Idioma original: portugués
Título original: Obra completa
Valoración: Muy recomendable
Hace poco hice un experimento en Twitter (sin ningún valor representativo, claro): pregunté a los seguidores de ULAD qué autores de la literatura brasileña conocían. La lista, la verdad, fue algo más larga de lo que esperaba: Vasconcelos, Nélida Piñón, Chico Buarque, Guimarães Rosa... Clarice Lispector tardó en aparecer, pero apareció. Machado de Assís, sorprendentemente, no. Paulo Coelho es brasileño, sí; lo que no está claro es que lo suyo sea literatura. Quien no apareció, ni era esperable que apareciera, es Murilo Rubião, un autor que sin embargo es un clásico en Brasil, y especialmente en su región de origen, Minas Gerais. Yo tampoco lo habría conocido si no fuera porque me regaló este libro un colega de la universidad, brasileño y, para más señas, de Minas Gerais.
Murilo Rubião es uno de esos escritores capaces de ganarse un sitio en el canon literario con dos centenares de páginas. Algo así como un Juan Rulfo brasileño (salvando las distancias). Su obra consiste, básicamente, en volúmenes de relatos como O ex-mágico (1947), A estrela vermelha (1953),
Os dragões e outros contos (1965) o O pirotécnico Zacarias (1974), que fue el que le dio la fama. Hay quien ha dicho, quizás con intención de engrandecerle, que Murilo Rubião es un antecedente del realismo mágico; la verdad, me parece excesivo, e innecesario. Los relatos de Rubião son lo bastante buenos como para no tener que buscarles padrinos.
Porque lo que Murilo Rubião escribe son relatos en la muy noble y muy fructífera tradición del relato fantástico, tal y como se cultivó en Sudamérica (muy notablemente, en Argentina), pero también, naturalmente, en Europa. De hecho, la comparación de sus relatos con los de Kafka se hace casi indispensable, por su introducción de un elemento absurdo, casi siempre con un toque humorístico y a menudo con una ambientación opresiva. Hay relatos amorosos, pero los amores son casi siempre imposibles, por causas humanas o sobrehumanas...
Estos son los argumentos de algunos de sus relatos: un conejito parlante que se transforma a voluntad en cualquier otro animal, incluido el ser humano; una mujer que pide y pide, y a cada deseo que se le concede aumenta de tamaño; un hombre llega a una ciudad que no conoce, y descubre que lo estaban esperando para acusarlo de un crimen cometido mucho antes; un mago que no puede dejar de hacer magia y sacar todo tipo de objetos de sus mangas y sus sombreros intenta sin éxito suicidarse; un arquitecto es encargado con la labor de construir un edificio infinito que no se termine nunca...
Para el público hispanofalante, como decía, no será difícil emparentar a Rubião con Lugones, con Cortázar, con Arreola. Yo sugiero todavía otro paralelismo con Felisberto Hernández, otro escritor poco conocido, en general, pero que vale la pena recuperar.
Quien quiera leer relatos de Rubião en español, creo que solo se ha traducido una obra, La casa del girasol rojo y otros relatos, que puede encontrarse con relativa facilidad en páginas de libros de segunda mano como Iberlibro.
lunes, 30 de junio de 2014
domingo, 29 de junio de 2014
Guy Debord: La sociedad del espectáculo
Idioma original: francés
Título original: La société du spectacle
Año de publicación. 1967
Traductor: Rodrigo Vicuña Navarro
Valoración: Imprescindible
El filósofo francés Guy Debord (1931-1994) fue la figura más conocida del Movimiento Letrista, primero, y de la Internacional Situacionista, movimiento éste primero artístico y luego filosófico y político que tuvo su culminación, al parecer, con las famosas revueltas de mayo del 68 en París. Y La sociedad del espectáculo es, precisamente, el texto más conocido del mal llamado "situacionismo" y una obra cuyo eco e influencia se extiende hasta nuestros días, casi 50 años después de su aparición. Dividido en 221 parágrafos (alguno más extensos pero con otros que apenas pasan del aforismo, casi taoísta a veces), agrupados a su vez en nueve capítulos temáticos, se trata de un libro no demasiado largo pero sí de una cierta densidad...
Título original: La société du spectacle
Año de publicación. 1967
Traductor: Rodrigo Vicuña Navarro
Valoración: Imprescindible
El filósofo francés Guy Debord (1931-1994) fue la figura más conocida del Movimiento Letrista, primero, y de la Internacional Situacionista, movimiento éste primero artístico y luego filosófico y político que tuvo su culminación, al parecer, con las famosas revueltas de mayo del 68 en París. Y La sociedad del espectáculo es, precisamente, el texto más conocido del mal llamado "situacionismo" y una obra cuyo eco e influencia se extiende hasta nuestros días, casi 50 años después de su aparición. Dividido en 221 parágrafos (alguno más extensos pero con otros que apenas pasan del aforismo, casi taoísta a veces), agrupados a su vez en nueve capítulos temáticos, se trata de un libro no demasiado largo pero sí de una cierta densidad...
Lo siento, no puedo proseguir esta reseña sin hacer una confesión: éste es el típico libro-que-uno-nunca-ha-leído-pero-lleva-toda-la-vida-fingiendo-que-sí (bueno, que no había leído entero, debo aclarar). Sé que ninguno de los que siguen este blog habrá caído nunca en un comportamiento tan vil como el mío, pero perdónenme: hago aquí público acto de contricción y propósito de enmienda. Y como penitencia, me he leído por fin La sociedad del espectáculo.
Además, leer este libro me ha supuesto, creo yo, una doble recompensa: por un lado el enriquecimiento personal al conocer al fin de primera mano una obra fundamental para el entendimiento de nuestro tiempo. Por otro, el darme cuenta de la cantidad de gente que, igual que yo hacía, fingen haberlo leído y lo interpretan, además, de una manera errónea. Porque el espectáculo al que se refiere Debord no es simplemente, como puede (y suele) suponerse, cualquier exhibición mediática a la que los ciudadanos contemporáneos asistimos de manera continuada. Ni siquiera la conversión de cualquier acontecimiento social y/o político en un suceso mediático. Según Debord: "El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes" ("sura" nº 4); el espectáculo no es sólo el marco en el que se mueve el sistema, es lo que constituye el propio sistema al que pertenecemos. Es "el capital a un grado de acumulación tal que éste deviene imagen" (nº 34).
Aunque no pensemos que este concepto de espectáculo define solamente a la sociedad capitalista de consumo. Para el autor francés, la supuesta alternativa que existía en aquel momento (hablamos de los años 60 del pasado siglo, no lo olvidemos) constituye la otra cara del mismo sistema espectacular: por una parte, tendríamos el "espectáculo difuso" de la sociedad occidental capitalista; y por otra, el "espectáculo concentrado" del "capitalismo burocrático" soviético.
De hecho, Debord, preconizador de una revolución continua en la que teoría y praxis no sólo vayan de la mano sino que se retroalimenten la una a la otra, dedica todo un capítulo (el IV: "El proletariado como sujeto y como representación") a analizar los pros y contras del resto de teorías revolucionarias desarrolladas hasta ese momento (la competencia, para entendernos): marxismo, socialismo utópico, anarquismo, bolchevismo, leninismo, stalinismo, trotskismo... para acabar exponiendo su propia propuesta revolucionaria (por medio de los consejos obreros). Esto es reflejo de una controversia que, sin duda, era del máximo interés en su momento; no tanto hoy en día, me temo (el propio Debord concluye: "La teoría revolucionaria es ahora enemiga de toda ideología revolucionaria y ella sabe que lo es").
También aprovecha otro capítulo, el VIII, para "darle leña" a diferentes disciplinas de las Ciencias Sociales (más competencia, supongo): la Historia del Arte (y, de paso, las vanguardias artísticas), la sociología, el estructuralismo (corriente tan en boga en Francia en aquellos momentos) o a explayar sus argumentos sobre disputas filosóficas apasionantes... para los propios filósofos. Porque eso sí, advierto que no es un libro fácil de leer (al menos, para el que esto escribe): al metalenguaje filosófico post-hegeliano hay que sumarle el metalenguaje revolucionario post-marxista y el propio metalenguaje "situacionista" del autor, que tampoco es moco de pavo (añadámosle la traición de toda traducción, por fiel que pretenda ser).
No obstante, su lectura merece más que la pena. En lo que se refiere al análisis de la sociedad contemporánea (que ya era como ahora hace 50 años, por lo que se ve), Debord nos clavó: La sociedad del espectáculo, más que un mero retrato o incluso una radiografía del mundo al que nos despertamos cada día, supone un vivisección en toda regla. Y la imagen que nos devuelve el espejo en el que nos obliga a mirarnos una vez abiertos en canal, resulta cuando menos desazonante. Nos enseña lo que somos, lo que creemos que somos y lo que pretendemos ser, de una manera que, por muy abstruso que llegue a ser el lenguaje empleado, al final resulta cortante y precisa como el bisturí de un cirujano:
Parágrafo o sura 14: "La sociedad que descansa sobre la industria moderna no es fortuita o superficialmente espectacular, es una sociedad fundamentalmente espectacularista. En el espectáculo imagen de la economía reinante, la finalidad no es nada, el desarrollo es todo. El espectáculo no quiere llegar a ninguna otra cosa que a sí mismo".
O, como dice la cita más conocida del gran Debord (sura nº 9): "En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso".
Lo dicho: que nos clavó, el tío.
Además, leer este libro me ha supuesto, creo yo, una doble recompensa: por un lado el enriquecimiento personal al conocer al fin de primera mano una obra fundamental para el entendimiento de nuestro tiempo. Por otro, el darme cuenta de la cantidad de gente que, igual que yo hacía, fingen haberlo leído y lo interpretan, además, de una manera errónea. Porque el espectáculo al que se refiere Debord no es simplemente, como puede (y suele) suponerse, cualquier exhibición mediática a la que los ciudadanos contemporáneos asistimos de manera continuada. Ni siquiera la conversión de cualquier acontecimiento social y/o político en un suceso mediático. Según Debord: "El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes" ("sura" nº 4); el espectáculo no es sólo el marco en el que se mueve el sistema, es lo que constituye el propio sistema al que pertenecemos. Es "el capital a un grado de acumulación tal que éste deviene imagen" (nº 34).
Aunque no pensemos que este concepto de espectáculo define solamente a la sociedad capitalista de consumo. Para el autor francés, la supuesta alternativa que existía en aquel momento (hablamos de los años 60 del pasado siglo, no lo olvidemos) constituye la otra cara del mismo sistema espectacular: por una parte, tendríamos el "espectáculo difuso" de la sociedad occidental capitalista; y por otra, el "espectáculo concentrado" del "capitalismo burocrático" soviético.
De hecho, Debord, preconizador de una revolución continua en la que teoría y praxis no sólo vayan de la mano sino que se retroalimenten la una a la otra, dedica todo un capítulo (el IV: "El proletariado como sujeto y como representación") a analizar los pros y contras del resto de teorías revolucionarias desarrolladas hasta ese momento (la competencia, para entendernos): marxismo, socialismo utópico, anarquismo, bolchevismo, leninismo, stalinismo, trotskismo... para acabar exponiendo su propia propuesta revolucionaria (por medio de los consejos obreros). Esto es reflejo de una controversia que, sin duda, era del máximo interés en su momento; no tanto hoy en día, me temo (el propio Debord concluye: "La teoría revolucionaria es ahora enemiga de toda ideología revolucionaria y ella sabe que lo es").
También aprovecha otro capítulo, el VIII, para "darle leña" a diferentes disciplinas de las Ciencias Sociales (más competencia, supongo): la Historia del Arte (y, de paso, las vanguardias artísticas), la sociología, el estructuralismo (corriente tan en boga en Francia en aquellos momentos) o a explayar sus argumentos sobre disputas filosóficas apasionantes... para los propios filósofos. Porque eso sí, advierto que no es un libro fácil de leer (al menos, para el que esto escribe): al metalenguaje filosófico post-hegeliano hay que sumarle el metalenguaje revolucionario post-marxista y el propio metalenguaje "situacionista" del autor, que tampoco es moco de pavo (añadámosle la traición de toda traducción, por fiel que pretenda ser).
No obstante, su lectura merece más que la pena. En lo que se refiere al análisis de la sociedad contemporánea (que ya era como ahora hace 50 años, por lo que se ve), Debord nos clavó: La sociedad del espectáculo, más que un mero retrato o incluso una radiografía del mundo al que nos despertamos cada día, supone un vivisección en toda regla. Y la imagen que nos devuelve el espejo en el que nos obliga a mirarnos una vez abiertos en canal, resulta cuando menos desazonante. Nos enseña lo que somos, lo que creemos que somos y lo que pretendemos ser, de una manera que, por muy abstruso que llegue a ser el lenguaje empleado, al final resulta cortante y precisa como el bisturí de un cirujano:
Parágrafo o sura 14: "La sociedad que descansa sobre la industria moderna no es fortuita o superficialmente espectacular, es una sociedad fundamentalmente espectacularista. En el espectáculo imagen de la economía reinante, la finalidad no es nada, el desarrollo es todo. El espectáculo no quiere llegar a ninguna otra cosa que a sí mismo".
O, como dice la cita más conocida del gran Debord (sura nº 9): "En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso".
Lo dicho: que nos clavó, el tío.
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sábado, 28 de junio de 2014
Léo Malet: Niebla en el puente de Tolbiac
Año de publicación: 1956
Título original: Brouillard au pont de Tolbiac
Traducción: Luisa Feliu
Valoración: está bien
Reconozco no ser demasiado partidario de esa barrera que es el género a la hora de definir una novela. Supone una limitación y un condicionante. Así que no vamos a exigirle a una novela negra más que cierta solvencia en el planteamiento de una trama, cierto sentido del ritmo en la progresión, coherencia en el desenlace y, en los tiempos que corren, perdonen que le pida un extra: evitación de la obviedad. O dicho de otra manera, por favor, que el asesino no sea el mayordomo.
Lo cual divide al género en dos etapas, y me temo que Léo Malet encaja mejor en ese tipo de novela algo ingenua, aderezada con cierta coartada post-bélica, que siempre resulta un recurso socorrido y permite acceder a otro nivel de malos. Pero que aquí no es demasiado aprovechado. Un crimen por resolver, un detective, Nestor Burma, con un pasado vinculado a movimientos anarquistas del período entre guerras, y una historia oculta de renuncia a los ideales como medio de adaptación al entorno o, simplemente, porque no hay otro modo de ganarse la vida. Y los tópicos de cierta novela policíaca que caen uno tras otro. Los encuentros casuales, la intuición detectivesca, las pesquisas, las enemistades, las falsas identidades. Todo dentro de un entorno urbano fascinante, la Europa en las décadas posteriores al nazismo, pero con una trama muy estereotipada, demasiado previsible e ingenua en un mundo que, medio siglo más tarde, está más que acostumbrado (culpemos al cine, a las series de TV, a la propia realidad) a atrocidades mucho más retorcidas que un crimen casual que se ramifica hacia el pasado.
Dicho sea sin ánimo de aguar la fiesta, pero hay lecturas a las que el tiempo pasa factura de un modo despiadado. Cierto tipo de novela policíaca ya solo tiene sentido en un ejercicio de nostalgia y como ejemplo patente de lo peligroso de las etiquetas. Niebla en el puente de Tolbiac es una lectura ligera, agradable, pero cuya estructura y definición de personajes (el detective ya veterano que huye de la policía y aún posee cierto poder como para seducir a las jovencitas...) nos resulta hoy tan repetitiva y estereotipada que nos suena a demasiados libros ya leídos.
viernes, 27 de junio de 2014
Claudio Magris: El infinito viajar
Idioma original: italiano
Fecha de publicación: 2005
Valoración: Muy recomendable
Esta primavera tuve la suerte de escuchar en vivo y en
directo a Claudio Magris, premio Príncipe de Asturias de las Letras 2004. Fue
durante el festival literario de Bilbao, Gutun
Zuria. Sabía de él gracias a artículos y entrevistas en publicaciones de
todo tipo y me había dejado muy buen sabor de boca el prólogo que hizo a las
Memorias de un antisemita de Gregor Von Rezzori, reseñadas por aquí entre Ian y
yo. Con estas referencias, y aunque no hubiera leído aún ninguna de sus obras, daba
por hecho que me iba a encontrar con un hombre muy culto y gran conocedor de la
tumultuosa historia de Europa.
Durante el encuentro bilbaíno,
en el que Magris se sentó frente a Marisa Blanco, la directora de Gutun Zuria, el escritor se mostró como
un hombre serio, sereno y sencillo, de pocas palabras y respuestas efectivas, ¿tímido?,
y poco dado a desviarse del tema de turno para hacer públicas curiosas reflexiones o anécdotas
personales. En fin, no me pareció para nada uno de esos autores que además de
tener talento para la escritura se revelan como amenos y ocurrentes personajes
públicos a los que uno no se cansa de escuchar. Pero eso no fue óbice para
que yo encontrara muy interesante gran parte de sus ideas y análisis, que
versaban sobre el tema “excusa” del festival de este año: “Relatos de
frontera”, o lo que es lo mismo (según explicaban en el programa), “límites
geográficos de las fronteras ideológicas, étnicas y religiosas”.
El libro de Magris que más citó Marisa Blanco durante el encuentro
fue Danubio, y contaron tantas cosas atractivas sobre su contenido y sus
estratos conceptuales que me dije que tenía que hacerme con él cuanto antes.
Sin embargo, por un motivo u otro, aún no lo he hecho (prometo que lo haré y lo
contaré por aquí), pero sí que he leído y disfrutado otro famoso libro de
Magris: El infinito viajar.
El infinito viajar
entra en la categoría “libro de viajes”, de eso no hay duda. Su autor recoge casi
una cuarentena de experiencias suyas como viajero en lugares de los cinco
continentes, pero tales crónicas están escritas de tal manera, que se puede
afirmar que nos encontramos ante un híbrido del citado libro de viajes, novela
y ensayo. El estilo del que Magris hace gala desde la primera página
desconcierta y emociona por la calidad literaria y la humanidad que desprende,
sus historias están perfectamente nutridas con datos de todo tipo, y
las reflexiones que al autor le despiertan tal o cual lugar o ciertas personas, están muy bien engastadas en el contexto. Y bueno, es difícil de creer la gran amalgama de conocimiento geográfico,
étnico, histórico o artístico que uno se lleva consigo tras haber leído las apenas
285 páginas de El infinito viajar.
Por las páginas de este libro, Magris reflexiona,
entre otras muchas cosas, sobre lo diferente que es el viaje circular (como el de
Ulises u Homero, que lo que quieren es volver a casa) del nietzschiano, que contempla el
viaje como una marcha constante e inevitable hacia la muerte, un infinito
viajar; la condición del viajero como sujeto siempre en movimiento y sin raíces
condenado a pasar por lugares de los que nunca llegará a formar parte, o los
nacionalismos totalitarios, divisores, fraticidas y atávicos.
Se puede decir, aunque parezca una locura, que los
lugares por los que Magris se mueve a lo largo y ancho de este libro son lo de menos,
o, dicho de otra manera, el pretexto para que el autor dé rienda suelta a su espíritu
extremadamente observador y reflexivo. Así, en España invoca a la célebre sombra del eterno soñador enfrentado como un lunático a la realidad, don Quijote; en el corazón de Europa habla de pueblos desconocidos
para el “gran público” y de cómo a día de hoy las nuevas generaciones siguen reivindicando sus rasgos de identidad; en el sudeste asiático reflexiona sobre el requete-citado choque Oriente/ Occidente
con sensatez, y en Oceanía, en la misteriosa isla de Tasmania, se deleita con la idea de que se encuentra en el fin del mundo. Y todas estas
aventuras en las que realmente no le pasa "nada" (no sufre cataclismos, ataques, ni secuestros), las narra conjurando seres del pasado, célebres o íntimos, destacando sobre todos ellos su difunta esposa, la escritora Marisa Madieri, y describiendo a personajes que se va encontrando por el camino, peculiares a sus ojos y también a los míos, su agradecida y deslumbrada lectora.
También de Claudio Magris en ULAD: El Conde y otros relatos, No ha lugar a proceder
También de Claudio Magris en ULAD: El Conde y otros relatos, No ha lugar a proceder
jueves, 26 de junio de 2014
Edna O'Brien: La chica de ojos verdes
Idioma original: inglés
Título original: Girl with Green Eyes
Año de publicación: 1962
Traducción: Regina López Muñoz
Valoración: Muy recomendable
También de Edna O'Brien en ULAD: Las chicas de campo., La chica
Título original: Girl with Green Eyes
Año de publicación: 1962
Traducción: Regina López Muñoz
Valoración: Muy recomendable
Hace unos meses hablamos en este blog sobre Las chicas de campo, la primera novela de la reconocida escritora Edna O'Brien, que fue (y sigue siendo) aclamada por el público y la crítica, y que supuso todo un escándalo cuando fue publicada, en 1960. Dos años después, O'Brien publicó La chica de ojos verdes, su continuación y la segunda de las tres novelas que componen la trilogía The Country Girls (la tercera de ellas, Girls on Their Married Bliss, se publicará próximamente por primera vez en castellano).
Con La chica de ojos verdes, a pesar de su gran calidad y de (de nuevo) su buena acogida por el público y la crítica, Edna O'Brien tampoco fue profeta en su tierra. Si el párroco de su pueblo natal decidió quemar varios ejemplares de su primera obra, la publicación de la segunda consiguió que tanto estas dos novelas como Girls on Their Married Bliss estuviesen prohibidas en Irlanda durante varios años.
En esta ocasión, la autora irlandesa regresa a Dublín y nos muestra la vida de las protagonistas de Las chicas de campo, Caithleen (ahora Kate) y Baba, quienes viven en una pensión de lo más peculiar y pasan el tiempo que no están trabajando colándose en fiestas y buscando novio. A pesar de que Baba sigue siendo la más atrevida de las dos, será Kate la que escandalice a todos sus conocidos cuando se mude con Eugene, un hombre bastante mayor que ella, protestante y separado.
La joven tendrá que enfrentarse a su padre y a toda la población de su pueblo natal para defender una relación amorosa que el lector sabe que está condenada desde el primer momento. Al fin y al cabo, Eugene no parece querer a Kate por lo que la chica es, sino por aquello en lo que él quiere convertirla. Para ello no dudará en intentar "moldearla" a su gusto e ignorarla cuando sus amigos (también artistas, como él, y aparentemente cultivados) están presentes, mientras la joven trata a toda costa de salvar su relación.
A Kate no le quedará otro remedio que aceptar que la vida real (y, en esperal, las relaciones reales) no tiene nada que ver con las historias románticas que le gusta leer, pero eso le servirá para madurar (aunque sea a marchas forzadas) y para comenzar el viaje hacia la persona en la que quiere convertirse.
Edna O'Brien vuelve a ofrecernos una estupenda novela (que, todo sea dicho, puede leerse de forma independiente, aunque no se conozca Las chicas de campo) en la que deja muy claro lo que piensa sobre la santurrona e hipócrita Irlanda de hace cincuenta años y en la que retrata a todas esas jóvenes que en su momento rompieron con los moldes preestablecidos y se aventuraron a luchar por vivir su vida como querían y ser dueñas de su futuro. Por eso y por lo bien que escribe O'Brien, merece mucho la pena leer este libro.
También de Edna O'Brien en ULAD: Las chicas de campo., La chica
miércoles, 25 de junio de 2014
Colaboración: Amaya o los vascos en el siglo VIII de Fernando Navarro Villoslada
Idioma original: español
Año de publicación: 1877
Valoración: Recomendable
Año de publicación: 1877
Valoración: Recomendable
Muchas culturas tienen una obra emblemática que de alguna forma materializa su propia existencia como tales: El cantar del mío Cid, Morte d´Arthur, Os Lusiadas o La chanson de Roland son buenos ejemplos. Por cierto, esta última, íntimamente emparentada con los asuntos que vamos a tratar. Estas obras operan además como catalizador, al tratarse de epopeyas o relatos apologéticos de trasfondo bélico.
El euskera no dispone de tales leyendas-estandarte. De hecho, y debido a su tradición predominantemente oral, el primer texto escrito en esta lengua es muy tardío (mediados del XVI); se trata del Linguae Vasconum Primitiae (encima, titulado en latín) de Bernat d´Etchepare y, lejos de cantar glorias nacionales, es un librito de poemas, la mayoría de amores y alguno de tema religioso.
Pero admitamos que los vascos –o al menos, muchos- tenemos un alma bilingüe, lo que además tiene su origen precisamente en la época en que se desarrolla la historia de Amaia. Y en la vertiente castellano-hablante de lo vasco sí que encontramos la gran epopeya del pueblo vasco, que no es otra que Amaya o Los vascos en el siglo VIII. En comparación con los relatos citados, éste es casi de antes de ayer, porque está escrito a mediados del siglo XIX. Pero nos vale.
A grandes rasgos, la historia nos presenta al pueblo vasco en una situación crítica: tras haber resistido el empuje de los romanos, se encuentran ahora arrinconados por el avance de los godos desde el sur, han perdido su capital Iruña (Pamplona) y prácticamente todo al sur de la línea imaginaria entre esta ciudad y las primeras estribaciones de los montes de Bizkaia.
Pero, aún peor, los vascos se encuentran inmersos en un terrible proceso de colonización religiosa. La cristianización ha ido calando entre la población y empieza a provocar desgarros estremecedores en la misma estirpe de Aitor, el patriarca. Hasta los nombres tradicionales son voluntariamente sustituidos por los romanizados en muestra de sometimiento a la fe verdadera. Los pocos paganos que van quedando se rebelan con furia contra los nuevos tiempos.
Y en esta decisiva disputa aparece la mano de Navarro Villoslada para poner orden. Como buen escritor romántico, el autor muestra devoción por la tradición, los vínculos de sangre o la heroica de un pequeño pueblo que resiste a los embates del exterior, y a la modernidad. Y de esta forma, diríamos que comprende a quienes todavía enarbolan la bandera del espiritualismo primitivo, a los que trata con relativa benevolencia. Pero sólo hasta cierto punto, porque estando por medio la religión, no se debe olvidar que Navarro fue destacado miembro del Partido Tradicionalista (carlista), y por tanto conservador y católico a machamartillo.
Así que, como no podía ser de otra manera, el relato toma partido, y de forma muy decidida, por los vascos buenos que abrazaron el cristianismo y que, superadas las barreras y más o menos vencidos los odios, se apresuran a socorrer la causa de la religión ante la invasión musulmana. Eso sí, no sin antes haber saldado algunas cuentas con el godo. De forma que, como descubrimos casi desde el principio con la aparición de Lorea-Paula, es la cuestión religiosa el núcleo sobre el que gira toda la historia.
Por lo demás, es llamativa la perfección con que los datos que se exponen encajan con los que nos proporciona la Historia: no sabemos exactamente cómo llegaron los vascos a sumarse a la defensa contra el moro, ni de qué manera acabó Iñigo de Aritza proclamado rey de Navarra; pero seguro que la realidad entronca de maravilla con lo que se nos cuenta en Amaia.
Sí, también se puede leer como un libro de caballerías, como un cuento medieval, que son las primeras definiciones que se nos vienen a la cabeza cuando hablamos de este libro. Hay batallas, enredos amorosos y familiares, alguna tragedia horrible (el romanticismo, otra vez), personajes venerables, tradiciones… Y, como tampoco podía faltar, una trama malévola urdida por la gente de la peor ralea, los más odiosos entre los odiosos, ¡los judíos! Quién si no.
Cierto que Amaia es un libro voluminoso; que, ya que no es un producto de la época sino digamos una reconstrucción, nos hubieran gustado menos arrebatos y más realismo; que nos sobran algunos personajes y ciertas tintas demasiado cargadas. Pero se lee con agrado, obviamente mayor si al lector le interesa el trasfondo histórico.
Como curiosidad, ha sido editado en innumerables formatos, incluido el comic. A partir del relato se creó una ópera, y hasta parece que se hizo una película en la época del protofranquismo. Habría que verla con buenas dosis de humor, desde luego.
Firmado: Carlos Andia
martes, 24 de junio de 2014
Max Frisch: Montauk
Idioma original: alemán
Título original: Montauk
Año de publicación: 1975
Valoración: Imprescindible
Como ya dije en su día, llegué a esta novela a través de Martutene, de Ramon Saizarbitoria, una novela que es un ejercicio práctico de intertextualidad, hasta el punto de que Martutene es al mismo tiempo una reescritura y una reinterpretación del clásico de Frisch. Personalmente, creo que entré a Montauk muy contaminado por Martutene, y que eso condicionó hasta cierto punto el modo en el que lo leí, al menos al principio: como una novela romántica y autobiográfica (y nada más). Y en realidad, es mucho más.
"Este es un libro sincero". Esta es la primera frase con la que se encuentra el lector cuando empieza a leer Montauk, y es toda una declaración de intenciones. Quizás parezca una obviedad, pero no lo es. Intentar escribir sobre uno mismo (eso que actualmente se denomina "autoficción") y no sucumbir al deseo de embellecer, adornar, "literaturizar", es algo realmente complicado. Algo prácticamente imposible, podríamos decir. Así que lo que Frisch intenta hacer, contar con la mayor sinceridad posible el fin de semana que pasó con una joven periodista llamada Lynn (nombre real: Alice Locke-Carey) en la península de Montauk, cerca de Nueva York.
Pero como decía, Montauk es mucho más que eso; ahí es donde Martutene me engañó, porque me hizo pensar que "solo" iba a encontrar una historia de amor. En realidad, Montauk es un intento por capturar la memoria de aquellos días neoyorquinos, usando el término "memoria" en toda su extensión y complejidad. Así, encontramos, efectivamente, la narración de los días pasados con Lynn/Alice, y sus conversaciones bilingües, a veces fallidas o insatisfactorias; pero también encontramos los recuerdos de Frisch sobre su juventud, sus relaciones con otras mujeres, sus reflexiones sobre la literatura o sobre su propia imagen como escritor rico, famoso, reconocido.
En ese sentido, Montauk ocupa un lugar próximo al diario (Frisch publicó también varios volúmenes de diarios a lo largo de su vida), aunque es obvio que existe un proceso de maduración y de construcción literaria posterior a los hechos. El texto, por otro lado, juega con una doble voz, en primera persona para las reflexiones y recuerdos, y en tercera para la narración de la relación de Max y Lynn, que sirve para llamar la atención sobre, precisamente, la (im)posibilidad de hablar de uno mismo sin máscaras, sin subterfugios, con total sinceridad.
Montauk es una novela difícil de encajar en los márgenes genéricos tradicionales, y provoca por eso una impresión ambigua en el lector. Estamos habituados a que la autoficción, incluso la más supuestamente realista, adopte formas literarias reconocibles, novelizadas, narrativizadas. El texto de Frisch es fragmentario, salta a través de relaciones visibles o invisibles, del presente al pasado, de lo sentimental a lo reflexivo, del yo al otro de un modo (quizás, no estoy seguro) más semejante al modo de operar de nuestra conciencia.
Por eso, precisamente, por ese intento ambicioso y complejo de ser sincero consigo mismo y con el lector, Montauk fue recibido con escándalo en su día. Algunas de las personas retratadas en el libro protestaron por la imagen que se daba de ellas, o por el propio hecho de ser convertidas en objeto literario sin su permiso (un tema que también aparece en Martutene, por cierto). A nosotros, que no conocimos a Frisch, lo que nos queda es una obra sorprendente, única, extraña, provocadora. Incluso ahora, que hasta el apuntador se ha apuntado a la moda de la autoficción, sigue siendo extraño encontrar un intento de honestidad como la que ofrece Frisch en Montauk.
Título original: Montauk
Año de publicación: 1975
Valoración: Imprescindible
Como ya dije en su día, llegué a esta novela a través de Martutene, de Ramon Saizarbitoria, una novela que es un ejercicio práctico de intertextualidad, hasta el punto de que Martutene es al mismo tiempo una reescritura y una reinterpretación del clásico de Frisch. Personalmente, creo que entré a Montauk muy contaminado por Martutene, y que eso condicionó hasta cierto punto el modo en el que lo leí, al menos al principio: como una novela romántica y autobiográfica (y nada más). Y en realidad, es mucho más.
"Este es un libro sincero". Esta es la primera frase con la que se encuentra el lector cuando empieza a leer Montauk, y es toda una declaración de intenciones. Quizás parezca una obviedad, pero no lo es. Intentar escribir sobre uno mismo (eso que actualmente se denomina "autoficción") y no sucumbir al deseo de embellecer, adornar, "literaturizar", es algo realmente complicado. Algo prácticamente imposible, podríamos decir. Así que lo que Frisch intenta hacer, contar con la mayor sinceridad posible el fin de semana que pasó con una joven periodista llamada Lynn (nombre real: Alice Locke-Carey) en la península de Montauk, cerca de Nueva York.
Pero como decía, Montauk es mucho más que eso; ahí es donde Martutene me engañó, porque me hizo pensar que "solo" iba a encontrar una historia de amor. En realidad, Montauk es un intento por capturar la memoria de aquellos días neoyorquinos, usando el término "memoria" en toda su extensión y complejidad. Así, encontramos, efectivamente, la narración de los días pasados con Lynn/Alice, y sus conversaciones bilingües, a veces fallidas o insatisfactorias; pero también encontramos los recuerdos de Frisch sobre su juventud, sus relaciones con otras mujeres, sus reflexiones sobre la literatura o sobre su propia imagen como escritor rico, famoso, reconocido.
En ese sentido, Montauk ocupa un lugar próximo al diario (Frisch publicó también varios volúmenes de diarios a lo largo de su vida), aunque es obvio que existe un proceso de maduración y de construcción literaria posterior a los hechos. El texto, por otro lado, juega con una doble voz, en primera persona para las reflexiones y recuerdos, y en tercera para la narración de la relación de Max y Lynn, que sirve para llamar la atención sobre, precisamente, la (im)posibilidad de hablar de uno mismo sin máscaras, sin subterfugios, con total sinceridad.
Montauk es una novela difícil de encajar en los márgenes genéricos tradicionales, y provoca por eso una impresión ambigua en el lector. Estamos habituados a que la autoficción, incluso la más supuestamente realista, adopte formas literarias reconocibles, novelizadas, narrativizadas. El texto de Frisch es fragmentario, salta a través de relaciones visibles o invisibles, del presente al pasado, de lo sentimental a lo reflexivo, del yo al otro de un modo (quizás, no estoy seguro) más semejante al modo de operar de nuestra conciencia.
Por eso, precisamente, por ese intento ambicioso y complejo de ser sincero consigo mismo y con el lector, Montauk fue recibido con escándalo en su día. Algunas de las personas retratadas en el libro protestaron por la imagen que se daba de ellas, o por el propio hecho de ser convertidas en objeto literario sin su permiso (un tema que también aparece en Martutene, por cierto). A nosotros, que no conocimos a Frisch, lo que nos queda es una obra sorprendente, única, extraña, provocadora. Incluso ahora, que hasta el apuntador se ha apuntado a la moda de la autoficción, sigue siendo extraño encontrar un intento de honestidad como la que ofrece Frisch en Montauk.
lunes, 23 de junio de 2014
David Byrne: Cómo funciona la música
Idioma original: inglés
Título original: How music works
Año de publicación: 2014
Traducción: Marc Viaplana
Valoración: imprescindible para interesados, muy recomendable para profanos
Pues sí: entre libros sobre música suelo sentirme como en casa. Y a David Byrne, aunque no acabe de explicarme su deriva desde los sonidos underground hacia los estilos latinos, se le debe un respeto y una veneración por encima de toda duda, por encima de los más que tolerables altibajos creativos de músicos con cuatro décadas de carrera a las espaldas.
Pero es que encima Byrne ha decidido darlo todo en este libro. Cuyo título, escueto, parco, pero a la vez aguerrido y algo soberbio, es absolutamente justificado. Como si fuera un manual de software escrito por los propios desarrolladores, Byrne se atreve con un título así, consciente de que es de los pocos que puede permitirse ese lujo. Porque aquí está casi todo: desde la mención a aves cantoras hasta los comentarios sobre la acústica de los locales hasta la extensa explicación de la influencia de las tecnologías de grabación en la preponderancia de ciertos sonidos. A Byrne le da igual revelar secretos o trucos o, ya puestos, hallazgos sobre cómo la voluntad del oyente completa ciertas carencias en la fuente original. Aderezado con sus propias experiencias, las buenas y las no tanto.
Profundizando donde cree que debe hacerlo (curioso: sus enormes conocimientos técnicos dinamitan cualquier prejuicio sobre el artista ensimismado y alucinado) pero siendo muy estricto. Resultando siempre interesante, pero en muchísimos momentos sublimemente fascinante. Hasta para hablar de dinero. Con un estudio pormenorizado (con gráficos de tarta cual ejecutivo con la Powerpoint) del reparto de ingresos y gastos que supone la producción de un disco: con un criterio objetivo, alejado del frío tecnicismo empresarial, aclarando cuál es la parte del pastel que la industria acapara, y por qué el auge de las descargas les tiene tan preocupados. Y de paso, recordándonos que los músicos son seres humanos que comen y tienen familias que alimentar. Que sufren crisis creativas, que tienen malos días. Manía que tiene la gente de comer cada día, leches. Que es muy romántico el perfil del creador atormentado, pero que hay que ser profesional. Byrne no es tan autobiográfico, no apela tanto al lado emocional como lo era otro músico afín, Ryuichi Sakamoto, en otro excelente libro. No es tan confidencial. Pero se trata solamente de otro registro, de otra opción tan sincera y válida, quizás más propia por su background cultural o por el entorno en que surgió.
Profundizando donde cree que debe hacerlo (curioso: sus enormes conocimientos técnicos dinamitan cualquier prejuicio sobre el artista ensimismado y alucinado) pero siendo muy estricto. Resultando siempre interesante, pero en muchísimos momentos sublimemente fascinante. Hasta para hablar de dinero. Con un estudio pormenorizado (con gráficos de tarta cual ejecutivo con la Powerpoint) del reparto de ingresos y gastos que supone la producción de un disco: con un criterio objetivo, alejado del frío tecnicismo empresarial, aclarando cuál es la parte del pastel que la industria acapara, y por qué el auge de las descargas les tiene tan preocupados. Y de paso, recordándonos que los músicos son seres humanos que comen y tienen familias que alimentar. Que sufren crisis creativas, que tienen malos días. Manía que tiene la gente de comer cada día, leches. Que es muy romántico el perfil del creador atormentado, pero que hay que ser profesional. Byrne no es tan autobiográfico, no apela tanto al lado emocional como lo era otro músico afín, Ryuichi Sakamoto, en otro excelente libro. No es tan confidencial. Pero se trata solamente de otro registro, de otra opción tan sincera y válida, quizás más propia por su background cultural o por el entorno en que surgió.
No solamente habrá que agradecerle a David Byrne la magnífica música contenida, sobre todo, en los discos de los Talking Heads. El trepidante ritmo de Life during wartime o el faux gospell de Road to nowhere. Desde ahora, habrá que añadir este extenso y estupendo ensayo, una especie de meticulosa e inspirada masterclass que, desde este momento, me hace contemplar de otra manera cualquier proceso creativo. Glorioso, glorioso de verdad y, desde ya mismo, el mejor libro de la experiencia musical que he leído hasta hoy. Muy alto has dejado el listón, David. El cabreo que llevé cuando devolví el libro a la biblioteca donde lo tomé prestado solo lo sé yo.
(Y digo esto, ya, con apenas 200 páginas leídas hasta el momento. Sí, tanto me la juego. Y si cuando haya acabado con las 180 que me quedan mi opinión no ha cambiado un ápice, este párrafo continuará aqui).
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Muy recomendable,
siglo XXI
domingo, 22 de junio de 2014
Álvaro Enrigue: Muerte súbita
Año de publicación: 2013
Valoración: Muy recomendable
A primera vista, el argumento de esta novela no parece sino una excentricidad, apenas más que una boutade: se trata de la narración de un partido de tenis que trascurre en 1599, en la Plaza Navona de Roma, entre nada menos que un pintor lombardo bastante macarra, conocido como Caravaggio y un joven poeta español, un tal Francisco de Quevedo. Si a alguien le resulta demasiado inverosímil tal argumento, que tenga en cuenta que además transitan por esta novela las figuras de Ana Bolena, Galileo, el rey Francisco I de Francia, Hernán Cortés, la Malinche, el emperador Cuahtémoc, varios obispos y cardenales de la época, un par de Papas y hasta un (futuro) santo de la Iglesia Católica. Esto, sin contar las varias prostitutas, rufianes, mercenarios, verdugos, artesanos, soldados y cocineras....
El caso es que, contra todo lo previsto, Enrigue consigue hacer encajar todo ese batiburrillo histórico y, aún más, hacerlo de una forma literariamente satisfactoria, cuando no excelente. En esa Piazza Navona acaban confluyendo todos los relatos que comienzan muchos años antes (y partiendo otros que concluirán muchos años después) mientras Caravaggio y Quevedo, resacosos y amnésicos (o no), se desfondan en un intenso partido de pallacorda, el tenis de la época, menos rudimentario de lo que cabría pensar. Y no sólo consigue hacer casar todos los elementos sin estridencias ni mixtificación alguna: incluso nos proporciona toda una serie de datos acerca de la historia del juego del tenis, de manera que este partido en 1599 nos acaba pareciendo no solo plausible, sino totalmente lógico y consecuente con la época.
Sin embargo, no me atrevería a decir que Muerte súbita es una novela histórica según los cánones establecidos del género (si es que queda alguno, a estas alturas), pero sí que resulta, aun de una manera oblicua, un retrato muy sugerente de un tiempo apasionante: uno de esos "momentos-bisagra" entre dos épocas con sus diferentes circunstancias, aspiraciones y paradigmas.
De igual forma, tampoco estoy del todo seguro de que esta novela se pueda encuadrar en lo que se conoce como "literatura posmoderna"; no estoy demasiado ducho en el tema. Ciertamente que muchos de los elementos estilísticos que por lo visto, caracterizan a este tipo de narración aparecen también aquí: narración fragmentada, saltos adelante y atrás en el tiempo, mezcla de perspectivas, argumento circular (en este caso centrípeto, diría yo), referencia a la cultura de masas (tenis o "prototenis"), inserción de lementos documentales... Ahora bien, la impresión que da es que el autor ha utilizado todos estos recursos más como una herramienta que como un fin en sí mismos, con el ánimo de abrir nuevos caminos al arte literario o, de manera más pedestre, simplemente de "epatar" al lector contemporáneo (lo que ya resulta harto difícil, a estas alturas).
Tampoco nos ahorra Enrigue alguna que otra mención a sus propias cuitas durante el proceso de documentación y redacción de la novela: esto es algo que, más que una moda, ya parece haberse convertido casi en una obligación en este tipo de libros que, aun de forma más o menos novelizada (y sin ser estrictamente biografías, claro) utilizan como materia prima las vidas de personajes reales: Limónov, HHhH, o, hace ya varios años, Soldados de Salamina. Por suerte, aquí el escritor evita hacerse con el protagonismo y éstas menciones parecen hechas más por compromiso que por otra razón. Y, desde luego, el resultado queda bastante lejos del "vicio solitario" de al autoficción, por suerte para todos...
En suma, una novela divertida, entretenida, incluso apasionante, en algún momento; en general, muy bien escrita (ese español mexicano resulta delicioso... aunque se podía haber ahorrado hacerle decir a Quevedo "ahorita" y alguna otra cosa por el estilo), que nos da una visión de la Historia y de sus hilos invisibles diferente, pero no por ello menos cierta. Y, si al final resultara ser todo falso... ¿qué más da? El juego habría merecido la pena, en todo caso.
El caso es que, contra todo lo previsto, Enrigue consigue hacer encajar todo ese batiburrillo histórico y, aún más, hacerlo de una forma literariamente satisfactoria, cuando no excelente. En esa Piazza Navona acaban confluyendo todos los relatos que comienzan muchos años antes (y partiendo otros que concluirán muchos años después) mientras Caravaggio y Quevedo, resacosos y amnésicos (o no), se desfondan en un intenso partido de pallacorda, el tenis de la época, menos rudimentario de lo que cabría pensar. Y no sólo consigue hacer casar todos los elementos sin estridencias ni mixtificación alguna: incluso nos proporciona toda una serie de datos acerca de la historia del juego del tenis, de manera que este partido en 1599 nos acaba pareciendo no solo plausible, sino totalmente lógico y consecuente con la época.
Sin embargo, no me atrevería a decir que Muerte súbita es una novela histórica según los cánones establecidos del género (si es que queda alguno, a estas alturas), pero sí que resulta, aun de una manera oblicua, un retrato muy sugerente de un tiempo apasionante: uno de esos "momentos-bisagra" entre dos épocas con sus diferentes circunstancias, aspiraciones y paradigmas.
De igual forma, tampoco estoy del todo seguro de que esta novela se pueda encuadrar en lo que se conoce como "literatura posmoderna"; no estoy demasiado ducho en el tema. Ciertamente que muchos de los elementos estilísticos que por lo visto, caracterizan a este tipo de narración aparecen también aquí: narración fragmentada, saltos adelante y atrás en el tiempo, mezcla de perspectivas, argumento circular (en este caso centrípeto, diría yo), referencia a la cultura de masas (tenis o "prototenis"), inserción de lementos documentales... Ahora bien, la impresión que da es que el autor ha utilizado todos estos recursos más como una herramienta que como un fin en sí mismos, con el ánimo de abrir nuevos caminos al arte literario o, de manera más pedestre, simplemente de "epatar" al lector contemporáneo (lo que ya resulta harto difícil, a estas alturas).
Tampoco nos ahorra Enrigue alguna que otra mención a sus propias cuitas durante el proceso de documentación y redacción de la novela: esto es algo que, más que una moda, ya parece haberse convertido casi en una obligación en este tipo de libros que, aun de forma más o menos novelizada (y sin ser estrictamente biografías, claro) utilizan como materia prima las vidas de personajes reales: Limónov, HHhH, o, hace ya varios años, Soldados de Salamina. Por suerte, aquí el escritor evita hacerse con el protagonismo y éstas menciones parecen hechas más por compromiso que por otra razón. Y, desde luego, el resultado queda bastante lejos del "vicio solitario" de al autoficción, por suerte para todos...
En suma, una novela divertida, entretenida, incluso apasionante, en algún momento; en general, muy bien escrita (ese español mexicano resulta delicioso... aunque se podía haber ahorrado hacerle decir a Quevedo "ahorita" y alguna otra cosa por el estilo), que nos da una visión de la Historia y de sus hilos invisibles diferente, pero no por ello menos cierta. Y, si al final resultara ser todo falso... ¿qué más da? El juego habría merecido la pena, en todo caso.
sábado, 21 de junio de 2014
Reinhard Kleist: El boxeador
Título original: Der Boxer
Año de publicación: 2011
Valoración: muy recomendable
Hertzko Haft (más conocido como Harry Haft (1925-1997)) fue un boxeador polaco que, a pesar de no haber pasado a los anales de la historia del boxeo, tuvo su cupo de victorias e incluso llegó a combatir con Rocky Marciano. Pero la historia de Hertzko es algo más que la historia de un hombre que emigró a Estados Unidos y dedicó varios años de su vida al boxeo.
En este cómic (adaptación del libro Harry Haft: Auschwitz Survivor, Challenger of Rocky Marciano (Religion, Theology, and the Holocaust), escrito por su hijo, Allan Scott Haft), conocemos a Hertzko en 1939, cuando no es más que un adolescente judío que vive en Belchatow (Polonia) y tiene que arreglárselas como puede para ayudar a sus hermanos a llevar comida a casa. El joven dará con sus huesos en Auschwitz, donde tendrá que realizar los trabajos más desagradables que podemos imaginar para lograr sobrevivir.
Allí tiene la suerte de caer en gracia a un oficial alemán, que le consigue comida y ciertos favores a cambio de que boxee (a muerte, claro) con otros prisioneros del campo de concentración. Dejando de lado sus escrúpulos y su dignidad, Hertzko consigue sobrevivir al Holocausto y volver a su ciudad natal, pero allí ya nada es como recuerda. Pocas de sus personas queridas han quedado con vida y se da cuenta de que en Polonia no hay ninguna oportunidad de salir adelante después de la guerra, así que decide emigrar a Estados Unidos, donde espera conseguir un trabajo y encontrar a Leah, la joven de la que está enamorado.
Aunque ésta pueda sonar como una historia más sobre un superviviente del Holocausto, la calidad del cómic hace que no pase desapercibida ante nuestros ojos. Siguiendo la narración de Allacn Scott Haft (quien escribió el libro en un intento de comprender el porqué del difícil carácter de su padre), Kleist recrea las vivencias de Hertzko con gran sensibilidad, utilizando para ello un dibujo dinámico y detallado, así como crudo y simple cuando la ocasión lo requiere. Gracias al mismo y a un guión que va desgranando la historia del joven polaco ofreciendo las dosis justas de acción y drama, El boxeador termina por ser una trágica pero hermosa historia que no se olvida fácilmente.
Al final del volumen, además, el lector puede disfrutar de un dossier con más información y fotografías de Hertzko, y con las biografías de otros "campeones olvidados" por el gran público, como Victor "Young" Pérez, Leone "Lelletto" Efrati, Jacko Razon o Tadeusz "Teddy" Pietrzykowski, que ofrecen más datos acerca del trágico destino que estos hombres tuvieron la desgracia de experimentar.
viernes, 20 de junio de 2014
Michela Murgia: La acabadora
Título original: Accabadora
Fecha de publicación: 2011
Valoración: Muy recomendable
Cuando encontré La acabadora husmeando en una de las bibliotecas que frecuento, su título me sonó vagamente, y su argumento, explicado en la contraportada, me pareció muy atractivo, tanto como su portada, en la que aparece un rostro joven y femenino iluminado por unas velas. No necesité nada más para llevármelo a casa. Luego, gracias a Internet, descubriría que esta novela de Michela Murgia fue un libro multipremiado en su país, Italia, obteniendo, incluso, el prestigioso Premio Campiello.
Y ahora que he terminado de leerlo, la sensación que me ha dejado ha sido tan agradable que entiendo el éxito que cosechó. Porque es una obra corta y sencilla de leer, sí, pero a la vez, rica en elementos sugerentes. Una historia original ambientada en un entorno aparentemente austero e inofensivo que se hace creíble al haber sido narrada de una forma franca y clara, sin intenciones de epatar o provocar regocijo.
La trama del libro se desarrolla en Soreni, un pequeño pueblo de Cerdeña, durante los años cincuenta del siglo pasado. María, la cuarta de cuatro hermanas, hijas de una viuda sin muchos medios, se convierte en la fillus de anima (una figura a medio camino entre la adopción y el apadrinamiento) de una anciana del pueblo llamada Bonaria. La mujer, que trabaja como modista, será la encargada de criarla y educarla como si fuera su madre, pero sin que la cría pierda el vínculo con su familia de sangre. Y aunque la relación entre la niña y la señora será buena, María pronto descubrirá algo extraño en la conducta de Bonaria: las vísperas de la muerte de ciertas personas del pueblo, la mujer sale de casa a horas intempestivas. A Bonaria no le quedará más remedio que confesar a su “niña del alma” su peculiar y oscura segunda profesión, consistente en dar “el último empujón” a aquellos que se debaten entre la vida y la muerte. Pero eso sí, completamente condicionada y limitada por un férreo y ancestral código de conducta. Y un decisivo suceso unido al rechazo inicial de María por el extraño papel de su segunda madre, hará que la chica huya del pueblo durante unos años.
No creo que haga falta dar más detalles sobre los sucesos que vivirá María a lo largo de La acabadora, ni de los personajes que aparte de Bonaria la arroparán, para dar pistas sobre el atractivo que desprende este digno y agradable libro. La atmósfera física y temporal que transmite tiene mucho encanto, y las citas constantes a la gastronomía italiana ayudan a que ésta se presente poderosa y muy sensitiva. Quizás, como punto negativo, citaría a cierto personaje masculino con el que María tiene una relación íntima justo al final del libro y que no creo que aporte nada a la historia, algo que así podría haber sido si la escritora hubiera incidido más en él.
Pero en fin, considero que La acabadora es un libro muy recomendable y que será interesante leer más obras de Michela Murgia.
También de Michel Murgia en ULAD: Instrucciones para convertirse en fascista
jueves, 19 de junio de 2014
Ismail Kadaré: La pirámide
Idioma original: albanés
Título original: Piramida
Año de publicación: 1992
Valoración: Muy recomendable
Confieso que tengo una debilidad por Kadaré: todo lo que leo de él me gusta. Él es mi eterno candidato al Nobel, y lo volverá a ser el año que viene, cuando, después de premiar a una mujer angloparlante, los sabios suecos piensen en premiar a un escritor masculino de una lengua minoritaria. He leído de él media docena de novelas, quizás incluso alguna más, y diría que sus obras gravitan entre dos polos: el retrato realista de la sociedad albanesa (en particular de su ley de honor o Kanun), como en Abril quebrado o Frías flores de marzo; y las parábolas más o menos declaradas sobre el totalitarismo, inspiradas por el régimen comunista de Hoxha (como la magistral El palacio de los sueños). Entre estos dos polos quedan otras obras difícilmente clasificables, como El accidente o El cerco, igualmente interesantes.
La pirámide se sitúa claramente en el segundo polo. Escrita tras la muerte de Hoxha y en plena descomposición del régimen comunista, esta es una novela alegórica sobre la megalomanía de los dictadores, su obsesión por el poder y el control social o el modo en el que la sociedad se vuelve cómplice de este poder, por la fuerza o, a veces, voluntariamente (por una especie de Síndrome de Estocolmo colectivo).
Todos estos temas, que estaban presentes en El palacio de los sueños (al que ahora me arrepiento de no haberle dado un "Imprescindible") reaparecen en La pirámide: el monumento, representación última de la megalomanía y el culto al individuo se transforma en un símbolo del poder (capaz de proyectar su sombra, metafóricamente, sobre cada individuo de Egipto), pero también, de un modo muy concreto, en un medio para controlar y someter a los súbditos de ese poder. Las conjuras (verdaderas o falsas), duramente reprimidas; la propaganda y sus consecuencias; la tortura y la muerte, constantes y omnipresentes, son elementos comunes al Egipto imaginado por Kadaré, y a la Albania de Hoxha (y a tantos otros regímenes totalitarios, como viene a sugerir el epílogo en que la pirámide se "reencarna" a través de los siglos y de los espacios).
Kadaré, en La pirámide como en El cerco, parece no tener problema para trasladarse a otro tiempo y adoptarlo como propio; no se debe esperar, en esta novela, sin embargo, rigor histórico en sentido estricto. Se trata, como hemos dicho, de una parábola, y lo que importa es por lo tanto el mensaje de la historia, no el detalle concreto. (Estoy seguro de que un egiptólogo que lea esta obra se tirará de los pelos cada dos páginas). Para quienes no somos especialistas en historia, y sí en cambio lectores apasionados de Kadaré, esta novela se disfruta gracias a una narración aparentemente simple, formalmente aséptica aunque no exenta de humor. No es El palacio de los sueños, pero no le anda muy lejos.
También de Ismaíl Kadaré en Un libro al día: Aquí
Título original: Piramida
Año de publicación: 1992
Valoración: Muy recomendable
Confieso que tengo una debilidad por Kadaré: todo lo que leo de él me gusta. Él es mi eterno candidato al Nobel, y lo volverá a ser el año que viene, cuando, después de premiar a una mujer angloparlante, los sabios suecos piensen en premiar a un escritor masculino de una lengua minoritaria. He leído de él media docena de novelas, quizás incluso alguna más, y diría que sus obras gravitan entre dos polos: el retrato realista de la sociedad albanesa (en particular de su ley de honor o Kanun), como en Abril quebrado o Frías flores de marzo; y las parábolas más o menos declaradas sobre el totalitarismo, inspiradas por el régimen comunista de Hoxha (como la magistral El palacio de los sueños). Entre estos dos polos quedan otras obras difícilmente clasificables, como El accidente o El cerco, igualmente interesantes.
La pirámide se sitúa claramente en el segundo polo. Escrita tras la muerte de Hoxha y en plena descomposición del régimen comunista, esta es una novela alegórica sobre la megalomanía de los dictadores, su obsesión por el poder y el control social o el modo en el que la sociedad se vuelve cómplice de este poder, por la fuerza o, a veces, voluntariamente (por una especie de Síndrome de Estocolmo colectivo).
Todos estos temas, que estaban presentes en El palacio de los sueños (al que ahora me arrepiento de no haberle dado un "Imprescindible") reaparecen en La pirámide: el monumento, representación última de la megalomanía y el culto al individuo se transforma en un símbolo del poder (capaz de proyectar su sombra, metafóricamente, sobre cada individuo de Egipto), pero también, de un modo muy concreto, en un medio para controlar y someter a los súbditos de ese poder. Las conjuras (verdaderas o falsas), duramente reprimidas; la propaganda y sus consecuencias; la tortura y la muerte, constantes y omnipresentes, son elementos comunes al Egipto imaginado por Kadaré, y a la Albania de Hoxha (y a tantos otros regímenes totalitarios, como viene a sugerir el epílogo en que la pirámide se "reencarna" a través de los siglos y de los espacios).
Kadaré, en La pirámide como en El cerco, parece no tener problema para trasladarse a otro tiempo y adoptarlo como propio; no se debe esperar, en esta novela, sin embargo, rigor histórico en sentido estricto. Se trata, como hemos dicho, de una parábola, y lo que importa es por lo tanto el mensaje de la historia, no el detalle concreto. (Estoy seguro de que un egiptólogo que lea esta obra se tirará de los pelos cada dos páginas). Para quienes no somos especialistas en historia, y sí en cambio lectores apasionados de Kadaré, esta novela se disfruta gracias a una narración aparentemente simple, formalmente aséptica aunque no exenta de humor. No es El palacio de los sueños, pero no le anda muy lejos.
También de Ismaíl Kadaré en Un libro al día: Aquí
miércoles, 18 de junio de 2014
Edward Limónov: Historia de un servidor
Idioma original: ruso
Título original: История его слуги
Año de publicación: 1984
Traducción: Víctor Luis Gómez Salvador y Marina Lysenko
Valoración: muy recomendable
Indudablemente Limónov, el excelente texto de Carrére, influye lo suyo, durante una temporada, a la hora de sentir curiosidad por la obra de este autor. Toda esa cuestión presente, muy cercana a lo morboso: su voraz, variado y algo disfuncional apetito sexual, sus cábalas sobre los más diversos asuntos, su radical filiación política, su sorprendente implicación en las causas más irremisiblemente abocadas al fracaso. Y lo que desafía el texto de Carrére no es tanto la curiosidad como averiguar si, como suele pasar, el mito no es al final más grande que la obra.
Mejor manera de salir de dudas no hay, pues, que buscar uno de esos textos del propio Limónov, los que tienen más cariz autobiográfico, y ver si el prisma propio para observarse es siquiera parecido al de Carrére.Y resulta que no hay grandes discrepancias. Limónov actúa como el canalla simpático, el entrañable amigote egoísta y algo chuleta que describe Carrére, actúa con esa desquiciada y romántica convicción de clase, y en unas pocas páginas ya estamos sumidos en esa imagen casi costumbrista: el servidor es el propio Limónov, que habiendo publicado ya un libro de sus experiencias, se encuentra en Nueva York ejerciendo de mayordomo de un adinerado hombre de negocios, trabajo que le requiere el enorme sacrificio de estar aposentado en un gigantesco apartamento disponiendo de toda clase de comodidades, a cambio de hacerse cargo de su conservación y mantenimiento, para las esporádicas apariciones del dueño. Rápidamente se empareja con la joven ama de llaves, y empieza la descripción detallada (a veces muy detallada) de sus andanzas.
Estilo directo, procaz, y algo provocador. Manifiestamente escorado hacia cierta nostalgia ideológica (que va a menos, pues Limónov cada vez es más un neoyorquino habituado al confort, que, circunstancialmente, su trabajo le proporciona), pero con las lógicas dudas de quien se siente abrumado al conocer y disfrutar el lujo y el oropel. Limónov, residiendo en NY a las órdenes de Steven Grey, potentado ausente las más de las veces, nos cuenta en Historia de un servidor esa especie de esencia de la contradicción inherente al personaje de un escritor algo torturado, pero entregado a sus dos pasiones, la escritura y el sexo. Lo hace de forma tan dinámica, tan sincera y descarnada que parece que estemos leyendo el diario algo editado de un amigote de la juventud. Confesiones sorprendentes, sinceridad sin tapujos, y mucha vivencia acumulada. Y debajo de todo, el escritor de raza, el prosista incontinente que encuentra palabras hasta para los detalles más chocantes. Escritor de raza que colecciona rechazos de editoriales por docenas, que, de un modo bolañesco, desprecia esos rechazos esperando a que su talento se reconozca. Rebelde, a la vez dubitativo y contradictorio, pero indudablemente valioso.
También de Limónov en ULAD: Soy yo, Édichka, El libro de las aguas
También de Limónov en ULAD: Soy yo, Édichka, El libro de las aguas
martes, 17 de junio de 2014
Rafael Argullol: Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza
Año de publicación: 2013
Valoración: Muy
recomendable
Malos
tiempos para escribir libros como este. Sin embargo ahí está la producción
completa de Rafael Argullol, publicada por una editorial prestigiosa y cautivando
con facilidad a todo el que, como yo, buscan –más allá de lo trillado– aprender
de los actuales pensadores, sumergirse en reflexiones algo más enjundiosas de
lo habitual aunque sin el marchamo de lo académico, conocer lo que producen esas
mentes que ante todo necesitan expresarse sin atender a componendas comerciales
ni guiarse por sensatas cifras de ventas. Por mi parte, y tras disfrutar lo
indecible con este volumen de artículos conectados entre sí por el análisis de
la intransferible experiencia del hecho artístico, me he propuesto conocer más
a fondo a este veterano escritor, cuya extensa lista de ensayos, poemarios, novelas
y trabajos de difícil clasificación difícilmente puede llegar al gran público.
Veintidós
artículos cuyo recorrido no es apresurado pero sí esquemático, sin esta
capacidad de síntesis sería imposible condensar tanto contenido en un puñado de
artículos de alrededor de una decena de páginas. Su pretensión es integradora,
simbiótica. Amparado en los polifacéticos modelos renacentistas, las influencias
de toda índole se acumulan para precipitarse luego, a modo de cascada, en un
intento de abordar organizadamente el cosmopolitismo actual. Es verdad que, en
ocasiones, desearíamos que se demorase más, pero recrearse, puntualizar o ampliar
las explicaciones significaría modificar por completo un formato tan eficaz como este.
Guiado
por un bagaje cultural tan profundo como extenso, Argullol sabe arrojar una luz
nueva sobre la cultura occidental, revelar la cara oculta o indagar en lo más hondo
del hecho creativo. Resulta de lo más gratificante ir recorriendo sinuosamente sus
diversos focos de atención, de Lucrecio a Balzac o Tomas Mann pasando por Goethe
o Miguel Angel, de Nietzsche a los aspectos menos perceptibles del continente
americano, todo ello puesto bajo la lente de su particular microscopio. Sin
excluir cuestiones más prácticas ni renunciar a la crítica, como muestra en el
capítulo que dedica al denostado siglo anterior:
“Después de las grandes tempestades del siglo XX se propagó la bonanza de un supuesto modelo único de progreso. Sin embargo, como ha acontecido tantas veces, cuando la casa se supone más sólida es cuando se desatiende el trabajo de las termitas.”
Los
temas que aborda son los que han interesado a los pensadores de todas las
épocas, y que le sirven de apoyo a través de sus producciones. De El Gatopardo, La montaña mágica, El jugador, la Ilíada, La Divina Comedia, De rerum
natura, El anillo del nibelungo, Fausto, entre otras, así como de muchas
pinturas y esculturas, aunque aportando un enfoque más actualizado y personal.
La radical separación entre hombre y naturaleza, la eterna disyuntiva entre
destino y libertad, el influjo de adicciones
y debilidades en la obra de los grandes genios; la oposición entre el héroe de
la literatura clásica y sus epígonos y el antihéroe de la moderna; la
concepción de la lectura como viaje, -que puede parecer estático cuando se
dirige al interior de uno mismo–; el carácter espectral del arte moderno, la
circularidad de los asuntos líricos, como si la poesía atravesase épocas y
continentes utilizando a los poetas para cumplir su misión y no al contrario;
el sacrificio que el arte exige a los que se consagran a él, la magia del
retrato en un espacio: el taller, y un tiempo concretos, en el que tiene lugar
el secreto diálogo entre modelo, lienzo y artista; el sacrificio que el arte
exige a los consagrados a ejecutarlo.
Estos
no son más que botones de muestra que nos informan de lo que vamos a encontrar
si decidimos embarcarnos en una aventura cuyo mayor mérito podría ser su
capacidad para estimular la curiosidad, para concienciarnos de todo lo que
ignoramos, para despertar la ambición por acumular conocimientos.
Otras obras de Rafael Argullol en ULAD: La razón del mal
Otras obras de Rafael Argullol en ULAD: La razón del mal
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siglo XXI
lunes, 16 de junio de 2014
Rachel Joyce: El insólito peregrinaje de Harold Fry
Título original: The Unlikely Pilgrimage of Harold Fry
Idioma original: inglés
Año de publicación: 2012
Valoración: recomendable
Harold Fry es un hombre normal y corriente. Jubilado desde hace unos pocos meses, lleva una vida de lo más tranquila con su mujer Maureen y no hay nada que parezca enturbiar su rutina, hasta que un día recibe una carta de Queenie, una antigua compañera de trabajo, quien le comunica que está enferma de cáncer y va a morir pronto. Harold escribe una misiva de respuesta y sale de casa dispuesto a echarla en el buzón más cercano, pero, una vez que llega a él, decide que va a caminar un poco más hasta el siguiente (la verdadera razón es que lo que ha escrito no le convence demasiado, dadas las circunstancias). Pero después piensa que es mejor llegar al siguiente, y luego al siguiente... y al final, después de una breve conversación con una joven en una gasolinera, toma la decisión de ir caminando hasta el hospital donde se encuentra Queenie (a 627 millas de distancia), pues está convencido de que su determinación podrá salvarla.
Así comienza El insólito peregrinaje de Harold Fry, un viaje a través de un país y de la vida de su protagonista, que aprovechará los 87 días que dura su caminata para hacer un repaso a lo que ha sido su existencia hasta el momento y para intentar asumir los errores, las decepciones y las desgracias a los que ha tenido (y aún tiene) que hacer frente. Mientras tanto, el lector también será testigo de lo que vive Maureen durante esos casi tres meses, en los que tiene que hacerse a la idea de que su marido va a cruzar el país de una punta a la otra sin dinero, móvil ni equipo adecuado (y sin haber dado más que breves paseos en toda su vida), primero, y enfrentarse a sus propios fantasmas, después.
Reconozco que, al comenzar a leer esta novela, pensé "uf, éste es uno de esos libros de lafemuevemontañasalopaulocoehlolavidaesbellasólohayquetenerfe", pero, por suerte, me equivoqué. Por suerte, Rachel Joyce no utiliza su obra para narrar experiencias místicas, espirituales, religiosas o filosóficas, sino que nos ofrece una historia sencilla sobre un hombre que, sin pretenderlo (y sin darse cuenta de ello, en realidad), decide poner en orden sus asuntos y enfrentarse a todos los fantasmas que llevan años persiguiéndolo.
El insólito peregrinaje... es una obra pausada, en la que la autora reflexiona sobre las barreras que levantamos para interactuar con los demás y sobre lo difícil que resulta, en ocasiones, salir adelante. O hacer lo correcto. O estar a la altura de lo que esperamos de nosotros mismos. Es una novela, en resumen, que cualquiera puede disfrutar. Quizá porque, salvando las distancias, todos tenemos un poco de Harold Fry dentro de nosotros.
También de Rachel Joyce en ULAD: Perfecto
También de Rachel Joyce en ULAD: Perfecto
domingo, 15 de junio de 2014
Jon Obeso: Alimento para moscas
Idioma original: castellano
Año de publicación: 2012
Valoración: recomendable, con reservas
Año de publicación: 2012
Valoración: recomendable, con reservas
En unas caballerizas situadas en una comarca apartada, que se mueve alrededor de una cantera de piedra rojiza, un entomólogo ha establecido su laboratorio para estudiar a los dípteros nematóceros (vulgo mosquitos), a los que registra sus zumbidos, tratando de desentrañar algún código de comunicación, y alimenta con su propia sangre. Al tiempo que sus observaciones científicas, el entomólogo va anotando también, en una suerte de dietario, sus impresiones sobre los habitantes, costumbres y sucesos que acontecen en la comarca (denominada aquí merindad, como en Navarra). Entre tanto, una epidemia inclemente azota a las yeguas de la caballeriza y también sus avances, lo mismo que las hipótesis del entomólogo al respecto, quedan registradas en el dietario.
Así, lo que en un principio parecía que iba a ser la novela, una especie de prontuario de personajes peculiares, se convierte casi en una historia de intriga (si bien no menos peculiar). Los retratos de lugareños de la comarca se ven reducidos a tan sólo una media docena de tipos, de los que ni siquiera se da el nombre: el Guarda, el Enterrador, el Alguacil, el Veterinario, el Portes... Tan sólo conocemos el nombre de pila de un habitante del lugar, el malogrado Matías, con cuya memoria está obsesionado el enterrador. También aparecen sus mujeres, pero éstas se nos presentan más como meros organismos reproductores, hembras acuciadas por sus imperativos biológicos, que como personajes con mayor entidad (salvo quizás la mujer del Alguacil). Este no se debe, como alguien puede pensar, a un punto de vista misógino por parte del autor, sino que tiene su justificación en el transcurrir de la historia y, sobre todo, en la manera que tiene el entomólogo de retratar a los habitantes de la comarca y a la propia Merindad (cuyo centro económico, la cantera, él ve como un útero infatigable). Para este observador, todo se reduce a la biología y a las fuerzas inexorables de la Naturaleza. Incluso el lenguaje que utiliza en ese dietario oscila entre la fría y precisa jerga científica y un abarrocamiento poético que contribuye a acentuar la sensación de un ambiente opresivo y un visión algo deshumanizada de sus congéneres.
Ciertamente, no es una novedad esa idea de reducir al género humano a poco más que otra especie animal (o incluso de meros insectos), con sus condicionantes biológicos: cualquiera que haya visto en la tele algún documental sobre primates puede haber pensado lo mismo. Tampoco es un hallazgo narrativo el acotar la totalidad del mundo y sus circunstancias a los límites de un lugar que ejerza de microcosmos (que se lo digan a Faulkner o Atxaga, nombres recurrentes cuando hablamos de estos "microcosmos" literarios. O a García Márquez, que en paz descanse). De hecho, la Merindad en la que transcurre la historia de Obeso bien podría ser no sólo una parábola de cualquier otro pueblo o región, sino incluso de comunidades más grandes, como Euskadi (Jon Obeso es donostiarra) y hasta España... referencias que puedan provocar esta asociación en el lector no faltan en el libro (como, por ejemplo, la obsesión genealógica de los habitantes de la comarca). No obstante, la visión del género humano que nos da el autor (o su personaje el entomólogo), por descarnada y perturbadora que nos resulte, también nos puede iluminar sobre ciertos comportamientos que todos, individuos y sociedades, tenemos y sus motivaciones. O al menos, hacernos reflexionar al respecto.
La novela, de todas formas, no esquiva nunca la sensación de que se trata más bien de un cuento largo. Sobre todo porque hay además algún capítulo que parece, de hecho, un cuento independiente del resto (y en el que Obeso, que es también poeta, ha dado rienda suelta a su vena más lírica, quizás exhausto por el lenguaje cientifista del resto de la narración). Entiendo, en todo caso, que no es un libro que vaya a ser del agrado de todo el mundo. A mí sí me ha gustado, pero me resulta difícil calificarlo y más aún recomendarlo sin reservas. En todo caso, quien se decida a leerlo, que lo haga advertido de que no es una lectura refrescante ni eutimizante. Y desde luego, absténganse los que le tengan fobia a los bichos. El libro no dejará de recordarles que no somos, en realidad, más que alimento para moscas.
Así, lo que en un principio parecía que iba a ser la novela, una especie de prontuario de personajes peculiares, se convierte casi en una historia de intriga (si bien no menos peculiar). Los retratos de lugareños de la comarca se ven reducidos a tan sólo una media docena de tipos, de los que ni siquiera se da el nombre: el Guarda, el Enterrador, el Alguacil, el Veterinario, el Portes... Tan sólo conocemos el nombre de pila de un habitante del lugar, el malogrado Matías, con cuya memoria está obsesionado el enterrador. También aparecen sus mujeres, pero éstas se nos presentan más como meros organismos reproductores, hembras acuciadas por sus imperativos biológicos, que como personajes con mayor entidad (salvo quizás la mujer del Alguacil). Este no se debe, como alguien puede pensar, a un punto de vista misógino por parte del autor, sino que tiene su justificación en el transcurrir de la historia y, sobre todo, en la manera que tiene el entomólogo de retratar a los habitantes de la comarca y a la propia Merindad (cuyo centro económico, la cantera, él ve como un útero infatigable). Para este observador, todo se reduce a la biología y a las fuerzas inexorables de la Naturaleza. Incluso el lenguaje que utiliza en ese dietario oscila entre la fría y precisa jerga científica y un abarrocamiento poético que contribuye a acentuar la sensación de un ambiente opresivo y un visión algo deshumanizada de sus congéneres.
Ciertamente, no es una novedad esa idea de reducir al género humano a poco más que otra especie animal (o incluso de meros insectos), con sus condicionantes biológicos: cualquiera que haya visto en la tele algún documental sobre primates puede haber pensado lo mismo. Tampoco es un hallazgo narrativo el acotar la totalidad del mundo y sus circunstancias a los límites de un lugar que ejerza de microcosmos (que se lo digan a Faulkner o Atxaga, nombres recurrentes cuando hablamos de estos "microcosmos" literarios. O a García Márquez, que en paz descanse). De hecho, la Merindad en la que transcurre la historia de Obeso bien podría ser no sólo una parábola de cualquier otro pueblo o región, sino incluso de comunidades más grandes, como Euskadi (Jon Obeso es donostiarra) y hasta España... referencias que puedan provocar esta asociación en el lector no faltan en el libro (como, por ejemplo, la obsesión genealógica de los habitantes de la comarca). No obstante, la visión del género humano que nos da el autor (o su personaje el entomólogo), por descarnada y perturbadora que nos resulte, también nos puede iluminar sobre ciertos comportamientos que todos, individuos y sociedades, tenemos y sus motivaciones. O al menos, hacernos reflexionar al respecto.
La novela, de todas formas, no esquiva nunca la sensación de que se trata más bien de un cuento largo. Sobre todo porque hay además algún capítulo que parece, de hecho, un cuento independiente del resto (y en el que Obeso, que es también poeta, ha dado rienda suelta a su vena más lírica, quizás exhausto por el lenguaje cientifista del resto de la narración). Entiendo, en todo caso, que no es un libro que vaya a ser del agrado de todo el mundo. A mí sí me ha gustado, pero me resulta difícil calificarlo y más aún recomendarlo sin reservas. En todo caso, quien se decida a leerlo, que lo haga advertido de que no es una lectura refrescante ni eutimizante. Y desde luego, absténganse los que le tengan fobia a los bichos. El libro no dejará de recordarles que no somos, en realidad, más que alimento para moscas.
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sábado, 14 de junio de 2014
Ramon Saizarbitoria: Martutene
Idioma original: euskera
Título original: Martutene
Año de publicación: 2012
Valoración: Muy recomendable
Voy a empezar a lo grande: Ramon Saizarbitoria es, para mí, el mejor escritor vasco (en euskera) vivo. ¿Mejor que Atxaga? Pues, aunque estas comparaciones sean siempre incómodas en innecesarias: sí, en mi opinión, mejor que Atxaga, aunque no haya tenido ni mucho menos la misma difusión o el mismo reconocimiento, fuera del País Vasco al menos. Ya he reseñado por aquí una parte importante importante de la producción de Saizarbitoria (Cien metros, Los pasos incontables y Guárdame bajo tierra), y ahora le toca el turno a su última novela, su obra más ambiciosa y probablemente su obra maestra, salvo que en los años próximos le quede todavía aliento como para intentar algo todavía de mayor envergadura. Que nunca se sabe.
Martutene es, como su nombre indica, una novela ligada a un espacio: el barrio donostiarra de Martutene. En él conviven dos parejas que se entrecruzan de maneras diversas: Martín (un escritor egocéntrico y algo ridículo, como suelen ser los escritores en las novelas de Saizarbitoria) y Julia (traductora), por un lado; Iñaki Abaitua (ginecólogo) y Pilar (neurocirujana) por otro. La vida de los dos matrimonios se ve sacudida por la llegada de Lynn, una joven socióloga estadounidense que se aloja en casa de Martín y Julia, pero que comienza una apasionada relación sentimental con Iñaki Abaitua.
Saizarbitoria intenta en Martutene (así lo entiendo yo, por lo menos) analizar los fracasos, frustraciones y culpas de su generación: culpas individuales (profesionales, sentimentales, artísticas) y colectivas, derivadas unas veces del Franquismo (los vencedores que se aprovecharon de los vencidos) y otras del "conflicto vasco", como cuando el escritor reflexiona sobre su papel (¿insuficiente?) como voz de las víctimas. (El propio Saizarbitoria, en un acto público no hace mucho pedía perdón y reconocía que "en los años ochenta, yo no veía el sufrimiento de las víctimas"; obviamente esta reflexión se traslada a Martutene).
Martutene es, por eso, una novela monumental, ambiciosa, exigente. Aunque la trama sentimental de Lynn e Iñaki Abaitu se impone como el eje argumental principal, no son menos importantes otras muchas tramas y temas paralelos como las reflexiones de Julia sobre su relación con Martín, o las páginas que se refieren a la burocracia hospitalaria o a los problemas de Pilar para mantener la clínica familiar; otros personajes secundarios, como Harri o Kepa, sirven para ampliar la gama de posturas vitales y políticas ante la realidad vasca, o ante la realidad universal. (Porque la preeminencia de la identidad vasca sobre otras identidades es también otro tema cuestionado por el propio texto).
Es imposible no referirse al intenso proceso de intertextualidad que Saizarbitoria construye entre su novela y Montauk, de Max Frisch (que espero reseñar en breve): en la obra del suizo la protagonista femenina, que también se llama Lynn, se ve envuelta en una relación con un hombre mayor y casado, y muchas de las situaciones y conversaciones se traspasan de una novela a otra de manera literal o casi literal. Después de leída Montauk, la proximidad parece casi excesiva; es, desde luego, totalmente deliberada. También el multilingüismo del texto, que Saizarbitoria ya había ensayado en
Solo algunos leves defectos, que no empañan en absoluto el conjunto, me llevan a calificar la obra como "Muy recomendable" y no como "Imprescindible". Algunas de las tramas narrativas me resultan poco atractivas, por no decir pesadas, molestas: es el caso de la historia de Harri, obsesionada con encontrar a un desconocido que conoció en un avión (mientras leía, cómo no, Montauk de Max Frisch). Y el desenlace, que no voy a destripar, me pareció demasiado melodramático, demasiado forzado. Innecesario, puesto que la mayoría de los hilos narrativos circulaban ya hacia un desenlace más natural y menos sentimental.
En cualquier caso, Martutene es una novela que merece la pena leer, porque representa lo mejor que ha dado la literatura vasca en los últimos años, sin duda; si hubiera sido escrita originalmente en español, habría recibido sin duda una atención mucho mayor; y no habría estado de más, sin quitar ningún mérito a José María Merino, que se hubiera alzado con el Premio Nacional de Narrativa de 2013. Quien quiera leerla en español, puede hacerlo gracias a la traducción de Madalen Saizarbitoria, revisada por el propio autor.
También de Saizarbitoria en ULAD: Cien metros, Los pasos incontables, Guárdame bajo tierra, Porque empieza cada día
Título original: Martutene
Año de publicación: 2012
Valoración: Muy recomendable
Voy a empezar a lo grande: Ramon Saizarbitoria es, para mí, el mejor escritor vasco (en euskera) vivo. ¿Mejor que Atxaga? Pues, aunque estas comparaciones sean siempre incómodas en innecesarias: sí, en mi opinión, mejor que Atxaga, aunque no haya tenido ni mucho menos la misma difusión o el mismo reconocimiento, fuera del País Vasco al menos. Ya he reseñado por aquí una parte importante importante de la producción de Saizarbitoria (Cien metros, Los pasos incontables y Guárdame bajo tierra), y ahora le toca el turno a su última novela, su obra más ambiciosa y probablemente su obra maestra, salvo que en los años próximos le quede todavía aliento como para intentar algo todavía de mayor envergadura. Que nunca se sabe.
Martutene es, como su nombre indica, una novela ligada a un espacio: el barrio donostiarra de Martutene. En él conviven dos parejas que se entrecruzan de maneras diversas: Martín (un escritor egocéntrico y algo ridículo, como suelen ser los escritores en las novelas de Saizarbitoria) y Julia (traductora), por un lado; Iñaki Abaitua (ginecólogo) y Pilar (neurocirujana) por otro. La vida de los dos matrimonios se ve sacudida por la llegada de Lynn, una joven socióloga estadounidense que se aloja en casa de Martín y Julia, pero que comienza una apasionada relación sentimental con Iñaki Abaitua.
Saizarbitoria intenta en Martutene (así lo entiendo yo, por lo menos) analizar los fracasos, frustraciones y culpas de su generación: culpas individuales (profesionales, sentimentales, artísticas) y colectivas, derivadas unas veces del Franquismo (los vencedores que se aprovecharon de los vencidos) y otras del "conflicto vasco", como cuando el escritor reflexiona sobre su papel (¿insuficiente?) como voz de las víctimas. (El propio Saizarbitoria, en un acto público no hace mucho pedía perdón y reconocía que "en los años ochenta, yo no veía el sufrimiento de las víctimas"; obviamente esta reflexión se traslada a Martutene).
Martutene es, por eso, una novela monumental, ambiciosa, exigente. Aunque la trama sentimental de Lynn e Iñaki Abaitu se impone como el eje argumental principal, no son menos importantes otras muchas tramas y temas paralelos como las reflexiones de Julia sobre su relación con Martín, o las páginas que se refieren a la burocracia hospitalaria o a los problemas de Pilar para mantener la clínica familiar; otros personajes secundarios, como Harri o Kepa, sirven para ampliar la gama de posturas vitales y políticas ante la realidad vasca, o ante la realidad universal. (Porque la preeminencia de la identidad vasca sobre otras identidades es también otro tema cuestionado por el propio texto).
Es imposible no referirse al intenso proceso de intertextualidad que Saizarbitoria construye entre su novela y Montauk, de Max Frisch (que espero reseñar en breve): en la obra del suizo la protagonista femenina, que también se llama Lynn, se ve envuelta en una relación con un hombre mayor y casado, y muchas de las situaciones y conversaciones se traspasan de una novela a otra de manera literal o casi literal. Después de leída Montauk, la proximidad parece casi excesiva; es, desde luego, totalmente deliberada. También el multilingüismo del texto, que Saizarbitoria ya había ensayado en
Solo algunos leves defectos, que no empañan en absoluto el conjunto, me llevan a calificar la obra como "Muy recomendable" y no como "Imprescindible". Algunas de las tramas narrativas me resultan poco atractivas, por no decir pesadas, molestas: es el caso de la historia de Harri, obsesionada con encontrar a un desconocido que conoció en un avión (mientras leía, cómo no, Montauk de Max Frisch). Y el desenlace, que no voy a destripar, me pareció demasiado melodramático, demasiado forzado. Innecesario, puesto que la mayoría de los hilos narrativos circulaban ya hacia un desenlace más natural y menos sentimental.
En cualquier caso, Martutene es una novela que merece la pena leer, porque representa lo mejor que ha dado la literatura vasca en los últimos años, sin duda; si hubiera sido escrita originalmente en español, habría recibido sin duda una atención mucho mayor; y no habría estado de más, sin quitar ningún mérito a José María Merino, que se hubiera alzado con el Premio Nacional de Narrativa de 2013. Quien quiera leerla en español, puede hacerlo gracias a la traducción de Madalen Saizarbitoria, revisada por el propio autor.
También de Saizarbitoria en ULAD: Cien metros, Los pasos incontables, Guárdame bajo tierra, Porque empieza cada día
viernes, 13 de junio de 2014
Peter Handke: El miedo del portero al penalty
Idioma original: alemán
Título original: Die Angst des Tormann Beim Elfmeter
Año de publicación: 1970
Traducción: Pilar Fernández-Galiano
Valoración: Soporífero
Prólogo escrito a posteriori de esta reseña, una vez leídas ciertas opiniones contrapuestas, con el suficiente peso para que tome esta excepcional decisión.
No se me dan muy bien las novelas con simbolismos. Nada bien. Leches, pónganle un asterisco al título, y uno, o desistirá, o le pondrá más empeño, o activará el modo simbolismo. Ah, claro, que todas las novelas contienen un simbolismo a uno u otro nivel. Pues pónganle dos asteriscos.
Es que...
Ya duraba demasiado la temporada de buenas lecturas. Y he aquí que me encuentro esta asequible (por duración) novela, con motivo de una curiosa iniciativa de mi biblioteca favorita: libros escritos en alemán, fuera de Alemania. A pesar de mi insistencia, no encuentro autores de Liechstenstein. Por lo que me consuelo con un austriaco.
El inicio promete. Si uno ha de valorar el libro por esa primera frase, la que describe cómo Josef Bloch es despedido de su trabajo como mecánico nada más llegar una mañana, uno diría, sin exagerar, que la cosa empieza bien. Pero no. A partir de ese momento, Handke se lanza a una narración sin respiro (o sea, irrespirable) donde se relata todo lo que le acontece al recién desempleado. Narración carente de toda lógica secuencial ni del más mínimo sentido. Vamos; Win Wenders hizo una película basada en este libro (le cuadraría más a Lynch, claro) pero no me han quedado las más mínimas ganas de verla. Y es que creo que ni siquiera aportarle un cierto sentido descabellado y onírico de lo visual conseguiría rescatar de esta novela lo más parecido a una trama coherente.
Ah: pero es que igual la cosa va de sentido lírico y juego con las palabras. La cuestión de la imaginación desbocada, de la ensoñación, de ciertas figuras retóricas basadas en ciertas licencias creativas. O etílicas, o lisérgicas.
Pues no; el lenguaje no puede ser más monótono y funcional, la narración, plana e incoherente, los personajes, absurdos hasta decir basta, los sucesivos encuentros, supongo, contendrán simbolismos y segundas lecturas que alguien sea capaz de hallar (yo no, con lo eternas que se me han hecho sus últimas veinte páginas, estoy yo pa' segundas lecturas, que nadie cuente con que vuelva a someterme a este suplicio), pero ni la pequeña y leve cumbre que supone un crimen cruel y absurdo hace de estas 140 páginas otra cosa que un mediocre, caótico y enfermizo ejercicio de pretendida imaginación. Por un momento pensé que iba a encontrarme ante un ejercicio de crítica social, ante un alegato simbolizando de alguna manera la alienación y la frustracion que para el hombre supone su exclusión de la sociedad vía supresión de su fuente de ingresos: ojalá El miedo del portero al penalty fuera eso, pero no. No me sale ni un solo motivo para recomendar esta novela aburrida e intrascendente. Ni siquiera habla de fútbol, narices. Sé que no debería ser tan negativo, que nuestra función debería ser acercar buenos libros a quien nos lee, pero ya que he empleado esas dos horitas, vamos a dejarlo ahí, en recomendar vivamente no prestar atención a este disparate, uno de los peores libros de supuesta literatura que me he echado a la cara. Bueno. Al menos me dijeron que tenía cara de haber dormido bien. Y al menos he evitado ciertas palabras que pensaba imposible evitar en su descripción.
Y ahora me viene a la cabeza que hubo una película que se llamó El penalty más largo del mundo. Pues vaya.
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