Título original: Vineland
Año de publicación: 1990
A estas alturas, ¿qué esperamos de una novela? Probablemente, no mucho. Las grandes aventuras literarias pasaron a la historia. Se han convertido en clásicos y ya no sorprenden a nadie. La comodidad se ha adueñado de las plumas, de los sofás y los despachos, nadie quiere ya molestarse mucho en emprender algo costoso de hacer y consumir asumiendo los riesgos que supone poner en circulación una obra con inciertas garantías de éxito. Al enorme bazar en que ha llegado a convertirse lo literario le conviene más acostumbrar a los lectores a una serie de esquemas trillados tanto en contenido como en forma. De ahí que la escasa (o ninguna) rebeldía y la ausencia de experimentación constituyan la mayor parte de la cosecha ficcional de las últimas décadas.
No voy a hablar de Pynchon porque, ni conozco suficientemente su obra ni tengo intención de repetir aquí el puñado de frases con que suelen referirse a él y a sus escritos. Quien tenga interés que las busque. Me ceñiré, pues, a Vineland. Una novela poco recomendable para quien no quiera complicarse demasiado la vida, porque Pynchon terminará, quiera usted o no quiera – a no ser que interrumpa la lectura – arrastrándole a un apasionante e incierto viaje a través de tierras imaginarias, tiempos futuros o espacios terrenales habitados por no-vivientes, de la mano de inolvidables personajes, tiernos o crueles, desorientados de una forma u otra, marginados a veces, siempre marginales.
La postura política del autor es diáfana, su intención crítica también, sus destinatarios, aquellos que no se sientan demasiado incómodos por sus ataques y se tomen la molestia de seguirle. El lector se trasladará, entonces, a los inquietos 60, con sus experimentos, rebeldías, hallazgos y la consiguiente represión por parte del poder; con constantes avances y retrocesos entre esta época y la de dos décadas más tarde, merodeará por unos Estados Unidos más misteriosos (o mágicos o inexplorados) de lo que son realmente, por un país tan irreal como verdadero en lo más profundo, pues la metáfora desvela todo lo que oculta la superficie. Los personajes no están demasiado definidos, tampoco los lugares ni los hechos. En eso reside parte de su encanto ya que, con unas cuantas pinceladas impresionistas, perfila un paisaje más exacto y reconocible que si lo hubiese retratado detalladamente. Mediante una combinación de fantasía y realidad, que logra a base de superponer elementos esotéricos y pseudocientíficos, nos sitúa en unos años 80 que parecen emerger de siglos futuros pero recrean un pasado que es a la vez presente y que, por desgracia, puede proyectarse en el tiempo.
La trama gira sobre varios ejes: la lucha entre un sector de la juventud y el poder establecido de la época de Nixon – que se prolongará hasta la de Reagan –, los esfuerzos de este poder por introducirse en los grupos rebeldes y corromper a sus miembros más vulnerables, la consiguiente traición a ideales, pareja y amistad; la música y el cine como medios de transformación social, la separación familiar que provocan los hechos – con la nota emotiva a cargo de la joven Prairie, que busca interminablemente a una madre fantasma, engullida por el sistema –; la violencia que generan tanto la represión como la resistencia a esta, así como las derivaciones y consecuencias de todo ello.
Un relato apasionante, en el que encontrarán mucha ideología, mucha acción – pero poco usual, nada que ver con el trepidante ritmo de los thrillers – aunque, como apuntaba al principio, a través de una lectura nada cómoda.
También de Pynchon: Contraluz
5 comentarios:
Pues esta reseña lo deja todo muy claro, y es aplicable a muchas más cosas de las que piensas. Uno puede esforzarse en la dosis stándard para obtener una satisfacción stándard, o tomar algo más de riesgo, emplear más esfuerzos, con resultados más inciertos. Lo cual a mí me parece muy excitante. Gracias.
Gracias, gracias.
El mejor libro de Pynchon que he leido.
Gracias a tí Francesc :)
Me alegra mucho gustar a los lectores y te agradezco, Anónimo que lo digas. Seguimos leyendo y escribiendo.
A mí, como no, me gusta muchísimo Pynchon. A pesar de Contraluz, apostillaría alguno.
El problema de las plumas no es la acomodación burguesa, es algo mil veces peor... ¡EL MAL GUSTO! Sálvese quien pueda.
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