lunes, 30 de noviembre de 2020

G. K. Chesterton: Anécdotas de Londres y Nueva York

Idioma original: Inglés
Título original: Sidelights on New London and Newer York and Other Essays
Traducción: Montserrat Gutiérrez Carreras
Año de publicación: 1932
Valoración: Recomendable para interesados

Anécdotas de Londres y Nueva York no es, pese a lo que su título parece indicar, un libro de viajes. Es, más bien, un ensayo. O algo parecido. El volumen compila veintiocho artículos breves de G. K. Chesterton. Exceptuando los cuatro que lo cierran, que hablan exclusivamente de literatura, todos ellos están conectados entre sí y persiguen el mismo objetivo: sugerir «una pausa para la reflexión» y «aconsejar a los jóvenes que piensen en lo que hacen» y «a los mayores que piensen en lo que denuncian.» 

Este conato de diplomacia me encanta. Los conflictos generacionales son muy divertidos (y si no, que se lo digan al "meme" del "boomer VS millennial"), pero entre sus contendientes rara vez hay un esfuerzo por establecer un diálogo que beneficie a las posturas enfrentadas. Dicho esfuerzo es, precisamente, el que realiza Chesterton en estas páginas.   

Evidentemente, la postura equidistante del autor en realidad no lo es tanto como él debía creer, y su educación cristiana y su origen británico le influyen más de lo que debieran. Sin embargo, sus reflexiones son, la mayoría de las veces, lúcidas; sus argumentos, persuasivos; y su ironía, aunque intermitente, elegante. De modo que vale la pena averiguar la opinión de Chesterton sobre el desarrollo de la psicología en la Inglaterra contemporánea, el hedonismo, la imaginación como herramienta para combatir el tedio, la idiosincrasia estadounidense, la Ley Seca, la importancia de las humanidades, el puritanismo o la simbología de los rascacielos. Personalmente, me han gustado mucho las críticas que hace al periodo victoriano, o su reivindicación de lo que él llama el ideal americano. 


domingo, 29 de noviembre de 2020

Jia Tolentino: Falso espejo

Idioma original: inglés

Título original: Trick Mirror

Año de publicación: 2020

Traducción: Juan Trejo

Valoración: casi imprescindible

Podría pasarme media reseña justificando ese "casi", así que empiezo zanjando la cuestión: a una escritora de 32 años, teniendo en cuenta que una carrera "literaria" suele contar con una curva de evolución ascendente, siempre se le puede exigir algo más, y quizás ello pase porque una excesiva celebración inicial pudiera empujar a un cierto relajamiento.

(Como si Jia Tolentino fuera a leer esto).

Por todo lo demás, dejad que os explique en someras líneas iniciales que la autora es plantilla del New Yorker y que ya cuenta con experiencia previa como editora en varias publicaciones estadounidenses, a pesar de su juventud y bla bla bla.

Aterrizando en lo concreto que nos trae aquí, a nosotros, implacables opinadores, y a vosotros, curiosos y a veces ácidos lectores, os diré, primera frase de impacto y esto no es un clickbait, que los ensayos de Jia Tolentino han sido, de lo que he leído, lo más cercano de estar al nivel de los de David Foster Wallace. Sí, aquellos sobre la industria del porno, sobre ferias de ganado, etc. Es decir, ensayos de tal poderío narrativo que son capaces de hacerte olvidar, valgan los ejemplos, que no tenías, inicialmente, interés alguno sobre el temita de marras. Y aunque uno esté mediatizado por ciertos comentarios sobre el libro en cuestión, aunque uno reconozca cierta predisposición previa o curiosidad por esos apelativos de primera gran escritora millenial, damas y caballeros, esto no es Tao Lin, y ni Tolentino escribe textos como si fueran mensajes de Whatsapp, ni elige temas para hacerse la freakie.

Porque encima, escribe sobre cuestiones de alto calado y de gran actualidad y lo hace despojada de la solemnidad, de la consciencia de ocupar un púlpito, que pudiera esperarse, por ejemplo, de Zizek. Muchas veces escribe desde la experiencia propia y muchas desde el colosal bagaje de sus lecturas, o de información variada y contrastada, y no veo indicio alguno de estar impostando en momento alguno sobre ese abrumador caudal. Diréis que en estos tiempos todo es posible, pero no veo a Tolentino como un hype sino como una fresca y esperanzadora realidad, y regreso a ese "casi" para confirmar que pueda parecer demasiado perfecta para ser real, y que ello pueda generar ciertas suspicacias o reticencias. Olvidaos de eso, hacedme (haceros) el favor.

Falso espejo recorre desde experiencias propias con drogas sintéticas (sin que ello suene a proselitismo) hasta extensos ensayos con aluvión de referencias (curioso, a diferencia de DFW no hay uso ni abuso de nota al pie, sí una excitante bibliografía al final del tomo a la que habrá que hacer mucho caso) sobre el tratamiento de la literatura a las llamadas heroínas y cómo se ha reflejado en los personajes literarios la necesaria evolución del feminismo. Habla de redes sociales, del progresivo crecimiento del endeudamiento de la generación universitaria estadounidense (jóvenes que deben años de salarios por sus estudios antes de haber obtenido un contrato laboral), del progreso de la industria relacionada con las bodas, habla del papel de la mujer en la sociedad actual, y todo tema del que escribe atrapa, todo ensayo (o reportaje o crónica) acaba tomando un ritmo narrativo casi novelesco, como si Tolentino diseñara esos textos con una tensión, con una necesidad de desenlace. 

Tolentino escribe con una firmeza y una convicción que nunca alcanzan la arrogancia. No me importaría, aclaro, que así fuera, dados los resultados. Traza un claro perfil feminista no porque la lógica evolución de la sociedad así lo establezca: es más líder que seguidora, como cuando en uno de sus artículos ha de denunciar la omertá vigente, con la complicidad de medios y cierto poder en la sombra, en la Universidad de Virginia, en que estudió, en lo concerniente a agresiones sexuales efectuadas en hermandades masculinas. Su tesón en estas cuestiones no es que sea encomiable, sino más bien necesario, casi obligatorio, aunque haya que comprender que sus referencias cercanas sean las cercanas, las del universo USA en lo político, en lo social, en lo cultural. Y voy a resistirme a la tentación de comentar esos textos en función de un par de sentencias que los resuman. Nada de eso. Son textos (pienso hacerme con el libro ya que el ejemplar leído es de la biblioteca) que reclaman relecturas, consultas posteriores, cotejo de referencias, nada de quedarse en el estante, más bien conservarlo una temporada en la mesita (si el Tsundoku lo permite, claro). 

Así que, con las precauciones propias de los tiempos que corren, porque siempre puedo uno acabar desperdiciando talento firmando un contrato de muchos ceros como asesor cultural y quemando  horas en un despacho en vez de regalar textos casi siempre gloriosos, dinámicos, modernos, subjetivos (tiene una experiencia, tiene una opinión, ¿qué esperáis?) brillantes y rebosantes de agudeza, de humor, un espléndido libro de una autora a la que habrá que tener en cuenta, no sea que hablemos un día de la voz de una generación y alguien por aquí se piense que hablamos de un reality show.

Luego no digáis que no avisé.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Mónica G. Prieto y Maruja Torres: Contarlo para no olvidar

Idioma original: Español
Año de publicación: 2017
Valoración: Interesante

Cada vez me interesa más reflexionar sobre el modo en el que las lecturas «nos llegan», acaban en nuestras manos y nos hallan con buena predisposición lectora. Pero no suele ser habitual (al menos para mí) el modo en el que Contarlo para no olvidar acabó en mi pila de libros: un día en una reunión de amigos, Marta simplemente me lo prestó por iniciativa propia. En aquel momento no le di a aquel gesto la importancia que tenía y no ha sido hasta que he leído el libro (ha pasado mucho tiempo y ella ha tenido mucha paciencia) que me he percatado de lo afortunada que soy, porque que alguien piense en ti cuando lee un buen libro es todo un cumplido. 

También se sienten afortunadas Mónica G. Prieto y Maruja Torres a lo largo de las cinco conversaciones que mantienen en el libro. Se percibe con claridad un sincero respeto y admiración mutua muy alejadas del baboseo que suelen proferirse públicamente muchos colegas del gremio periodístico-audiovisual.

Resumen resumido: ambas periodistas hacen un particular recorrido a través de las cinco W: Who (donde cada una presenta a la otra y se configuran ambos perfiles para el lector), What (la escritura y la voz propia y el contrato que se establece con el lector), When (la evolución del oficio, el camino hasta la banalidad imperante hoy), Where (Beirut, ciudad fetiche para ambas, fascinación y desencanto a partes iguales), Why (el feminismo -Oh, sí-, ser mujer en una redacción y en el mundo). 

La estructura de las cinco W no es azarosa si no que es un denominador común de la colección Voces, de la que Contarlo para no olvidar es el segundo número. Dicha colección ofrece diálogos intergeneracionales sobre temas de nuestro tiempo y edita un solo libro al año. Toda una rara avis como el proyecto de la revista 5W del que forma parte, tras la que hay un colectivo periodístico independiente especializado en crónicas inéditas, en poner el foco donde otros lo apartan.

La fórmula de crónica-conversada funciona muy bien y me ha recordado a algunos libros de entrevistas a escritores en los que el lector acaba entrando en el micro-mundo que se genera entre los dos que hablan, casi como un tercero que está allí con ellos en calidad de oyente. La voz de Maruja Torres destaca por su personalidad, su locuacidad, mientras que Mónica Prieto aporta sagacidad y rigor al hilo conductor de la conversación. Pero en general el texto transpira tanta lucidez que hace pupa:
«M.T.: De repente, a un tipo de estos lo hicieron jefe de Cultura de El País y salió diciendo que de Plácido Domingo para abajo no se hablaba nada de ópera, porque la gente no sabe quién es. Pero estos individuos, en el fondo, tenían razón. A ver si me entiendes, no iban desencaminados. ¡Intuían que iba a venir Trump! ¡Ellos fueron pioneros! Y comprendieron que lo que hay que hacer es cargar a la masa de razones para que se sienta bien siendo analfabeta.»

El recorrido por todas las W mezcla lo personal con la mirada sagaz sobre cuestiones de gran calado a nivel mundial como, por ejemplo, la evolución del estado islámico. Ambas periodistas han vivido sus experiencias en zonas de conflicto en primera persona y no como meras observadoras externas, y eso ha dejado huellas imborrables tanto en su memoria como en su mapa emocional. Me ha gustado especialmente conocer su visión sobre la profesión, en varios momentos Maruja Torres habla del periodista de raza; no sé si la expresión me convence pero, en todo caso, llevamos tanto tiempo pensando que las mierdas que vemos y leemos por todas partes (tono inapropiado, lenguaje coloquial gratuito, línea editorial sesgada...) son periodismo que reconforta saber que NO, que todavía quedan profesionales que saben cuál es su trabajo (ser los ojos del lector) y que ello conlleva una gran responsabilidad.

La última W no es ni mucho menos la más extensa pero sí es la más mordaz. En ella, ambas periodistas que han vivido largas temporadas en zonas de conflicto de países donde las mujeres viven en declarada sumisión, afirman que los peores episodios machistas a los que se han enfrentado han sido en sus propias redacciones:

«M.P.: Tras la invasión de Irak en 2003, Javier Espinosa venía de Kuwait, Alfonso Rojo de Kurdistán y yo de Bagdad. Alfonso y yo regresamos al mismo tiempo a la redacción de El Mundo. Habían matado al compañero Julio Anguita (empotrado con los norteamericanos). El comentario de un director adjunto fue: "Alfonso, qué pedazo de trabajo, enhorabuena, siempre tan valiente". Cuando se giró hacia mí, me dijo: "Hombre, Mónica, qué morena estás, parece que has estado de vacaciones". Y yo pensé con ironía: "Será el calor de las bombas...". ¿Cómo que qué morena estás? ¿Tres meses en Bagdad, peleando con el régimen, cubriendo toda la invasión y la caída de Sadam! Regresé a Irak muchas veces, en los peores momentos de la invasión y de la guerra civil: solo Javier y yo volvíamos a ese Irak a donde nadie quería ir por los secuestros. Siempre recibía ese tipo de comentarios por parte de algunos individuos de la redacción.»

No es el único aspecto que destacan al respecto pero, seguramente, sí el más sorprendente. 

En cualquier caso, toda la conversación es una maravilla tanto por lo que se dice como por las reflexiones que implica. También me ha parecido muy interesante el símil que ambas hacen entre periodismo e historia. Jamás lo había visto de ese modo. La lectura de este pequeño libro (apenas 140 páginas) me ha devuelto la confianza en el (buen) periodismo y me ha acercado a sus mimbres. Por todo eso, interesante, y me declaro fan desde ya de esta colección Voces y de la iniciativa 5W.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Aharon Appelfeld: Badenheim 1939

Idioma original: hebreo

Título original: Badenheim 1939

Año de publicación: 1978

Valoración: Recomendable

 

 

Conocer las circunstancias que marcaron la niñez de este escritor (1932-2018) solo puede despertar curiosidad por conocer su obra. Para situarle en su contexto, diré que padeció la represión nazi como la mayoría de judíos europeos de su época. Pero su caso es diferente: aunque el lento desarrollo de los acontecimientos, su gusto por las descripciones y por la narración indirecta (lo que cuenta parece irrelevante pues lo que importa de verdad es todo lo que calla) nos recuerden a otros colegas suyos como Zweig y Joseph Roth, en realidad pertenece a la generación siguiente, la del otro Roth, el estadounidense con quien llegó a trabar amistad y cuya entrevista de 1988 encabeza la edición que he leído.

El niño Aharon, de familia acomodada, se vio con solo ocho años  despojado de todo. Tras el asesinato de su madre, escapó del campo de concentración y tuvo que sobrevivir gracias (o a pesar de) la voluntad de los adultos que iba conociendo. Finalmente, pudo llegar a Israel y reencontrarse con su padre. Es allí donde aprendió hebreo, cursó estudios universitarios y desarrolló en ese idioma una extensa carrera literaria.

Appelfeld no suele interesarse explícitamente por la maldad o la desgracia, más bien retrata el negativo de estas realidades y es el lector quien debe completar el resto. La infancia, la bondad, la ingenuidad, el hábito de evadirse, en definitiva, la vida confortable, al margen de una realidad más o menos dramática, suelen constituir el marco en el que sitúa sus argumentos. Hay mucho que escarbar bajo esa superficie brillante y distinguida, detrás de la monótona (pero opulenta) cotidianeidad que aparece en Badenheim 1939. Porque, no nos engañemos, la fecha del título ya nos da una pista, nada está puesto ahí al azar, todo tiene su razón de ser y el lugar exacto donde encaja perfectamente.

A cargo del Roth más contemporáneo, y como antesala a una concienzuda entrevista, se ofrece el relato a grandes rasgos de su vida, los caracteres de su escritura, la impronta kafkiana de esta etc. El mismo entrevistador parece impactado –como lo estaremos nosotros más adelante– por la serenidad del relato, una impasibilidad aparente que, como decía antes, apenas muestra más que la cara amable de personas, lugares y hechos, y que el propio Roht describe así: “Tan única como el tema es la voz que se origina en una conciencia herida, concertada en algún punto con la amnesia y con la memoria, que sitúa el relato a mitad de camino entre la parábola y la historia.” Y hace notar al entrevistado que los datos para comprender la situación no están en la mente de los personajes, ni siquiera el escritor los suministra con el detalle necesario, ha de ser el lector mediante sus conocimientos históricos quienes desvelen el trasfondo de lo que ocurre. Y es que Appelfeld, perplejo después de tantos años por la facilidad con que se produjeron hechos tan terribles, por esa tolerancia rayana en la complicidad con que las víctimas se dirigían alegremente a su destino, opta por resaltar esa actitud. Recordemos que él aún no tenía edad para entender lo que estaba ocurriendo, menos aún para tomar decisiones, de ahí esa postura radicalmente distinta a la de autores de más edad.

Tras esta ilustrativa preparación nos enfrentamos, por fin, a la novela. Ya no puede sorprendernos ese pueblo de veraneantes, tan pacífico y soñoliento, tan consciente de su condición privilegiada, donde la mayor preocupación consiste en saborear la excelente repostería local, descansar plácidamente, disfrutar de los conciertos programados y estar al tanto de los últimos chismorreos para no aburrirse más de la cuenta. El novelista describe minuciosamente la belleza del paisaje a medida que se suceden las estaciones del año. Los personajes viven en la indolencia la mayor parte del tiempo, si no fuera por los datos suministrados en el prólogo, la irrupción en escena de un Departamento de Sanidad, que se infiltra en zonas privadas y públicas, solicita información y obliga a los residentes a inscribirse, la nueva situación nos habría pasado desapercibida. A partir de ahí, las condiciones se van volviendo más penosas, pero muy poco a poco y sin que los personajes le den  excesiva importancia, solo el lector se alarma con la metáfora de los peces. Las comunicaciones parece estar cortadas, pero lo atribuyen a algún problema subsanable, hay rumores de un traslado a Polonia que todos reciben de buen grado, piensan que, si la vida en Badenheim empieza a complicarse, nada mejor que trasladarse a un lugar donde, presumiblemente, se les recibirá con los brazos abiertos. Encontramos aquí la candidez que Appelfeld mencionaba en la entrevista.

Es cierto que la atmósfera de esta novela corta resulta algo irreal, que el relato mantiene un aparente estatismo ya que lo relevante permanece semioculto, pero bajo su aspecto de irrealidad la novela está hablando de nosotros, de los humanos de hoy, de ayer y de siempre. ¿O acaso piensan que hoy mismo no seríamos capaces de una frivolidad escalofriante en momentos de verdadero peligro para la especie humana, que solo los que –según cuenta el novelista– habitaban Badenheim en esa época vivían procurando no leer la prensa y preocupándose únicamente por que el agua alcanzase la temperatura adecuada, los pasteles se sirviesen a su hora o en vigilar el estado de ánimo de los músicos cuando estaba a punto de producirse un Holocausto? Imposible que eso suceda en nuestra época, ¿no es verdad? Y, volviendo a los personajes, ¿caerán en la cuenta alguna vez de la amenaza que se cierne sobre ellos? Eso me lo reservo. Lean.

jueves, 26 de noviembre de 2020

Sara Mesa: Un amor

Idioma: español

Año de publicación: 2020

Valoración: se deja leer 

A la tercera va la vencida. Aunque también se dice que no hay dos sin tres... ¿A qué viene este despliegue refranero de buena mañana? (ya se sabe que niño refranero, niño puñet... vale, ya lo dejo). Pues a que esta es la tercera de Sara Mesa que leo y las dos anteriores me habían parecido... bueno, vamos a dejarlo en un "regulinchi". Ni frío ni calor. Ni chicha ni limoná... Por si a alguien le interesa (y si no, da igual, porque lo voy a contar también), las dos novelas suyas que había leído son las muy alabadas Cicatriz y Cara de pan -alabadas en este blog, sin ir más lejos-; con el ánimo de superar la impresión, ya digo que no muy favorable que me habían dejado, acometí pues este último libro de esta también en general muy apreciada autora... adelanto que no ha sido la mejor idea que he tenido.

Resumen muy resumido: Natalia, Nat, es una aún joven traductora que, para llevar a cabo su primer encargo literario, alquila una casita en un pueblucho allá donde Cristo tiró el palustre, en una zona que parece poco agraciada de la España-bastante-vaciada, que diría alguno... En ese paraje más bien desangelado, sometida a las incomodidades del entorno campestre, Nat, además de con el resto de sus escasos vecinos, entra en relación, sobre todo, con tres hombres que, de alguna manera, ponen en cuestión sus posición como mujer sola, independiente y, supongo que en gran medida por lo anterior, deseable: su casero, un tipo burdamente machista y zafio; Píter, un vecino más o menos bohemio y simpático, pero también un tanto guayotas y "manexplaineador", y otro lugareño conocido como el Alemán, que resulta, en principio, más anodino e indiferente, casi "aspergeniano", por así decirlo, aunque pronto veremos que no tanto... El cuarto personaje masculino que, de alguna forma, ejerce influencia sobre ella es el perro que le proporciona el casero, un astroso chucho que Nat bautiza, significativamente, como Sieso.

Quisiera equivocarme y pensar que Sara Mesa es una escritora demasiado sutil como para haber pergeñado aquí nada más que una parábola sobre la dificultad de la mujer contemporánea occidental para desenvolverse con total libertad en un mundo que, pese a los disimulos, sigue dominado por los hombres; quisiera que el trasfondo de esta historia fuese menos obvio, pero la verdad es que tal es la impresión que da.  Cierto que también se incide en el alienamiento y la desubicación que siente la protagonista en un entorno que le es ajeno y que le obliga a establecer una relación forzada pero ambigua con sus vecinos -un ambiente de áspera extrañeza que, en el mejor de los casos y salvando muchísimas distancias, recuerda un poco el de algunas novelas de Bolaño-; esta problemática relación entre el individuo que trata de vivir con mayor libertad y el grupo o entorno social en el que está inmerso es otro de los temas que subyacen en el libro y, al menos por lo que he leído en alguna entrevista suya, en lo que pone más énfasis su autora, aunque yo considero que en la novela este aspecto está menos desarrollado que el comentado antes. También es cierto que ésta,  como las otras novelas de Mesa que he leído, está protagonizada por una mujer -en el caso de Cara de Pan, una niña o como mucho púber- que tiene comportamientos o toma decisiones poco convencionales, inconvenientes o que incluso la pueden poner en peligro. Ahora bien, la impresión que deja la lectura de Un amor -ya desde el comienzo- es que la protagonista, Nat, viene ya un poco o un mucho "tocada" de casa y lo que le ocurre en ese poblacho ficticio es más una consecuencia que una causa de su desazón. Otra conclusión que se va sacando según avanza la novela es que a ver si la tal Nat se deja de una vez de sinsorgadas y no sigue torturándose y torturando al lector (al menos a éste) con ellas; por mucha empatía que pueda suscitar el personaje, la exasperación que produce, ella y la novela en general, la supera. La atonía, incluso en los momentos de mayor enajenación de la protagonista, es la sensación general; ni siquiera el par de giros argumentales (iba a poner plot twists, pero no sé si aún queda moderno) que deberían darle vidilla a la historia están bien aprovechados, en mi opinión...

El caso es que, aunque pueda parecer lo contrario (y sin conocerla personalmente, claro), Sara Mesa es una escritora que me cae bastante bien; en sus entrevistas que he visto o leído me ha parecido que tenía una actitud hacia la literatura incisiva y nada afectada, muy alejada de la pose de escritora-que-tiene-algo-muy-interesante-incluso-trascendental-que-decirnos (ojo, que he puesto escritora, pero también me refiero a los escritores varones). Además, es indudable que talento para la prosa no le falta: cualquiera de sus párrafos, sueltos, muestran bastante calidad literaria; pero, sobre todo, su novelas, me hayan gustado más o menos, denotan un interés por hacer ficción, por contar historias ajenas a sí misma, nada de eso-tan-interesante-incluso-fascinante-que-tengo-que-contaros-es-mi-propia-vida-chavales... Aunque claro, tanta insistencia en un tipo de protagonista desubicada, empeñada en cometer errores o en hacer un ejercicio de libertad aunque bastante desnortado, a partir de los errores que comete no puede ser casualidad; quizá si algún día a Sara Mesa le da por la autoficción (recemos porque no sea así) conozcamos la causa... o no. En todo caso, mi conclusión, aun lamentándola, es que no hay dos sin tres. De lo que estoy bastante seguro es de que, al menos por lo que a mí respecta, no habrá cuatro.

Otros libros de esta autora reseñados en Un Libro Al Día:  Cuatro por cuatro, Cicatriz, Cara de Pan, Un incendio invisible, Mala letra

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Yukio Mishima: Nieve de primavera

Idioma original: Japonés
Título original: Haru No Yuki
Año de publicación: 1969
Traducción: Domingo Manfredi
Valoración: Imprescindible

Se cumplen hoy 50 años de la muerte / suicidio / performance (quien no conozca la historia deberá buscar en la red para alucinar un rato) de Kimitake Hiraoka, más conocido por Yukio Mishima, y en ULAD lo celebramos reseñando la primera parte de "El mar de la fertilidad", tetralogía considerada de forma más o menos unánime como el testamento ideológico y literario del autor.

"Nieve de primavera" es, por tanto, la primera de las cuatro novelas de un ciclo vertebrado por el personaje de Shigekuni Honda. Digo vertebrado porque esta vez Honda es un personaje importante pero secundario, un testigo de excepción (y también contrapunto) de la historia protagonizada por Kiyoaki Matsugae y Satoko Ayakura, quienes vendrían a ser una suerte de Romeo y Julieta del Japón de principios de la era Taisho (1912-1926).

Vuelvo al comienzo de la reseña y me centro en eso de "testamento ideológico y literario del autor". Por una vez, y sin que sirva de precedente, en ULAD vamos a mostrarnos de acuerdo con la crítica sesuda cuando afirma tal cosa sobre "El mar de la fertilidad". Y es que en esta primera parte (y en el resto, pero de eso ya hablaremos otro día) se concentran las fijaciones y obsesiones que recorren toda la obra del autor.

En el plano ideológico, aparece la eterna dicotomía entre el viejo y el nuevo Japón, ese que comienza su occidentalización con la Restauración Meiji. Este enfrentamiento obsesionó a Mishima de forma tan profunda que le llevó a montar el "show" que acabó con su muerte.  En la novela, el reflejo de ese enfrentamiento son las dos familias que la protagonizan - los Ayakura, viejos nobles venidos a menos, y los Matsugae, "nuevos" nobles occidentalizados y elevados en el escalafón social en los últimos tiempos - y fruto del mismo es la sensación de ajeneidad, extrañamiento o distanciamiento de los jóvenes Kiyoaki y Satoko. Por otra parte, se observa la permanente fijación de Mishima por la belleza física, omnipresente a lo largo de su obra.

En el aspecto literario, "Nieve de primavera" es la sublimación de la obra anterior de Mishima, que puede resumirse en la mezcla de lo "culto" y lo "popular". Porque bajo la forma de un folletín de tomo y lomo, que emparenta la literatura de Mishima con lo popular, se esconde una literatura donde la penetración psicológica, la atención al detalle, la belleza, la delicadeza y la brutal construcción de imágenes es fundamental. Esto último confiere al texto un aura especial y permite que pasemos por alto ciertas vueltas de tuerca de la trama.

Más allá de estos aspectos generales, debemos distinguir dos partes bien diferenciadas en la novela, marcadas por la evolución del personaje de Kiyoaki. La primera de ellas, la que corresponde a la "presentación" de personajes y situaciones es lenta y detallada, mientras que la segunda, ligada al cambio observado en la personalidad de Kiyoaki, es bastante más ágil. Ojo, ni mejor ni peor, solo diferente.

Por último, merece la pena destacar, además de la complejidad del personaje de Kiyoaki, la importancia de los personajes secundarios, ya sea como modelos de comportamiento, observadores o como desencadenantes de los hechos. Ninguno de los personajes sobra, todos aportan y esa aportación es clave para dotar de empaque a una novela absolutamente maravillosa y recomendable. Una de mis favoritas, por si no ha quedado claro.

Un porrón de libros de Yukio Mishima: El templo del AlbaEl pabellón de oroEl rumor del oleajeLos años verdesDespués del banqueteEl sol y el acero , El marino que perdió la gracia del marSed de amor

martes, 24 de noviembre de 2020

Kenneth Cook: Pánico al amanecer

Idioma original: Inglés
Título original: Wake in Fright
Traducción: Pedro Donoso
Año de publicación: 1961
Valoración: Recomendable

Pánico al amanecer es una novela breve de Kenneth Cook. De apenas doscientas páginas, concilia el entretenimiento con el fondo reflexivo y la factura artística. Narra una historia de autodestrucción y la atraviesan la alienación, la miseria, la crueldad y, sobre todo, la tristeza humana. Está plagada de ninfómanas, ludópatas y alcohólicos. Su premisa es la siguiente: John Grant se encuentra, de la noche a la mañana, sin dinero ni conocidos en medio de una tierra inhóspita.

Transcurre en el Oeste de Australia. Y dejad que os diga que Cook nos desplaza hasta ese escenario con pasmosa facilidad. Sentimos en nuestra propia piel el calor del sol, la soledad de la llanura, la pobreza moral y económica de sus pueblos y ciudades, el envilecimiento de sus habitantes. Olemos un disuasivo aroma a patatas fritas grasientas, participamos de brutales cacerías de canguros o montamos en trenes cuyo recorrido se prolonga durante horas. 

La prosa del autor, exenta de artificios, es muy inteligente en su manejo de varios recursos literarios. Naturalista y psicológica por lo general, consigue transmitir, en los pasajes pertinentes, un sesgo subjetivo o emociones abstractas; asimismo, imprime un adictivo suspense o una enriquecedora ambigüedad a la acción si se tercia.  

El desarrollo que experimenta el protagonista de esta ficción me ha parecido sumamente interesante. En un inicio nos es presentado como alguien racional, pero pronto presenciamos con impotencia que su falta de carácter y la ebriedad le llevan a la ruina. Y durante gran parte del relato parece que el bueno de Grant será incapaz de remontar, pero al final atisbamos un brillo de esperanza en el horizonte. Prefiero el fatalismo absoluto al desenlace agridulce con visos de mejora, pero en este caso agradezco que Cook le haya dado un cierre vagamente positivo a su héroe. Es un cierre redondo, dada su linealidad y coherencia. Es un cierre conmovedor, con una poderosa carga de redención y madurez.    

Hay quien afirma que la conclusión de esta novela es previsible. Admito que Cook recurre a ciertos personajes (Janette Hynes, Jock Crawford...) de un modo un tanto obvio, y que resuelve el conflicto de Grant de una manera, como ya he adelantado, algo lineal. Sin embargo, insisto en que el cierre del texto me ha parecido espléndido en su sencillez. 

Por supuesto, si Pánico al amanecer me ha gustado tanto es debido a los temas y mensajes que maneja, su prosa, su tono, su exótica ambientación, su argumento y los personajes a los que retrata. Puede que no estemos frente a literatura de alto voltaje, pero sí ante una digna muestra de que el entretenimiento no tiene por qué estar reñido con la calidad. 

Existe, por cierto, una adaptación cinematográfica de Pánico al amanecer, estrenada una década después de la publicación del libro. Elevada en la actualidad a la categoría de obra de culto, reproduce fielmente al material original. Para mi gusto no aporta demasiado, aunque es una buena traducción del trabajo de Cook al lenguaje audiovisual.

lunes, 23 de noviembre de 2020

B.S. Johnson: Los desafortunados

Idioma original: inglés
Título original: The Unfortunates
Año de publicación: 1969
Valoración: entre recomendable y muy recomendable
Traducción: Marcelo Cohen


A los que leemos bastante (menos de lo que nos gustaría, pero sí bastante), nos es más difícil encontrarnos con sorpresas literarias. Y no me refiero únicamente a la temática o incluso al estilo, sino al propio formato, al libro como objeto. En este aspecto, «Los desafortunados» es claramente transgresor, disruptivo, pues modifica de lleno la concepción que a menudo se tiene de una obra literaria. Y eso es algo siempre positivo, pues hace que nos cuestionemos, no únicamente los límites del arte, sino también nuestro propio marco mental.

Cabe decir que lo primero que sorprende del libro es el formato. Presentado en una caja, una vez la abrimos nos encontramos con veintisiete pliegos, que corresponden a los diferentes capítulos que componen el libro, sin encuadernar y sin numerar (a excepción del primero y del último). Así, nos damos cuenta ya de entrada que aquello que esperamos de un libro (número de páginas, orden cronológico o, al menos, orden de lectura, composición) se desvanece. Aquí estamos ante algo diferente; un ejercicio literario que va más allá de la propia historia, que nos interpela desde el cuestionamiento, desde nuestra preconcepción artística, nuestros apriorismos estructurales.

El autor nos ayuda en parte a solventar esta confusión inicial, pues nos indica cuál es el primer capítulo y cuál es el último, para ponernos en situación de la historia relatada. De esta manera, tal y como avanza el prólogo del libro, el relato empieza narrando la llegada del protagonista a una pequeña ciudad inglesa cuando, de pronto, se percata que ya había estado aquí antes, hace algún tiempo y en otras circunstancias, a visitar a la familia formada por su amigo Tony y June y su hijo. A partir de aquí, el libro nos cuenta la relación del protagonista con su amigo, su pareja, y una larga enfermedad que les afectó profundamente. Así, enfocando claramente el relato hacia su amigo Tony, nos habla de él y de su cáncer, utilizando un tono triste, de despedida, de recuerdos que como la vida de su amigo se van apagando, narrando su deterioro físico y vital; nos habla de su tesis, de su matrimonio y de su hijo, de los lugares donde vivieron, también de Wendy, ex pareja del protagonista, de su matrimonio y separación. Nos habla, en definitiva, de la amistad, del paso del tiempo, de las decisiones tomadas y, especialmente, de los propios recuerdos.

Y, de la misma manera que los recuerdos vienen y van, lo hacen sin orden, sin estructura, en una aleatoria disposición ante la cual solo somos los receptores finales; es en este aspecto donde el libro encaja con lo pretendido, donde se plasma literariamente una realidad de aleatoria composición y alterabilidad en nuestra mente. El autor es consciente de la volatilidad de la memoria al afirmar, hablando de la ciudad y su amigo, que «en esta ciudad los recuerdos no son tanto de ella, sólo de ella en relación con él. Así su muerte cambia el pasado: y, sin embargo, no debería» o también al cuestionar sus recuerdos al decir dudar de si «¿no estaré imponiendo todo esto porque sé lo que pasó después?». 

Estilísticamente, el autor tiene un tono triste, casi trágico, nostálgico y decadente, como decadente parecen ser la ciudad que describe, sus calles y sus gentes, un tono que causa durante que durante la lectura todo se presuma gris y triste. El libro está plagado de reflexiones, hasta cierto punto obsesivas, de hartazgo, de agotamiento vital.

El relato que ha escrito Johnson, al contrario de lo que puede creerse en un inicio, no confunde ni desorienta al lector, pues los episodios narrados se hilvanan de forma natural en la mente del lector que va recomponiendo el paisaje que se ha ido transmitiendo en piezas parcialmente completas de fácil encaje global. Así, el texto, está desordenado en su impresión, en el orden de lectura, pero no en su conjunto, no en el resultado final. De manera igual a como el que mira un cuadro, las primeras impresiones se obtienen en los primeros detalles que uno observa, pero, a la postre, uno termina viendo el cuadro entero y su inicio y final es lo de menos, pues la sensación la causa el conjunto. Al romper el esquema temporal habitual, sin una línea trazada que defina donde empieza la historia y donde acaba, el relato se convierte en una visión circular con el foco en un mismo punto central: una ciudad, unos personajes y un momento. Con esta estructura la historia narrada se acerca más a la historia de una vida basada en los recuerdos que en los hechos que propician tal reconstrucción, pues se reconstruye a través de los recuerdos, no de fechas, y no siempre son estos inalterables ni precisos. 

Este libro es un claro ejemplo de que, para reconstruir una vida solo necesitamos recuerdos puntuales de ella, en el orden que sea, de la manera que sea, pero es el conjunto de ellos quien, al final, nos permite recordar donde estamos, el porqué, y reconstruir nuestro pasado, a cada ocasión en que pretendemos recordarlo. Por ello, el libro que ha escrito B.S. Johnson es un arriesgado ejercicio reflexivo acerca de la memoria y de cómo ésta se construye dentro de nuestro cerebro. Así, su estructura fragmentada, desordenada y aleatoria, no está exenta de conexión, pues se enlaza y entremezcla a medida que uno penetra en la historia. 

El ejercicio literario que plantea el autor es radicalmente atrevido, pues somete al lector de manera continua a una cuestión que permanece de manera latente muestras perdura la lectura: ¿leemos para llegar a un fin, a un resultado, o leemos simplemente por conocer? A los lectores que necesitan un argumento lineal o incluso un propósito evidente sobre el desarrollo de una historia hasta llegar a un fin, puede que no les convenza el libro, pues destaca más en su planteamiento y enfoque que en la propia historia narrada. Pero si el acercamiento al libro de produce desde la curiosidad, desde el deseo de conocer una historia, pero no desde el principio hacia su desenlace, sino a fragmentos, a recuerdos, a episodios memorísticos con la posible inexactitud inherente a ellos, entonces el libro merece su lectura. Porque cierto es que estamos acostumbrados a leer «hacia adelante» o incluso en clave retrospectiva, pero manteniendo una linealidad. Pero, y el libro abre de manera radical esta posibilidad, ¿por qué una historia no se puede conocer de manera circular? ¿Por qué una relación de amistad como la que narra el libro no puede narrarse y reconstruirse a base de recuerdos? Y, si así es, ¿por qué estos deberían seguir un orden cronológico o incluso lógico (con todas las lógicas que uno pueda concebir)? Recordamos las personas por episodios puntuales, por fracciones de tiempo compartidas con ellos, por situaciones coincidentes, o incluso por opiniones ajenas. Y, si es así, el libro cumple su cometido. Y nos somete a todos a un cuestionamiento evidente de si necesitamos tanto orden en nuestras lecturas cuando nuestros recuerdos son justamente lo contrario.

Afirma el autor, refiriéndose a su amigo, «yo tomaba de él sólo lo que necesitaba, qué suerte tener a alguien que te devolviera las ideas, de quien aprender». Algo aplicable a los amigos, pero también a libros como el que nos ocupa.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Eduard Limónov: El libro de las aguas

Idioma original: ruso

Título original: Книга воды (como se diga)

Traducción: Tania Mikhelson/Alfonso Martínez Galilea

Año de publicación: 2019

Valoración: Se deja leer

 

Por una vez, la cubierta de un libro representa una síntesis casi perfecta de su contenido, como un pequeño jeroglífico: dos condones y una bala son –más o menos en esa proporción- los elementos que definen el contenido de El libro de las aguas y, por extensión, a su autor. Eduard Limónov murió hace solo unos meses, con su estrella de enfant terrible tal vez ya declinando. De él se ha dicho que era una aleación entre Stalin y Johnny Rotten, a la que yo añadiría por ejemplo algo de la fatuidad de algún escritor que no voy a mencionar, y unas gotas de realismo sucio, desde luego en su prosa, no sé hasta qué punto en su propia vida. Se completaría así la semblanza de un escritor, aventurero, activista, megalómano, acelerado, ególatra, un tipo con bastantes aristas.

Limónov fue fundador (y naturalmente, dirigente) de varios partidos políticos en la Rusia post-soviética, el más conocido de los cuales llevaba el paradójico nombre de Partido Nacional Bolchevique, una especie de milicia situada en esa zona oscura donde no se distinguen la extrema izquierda y la extrema derecha. Moviéndose en esos círculos, nuestro autor se apuntó a distintos episodios bélicos donde se defendiese la dignidad del mundo eslavo (la exYugoslavia, o Transnistria) o la integridad de la nación rusa (Cáucaso, Asia Central). Vamos, que disfrutaba el hombre, siempre rodeado de sus fieles, en rudos escenarios donde corriese en abundancia el vino y/o el vodka mientras exhibía su imagen de tipo duro. La bala.

En otras épocas Limónov –que proviene del proletariado raso- da tumbos por Nueva York, París o Roma, siempre engrosando una larga lista de conquistas femeninas, actividad que por lo visto le reporta una satisfacción semejante a las correrías por las diferentes guerras civiles. Satisfacción física, se supone, pero sobre todo alimento para su insaciable ego. Vean: ‘Mis mujeres siempre han desencadenado la histeria, la de todo el mundo y en todas partes. Así han sido las mujeres que he elegido, y así han sido las mujeres que me han elegido a mí.’ Hay bastantes más perlas como esta, pero no voy a cansar con repeticiones. Ahí están los condones.

Y así nos encontramos El libro de las aguas, escrito en su mayor parte en prisión en 2002, y que es una especie de autobiografía. O más bien una enorme exhibición del gran Limónov para admiración de las generaciones presentes y futuras, anhelo de las mujeres y envidia de los hombres. Se diría que este caballero protagonizó su propia película, o vivió como vivió justamente para poder contarlo en sus libros, de parecida forma a como por lo visto Julio César invadió la Galia desechando otras opciones solo para ambientar adecuadamente su conocido y soporífero libro. Así que Eduard defiende abiertamente el género biográfico, que al parecer ha explotado de forma reiterada: 'Mis libros son mi biografía, todos de la serie ‘Vidas ilustres de grandes personajes’, dice el tío.

Es desde luego una biografía peculiar, porque se trata de fragmentos que se ensartan de forma más o menos aleatoria sobre el hilo conductor de las aguas (mares, ríos, fuentes, baños) presentes en los muy diversos escenarios en los que Limónov desarrolla sus aventuras. Ese vínculo –el de las aguas- es tan elegante y sutil que hasta me parece impropio del autor, y es en mi opinión el mayor acierto del libro, el que lo dignifica y hace posible el hermoso título. El libro arranca con un tono que recuerda a otro texto de parecida naturaleza, el de aquel Blaise Cendrars que rescataba imágenes de su vida (y una dosis desconocida de autoficción, tal vez) para transmitir su entusiasmo por disfrutar de los placeres del momento. Ese aire de bon-vivant, de tipo viajado y conocedor de lo bueno, lo refleja también Limónov en las orillas del Adriático o del Sena, con sus milicianos o con su acompañante rusa de turno.

El problema es que, despachadas las primeras ochenta o cien páginas, el repertorio parece irse agotando. Poco a poco va siendo más de lo mismo, algunas peleas, múltiples polvos y broncas de pareja, escaramuzas armadas, choques de personalidad con correligionarios, abundantes borracheras. Y el lector, o sea, servidor, empieza a aburrirse. Puede que a alguien le atraiga esa prosa directa, desinhibida y altiva, y se entiende que, habiendo escrito el libro en una celda, el autor destilase buenas dosis de mala leche y deseos de reivindicarse. No se le puede negar incluso cierta capacidad para describir determinadas atmósferas de distintos lugares, pero si nos detenemos a pensar encontramos cada vez menos novedades. Limónov trabajó como mayordomo en Nueva York, tenía ya un buen número de título publicados, se había enfangado en la complicada política de la Rusia post-soviética… vamos, que no le faltaban cosas que contar. Y sin embargo, se queda en el anecdotario, en el permanente reclamo de soy-un-ruso-de-una-pieza-un-tipo-con-huevos-y-encima-guapo-y-musculoso-que-deja-huella-allá-por-donde-va.

También es cierto que, si nos abstraemos un momento de todo ese exhibicionismo, podemos encontrar a un individuo algo menos salvaje de lo que se suponía, y que en el fondo se enamora de verdad de varias de esas sus mujeres, que a lo mejor tampoco son todas tan despampanantes como a veces dice. El hombre es o quiere ser tan intenso en todo que se lanza a coleccionar emociones y a contarlas todas, sin caer en la cuenta de que esa exhaustividad puede acabar descubriendo debilidades en la imagen granítica que con tanto ahínco pretende mostrar.

Así que lástima, demasiada testosterona, quizá algo de inmadurez, y un talento literario que, al menos en este libro, resulta algo discutible.

P.S. El interesante apéndice que firma la traductora Tania Mikhelson retrata al personaje tal vez mejor que él mismo.

También de Eduard Limónov en ULAD: Soy yo, ÉdichkaHistoria de un servidor

Y su biografía por Emmanuel Carrère: aquí


sábado, 21 de noviembre de 2020

Michael Herr: Despachos de guerra

Idioma original: inglés

Título original: Dispatches

Año de publicación: 1977

Traducción: J.M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez

Valoración: imprescindible

Vietnam es la primera brecha en la cabeza del poderío USA. Igual Corea o el 11-S tienen impactos parecidos, pero Vietnam es un conflicto prolongado y coincidente en el tiempo con una cierta efervescencia creativa y una serie de acontecimientos (el movimiento hippy, el asesinato de Kennedy) que, empujados por el auge de los medios de comunicación de masas y la repercusión que estos eran capaces de obtener como altavoces de la chispeante industria cultural, nos conduce casi irremisiblemente a toneladas de tópicos. Guerras televisadas, equilibrio de bloques, uso subterráneo de las influencias. Todo es en colores pero todo es sucio y susceptible de dudas, si no en su plasmación gráfica sí en su recorrido oculto. 

Despachos de guerra, gracias, Tuli Márquez, por la recomendación indirecta, es una constatación terrible de esa presencia física. Un periodista, Herr, que se sitúa en la primera línea del conflicto, con solo un distintivo y los trastos propios del oficio que lo distingan de los marines a los que acompaña. Y crónicas que publica en Esquire, extensos textos de una densidad sobresaliente y una crudeza tan real que solo las imágenes que, por ejemplo, espléndidas películas, las dos contando con Herr como asesor de contenidos, como Apocalypse Now y La chaqueta metálica, pueden contribuir a completar, casi mejor digamos a complementar, no porque al libro le falte nada, simplemente porque todo lo que representa es tan visual que su plasmación en pantalla resulta una especie de constatación, un punto final de confirmación, aunque sea a través de imágenes, que todo fue real.

Herr convive con los soldados en escenarios dantescos gobernados por el caos, la crueldad, el uso de las sustancias como necesarios elementos de escape de un entorno que, al margen de las dosis necesarias de corrosivo humor negro, necesarias porque todo es terriblemente duro ahí, desde la actitud de un enemigo de otra raza, de otra ideología, de otra cultura, un enemigo, caricaturizado el Vietcong como los dinks, como Charlie que es una mera organización de resistentes (armados, eso sí por el bloque soviético) que no acepta la injerencia, que rechaza con lo que tiene a mano la maquinaria bélica USA, hasta la propia actitud de los soldados, arrancados de sus familias y de su país para ir a defender no saben bien qué, eso sí, envueltos en la bandera de la land of the free sin más explicaciones que las órdenes de alistamiento y la consabida apelación al sentido patriótico. Vietnam fue, claro, una herida en el orgullo yankee y una inagotable fuente de inspiración para el mundo artístico, un mundo siempre escorado hacia la izquierda que no entendía (o lo entendía demasiado) qué hacían ahí todos esos jóvenes pertrechados de armamento frente a gente que conocía el territorio en el que vivían. Herr empieza las crónicas muy enfocado en el hecho bélico, en las contingencias de combate, de escaramuzas de trágicos resultados, de rutina en los enclaves alejados del frente, y las acaba, cercano el regreso a casa, habiendo trazado un recorrido hacia el absurdo. Compañeros de profesión fallecidos o enajenados, crudas descripciones que incluyen hileras de bolsas de cadáveres mutilados o desfigurados, crueldad sin límites ejercida por ambos  bandos, arraigado su antagonismo y actuando este como espoleta de una locura que hoy nos puede parecer plásticamente fascinante, caótica, apabullante en lo visual, pero que las páginas de Herr, magnífico escritor, magnífico descriptor del viaje a la nada que es la guerra, nos permiten matizar, dejándonos en el suelo. Un suelo lleno de cascotes, polvoriento, con un aire fétido mezcla de napalm, muerte  y podredumbre. Tan necesario como abrumador, casi hostigador, en su lectura. Menudo libro.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Stephen King: El Instituto

Idioma original: inglés

Título Original: The Institute

Año de publicación: 2019

Traducción: Carlos Milla Soler

Valoración: recomendable

Para celebrar que el único y verdadero rey del que, al menos yo, me siento súbdito  está de enhorabuena por la derrota de su Leviatán político (no creo que haga falta aclarar a quién me refiero, sobre todo porque, además, King le lanza más de una puya ya desde el comienzo de la novela), vamos hoy con la reseña de su, de momento, última novela... Aclaro lo de "de momento": para el año que viene hay anunciada otra de este prolífico autor, además de que en este 2020 ha aparecido también un libro de relatos.

Pese al título, El Instituto no se desarrolla en una high school donde, por ejemplo, una chica con poderes paranormales es humillada durante el baile de fin de curso y ella se venga de sus compañeros de una forma terrible (¿a quién se le podría ocurrir un argumento así?); no, aunque sí hay alguna conexión: el Instituto de esta novela es una instalación secreta en el norte de Maine -dónde si no-, en la que son recluidos, tras ser secuestrados, niños y adolescentes con ciertos poderes psíquicos, como la telepatía y la telequinesia, y allí son sometidos a diversas pruebas, tratamientos e incluso torturas, con vistas a prepararlos para un objetivo aún más oscuro... Pero un día el secuestrado es Luke Ellis, un chaval de doce años con alguna capacidad telequinésica, pero, sobre todo, muy inteligente. de hecho, se trata de un auténtico niño prodigio, y este hecho marcará la diferencia con todos los que han pasado por el Instituto durante los largos años de su existencia. Al mismo tiempo, en un pueblo perdido de Carolina del Sur un ex-policía de Florida de viaje hacia el Norte llamado Tim Jamieson es contratado como sereno, otro hecho determinante para esta historia; las trayectorias de estos dos protagonistas se cruzarán en algún momento, claro, así como las de otros muchos personajes, buenos y malos, amigos y enemigos, pero para saber cómo, cuándo y por qué habrá que leer la novela, me temo...

Quienes ya conozcan algo -o mejor, mucho-  de universo literario de King encontrarán aquí elementos que ya aparecen en otros de sus libros: personas con poderes paranormales, organizaciones que tratan de utilizarlos en su provecho, grupos de jóvenes amigos que se enfrentan juntos al peligro, héroes por accidente... Por decirlo así, El Instituto se puede considerar como una revisitación o incluso remozamiento de la anterior obra de este escritor (y un poco, también, de Philip K. Dick). La novela, en todo caso, se lee más como un thriller que como una historia de terror, si es que alguien espera sólo eso de cualquier libro del Rey. Huelga decir que éste domina a la perfección el tempo y los recursos narrativos, por lo que es un thriller que además, se bebe con la facilidad de un vaso de agua fresca en verano. Quizás, por poner un pero, esa misma facilidad, la facultad de King para que la narración fluya sin el menor obstáculo, en algún momento impide que el lector se detenga impactado por las tremebundeces de la historia -que alguna que otra hay-, algo que quizás un autor menos ducho habría remarcado con más énfasis. Pero, claro, a estas alturas tampoco le vamos pedir a Stephen King que no nos subyugue desde la primera página hasta la última, porque es lo que mejor sabe hacer.


Tropollón de libros de Stephen King reseñados: aquí

jueves, 19 de noviembre de 2020

Guillermo Roz & Óscar Grillo: El indio cíclope

Idioma original: Español
Año de publicación: 2020
Valoración: Divertidísimo

Yo lo tengo muy claro: la cubierta de "El indio cíclope" es una de las mejores cubiertas que he visto en los últimos tiempos. Y no solo por el colorido o por lo llamativo, sino porque es un perfecto reflejo de lo que encontraremos en el interior. Porque "El indio cíclope" es una novela ilustrada, con texto de Guillermo Roz e ilustraciones de Óscar Grillo, entre lo grotesco, lo delirante y lo divertido.

En cuanto al texto, lo que inicialmente puede parecer una novela negra, con sus gangsters neoyorquinos, sus clubs, sus luchas de poder, etc, se convierte en una novela de "aventuras" llena de humor, gracias a personajes y situaciones a cual más estrambóticas. Así, la acción vuela de Nueva York a Buenos Aires, de Buenos Aires a Ushuaia y de Ushuaia a Nueva York y es protagonizada por, atención, dos capos mafiosos que semejan a Schwarzenegger y Danny de Vito en "Los gemelos golpean dos veces", el hermano gemelo y albino de Carlos Gardel, la sirvienta blancanegra o negrablanca de este, un clarividente indio patagónico dotado de poderes mágicos y la hija "de muy buen ver" de este, un nieto de Darwin con una salud mental de aquella manera, etc.

¿Y cómo se come eso? Pues juntando con mucha imaginación la historia principal y las secundarias, metiendo muchas dosis de humor gamberro, dándole a la narración un ritmo trepidante que hace que pasemos por alto alguna que otra licencia para salvar según qué situaciones y con unas ilustraciones que juegan con un elemento grotesco, feísta y exagerado, especialmente en los dibujos de los personajes. 

En cuanto a las ilustraciones, hay que distinguir entre los personajes y los escenarios. Los personajes son, ya digo, grotescos y desproporcionados, plenos de color, lo que dota al texto de mucha potencia. En cuanto a los escenarios de las peripecias de la troupe de Indio cíclope, hay en ellos algo menos de colorido y más "realismo" que en los personajes. Por momentos, algunas de las ilustraciones de escenarios llegan a recordar al célebre "Díptico de Marilyn" de Andy Warhol. Todo lo anterior me lleva a definir el trabajo de Óscar Grillo como "irreverente pop expresionista" (y que me perdonen los expertos en pintura (bueno, y también los expertos en literatura)).

Para resumir, novela ilustrada tremendamente loca, disparatada y divertida a la que, si he de ponerle algún pero, solo se le puede achacar un final un tanto abrupto. Da igual, el regusto que queda tras la lectura de "El indio cíclope" es más que agradable.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Siri Hustvedt: El verano sin hombres

Idioma original: inglés

Título original: The summer without men

Año de publicación: 2011

Valoración: Prescindible

La vida del sufrido lector, que desea mantenerse informado sobre lo que se cuece en el panorama sin dejar de disfrutar de su afición, es bastante dura –ruego relativicen el término–, ya que en su camino encuentra todo tipo de obstáculos: novedades que se proclaman la gran obra de arte del siglo, simpáticos divertimentos que aburren a las ovejas, modas de todo tipo sin demasiado interés (jóvenes y mujeres que llegan a la palestra por el mero hecho de serlo y acceden al nivel más bajo del inframundo, auto ficción sin más, novelas epatantes que quedan en puro humo…). No digo que la autora que hoy comento pertenezca a uno de estos grupos, es más, confieso que esta es la primera obra que leo de ella y no ignoro que su calidad viene avalada por opiniones en las que confío ciegamente, pero esta novela, ¿cómo les diría? no me ha dejado transitar por sus páginas con ligereza y un mínimo entusiasmo. Al contrario: más bien me ha obligado a reptar trabajosamente por su tambaleante estructura, su fragilidad compositiva, la endeble personalidad de su narradora, la superficialidad de sus planteamientos, su enojosa sucesión de tópicos y la inexistencia de un núcleo argumental o, más bien, el flagrante hurto del auténtico argumento –que hubiera supuesto una mayor implicación ideológica y un esfuerzo mucho mayor– para sustituirlo por la baraja de cartas marcadas que a continuación detallaré. No obstante, debo admitir que esta literatura tiene su público fiel, un público que también merece atención y que disfrutaría mucho más que yo de su lectura, lo que ya dudo es si esos lectores potenciales llegarán alguna vez a Hustvedt. Mi opinión –algo provisional todavía– es que existe una desconexión entre el sector que admira a esta autora y el que disfrutaría de esta novela en concreto.

Ese argumento, al que se alude continuamente y que se desintegra una y otra vez, resulta tan manido –aunque no exento de interés –como la descomposición de un matrimonio que se ha mantenido por décadas. La narradora funciona como alter-ego de la novelista por edad, profesión y talante, aunque se hayan cambiado los nombres y la profesión del marido, el auténtico, ese que todos tenemos en mente, sea muy distinta. Los auténticos centros de interés: la reacción de la protagonista ante la hecatombe personal y familiar, su análisis de la situación presente y pasada, sus proyectos de futuro, la postura de quienes la rodean etc. quedan diluidos por fuegos de artificio, que tienen la virtud de distraernos –y sobre todo de rellenar el espacio que queda hasta el final del libro– pero que en el fondo no engañan a nadie. Si, además, les digo que su esa primera reacción ante el abandono consistió en locura transitoria y el consiguiente internamiento en una institución, convendrán conmigo en que la experiencia, tanto en su vertiente meramente introspectiva como social (relación con profesionales y compañeros, adaptación al internamiento etc.) se podía haber convertido en una auténtica joya literaria o al menos en un testimonio interesante. Y digo se podría porque el hecho de mencionarla una y otra vez, sin aportar información alguna, no añade ningún dato de interés y deja al relato sin uno de sus activos más relevantes.

Concretando, el tal Boris deja a Mia por una compañera de trabajo –joven y francesa- (tomen nota del tópico porque será uno más de otros muchos) y ella, una vez repuesta de su trastorno psiquiátrico, decide cambiar de aires y se traslada a la localidad donde vive su madre. Por otra parte, y para mantenerse activa, encuentra un grupo de chicas interesadas en recibir un curso de poesía a cargo de una autora de prestigio. Para completar el panorama, Mia tiene vecinos: su jardín linda con el de una familia no exenta de problemas. ¿Qué ocurre? Pues que el libro ya está escrito. Familia disfuncional con maltrato incluido –en el que tampoco se indaga demasiado -, adolescentes envidiosas que practican bulling a su compañera recién llegada, grupo de ancianas con sus achaques, rarezas y ocasionales defunciones. Cada uno de los tres grupos acumula tópicos a tutiplén, esos de los que hablaba antes. ¿Alguien da más? ¿Cuánto puede tardar una escritora experimentada en escribir algo así, quince días, dos o tres meses? A no ser que la excelencia de Hustvedt no sea tanta como afirman las buenas lenguas. Algún autor español, reconocidísimo y con un talento excepcional presume en cuanto tiene ocasión de haber escrito en quince días alguna de sus novelas más exitosas. Total, ¿para qué molestarte si vas a esforzarte la centésima parte y obtendrás cien veces más beneficio?

Y ya para rematar, hablaré del personaje principal, o más bien de la narradora, ya que ella se esconde detrás de toda esa serie de entes paradigmáticos, a los que les falta todo para llegar a arquetipos, seres sin entidad propia que forman parte de grupos de edad o de grupos familiares y que actúan según el papel asignado (la octogenaria secretamente rebelde, la víctima de maltrato juvenil, la líder del grupo, el marido psicópata, la bebé indómita, la que contrae Alzheirmer etc.) toda una galería de caracteres –mujeres en su mayor parte– a cual más tópico, tal como anuncié, que nos va presentando esa protagonista semioculta. Y digo semi porque, inevitablemente, algo conocemos de ella, todo bastante aburrido y antipático, por cierto. Aspectos poco recomendables en ficción, más aún si se trata de quién parece –al menos lo parece– el reflejo especular de quien escribe. Un personaje el de Mia, en principio contradictorio, o más bien incoherente –rasgo que no se puede permitir un novelista–, pues presenta una trayectoria personal y profesional poco compatible con la mujer sumisa, alienada, sin iniciativa y arrastrada como una hoja por los caprichosos vaivenes sentimentales de su ex compañero de vida. Aunque, ciertamente, si algo debo salvar del argumento es precisamente esta ceguera: Mia sigue enamorada, está dispuesta a perdonar a pesar de todo etc. pero es perfectamente consciente de que su vecina se equivoca, que debería salir huyendo de ese monstruo. Esta clarividencia en relación con las circunstancias ajenas mientras corremos un tupido velo ante las nuestras es algo tan común que no puedo por menos que aplaudirlo. Quédense con eso y no se cierren a la posibilidad de leer Un verano sin hombres. Puede que les guste mucho más que a mí.

 Más de Siri Hustvedt: Recuerdos del futuro, La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, El hechizo de Lily DhalLa mujer temblorosa o la historia de mis nerviosLos espejismos de la certezaMadres, padres y demás

martes, 17 de noviembre de 2020

Martín Caparrós: Ahorita

 Idioma original: castellano

Año de publicación: 2019

Valoración: Recomendable (alto)

En el momento de publicarse este reseña, probablemente tengamos ya (o quizá no) un desenlace definitivo, pero cuando la escribo, unos días antes, todavía no se ha dilucidado si el payaso del flequillo rubio sigue siendo, cuatro años más, el presidente del país que hasta ahora, o hasta hace poco, ha sido durante medio siglo el más poderoso del planeta, el que ha irradiado hacia todas partes cierto tipo de cultura (entiéndase en sentido muy amplio), costumbres, léxico, principios, imágenes, muchas cosas. Que semejante personaje haya sido elegido como la más alta autoridad en ese país, aunque solo haya sido una vez, es algo muy significativo, algo que también ha ocurrido en algunos otros lugares y ha estado muy cerca de ocurrir en otros muchos, ya saben, el populismo cutre, mayoritariamente escorado a la derecha aunque no siempre, la actitud o el lenguaje chulesco, el mensaje simplicísimo, la agitación de los sentimientos más primarios, la democracia como un simple instrumento que se usa o se desprecia según convenga. Perdón por el mitin. Porque además Caparrós no hace referencia a nada o casi nada de esto; pero a lo mejor esta explosión de vulgaridad y mesianismo autoritario es en alguna medida consecuencia, entre otras muchas cosas, de lo que describe el periodista argentino. 

Ahorita es un retrato robot de esta nuestra civilización occidental en las últimas décadas, básicamente, entiendo yo, de este inicio del siglo XXI que tantas expectativas parecía querer abrir aunque solo fuese por ese cardinal tan atractivo y el rollo fin de milenio. Quede claro que no se trata propiamente de un ensayo o un trabajo compacto que defienda una tesis, sino de pequeñas píldoras, comentarios de dos o tres páginas en torno a cuestiones puntuales que decoran nuestro día a día. Vean a modo de ejemplo:
  • Las necesidades artificiales
  • El antitabaquismo
  • El teletrabajo
  • El culto a la imagen
  • La ecología
  • La sacralización de las mascotas
  • El volunturismo (turismo de voluntariado)
  • El lenguaje inclusivo
  • Los vientres de alquiler
Etc., etc. Temas de nuestro tiempo que diría Gombrich, actividades, tendencias o actitudes que nos rondan durante los últimos años y que son reflejo de este tipo de sociedad que se ha venido construyendo a partir de la eclosión del capitalismo triunfante, la globalización y el derrumbe de las ideologías. Un mundo nuevo en el que, a falta de grandes principios, el foco se traslada de lo colectivo a lo individual (esto creo que lo decía Žižek), y ahí es donde obligatoriamente reina la felicidad de Instagram (la sonrisa del carísimo blanqueamiento dental), la religión del reciclaje o el animalismo a ultranza. Desactivados los grandes movimientos sociales, todo se reduce a pequeñas batallas domésticas en el marco de la corrección política, del buenismo si ustedes gustan.

De nuevo me he ido por las ramas, pero esta es la sensación que en mi opinión corrobora la pequeña miscelánea de Caparrós. Cosas que observamos a diario a nuestro alrededor y que el bigotudo argentino desgrana con agudeza, empapadas de ironía y a veces acompañadas de datos curiosos, que entiendo más como adorno que como pretensión científica. Opiniones las de Caparrós que –ojo- pueden compartirse o no (o no siempre), pero que dibujan un paisaje que nos debe sonar muy cercano.

El libro, insisto, no tiene ínfulas sociológicas, ni tan siquiera políticas, es una serie aleatoria de comentarios con clara intención de agitar un poco las conciencias, de presentar así, de corrido, un panorama de algunos de los rasgos de esta sociedad, un dibujo improvisado que a lo mejor, por exclusión, nos puede hacer pensar en la pervivencia de las grandes lacras con las que sangra el planeta como lo ha hecho siempre: el hambre, el paro, el déficit educativo, el fanatismo, la discriminación por raza, por sexo o inclinación sexual, la violencia ¿seguimos? Cosillas sin importancia que se ocultan tras el ropaje de la modernidad, el fin de las ideologías y cosas por el estilo. Y quizá porque todo eso permanece ahí mientras ya solo nos ocupamos de esa fachada multicolor que describe Martín, quizá por eso, entre otros motivos, dejamos la puerta abierta a que aparezcan tipejos como al que me refería al principio. 

Pero bueno, tampoco se alarme el lector de ULAD, porque si Caparrós no ha pretendido escribir un libro de filosofía política, el reseñista mucho menos. Son solo reflexiones al rebufo de una lectura. Ustedes lo leen también y nos cuentan si les sugiere lo mismo.

También de Martín caparrós en ULAD: Aquí

lunes, 16 de noviembre de 2020

Ludovic Halévy: La familia Cardinal / Madame Canivet

Idioma original: Francés
Título original: La famille Cardinal
Traducción: Irene Rodríguez de Soto
Año de publicación: 1883
Valoración: Recomendable

La familia Cardinal es una novela breve del francés Ludovic Halévy. Se publicó originalmente en 1883 y en su época fue un "best-seller" en toda regla. Tras haberla leído no me queda ninguna duda de que es un clásico menor que merece ser rescatado para el público hispanohablante. De esto se ha encargado, precisamente, Sd·edicions, que nos lo brinda en dos volúmenes profusamente ilustrados.  

La obra de Halévy narra las ínfulas de una familia que, por más racionalizaciones y piruetas retóricas que utilice, vive de convertir a sus hijas en concubinas. Tal cual. Es, por tanto, un excepcional estudio psicológico de una buena parte de la clase media-baja parisina del momento. Un estudio que nunca cae en la crítica social, sino que opta por distanciarse moralmente del asunto y ejercer como mero cronista. Cronista, todo sea dicho, que no renuncia a mofarse de su objeto de estudio, aunque lo haga de una forma, como veremos, muy sutil.  

En fin, que las virtudes de esta deliciosa novelita serían: 

  • Su prosa, que se mimetiza según las circunstancias con la voz o registro (oral, escrito...) conveniente. 
  • El humor que permea estas páginas. No sólo es divertidísimo, sino que Halévy lo entrega de forma soterrada a través de una elegante ironía.  
  • La exquisita caracterización de los personajes. Cada uno está bien definido (especialmente el señor y la señora Cardinal); además, Halévy es capaz de señalar sus no ya contradicciones, sino hipocresías, sin necesidad de explicitarlas. Otro logro del autor con respecto a sus personajes, por cierto, es conseguir que dejemos de odiarlos para volverlos, en la segunda parte de la novela, tragicómicos dado su alto nivel de patetismo. 
  • Su ambientación. El autor nos remite grácilmente a su tiempo.

En definitiva: recomiendo La familia Cardinal a los amantes de la narrativa decimonónica más redonda, esa que relata la acción sin necesidad de recurrir a aspavientos efectistas y que exhibe un sentido del humor que no ha envejecido en absoluto.