Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: recomendable
Alguien debería estudiar la conexión que existe entre Salto de Página y los escritores bilbaínos, porque es uno de los fenómenos editoriales fundamentales de la literatura española (con perdón): Aixa de la Cruz, Nere Basabe, Jon Bilbao, Juan Carlos Márquez (que no vive en Bilbao pero a bilbaíno le gana poca gente)... Y casi podíamos añadir a Juan Gómez Bárcena, que es cántabro, pero porque los de Bilbao nacen donde quieren. Solo falta que Salto de Página fiche a Iván Repila, y el universo implosiona... en torno a Bilbao, que como todo el mundo sabe es su centro.
Bromas aparte, con este catálogo de escritores jóvenes -que sean de Bilbao y alrededores es algo anecdótico-, Salto de Página está haciendo una apuesta valiente, y creo que ganadora, por publicar nuevas voces narrativas que tienen solo una cosa en común: que escriben bien y que no se molestan en redactar manifiestos generacionales para demostrarlo. Nere Basabe es la última incorporación a este grupo (la última que yo he conocido, porque ya en 2008 publicó su primera novela, Clara Venus), con esta obra, El límite inferior, que ya ha sido comparada con En la orilla de Chirbes, lo que supongo que a estas alturas le tocará un poco las narices a la autora.
Pero es que algunas similitudes de ambientación y de temas son evidentes: El límite inferior se sitúa en La Solana, una ficticia localidad de la costa española, convertida en resort turístico para extranjeros y ancianos (y extranjeros ancianos). Es un pueblo que parece hecho a propósito para filmar una película de terror: despoblado en época baja, y ligado a tierra por un único puente que, como era de esperar, quedará cortado en un momento de la novela. En ese espacio muy poco paradisiaco coinciden cuatro personajes que cargan cada uno con su propia soledad: Víctor y Valeria son un matrimonio en el que ya queda muy poco de cariño y sí mucho resentimiento y desprecio mutuo; Brigitte es una mujer francesa que un día salió de Francia huyendo de sí misma, y que ahora se ocupa de cuidar de los jubilados franceses que van a La Solana; y Breogán, un artista bohemio que ahora trabaja creando souvenirs y dando talleres para personas con discapacidad.
Ninguno de los cuatro personajes es un héroe; ninguno es exactamente simpático, de esos que hacen que el lector se identifique inmediatamente con ellos. Todos tienen sus pecados, sus vicios, sus secretos, sus defectos. Víctor y Valeria son quizás los más estereotípicos (el marido corrupto, cobarde y mujeriego; la mujer superficial y vengativa); Brigitte, que al principio parece una arpía que no siente ninguna compasión hacia sus semejantes, ni hacia los vejetes de los que tiene que ocuparse, termina siendo quizás el personaje más complejo y mejor dibujado; a Breogán confieso que no he acabado de cogerle el punto, y no sé si sentir pena por él y por sus sueños de artista tirados por la borda, o si despreciarlo por cobarde y por autocompasivo. Hay en esta obra una cierta crueldad en el trato de los personajes que me recuerda a otra escritora de la lista de escritores bilbaínos que citaba antes: Aixa de la Cruz, aunque en su caso la crueldad adquiere una forma más física y más obvia (todavía me acuerdo del pobre gato de uno de sus cuentos).
El límite inferior tiene una estructura algo inusual: los tres primeros capítulos, titulados con nombres de vientos, serían una especie de primer acto, en que se establecen los personajes, las relaciones entre ellos, y el ambiente claustrofóbico en el que va a desarrollarse el resto de la acción; los cuatro últimos capítulos, titulados con nombres de mareas, adquieren un cierto aire de novela policiaca, cuando desaparece un chaval de La Solana y los cuatro personajes protagonistas se convierten en sospechosos. En ningún momento El límite inferior se adscribe completamente al género policiaco, pero esta subtrama de investigación le añade al conjunto un grado más de tensión que, la verdad, se agradece, e incluso hace desear que hubiera aparecido antes en el texto.
Hay un aspecto que me alejó de esta novela al principio, y que me impide darle un "Muy recomendable" (si no pusiera pegas, dejaría de ser yo mismo), y es el estilo, que alterna grandes aciertos y frases memorables ("Valeria es el jarrón de porcelana y es el balón que acaba de romperlo" me encantó como descripción sintética de un personaje), con cierta búsqueda de palabras que pueden ser exactísimas en su significado, pero resultan extrañas en el texto, y más aún en los diálogos (de la misma Valeria, por ejemplo, se dice que está "más cerca del climaterio que de su primera menstruación", que es una forma bastante rebuscada de decir que ya no era una chavala).
Si se ha comparado machaconamente este libro con Chirbes no es solo porque se sitúe en la costa española, claro, sino porque de alguna forma comparte con él la intención de radiografiar las causas y las consecuencias de la crisis (económica pero también cívica y moral) de finales del siglo XX y principios del XXI. Los paisajes de horribles apartamentos a pie de playa y urbanizaciones a medio construir han dejado también como resultado seres como Víctor, Valeria, Brigitte y Breogán: seres sin ilusión, sin futuro y sin esperanza que giran los unos en torno a los otros sin llegar a encontrarse. Y los cadáveres mientras tanto siguen apareciendo en la playa.
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