Título original: Retour a Reims
Año de publicación: 2009
Valoración: Recomendable
El ensayo biográfico permite abordar
cuestiones de interés con todas la licencias propias de este género literario (desorganización,
proporción desigual de los temas tratados, opiniones personales en lugar de
realidades científicas, divagaciones sin límite etc.), y el aspecto narrativo le
proporciona un plus de amenidad. Demasiada para mi gusto en este caso, y es que
el contenido autobiográfico me parece excesivamente extenso, incluso
reiterativo, en detrimento de la parte teórica. Pero esta es mi opinión, solamente.
Autor de una obra extensa y variada, Didier
Eribon ha escrito varios tratados en los que –siguiendo la estela de Genet y (su
biografiado) Foucault– plantea el largo y arduo proceso de la salida del armario. Aquí trata de la suya propia y
del concepto en sí con todas sus implicaciones. El camino fue largo para
alguien nacido en 1953, primero lo mantuvo en secreto, pero poco a poco tuvo
que resignarse a la perspicacia de su entorno y con el tiempo acabó reuniendo
un amplio corpus teórico en el que analiza la homosexualidad desde diversas
perspectivas. No solo había superado la fase de ocultación, supo además
convertir su realidad personal en asunto de investigación y reflexión, eso le
proporcionó el respeto personal, un prestigio profesional indiscutible... y un día falleció su padre. Entonces
fue consciente de que el secreto, alimentado por la vergüenza, no era solo su
orientación sexual, que su origen social seguía a salvo de todas las miradas
pues durante toda su vida había ocultado su pasado, y cuando las preguntas le
parecían demasiado indiscretas, se veía obligado a mentir. (“Formulémoslo de la siguiente manera: me fue
más fácil escribir sobre la vergüenza sexual que sobre la violencia social”).
Esa procedencia, que describe con todo
detalle, era de hecho tan humilde que él mismo considera milagroso su ascenso en la escala social. Tras el fallecimiento del
padre –del que le separaba un abismo cultural e ideológico, incluso de talante,
que los mantuvo alejados durante años– no había razón para dejar de visitar el
hogar, que ya no estaba en el Reims de su infancia pero que, al margen de
traslados, conservaba la esencia del lugar dónde se crió. Su visita permitió
una comunicación madre-hijo insólita hasta entonces, que lo devolvía a sus
auténticos orígenes y le abría las puertas a esa zona de su conciencia de la
que se había desvinculado hasta el momento. De esa especie de catarsis, e
inspirado por los autoanálisis llevados a cabo por Annie Ernaux y su amigo
Pierre Bourdeau (del que, opina, se quedó corto), surgió Regreso a Reims. Una obra cuya sinceridad incomoda a veces, que no
elude la autocrítica más cruda y que, gracias a su faceta ensayística, va más allá
de la confesión personal. Examina los férreos mecanismos de reproducción del determinismo
social e indaga sobre la movilidad de clase (transfuguismo) y los efectos que produce, tanto en la unidad familiar
como en aquel que ha cambiado de rango.
Según dice, y demuestra, la conciencia de
pertenecer a una clase no es tan habitual como podría parecer. En un extremo situaríamos
al entorno de su infancia (padres, vecinos etc.) que votaron siempre al Partido
Comunista y, en un momento dado, se sintieron traicionados por la izquierda y
seducidos por el discurso de Marine Le Pen, o bien, analiza el frecuente rechazo
a la instrucción de esas clases populares por considerarla ocio improductivo, así como la creencia de
que el abandono escolar es una elección libre. En el otro, a un estudioso como
Raymond Aaron que, desde su posición, consideraba las clases sociales
como una realidad de otra época. Eribon opina que esas son las palabras de un
privilegiado y que solo los burgueses pueden permitirse ignorar la pertenencia
de clase. La combinación de ambas posturas reproduce el determinismo social (“Es como si la línea que divide ambos mundos
sociales fuera impermeable casi por completo”). Pero si hasta el teórico de
lo social reniega de su origen, no parece que vaya a cambiar nada. (“En lo político, estaba con los obreros, pero
odiaba tener raíces en su mundo. Probablemente, ponerme del lado del “pueblo”
me habría provocado muchos menos tormentos internos y crisis morales si el
pueblo no hubiera sido mi familia.”). Aunque, realmente, son las
estructuras sociales quienes condicionan ese inmovilismo, en particular, el
sistema educativo, que Eribon considera una auténtica trampa, la forma más
efectiva de perpetuar la desigualdad. Incluso él se engañó en cierto modo
pues, al carecer de la información propia de las élites, siguió un itinerario carente
de prestigio que ha condicionado su carrera.
Como pueden suponer, toda su trayectoria supone un largo y
costoso proceso de construcción personal cuyo resultado consiste en aceptar y conciliar
sus diversas identidades.
“¿No nos compete a nosotros construir discursos y teorías que permitan que nunca descuidemos tal o cual aspecto, que nunca dejemos fuera del campo de la percepción o fuera del campo de acción ningún ámbito de opresión, ningún registro de dominación, ningún señalamiento de inferioridad, ninguna vergüenza asociada a la interpelación injuriosa?”.
Traducción: Georgina Fraser