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jueves, 13 de febrero de 2025

Philippe Sands: La última colonia

Idioma original: inglés
Título original: The Last Colony
Traducción: Francisco J. Ramos Mena.
Año de publicación: 2023
Valoración: recomendable

Una pequeña cuestión preliminar sobre La última colonia que cabe aclarar al lector. Philippe Sands es abogado y profesor de Derecho a la par, obviamente, que escritor y autor de este libro. Se trataría de una curiosa integración de dos desempeños profesionales que confluyen en textos como este, y que, cabe advertir al lector, pueden hasta cierto punto confundirse, al existir una especie de tensión narrativa paralela al desarrollo de una cuestión de índice legal.

Así que la trama, o el caso, se centra en un Archipiélago, Chagos, perteneciente a Mauricio, un estado insular africano situado en el Océano Índico, famoso por sus playas, por su relativa proximidad a la Seychelles, por su usualmente venerado proceso de descolonización, que lo convirtió en uno de los países africanos más prósperos. Resulta que Chagos fue elegido como ubicación idónea para una base militar estadounidense. Y que esa elección entraba en conflicto tanto con la constitución como estado de Mauricio como con la presencia de población autóctona que vivía allí. La solución fue una chapuza: para poder alojar la instalación militar, los habitantes fueron coaccionados de malas maneras para que aceptaran la ofertas para abandonar sus hogares. Se tomaron medidas como cortar las comunicaciones y los suministros para que entendieran que ejercer su derecho de continuar residiendo en sus casas no les traería nada bueno. Finalmente, se les conminó a abandonar sus hogares acarreando con unas pocas pertenencias.

Philippe Sands relata aquí el proceso iniciado por los habitantes, centrando la narración el caso de Liseby Elysé, víctima junto a su familia de esa deportación encubierta y testimonio en el juicio, a través de varias sesiones en que explicó su experiencia. Sands extrapola el caso no solo a la comunidad residente en Chagos, si no a todo el proceso de descolonización que ha acabado (pero esto será objeto de otra lectura y otra reseña) con un enorme continente y una enorme masa de población desplazada del epicentro de decisiones global, con las repercusiones de las economías de corte extractivo y del propio diseño de fronteras y naciones que los descolonizadores se cuidaron muy bien de dejar bien orquestado para minimizar futuros ajustes. Sands conduce la narración con algún altibajo: disfrutamos más de las experiencias personales (como ese regreso a lo que fueron sus hogares, esa visita a los parajes evocando sus recuerdos) que de la inevitable letanía de obstáculos legales (decretos, comisiones, trámites burocráticos diseñados, sobre todo, para evitar tanto la reversibilidad de la operación como un elevado impacto económico de las indemnizaciones) que dejan en muy mal lugar al gobierno británico en su empeño por complacer la voraz hambre del imperialismo estadounidense. Que vaya momento para comentarlo, por cierto.

martes, 21 de enero de 2025

Patrick Radden Keefe: Maleantes


Idioma original: inglés
Título original: Rogues: True Stories od Grifters, Killers, Rebels and Crooks
Traducción: Pablo Hermida Lazcano
Año de publicación: 2023.
Valoración: bastante recomendable

Decir que Radden Keefe está creando un género propio sería absolutamente exagerado, pero hay que reconocerle sus méritos en una especie de segregación de un híbrido que queda a medias entre la semblanza biográfica, el reportaje, el periodismo de investigación y, cómo no, si no no le prestaríamos atención, cierta intención de creación literaria más basada en las formas de presentar sus escritos (que parecen obedecer cierta progresión de trama) que en intención (no la he detectado en ninguna de sus obras) de tomarse licencias creativas.

Maleantes recoge una docena de artículos que Radden Keefe dedica a personalidades del mundo criminal. Es variado en su rango tanto geográfico como profesional. Tenemos traficantes mexicanos, delincuentes comunes holandeses, especuladores estadounidenses, comerciantes israelíes. Quizás haya que recriminar a Keefe que lo noto más cómodo cuando, como en El imperio del dolor, coge un tema y lo exprime hacia la saciedad, que en estos artículos de duraciones más escuetas – los más largos apenas superan las 40 páginas – aunque intuyo que muchos de ellos encargos de las publicaciones para las que escribe. No me malinterpretéis, cualquiera de estos textos tiene su propio valor y el estilo del escritor es sumamente ameno y estimulante. Pero la limitación de extensión opera algo en su contra. En el momento en que Radden Keefe acota el alcance de su análisis, algo, literariamente, se pierde, o como mínimo se difumina. El perfil psicológico no es tan profundo, la información que se acumula en aras de la vista de conjunto, de la puesta en contexto, es necesariamente inferior y el conjunto se resiente. No es que los "personajes" que por aquí desfilan sean menos memorables, o que los hechos que estos protagonizan sean menos memorables. Cómo olvidar al Chapo Guzmán  o a Monzer Al-Kassar. Simplemente que el formato queda un poco corto para sus merecimientos. 

Radden Keefe sigue siendo riguroso, decidido, eficaz en todo momento, no debe quedar duda alguna. Maleantes queda atrás simplemente si lo comparamos con sus obras más extensas y ambiciosas respecto a las cuales, si se me permite el símil, esta colección de artículos parece una prometedora colección de demos. 

 Otras obras de Raddn Keefe reseñadas en ULAD: aquí


 

domingo, 12 de enero de 2025

Witold Szablowski: Los osos que bailan

Idioma original: inglés

Título original: Dancing Bears: True Stories of People Nostalgic for Life Under Tyranny

Traducción: Katarzyna Molonievich, Abel Murcia

Año de publicación: 2019

Valoración: muy recomendable

Perdonad que me ponga un poco reivindicativo antes de reseñar Los osos que bailan. Ya que es obvio que, igual que cuando se mencionan las palabras novelista chileno es imposible no evocar a Bolaño, la simple mención de periodista (o cronista) polaco debería, por unas cuantas décadas, recordarnos a Kapuscinski. De hecho, un premio con su nombre le fue otorgado al autor de este libro, por parte de una Asociación de Prensa y, seguiré poniéndome pesado (y un poco nostálgico) hay que recordar a menudo al genio, no solo por su incuestionable valor literario, también por su enorme influencia en una profesión (el periodista, el cronista, el corresponsal) que no solo es la injusta víctima en los conflictos que proliferan, sino también la indirecta procuradora de mucho placer literario y mucha inducción a la reflexión. Kapuscinski definía a los desfavorecidos como primeros dañados por los conflictos. Su influencia en libros como el que nos ocupa es incuestionable.

 

Witold Szablowski presenta este libro en dos partes, cada una ocupando la mitad. Primera parte, un estudio compuesto por testimonios sobre una consecuencia a fuego lento de la caída del muro. Cómo esto afectó a una serie de ciudadanos búlgaros, la mayoría de etnia gitana, que empezaron perdiendo sus trabajos cuando las fábricas para las que trabajaban pasaron a ser evaluadas en dinámicas del capitalismo (rentabilidad, productividad) en vez de justificar su existencia por fines sociales y comunitarios. Pero el segundo golpe fue peor: muchos de ellos buscaron un grotesco reciclaje profesional como amaestradores de osos, prácticamente una salida desesperada pero que les procuraba un medio precario de subsistencia. Ese segundo golpe: a principios del siglo XXI,  la presión de las organizaciones de defensa de los animales ilegaliza la tenencia de los animales y su uso, previas fases de entreno que solo pueden calificarse como tortura, en circos y ferias como atracción. Los propietarios de los osos fueron contactados por Cuatro Patas, organización promotora de un parque donde los animales recuperados podían ser reinsertados. Szablowski contacta con los antiguos propietarios, hablan sobre su presente, profundiza en los curiosos procesos de negociación (se les ofrecía una cantidad a modo de indemnización para que entregaran al animal que, en otro contexto, podría serles confiscado), en sus reacciones, en su difícil segunda adaptación que suele achacarse a cuestiones culturales (la clásica dialéctica de que ciertas culturas no están preparadas para la democracia), en su día a día tras separarse de los osos que suponían su precario sustento.

En la segunda, usando fragmentos de la primera como citas iniciales, Szablowski emprende un ejercicio menos localizado, los escenarios son más variados y nos damos un paseo por el mundo tras la caída del Muro. Representa una especie de proyección global de ese panorama local de cambio, de adaptación que ha sido imposible ejecutar sin cobrarse víctimas.Szablowski consigue situarse en la difícil posición del narrador omniesciente y los testimonios desfilan, desde Cuba, Albania, desde algunas de las antiguas republicas soviéticas o territorios de la antigua Yugoslavia, testimonios más heterogéneos sobre el mundo tras la caída del Muro. Una narración que toma un tono extraño, mezcla de nostalgia, dignidad  resignación y esperanza.


viernes, 6 de diciembre de 2024

Alberto Torres Blandina: Tierra

Idioma original: Español 

Año de publicación: 2024

Valoración: Recomendable 

Que critiquen mi libro por lo que sea pero no por falta de ambición. Algo así debió pensar Alberto Torres Blandina cuando terminó Tierra. Y si no lo pensó, debería. Porque escribir un libro de casi 700 páginas (más mapas e índice) en el que se resume la historia del mundo en los últimos 50 años no es moco de pavo.

No solo eso. Como dijo Allende, la Historia es nuestra y la hacen los pueblos. O los miles o millones de individuos que los conforman, vaya. Y así, jugando un poco con la idea borgiana de La biblioteca de Babel, el autor toma diferentes historias individuales (pero siempre insertas en lo colectivo) de persona(je)s anónimas de todos los continentes, las barniza de lo literario y monta un fresco humano que arranca en Berlín en 1961 y finaliza en Seúl en 2019, lugar en el que el autor concibió Tierra. Casi cincuenta años y multitud de historias en las que se entrelazan seres anónimos y "grandes nombres", lo histórico y lo íntimo, lo público y lo personal.

Y es que cualquier historia es (o puede ser) interesante. Todo depende de la mirada y de las conexiones o continuidades que podamos encontrar en ella. No importa tanto que sean historias iniciático - infantiles, de terror, humorísticas, melancólicas, real maravillosas o tristes, textos que hablen de la memoria, del extrañamiento, de esperanzas truncadas, de vidas cruzadas o de anhelos cumplidos. Lo que cuenta realmente es su universalidad, su capacidad para trascender, para hablar del mundo aunque solo estés hablando de ti y de tu aldea.

La gran variedad de textos hace que Tierra pueda ser leída como novela, sí, pero también como sucesión de relatos o microrrelatos basados en hechos reales, como crónica, ensayo o reportaje sobre un mundo cambiante que, en ocasiones, parece avanzar en círculos o como tratado antropológico sobre choques culturales, diferentes formas de relación entre el mundo y Occidente (o viceversa) o sobre el tan cacareado fin de la historia (¡fuck Fukuyama!). Pero siempre teniendo en cuenta que hay un autor que recoge, compila y da forma literaria y también, ¿por qué no?, política a los centenares de testimonios. 

Esas "ansia de completismo" y ambición de las que ya he hablado hacen que sea inevitable cierta desigualdad en el interés que para el lector pueden tener algunas de las historias. También resulta difícil no caer en ciertas reiteraciones que alargan el libro quizá algo más de lo necesario. En cualquier caso, creo que son asuntos ligados a la propia estructura del texto y a la propia ambición del autor. Siendo así, quedan perdonados.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Eduardo Pérez Ortiz: 18 meses de cautiverio. De Annual a Monte-Arruit 1921

Idioma original: Español

Año de publicación: 1923

Valoración: Recomendable

Este libro que hoy os presentamos es, si no el único, uno de los escasos testimonios directos del Desastre de Annual. Enmarcado en la Guerra del Rif,  conflicto absolutamente olvidado y arrinconado en la historiografía patria, el desastre de Annual fue una dolorosa derrota (más de 8000 soldados fallecidos) de las tropas españolas a mando de los "rebeldes" rifeños liderados por Abdelkrim y supuso un cambio en la estrategia hasta entones empleada por el ejército español en la Guerra y una modificación en la percepción que del amigo Alfonso XIII tenia parte del pueblo y de la clase política.

Quien nos habla del desastre es el coronel Eduardo Pérez Ortiz, testigo y narrador de la derrota y posterior cautiverio que sufrió junto a centenares de compañeros. Como curiosidad, Pérez Ortiz fue alcalde de Ceuta en tiempos de la Segunda República. Igual el hombre era algo gafe, no sé. 

Centrado más en la exposición general de los hechos que en la personal interpretación o valoración de los mismos, el texto de Pérez Ortiz tiene una doble cara: la de crónica militar como la de crónica del encierro. 

Marcada, al menos en su inicio, por un estilo algo rígido y anacrónico del que el autor se va separando en páginas posteriores, la crónica militar me resulta algo confusa. Pasada esa confusión inicial, el asedio de Monte-Arruit eleva el nivel del texto. Comienzan a asomar pinceladas de voluntad literaria en las metáforas, las imágenes resultan más logradas y el hacinamiento, el hambre, los temores se hacen más patentes, etc. Sirva como ejemplo este párrafo, en el que se refiere a dos aviones que les lanzan ayuda y vuelven a Melilla:

Allí van a Melilla como pareja de espantadas cigüeñas, y no seguramente del peligro corrido, que siempre fueron intrépidos, sino de nuestra apurada situación

La crónica del encierro resulta, en mi opinión, más interesante para el lector. A ciertas veleidades antropológicas o psicológicas se suma una mayor plasticidad del texto, una mayor carga crítica (siempre más velada que explícita) y una mayor "implicación emocional".

Por último, llama la atención en estos tiempos la mirada que se los "moros" tenían la oficialidad o los soldados españoles de 1920. Y no tanto porque esta mirada haya cambiado o no (Koldo, cállate que mañana mismo te citan en la Audiencia Nacional), sino porque hoy en día sorprende ese lenguaje políticamente incorrecto para nuestros estándares. Ni magrebíes ni norteafricanos ni árabes ni gaitas: MOROS. O, directamente, indígenas, brutos, bestias, gorilas, salvajes, etc. Y para más inri, y salvo excepciones, ladrones, embusteros, hipócritas y cínicos. 

viernes, 21 de junio de 2024

Erika y Klaus Mann: El milagro de España. Crónica de un viaje en 1938

Idioma original (de los artículos): Alemán

Año de publicación: 2024 (el libro), 1938 (los artículos)

Traducción: Carlos Fortea e Isabel García Adánez

Valoración: Recomendable

Es innegable la importancia que la guerra civil española tuvo y tiene en la cultura popular. Decenas (o centenares) de novelas, ensayos, comics, series, documentales, películas, etc se han acercado al tema desde los más variados ángulos. Dicho esto, y sin negar la importancia de la ficción o los estudios históricos, creo que es fundamental acudir a autores que tuvieron la ocasión de presenciar in situ (parte de) la contienda.

Dentro de este grupo, "llama la atención" la cantidad de periodistas alemanes que cubrieron y/o participaron en la guerra: Alfred Kantorowicz, Ernst Toller, Egon Erwin Kisch, etc. En este grupo hay que incluir a Erika y Klaus Mann, hijos del celebérrimo Thomas Mann y exiliados de la Alemania nazi desde 1933.

Los 13 artículos recopilados en este pequeño volumen de apenas 120 páginas tienen su origen en las tres semanas (23/06/1938 a 14/07/1938) que los hermanos Mann estuvieron en la España republicana, siendo Barcelona, Tortosa, Valencia y Madrid los lugares por donde se movieron.

Seis son los textos de Klaus, cinco los de Erika y dos los escritos a cuatro manos. En todos ellos se observan aspectos comunes que oscilan entre la indignación y la compasión y que dan cuenta de la fe y esperanza en el triunfo del bando republicano, el asombro ante la resistencia de la ciudad de Madrid, el reconocimiento del esfuerzo en materia de educación y formación por parte de la República (pedagogía vs demagogia, etc).

Pero más que estos puntos comunes me interesan ciertas diferencias entre los textos de uno y otro y algunas notas que creo que son 100% actuales (recordemos que estamos a unos días de unas elecciones legislativas en Francia en las que la ultraderecha parte como favorita).

En lo que a las diferencias se refiere, los textos de Erika son más íntimos y personales que los de Klaus. Erika pone su mirada más en los pequeños detalles, en las pequeñas cosas y en la cotidianeidad que asoman en medio de la destrucción y el horror. Además, se permite licencias más literarias, como observamos en este párrafo:

Siempre es una impresión extrañamente horrible y conmovedora ver a la gran ciudad encogerse como un animal atemorizado cuando las luces se apagan en segundos, la gente desaparece de las casa, cuando no hay más que miedo y tinieblas.

En cuanto a la vigencia de los textos, resultan interesantes las reflexiones de ambos en lo que a "comprar el marco mental del enemigo" o al sentido y objetivo de la lucha se refiere. Ese dilema pacifismo / guerra en una situación de excepcionalidad es algo que lleva a los autores al cuestionamiento de sus propias convicciones.

Dicho esto, si alguien busca profundidad o un análisis completo de "cómos y porqués", que se olvide de El milagro de España. Son textos escritos en la urgencia del momento y con un objetivo muy claro, el del hacer un llamamiento desesperado a la implicación de pueblos y potencias democráticas. Ahora bien, si se busca un testimonio de primera mano, subjetivo (obviamente) sin ser panfletario, y que no requiera del lector que se estruje las meninges, esta puede ser una buena opción. 

También de Klaus Mann en ULAD: El volcán

lunes, 17 de junio de 2024

Peter Bergen: Osama de cerca


Idioma original:
inglés
Título original: The Osama Bin Laden I Know
Traducción: Gabriel Dols Gallardo
Año de publicación: 2006
Valoración: bastante recomendable

Si hay una máxima periodística que dice que no hay nada más viejo que el periódico de ayer, imaginad cómo me siento programando hoy una reseña como esta. Ni tan siquiera cuento con la coartada de la efemérides o de la rememoración de algún hecho relacionado con cierta fatídica fecha, no hay nada (aparte de las referencias el texto en cierta lectura reciente de Susan Sontag) que justifique que recupere o reabra el interés por este personaje que, cuesta encontrar los términos para ser preciso, es historia de la humanidad. Porque han pasado casi veintitrés años de ese momento que, como muy pocos, queda definido en la memoria colectiva con la consabida frase ¿dónde estabas cuándo cayeron las Torres Gemelas? Y para los muy jóvenes o muy despistados, un gentle reminder sobre los motivos por los que cada vez que tomas un vuelo hay que pasar por los farragosos controles de equipaje y los rutinarios arcos de seguridad. O porque en los puertos hay controles aleatorios de escaneo de los contenedores. Y un largo etcétera de cosas que el liderazgo de Osama Bin Laden provocó. Bueno, y los actos de sus seguidores y su organización terrorista. claro.

De hecho, cuando este libro se publicó ni siquiera se había producido el misterioso episodio de su muerte (o de su desaparición) y el libro, antes de epílogos y apéndices finales, aún habla en tiempo real del cabecilla de Al Qaeda y, con un respeto distante pero respeto al fin y al cabo, se refiere a él como lo que fue durante años: el hombre más buscado del planeta. Un respeto precavido que, ya sabemos cómo se las gastan, habré de mantener para no excitar los ánimos. A ver si habiendo sobrevivido a los fanáticos de Manuel Vilas voy a caer con esto. 

Peter Bergen articula un texto extenso y documentado con dos centros de gravedad: la entrevista que le hizo al propio líder de Al Qaeda y ese crescendo hasta el 11-S al que ineludiblemente el libro nos arrastra. En medio, fragmentos de entrevistas, testimonios y confesiones de detenidos y condenados, confesiones, semblanzas de acólitos y enemigos, recortes biográficos, declaraciones propagandísticas y textos con un claro factor diferencial entre el frío relato de los hechos y el fervor, diría ingenuo pero no, religioso, que tizna las declaraciones y me corrobora en mi opinión expresada no hace demasiado sobre lo pernicioso de las religiones y lo curioso que es que, en los sectores más extremistas, se deteste con tanto encomio a los ateos, como si se tratara de invididuos rebeldes incapaces de acatar un orden superior, bajo el nombre en que este pueda presentarse. Aunque el texto tenga ese efecto colateral de la humanización, al que muchas veces se presenta como un hombre educado, austero, de maneras y ademanes correctos y matizados, apenas hay que raspar un poco para ver cómo sus ideas influyen en sus seguidores, cómo éstas anulan a las de los suyos, cómo el discurso se inflama y se convierte en un díálogo cansino y monocorde (mencionando, eso sí, a Dios cada tres frases) y cómo calaba o cómo cala. 

Porque aún asistimos a los poderosos coletazos de esos hechos y Osama Bin Laden, sin lugar de entierro al que peregrinar, sin que la gente lo lleve en camisetas como a Pablo Escobar, aún está vivo en su estela en el presente. Y no sólo por la escasa habilidad de la civilización occidental para neutralizar su influencia. Cuidado, que los frentes que abrió aún están muy lejos de cerrarse.

martes, 19 de diciembre de 2023

Robert Kolker: Los chicos de Hidden Valley Road

Idioma original: inglés
Título original: .Hidden Valley Road
Traducción: .Julio Hermoso

Año de publicación: 2022
Valoración: muy recomendable

A veces es tentador asimilar frases que figuran en las contratapas de los libros, y esta va a ser una de esas veces: Hidden Valley Road es una crónica que se lee como una novela. Mejor descrito imposible, pero para algo nos pagan, así que no nos vamos a quedar en tal concisión,

Para empezar, porque no sé hasta qué punto definir esta excelente obra como crónica es demasiado restrictivo. Su autor la desarrolló durante una década, los créditos y referencias - algunos de ellos a estudios médicos especializados - son de extenso alcance y la obvia muestra de que el proyecto es ambicioso y relevante y alcanza sus objetivos. El testimonio del devenir de una familia americana - atentos al subtítulo, los Galvin, un matrimonio de clase de media, seis de cuyos doce hijos, en concreto seis de los diez hijos varones, desarrollaron enfermedades mentales compatibles con cuadros de esquizofrenia. Un absoluto desastre familiar que llamó la atención, discontinua pues la investigación médica en Estados Unidos siempre anda supeditada a los intereses comerciales o a la súbita irrupción de mecenas que se sienten apelados, pero gracias al tesón y a la persistencia de algunos científicos, protagonistas en la sombra en esta narración, acabó siendo de gran ayuda para el estudio de la esquizofrenia como enfermedad, en entornos en los que hay firmes sospechas de la intervención del factor hereditario, por contraposición a la tendencia a atribuirlo a la concurrencia de factores externos.

Lo curioso es que, en un libro que uno jamás se tomaría como ficción, Kolker logra edificar un patrón narrativo muy sólido, en el que se elude escrupulosamente el sensacionalismo (algunos hechos descritos darían  para eso, pero la descripción de ellos es escrupulosa y desoladora a la par) y se muestra un respeto absoluto por todos y cada uno de los implicados. Que son bien enfermos, bien familiares de esos enfermos. Y lo que reluce es lo terrible de la enfermedad para todos, a pesar de que la tragedia que se cierne de forma constante, con las reacciones encontradas (o complementarias) de los padres, acaba afectándoles, es que hay un halo de esperanza, un pequeño rincón en el que guarecerse cuando por lo menos los hechos sirven para una investigación profunda (un pequeño handicap serían ciertos pasajes plagados de jerga médica donde los profanos se hallarán perdidos) que permita avanzar en el conocimiento de la enfermedad y sus manifestaciones. Una parte de la trama. Conforme discurren las décadas, a medida que los casos se producen, con su implacable y desgastadora incidencia en la vida familiar, presenciaremos entradas y salidas en instituciones psiquiátricas, comportamientos que uno no sería capaz de aceptar de no existir ese hilo precario y débil de unidad familiar. La historia de los Galvin, la clínica y la narrativa, con sus inevitables intersecciones y sus, supongo, resquicios de una respetuosa y rigurosa libertad creativa, es una crónica, sí, pero resulta evocadora - el subtítulo, el subtítulo - de algunas familias, éstas sí de ficción, se apelliden Glass o transiten en las modernas novelas de Franzen, de Foster Wallace, porque lo que sí que es común es el escenario. Esa compleja y competitiva sociedad que insiste en mostrarnos ser capaz de lo mejor y lo peor.

 

viernes, 24 de noviembre de 2023

Mark Bowden: Matar a Pablo

 Idioma original: inglés
Título original: Killing Pablo.
Traducción: Sandra Lafuente
Año de publicación: 2001.
Valoración:  muy recomendable 

Puede que la lectura de Matar a Pablo, dos décadas tras su publicación, quede mediatizada por el progresivo ascenso de la mitología en torno a su persona, a la que no negaré que Narcos, excelente y célebre serie, haya acabado de dar el empujón. 

Aunque hay que evitar ese tipo de cosas. Pablo Escobar ordenó muertes de inocentes porque eran familiares o afines de quienes le perseguían a él. Le dio igual que fueran funcionarios públicos ejerciendo la labor que les exigía su profesión, políticos que querían descabalgarlo de su inmenso poder, competidores en sus negocios o gente normal que no aceptó aquello tan famoso por una de las expresiones por las que también pasó a la posteridad: plata o plomo.

Así que siento decepcionar a quienes piensen encontrarse aquí una narración de pleitesía y veneración velada, porque Bowden, es, por encima de todo, un periodista, y esta es una brillante crónica de la ascensión y caída del jefe de una organización criminal que en la cumbre de su éxito quiso encarnarse en una especie de Robin Hood a base de comprar voluntades y adoptar una muy conveniente aura de disidente contra el poder. Esa espiral también implicaba que su huida hacia adelante no tenía opción de retorno.

Matar a Pablo solo tiene en contra el que todos esos hechos formen parte de la cultura contemporánea y que se haya llegado a banalizar su figura, con lo cual para los interesados queda, que no es poco, ese crescendo, esa dosificación de la historia que adquiere un tono épico a medida que adquiere poder, fortuna, relevancia, a medida que se embarca en febriles aventuras de representación política, en descabellados pulsos a los poderes no ya de su nación sino de los Estados Unidos, con lo que pasa a ser un enemigo común que obra el milagro de las extrañas alianzas entre quienes quieren ya no capturarle o perseguirle sino destruirle. Bowden construye de forma magnífica esa progresión y solo puedo alabar que, aún sabiendo (¿quién no?) cómo va a acabar todo, el libro mantiene el suspense, la atención, como pocos pueden conseguirlo, con lo que otra vez nos encontramos con lo que es básicamente otra obra de investigación periodística que trasciende géneros. 


miércoles, 28 de junio de 2023

Emmanuel Carrère: V13. Crónica judicial

Idioma original: Francés
Título original: V13. Cronique judiciaire
Traducción: Jaime Zulaika
Año de publicación: 2022
Valoración: Está muy bien

Quien ya conozca la obra de Emmanuel Carrére seguro que sabe de sus diversas exploraciones en la violencia, el dolor o la muerte. Buena muestra de lo anterior lo constituyen el magnífico El adversario o, el no menos estupendo, De vidas ajenas.

Pues bien, este V13 vendría a ahondar en la línea de los anteriores a través de la crónica de los nueve meses del juicio por los atentados del 13 de noviembre de 2015 en la sala Bataclán, en diversas terrazas del distrito X de París y en el Stade de France.

Originalmente concebidos y publicados como artículos periodísticos de periodicidad semanal y ampliados convenientemente para su publicación en formato libro, los textos de V13 tienen, en palabras del propio autor, un doble objetivo: leer el libro (la vida?) de los yihadistas desde el principio y construir un relato colectivo. Para lograrlo, Carrère ordena los textos cronológicamente y entrelaza en ellos dos componentes: las certezas y las dudas. 

En la primera están los grandes rasgos de los hechos, la atrocidad y brutalidad de los atentados, el sufrimiento de las víctimas y sus familiares. Mención especial merece la parte dedicada al testimonio de los supervivientes y/o familiares de las víctimas, historias terroríficas sobre vidas destrozadas narradas por Carrère con gran sensibilidad y que dejan al lector muy pero que muy tocado.

En la parte de las dudas estarían algunos comportamientos demasiado erráticos (aunque quizá el problema sea buscar la racionalidad donde no la hay), las personalidades de algunos de los protagonistas, las reacciones ante la tragedia, que van desde la esperanza hasta el odio, pasando por la culpa, etc.

Uno de los principales méritos de Carrère radica en ofrecernos esa visión "global", en ese no quedarse en uno solo de los aspectos de la tragedia, pero sin perder de vista que "comprender no significa disculpar".  Esto permite encontrarnos con un completo y complejo catálogo de sentimientos y personajes, que van de lo cruel y lo trágico a lo patético, de lo dostoyevskiano a lo balzaquiano.

Lo hace, además, dando al conjunto un ritmo vertiginoso (algo que me parece sumamente complicado tratándose de una recopilación de artículos) y flirteando con diversos géneros, tanto es así que V13 podría ser leído, además de como crónica, como "thriller", ensayo histórico, novela de acción o novela judicial. 

En resumen, un texto impactante, en especial en su primera mitad, pero sumamente recomendable para acercarnos a unos hechos y unos seres fieramente humanos, aunque nos pese.

Un montón de libros de Emmanuel Carrère reseñados AQUÍ

jueves, 17 de noviembre de 2022

Juan Benet: Otoño en Madrid hacia 1950

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1987

Valoración: Muy recomendable


Mi modestísimo e incompleto viaje por la obra de Juan Benet empezó en su día por su parte más oscura, justamente la menos desconocida (y aun así, casi completamente desconocida): aquellos libros que tenían como escenario una remota e imaginaria comarca leonesa, con abundantes ecos de la Guerra civil, personajes herméticos que no sabemos si son reales o solo recuerdos o sueños (a veces todo ello), atmósfera insana y gélida y, sobre todo, esa peculiarísima forma de narrar, rigurosa pero libre de toda atadura, un torrente desmedido que provoca angustia, estupor y admiración a partes iguales, al menos en mi caso. Mucho más tarde, de forma completamente fortuita, he ido conociendo otros textos que me han acercado a un autor que se me ha ido revelando menos denso, diríamos más asequible, con registros bastante diferentes, alguna novela más ligera, obritas de juventud, cosas así. Se puede decir que poco a poco he ido encontrando luz en este autor, y el proceso culmina de alguna forma con el libro que comentamos hoy.

Otoño en Madrid hacia 1950 se compone de cuatro crónicas en torno al momento y lugar que lucen en el título. Benet está integrado de pleno en el mundillo literario, que naturalmente se manifiesta en diversas tertulias compuestas por tipos como él mismo, intelectuales de ingenio afilado, gentes ávidas de charlas en torno a la literatura y la creatividad, en las que no faltan la anécdota y alguna extravagancia, lugares donde compartir quizá cierto elitismo cultural, cafés donde a veces corre el alcohol o burdeles que luego aparecerán en sus novelas. Y tal vez, en alguna medida, el deseo de sobresalir o epatar entre los iguales (o parecidos). Benet es entonces un jovenzuelo, parece que de momento escucha y aprende más que destaca, y todavía no es el centro de atención de futuras reuniones que compartiría más adelante con Marías, Azúa, Millás o García Hortelano, si no recuerdo mal.

Son desde luego tiempos oscuros. Se ha salido de la época más negra de la postguerra, pero en esos círculos intelectuales reina el desencanto, una pesadumbre sorda, poco ruidosa, ante la sociedad mojigata que se construye desde el franquismo, ante la censura y el aislamiento, años grises en los que esos cafés o esas reuniones en casa de alguien eran un refugio donde absorber oxígeno para seguir explorando caminos diferentes a los de la cutrez oficial. En esa especie de reducto de gentes de letras y amistades diversas encontramos la tertulia en casa de Pío Baroja, al pintor Juan Manuel Díaz-Caneja y, naturalmente, a Luis Martín Santos, amigo pero también rival intelectual de Benet. 

El relato de las tardes en casa de Baroja es el que reúne más información. Don Pío es ya un referente en el mundo de las letras, pero es un anciano sencillo, que recibe sin preguntar a quien quiera pasarse, y solo rompe su silencio para alguna intervención breve y concluyente, recluido en su sillón y dejando la iniciativa a quien desee hablar. Benet deja fluir anécdotas que sorprendían o hacían desternillarse a los presentes (las ocurrencias de José Gallego-Díaz, la historia de los monos mecánicos), entrelazadas con reflexiones sobre el arte y, más tangencialmente, sobre política, que dejan ver la sensación de postración que se deriva del momento. La semblanza de Baroja es brillante, pesando más el lado humano que el literario aunque sin rehuir este último, y a Benet parece fascinarle el carácter inamovible del autor vasco, alguien que mantiene su personalidad, su estilo, su carácter e ideas intactos por mucho que el mundo se haya movido en las últimas décadas. No llego a saber si en el fondo de la admiración que muestra ante esa integridad (y que se repite en el caso del ‘rojo’ Caneja) hay un pequeño rastro de desdén, por cuanto esa ausencia de evolución podría entenderse también como una limitación, y Benet no se pronuncia sobre si es o no voluntaria.

Porque, siendo sinceros, yo creo que el autor madrileño tiene unas dotes intelectuales incontestables pero me da la sensación de que, a la menor oportunidad, aflora también la soberbia de quien es muy consciente de ello. Algo de ello se deja ver también en el apartado dedicado a Martín Santos. Parece Benet un tipo incapaz de empatizar con nadie, al menos al poner las palabras sobre el papel, y no hay en el texto ni una sola prueba de afecto, ni un ápice de emotividad al referirse al que se supone que fue su amigo, como tampoco lo hay hacia el viejo y hospitalario Baroja. Se diría que puede más la pugna literaria (diríamos Faulkner vs. Joyce) que la relación humana, como parece demostrar la yo creo que poco inocente reiteración de lugares y situaciones vividos por ambos que Benet insiste en identificar como material originario que aparecería en Tiempo de silencio. Quizá es lo que tiene la amistad de dos cerebritos que además comparten vocación literaria.

Por lo demás, la crónica de las andanzas de Benet y Martín Santos está llena de momentos curiosos y es un retrato perfecto de la vida de estos personajes en aquella España plomiza. Como lo es en general el libro al completo, por el que circulan todo tipo de cosas, desde reflexiones sobre temas cualquiera (la figura del héroe momentáneo, que pronto cae en el olvido frente a quien más adelante quedará para la Historia), la aparición de un capitán Medina que muy bien pudiera ser el protagonista de El aire de un crimen (o al menos haber prestado su nombre a ello), pequeñas historias sobre la vida en Paris de los pocos que por entonces pudieron viajar al extranjero y, cómo no, algunas idas de olla con las que Benet  parece disfrutar de vez en cuando.

Pero, al margen del mismo contenido del texto, ya de por sí interesante, es una delicia leer a este autor en su versión digamos más luminosa. Con un estilo fluido y elegante, de frase algo sinuosa, describe con precisión y, sin necesidad de calificativos, capta el alma de los lugares y las situaciones, es al mismo tiempo instructivo y entretenido. Y hasta ese puntito petulante y (quizá buscadamente) arcaico le da gracia a la vez que pone el nivel muy alto. Olvídense si quieren del autor, este no es el Benet novelista difícil y propenso a atragantarse, ni este es el libro por el que llegar a conocerle, al menos desde el punto de vista literario. Con Otoño en Madrid hacia 1950 podremos quizá conocer algo de su lado humano y disfrutar de un texto espléndido sobre un momento histórico y un cierto ámbito cultural. Nada más, pero mucho más que suficiente.

domingo, 23 de octubre de 2022

Richard Wright. España pagana

Idioma original: inglés

Título original: Pagan Spain

Traducción: Sandra Caula

Año de publicación: 1957

Valoración: muy recomendable

No puedo imaginarme la reacción que, en el momento de la publicación de este libro (entiendo que se traduciría en algún momento y llegaría algún ejemplar a los confines del Estado) se produciría. Más de medio siglo después, he de decir que el texto mantiene cierta vigencia que incomodará a los de las banderitas en la muñeca, que esa incomodidad mantiene aún cierto rescoldo, y que solo por ello merece la pena revisar aunque sea como meros espectadores de la perspectiva del momento. Nos encontramos ante la crónica de un viaje: Richard Wright, periodista estadounidense establecido en París, se aventura en su automóvil por las carreteras de la España de 1954, entra por Catalunya y sigue hasta Madrid y Andalucia. Levanta testigo de lo que ve: una nación que apenas dos décadas atrás ha sufrido una guerra civil, una sublevación de militares traidores que se ha alzado con el triunfo y ha edificado un régimen dictatorial. Wright lleva acabo una crónica con no pocos tintes épicos. Una época en la cual la represión sobre el bando vencido estaba en su apogeo, en la que los preceptos impuestos por el vencedor cuajaban en su plenitud y condicionaban el día a día de la mayoría de la población.

Y eso retrata Wright: la nauseabunda penetración de los preceptos religiosos en la vida de los ciudadanos. Las enormes dificultades para desarrollar la vida con normalidad, especialmente siendo mujer y soltera (curioso que mi lectura del libro haya coincidido con el visionado de capítulos de The Handmaid's tale) los personajes que Wright va encontrando, algunos se prestan entusiastas en sus testimonios, algunos optan por un prudente anonimato antes de manifestar sus experiencias, todos ellos parecen coincidir en la visión: la de una nación atrasada y empobrecida arrastrada por unos preceptos ideológicos (los impuestos por el bando vencedor) simplemente delirantes, que Wright nos regala en píldoras insertadas en sus amenos capítulos: uno de los libros con los que se educaba a las jóvenes, cuyas sucesivas partes se van desgranando y cuya lectura resultaría grotesca de no ser por el súbito retorno a la realidad de comprobar que algunos de esos preceptos serían recuperados de buen grado por una sustancial parte del electorado. Así que muy oportuna revisión de este texto, que tiene la cualidad de transportarnos a la época de una forma preocupantemente fiel: la disidencia se manifiesta en diálogos sin tapujos, los afines no pueden esconder su cinismo y su acomodo, y aunque personalmente me ahorraría, seguramente sean manías personales, los meticulosos párrafos dedicados a los toros y los pasos de Semana Santa (ambos, intocables emblemas del matiz rancio que lastra al país aún hoy), serían prescindibles aunque aportan ese toque verídico a la lectura. Nadie puede negar que Wright estaba ahí y que su testimonio no parte del sesgo ideológico. Las propias peripecias que debe pasar para obtener unas simples frases son suficientemente delatoras del estado de las cosas, un panorama deprimente y abigarrado donde la persecución y la represión eran una constante.

Aún así (y no solo aquí) algunos - demasiados - volverían a esos días oscuros.


jueves, 13 de octubre de 2022

David Foster Wallace: El tenis como experiencia religiosa

Idioma original: inglés

Año de publicación: 2016

Traducción: Javier Calvo

Valoración: muy recomendable*

Hace unas semanas, el mundo - sobre todo el Occidental y civilizado y bla bla bla - asistía con diversos grados de emoción a los fastos de despedida de la práctica profesional del tenis por parte de Roger Federer. Leyenda viva del deporte de la raqueta. En cualquier caso, sabedores todos de sus logros previos - puntillosamente matematizados en parámetros como edad, número de Grand Slams (1) o velocidad máxima tomada por la pelota en cualquiera de sus ace (2) - se dio el curioso hecho de que todo el mundo prestó más atención a las dos estampas del propio Federer junto a Nadal (3), ambos cogidos de la mano abandonando la cancha en que había tomado lugar el último partido, ambos sentados, cogidos de la mano mientras lloraban a moco tendido recibiendo, especulo, la atronadora ovación del público que había presenciado el match (4), imágenes ambas que, parece ser, debían contribuir a normalizar ciertas reacciones entre hombres heterosexuales y triunfadores e incluso (ahora que Djokovic insiste en situarse en un tercer ángulo reprobable dada su absurda tozudería con no vacunarse del Covid) a desdeñar de forma definitiva lo de que los rivales en la práctica deportiva ha de conllevar antagonismo en lo personal. Solo nos falta ver de la manita a Messi (5) y a Cristiano Ronaldo en una situación similar, incluso compartiendo camiseta, para acabar de opinar que el mundo es un lugar justo e idílico (solo unos minutos antes de recordar  a Putin y Zelensky dirimiendo sus diferencias).

Quiero decir que esta es una contribución significativa a la humanidad, como lo serán esos partidos homenaje que, una vez Nadal se retire, jugarán con cierta frecuencia espaciada, con asientos en fila cero de precios prohibitivos que pagarán empresas de artículos de lujo o multimillonarios con necesidades de desgravación, o fans absurdos que prefieran endeudarse de por vida y perseguir su sueño que dar de comer a su familia.

Pero yo iba a escribir aquí sobre un libro. A pesar de que he visto muy pocos partidos de tenis en mi vida, creo recordar que ninguno entero (6), antes de aseverar que odio el tenis, sería más exacto decir que me es algo indiferente y que no lo sigo en absoluto, aunque cada cierto tiempo puedo caer en la cuenta de que algún nombre empieza a sonarme más con lo que sobreentiendo que contamos con una estrella emergente (ahora creo que hay uno con un apellido de aromas griegos, pero no soy capaz de escribir su nombre (7) ). Hecha esta consideración que, como mínimo esta sea la segunda vez que leo estos dos textos y aprecie de nuevo su enorme calidad, tratándose como se trata de dos artículos sobre un tema que me despierta escasa pasión, dice mucho de David Foster Wallace. Aunque ello signifique que sea la última vez que reseñe al autor (8) puede que la curiosidad haya traído a más de uno hasta aquí y hay que recordarle a los lectores esa cualidad del escritor estadounidense: la de arrastrar con su convicción y su amigable insolencia al lector hacia su terreno. A base de entremezclar temas y saltar de un lado al otro en un discurso - el del primer relato - que pasaría por ser una crónica de un periodista al que han destinado a un lugar equivocado y que tiene que extraer un puñado de páginas de ello, pero no. Foster Wallace practicó el tenis y es un fan entregado. Pero esa entrega no le impide analizar y evaluar lo que sucede entorno a un torneo de primer nivel de tenis profesional. Y si hay que hablar, entre el torrente narrativo, de los precios ajustados o no, de refrescos y bocadillos, pues se habla. O de la analogía del gap social que presentan los precios de las localidades y sus ubicaciones respecto a las pistas. O de la curiosa fauna movilizada alrededor de su organización, desde el estricto marcaje de los patrocinadores obsesionados en remarcar su presencia de forma constante y exprimir hasta la última gota del limón publicitario sobre un deporte practicado y disfrutado por sectores privilegiados de la sociedad. Foster Wallace (9) no es un periodista que habla de un partido y cómo ha acabado. Es un escritor que puede hacer eso (10)- sin abandonar por un momento su personalidad literaria y sus esenciaa estilísticas. La abrumadora (11)  presencia de notas al pie en los textos es representativa de su dispersiva avidez por acotar y apuntar cuánta idea creyera que permite apuntalar el relato principal, aunque haya momentos que la relación se descompensa y el lector profano piense por dónde transcurre el relato principal, si arriba en las cuatro líneas en tipo 11 o abajo en las extensas notas en tipo 8 o 9. Llega un punto, sobre todo en el segundo relato, en que Foster Wallace puede ser tan meticulosamente descriptivo que el profano se sienta desorientado, pero es disculpable en todo momento pues su gusto por los detalles y su precisión incluso al introducir elementos disruptivos muestra unas cimas majestuosas que sus seguidores (11) solo pueden aspirar a imitar.

(1) ¿Queda aquí alguien que no sepa lo que es un Grand Slam?

(2) Idem con un Ace

(3) Idem con Nadal

(4) Ya paro, la broma ha dejado de ser divertida

(5) Otro socorrido recurso entre cierta gente: aparentar no saber quién es Messi

(6) Completamente cierto, no soy un snob como los del punto (5)

(7) Stefanos Tsitsipas - efectivamente griego, gracias Google

(8) Tampoco nos pongamos trágicos, de hecho esto podría considerarse como un extracto o un refrito de la reseña de En cuerpo y en lo otro*, pero el coordinador de este blog es muy fácil de engañar.

(9) Cuya historia es sobradamente conocida si uno he tenido el mínimo interés en la literatura en los últimos veinte años

(10) De hecho el segundo relato, más centrado en un duelo Federer-Nadal celebrado en 2005, es profuso en detalles sobre este un otro tanto, incluso al extremo de provocar la búsqueda de esas imágenes en el siempre socorrido Youtube

(11) Y parece que influyente

(12) Me doy por aludido

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* Salvo por el hecho nada desdeñable de que la editorial tuvo la desfachatez de compendiar dos piezas de un mismo libro anterior (En cuerpo y en lo otro) y ofrecerlas aquí, con una bonita portada y  un precio módico, sin preocuparse de mencionar - o no haciéndolo de un modo claro - que el libro no contiene material inédito y, por lo tanto, es un mero artefacto sacacuartos para, solapadamente, engañar y hacer pasar por caja al lector completista.



miércoles, 10 de agosto de 2022

Stig Dagerman: Otoño alemán

Idioma original: sueco
Título original: Tysk höst
Traducción: Josep Maria Caba Boixadera
Año de publicación: 1947 
Valoración: Casi imprescindible

Que el cine norteamericano fue una punta de lanza para la penetración cultural del Tío Sam en Europa, y al mismo tiempo pago en especie por los desembolsos del Plan Marshall, son cosas de sobra conocidas. Y, como también es notorio, una parte nada desdeñable de ese arsenal cinematográfico estuvo formada durante décadas por las narraciones épicas de la victoria de los aliados sobre el nazismo, básicamente por norteamericanos y, en menor medida, británicos. Son tantas las películas de sesgo similar que hemos ido deglutiendo, que en nuestro imaginario es fácil que se haya construido la secuencia Desembarco de Normandía (también con variante italiana) > muerte del führer en el bunker > final de la guerra > liberación de campos de concentración > Alemania recupera la democracia > etc. etc. Hasta hoy.

Pero ahí hay huecos enormes. La guerra recién terminada deja países devastados, millones de muertos, de prisioneros de guerra, de migrantes deambulando en todas direcciones, pobreza, hambre, cartillas de racionamiento, guerras civiles internas, presiones políticas. Muchas de estas cosas las contaba muy bien aquel interesante Continente salvaje de Keith Lowe, con la perspectiva de un historiador con visión integradora y capacidad de ir más allá de los escenarios más trillados. Como también Michael Chabon se interesó por esos periodos de sombra (los ciudadanos alemanes, ante los primeros aliados que pisaban su suelo), contando silencios y recelos, en la historia del abuelo de Moonglow. Pero además, en el otoño de 1946, unos meses después de terminada la guerra, el diario sueco Expressen envía a Alemania a un joven de veintitrés años, Stig Dagerman, gran promesa de la literatura, para observar y narrar lo que había sobre el terreno. Otoño alemán es lo que Dagerman encontró.

En Hamburgo un tren avanza durante quince minutos durante los cuales no se observa nada más que ruinas y escombros. Familias y vecinos conviven en sótanos inundados y sin luz. Transportar unas pocas patatas conseguidas a precio de oro puede suponer jugarte la vida en la calle. Miles y miles de refugiados llegan del Este sin saber a dónde ir, recibidos con hostilidad en todas partes. Huidos de las ciudades más castigadas del norte y del Ruhr son expulsados por las autoridades de Baviera. La miseria de quienes lo han perdido todo, incapaces de ver ningún futuro más allá de si tendrán algo que meter en el caldero esta noche, los millones de civiles y soldados muertos, deportados o asesinados en las ciudades o en los campos de exterminio, la desconfianza hacia todo y hacia todos en un país derrotado y arrasado. 

Y la gran pregunta: ¿dónde están los nazis? ¿Había muchos, o pocos pero poderosos? ¿Pudo más el miedo, el patriotismo, el mirar para otro lado y contemporizar? Están los tribunales de desnazificación, algo que muchos ven como una pantomima, quizá porque no sirven para nada, porque en efecto muchos colaboraron de una u otra forma, de manera inconsciente, por instinto de supervivencia, ingenuidad, a veces por convicción. Algunos confiesan abiertamente que vivían mejor con Hitler (¿nos suena?), otros se disculpan o callan. Pero el hambre y la desesperación borran casi toda otra consideración, importa lo inmediato, llegar a mañana. La ejemplaridad y la limpieza de todo resquicio ideológico, suponiendo que sean posibles, pasan a un segundo plano.

Se podrá decir, y con toda razón, que el paisaje no difiere casi nada del que encontramos tras cualquier otra guerra, antigua o moderna. El fanatismo y la locura siempre dejan detrás destrucción, dolor y muerte. Pero en este caso creo que la crónica de Dagerman rellena un vacío injusto, porque de alguna manera hemos podido interiorizar la idea de una Alemania culpable, así, en su conjunto, un país que de alguna manera no hizo más que pagar (y pagó poco) por el horror que extendió por medio mundo. Y no deja de ser cierto, pero las circunstancias nos han podido hurtar la perspectiva de cómo quedaron realmente sus ciudades, sus habitantes, individuos, familias, la mayoría inocentes, otros quizá no tanto, o no tan culpables. 

Todo eso lo va descubriendo Dagerman asomándose a los zulos donde malviven familias enteras, internándose en las montañas de ruinas, hablando con la gente, observando y sintiéndose observado con recelo, como quien ve a un extraterrestre. Es también un testigo más bien frío, poco dado al discurso inflamado o melodramático, describe sin aspavientos, con cierta distancia pero sin ahorrar crudeza, transmitiendo las sensaciones que proporciona asistir a la miseria extrema, la postración ante la catástrofe, las gentes que se cuelgan de los estribos de los vagones o que viajan en los techos, las chicas que se aferran al brazo del soldado americano. El país donde se gestó la mayor locura homicida de la Historia, vencido, arruinado y estupefacto, sin saber a dónde mirar o qué esperar.

P.S. Al igual que en el fútbol, en el mundo editorial la vida tampoco se acaba en Madrid o Barcelona. La editorial riojana Pipas de calabaza, que tiene el humor de poner en la contracubierta ‘Una editorial con menos proyección que un cinexin’, tiene un catálogo más que interesante del que ya hemos probado algunas muestras, como esta que traemos hoy. Y habrá más, sin duda.

También de Stig Dagerman en ULADNiño quemado

lunes, 7 de febrero de 2022

Riszard Kapuscinski: El mundo de hoy. Autorretrato de un reportero


Idioma original: polaco

Traducción: Agata Koszelek

Año de publicación: 2004

Valoración: muy recomendable

El mundo de hoy es una edición que surge del enorme éxito que Kapuscinski obtuvo por toda su obra. Su traductora al castellano recoge extractos de sus textos (término este que, según Kapuscinski, definía a la perfección sus obras  y los agrupa en una recopilación que resulta curiosamente poliédrica: incluye, sin el detalle de sus obras completas, suficientes extractos de sus crónicas de periodista de guerra como para apreciar su precisión de testimonio presente. A la vez, incorpora no pocas de sus reflexiones a dos niveles: el personal al analizar los entresijos de su profesión, en la que percibimos su progresión en función tanto de los acontecimientos que fue cubriendo como de las circunstancias en que dicha cobertura se producía: más repercusión, mejores medios, progresivo acceso a más público, mayor tolerancia a su agudo análisis crítico. Pero paralelamente el autor polaco también usa su experiencia acumulada para pronunciarse sobre ese mundo de hoy.  

Muchos fueron los hechos que Kapuscinski tuvo ocasión de vivir, y en una época clave para la configuración de lo que es nuestro presente. Y Kapuscinski, fanático absoluto (no perderse sus ocho puntos claves para ejercer como reportero) de sus métodos, resulta ser capaz de proyectar su experiencia al siguiente nivel. Sin pretender serlo para nada, su análisis político y social resulta no solo brillante y vehemente sino incluso premonitorio de forma algo incómoda. Ya en 2003, como quien no quiere la cosa, hablaba de la enorme transformación que el mundo experimentaría como consecuencia de los enormes progresos en la electrónica, de la necesidad de la generación, superada la guerra fría, de equilibrios de bloques diferentes a los habidos (curioso que hable de Rusia y China igual que se habla hoy, con el miedo ante lo que pueda pasar en Ucrania), del enorme dominio que Estados Unidos ejercería gracias a sus literales monopolios tecnológicos (repito: 2003. Por entonces no Facebook, no smartphones.

El mundo de hoy resulta ideal tanto de introducción a Kapuscinski como de colofón y resumen de una lectura completa de ésta. Muestra su pasión por su profesión y revela a las claras que era consciente de su privilegiada posición. No hay atisbo de arrogancia ni de falsa modestia. En lo meramente literario, lo tenía muy claro. Pisaba territorio en el que pocos se habían aventurado. No tenía reparo alguno en aclarar que para el periodista la objetividad absoluta era una quimera, que sus notas eran un mero borrador desde el que recomponía sus crónicas pero que para ello a veces debía contar con testimonios casi anónimos recogidos en unos pocos minutos. Tozudo en su coherencia e influyente como pocos, leer estos textos apenas unas décadas tras su primera publicación da, igual aún más que en su momento, para sesiones de subrayado y toma de notas a mansalva. A ver si algún día se atisba un discípulo a su altura.


sábado, 4 de diciembre de 2021

Tochoweek V #6. Simon Reynolds: Energy Flash

Idioma original: inglés

Título original: Energy Flash. A Journey through Rave Music and Dance Culture

Año de publicación: 1998, 2008, 2013 (ediciones sucesivamente ampliadas)

Traducción: Begoña Martínez, Gabriel Cereceda, Silvia Guiu

Valoración: muy recomendable

El papelón que me han dejado mis ilustres compañeros reseñando grandes libros de enormes autores en esta TochoWeek para ir yo y presentarme con lo que, el 99% de nuestro fiel público calificaría de forma contundente como "libro sobre música" pero yo, ojo con la etiqueta, llamo "ensayo" o incluso "crónica" y hasta el final de esta reseña defenderé tal calificativo.

Es obvio que esto es un "tocho" (casi 700 páginas en esta revisión del autor que incluye artículos adicionales e incluso una interesante entrevista) y es obvio que Simon Reynolds ha publicado, reseñé varios de sus libros hace unos meses, libros que podrían apelarse de estudios sobre movimientos musicales (el glam rock, el post punk) donde se enfatizaba por doquier sobre evolución sonora, escenas delimitadas geográficamente, aspectos técnicos que captan al interesado de forma inmediata, pero que pueden ser algo refractarios hacia el perfil lector no iniciado. 

Pero Energy Flash, y no negaré porque su extensión lo permite, es un caso muy diferente. Aquí Reynolds, sin duda alguna uno de los mejores periodistas sobre cultura contemporánea que uno puede leer, no se limita a abrumar con el goteo de nombres propio de su conocimiento exhaustivo. Se extiende en varios ámbitos que salen mucho de ese círculo. Escribe mucho sobre la sociedad que presencia la explosión del fenómeno rave y cómo los diversos estratos sociales asimilan ese hecho, desde la pose nihilista heredera del espíritu punk hasta cierta actitud estajanovista, cuando el trabajo duro a lo largo de la semana es retribuido con una dedicación igualmente entregada a la diversión. Escribe sobre el entorno político en que se desarrolla, en la absurda lucha de los gobernantes por contener, limitar, legislar y, tirada la toalla, prohibir los eventos cuando se asustan de su enorme repercusión y de su éxito abrumador. Pero para la multitud de jóvenes (y no tanto) que desfilaban por las carreteras inglesas (más tarde, por las de todo el mundo) en búsqueda de los eventos, con la única e incontestable reivindicación de la diversión por bandera, esa prohibición representó un estímulo, un acicate. 

Esa cultura rave Reynolds la reporta desde la tercera y la primera persona. Presencia y testifica e incluso traspasa esa barrera a lo gonzo. Muchas páginas de este libro hablan de las llamadas drogas recreativas y hablan desde la experiencia propia sin hacer proselitismo. Creo que es importante aseverarlo: Reynolds no juega a ser Escohotado (RIP), ni de sus páginas y la descripción de sus experiencias, lector alguno va a tomar la decisión de salir a la calle a buscar un camello y vivir nada en carne propia. Pero tampoco se va a poner en plan moralizante, y ese equilibrio es fascinante. Explica cómo esas sustancias (algunas de ellas clasificadas apenas unos años antes como medicamentos de diversa índole) permiten interactuar con la música y cómo cada una de las muchas corrientes que parten de la música electrónica encuentra un ajuste con uno u otro estupefaciente. Lo hace desde la constatación de que los jóvenes lo han incorporado como un elemento clave en la diversión. Millones de ellos. No se trata de apelar a la abrumadora mayoría para asentir como un borrego. Reynolds actúa como periodista y cronista y explica el resultado de aplicar su curiosidad. Se muestra crítico y se muestra observador. Toma postura en lo referente al adocenamiento del movimiento cuando se convierte en un negocio de cifras escandalosas. Conjuga saber canónico, el saber de quien ha escuchado y analizado todo aquello de que escribe, con postura escéptica respecto a la capacidad del capitalismo salvaje de envolverlo y etiquetarlo todo, y tanto o más con la pretenciosidad de quien se arremolina en torno a una pureza vanguardista que parece rechazar cualquier cosa que no sea lo minoritario.

Tres décadas más tarde, con la generación que convivió con ese movimiento (cualquiera que tuviera entre 14 y 30 años allá por 1988) asentada en el poder, en las direcciones de las empresas, Reynolds concluye que, a pesar de su obvia decadencia producto del agotamiento general, esa forma de disfrutar de la música, de dinamitar el fin de semana, de forzar el organismo, arraigó de tal manera que su influencia sigue presente. Y 700 páginas pueden parecer muchas, pero su desarrollo ameno, coherente y exhaustivo, lo convierten en toda una experiencia.


viernes, 26 de noviembre de 2021

Charles L. Granata: Wouldn't it be nice


Idioma original: inglés

Título original: Wouldn't It Be Nice: Brian Wilson and the Making of the Beach Boys Pet Sounds

Año de publicación: 2003

Traducción: Julio Fajardo

Valoración: recomendable para todos, imprescindible para interesados

Resulta que ciertos libros aparentemente de alcance restringido o incluso, digamos, cercanos al monográfico suelen no serlo tanto e incluso disponer de una especie de ampliación de espectro (o, esto, de campo de batalla) que los eleva por encima de géneros y temáticas. Este brillante estudio casi inclasificable en términos de género (¿crónica? ¿ensayo?) se ocupa de analizar el proceso de creación y publicación de uno de los mejores discos de todos los tiempos: Pet Sounds de The Beach Boys, de cuya primera canción toma el título. Y lo hace de un modo exhaustivo en muchos aspectos técnicos y logísticos. Habla de músicos, de canciones, de productores, de estudios de grabación. Todo eso es ya suficiente para el aficionado fascinado por el disco. Pero, al igual que cierto libro que leí y reseñé hace tiempo, sobre el proceso que acabó con la publicación de Ulises de James Joyce, la cosa no queda ahí. Para bien o para mal, todos acabamos siendo un poco mitómanos. No hablo de llenarse la casa de fotos de un artista o usar carpetas para guardar cualquier recorte de prensa que lo mencione. Hablo de interesarse por los detalles del proceso creativo de ciertas obras maestras y que ese proceso, perdonad lo pedante del término, trascienda.

Brian Wilson, cerebro y compositor principal del grupo, mantenía en su cerebro cada uno de los detalles que debían hacer de este disco un paso en la carrera de la banda. Un paso decisivo donde se debía eludir el enfoque comercial y buscar una especie de territorio inexplorado. Pero ese concepto bullía de tal manera que lo eclipsaba todo: el artista aparta toda la hojarasca que se interpone entre su idea y cómo esta se perfila y ello tiene muchas implicaciones. Granata da cuenta de todos los conflictos interiores que Wilson acometía: desde las diferencias creativas con los otros componentes de la banda, algunos de ellos familiares directos, hasta su tendencia hacia ciertas adicciones, sus problemas de pareja y una siempre equívoca identidad sexual, hablamos de los años 60 y el estereotipo era claro: el rock era para hombres fornidos de pelo en pecho. Su propia condición mental pesa en el relato; la música que había concebido, y sus letras, casi constituían una renuncia a sus trabajos anteriores.

Y así es cómo se detalla como un genio, no sé si ya era hora de decir la palabrita, da los pasos hasta que su obra se completa. Emprende un camino de aislamiento casi autodestructivo donde todo se convierte en una obsesión y donde cualquier precio es bajo si se alcanza la perfección. Wouldn't it be nice no es un libro sobre música, sobre un músico o sobre un disco. Podría tratar de  Gaudi y la Sagrada Familia o de Picasso y el Guernica: es un estudio profundo y que esquiva con mucha habilidad atisbo alguno de morbo. Wilson sigue vivo y seguro que aún compone y produce música de vez en cuando. La sombra de su obra no es amenazadora. Prestigio y royalties garantizan una plácida existencia. No se trata de ensalzar su modus operandi ni de enviar a los admiradores a la puerta de su casa (o rancho o mansión) a conseguir autógrafos. Este libro es un reconocimiento y un testimonio de los claroscuros del proceso creativo y esa lectura subterránea lo hace perfectamente asimilable como estudio de cierto perfil de mentalidad artística.

sábado, 7 de agosto de 2021

Sergio Pitol: El viaje

Idioma original: español

Año de publicación: 2000

Valoración: Recomendable para aficionados a la aventura literaria 


Me apunté a unas jornadas que impartía Sergio Pitol en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hace ya unos cuantos años. Por entonces solía asistir a ese tipo de encuentros con autores españoles o latinoamericanos, organizados por instituciones culturales de prestigio. Tenían lugar en salas pequeñas, con público reducido –siendo, como eran, de pago y de contenido poco ameno– y acababan convirtiéndose en un diálogo cercano, casi fraternal, del personaje con su público. Esta vez, en cambio, me sorprendió tanta afluencia, no así su carácter extrovertido y su largo repertorio de anécdotas. Lástima tener que escucharlo de pie, en una sala abarrotada, con mil espaldas delante de mí como en cualquier evento de entrada libre. Era fácil perderse entre tanta erudición, pero eso no impedía disfrutar de cada palabra suya, de su facilidad para pasar de un asunto a otro enlazándolos con total naturalidad. Y eso mismo encontramos en estas memorias, aunque escritas en tiempo presente, que relatan las incidencias de un viaje realizado en plena perestroika como invitado de las autoridades georgianas primero, y a continuación por una Rusia que se resistía a perder protagonismo.

“¿Te habrás vuelto una momia, un fiambre, sin siquiera haberte dado cuenta?” Dice en una de las primeras frases del libro: tenía miedo de repetirse, de ser demasiado previsible, de caer en la inercia. Imposible que ocurra algo así, contesto yo, ni siquiera después de perderle se ha convertido en nada de eso. Junto a él nos movemos por las rutas de la creatividad, de la memoria y también ¡cómo no! de la geografía. Aprendemos que la ficción es más perfecta cuanto mejor pinta lo imperfecto, conocemos sus filias literarias, barruntamos los motivos (políticos) que le mantuvieron varios días en una incertidumbre incómoda, conocemos su simpatía por la cultura georgiana, comprendemos su optimismo ante la inesperada apertura del bloque socialista, su esperanza ante la figura de un Gorbachov que se intuía duradero y que protagonizaba el fin de una larga represión, toda la suma de sensaciones que podía experimentar quien llegase de la otra punta del mundo precisamente en esa etapa de su historia. La libertad en el ambiente de los locales, en ropa, conversaciones, películas, en festividades como el Carnaval reprimido durante tres cuartos de siglo, el alivio de la gente al abandonar el gregarismo y hasta poder convertirse en excéntrica. Aún así, Pitol no desaprovecha la ocasión para recordar a quien quiera oirle que la literatura rusa va a la zaga, que otras artes y otros países les llevan la delantera, sabe que esto no despierta simpatías pero tampoco le importa mucho.

Un escritor que observa cuanto ocurre, que encadena un pensamiento con otro, que paralelamente va hilvanando una futura novela –se llamaría Domar a la divina garza, publicada en 1988– puede resultar muy aburrido, pero también, según se mire, de lo más apasionante. Solo hay que dejarse llevar, sin esperar nada, y encontraremos montones de anécdotas, una gran pasión por la vida, ironía, sentido crítico, cierto gusto por lo absurdo, incluso por lo escatológico, y hasta alguna idea para próximas lecturas ya que el desfile de autores ilustres no es pequeño, solo hay que pararse y apuntar. A algunos solo los cita, en otros se detiene para explicar su vida y milagros en un flujo de conciencia al que da forma de diario, y que lo es por su contenido tan personal aunque se gestase de forma retrospectiva. Le vemos asombrarse por la miseria del local que albergó a Kafka y su grupo, incluso del barrio donde se ubica; y puede tratarse de lugares venidos (muy) a menos, pero recordemos que prestigio intelectual y estabilidad económica casi nunca van de la mano. Y, desde luego, no entonces. Comprendemos su frustración por el aplazamiento de la visita a Georgia y nos unimos a su felicidad cuando, por fin, llega y disfruta de la tierra y sus gentes.

En la imaginería popular rusa juegan un papel fundamental esos marginados a quienes, en ocasiones, se atribuyen poderes excepcionales: mendigos, vagabundos o dementes. Una admiración que cae en el fanatismo a veces y muestra una faceta bastante folklórica del alma rusa desde muy antiguo, y que ha sido materia de estudio e inspiración para eruditos y escritores. (“Mientras el ataúd era conducido de la habitación a la capilla y de la capilla a la iglesia y más tarde al cementerio, muchas mujeres, niñas, señoritas en crinolinas, caían de rodillas o se arrojaban al suelo bajo el féretro…”) Y es que la riqueza de pensamientos, tradiciones y costumbres es enorme. Bajo la capa de uniformidad del régimen soviético se estaba gestando una nueva sociedad, de ahí que los cambios se estuvieran produciendo tan rápidamente. Pitol vuelve a Moscú y encuentra más movimiento, se empieza a publicar a autores proscritos hasta hace poco. Y es que la inquietud estaba ahí, pero se expresaba más con silencio que con palabras, más con ausencias que con presencias. Sin embargo, en cuanto se abre la mano puede apreciarse el interés por esos libros, películas y obras teatrales, a veces de forma casi clandestina, otras más abiertamente, pues más que permitidos estaban tolerados, pero así son los comienzos. Lo mismo ocurría con los conciertos, que la población contemplaba con una especie de éxtasis (“Entrar allí era sentirse como un cristiano sumido en las catacumbas en tiempos de persecución.”) Y entre toda esa complejidad, ese caldo de cultivo que alimentaba grandes esperanzas, su reencuentro con los estudiantes moscovitas de la época en que vivió allí, su cariño, efusividad, alegría y entusiasmo. Porque el futuro aún no había llegado y todo estaba por hacer.

Más obras de Sergio Pitol: Vals de Mefisto, El oscuro hermano gemelo y otros relatos,

viernes, 2 de julio de 2021

Ander Izagirre: Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey


Idioma original:
Español 
Año de publicación: 2021
Valoración: Muy recomendable para interesados. Recomendable para el resto

Estamos inmersos en pleno Tour de Francia 2021 y en ULAD, siempre atentos a la más rabiosa actualidad, reseñamos un libro sobre... ¡el Giro de Italia! ¿Por qué, sobre todo si tenemos en cuenta que Ander Izagirre también tiene libro sobre el Tour de Francia? ¡Pues porque me da la gana! No, en serio. Dos son los motivos: porque "Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey" es una novedad de hace un par de meses y porque, puestos a elegir, prefiero el Giro al Tour.

Sobre este segundo motivo me explayaré un poco más. Si ya de por sí es innegable que el ciclismo es uno de los deportes más "literarios", creo que el Giro de Italia es, por Historia e historias, una de las pruebas (quizá junto a la Paris - Roubaix ) que más "chicha" tiene: no solo por la pasión con la que es vivida en Italia sino porque hay ingredientes que hacen de la Historia de la carrera una eterna tragicomedia con rivalidades encarnizadas, épica, agonía, escándalos, trampas, picaresca, politización...

De todo lo anterior hay en este recorrido por la historia del Giro de Italia y del ciclismo italiano, desde la prehistoria velocipédica hasta la actualidad de ganancias marginales y bicis de 12000 eurazos (o más). Así, encontramos a lo largo del texto las historias de pioneros, héroes y villanos, mitos y leyendas, buscavidas y competidores natos, gestas y desfallecimientos, luces y sombras...

Ahora, ¿es este un libro exclusivamente destinado a los aficionados al ciclismo? NO. Obviamente lo disfrutarán más aquellos que tengan alguna referencia, aquellos a quienes los nombres de Binda, Coppi, Bartali, Merckx, Moser o Pantani les sugiera algo más que una agradable siesta veraniega, aquellos que alguna vez hayan soñado con sufrir como cabrones subiendo el Stelvio, el Gavia o las Tres Cimas de Lavaredo. Pero también un lector no familiarizado con el ciclismo puede disfrutar, y mucho, del libro. Por varias razones: 

  • Porque en el texto hay voluntad literaria, hay voluntad de estilo. No es una mera sucesión de anécdotas o  historias sin ton ni son
  • Porque con la mezcla de géneros (crónica, reportaje, entrevista, ensayo... a veces casi hasta relato de ficción) autor y lector escapan de la monotonía y de la linealidad
  • Porque hay historias que trascienden de lo meramente deportivo y hablan de un período terrible de la Historia de Europa y de Italia,  el que va desde la llegada del fascismo al poder hasta la década de los 60 (aprox). Así, buena parte del texto puede y debe ser leído como un ensayo sobre historia del siglo XX
  • Porque junto a los grandes triunfadores y las grandes rivalidades (magnífica la parte de habla del período de dominio de Coppi y Bartali, con el fascistón de Magni como 3º en discordia) encontramos maravillosas historias de ciclistas más o menos anónimos, como Malabrocca, o de pioneras del ciclismo femenino, como Strada o Parenti.
  • Porque no rehúye los puntos oscuros de mi querido ciclismo. El dopaje no es algo nuevo, aunque los métodos se hayan perfeccionado
Quizá como punto menos destacado me quedaría con la parte final del texto, la que habla de las 2-3 últimas décadas, en la que el peso de la parte deportiva (y aledaña) es mayor que en otros momentos del libro. Igual es que el ciclismo ya no es lo que era. O igual es que nosotros somos más viejos y más escépticos. No sé. En cualquier caso, ¡me voy a pedalear!

También de Ander Izagirre en ULAD: Potosí

jueves, 29 de abril de 2021

Reseña + Entrevista: "Caracas muerde" de Héctor Torres

Idioma original: Español
Año de publicación: 2012
Valoración: Está muy bien

Dice Héctor Torres en "¿Cómo se les llama a los que nacen en Chivacoa?" que A Caracas no se la habita, se la padece. Y parece que no puede ser de otra forma en una ciudad estrepitosa y salvaje que tiene el dudoso honor de figurar siempre en los primeros puestos de los rankings de ciudades más violentas del mundo, en una ciudad en la que la violencia, la arbitrariedad y el abuso están absolutamente normalizados e institucionalizados, en una ciudad en la que conviven la inquietud, el hastío y el miedo perpetuo con una permanente "huida hacia adelante" y en la que la vida se ha convertido en una ruleta rusa (o, tal vez, venezolana)

Todos estos temas aparecen en los 30 textos, a medio camino entre la crónica y el relato, que componen "Caracas muerde". Crónica y relato entrelazados en los que es fundamental el papel del narrador omnisciente que nos pone en situación, que aporta una serie de datos reales (cifras, estadísticas, noticias...) que dan pie o se entretejen con la ficción para conformar unos textos que hablan de la relación violencia - poder -  Poder, de la paranoia y la esperanza, del miedo y la rabia, de vidas anónimas afectadas, de una u otra manera, por esa angustia cotidiana.

Si tuviera que decantarme por una como principal virtud del libro, diría que esta es la forma en la que el autor lo enfoca. Creo que la estructuración en breves "cronicarrelatos" y la individualización de los efectos de la violencia funcionan a la perfección y dotan al texto de una fuerza mayor de la que tendría si se hubiese optado por algo más "genérico". No sé, parece que impresiona más cuando se pone rostro a la desgracia que cuando de habla de miles de muerto en un terremoto en Irán, ¿no?

Pero "Caracas muerde" tiene otras virtudes. Los textos poseen lo que podríamos llamar una potente voluntad literaria. En ellos se observan diferentes estilos, influencias y mecanismos para acercarnos a la realidad: el tono periodístico, el relato casi borgiano, lo cinematográfico, lo tragicómico,  lo crítico, etc. En fin, pese a que el libro es "monotemático", el punto de vista varía a lo largo del texto y el autor sale airoso de las incursiones que realiza por diversos territorios, en buena medida gracias al ritmo que imprime. 

Vinculado a lo anterior está los diferentes registros que maneja en autor, en los que se combinan el lenguaje "de calle" (con sus venezonalismos, claro, pero sin que la lectura resulte especialmente complicada para el lector ajeno a ellos), aunque no por ello exento de licencias literarias entre las que cabe destaca la metáfora, el aforismo, etc.

Todo lo anterior confiere a "Caracas muerde" su carácter híbrido (en varios sentido) y hace de él un texto mucho más complejo y arriesgado en lo formal de lo que inicialmente podría sugerir. Y si a esto le añadimos la crudeza de las historias narradas, nos queda un libro muy pero que muy recomendable, desde luego.

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Dicho esto, transcribimos a continuación un pequeño cuestionario al que Héctor Torres ha tenido la enorme amabilidad de contestar y de hacerlo así. ¡Disfrutad!:

ULAD: Caracas ostenta desde hace décadas (o eso al menos creo recordar) uno de los índices de criminalidad más altos del mundo. Aquí imagino que entrarán en juego factores económicos, políticos, “culturales”, etc. ¿Cuál sería, en tu opinión, el peso de esos factores?

H.T.: Es posible que haya en todo eso ciertos valores culturales, como cierto culto a la viveza y a sentirse por encima de las leyes. Eso de que las leyes y el buen comportamiento son para los gallos (gente ingenua). Pero sin duda el peso más importante recae sobre la podredumbre del sistema judicial en todos sus ámbitos. Algo que arrastramos, desde antes del chavismo, de que el cumplimiento de la ley es para los pendejos. Y a eso se le agrega la laxitud de las “autoridades” con respecto a las pequeñas faltas. La incapacidad, por parte del encargado de hacer cumplir la ley, de ver que en la pequeña falta se está generando un hueco en el sistema, que irá escalando hacia faltas más graves y hacia los delitos contra las personas y las propiedades. En Venezuela no hay estrategias claras de seguridad ciudadana. Más bien, demasiado civilizado es un país en el que los policías están atendiendo sus negocios en lugar de proteger al ciudadano. Eso, cuando los ves.

ULAD: Pregunta supongo que recurrente: ¿Cómo ha afectado al chavismo a esos índices? ¿Cómo han “evolucionado” los delitos en la época Chávez – Maduro?

Muchísimo. El chavismo es una versión reloaded de todas las taras que traía Venezuela en el ejercicio del poder. La primera señal de alerta fue la militarización de la función policial. Chávez viene de un cuartel y piensa que el cuartel funciona de forma ideal. Pero, además de que eso es una fantasía propia de un rango medio delirante, la vida en la calle tiene dinámicas distintas que la de los cuarteles. Allí comenzó todo. Luego, la policía se corrompió hasta los huesos, al punto de que difícilmente queda algo rescatable en esas instituciones. Agréguesele a eso las criminales políticas del chavismo de “pacificación” de barrios, acentuado durante el período de Maduro: pactar con las bandas delictivas de los barrios para que la policía no entre en sus territorios, a cambio de que sean ellos los que establezcan el control (usualmente político) de los mismos. Es lo que llaman bajo el eufemismo de “Zonas de paz” Es la desintegración del Estado. De hecho, durante la época en que los secuestros express eran una práctica muy extendida, los testimonios de las víctimas hablan de unas operaciones sospechosamente muy bien organizadas.

ULAD: ¿Cuál es la relación del caraqueño de a pie con la violencia y con la ciudad? ¿Cómo puede sobrellevar el miedo?

H.T.: El caraqueño vive en permanente estado de suspicacia. Cuando estuve en Madrid, en diciembre de 2019, descubrí cuánto ha avanzado el daño en la psique del caraqueño. Cuando caminaba por una calle solitaria, a las 12 de la noche, de vuelta al apartamento en el que me estaba quedando, y sentir una aprensión muy fuerte cuando sentía que alguien venía una cuadra detrás de mí, es una muestra de nuestra profunda relación con la desconfianza y el miedo. Lo que pasa es que el venezolano, en general, suele ser muy sociable y dado al contacto físico y a la alegría. Eso genera un cierto equilibrio. Pero, sí, para el caraqueño ninguna cautela será suficiente.

ULAD: En su caso, pese a todo lo que cuenta en el libro, se observa una mirada empática o “cariñosa” hacia la ciudad y sus habitantes. ¿Puede ser algo así como el recuerdo del primer amor (y perdón por la cursilería)?

H.T.: Jajaja. Nada que perdonar. Yo soy cursi. De hecho, ser cursi es la nueva forma de ser punk, en tiempos en que todo el mundo quiere ser malo. Ahora, con respecto a la pregunta, yo creo que la mirada compasiva es fundamental para entenderse con el mundo exterior, si se trata de intentar comprenderlo. En mi opinión no se puede dar cuenta de los hechos que nos rodean ni de los tiempos que nos tocaron vivir sin intentar comprenderlos. Y eso pasa por una mirada compasiva y, de hecho, le agregaría, con un ánimo melancólico: Aceptar el mundo como es y sentir compasión por los personajes de esa película incesante, que no tienen ni idea de para qué están en el escenario. Solo así siento que afloran esos mecanismos ocultos que hace andar la vida.

ULAD: Yendo al aspecto más literario, me llama mucho la atención la triple condición híbrida de “Caracas muerde”. Por un lado, resulta curiosa la mezcla de crónica y relato (dos géneros con fuerte arraigo en América Latina, además). Al menos para un lector ajeno a Caracas, da la impresión de que la realidad es la base para un desarrollo ficcional posterior (o simultáneo). ¿Cuánto hay de cada uno de los géneros en “Caracas muerde”?

H.T. Todo intento de sujetar la realidad a través de la literatura termina por producir una pieza de ficción. Es inevitable. Al menos, así lo veo. De hecho, cuando somos testigos de un hecho y lo evocamos ya inevitablemente lo ordenamos contaminado por nuestra visión del mundo, que es decir por nuestros valores acerca del mundo. Por eso toda historia, por mucho que quiera apegarse a los hechos, es una representación de la realidad. Un objeto estético que sirva para afianzar la visión que uno tiene del mundo. Aferrarse a la pureza de la realidad es, desde mi punto de vista, inútil, porque desde que lo ordenamos y contamos, el hecho dejó de ser aquello para ser esto. Entonces, si de todos modos ya se va a contaminar de ficción, no veo por qué empobrecer la pieza literaria cuando se le puede enriquecer. Ezra Pound decía que la literatura es el lenguaje cargado de sentido. En todo caso, creo que hay dos tendencias en eso de contar la realidad: atender a un riguroso apego a los hechos o atender a un riguroso apego al efecto. Ya que la literatura, para mí, es una manera de entenderme con el mundo, pues yo no tengo mayor problema en sacrificar los hechos con miras a potenciar el efecto. En ese sentido, como buen fabulador, llega un punto en que no sé cuánto de imaginación y cuánto de testimonio de la realidad pura hay en cada historia que termina en mi cabeza.

ULAD: Por otro lado, pese a ser textos más o menos “monotemáticos”, en ellos observan técnicas que van casi de lo estrictamente periodístico a lo cinematográfico, pasando por lo levemente humorístico. ¿Cómo se fue modelando ese material inicial para darle una forma u otra?

H.T.: Creo que cada texto iba exigiendo su tratamiento. Es un pulso para comunicar un hallazgo al lector, pero teniendo mucha conciencia de que la fórmula de todo texto que será publicado tiene en el lector un elemento fundamental. Entonces, en ese diálogo con el lector imaginario de cada una de esas historias se imponía una estrategia distinta. No ser muy cruel en un momento, o sacudirle la modorra, o atenuar el horror, o ponerlo en perspectiva para que pueda verlo en toda su dimensión… Cada momento exige una forma de decir, así como pensamos la estrategia ante cada situación en que tenemos que comunicarnos con otro: desde pedir un aumento de sueldo hasta decirle al vecino que te tiene harto con la música.

ULAD: Por último, el habla coloquial o el “slang” caraqueño y el lenguaje más “poética” conviven a la perfección en el texto y en gran medida gracias a la posición del narrador a lo largo del mismo. ¿Qué determinó la elección de ese tipo de narrador en concreto?

H.T.: Creo que tiene relación con lo anterior. La voz del narrador inevitablemente tiene una íntima relación con la voz del autor. Yo soy ese punto intermedio en que en efecto vengo de un hogar de una mujer que crió a sus hijos sola, y crecí en esa frontera donde termina la ciudad y comienza la vida sin ley de los barrios. Ese punto medio, que no creció siendo un tipo duro pero tampoco podía darse el lujo de sentirse demasiado protegido. Y creo que, de una forma u otra, eso es característico de la caraqueñidad: las niñas que estudian en colegios de monjas son “malandras” y los muchachos que se crían en barrios pueden ir a la universidad (bueno, podían. El chavismo se encargó de destruir la universidad pública). Entonces, como en ciertos espacios todo el mundo convive más o menos con todo el mundo, todo el mundo se maneja con slang independientemente de su condición socioeconómica o educativa.

ULAD: A lo largo del texto se menciona en varias ocasiones a Borges y casualmente uno de los textos que más me ha gustado es el “Como en un Aleph de pesadilla”, pero también me parece ver cosas de Carver y el realismo sucio estadounidense. ¿Pueden ser estas influencias una metáfora perfecta del carácter bipolar de ciudad?

H.T.: Sí, una observación muy aguda. Es posible. Y eso es Caracas: la vida en todo su esplendor. Esa belleza y ese espanto al cual se refiere Rilke en un solo lugar. En todo caso, Borges es un amuleto de la buena prosa del cual no me he podido zafar. Creo que, indistintamente del tono, en ambos casos hay un apego profundo a la belleza y a la eficacia del lenguaje.

ULAD: Para terminar, ¿la realidad supera a la ficción en Caracas?

H.T.: Sin ninguna duda. En general, creo que Latinoamérica es la región donde la ficción palidece por falta de imaginación. En ciudades de México, Colombia o Venezuela cualquier ciudadano común ha visto en la vida real una violencia que un ciudadano promedio de una ciudad más sosegada solo ha visto en la televisión. Que “las autoridades” saquen de la cárcel a un peligroso delincuente para que le arrebate a otro el control de un barrio, porque se puso demasiado independiente, y que al no lograrlo, tras tres días de intensos tiroteos, lo hayan liquidado, eso supera cualquier fantasía de crónica negra que se le pueda ocurrir a un guionista. Y ese cuento corrió por las redes hace poco en Caracas acerca de un enfrentamiento en Petare. Que sea rigurosamente cierto es irrelevante. La gente lo puede creer y eso basta para que sea realidad.