Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: Muy recomendable
Hace tres años, Juan Gómez Bárcena causó bastante revuelo (en el sentido positivo) con su novela El cielo de Lima, una simpática e inspirada recreación de un episodio histórico-literario hispánico; con ella ganó el Premio Ojo Crítico y el reconocimiento casi unánime de los lectores. Es lógico por lo tanto que Kanada, su siguiente novela, se lea con expectación y con curiosidad, para ver si ha conseguido mantener el mismo nivel. Y ya adelanto mi conclusión: lo ha conseguido, aunque probablemente no ganará tantos premios ni tantas ventas con esta nueva novela, que es mucho menos simpática y bastante más oscura.
Hay que reconocerle, de entrada, a Juan Gómez Bárcena un mérito: el de haber arriesgado con un tema duro (y ya bastante transitado por grandes escritores). La novela comienza con un hombre que vuelve a casa deshecho y ensimismado; su único recuerdo es haber pasado los últimos años en Kanada; su único contacto con la realidad y con la vida es el Vecino, que le trae comida y agua y trata, inicialmente, de sus asuntos. Solo a medida que la novela se despliega descubrimos qué es Kanada, y de qué forma este hombre enloquecido es una víctima y un profundo de la historia del siglo XX en su manifestación más terrible.
Confieso que me costó un poco entrar en la novela. En primer lugar, no soy muy fan de la segunda persona en la que está escrita: "Tu casa sigue en pie. Tenías la esperanza de que se hubiera venido abajo", etc.: este uso del "tú" me parece que se presta a una profundidad artificiosa y a un estilo ampuloso. Será porque Gómez Bárcena consigue evitar esos peligros, o porque yo me acostumbré, pero esta técnica dejó de resultarme incómoda con el paso de las páginas. El estilo de Gómez Bárcena, preciso y poético (aunque no tan leve como en El cielo de Lima, por motivos obvios) también ayuda a que la lectura sea un placer en sí misma.
La otra razón de que me costase entrar en la novela es que, creo, a la propia novela le cuesta entrar en sí misma. Las primeras 70 páginas son una narrativa del aislamiento (al estilo de El niño que robó el caballo de Atila de Iván Repila) muy bien ejecutada y elegantemente escrita, pero que podría haber llegado a agotarse si no hubiera pasado de ahí. Pero en la página 71, precisamente, se introduce uno de los elementos fundamentales del relato: la idea de la cinta de Moebius, la anulación del tiempo, la repetición constante de la historia, idea que en sí misma no es original pero que sí está elegantemente encarnada en este texto.
Porque para mostrar este concepto Gómez Bárcena elige un lugar y un momento claves de la historia del siglo XX: Hungría, Budapest (perdón por este pequeño spoiler), que primero sufrió el nazismo y después el stalinismo, con tan mala suerte que muchas víctimas lo fueron de los dos regímenes, y muchos victimarios también se las arreglaron para "cambiarse de chaqueta" y salir siempre en la parte alta de la rueda. Así, la desorientación y la confusión del protagonista de la novela sirven para unir el tiempo de Kanada (y de lo que lo llevó allí) con el tiempo de la Revolución húngara de 1956, brutalmente aplastada por el ejército soviético ante la pasividad de las potencias occidentales.
Como decía al principio, esta época, estos temas, ocupan un lugar central en la narrativa europea del siglo XX y XXI; volver a ellos es un riesgo y un reto, del que Juan Gómez Bárcena sale ileso o airoso, como se prefiera, sin que el peso de la reconstrucción histórica ahogue el alma de su personaje y de su universo. No sé si consigue añadir algo esencialmente nuevo a la biblioteca de los horrores históricos del siglo XX, pero sí consigue crear un texto que profundiza en su planteamiento sin concesiones, y que mejora con el paso de las páginas y con el progreso de la lectura. Sobre todo, a partir de esa página 71, que personalmente me habría gustado que llegase un poquito antes.
También de Juan Gómez Bárcena: El cielo de Lima
jueves, 31 de agosto de 2017
miércoles, 30 de agosto de 2017
Paul Beatty: El vendido
Idioma original: inglés
Título original: The sellout
Año de publicación: 2015
Traducción: Íñigo García Ureta
Valoración: muy recomendable
A ver cómo lo digo: El vendido es justamente lo que yo esperaba cuando me decepcioné con Mumbo Jumbo. Esperaba sátira y mala leche no desprovista de humor, mm, negro y esperaba también rabia mal (o nada) disimulada, y que esa rabia se disparara de una forma poco controlada hasta franquear círculos concéntricos y situarse, incluso, más allá de la propia crítica social sobre la cuestión racista, para volver como un boomerang y propinar unos cuantos pescozones a los propios compañeros de colectivo, pescozones que pueden interpretarse como meros "vamos a quitarnos la tontería" pero también como "qué cómodo y qué ajustadito nos queda el estereotipo".
Beatty reparte a mansalva. Y, aunque es posible que un conocimiento profundo de la sociedad americana hagan aún más disfrutable esta lectura, sólo con captar todas las bromas más asequibles "globalmente" ya es suficiente para capturar ese espíritu, y esta no es una de esas aplicaciones formulaicas del término, transgresor.
Aquí tenemos a un protagonista que se autodescribe en un prólogo en que se encuentra a la espera de presentarse ante un tribunal. Donde espera ser juzgado.
La historia empieza con El Vendido, protagonista, en un prolongado prólogo mientras espera juicio, en el que es defendido por Hampton Fiske, abogado. Educado por un padre (un guiño de tantos) que ha muerto tiroteado. Educación sui generis, que ha acabado con nuestro protagonista como parcialmente traumatizado profesional dedicado al cultivo de exóticas especies frutícolas (mandarinas japonesas, sandías) enamorado de Marpessa, amor de infancia y conductora de autobús de hábitos poco estrictos, y entregado a un descabellado proyecto vital con diversas vertientes. Quiere que Dickens, barrio de Los Angeles en que nació y que ha sido neutralizado por los intereses inmobiliarios poco dados a publicitar zonas conflictivas vuelva a recuperar su nombre y su identidad. Quiere eso, volver a definir las fronteras del barrio, quiere recuperar la segregación por razas en locales, ha aceptado que Hominy, vieja gloria venida a menos de una serie juvenil de TV, se comporte como si fueran amo (él) y esclavo (Hominy).
Beatty, lo dice el fajín del libro y esta vez es verdad, ha escrito una "sátira ácida y envenenada". Ha mezclado el legado de esa cultura afroamericana a la que sacude de lo lindo con elementos como Pynchon (esos nombres extrañísimos de los personajes, esa sombra constante de lo surrealista) o Foster Wallace (esa locuacidad, ese no dejar descanso al lector pues no hay literalmente frase o párrafo que no contenga sustancia). Ha hecho eso tan poco agradable de zurrar desde el conocimiento porque es un escritor de color, o sea, es negro o afroamericano o la expresión que queráis usar, y no ha escrito esta novela desde el orgullo ni desde acomplejamiento sino desde puro descaro y puras ganas de incordiar, ganas de ir soltando pullas a todos, sabed que este es un libro muy democrático en esto de cascar de lo lindo, una novela que es pura exhibición de ingenio puesto al servicio de la conmoción y la reflexión, demostrando que no hay que ser ni chorra ni excéntrico para ganarse aquello de inclasificable o aquello de rabiosamente actual.
Ah. Me olvidaba.Y ganó el Booker Price.
Gracias, Malpaso.
Se me acusaba de todas las infracciones imaginables, desde lesa patria hasta metedura de pata justo cuando estábamos tan contentos.En ese momento ya llevamos como una veintena de paginas que son a la vez un festín panorámico de referencias culturales globales (por reducirlo, aquí tienen cabida menciones a Bolaño, a Barack Obama o Kanye West) y una historia repleta de tonalidades surrealistas (que no oníricas) donde el invitado se siente muy a gusto. Lo de Beatty está a años luz de la lírica, desde luego. Lo de El vendido es un ametrallamiento constante en frases jocosas, punzantes, agrias, siempre desafiando la corrección y la, mm, blancura.
La historia empieza con El Vendido, protagonista, en un prolongado prólogo mientras espera juicio, en el que es defendido por Hampton Fiske, abogado. Educado por un padre (un guiño de tantos) que ha muerto tiroteado. Educación sui generis, que ha acabado con nuestro protagonista como parcialmente traumatizado profesional dedicado al cultivo de exóticas especies frutícolas (mandarinas japonesas, sandías) enamorado de Marpessa, amor de infancia y conductora de autobús de hábitos poco estrictos, y entregado a un descabellado proyecto vital con diversas vertientes. Quiere que Dickens, barrio de Los Angeles en que nació y que ha sido neutralizado por los intereses inmobiliarios poco dados a publicitar zonas conflictivas vuelva a recuperar su nombre y su identidad. Quiere eso, volver a definir las fronteras del barrio, quiere recuperar la segregación por razas en locales, ha aceptado que Hominy, vieja gloria venida a menos de una serie juvenil de TV, se comporte como si fueran amo (él) y esclavo (Hominy).
Beatty, lo dice el fajín del libro y esta vez es verdad, ha escrito una "sátira ácida y envenenada". Ha mezclado el legado de esa cultura afroamericana a la que sacude de lo lindo con elementos como Pynchon (esos nombres extrañísimos de los personajes, esa sombra constante de lo surrealista) o Foster Wallace (esa locuacidad, ese no dejar descanso al lector pues no hay literalmente frase o párrafo que no contenga sustancia). Ha hecho eso tan poco agradable de zurrar desde el conocimiento porque es un escritor de color, o sea, es negro o afroamericano o la expresión que queráis usar, y no ha escrito esta novela desde el orgullo ni desde acomplejamiento sino desde puro descaro y puras ganas de incordiar, ganas de ir soltando pullas a todos, sabed que este es un libro muy democrático en esto de cascar de lo lindo, una novela que es pura exhibición de ingenio puesto al servicio de la conmoción y la reflexión, demostrando que no hay que ser ni chorra ni excéntrico para ganarse aquello de inclasificable o aquello de rabiosamente actual.
Ah. Me olvidaba.Y ganó el Booker Price.
Gracias, Malpaso.
martes, 29 de agosto de 2017
Daniel Utrilla: A Moscú sin kaláshnikov. Una crónica sentimental de la Rusia de Putin envuelta en papel de periódico
Año de publicación: 2013
Valoración: Está bien
Daniel Utrilla ha sido reportero del diario El Mundo en Rusia. No digo más. Su trayectoria personal –del temprano nacimiento de su vocación periodística hasta el abandono de su condición de reportero– se describe minuciosamente en esta crónica. Que, por cierto, no es un reportaje al uso sino su variante autoficcionada, un modelo al que, sintiéndolo en el alma, auguro una larga vida ya que sirve de alimento a la legión de escritores egocéntricos y lectores curiosos que pusieron en marcha el mecanismo.
Visto lo visto, puede que resulte raro lo que voy a decir, pero cuando escojo un título sobre un tema concreto doy por descontado que el autor se limitará a escribir sobre él, y, si no es pedir mucho, lo más ordenadamente posible. Esas técnicas que incluyen lo que parecen ser tormentas de ideas –digo bien, solo lo parecen– o que muestran la silueta del escritor deambulando por sus páginas, cuando de verdad funcionan son el resultado de mucho filtro oculto y de una pericia desarrollada a fuego lento. Todos recordamos a las grandes figuras que las han puesto en práctica, incluso a otras que todavía se están abriendo camino. Sin salir de su grupo generacional, El hombre mojado no teme la lluvia (2009) es una muestra evidente. No digo que Utrilla no pueda ejecutar ese tipo de técnicas con maestría –empeño y facultades no le faltan– pero tiene que llover, y mucho.
Daniel Utrilla, con solo veintitrés años, aterrizó en Moscú un año tan redondo como el 2000. Desde ese momento se dedicó a absorber como una esponja todo cuánto le rodeaba, el carácter ruso –en toda la extensión espacio-temporal a su alcance, lecturas incluidas– las costumbres, circunstancias políticas, paisaje, fisonomía urbanística, vida cotidiana… Pero hasta que no se desprenda de la pesada impedimenta que lo acompaña a todas partes no podrá mostrarnos todo lo que ha visto. Claro que el equipaje que lleva a cuestas está bien grabado en sus neuronas: infancia en la periferia madrileña de los ochenta, precoz fascinación por la cultura rusa, fervor obsesivo por el Real Madrid (más allá de lo que se le supone a un forofo declarado), idolatría por la anatomía femenina autóctona, el feliz impulso que le convirtió en enviado especial recién salido del horno universitario, la frustración que supone estar ligado a la crónica diaria incrementada por el auge de internet. No me parece mal ni bien pero exijo que en las contraportadas de textos tan previsiblemente ambiguos se enumeren los ingredientes que contienen junto a una relación de porcentajes (20% de infancia, 40% de filias y fobias personales, 20% de detalles irrelevantes, 20% de información sobre el tema convenientemente envuelta en la ensalada resultante). Si es así, lo siento, se queda en la estantería.
A todo esto se añade una preocupación por la forma que puede parecer positiva en principio, y lo sería si su deseo explícito de que el lenguaje deje huella no se exagerase hasta el límite. Metáforas, retorcimiento de vocablos, absoluta complacencia en sus hallazgos estilísticos sin demasiada selección previa, como si se tratase de un juego y el resultado no fuera un texto que se pretende enviar a la imprenta. Por fortuna estos excesos, aunque abundantes, se limitan a aparecer de vez en cuando.
Con esto, y contra lo que pueda parecer, no pretendo desanimar a nadie. Se trata de un libro ameno, repleto de anécdotas (de entre todas, me quedo con la imagen, casi entrañable, de los pocos bolcheviques nostálgicos que aún quedan manifestándose cada 7 de noviembre y con la escalofriante entrevista a Lugovoi, presunto asesino de Litvinenko por medio de polonio radioactivo, con camarero invadiendo la escena para ofrecer té en plena descripción de sus efectos, “No gracias” declina el reportero y el lector se queda con las ganas de sacarle de allí), que contiene algunos datos relevantes y se lee con facilidad siempre que interese lo que cuenta.
Muy culto, ingenioso, gran observador, con un amplio bagaje cultural, al cronista le pierde su tendencia a dispersarse y sus –transitorias, espero– dificultades para jerarquizar la información disponible. En definitiva, creo que su tendencia al exceso en fondo y forma perjudica a lo que escribe, que le vendría bien podar la prosa, seleccionar mejor los contenidos y organizar el discurso por temas en lugar de pretender mezclarlo todo. Se puede llegar a eso, pero más adelante y de forma mucho menos espontánea.
La nieve es la sábana dónde proyecto las sombras chinescas de mi Rusia imaginada. A veces el viento la levanta y vislumbro la Rusia real, pero no durante mucho tiempo.
Daniel Utrilla
Daniel Utrilla ha sido reportero del diario El Mundo en Rusia. No digo más. Su trayectoria personal –del temprano nacimiento de su vocación periodística hasta el abandono de su condición de reportero– se describe minuciosamente en esta crónica. Que, por cierto, no es un reportaje al uso sino su variante autoficcionada, un modelo al que, sintiéndolo en el alma, auguro una larga vida ya que sirve de alimento a la legión de escritores egocéntricos y lectores curiosos que pusieron en marcha el mecanismo.
Visto lo visto, puede que resulte raro lo que voy a decir, pero cuando escojo un título sobre un tema concreto doy por descontado que el autor se limitará a escribir sobre él, y, si no es pedir mucho, lo más ordenadamente posible. Esas técnicas que incluyen lo que parecen ser tormentas de ideas –digo bien, solo lo parecen– o que muestran la silueta del escritor deambulando por sus páginas, cuando de verdad funcionan son el resultado de mucho filtro oculto y de una pericia desarrollada a fuego lento. Todos recordamos a las grandes figuras que las han puesto en práctica, incluso a otras que todavía se están abriendo camino. Sin salir de su grupo generacional, El hombre mojado no teme la lluvia (2009) es una muestra evidente. No digo que Utrilla no pueda ejecutar ese tipo de técnicas con maestría –empeño y facultades no le faltan– pero tiene que llover, y mucho.
Daniel Utrilla, con solo veintitrés años, aterrizó en Moscú un año tan redondo como el 2000. Desde ese momento se dedicó a absorber como una esponja todo cuánto le rodeaba, el carácter ruso –en toda la extensión espacio-temporal a su alcance, lecturas incluidas– las costumbres, circunstancias políticas, paisaje, fisonomía urbanística, vida cotidiana… Pero hasta que no se desprenda de la pesada impedimenta que lo acompaña a todas partes no podrá mostrarnos todo lo que ha visto. Claro que el equipaje que lleva a cuestas está bien grabado en sus neuronas: infancia en la periferia madrileña de los ochenta, precoz fascinación por la cultura rusa, fervor obsesivo por el Real Madrid (más allá de lo que se le supone a un forofo declarado), idolatría por la anatomía femenina autóctona, el feliz impulso que le convirtió en enviado especial recién salido del horno universitario, la frustración que supone estar ligado a la crónica diaria incrementada por el auge de internet. No me parece mal ni bien pero exijo que en las contraportadas de textos tan previsiblemente ambiguos se enumeren los ingredientes que contienen junto a una relación de porcentajes (20% de infancia, 40% de filias y fobias personales, 20% de detalles irrelevantes, 20% de información sobre el tema convenientemente envuelta en la ensalada resultante). Si es así, lo siento, se queda en la estantería.
A todo esto se añade una preocupación por la forma que puede parecer positiva en principio, y lo sería si su deseo explícito de que el lenguaje deje huella no se exagerase hasta el límite. Metáforas, retorcimiento de vocablos, absoluta complacencia en sus hallazgos estilísticos sin demasiada selección previa, como si se tratase de un juego y el resultado no fuera un texto que se pretende enviar a la imprenta. Por fortuna estos excesos, aunque abundantes, se limitan a aparecer de vez en cuando.
Con esto, y contra lo que pueda parecer, no pretendo desanimar a nadie. Se trata de un libro ameno, repleto de anécdotas (de entre todas, me quedo con la imagen, casi entrañable, de los pocos bolcheviques nostálgicos que aún quedan manifestándose cada 7 de noviembre y con la escalofriante entrevista a Lugovoi, presunto asesino de Litvinenko por medio de polonio radioactivo, con camarero invadiendo la escena para ofrecer té en plena descripción de sus efectos, “No gracias” declina el reportero y el lector se queda con las ganas de sacarle de allí), que contiene algunos datos relevantes y se lee con facilidad siempre que interese lo que cuenta.
Muy culto, ingenioso, gran observador, con un amplio bagaje cultural, al cronista le pierde su tendencia a dispersarse y sus –transitorias, espero– dificultades para jerarquizar la información disponible. En definitiva, creo que su tendencia al exceso en fondo y forma perjudica a lo que escribe, que le vendría bien podar la prosa, seleccionar mejor los contenidos y organizar el discurso por temas en lugar de pretender mezclarlo todo. Se puede llegar a eso, pero más adelante y de forma mucho menos espontánea.
lunes, 28 de agosto de 2017
Patrick Modiano: Ropero de la infancia
Idioma original: Francés
Título original: Vestiaire de lènfance
Traducción: María Teresa Gallego Urrutia
Año de publicación: 1989
Valoración: Recomendable
Título original: Vestiaire de lènfance
Traducción: María Teresa Gallego Urrutia
Año de publicación: 1989
Valoración: Recomendable
Llevaba un tiempo sin leer a Modiano. Y no sé si ha sido este período de descanso o, simplemente, que quizá le haya cogido el tranquillo al francés, pero he de admitir que "Ropero de la infancia" me ha gustado.
Los detractores de Modiano le acusan de escribir siempre el mismo libro, aunque más bien se trata de que la obra de Modiano gira, casi de forma exclusiva, en torno a la memoria, a un pasado ya inaprensible, con personajes que viven en una especie de intemporalidad.
En este caso, la no-acción característica de Modiano se situa en una ciudad indeterminada, que bien pudiera ser Tánger o Casablanca, y el personaje principal es Jimmy Sarano (anteriormente conocido como Jean en su juventud parisina), escritor de folletines para la radio, antiguo escritor de cierto éxito en París y desterrado en la ciudad para tratar de aliviar el peso de una culpa que crece con los años.
En esa ciudad africana de la costa, Sarano aparece rodeado de personajes de los que apenas conocemos nada, salvo su vacío y su incomodidad vital. Entre esos personajes está Marie, joven de veinte años, que es la chispa que prende el recuerdo en Sarano. Los rasgos de Marie harán que Sarano hurgue entre sus recuerdos y esa búsqueda le llevará a Sarano a París, a 1965, a una época, a una ciudad y a una juventud perdidas para siempre. Boulevares, teatros, cafés, personajes del pasado que entran y salen de la novela y de la vida como si fuesen fantasmas que surgen de las brumas de la memoria.
Quizá toda esta indagación en el pasado, toda esa búsqueda, no conduzca a nada o quizá sí. Puede que, gracias a ella, obtengamos respuestas a preguntas vitales o puede que solo sean fuegos de artificio. Pero, ¿a quién no le gustaba ver aquellas luces de colores en el cielo?
En fn. No diré que Modiano vaya a ser uno de mis autores de cabecera, pero esa forma de retratar el vacío, cierta angustia vital y el tiempo que se fue para no volver jamás me han llegado más que en otras ocasiones. Tendré que volver a él y comprobar si es que mi percepción sobre su obra está cambiando o si, simplemente, he tenido un "mal día".
Otras obras de Patrick Modiano en ULAD: El lugar de la estrella, La hierba de las noches, En el café de la juventud perdida, Tres desconocidas, Catherine
domingo, 27 de agosto de 2017
David Vann: Caribou Island
Año de publicación: 2011
Valoración: recomendable
Aquellos que conocemos la obra de David Vann, ya sabemos lo que nos podemos encontrar en sus libros, no respecto a lo que sucede propiamente sino a lo que pretende transmitir en ellos y qué temas quiere tratar.
De esta manera, siguiendo la línea iniciada con su primera y altamente impactante novela «Sukkwan Island», el autor incide nuevamente en los conflictos familiares y en la desolación existente en sus relaciones. David Vann, partiendo de su propia experiencia, no tiene ningún reparo en exponer las miserias de las relaciones humanas y ha centrado su obra publicada hasta la fecha alrededor de ello. El autor, como nos tiene acostumbrados, no deja lugar al optimismo en sus novelas. Aquello que podemos encontrar son desastres personales y crisis emocionales; justamente aquello que normalmente queremos ocultar de nuestras vidas él lo expone sin reparos ni intentos de endulzamiento. La exposición de las miserias humanas es clara, y el autor es hábil construyendo un paisaje que encaja perfectamente con tal intención.
Siguiendo la estela de la anterior novela, Vann sigue utilizando el nombre de una isla para dar el título a esta obra. El motivo de su elección es evidente: las islas que forman parte de la historia y del propio título son, de forma análoga, aquellas que rodean y delimitan el terreno donde nuestras emociones se desarrollan y tienen cabida; las islas como territorios independientes y encerrados en sí mismos, de forma similar a como cada persona es un mundo, un terreno acotado dentro del cual se desarrolla la vida. Y las islas elegidas por el autor son frías, son inhóspitas, son salvajes, son duras y son, en el fondo, como los caracteres que en ellas habitan, los protagonistas reales de la historia.
Así, extendiendo el camino iniciado en el anterior libro (basado en la vida del propio autor) donde la historia se centraba en la relación entre un padre y su hijo, en este libro el autor amplía el desarrollo de la historia a todos los miembros de una familia: a la relación entre padres e hijos, pero también a la existente dentro del matrimonio y a la de los propios hijos y sus respectivos matrimonios. De esta manera, las islas simbolizan, de forma análoga a las personas, un espacio delimitado, fijo, y una frontera que marca los límites de la libertad de los protagonistas, encerrados dentro de ella en un espacio físico y mental limitado sin posibilidad ni opción de salir de dentro. La imposibilidad física y emocional, el mapa conformado por nuestras vidas como síntoma de nuestras limitaciones. Y justamente en estos escenarios limitados, en estos ambientes cerrados, claustrofóbicos, inhóspitos, desoladores, es donde el autor se mueve mejor; manejando la historia centrándose en los sentimientos, en las emociones de los personajes que sufren esta situación y sus condiciones adversas, no únicamente ambientales o meteorológicas sino también emocionales.
A pesar de que el listón literario en la obra de Vann es posible que quede fijado por su difícilmente superable primera novela (¡y qué gran primera novela!), en «Caribou Island» intenta mantener el nivel sacrificando algo de rudeza para ganar en pluralidad. Al ampliar el círculo de personajes, la claustrofobia existente en Sukkwan se diluye ligeramente. Este hecho permite que, en esta obra, el autor pueda extender la novela a toda una familia y tratar las diferentes relaciones existentes en ella. Esta pluralidad permite un universo más amplio y, a la vez, propicia que la lectura sea más amena y variada, disminuyendo la monotonía que en ciertos momentos podíamos encontrar en «Sukkwan Island». Esta diversidad de personajes permite una lectura más abierta y menos angustiosa, aunque le resta a su vez contundencia y profundidad.
Se trata por tanto de una buena novela, muy dura y con poco margen para el optimismo, lo cual es un gran mérito del auto. No es fácil mostrar tal dosis de valentía escribiendo una novela no muy agradable de leer, pues las emociones que te genera no son precisamente alegres ni positivas. Tiene mérito, también, por ser ambientada en su propia vida y familia, lo que no debe ser nada fácil viendo la temática del libro. Pero precisamente por eso, por su visceralidad, por su desnudez emocional, se trata de una buena novela ya que, de vez en cuando, es bueno mirar el lado oscuro de la vida para afrontarla, desafiarla y ser valientes con ella, tal y como el autor hace con su propia vida exponiéndola ante nosotros en esta novela.
Otras obras de David Vann en ULAD: Acuario, Tierra, Sukkwan Island
De esta manera, siguiendo la línea iniciada con su primera y altamente impactante novela «Sukkwan Island», el autor incide nuevamente en los conflictos familiares y en la desolación existente en sus relaciones. David Vann, partiendo de su propia experiencia, no tiene ningún reparo en exponer las miserias de las relaciones humanas y ha centrado su obra publicada hasta la fecha alrededor de ello. El autor, como nos tiene acostumbrados, no deja lugar al optimismo en sus novelas. Aquello que podemos encontrar son desastres personales y crisis emocionales; justamente aquello que normalmente queremos ocultar de nuestras vidas él lo expone sin reparos ni intentos de endulzamiento. La exposición de las miserias humanas es clara, y el autor es hábil construyendo un paisaje que encaja perfectamente con tal intención.
Siguiendo la estela de la anterior novela, Vann sigue utilizando el nombre de una isla para dar el título a esta obra. El motivo de su elección es evidente: las islas que forman parte de la historia y del propio título son, de forma análoga, aquellas que rodean y delimitan el terreno donde nuestras emociones se desarrollan y tienen cabida; las islas como territorios independientes y encerrados en sí mismos, de forma similar a como cada persona es un mundo, un terreno acotado dentro del cual se desarrolla la vida. Y las islas elegidas por el autor son frías, son inhóspitas, son salvajes, son duras y son, en el fondo, como los caracteres que en ellas habitan, los protagonistas reales de la historia.
Así, extendiendo el camino iniciado en el anterior libro (basado en la vida del propio autor) donde la historia se centraba en la relación entre un padre y su hijo, en este libro el autor amplía el desarrollo de la historia a todos los miembros de una familia: a la relación entre padres e hijos, pero también a la existente dentro del matrimonio y a la de los propios hijos y sus respectivos matrimonios. De esta manera, las islas simbolizan, de forma análoga a las personas, un espacio delimitado, fijo, y una frontera que marca los límites de la libertad de los protagonistas, encerrados dentro de ella en un espacio físico y mental limitado sin posibilidad ni opción de salir de dentro. La imposibilidad física y emocional, el mapa conformado por nuestras vidas como síntoma de nuestras limitaciones. Y justamente en estos escenarios limitados, en estos ambientes cerrados, claustrofóbicos, inhóspitos, desoladores, es donde el autor se mueve mejor; manejando la historia centrándose en los sentimientos, en las emociones de los personajes que sufren esta situación y sus condiciones adversas, no únicamente ambientales o meteorológicas sino también emocionales.
A pesar de que el listón literario en la obra de Vann es posible que quede fijado por su difícilmente superable primera novela (¡y qué gran primera novela!), en «Caribou Island» intenta mantener el nivel sacrificando algo de rudeza para ganar en pluralidad. Al ampliar el círculo de personajes, la claustrofobia existente en Sukkwan se diluye ligeramente. Este hecho permite que, en esta obra, el autor pueda extender la novela a toda una familia y tratar las diferentes relaciones existentes en ella. Esta pluralidad permite un universo más amplio y, a la vez, propicia que la lectura sea más amena y variada, disminuyendo la monotonía que en ciertos momentos podíamos encontrar en «Sukkwan Island». Esta diversidad de personajes permite una lectura más abierta y menos angustiosa, aunque le resta a su vez contundencia y profundidad.
Se trata por tanto de una buena novela, muy dura y con poco margen para el optimismo, lo cual es un gran mérito del auto. No es fácil mostrar tal dosis de valentía escribiendo una novela no muy agradable de leer, pues las emociones que te genera no son precisamente alegres ni positivas. Tiene mérito, también, por ser ambientada en su propia vida y familia, lo que no debe ser nada fácil viendo la temática del libro. Pero precisamente por eso, por su visceralidad, por su desnudez emocional, se trata de una buena novela ya que, de vez en cuando, es bueno mirar el lado oscuro de la vida para afrontarla, desafiarla y ser valientes con ella, tal y como el autor hace con su propia vida exponiéndola ante nosotros en esta novela.
Otras obras de David Vann en ULAD: Acuario, Tierra, Sukkwan Island
sábado, 26 de agosto de 2017
Ramón del Valle-Inclán: Divinas palabras
Idioma original: castellano
Año de publicación: 1919
Valoración: Imprescindible
Año de publicación: 1919
Valoración: Imprescindible
Estamos en una aldea remota de Galicia, hace aproximadamente un siglo. Olvidémonos de los tópicos de brumas y meigas. Aquí sólo hay miseria, mujeres vestidas de negro, gañanes y trileros. Una mendiga arrastra un carretón llevando en él a su hijo deforme, un enano hidrocéfalo al que exhibe de feria en feria. Esta mujer, que apenas aparece unos instantes al principio de la obra, sintetiza en sí misma todo el panorama que a continuación vamos a tener ante nuestros ojos. La madre muere en plena calle y el engendro (así lo llaman, sin piedad pero sin desprecio, es una descripción meramente objetiva) queda huérfano. Pero en ese mundo degradado, lejos de ser una carga, es una estimable fuente de ingresos de la que todos quieren sacar partido.
De esta forma surge la disputa entre sus tías, que se presenta mediante unos breves flashes y una trama sumamente simple, aunque suficiente para asistir a todo un desfile de personajes bárbaros, abyectos, avariciosos, impulsados por las pasiones más primarias, personajes que no parecen llegar al nivel de humanos, o que quizá, por los mismos motivos, resultan brutalmente humanos. Al margen de que técnicamente 'Divinas palabras' se sitúe o no dentro del ámbito del esperpento, es innegable que todos ellos muestran rasgos esperpénticos, empezando por sus propios nombres o motes, son figuras torsionadas hasta el extremo en lo físico o en lo moral, sujetos que incomodan al lector y provocan repulsión. Con todo, ese subtítulo de ‘Tragicomedia de aldea’ lo pone Valle con un punto de negro sarcasmo, porque encontramos muy poco de comedia y sí alguna de las imágenes más espantosas que podemos encontrar en un libro.
A pesar de la grotesca caracterización de los personajes, 'Divinas palabras' tiene menos que ver con ‘Luces de bohemia’ que con las ‘Comedias bárbaras’, con las que comparte ambientación y visión del mundo rural. Como habitualmente ocurre con Valle, la obra se encuentra en realidad flotando entre géneros literarios: se muestra formalmente como una obra dramática, pero su desarrollo temporal y argumental (incluso la profusión de escenarios exteriores) se aproximan más a la novela. Pero todavía hay más. Los diálogos, cortantes y casi siempre brevísimos, crean un ritmo seguramente más musical que poético que, pese al desarrollo objetivo de la trama, nos sitúan muy lejos del realismo.
Con todos estos elementos, es de suponer la gran dificultad de adaptar la obra a la escena, pese a que, si no estoy equivocado, es la más representada de Valle. Pero, oiga ¿cómo recrear sobre el escenario ese ambiente fantasmagórico? ¿Cómo recrear animales, que actúan a veces de forma determinante? Y, sobre todo, ¿cómo trasladar a lo físico la maestría de las acotaciones que encabezan cada escena, toda una joya literaria cada una de ellas?
'Divinas palabras' admite desde luego distintas lecturas, más o menos simbólicas: el bien contra el mal, una metáfora de España, cristianismo vs. paganismo, la espiritualidad frente al goce por la vida. Pero personalmente, como lector, me quedo con las sensaciones que transmite, el terror ante sujetos abominables, el ambiente opresivo de la miseria, el recelo hacia el punzante coro de secundarios que jalean la acción y multiplican sus hitos, como en los clásicos griegos. Es un libro que no se devora, requiere leerlo muy despacio, admirando cómo cada palabra está en su lugar exacto, cómo ese viejo gallego maneja el lenguaje con la naturalidad de un genio, necesitando sólo un trazo para convocar la belleza, el desasosiego, el estupor, la crudeza de las escenas.
No, este libro sí que no se lo pueden perder.
viernes, 25 de agosto de 2017
Thomas Pynchon: Vicio propio
Idioma original: inglés
Título original: Inherent Vice
Año de publicación: 2009
Traducción: Vicente Campos González
Valoración: se deja leer
Con pies de plomo. Así es como he de andarme con Pynchon. Que lo sencillo hubiera sido una relectura de La subasta del lote 49, sugerida, condicionada, guiada por las amables críticas que la contrarrestaron. Una cosa muy correcta, del estilo, gracias mil, lectores, vuestra clarividencia me ha abierto los ojos, vuestros comentarios han conducido mis pasos hacia una nueva dimensión de la lectura, han sido como el interruptor que ha dado con la luz perfecta que lo ha aclarado todo. Me retracto en ciertas cosas, me corroboro en otras, pero gracias. Quizás a continuación hubiera hecho lo mismo con El Anticristo. Qué panorama más idílico: yo contento por haber saciado mis puntuales ganas de ensañamiento, el lector interactuando en defensa del objeto de mi saña. Oh. Todos acabaríamos virtualmente cogidos de la mano.
¡Pero! ¿Para qué? Ya seremos buenos otro día, o quizás otro lustro. Aquí se trata de descubrir nuevas lecturas cada día: con contadas excepciones, reseñamos dos veces el mismo libro porque nos equivocamos (buscad, buscad) y a veces hemos hecho eso de la contra-reseña, que obviamente no voy a hacerme yo contra mí mismo. Voy a darles yo carnaza a los que me acusan de bipolar.
Vicio propio es la penúltima novela de Pynchon, de hecho la penúltima publicada en español y se sitúa en unas cómodas 422 paginicas que no son ni las (aparentemente) fáciles de la subasta ni las milipico casi inalcanzables del arcoíris. No subestiméis, por eso, 422 páginas de Pynchon. Sobre todo, como los Gremlins, pasada la medianoche, cuando el silencio arrulla y el sueño acecha. Vicio propio, leo en Wikipedia, pasó a la gran pantalla (interpretada por Joaquin Phoenix, dirigida por Paul Thomas Anderson), lo cual, a algunos días de empezar a leerla, me hace especular con la posibilidad de una trama y un desarrollo hacia algún sitio. Algún sitio en este planeta, o al menos en esta galaxia.
Alto: he dicho especular. A ver si alguien va a pensar que Pynchon en modo asequible es Ken Follett. Al principio, de hecho, parece James Ellroy, o Lehane, o Elmore James. Sí, la contraportada habla de novela negra y en cuanto situamos en escena investigadores, magnates del tema inmobiliario, matones y todo esa parafernalia, es fácil pensar que la cosa va a pisar terreno firme. Aunque sea la California de la era hippy y muchos de los protagonistas parezcan actuar en medio de ciertos efluvios o bajo cierta influencia. Aunque esa influencia parece ser también la que marca el tono de la trama hasta un punto algo desconcertante. El arranque, con Doc Sportello como detective o investigador contratado por Shasta, ex amante ahora emparejada con Mickey Wolfmann, empresario de éxito, desaparecido, se sospecha, por algún motivo relacionado con su mujer y el amante de ésta, es un arranque prometedor ya que amaga con ser concreto. Pero pronto esta concreción se pone en duda. Surgen los personajes de distintos pelajes y surgen los hechos confusos. Parece que la bruma de humo de canuto se sitúa entre libro y lector y la cuestión empieza a volverse fractal. Sportello empieza a investigar, a visitar gente de los círculos de empresario y, cosa de esperar, el desfile de personajes empieza a producirse, asistiendo a una más que variopinta muestra de todos los estereotipos de la época hippy en California, que es como decir en pleno centro del fenómeno a escala global. Vietnam, el FBI, organizaciones de extrañas siglas, gente de extraños nombres, policías, Las Vegas, músicos de la era psicodélica, fulanillas, la generación del amor, encuentros sexuales muy de soslayo, drogadictos en distintos estados de intoxicación y desintoxicaxión, menciones varias al caso Manson como punto de inflexión de esa especie de nube-letárgica-en-la-que-total-no-hacemos-daño-a-nadie-más-que-a-nosotros-mismos.
En fin: el terrible lastre de Vicio propio es querer combinar una trama más propia, lo dicho, de Ellroy o de Chandler, con los erráticos hábitos narrativos de Pynchon. Seguro que no hay un solo párrafo que no pueda extraerse como ejemplo de la meticulosidad del hermético escritor, pero a la vez el lector confía en que todos esos rastros más o menos mundanos acaben llevando a un lugar seguro y concreto, como si por un momento nos olvidáramos de que quien firma esta novela no es precisamente alguien que vaya a ponerlo fácil. Y no. De hecho, como poniendo a prueba nuestra paciencia (en mi caso, con 60 últimas páginas casi interminables), a tres páginas del final aún surgen esporádicamente nuevos personajes.
En fin: el terrible lastre de Vicio propio es querer combinar una trama más propia, lo dicho, de Ellroy o de Chandler, con los erráticos hábitos narrativos de Pynchon. Seguro que no hay un solo párrafo que no pueda extraerse como ejemplo de la meticulosidad del hermético escritor, pero a la vez el lector confía en que todos esos rastros más o menos mundanos acaben llevando a un lugar seguro y concreto, como si por un momento nos olvidáramos de que quien firma esta novela no es precisamente alguien que vaya a ponerlo fácil. Y no. De hecho, como poniendo a prueba nuestra paciencia (en mi caso, con 60 últimas páginas casi interminables), a tres páginas del final aún surgen esporádicamente nuevos personajes.
Y no es lo peor. Lo peor es que, obsesionado como estoy por hallar la clave secreta, el código máquina de su obra (la de DeLilllo me costó cuatro intentos, hasta encontrar "Ruido de fondo") mi próximo intento con Pynchon, carne más que segura de una futura TochoWeek, van a ser las 954 arredradoras páginas de la edición de bolsillo de "Mason y Dixon".
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jueves, 24 de agosto de 2017
Malika Mokeddem: La prohibida
Idioma original: Francés
Título original: L’interdite
Año de publicación: 1993
Traducción: Pilar Jimeno Barrera
Valoración: Muy recomendable
Toda la literatura
de Malika Mokeddem emerge de la ciénaga del malestar y el desasosiego generado
por la situación de las mujeres en Argelia. Por la manera en que esta sociedad trata
y somete a la mitad femenina de su población al ninguneo, a la invisibilización y al desprecio. Un país, la Argelia oficial, tan ufano y orgulloso de su victoriosa
revolución, que logró la independencia hace ya medio siglo y en el que también, como sentenció Balzac, las novelas son la historia de su vida
privada como nación.
Lo son las novelas de
Malika Mokeddem, casi todas traducidas al castellano y al catalán, que cuentan
siempre la misma historia, la de una mujer de cualquier edad o condición reivindicándose,
luchando. Rebelándose contra las reglas impuestas del patriarcado y dejando
transpirar por todos los poros de su cuerpo la insolencia y el desafío; mujeres
argelinas –africanas y mediterráneas, musulmanas o laicas-, plantándose
insumisas ante el dominio y proyectando sensualidad, belleza, tesón,
beligerancia, resistencia, talento y lucidez.
Por supuesto,
Malika Mokeddem nos está contando su propia historia. Nacida en 1949 en Kenadsa,
en el Oeste argelino, a las puertas del desierto del Sáhara, fue la mayor de
diez hermanos, o sea, su criada. Un rol cuyo único final posible era ser
entregada en matrimonio. Ella encontró una rendija por la que huir. En los
libros; allí donde su mente halló el combustible que le permitió volar. Logró
iniciar estudios de Medicina en Orán, para luego dar el salto a Francia, donde
se especializó en Nefrología, tarea compartida con la escritura. En La prohibida, la historia arranca así: Sultana,
una médico establecida en Montpelier regresa a su pueblo después de quince años
de ausencia, donde reencontrará algunos de los personajes que dejaron la dolorosa
impronta de la tragedia en su infancia y deberá resolver sí les ajusta cuentas
y de qué manera.
Allí está Dalila,
una solitaria niña de diez años, que encarna, con su voluntad de aprender,
entender y soñar, el espíritu y el afán de la libertad, la dignidad y la belleza
en pugna por no desaparecer, por mantenerse latente frente a la asfixia del
integrismo, el odio, la miseria y la corrupción. Aparece también Vincent, un varón
francés al que el transplante de un riñón de una joven argelina fallecida en
accidente permite reiniciar una nueva vida con autonomía, curiosidad y avidez
de emociones que parecían definitivamente enterradas por la crueldad de la
enfermedad: “No eres más que un poco de
química desordenada, con una calavera en cada uno de los extremos: híper e
hipo; un miedo que baila al giga entre el híper del estrés y el hipo de la
neurastenia”.
La prohibida, rabiosamente actual pese a los veinticinco años de su aparición, va de las estrategias de supervivencia de
estos personajes, de la manera en que cada uno de ellos arma su capacidad de sostener
unos valores, encarar las adversidades y seguir en la brecha. No es una narración
ni elaborada en exceso ni con pirotecnia formal, pues su genuino interés, su
potencia literaria, radica en servirnos con la crudeza precisa un relato inapelable
y demoledor sobre la incombustible capacidad de la dignidad humana frente al sofocante
dominio del fanatismo totalitario, del machismo atroz y de la condición
miserable que esta época nuestra impone todavía a tantas mujeres. Y en donde a quien
se recusa a bajar la mirada y se atreve a romper el silencio, se le escupe sin
cesar la palabra afilada: “Puta”.
miércoles, 23 de agosto de 2017
Leonie Swann : Las ovejas de Glennkill
Idioma original: alemán
Título original: Glennkill
Año de publicación: 2005
Traducción: María José Díez y Diego Friera
Valoración: está bien
Título original: Glennkill
Año de publicación: 2005
Traducción: María José Díez y Diego Friera
Valoración: está bien
Como modesto aficionado a las novelas policíacas o de misterio, uno ya ha visto de todo como protagonistas de las mismas: detectives profesionales o improvisados, periodistas, abogados, delincuentes... y hasta policías, claro. Pero no sólo personajes que desarrollan un oficio más o menos relacionado con el delito, en cualquiera de sus variantes; también profesores, camareros, criadas o dulces ancianitas. Incluso hay una serie destinada, en principio, al público juvenil, en la que el detective es un esqueleto fantasma, o algo parecido... Ahora bien, lo de la novela que reseño hoy supera todas las marcas de bizarrismo al respecto: en ella, la investigación del preceptivo asesinato lo lleva a cabo un rebaño de ovejas. Tal cual.
Sí, un rebaño. Sí, de ovejas e irlandesas, para más señas. No una oveja sola, pues la autora del libro fue lo bastante astuta como para para no pretender la verosimilitud de una oveja con las dotes deductivas de Sherlock Holmes o Poirot. lo que hizo, en cambio, fue distribuir estas cualidades entre diferentes animales del rebaño para que, gracias a su acción combinada, consiguiesen conformar un equipo investigador que ríete tú de C.S.I Las Vegas... Así, de la parte analítico-deductiva se encarga la oveja más inteligente de todas y puede que del mundo entero, Miss Maple (qué sutileza en el guiño, ¿eh?); la memorización de los datos es labor del orondo carnero -por otra parte, algo tonto- Mopple the Whale, mientras que la audacia necesaria para llevar a cabo la misión investigadora corre a cargo del negro carnero de las Hébridas Othello y de la oveja Zora. Hay más -bastantes más- miembros del rebaño como los hermanos Sir Ritchfield y Melmoth (sí, también errabundo), pero esta muestra ya vale para dar una idea, creo yo.
Y hay un muerto, claro, en este caso, el pastor y dueño del rebaño, George Glenn (es decir, el libro nos cuenta el asesinato de Glenn, en Glennkill... jo, me parto con tanto ingenio), que amanece una buena mañana tirado sobre su prado -que además no es un prado cualquiera, sino un bucólico prado con dolmen y todo, junto a la costa irlandesa- y con una pala clavada en la barriga. Que así de pronto no parece, la verdad, un método muy eficaz para asesinar a alguien, aunque sí lo suficiente, por lo visto, no sólo para cumplir su objetivo, sino para que además la policía no de con la menor pista del asesino...aunque también es cierto que ni se molesta en buscarlas (?); así pues, han de ser las ovejas del rebaño de George los que se decidan a averiguar lo que ha pasado con su pastor y, tomándoselo como una afrenta personal, a quien lo haya hecho... algo doblemente complicado no sólo por la proverbial falta de inteligencia de esa especie animal, sino por su desconocimiento casi absoluto del mundo de los humanos, habida cuenta que la mayoría de ellas ni siquiera ha salido nunca del prado de marras.
En fin, el asunto las tiene ocupadas más de 300 páginas, que pese a lo chocante del argumento y a que algún que otro momento tiene su gracia, también guardan otros muchos que las hacen parecer bastante más numerosas, hasta que llegamos al -aún más- absurdo final. Hay que reconocer que la autora ha tenido gran habilidad para contarnos una historia desde el punto de vista de las ovejas (yo no sabría ni por donde empezar), con la dificultad añadida del tipo de novela, digamos "policiaca", de que se trata. Es muy interesante, por ejemplo, cómo consigue hacernos ver el mundo desde la perspectiva de estos animales, subrayando, por ejemplo, la gran importancia que tienen los olores para ellos, o la diferencia de prioridades que les dicta su naturaleza con respecto a las humanas -primero, comer; luego protegerse; después, comer; luego, dormir, después, com... bueno, igual no somos tan diferentes-... Pero, caray, ¡que estamos hablando de una novela protagonizada por ovejas! No deja de ser una soberana tontería... (por no decir una santa chorrada). Y que conste que el primer interesado en toda clase de tonterías soy yo; de hecho, fue lo que me animó a leer este libro. Ahora bien, hay que darle la importancia y el interés que merece y avisar a quien quiera leerlo de que se va a encontrar una novela algo raruna, entretenida a ratos, pero poco más... incluso demasiado larga y complaciente, de alguna manera, para que podamos siquiera atesorarla con nuestras lecturas más entrañablemente bizarrescas.
Eso sí, a quien le guste la novela que sepa que, a raíz del éxito que debió tener el libro, al menos en Alemania, hay publicada una segunda parte. Por si quiere leerla (sé de uno que creo que no lo hará).
Sí, un rebaño. Sí, de ovejas e irlandesas, para más señas. No una oveja sola, pues la autora del libro fue lo bastante astuta como para para no pretender la verosimilitud de una oveja con las dotes deductivas de Sherlock Holmes o Poirot. lo que hizo, en cambio, fue distribuir estas cualidades entre diferentes animales del rebaño para que, gracias a su acción combinada, consiguiesen conformar un equipo investigador que ríete tú de C.S.I Las Vegas... Así, de la parte analítico-deductiva se encarga la oveja más inteligente de todas y puede que del mundo entero, Miss Maple (qué sutileza en el guiño, ¿eh?); la memorización de los datos es labor del orondo carnero -por otra parte, algo tonto- Mopple the Whale, mientras que la audacia necesaria para llevar a cabo la misión investigadora corre a cargo del negro carnero de las Hébridas Othello y de la oveja Zora. Hay más -bastantes más- miembros del rebaño como los hermanos Sir Ritchfield y Melmoth (sí, también errabundo), pero esta muestra ya vale para dar una idea, creo yo.
Y hay un muerto, claro, en este caso, el pastor y dueño del rebaño, George Glenn (es decir, el libro nos cuenta el asesinato de Glenn, en Glennkill... jo, me parto con tanto ingenio), que amanece una buena mañana tirado sobre su prado -que además no es un prado cualquiera, sino un bucólico prado con dolmen y todo, junto a la costa irlandesa- y con una pala clavada en la barriga. Que así de pronto no parece, la verdad, un método muy eficaz para asesinar a alguien, aunque sí lo suficiente, por lo visto, no sólo para cumplir su objetivo, sino para que además la policía no de con la menor pista del asesino...aunque también es cierto que ni se molesta en buscarlas (?); así pues, han de ser las ovejas del rebaño de George los que se decidan a averiguar lo que ha pasado con su pastor y, tomándoselo como una afrenta personal, a quien lo haya hecho... algo doblemente complicado no sólo por la proverbial falta de inteligencia de esa especie animal, sino por su desconocimiento casi absoluto del mundo de los humanos, habida cuenta que la mayoría de ellas ni siquiera ha salido nunca del prado de marras.
En fin, el asunto las tiene ocupadas más de 300 páginas, que pese a lo chocante del argumento y a que algún que otro momento tiene su gracia, también guardan otros muchos que las hacen parecer bastante más numerosas, hasta que llegamos al -aún más- absurdo final. Hay que reconocer que la autora ha tenido gran habilidad para contarnos una historia desde el punto de vista de las ovejas (yo no sabría ni por donde empezar), con la dificultad añadida del tipo de novela, digamos "policiaca", de que se trata. Es muy interesante, por ejemplo, cómo consigue hacernos ver el mundo desde la perspectiva de estos animales, subrayando, por ejemplo, la gran importancia que tienen los olores para ellos, o la diferencia de prioridades que les dicta su naturaleza con respecto a las humanas -primero, comer; luego protegerse; después, comer; luego, dormir, después, com... bueno, igual no somos tan diferentes-... Pero, caray, ¡que estamos hablando de una novela protagonizada por ovejas! No deja de ser una soberana tontería... (por no decir una santa chorrada). Y que conste que el primer interesado en toda clase de tonterías soy yo; de hecho, fue lo que me animó a leer este libro. Ahora bien, hay que darle la importancia y el interés que merece y avisar a quien quiera leerlo de que se va a encontrar una novela algo raruna, entretenida a ratos, pero poco más... incluso demasiado larga y complaciente, de alguna manera, para que podamos siquiera atesorarla con nuestras lecturas más entrañablemente bizarrescas.
Eso sí, a quien le guste la novela que sepa que, a raíz del éxito que debió tener el libro, al menos en Alemania, hay publicada una segunda parte. Por si quiere leerla (sé de uno que creo que no lo hará).
martes, 22 de agosto de 2017
Alain-Paul Mallard: Nahui versus Atl
Idioma original: Español
Año de publicación: 2015
Valoración: Recomendable
Año de publicación: 2015
Valoración: Recomendable
"Nahui versus Atl" es una buena historia de amor que, como todo amor, contiene pasión, celos, placer y dolor, ambientada en el México de los años 20, una época de efervescencia artística en el país, y protagonizada por dos miembros destacados de la bohemia cultural de aquellos años. Es, además, un libro tremendamente sensual, lleno de imágenes evocadoras.
Son Carmen Mondragón (Nahui), poetisa y pintora, y Gerardo Murillo (Atl), pintor, los personajes reales en los que se basa esta volcánica historia. Son dos personajes antitéticos en sus orígenes, ya que Nahui procede de la alta burguesía militar contrarrevolucionaria mientras que Atl se encontraba entre los partidarios de la Revolución.
Nahui, rebelde y transgresora como nadie, rompe con su clase social, rompe con su marido e inicia una relación con Atl, con quien va a vivir a la azotea de un convento abandonado en el que Atl tiene su estudio.
Pero como ya hemos mencionado, se trata de dos fuertes y opuestas personalidades, por lo que, lenta y casi imperceptiblemente, la relación se deteriora, hasta que, como no podría ser de otra manera, todo salta por los aires.
Más allá de su argumento, resulta interesante el lenguaje con el que Mallard lo desarrolla, un lenguaje detallista y barroco, con una importante cantidad de localismos que "dificulta" la lectura. y, sobre todo, la técnica elegida por Mallard para contar la historia de"Nahui versus Atl". Pese a tratarse de un libro relativamente breve (232 páginas), consta de ¡112 capítulos!. Esto hace que cada capítulo sea una escena muy breve, apenas fotogramas en los que no hay un narrador que relate los hechos, sino que estos son meras percepciones visuales o auditivas. Esto se debe a que "Nahui versus Atl" fue guión cinematográfico antes que novela, y da la impresión de que el autor ha pretendido mantener ese aspecto "visual" en la novela. Personalmente, creo que lo logra y que termina construyendo una novela de lo más original.
Quizá se trate de una obra que los lectores mexicanos puedan valorar mejor, sobre todo por tratarse de personajes reales y relativamente famosos en México y por la recreación que realiza el autor del ambiente y de la época, pero un lector europeo que desconozca absolutamente todo sobre los personajes se encontrará también con una novela plenamente disfrutable.
Otros libros de Alain-Paul Mallard en ULAD: Evocación de Matthias Stimmberg y Altiplano. Tumbos y tropiezos
lunes, 21 de agosto de 2017
Colaboración. Berta Vias Mahou: La mirada de los Mahuad
Año de publicación: 2016
Valoración: muy recomendable
Siempre que abordo las primeras páginas de un autor que no conozco necesito descubrir cuál es su «rollito». Y Berta Vias, en «La Mirada de los Mahuad», despliega un «rollito» muy suyo que resulta difícil de explicar sin hacer uso de la metáfora.
A menudo se compara una obra literaria con una prenda de confección, (se mide su complejidad como si fuera el patrón de un vestido, en función del número de costuras y su grado de enrevesamiento). Pero Berta Vias no juega en esa liga; no ha confeccionado una prenda de patrón complejo; su apuesta es más sofisticada: «La mirada de los Mahuad» es una pieza de tela circular, un tubo, como esos pañuelos que se meten por la cabeza, donde lo particular no es la forma que adquiere si no el tejido que la compone: miles de finísimos hilos de diferente tono y textura que conforman un velo envolvente que filtra la luz (y la realidad) matizándola en cada tramo para hacer referencia a la misma idea subyacente. Y esa complejidad, esa manera de transmitir, se traslada a la estrategia narrativa de la obra: seis relatos que podrían funcionar de manera independiente pero que leídos como un todo alcanzan un nivel superior de subtexto. VER ACTUALIZACIÓN
Resumen resumido: seis momentos en la infancia y juventud de Elba, como seis fotogramas imprescindibles para captar la maraña de su personalidad, sus circunstancias, sus miedos, sus anhelos y el gran amor de su niñez (Jan) que perdura en ella con el paso de los años. Una protagonista que rebosa idiosincrasia, recovecos y contradicciones.
En esta obra no es tanto el qué como el cómo. Aunque sí hay un qué común apuntado en los seis textos, la idea subyacente que mencionaba: la (maravillosa) complejidad y contradicción del ser humano en su relación con los demás y consigo mismo y la fragilidad de la línea que separa la realidad pura y dura (¿existe realmente?) del producto de nuestros devaneos, de nuestras ensoñaciones y de la subjetividad de nuestros recuerdos. Es una obra de factura delicada, de estrategia medida al milímetro con el objetivo de sumergirnos en una atmósfera híper-sensitiva, casi de ensoñación. Si fuera una película, en la mayoría de los relatos apenas habría diálogo, tan solo sonidos; los colores tendrían un sutil punto de sobresaturación y la cámara alternaría continuamente los planos generales a los primerísimos planos de detalle. Ese es el «rollito» de Berta Vias, al menos en esta obra en la que arriesga sabiendo muy bien a lo que juega.
La voz del narrador en tercera persona omnisciente no muestra fisuras y transmite convicción a pesar de que a menudo conduce al lector sobre las arenas movedizas de la mente y los recuerdos. Sin embargo, cuando el narrador focaliza en Elba se impregna de los vaivenes de sus pensamientos.
La estructura temporal es clara, los seis relatos siguen un orden cronológico y siempre sale al paso algún dato que ayuda al lector a situarse.
En cuanto a los personajes, la obra gira alrededor de Elba por lo que recibimos mucha más información de ella que del resto. No obstante, la autora no analiza psicológicamente a los personajes, si no que se limita a mostrar sus acciones para que sea el lector el que construya su propia percepción, como si se tratara de un cuadro impresionista. El amor de infancia de Elba (Jan) está más definido que el resto y cuenta, incluso, con un relato propio. La relación entre ambos es un elemento transversal en los seis textos; la figura de Jan, de carácter también particular, se integra muy bien en el mundo de Elba, su aparición en los recuerdos de ella obra como un acicate para su mente. Los demás personajes, apenas esbozados, albergan mucho más de lo que la autora se limita a mostrar y podemos, en algunos casos, ir más allá en su percepción.
Se trata de una novela de digestión lenta que alcanza su mayor intensidad una vez finalizada (y tal vez pasadas unas horas o unos días) para poder observar el poso de sensaciones. Independientemente de eso, su lectura ofrece grandes momentos evocadores, sobre todo cuando habla de la infancia y, como mencionaba antes, todo ese mundo sensorial en el que vive envuelta la protagonista y sus recuerdos.
Por otra parte, se recurre a la omisión de la puntuación del estilo directo para conseguir una mayor sensación de indefinición. Ni guiones, ni comillas, ni cursivas: lo que dice uno se mezcla con la descripción del cielo y los pensamientos del que está más allá. Es cierto que así se integra mucho más el mundo interior con el mundo exterior y que no es un recurso nuevo y que no es una decisión tomada a la ligera. Pero resulta muy poco amable, sobre todo en las primeras páginas en las que el lector se sumerge con confiada ignorancia. Luego uno se acostumbra, acepta la convención y se deja llevar. Sin embargo, suele decirse que las primeras páginas de una novela tienen que transmitir su esencia (y en este caso se cumple), pero también se dice que es en las primeras páginas en las que el autor se juega que el lector persista o abandone. Y en el caso de «La mirada de los Mahuad» parece que la reafirmación de la esencia de la obra está muy por encima de querer seducir al lector. Yo persistí pero me amargó un poco el arranque. (Es mi caso y no deja de ser una subjetividad).
Por tanto. Muy recomendable porque apuesta fuerte, porque es original en su estrategia, porque tiene excelente factura y una gran capacidad para apelar a la mente y los sentidos. Eso sí, no apta para los que gusten de lecturas ligeras.
Firmado: Beatriz Garza
También de Berta Vias Mahou en ULAD: Yo soy el otro
ACTUALIZACIÓN: La mirada de los Mahuad, que como he dicho se encuentra a caballo entre la novela y el conjunto de relatos pertenece al todavía poco reconocido género del ciclo cuentístico.
También de Berta Vias Mahou en ULAD: Yo soy el otro
ACTUALIZACIÓN: La mirada de los Mahuad, que como he dicho se encuentra a caballo entre la novela y el conjunto de relatos pertenece al todavía poco reconocido género del ciclo cuentístico.
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