístrata como una mujer más inteligente que los hombres, sino que las mujeres en conjunto aparecen como un sujeto político activo, algo que, por más que se tratase de una comedia, no podía dejar de chocar en aquella sociedad donde no tenían ningún derecho. La obra, además, es un claro antecedente de otra del mismo autor con un carácter aún más político, que es La Asamblea de las Mujeres. Aunque el traductor de esta edición de Lisístrata y prologuista de la misma (y profesor de la UAM) la sitúa más bien dentro de las comedias "utópicas", ya que plantea una situación inimaginable para aquella época -no ya el éxito de una "huelga de sexo", sino que se tuviera en cuenta de alguna forma la opinión de la mitad femenina de la sociedad-, y precisamente en ese carácter utópico reside -o residía entonces- buena parte de la comicidad de la obra. Lo que no significa, claro está, que hoy debamos pensar lo mismo que hace 2500 años... aunque hay a quien le gustaría, por desgracia.



lunes, 21 de octubre de 2019

Antonio Orejudo: La nave

Idioma original: castellano
Año de publicación: 2003
Valoración: Curioso, tal vez

Mira que andaba yo con ganas de leer algo de Antonio Orejudo, a quien mis compañeros han valorado en general tan alto: dos Imprescindibles, un Muy, un Recomendable y sólo uno de esos tibios Está bien. Así que investigo un poco y veo que toda la obra de ficción de este buen señor está ya reseñada (S.E.u O.). Mal asunto, porque no quiero quedarme sin catar lo que con tanto éxito pasa el exigente tamiz de mis colegas y por otra parte, aunque mis derechos de imagen están a salvo gestionados por una Sociedad holding, mi contrato millonario con el blog me obliga a un ritmo de reseñas casi inhumano. ¿Cómo leer a Orejudo y poder reseñarlo, cuando todo está ya visto? Pues sigo escarbando un poco más y me encuentro con La nave.

Se trata de una narración muy cortita que citaba ya Juan en su reseña de Grandes éxitos, y efectivamente se encuentra en la bibliografía de este autor, aunque muy escondidica, como algo anecdótico, publicado en 2003 por la Junta de Andalucía (¿?) y actualmente imposible de encontrar. ¿Imposible? Pues será en papel, porque en internet se encuentra en formato Word sin ninguna dificultad. No solo eso, sino que el propio autor se presta a leernos, muy serio él, el primer capítulo, con lo que inauguramos en ULAD la era del video-libro. Vean:


Tuve suerte al encontrar el video, porque al poco de empezar a leer se abatió sobre mí la sospecha de si no estaría siendo víctima de una de esas bromitas de la red, una especie de fake-book, podríamos decir. Ya lo han oído ustedes si se han molestado en mirar el video: año 25890, la ingestión de unas lechugas en mal estado procedentes de fruteros piratas provocan una epidemia de esterilidad poco menos que universal. A partir de ahí todo sigue la misma tónica: los basureros forman un lobby que impone su ley, la Coca-cola esponsoriza las misas católicas, un socio muerto (asesinado) al comer un boquerón y, entre un sinfín de disparates parecidos, la aparición de La Nave (industrial), un local de copas, o gastro-bar, o no se sabe bien qué, que ejercerá una suerte de contrapoder hasta que… En fin, que si sigo un poco más termino contándolo todo.

El librito es así desde el principio hasta el final (un final que llega enseguida, ya digo), una sucesión de ocurrencias que yo, la verdad, reconozco que no soy capaz de valorar. A veces parece la redacción escolar de un alumno imaginativo (como aquel que, en plena crisis de la austeridad, dibujaba un monstruo al que dio el nombre de Invasor Merkel). Otras me viene a la cabeza aquella estupenda distopía de los residuos llamada Wall-E, pero también se dejan ver algunos, o muchos, manotazos hacia algunos de los arquetipos más reconocibles de la sociedad políticamente correcta. E indudablemente asoman rasgos de una creatividad rotunda y brillante, como esa fantástica y un poco angustiosa partida de ajedrez con todas las piezas del mismo color.

Todo con un ritmo endiablado, todo fluidez, como escrito en menos tiempo del que me está llevando componer esta ¿reseña?, y para ocupar un espacio que, si no termino pronto, va a ser más breve que estas modestas líneas. ¿Un simple pasatiempo? ¿Una loca incursión en lo fantástico que oculta más capas de las que he podido detectar?

El reseñista se rinde. Pero ustedes, lectores todos, lo tienen muy fácil: no les llevará más de media hora, se lo leen y completan lo que yo no he sido capaz.

Todas las reseñas de Antonio Orejudo en ULAD: aquí


domingo, 20 de octubre de 2019

Ricardo Piglia: Las tres vanguardias. Saer, Puig, Walsh

Idioma original: Español
Año de publicación: 2016
Valoración: Depende (para mi, muy recomendable)

Joder, Koldo. Cada vez con libros más raros. ¿De qué va este?
Pues este libro es la transcripción de una serie de conferencias que Ricardo Piglia dictó en la Universidad de Buenos Aires en 1990. En ellas habló acerca de lo que el consideraba nuevas vanguardias de la literatura argentina, cuyos máximos exponentes serían (para él) Juan José Saer, Manuel Puig y Rodolfo Walsh. Partiendo de lo que Piglia llama el período de constitución de las grandes poéticas argentinas de la novela, lo que hizo fue analizar cómo se empiezan a constituir otras poéticas y cómo se insertan las tradiciones exteriores en estas nuevas poéticas "locales".

Vale, che, que parecés un psicologo argentino. Bueno, ¿conviene venir ya leído de casa?
Por partes. Es un libro muy argentino, obviamente, y de ahí que sea conveniente tener al menos algunas nociones básicas acerca de lo que Piglia llama primera vanguardia argentina (que para el acaba en 1967 con la publicación del Museo de la Novela de la Eterna, de Macedonio Fernández) y que incluye a autores como el propio Macedonio, Arlt, Marechal, Borges y Cortázar.

Ya, ¿y es necesario conocer en profundidad la obra de Saer, de Puig y de Walsh para poder "disfrutar" del texto? 

Recomendable, sí; imprescindible, no. En mi caso, he leído apenas un par de obras de Saer (La pesquisa y El entenado), una de Puig (Boquitas pintadas) y una de Walsh (Operación Masacre) y creo que con eso es suficiente para tener una idea general acerca de sus respectivas poética.

¿Seguro?
Que sí, hombre, que sí. Te explico por qué. Pese a que Piglia centra el tema en la literatura nacional, es obvio que las cuestiones que en el texto se plantean son plenamente universales. Asuntos como la tensión entre la novela y la narración, entre el ideal y lo real, la "función" de la novela, la relación entre el arte y la vida, entre las innovaciones técnicas, los cambios en las estructuras narrativas provocados por estos y los diferentes modos de recepción del arte, etc son algo que se ha planteado en las diferentes literaturas nacionales (si es que estas existen, claro), aunque el lo lleve a terreno de lo argentino.

¿Y cómo dice Piglia que resuelven Saer, Puig y Walsh los asuntos que comentas?
Abreviando, Piglia define a Saer como vanguardia clásica y dice del el, por ejemplo, que supone la ruptura entre artista y sociedad, que sigue una estrategia narrativa en la cual se busca la totalidad a través de la fragmentación, en la que se narra de forma descriptiva el presente y en la que el estado de conciencia es el determinante de la realidad (y no al revés).
En cuanto a Puig (y en esto no puedo estar más de acuerdo con Piglia), supone la unión de la alta cultura y la cultura de masas desde el punto de vista formal, aunque con un punto de ruptura con la cultura de masas en sus finales "no felices" y en ese intento de hacer "algo más" con géneros narrativos ya tratados.
Por último, Walsh representa la vanguardia histórica, la tensión entre vanguardia política y estética rota a través de la acción. Walsh opta por la no ficción para resolver la relación arte / vida, por la función del escritor como historiador del presente

Uf. Pará ya, pibe (como sigás así, terminaré hablando lunfardo). A todo esto: ¿el lenguaje utilizado, las referencias... abruman?
No, o al menos yo no he tenido esa sensación. ¡Y te lo digo sin ser, ni mucho menos, un experto en estos temas ni tener formación específica en la materia!. Claro que las referencia filosófico-literarias abundan (Walter Benjamin esta por todas partes), pero hay que reconocer que Piglia hace las conferencias  amenas y accesibles para un público más o menos "estándar"

Entonces, ¿qué? ¿Lo recomiendas o no?  ¿Lo leo no lo leo? 
A mi, desde luego, me ha parecido un libro interesantísimo, aunque no se lo recomendaría a todo el mundo. Por ejemplo, si has leído a Saer, a Puig o a Walsh, deberías leerlo. Si no los has leído pero tienes cierto interés por cuestiones como "qué es la literatura (o la novela)", "de dónde viene" o "hacia dónde se dirige", no dudes en leerlo. Y si ni una cosa cosa ni la otra, primero lee a Puig, a Walsh y a Saer (yo iría en este orden) y luego ya hablamos.


También de Ricardo Piglia en ULAD: Los diarios de Emilio RenziBlanco nocturnoPlata quemada Los casos del comisario Croce

sábado, 19 de octubre de 2019

Contrarreseña, Mi último suspiro de Luis Buñuel


Idioma original: Francés
Título original: Mon dernier soupir
Año de publicación: 1982
Traducción: Ana María de la Fuente
Valoración: Imprescindible

La memoria, vaya sustancia. Frágil, voluble, delicada. Deteriorada. Hace más de tres décadas leí estas memorias de Luís Buñuel y desde entonces vengo contando asiduamente la anécdota, sacada de este libro, del pueblo del Bajo Aragón que en un año de sequía sustituyó la escasa agua disponible por vino para elaborar el cemento. Vuelvo ahora a estas memorias y la anécdota no está, ausencia total. No existe. Me he pasado más de treinta años convencido de estar refiriendo un hecho cierto acontecido a principios del siglo XX que apenas ocurre en mi imaginación. Bien pensado, quizás a don Luis Buñuel, que nunca quiso renunciar a los desvaríos del credo surrealista, mi delirio continuado le pudiera resultar de lo más razonable y comprensible, pues el inicio de Mi último suspiro ya nos advierte que la memoria es invadida constantemente por la imaginación y el ensueño, y puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira.

Así pues, lo maravilloso de este libro se halla exactamente en el apasionado alegato que Luis Buñuel Pórtoles (Calanda, Teruel, 1900 – Ciudad de México, 1983) hace de la imaginación, como eje de una existencia, como medida de su propia vida, como flotador al que agarrase sin miedo, ni reparo, ni vergüenza. Buñuel desprecia la ciencia, a la que tilda de presuntuosa, analítica y superficial y a la religión y advierte que aunque le demostrasen la improbable existencia de un Dios creador, no puedo creer, y en cualquier caso, no acepto que pueda castigarme para toda la eternidad.

Buñuel se rebela igualmente frente a la tecnología y también, por supuesto, frente a las ideologías y, pese a su teórica afinidad anarquista, desprecia a sus militantes por su arbitrariedad, imprevisibilidad y fanatismo, para acabar definiéndose como un inofensivo nihilista. Y nos explica que no fue hasta que llegó a los sesenta y cinco años de edad que comprendió y aceptó plenamente la inocencia de la imaginación: Admitir que lo que sucedía en mi cabeza no concernía a nadie más que a mí (…) y que había que dejar ir a mi imaginación, aun cruenta y degenerada, adonde buenamente quisiera. La imaginación, deslizándose entre el azar y el misterio, es la libertad total del ser humano. Nuestro primer privilegio.

Los chirriantes límites de la realidad y la fantasía, debatiéndose en conflicto entre lo preceptivo y lo creativo, entre lo impuesto y lo mágico, entre el deber y el placer, son el territorio Buñuel, que afirmaba con frecuencia haber tenido el privilegio de llegar a este mundo y criarse aún en la época medieval. De sus recuerdos de infancia en Zaragoza me quedo con el cine como espectáculo circense, con pianista y explicador, personaje que contaba al respetable la acción que se proyectaba en pantalla… De su paso por el Madrid de los años veinte queda el recuerdo de su frágil aunque fructífera complicidad con Salvador Dalí y Federico García Lorca, compañeros en la Residencia de Estudiantes. Y después, el salto a París, a Los Ángeles, a México DF. El cineasta aragonés anduvo en tratos con Benito Pérez Galdós, con Charles Chaplin y Billy Wilder, con Tristán Tzara y André Breton, con Catherine Deneuve y Ángela Molina, y nos depara por supuesto una genuina y amplia mirada al siglo veinte.

En este juego buñueliano nada es lo que pareciera o debería. De hecho, la redacción de Mi último suspiro, no se debe al propio Buñuel, si no a uno de sus colaboradores y guionista habitual, Jean-Claude Carrière. Circunstancia que confiere un tratamiento más liviano y atractivo para el lector que el que podría haber deparado el propio cineasta, quien ya desde el inicio se reconoce como poco dotado para tal tarea pese a que su nombre es el único que aparece en portada, a mayor tamaño incluso que el título. Pero, como cualquier memoria mínimamente honrada, también tiene algo de balance de descalabros, fracasos y errores. La confesión de André Bretón en 1955 –es triste tener que reconocerlo, mi querido Luis, pero el escándalo ya no existe-  así como la constatación trece años después, en mayo del 68, de que también la acción se había hecho imposible: al igual que nosotros, hablaron mucho e hicieron poco. Tampoco se censuran episodios truculentos, como sus agresiones a homosexuales que frecuentaban servicios públicos en el Madrid donde él estaba fascinado por la personalidad de García Lorca: La chulería es un comportamiento típicamente español, compuesto de agresividad, insolencia viril y autosuficiencia. Yo he incurrido en ella algunas veces… 

Aunque eligió su propio camino, libre, individual e indomable, Luis Buñuel perteneció a una familia muy rica -de esas que tenían a los hijos entre algodones, con criadas que le llevaban los libros a la escuela- lo que le facilitó en gran manera contactos, medios, posibilidades. Escogió lo que le resultaba más precioso, los sueños, el azar, la risa, el sentimiento, la contradicción y lo cultivó con ahínco, con cabezonería: Si fuéramos capaces de devolver nuestro destino al azar y aceptar sin desmayo el misterio de nuestra vida, podría hallarse próxima una cierta dicha, bastante semejante a la inocencia. En mi casa siempre nos han contado que mi abuela Victoria, cuando salió del pueblo, se fue de criada a Zaragoza, a casa de los Buñuel. Así que no puedo dejar de sentir su presencia por entre estas páginas, incierta o no, pero absolutamente real porque habita en ese precioso ámbito que es mi fantasía.

Mi percepción de este libro la puedo resumir con la calificación de Imprecindible, que en la jerga que usamos los inquilinos de este artefacto completamente irracional que es este blog es como ponerlo por los cielos. Se trata, por tanto, de una contrareseña de la que, en su momento, publicó Santi, quien le adjudicó un Muy Recomendable, que tampoco está nada mal. Puede que los motivos por los que le concedo a estas memorias más parabienes que mi colega reseñador y padre fundador de Un libro al día sean subjetivos o personales y aunque he intentado argumentarlos, no sé si resultarán convincentes. En todo caso, y tratándose de Luis Buñuel, viva la abuela que nos parió.