Año de publicación: 2.008
Valoración: Se deja leer
A primera vista, eso de que un vasco salve al imperio español es algo que, según en qué lugares y en qué círculos, puede resultar llamativo y hasta hacer rechinar algún diente. Bueno, es lo que hay. Pero la Historia, aunque siempre admite interpretaciones y opiniones, es terca en cuanto a los hechos. Y lo cierto es que, desde que Tarik asomó la cabeza por las costas andaluzas, los vascos –a los que se llamaba ‘vizcaínos’- contribuyeron de forma notable tanto a la reconquista como a la política general del reino castellano. Desde luego, sin menoscabo del Fuero y el autogobierno, históricamente respetados, pero fueron muchos los personajes que desde tierras vascas participaron también en los descubrimientos y la defensa militar de Castilla y su imperio.
Pero vayamos al grano. Según nos anuncia el antetítulo, hablamos en este caso de Blas de Lezo, marino guipuzcoano que pronto recibiría apodos como ‘pata de palo’ o ‘mediohombre’, porque ya en su primera batalla y a los 16 años perdió una pierna, poco después le quedó inutilizado un ojo, y más adelante, un brazo. Quedó el pobre Blas así de tullido, pero no dejó de aumentar su valor e intuición guerrera, y así fue progresando con enorme rapidez, para terminar pocos años después como almirante de la Armada.
La exposición da comienzo con un tono algo grandilocuente y pelín patriotero que pone un poquito en guardia. Pero enseguida se desarrolla un relato bien hilvanado, enmarcando con acierto el personaje en su entorno histórico como mandan los cánones, es decir, de lo general a lo particular. Tampoco se extiende en detalles personales, ni en principio los echamos de menos, porque el interés que suscita don Blas reside en sus hechos de armas y no en su vida privada.
La narración resulta impecable, y se dirige con naturalidad hacia el corazón del libro: el intento inglés de apoderarse de la importante plaza de Cartagena de Indias. Reunió Inglaterra la más poderosa escuadra jamás vista, a las órdenes del almirante Vernon, y tan fácil lo vieron que llegaron a acuñar monedas conmemorativas de la victoria al poco de comenzar la batalla. En el bando contrario estaba Lezo como máxima autoridad militar, sólo sometida al virrey, el navarro Sebastián de Eslava. Diversas circunstancias concurrieron –hay que entender que junto con la destreza y determinación del almirante vasco- para que lo que se suponía una operación sencilla terminase en un sonoro fracaso para la flota de Su Graciosa Majestad.
Rodríguez relata la importante batalla con profusión de detalles técnicos, aunque no consigue del todo atrapar nuestro interés: hay quien tiene capacidad para seducir con lo que cuenta, aunque se trate de un libro de Historia, y a Jose Manuel podemos decir que no le sobra. Por otra parte, aquí llegados, la sorpresa se incrementa al constatar que, al margen de haber intervenido de forma destacada en la batalla, prácticamente no sabemos nada más sobre el supuesto protagonista de la historia. Parece en realidad que el autor sólo se vale de Lezo como icono de lo que en realidad quiere contar, que es el episodio bélico en sí, y el libro carece del carácter biográfico que se suponía.
En realidad, desde hace ya unos años hay un movimiento de reivindicación de la citada victoria militar de Cartagena, que ha dado lugar a varios ensayos y novelas, y nuestro libro participa plenamente de esa tendencia. Así que estamos ante un trabajo honesto –aunque no le podemos pasar por alto cierto tinte anglófobo un poco rancio-, que pretende rescatar un importante episodio de la Historia y, como tal, no aburre del todo, pero está lejos de enamorar. Y con todo ello, ‘el vasco que salvó al imperio español’, o sea el demediado Blas de Lezo, queda realmente en un segundo plano.
2 comentarios:
Hola, Carlos:
Me encanta que hayas empleado el adjetivo "demediado", que remite a una conocida nivelabde Ítalo Calvino...
Muy buena reseña, por lo demás.
El vizconde, si no recuerdo mal.
Muchas gracias, compañero.
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