Idioma original: Castellano
Año de
publicación: 2019
Valoración: Muy
recomendable
No todos lloramos
por las mismas cosas aunque todos los seres humanos lloren y se rompan por
dentro de un modo diferente, ni la palabra libertad tiene el mismo significado
para unos que para otros. En una noche lluviosa, Carla llega a Palma desde
Windhoek, la capital de Namibia, donde reside con su marido, diplomático, y sus
dos hijos. Viene para enterrar a su padre. Así arranca esta novela de Iñaki
Abad y lo que hay a lo largo de sus cuatrocientas páginas no es desde luego una
despedida sino más bien un reencuentro, el descubrimiento de una persona
discreta, sensata, pulcra y reservada, como esos actores secundarios siempre dispuestos
a dar diligentemente pie para que se luzcan los protagonistas.
El padre de Carla
es José María Fleta Loroño, un bilbaíno del 51, hijo único de una familia
trabajadora criado en el muelle de Urazurrutia, al que una decisión bastante
intrascendente y tomada a la ligera en una noche de septiembre de 1974 le va a
condicionar de una manera definitiva durante el resto de su vida. Chema Fleta
iniciará así un periplo que le alejara definitivamente de los suyos, de Bilbao
y del País Vasco, aunque se mantendrá irremediablemente sometido al disparatado
desquicie de ese monstruo desatado de furia, narcisismo y arrogancia que fue el
denominado, incluso por don JoséMarí Aznar, Movimiento Vasco de Liberación
Nacional.
Chema Fleta
iniciará entonces su vida adulta en Burdeos, en los años setenta, y pese a ser
de ese tipo de personas que no precisa de ir convenciendo a los demás de lo
necesario, justo y bondadoso de sus propias ideas, no conseguirá situarse al
margen de las embestidas de aquellos años, de aquella década tan
desatada, quimérica y explosiva. Uno de los hilos que recorre toda esta trama hasta
nuestros días es el sentido de las palabras, de qué significado se nutren, para
qué sirven y para qué las usamos, qué señales emiten y cómo las disponemos para
crear laberintos donde ocultarnos. Y su mayor atractivo, quizás, sea la
discreta fuerza en la que se sustenta este personaje de Chema Fleta, que no es
otro que el amor, las palabras reencontradas, la conciencia de sus labios, los
ojos con los que aprendió a ver el mundo, su olfato, el paladar, fue la piel,
el sexo, el temblor, el hambre y el deseo que lo saciaba, el día y todas las
noches, el mar donde perderse, las tormentas y el refugio. Y me corto para no dar más
detalles que chafarían el goce de descubrirlo por si mismo a quien quiera animarse a la
lectura de Las amargas mandarinas.
Porque, desde
luego, hacerlo tiene una excelente recompensa. De Iñaki Abad (Bilbao, 1963) no
había leído ninguna de sus dos novelas anteriores, Los males adioses (2007) y
El hábito de la guerra (2002) así que no puede decirse que se trate de un autor
que no le dedique el tiempo preciso a sus historias. Las amargas mandarinas es
un novelón, una auténtica gozada, de esos libros que atrapan y fascinan, que te
obligan a dedicarles atención y tiempo, que necesitas arañarle desesperadamente más minutos al sueño,
entender, volver atrás, perderte en la profundidad de sus párrafos complejos,
densos, enjundiosos. El lenguaje y el tono de la novela están tan logrados como
ajustados y la narración va fluyendo con vigor, realismo y emoción, de manera
asombrosa y veraz. Yo he llegado al último párrafo de la última página con un
nudo en la garganta, con un puño en el estómago. Y no exagero ni un gramo. La he leído embelesado y con fruición, con
las lágrimas apelotonadas y pugnando por brotar y con la imaginación sometida y entregada al fluir
de la narración. Y cuando eso ocurre, tan de tanto en cuanto, hay que disfrutarlo. Por eso me parece
tan y tan recomendable,
5 comentarios:
La novela será muy recomendable, eso seguro, pero la cubierta tiene tela...; )
Jaja Juan, es verdad, como también lo es que una portada fea de narices nunca es obstáculo para el lector aguerrido...
Pero lloraste o no?
Ja ja ja, apreciado anónimo. Lo relevante no es si yo lloré sino si tú ta vas a atrever a intentarlo...
*vas a atreverte..., perdón...
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