domingo, 18 de noviembre de 2012

Ricardo Piglia: Plata quemada

Idioma original: español
Año de publicación: 1997
Valoración: recomendable

Dos tipos ultimando los detalles de un atraco, que perpetrarán junto a otros: primer capítulo, y ya todo desprende un fuerte aroma tarantiniano, esa especie de marca de fábrica que ha impregnado la cultura popular de los últimos lustros. Crueldad y violencia gratuita, o muy  barata, cierto humor negro, diálogos aparentemente banales acerca del hecho de cargarse gente a tiros. Planificación del golpe, cronómetro en mano, ligera erótica del delincuente, hasta del delincuente más tirado, del que delinque porque es un desesperado adicto a las drogas o porque ese es su único modus vivendi. Descripción casi clínica del asalto, relación de fechorías, visualización de los asaltantes en su convivencia mientras dura el proceso de la huida.
Sí, dije tarantiniano, sobre todo ese ambiente desquiciado, el de los delincuentes (a los que acaban llamando los nihilistas) custodiando el botín e iniciando una especie de discusiones acerca de su reparto, perdiendo los nervios constantemente, presas de la sobreexcitación, de la creciente desconfianza entre ellos y de los abusos de substancias.
Pero podría también decir capotiano, de ese Capote frío y preciso de A sangre fría, pues algo comparte con él este libro, muchos años más tarde; algún espíritu común flota, y no sólo es que Piglia haga suya toda la jerga de los delincuentes de baja estopa (también, por cierto, convirtiendo su lectura en algo, a pesar de dinámico, no siempre sencillo). Es que la crónica de los hechos, unos hechos reales, se sustenta en parecidas licencias de adaptación y especulación de la realidad. En cierta búsqueda de los orígenes de la conducta criminal, que aquí también es errática, intuitiva y caprichosa. En este sentido, Plata quemada no es novela policíaca al uso, ni tan siquiera género negro; hay puntos en que parece más bien novela costumbrista, realismo visceral obstinado en mostrar la violencia y el crimen como elementos habituales del día a día, como componentes de la normalidad. Los atracadores,que saben que habrá que matar a los policías que custodian el furgón, lo relatan como un elemento más de la operación; su consideración es fría, casi como la de un epígrafe presupuestario. Esa frialdad, ese relato, a pesar de las sobreentendidas licencias del autor, tiñen este libro no de negro sino de rojo. Casi lo convierten en una de esas reconstrucciones de escenas del crimen. La tensión se palpa y, conforme el lógico e inexorable desenlace se acerca, conforme el número de hojas pendientes hasta el final se reduce, el lector transita por las vidas de unos criminales crueles e irrespetuosos con la sociedad en que viven, pero extrañamente fieles a sus principios.
Una efectiva novela, inspirada, dinámica, ligeramente descorazonadora, que se lee con una sorprendente facilidad.

También de Ricardo Piglia en ULADBlanco NocturnoLos diarios de Emilio RenziLas tres vanguardias: Saer, Puig, WalshLos casos del comisario Croce

4 comentarios:

JeanP dijo...

Mi tema favorito. ¡No me la pierdo!

Francesc Bon dijo...

Gracias por tu lacónico comentario, Jean!.

Igitur dijo...

Es un libro magnífico. Acabo de terminarlo y aún estoy bajo los efectos de la impresión. Va más allá, mucho más allá, de las novelas policiacas al uso. Las evocaciones de su pasado del Gaucho Dorda en las últimas páginas son de antología y revelan a un autor muy maduro y de mucha altura.

Anónimo dijo...

Excelente novela-crónica negra. Narración impecable, tensión máxima, atmósfera perfecta, extensión óptima y final ...no , los finales no se cuentan. Una de esas recomendaciones en las que es casi imposible fallar.