jueves, 6 de noviembre de 2025

Adam Haslett: Madres e hijos

Idioma original: inglés
Título original: Mothers and Sons
Traducción: Francisco González López en castellano para AdN editorial
Año de publicación: 2025
Valoración: recomendable


Llevaba tiempo esperando una nueva novela de Adam Haslett, un autor al que le sigo la pista desde que leí «Imagina que no estoy», una novela muy redonda, interesante, conmovedora y que destaqué como lo mejor del año. También sus cuentos cortos en Aquí no eres un extraño no tienen pérdida, con un nivel muy elevado. Así que teniendo en cuenta que han pasado ya nueve años desde la publicación de su última novela, la expectativa era muy alta, y las ganas de leerlo le iban a la par.

Empieza el relato con un desbordamiento de cotidianidad, de la rutina que envuelve a su personaje principal, Peter, y que nos permite conocer su día a día. Vemos que es un abogado que ejerce en Nueva York, que se desvive por su trabajo porque, aunque en muchas ocasiones se le antoja reiterativo y aburrido, el solo motivo de poder ayudar a inmigrantes a obtener una solicitud de asilo defendiéndoles de la administración que los quieren deportar a su país de origen ya le es motivación suficiente para sentirse recompensado. Cabe decir aquí que el primer tercio del libro está construido desde la pausa, desde la rutina del día a día, y es que en este libro Haslett se toma su tiempo en construir los personajes a pesar de que empieza de manera algo alocada y dubitativa al situar el personaje principal en una situación laboral cotidiana, in media res, como si de repente al lector se le hubieran abierto las puertas por las que atisbar la vida de un personaje en su día a día; un día a día que se nos antoja ajetreado y en apariencia monótono y sin demasiado interés. Ahí el lector se contagia en parte de esa aparente apatía, a la vez que va adentrando en el argumento, pero sin saber muy bien cuál de esas pequeñas historias que constituyen los casos que Peter lleva desencadenará el núcleo central de la trama. Y mientras se avanza con pausa en la búsqueda de esa trama principal, en paralelo, el autor va tejiendo la historia de su madre Ann, desgranando cómo es su vida en comunidad, en un centro que ha creado de ayuda a mujeres, y en cómo su vida se ha encaminado a tal propósito de solidaridad y ayuda.  Madre e hijo, con vidas orientadas a ayudar al prójimo, quizá para subsanar unas heridas del pasado que van reabriéndose a medida que avanza la trama (aunque con cierta dificultad pues en las primeras cien primeras páginas uno transita intentando indagar hacia dónde lleva todo esto, sin llegar a tener la certeza de que el camino sea el adecuado).

Ya a partir de ahí, y trazados los mimbres sobre los cuales construir (ya sí) la historia, vemos como el buen creador de personajes que es Haslett nos cuenta una historia de fragilidades e incomprensiones, de tensiones ambientales pero también familiares, de aceptación y de reconciliación, de saber abrirse caminos a través de la maleza enredada por generaciones y costumbres. Es en este entorno donde Haslett destaca, porque es bueno retratando personajes y relaciones, creando, pero especialmente manteniendo, la tensión en núcleos familiares en cierta manera anquilosados y reacios al cambio. Es en estas situaciones (en ocasiones se asemejaría a la literatura de Franzen) donde nos devuelve a su anterior novela, pues lo hizo de manera magistral en «Imagina que no estoy», aunque en este caso tarda demasiado en llegar a ese punto en el que uno se engancha y necesita demasiadas páginas para llegar al punto de inflexión donde todo empieza a encajar. Demasiadas páginas destinadas a una cotidianeidad que dificulta que la historia avance y encuentre ese punto de enganche con el lector. Eso sí, cuando llega, entonces ya la lectura es fluida e interesante y vale la pena por la historia que cuenta y porque nos invita a la reflexión sobre cuanto pesan sobre nuestras vidas los hechos del pasado que dejamos sin resolver a la espera que el tiempo los cubra con una capa de sostenida tranquilidad.

También de Adam Haslett en ULAD: Imagina que no estoyUnion AtlanticAquí no eres un extraño

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Abraham Merritt: ¡Arde, bruja, arde!

Idioma original: Inglés
Título original: ¡Arde, bruja, arde!
Año de publicación (por entregas): 1932
Traducción: ¿?
Valoración: Se deja leer

El reputado neurólogo doctor Lowell recibe la visita del líder mafioso Ricori, quien le trae a su mano derecha, un hombre aquejado por un mal inexplicable. El paciente, que presenta una rigidez anormal y un rostro desfigurado por el terror, no tarda en morir. Tanto Lowell como Ricori inician entonces una investigación para descubrir qué ha sucedido, y terminan enfrentándose a una perversa bruja y los muñecos que obedecen sus diabólicas instrucciones.

Este es el argumento de ¡Arde, bruja, arde!, novela con cierto aroma "pulp" de Abraham Merritt que, si bien resulta una lectura entretenida, no llega a ser memorable y da la impresión de que podría haberse ejecutado con mayor solvencia. Personalmente, siento que la acuciante falta de acción, las excesivas explicaciones de los personajes y el cuestionamiento constante que Lowell hace de la magia la convierten en pesada. Asimismo, creo que su final es anticlimático, y que la villana, aunque imponente en algunos tramos de la historia, no parece tan amenazante como debería durante otros.

Resumiendo: ¡Arde, bruja, arde! es una novela correcta. Aunque sus limitaciones impiden que se disfrute en exceso, no defraudará a quienes acudan a ella con las expectativas bajas. 


P.D.: Por cierto, no hay término medio en las cubiertas de sus ediciones en español. O son preciosas (como las de Anaya y de Costas de Carcosa) o entrañablemente casposas (como las de Molino y Diana). En cuanto a la de Beetruvian, todavía tengo que determinar a qué categoría pertenece. 

P.D.: Ah, la novela de Merritt fue adaptada libremente al cine en 1936 por el cineasta Tod Browning.





martes, 4 de noviembre de 2025

Reseña + entrevista: Michel Houellebecq. La corrosión de lo humano de José Carlos Rodrigo Breto

Idioma original: Español 
Año de publicación: 2025
Valoración: Bastante recomendable

Hace unos días hablábamos de Céline y de la separación entre obra y autor. Y hoy toca hablar de Michel Houellebecq, quien podría, hasta cierto punto, ser considerado una especie de "heredero" de Céline, tanto en lo literario como en la polémica que rodea su enjuta figura y su obra. Como sucede con Céline (y con muchos otros), creo que en el caso de Houellebecq hay que poner el foco en la obra y dejar de lado declaraciones más o menos "altisonantes". ¡Ya sabemos cómo se las gastan nuestros vecinos del norte con eso de escandalizar, epatar a la burguesía, los enfant terribles y esas cosillas! 

El caso es que con su Michel Houellebecq. La corrosión de lo humano, Breto se centra en lo literario y desgrana las nueve novelas (y algo de El mundo como supermercado) publicadas hasta la fecha por el francés a través de las influencias, los temas y las obsesiones que las recorren. 

Y aunque el propio autor nos avise de que este este es un libro triste que habla de libros tristes con personajes tristes, creo que el análisis (quizá un pelín reiterativo en algunos momentos) que hace Breto de la obra de Houellebecq es asequible tanto para fans irredentos como para no iniciados. Porque... ¿a quién lo le puede interesar el análisis de la obra que mejor refleja en final del siglo XX y el comienzo del XXI, que mejor habla de la soledad de la existencia, de la decadencia, del despojamiento, de la reformulación del ser humano? ¡Sí, Juan, sí, es lo que hay!

Digo que se trata de un análisis asequible porque las referencias o influencias que encontramos en Houellebecq son perfectamente reconocibles (Albert Camus y su Meursault, Kafka y mucha de su obra, Perter Handke y su Bloch) y porque cualquier hombre blanco, europeo, de entre 30-60 años y medianamente heterosexual podrá identificar algunas, muchas o todas de las obsesiones y temas que recorren las novelas: vacío existencial, amargura, alienación y desesperación, melancolía, esperanzas frustradas, etc. Por eso quizá hay gente a la que resulta tan "desagradable" su lectura, porque no hace otra cosa que ponernos frente a un espejo para que veamos en el nuestros "lujos y miserias". 

Lo anterior nos lleva a plantearnos si no será Michel Houellebecq el escritor existencialista de nuestra época (si Michel lee esto, igual nos mata) o el último humanista en un mundo deshumanizado. Es posible, aunque yo le veo más como esos escritores centroeuropeos del período de entreguerras o como los rusos de mediados y finales del XIX, escritores que retrataron como pocos al ser humano y el final de una época, esa que les tocó vivir y sufrir. De ahí su vigencia y su universalidad, la que esperemos tenga Houellebecq en el futuro.

No me enrollo más. No hablaré aquí de las 3 etapas que Breto distingue en la obra novelesca de Houellebecq, su carácter más o menos visionario, etc. De eso hablamos en la charla que mantuvimos con él y que enlazamos a continuación. Así que bajad a pillar algo de comida envasada a Carrefour y a ver el vídeo!!!

P.S.: Me parece "indignante" que este libro no lleve en cubierta una foto de Michel Houellebecq. ¡Espero que la segunda edición del libro la incluya!

También de Rodrigo Breto en ULAD: Nuevo kafkarama

lunes, 3 de noviembre de 2025

César Aira: En El Pensamiento

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2024

Valoración: Recomendable


No sé si a alguien más le pasa, pero a mí valorar lecturas de César Aira me parece bastante complicado, quizá porque le leo muy de cuando en cuando. Me parece que escribe extraordinariamente bien, con capacidad para crear las atmósferas adecuadas, jugar al despiste con facilidad pasmosa y talentazo para sacar petróleo de cualquier cosa por insignificante que parezca. Todo esto solo lo puede conseguir un escritor con técnica y sensibilidad que brotan con naturalidad y llevan la palabra justa al lugar adecuado para construir narraciones siempre inteligentes y a veces de enorme belleza.

Si alguien se ha fijado en la mayúscula del título se habrá dado cuenta de que El Pensamiento es un lugar, en concreto un pueblito minúsculo, una pequeña aldea construida en torno a una estación del ferrocarril que une (o unía, no sé) Rosario con Puerto Belgrano. La estación y cuatro casas, rodeado todo ello por inmensos paisajes despoblados, un lugar real que Aira seguramente conocía, ya que nació en Coronel Pringles, localidad cercana y ya de más entidad. El relato se centra en los recuerdos de quien fue un niño en El Pensamiento, justamente el año anterior a emigrar a la pequeña ciudad vecina. 

La llegada de un joven preceptor y la misteriosa desaparición de una locomotora son los hilos conductores de la historia. Si es que se puede llamar así, porque lo que tenemos son multitud de imágenes, sonidos y sensaciones grabadas en el recuerdo del niño, percepciones de un mundo visto desde su  óptica, de dimensiones ajustadas a su escala, y de una ingenuidad que muy poco a poco va cediendo al contacto con el mundo adulto. La memoria se va entrelazando con la fantasía (el ángel que rellena los tinteros al amanecer), el descubrimiento de pequeñas claves racionales (las vías que parecen juntarse en la lejanía) o de pautas de comportamiento (el grupo en un picnic), mientras el autor se deja a ratos llevar por algo próximo a la prosa poética.

Pero, claro, es César Aira, y ese ramalazo dura poco, porque donde disfruta de verdad es integrando propuestas dispares, sin orden aparente, simplemente porque fluyen así, aparecen y desaparecen dejando al lector en una deliciosa duda. Así, el relato parece cobrar vida propia ofreciendo variantes posibles que quizá no conduzcan a nada, pero que dejan la sensación de literatura de gran nivel, y el mismo lenguaje se transforma en pocas líneas de algo que roza el surrealismo a la aspereza de un catálogo técnico. El relato se asoma al pasado del niño incluso físicamente, como observando un pequeño escenario de juguete en el que podría interactuar. Todo es un moderado placer en el que ya importa poco la historia de la aldea ferroviaria, y nos basta con disfrutar de la frase exacta, del quiebro sutil e inesperado o de la atmósfera tenue de un pasado en blanco y negro, hasta que el autor nos vuelve a sorprender con un final algo abrupto que le deja a uno estupefacto.

Estaba pensando que para César Aira esto de escribir libros debe ser una especie de juego, algo a lo que él juega desde luego muy bien, a base de ir soltando textos casi siempre muy breves donde se explaya como a él le apetece, ahora más bromista, luego más metaliterario, después más poético o reflexivo. Tiene repertorio, mucho, creatividad, a toneladas, escribe magníficamente y domina los resortes, de manera que todo le sale bien. Pero a uno le queda la duda de saber lo que daría de sí levantando algo de más empaque, una historia menos espontánea y más elaborada. Puede que de esta forma se convirtiese en un autor más convencional y se perdiese así la gracia de lo que hace. O tal vez podríamos descubrir a un absoluto genio que sumar a la lista de seis, ocho o diez autores latinoamericanos top que podamos tener en la cabeza. Podría ser una cosa o la contraria, veríamos, pero lo cierto es que don César no parece que esté por la labor.


domingo, 2 de noviembre de 2025

Sally Rooney: Intermezzo

Idioma original: inglés

Título original: Intermezzo

Año de publicación: 2024

Traducción: Inga Pellisa

Valoración: recomendable


Para los que, sin llegar al término refractarios, somos algo ajenos a los vaivenes, hipérboles y desajustes promocionales de las novedades editoriales, como últimamente estoy siendo, nos resulta, me ha resultado, algo chocante y sorprendente la frecuencia con que se menciona, en determinados contextos, a Sally Rooney como escritora de cierto calado, de cierta, glups, influencia, con apenas cuatro novelas (Santi nos obsequió con una doble reseña de otras dos, que suscribo en su práctica integridad) y, supongo que también por su condición de mujer joven, veo que se la menciona en ámbitos bastante dispares y hay cierta tendencia a describirla ya no como the next sino como the big thing. 

Entiendo que Intermezzo representa una lógica evolución en su universo narrativo y no acabo de decidirme si abordaré la lectura de la restante, puesto que, evitaré escrupulosamente el término repanocha, la lectura de esta novela, pudiendo considerarla como una experiencia satisfactoria, no ha justificado ese entusiasmo algo generalizado, no ha acabado de activar esos resortes que ponen a uno alerta.

Intermezzo, cuesta algo afrontar una sinopsis sin estropear aspectos de su eventual lectura, debo advertir, muestra la situación de Peter e Ivan Koundek, dos hermanos con una notable diferencia de edad (22 y 34 años) que afrontan, desde sus distintas situaciones vitales, la muerte de su padre, que ha sufrido una prolongada agonía y ha muerto joven, 65 años. Ese duelo es compartido con su ex-esposa, Christine, una de las protagonistas secundarias de la novela, en su función de madre que vela para que la armonía se mantenga entre sus hijos. Cuyas vidas no pueden ser más diferentes: Peter es un abogado de éxito e Ivan subsiste con trabajos ocasionales y batalla por hacerse un nombre en el mundo del ajedrez profesional. Sus mundos son bastante divergentes, pero Rooney los sitúa en una situación casi especular: Ivan conoce a una mujer de 36 años, organizadora de un torneo de ajedrez al que acude, y surge una relación casi clandestina, avergonzada. Peter, tras ser abandonado por Christine, colega de profesión, con graves secuelas de un accidente de tráfico, acoge en su  casa y se acuesta con Naomi, estudiante de la edad de su hermano, que ha sido deshauciada y cuya precariedad la obliga a los más distintos desempeños, sin cortarse ni un pelo en pedir dinero a Peter cuando lo necesita.

Aquí empezaron a surgirme algunas dudas sobre la intención de la novela. Los capítulos alternan la vida de uno y otro hermano. El primero, dedicado a Peter, casi precipita mi abandono. Un estilo disperso, de frases cortas, a veces hasta incompletas, algo desconcertante por cuanto se trata de una secuencia de pequeños disparos verbales, sin apenas pausa ni diálogo, alternando cortas descripciones con reflexiones algo forzadas. Cuando Ivan entra en juego disponemos de una narración más situacional, estamos en sitios y pasan cosas. He llegado a interpretar que Rooney opta por dar un estilo diferenciado cuando narra sobre uno u otro protagonista. Y donde los veinteañeros son directos, francos y resueltos, los treintañeros duda, reflexionan, valoran pros y contras. Puede que sea ése el recurso. Pero me ha parecido que cuatrocientas dieciséis son muchas páginas para una novela tan fácil de resumir en apenas diez líneas. Y no sé si Rooney quería mostrar la diferencia de apreciación social ante las relaciones con diferencias de edad, si quería usar los personajes más jóvenes como ejemplos de la precariedad y las malas perspectivas de los millenial o quería esbozar una semblanza de cómo la diferencia de status puede incluso penetrar y abrir brecha en una familia. Me da esa impresión: que Rooney ha abierto varios frentes sin acabar de decidirse por ahondar en ellos, de forma trágica o aunque sea ambigua. Que incluso amaga con un desenlace trágico, con un golpe de efecto argumental. Todo lo contrario, el final, emocional y acomodaticio, aunque haya logrado mostrarlo de forma contenida y brillante, resulta dejar un regusto agradable, pero levemente edulcorado. Y replicaré un poco al jefe de todo esto: el malismo puede ser malo, pero el buenismo es peor.

La mencionada reseña de las otras dos novelas de Rooney podéis encontrarla aquí

sábado, 1 de noviembre de 2025

Guillermo Arriaga: El hombre

Idioma original: Español

Año de publicación: 2025

Valoración: Recomendable


¿Hasta qué punto un escritor tiene que reinventarse para seguir vigente o, más importante, para que su obra no se convierta en un cliché de sí misma? Todos entendemos perfectamente a qué nos referimos cuando decimos “un libro más” de Murakami, “un libro más” de King, “un libro más” de Enríquez. Estos escritores de fondo tienen que hacer funambulismo entre la innovación (que les traerá el odio de sus fanáticos) y la forja de un estilo (que, en casos extremos, puede llegar al autoplagio).

Dicho lo anterior, este es “un libro más” de Guillermo Arriaga, para bien y para mal. A pesar de que Arriaga ha apostado por temáticas cosmopolitas (jóvenes de barrios bajos de la Ciudad de México, cazadores de la tundra septentrional del continente americano, médicos de la Europa del siglo XIX, etc.), desde Amores perros encontró una fórmula que le ha funcionado y que, si bien no es exclusiva suya, ni mucho menos, se ha vuelto su sello: múltiples líneas narrativas que, a lo largo del libro, se entrecruzan, afectando en mayor o menor medida a cada una de ellas para, al final, converger en el punto central de la obra (como ha dicho el propio Arriaga, cada uno de sus libros tiene solo una cualidad que es el “alma del libro”: el amor, la violencia, la lujuria, etc.).

En este caso, la novela gira en torno a la figura de Henry Lloyd, el hombre por antonomasia. Una de esas fuerzas (demoníacas) de la naturaleza que horrorizan a unos y, lamentablemente, fascinan a otros. Se trata, por decirlo llanamente, de un verdadero hijo de puta: megalómano, narcisista, vengativo…: los ingredientes perfectos para convertirse en un exitoso hombre de negocios. Los diferentes narradores del libro nos muestran, desde diversos ángulos, la creación de un imperio, con todos los despojos que va dejando a su paso: muertos, hijos bastardos, mujeres abandonadas, miseria…

El interés del libro no está solo en el retrato de este monstruo, sino en la pregunta que lo sostiene: ¿qué mecanismos sociales, económicos y afectivos permiten que alguien como Henry Lloyd prospere? Una pregunta que nos hacemos cada vez que vemos las noticias.

Este es un libro que no defrauda, Arriaga entrega exactamente lo que se espera de un escritor consagrado. Si acaso, tengo algunos reparos:

1. Como dije al inicio de la reseña, la falta de innovación a nivel narrativo. Arriaga nunca ganaría el Nobel. Sin embargo, es un maestro escribiendo obras para adaptarse al cine.

2. Algunas denuncias (esclavitud, inmigración, desigualdad), aun siendo temas urgentes, a veces se presentan de manera demasiado frontal, rozando lo moralizante. Me habría gustado un poco más de sutileza*: confiar más en la inferencia del lector, en la elipsis y en la ambigüedad ética que el propio material sugiere.

3. Para algunos lectores que no tengan una mínima idea de la historia en común de México con Estados Unidos, puede quedar la sensación de que se perdieron algo. 

El hombre cumple con solvencia lo que promete: potencia dramática, personajes que se imponen y una maquinaria narrativa efectiva. Mi objeción no es de ejecución, sino de horizonte: Arriaga, sin duda, domina su fórmula; ojalá, la próxima vez, se anime a forzarla.

* Una sutileza que me parece imprescindible en una buena obra de ficción. Sin embargo, a la hora de denunciar públicamente algún problema social, la sutileza puede ser más una falta de carácter que una virtud.

viernes, 31 de octubre de 2025

Ray Bradbury: El árbol de las brujas

Idioma: inglés

Título original: The Halloween Tree

Año de publicación: 1972

Traducción: Matilde Horne

Valoración: entre recomendable y está bien

Sé que para muchos de vosotros/as la fiesta de Halloween es ya algo tan tradicional como la de la patrona de vuestro pueblo (esto no va por vosotros, amigos/as de  México; no es de extrañar, después de décadas viendo en películas y series de televisión cómo los norteamericanos se los pasaban pirata, mientras que en España la costumbre era ir a ver una representación del tenorio y, al día siguiente, al cementerio a limpiar las tumbas de los parientes fallecidos (evidentemente, no hay color, no le estoy recriminando a nadie la adopción de costumbres foráneas, teniendo en cuenta, además que la hibridación cultural puede producir resultados de lo más interesante). Vale, ya sabemos, por tanto, lo de los disfraces, las calabazas y los caramelos, pero, ¿de dónde viene, exactamente, la fiesta de Halloween, el Día de los Muertos, la Noche de Brujas, Todos los Santos o como queramos llamarla? Pues eso es lo que trata de enseñarnos Ray Bradbury con esta novelita. O enseñar a los chavales, más bien, puesto que se podría decir que es una novela eminentemente juvenil.

Resumen resumido: un grupo de chicos de un pueblo de Illinois salen a pedir dulces la noche del 31 de octubre. Se queda, sin embargo, el más popular de todos ellos, llamado Joe Pipkin, que no se encuentra bien y les cita para más tarde en un caserón de las afueras con pinta de casa encantada. Allí, además de encontrarse el fabuloso Árbol de las Brujas que da título al libro,  reside el enigmático y asombroso señor Mortajosario quien les llevara en un viaje a través del tiempo para conocer los orígenes de la celebración de esa noche, además de buscar al desaparecido Pipkin. Un viaje fantástico y, por momentos, aterrador que puede considerarse como iniciático o de crecimiento, aunque en la novela los protagonistas pasen de ser niños a... seguir siendo niños (aunque más conscientes). Por eso el libro podría entrar en la categoría de "categoría juvenil", sin que ello impida que cualquier adulto pueda disfrutar sobremanera con su lectura.

Algo que también sucede, aparte de la originalidad de la trama, elementos supranaturales, etc., por el estilo de la prosa de Bradbury, bastante reconocible por su enfatismo, su gusto por las metáforas a todo trapo, por el toque poético incluso en párrafo más anodino... un estilo, que, en principio, no me atrae demasiado. He de reconocer, sin embargo, que a esta pequeña novela, seguramente debido a su carácter fantástico y alegórico, le queda como un guante y en ningún momento se siente como exagerado o extemporáneo -y eso que el señor Mortajosario... es decir, Carapacho Clavícula Mortajosario, que ahí es ná, hace todo lo que puede para que sea así- e incluso ese lirismo que en otros textos puede parecer algo fuera de lugar,aquí  resulta incluso conmovedor. Los capítulos, además son bastante cortos y ágiles, llenos de acción, lo que facilita que el libro se lea en un plis-plás y, aunque no resulte una novelette redonda, (quizás porque hoy en día nos resulte todo ya un poco visto, no así, supongo en 1972), me parece perfecta para leer hoy, esperando a que llegue la noche y se abra el pasaje entre el mundo de los vivos y el de los muertos, como toca en esta fecha señalada. Tened cuidado, que la medianoche no os pille en el otro lado...

Más libros de Ray Bradbury reseñados en este blog: La feria de las tinieblasCrónicas marcianas,Fahrenheit 451

jueves, 30 de octubre de 2025

Colaboración: A la intemperie, de Roberto Bolaño

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2024

Valoración: Interesante (para completistas)


Seguramente pensarían ustedes que ya no quedaba ningún escrito de Roberto Bolaño por publicar. Craso error. Debolsillo, dado el seguimiento que tienen las novelas del escritor chileno en nuestro país, se ha preocupado de saciar las necesidades de los “bolañistas” publicando un volumen titulado A la intemperie. 

En este caso, no nos encontramos con una nueva novela inédita, puesto que a estas alturas los baúles están vacíos. Se trata de un volumen que recopila los artículos, columnas y reseñas que publicó Bolaño desde los años 70 hasta poco antes de su muerte. También se recogen prólogos a obras de otros autores y algunas conferencias y discursos.

Con estos antecedentes, como ustedes fácilmente comprenderán, el interés que pueda suscitar esta obra es muy relativo. La temática es muy dispersa y el estilo varía mucho entre los distintos escritos puesto que pertenecen a épocas muy dispares, por lo que la coherencia general de la obra brilla por su ausencia. 

En este sentido, quizás no resultan especialmente atractivos tantos relatos sobre ambientes y personajes de Blanes, su lugar de residencia, ni tampoco los numerosísimos artículos dedicados a autores chilenos que no son conocidos por estos pagos, pero lógicamente hay que situarlos en el contexto de los medios informativos, especialmente el Diari de Girona y Las Últimas noticias de Chile, en que fueron publicados. 

Mucho más interesantes son los artículos en los que habla de literatura. Aunque debe quedar claro que no son críticas literarias ni artículos de opinión. Bolaño introduce sus valoraciones, principal aunque no exclusivamente, de escritores españoles e hispanoamericanos, donde desgrana sus filias y fobias personales, con las que el lector podrá estar o no de acuerdo. El autor chileno ensalza entre los autores españoles a Javier Cercas, Javier Marías o Vila-Matas y nos recomienda encarecidamente que si nos gustan los cuentos “un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Lo repito una vez más, por si no ha quedado claro, a Cela y Umbral ni en pintura”. Y poco más adelante concluye que como cuentista “con Poe tendríamos de sobra”. No creo que Harold Bloom estuviera de acuerdo.

En cuanto a la literatura hispanoamericana deja claramente de manifiesto su predilección por los autores argentinos, especialmente Borges y Cortázar, y en cuanto a la literatura chilena, sobre todo destaca a Huidobro y Nicanor Parra, a los que dedica varios artículos. En cuanto a fobias, aquí queda su valoración de Isabel Allende: “su literatura es mala, viva, pero mala”.

En fin, un volumen que puede resultar útil para completistas a los que les guste coleccionar todo lo publicado por Bolaño, pero prescindible para todos los demás.

Firmado: José Miguel Martínez

Otras muchas obras de Roberto Bolaño reseñadas en ULADaquí


miércoles, 29 de octubre de 2025

Roland Topor: Mundo inmundo

Año de publicación (del volumen): 1972
Valoración: Recomendable (sobre todo para amantes de Roland Topor y del humor negro)

Roland Topor fue uno de esos artistas polifacéticos que abordaron diversas disciplinas con envidiable personalidad y solvencia. Escribió novelas y relatos que a mi juicio rozan la genialidad, incurrió en el diseño escenográfico y de vestuario para ópera y teatro, participó en el cine y la televisión, formó parte del Grupo Pánico junto a Alejandro Jodorowsky, Fernando Arrabal, Olivier O. Olivier y Jacques Sternberg y, por encima de todo, se entregó al dibujo.

Mundo Inmundo es, precisamente, una inclasificable antología de algunos de sus dibujos. Dichos dibujos, divididos en seis capítulos ("Toxicología", "Los masoquistas", "¿Terror?", "¡Terror!", "El arte de morir" y "Mundo inmundo"), exhiben un nivel promedio muy alto. Y es que, si bien el oficio gráfico de Topor deja que desear en ciertos apartados (la nula variedad de fisionomías y anatomías, la rigidez de las posturas, la tosquedad de los trazos, etc...), es más que suficiente para que su obra alcance un mínimo formal. Además, dicha obra gana enteros en lo conceptual, gracias a la extravagante imaginación del autor, así como su ingenio visual y su retorcido humor negro. ¡Cómo no amar la audacia de esa ilustración en la que una mujer emplea como paracaídas lo que parece ser un bloque de hormigón! ¡Cómo no desternillarse ante el hombre que, estando plácidamente recostado en su cama, se dispone a disparar a las dianas que tienen sus pies!

En resumen: Mundo inmundo es una estupenda manera de adentrarse al universo gráfico de Topor (incluso más que esa estupenda película de animación en la que colaboró, El planeta salvaje), y gustará especialmente a los amantes del humor negro y a los admiradores de artistas como Alfred Kubin, Odilón Redón, Zdzisław Beksínski y Aleksandra Waliszewska.





También Roland Topor en ULAD: Aquí

martes, 28 de octubre de 2025

Juan Carlos Onetti: Los adioses

Idioma original: Español
Año de publicación: 1954
Valoración: Muy recomendable

Que tras más de 6000 entradas solo hayamos reseñado un libro de Juan Carlos Onetti solo puede querer decir dos cosas: que somos unos "dejados" o que hoy en día casi nadie lee al uruguayo. Prefiero quedarme con la primera de las opciones, la verdad.

Sea por una cosa o por otra, dejo por escrito el propósito de ir llenando ese vacío (tengo que leer / releer La vida breve, Juntacadáveres o Dejemos hablar al viento, que andan por casa "poniéndome ojitos"). Para empezar, hoy es el turno de Los adioses, un librito muy muy breve que queda fuera del ciclo de Santa María y de los personajes que pueblan buena parte de la obra de Onetti. Independientemente de esto, es una obra 100% Onetti, tanto por estilo como por temas o por ambiente.

Porque Los adioses es una novelita filosófica y/o metafísica que lleva en su interior una historia de amor y una intriga de corte casi policial, un texto que juega con el lector ya que esconde más de lo que muestra, una obra que bebe del cine de la época, de la pintura y de la fotografía y que nos ofrece, una vez más, un testimonio de la desgracia y el fracaso. Dos frases son claro ejemplo de esto último:

No es que crea imposible curarse, sino que no cree en el valor, en la trascendencia de curarse.

Es inútil dar vueltas para escapar al destino.

El argumento de la novela podría resumirse en la llegada de un extraño, al que conoceremos simplemente como "el hombre", a un pueblo sin nombre en el que un hospital atiende a enfermos de tuberculosis. Pero esto no es La montaña mágica, ni mucho menos. Es, por el contrario, la reconstrucción de los pasos de "el hombre" vistos desde la perspectiva del almacenero, otro extraño llegado al pueblo 15 años atrás. O, mejor dicho, desde una perspectiva construida a partir de sus observaciones, de sus imaginaciones, de las observaciones e imaginaciones de terceros.

Esta es una de las claves del texto: la fiabilidad del narrador. ¿Quién es el narrador? ¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Cuánto de verdad hay en lo que vemos u oímos, en lo que imaginamos, en lo que inferimos, en lo que interpretamos?

La otra es el personaje de "el hombre": ¿Qué le ha llevado al pueblo? ¿De qué huye (si es que huye de algo)? ¿Quiénes son las dos mujeres que le escriben y le visitan? ¿Cuál es su relación con el hombre y con el pasado y el presente de este?

Preguntas y más preguntas que solo obtienen una respuesta parcial en las páginas finales del libro. 

Si por algo destaca Los adioses es por ese ritmo tan característico de la prosa de Onetti (no confundir con el ritmo de la propia acción, ojo). Hablo de sus párrafos densos y cargados de imágenes, del ritmo y las pausas de la frase, que parecen adaptarse a la entrecortada respiración de los enfermos que pueblan la novela. Pero también hay que citar paisajes, ambientes y secundarios casi espectrales que otorgan una magnética sensación de irrealidad. 

Como podrán deducir quienes no hayan leído hasta ahora a Onetti, hablamos de un libro no apto para todos los públicos. Hablamos de uno de los más claros ejemplos de los considerados "escritor para escritores", de un texto que no "explicita", que el lector ha de completar a su manera y en el que, a veces, el propio estilo se impone a la trama.  Que esto no os eche atrás, de verdad. Onetti es uno de los grandes de la literatura hispanoamericana del siglo XX y eso es mucho decir.

También de Juan Carlos Onetti en ULAD: El astillero

lunes, 27 de octubre de 2025

Gaétan Soucy: La niña a la que le gustaban demasiado las cerillas

Idioma original: francés
Título original: La petite fille qui aimait trop les allumettes
Traducción: María Teresa Gallego Urrutia, para Contraseña Editorial
Año de publicación: 1998
Valoración: entre recomendable y muy recomendable


Cuando uno tiene ya cierto bagaje lector, le sucede que cada vez más le es más difícil encontrar libros que impacten, que epaten, incluso que inquieten. Pero en ocasiones ocurre. Porque el asombro ante este libro va más allá de la historia que narra; desconcierta (y sobremanera) por el estilo del autor: seco, crudo, directo, pero especialmente con un uso del lenguaje muy inusual y sorprendente.

Argumentalmente, el libro empieza mostrando ya de entrada su enfoque y argumento en su primera frase: «tuvimos que hacernos cargo del universo mi hermano y yo, pues una mañana, poco antes de amanecer, papá exhalo el último suspiro sin previo aviso». A la que continua, «sus despojos, crispados en un dolor del que solo quedaba ya la corteza, sus decretos, tan repentinamente pulverizados, todo eso yacía en la habitación del primer piso desde la que papá, la víspera sin ir más lejos, nos lo ordenaba todo». Esas dos primeras frases ya aportan varias pistas de lo que el libro ofrece, a nivel argumental pero también estilístico, pues denotan una mirada terriblemente fría de la relación de los dos hijos con su padre y, también, la difícil empresa que tienen por delante y de la que deben encargarse con premura: la gestión del fallecimiento del padre, a nivel emocional, pero (y especialmente) también logístico, pues deben organizar el entierro. Así, ante la necesidad de resolver una situación tan excepcional, uno de los hermanos (que ejerce como protagonista), se encarga de narrar esos días posteriores a la defunción.

Estilísticamente, es innegable que el autor busca transgredir la escritura al uso, ejerciendo malabarismos con las palabras con los que busca sorprender al lector mientras emana una sensación que roza la asepsia al narrar una defunción y entierro sin emoción ni aflicción. Así, el estilo utilizado es seco, duro, tosco, que se hace evidente en párrafos como cuando afirma que «he omitido mencionarlo, pero soy el más inteligente de los dos. Mis razonamientos impactan como garrotazos. Si fuese mi hermano el que redactase estas líneas, la pobreza del pensamiento saltaría a la cara, nadie entendería nada de nada». De esta manera, el autor nos hace partícipes de la compleja y en apariencia distante relación con su hermano a la vez que con ello nos sitúa en la historia, con un narrador en primera persona que debe cargar con la noticia y el peso de la muerte de su padre; una muerte que es narrada de forma igualmente seca, sin afecto, de manera funcional y casi logística sobre cómo afrontarla. Cómo lectores, nos sorprende el estilo, la falta absoluta de sentimientos hacia un padre que, según va avanzando la historia, vamos conociendo a la vez que descubrimos los motivos de tal falta de conexión emocional, pero no únicamente hacia el padre ante la situación por la que deben transitar sino también hacia el resto de personajes del pueblo con los que tratan y a quienes observan con cierta perplejidad y distancia que se hace evidente al narrar que «los hábitos de la comarca exigen sin duda que haya que parecerse al muerto del día, pues mis semejantes tenían todos cara de funeral».

Así, Soucy practica un estilo directo que interpela a los lectores directamente al dirigirse a ellos y que me atrevería a decir que es altamente original por el desparpajo utilizado rozando la verborrea a la vez que demuestra una confusión constante entre el género utilizado por el narrador al referirse a él mismo. De igual manera, la historia, que transcurre en poco espacio de tiempo, es narrada en evolución rápida hacia el interior de su protagonista, pues es realmente allí donde ocurre la acción, en el conocimiento y (auto)descubrimiento de su personalidad y su (hasta ese momento) cerrado universo interior. Así al exponerse y abrirse a quien le cuenta la historia, el contraste destaca por la ingenuidad, pero no respecto a sus facultades sino en cuanto a su manera de ver el mundo y su encaje en él; un lugar que antes se le antojaba lejano y hermético a sus conocimientos e intereses y que de golpe parece nuevo y abierto. De hecho, uno de los episodios más hilarantes a la vez que bizarros es un encuentro fortuito de cariz sexual que, por la desubicación mental, sorpresa e inexperiencia que profesa la protagonista me ha recordado sumamente al personaje de Bella Baxter, protagonista de la película «Pobres criaturas» de Yorgos Lanthimos, por la narración de esa escena experimentada por la personalidad medio asilvestrada se la protagonista a la que incluso la lleva a denominarse a sí misma “cabritilla salvaje”. 

Por todo ello, por la historia narrada pero especialmente por la originalidad y valentía en el enfoque y el cómo transmite la historia y los sentimientos, este libro es una rareza interesante para aquellos que buscan sorprenderse ante una lectura que deja cierta sensación de sorpresa y novedad por el uso de un lenguaje un tanto peculiar, con palabras inusuales y en ocasiones inventadas y que invita a aumentar con ello la bizarrez de la historia y la manera de reaccionar, pensar y sentir de su protagonista. Una rareza sorprendente, impactante, pero a la vez divertida.


domingo, 26 de octubre de 2025

C.L.R. James: Los jacobinos negros

Idioma original: inglés

Título original: The Black Jacobins

Traducción: Ramón García

Año de publicación: 1938

Valoración: Está bien


La revolución haitiana, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, pasa por ser uno de los episodios más salvajes de la Historia, al menos hasta la época en que tuvo lugar. Machetazos, ahorcamientos, genta apaleada y arrojada al mar, individuos quemados vivos, mutilaciones y fusilamientos casi hacen buena la llegada a las Antillas de la máquina, ese invento tan del momento gracias al cual rodaban cabezas de forma rápida y quirúrgica, primera imagen de aquel fantástico libro de Alejo Carpentier. El proceso revolucionario fue complejo, largo, y dio por tanto tiempo a que el número de víctimas de las atrocidades alcanzara niveles que sólo la tecnología y la barbarie de los siglos siguientes han podido superar con facilidad. Y con las muertes, también la devastación de un territorio que pasó de ser quizá la colonia más rentable del planeta al país más pobre de América hoy en día.

El pequeño detalle es que toda aquella antigua prosperidad se basaba en el trabajo de los esclavos, mayoritariamente traídos por la fuerza desde África. Sacar rendimientos brillantes de plantaciones de azúcar, tabaco o café no es tan difícil si uno dispone de mano de obra ilimitada y prácticamente gratuita. Las cosas se van complicando después, porque los colonos blancos, en un proceso parecido al de Estados Unidos, se impacientan por las limitaciones que impone la metrópolis, el descontento entre los negros empieza a provocar problemas (los cimarrones que escapan para ocultarse en los bosques) y, por si fuera poco, estalla la Revolución francesa.

Arriesgando quizá demasiado, dice James que ‘el comercio de esclavos y la esclavitud fueron el fundamento económico de la Revolución francesa’. Pero ya veremos que el autor dista mucho, o más bien muchísimo, de ser objetivo. El caso es que esa Revolución, la grande, aportando sensaciones de convulsión total y exportando los múltiples conflictos que anidaban en su interior, resulta el momento idóneo para que los negros de la colonia se rebelen en busca de su libertad. Ahí surgen distintos líderes, entre los que destacará Toussaint L´Ouverture, que protagoniza la mayor parte del relato. 

Con una prosa torrencial y más bien poco académica, James se lanza a narrar los distintos episodios de un proceso que duró cerca de quince años. La escasa sistemática, junto con la obvia propensión a tomar partido, hacen que el autor se enrede un poco con unos acontecimientos de por sí bastante confusos y cambiantes: aquí intervendrán, aparte de los caudillos de la rebelión, segmentos enfrentados de blancos ricos y pobres, mulatos y sus subdivisiones, negros libres y esclavos, revolucionarios y monárquicos, plantadores y burguesía marítima, ingleses, jacobinos y girondinos, todos ellos con sus respectivos grupos armados cambiando constantemente de bando y sin pestañear a la hora de liquidar a quienes fueron sus aliados.

Pero como decía, el autor no tiene reparo en montar todo un panegírico en torno a la figura de Toussaint, incurriendo en la adulación habitual de quienes escriben sobre un personaje que les es especialmente admirable. Toussaint reúne en sí todas las virtudes imaginables, es inteligente y generoso, buen estratega y mejor diplomático, decidido pero moderado, y nada impide que se le compare a Pericles, Thomas Paine, Marx, Diderot o Rousseau. Su único defecto fue tal vez, dice James, ser demasiado benevolente con blancos, franceses y burgueses, es decir, decaer en su vena revolucionaria, que es lo que el autor admira definitivamente en el personaje. Al que, por cierto, en algunos momentos de forma bastante sorprendente compara con un dictador fascista, y que no duda en reproducir uno de sus escritos en el que afirma ‘Recordad que solo hay un Toussaint L´Ouverture, y que con escuchar su nombre debéis rendirle pleitesía’. Tics dictatoriales que apuntan a un hombre que se sintió llamado a liderar la gran liberación, arrinconando a sus anteriores aliados, y que no dudó en liquidar a quien pudiera hacerle sombra, incluido su propio sobrino.

Pero James no parece darle importancia a todo esto, porque solo tiene ojos para lo que considera un proceso revolucionario modélico en el que cualquier cosa es válida menos flaquear en el empeño. Bien, el autor es también negro y antillano, además de admirador de la Revolución soviética y enteramente implicado en la lucha por la liberación de los negros en todos los continentes. Es también hijo de su tiempo, no olvidemos que el libro se escribe en pleno auge de los fascismos, y tira con todo para elogiar sin medida un proceso que, como casi todos, debió tener con toda seguridad un lado oscuro que ignora voluntariamente. De manera que, aunque el libro incluye una abundantísima bibliografía que demuestra haber trabajado muy a fondo el tema, no puede disimular, ni lo pretende, un sesgo ideológico que obliga a tomar la narración con bastantes precauciones.


sábado, 25 de octubre de 2025

Javi de Castro: Villanueva

Idioma: español

Año de publicación: 2021

Valoración: está bien

Una pareja urbanita, embarazada de ocho meses ella, se desplaza a un pueblo de la llamada "España vaciada" (concretamente de la provincia de León, como se deduce por los elementos folklóricos... y porque el cómic ha recibido una ayuda del Instituto Leonés de Cultura) que les ofrece casa y trabajo, para comenzar una nueva vida alejados del mundanal ruido. La cosa pinta bien, en principio, hasta que comienzan a percibir elementos extraños, pequeños indicios que les escaman y llevan a pensar que algo inquietante está sucediendo en el pueblo, mientras que Rosa, la bibliotecaria y encargada de los recados en la ciudad -y que les ha llevado al pueblo- comienza a plantearse su papel en la trama oculta, aunque cada vez más evidente detrás de todo lo que sucede.

Toda la historia, como se puede comprobar en las ilustraciones adjuntas, aderezada con trajes típicos y no poco amenazantes que encuadran esta novela gráfica, decididamente, en el subgénero del folk-horror, con concomitancias más que evidentes, para quien le guste este tipo de cine, con MidsommarEl hombre de mimbre o, para los más frikis del género, la reciente Fréwaka (también un poco, y perdón si se considera un spoiler, con Déjame salir de Jordan Peele, aunque sin sátira ni reivindicación racial, claro). Éste, sin embargo, es el principal problema de Villanueva: que los elementos que la componen, los tropos y hasta algunos personajes nos suenan demasiado de otras historias, más aún en un subgénero en el que parece que ya está todo codificado. Y eso, a pesar de que su autor ha incluido un meritorio mensaje de empoderamiento femenino, muy acorde con los tiempos, pero que, precisamente con eso, tampoco es que resulte novedoso, ni mucho menos sorprendente. A favor de la narración, que nos ahorre una explicación pormenorizada de todo lo que está sucediendo en el pueblo. Queda los suficientemente claro, sin que el lector/a necesite que se lo expliquen con todo detalle. Y es mejor así.



En cuanto al aspecto gráfico, las ilustraciones de Javi de Castro son sencillas y limpias, sin que eso suponga un menoscabo en su eficacia ni en la complejidad compositiva -de hecho, abundan las siempre estimulantes viñetas a doble página-; el estilo me recuerda al del maestro Max (al menos conceptual, se entiende). Narrativamente, la historia está bien construida, con un arco de los personajes femeninos, que al fin y al cabo son las protagonistas, bien trazado. Sin embargo, para mi gusto queda un poco corta, y aunque repito que aprecio que no todo se nos dé masticado o en bandeja, sí que resultaría deseable que el autor hubiera estirado un poco algunas situaciones o algunos tempos de la narración, par air subiendo la tensión de manera aún más gradual. En fin, supongo que desear que un libro se alargue un poco más significa que me ha gustado, así que tampoco os lo toméis como una objeción. Y cuidado cuando vayáis a pasar las vacaciones al pueblo, un fin de semana en una casa rural o algo parecido. Nunca se sabe... 

viernes, 24 de octubre de 2025

Antonio Escohotado: Historia general de las drogas (Metaentrada)

Idioma original: Español

Año de publicación: 1983

Valoración: Imprescindible

En 1983, Antonio Escohotado publicó Historia general de las drogas, una obra monumental que reconstruye la relación entre ebriedad, ley, comercio y cultura a lo largo de siglos. Su apuesta, leer las drogas como un fenómeno humano total, inseparable de la libertad individual y de los dispositivos de control social, sigue interpelando hoy, cuando la conversación pública oscila entre el moralismo, la hiperindividualidad, y el tecnocratismo.

Esta reseña parte de esa ambición panorámica, pero quisiera añadir un matiz: el de la neurociencia contemporánea. No pretendo (dios me salve) de actualizar a Escohotado con bibliografía reciente, sino de poner a dialogar su marco histórico y jurídico con hallazgos recientes y política pública basada en estudios científicos (si es que existe tal prodigio). Ese diálogo, creo, ilumina la vigencia del libro y también sus límites.

Primero, una lectura de su Introducción y de los conceptos que la vertebran; después, un examen de capítulos clave a la luz de estudios actuales (psicodélicos, ketamina, MDMA, adicciones conductuales) y, por último, una reflexión sobre la compleja tarea de integrar historia, neurobiología y política de drogas. El objetivo no es dirimir un pleito ideológico, sino ganar comprensión práctica sobre cómo y por qué ciertas sustancias mejoran o empeoran la vida de las personas.

Lo de “imprescindible” no es hiperbólico. Cualquiera que pretenda opinar sobre drogas (léase podcastero, youtubero, tiktoker, etc.) como mínimo debería manejar el bagaje que aporta este libro (lo cual, ya lo sé, es pedirle peras al olmo).

Introducción

Escohotado abre su tratado con una tesis potente: lo psicoactivo no es un accidente moral sino un hecho psicofarmacológico que acompaña a la cultura desde sus comienzos. El pasaje sobre "la cosa tangible" que altera el ánimo y la ambivalencia del phármakon (remedio/veneno) sitúa la discusión más allá del bien y el mal: importa quién, cómo, cuándo, dónde y para qué se usa. Esa intuición, que hoy llamaríamos "dependiente de contexto, dosis y sujeto", sigue siendo fértil: la frontera entre perjuicio y beneficio no está en la molécula, sino en las condiciones de su uso. Ahí Escohotado es, todavía, sorprendentemente actual.

Me gustaría matizar dos lugares comunes que el propio Escohotado cita: la equiparación del "electrodo de placer" con la degradación del toxicómano, y la idea de que las drogas "enloquecen de placer". Los clásicos experimentos de autoestimulación intracraneal no se reducían al hipotálamo: involucraban circuitos mesolímbicos que median motivación, aprendizaje y saliencia, no simple hedonía. Hoy sabemos que el problema del enganche a una droga no es "sentir más placer", sino la tolerancia y la dependencia, cuando se presenta una disociación entre el consumo y el refuerzo (dígase placer, euforia, sopor); esa disociación explica por qué el consumo persiste aun cuando el placer disminuye, lo que define la formación de un hábito (o en este caso, una adicción). 

El libro también enmarca el fenómeno en términos político-jurídicos: del "pecado" al "delito de riesgo" y a la excepción penal que suspende garantías. Aquí conviene actualizar la foto con datos globales: los informes recientes de OMS muestran mercados dinámicos, nuevas sustancias y respuestas heterogéneas; la dicotomía "sociedad sin drogas vs. libre mercado de todas" sigue siendo retórica, mientras la realidad cotidiana transcurre entre prohibición, mercado ilícito y sustitutos/adulterantes. 

En el frente clínico, la "bendición y maldición" del phármakon hoy es más matizada y empírica. Por ejemplo, la psilocibina ha mostrado señales antidepresivas en depresión resistente, aunque con efectos adversos y necesidad de ensayos más largos y comparativos; no es una panacea, pero tampoco un mito. En paralelo, la ketamina ofrece alivio rápido en depresión resistente bajo protocolos estrictos de seguridad, y la investigación compara su desempeño con antidepresivos convencionales (resultados que se han visto embarrados debido al abuso por parte de figuras públicas deleznables como Elon Musk). Estos avances confirman que la psicofarmacología puede ampliar el repertorio terapéutico sin borrar sus riesgos. 

Sin embargo, el entusiasmo debe convivir con el escepticismo regulatorio. El caso MDMA-TEPT (estrés postraumático) ilustra cómo, aun con resultados promisorios, los comités de la FDA han concluido que la evidencia y el balance beneficio-riesgo aún no son suficientes; la decisión reciente de no aprobar empuja a mejorar diseño, monitoreo y estándares de seguridad. 

Finalmente, cuando Escohotado anticipa que el problema no es sólo sanitario sino político y social, hoy podemos añadir un matiz de salud pública: las intervenciones de reducción de daños (p. ej., centros de consumo supervisado) se asocian con reducciones locales de mortalidad por sobredosis y menor carga para servicios de emergencia; no sustituyen el tratamiento ni "resuelven" la adicción, pero son piezas útiles en ecosistemas complejos. 

SECCIÓN PRIMERA — Magia, farmacia, religión

Escohotado sitúa la ebriedad en el cruce entre rito, remedio y norma. Desde Mesopotamia hasta las Américas precolombinas, muestra que las drogas no nacen como "vicio" ni como "crimen", sino como instituciones: usos reglados que organizan comunidad y experiencia. Entre dos polos, posesión y excursión, la ebriedad puede ser fusión con lo sagrado o apertura de visión; en ambos casos, suspende la rutina perceptiva y redistribuye el sentido de lo permitido.

El "mapa" se completa con mitos que codifican reglas y riesgos, y con una cotidianidad donde vino, opio y farmacopeas se integran en economía, medicina y derecho: lo profano y lo sagrado forman un continuo más o menos utilitario. Leída hoy, esa intuición dialoga con la neurociencia: los psicodélicos pueden aumentar la flexibilidad cognitiva cuando el contexto es el adecuado (el clásico set & setting), y la clínica contemporánea traduce antiguos ritos en protocolos terapéuticos (si bien, muchas de las "terapias" provenientes del psicoanálisis están más cerca de la magia que de la realidad, ¡qué daño ha hecho ese madafaka de Froid!). Del soma al peyote, la sección traza una fenomenología comparada de estados de conciencia y deja una idea central: la molécula importa, pero su marco de uso: cultural, ritual o clínico, es lo que decide su valor y su riesgo.

SECCIÓN SEGUNDA — Cristianismo, islam y la invención de la cruzada 

Escohotado traza cómo Occidente convirtió la ebriedad en asunto de obediencia. Del cristianismo antiguo a la baja Edad Media, la alteración "legítima" del ánimo (eucaristía, ascetismo) se opone a las formas profanas o terapéuticas, que pasan a leerse como desorden, herejía o simple depravación. La persecución de la brujería se convertirá en modelo: archivo inquisitorial, erotismo como pretexto, y una pedagogía del miedo que inaugura el delito sin víctima (la hipótesis de que dildos untados con psicotrópicos derivaron en la iconografía de la escoba de la bruja es, cuando menos, asombrosa). 

En el mundo islámico, alcohol, opio y cáñamo revelan la otra cara: las mismas sustancias pueden ser institución o crimen según el encuadre ritual y jurídico. La irrupción del café consagra una "ebriedad" alerta, estimulación sobria compatible con la ciudad y la burocracia (lo que equivaldría al uso de la cocaína en Wall Street, o de las anfetaminas en residentes de medicina o amas de casa), mientras el cáñamo queda como un irruptor de la disciplina. Se dibuja así una regla: el estatus legal no coincide con el riesgo biológico.

El tramo final, del humanismo a Paracelso y el caso americano (tabaco, coca, mate), adelanta la toxicología moderna: dosis y contexto deciden el sentido del phármakon. Con el tránsito a la modernidad, la demonología deviene en "toxicomanía", y economía, medicina y política aprenden a gobernar la percepción. La cruzada cambia de vocabulario, no de lógica.

SECCIÓN TERCERA — Liberalismo, opio y el siglo de los laboratorios

Escohotado deja atrás la teología del cuerpo y entra en la modernidad: el final del Antiguo Régimen desactiva la cruzada moral y devuelve la conducta sin víctima al terreno del derecho civil. La pregunta ya no es "pecado o virtud", sino daño medible: riesgo, dosis, contexto y externalidades. En ese viraje asoman dos frentes que marcarán el siglo: la "cuestión china" del opio y el papel del comercio europeo en la terapéutica.

El liberalismo destapa el caño del desagüe: láudano, morfina, cloroformo, éter y los primeros barbitúricos expanden accesos y usos, mientras la medicina aprende a distinguir analgesia, anestesia y sedación y paga el precio en tolerancia, dependencia y negligencia. El phármakon se vuelve margen terapéutico: no hay venenos morales, sino curvas dosis–respuesta y farmacocinética (la vía y la velocidad de entrada moldean el potencial adictivo tanto como la molécula).

La cocaína condensa el ciclo moderno: entusiasmo científico, promoción comercial, usos clínicos y, después, estigma. Lo que el siglo XIX y XX llamó "vicio" hoy se entiende como saliencia sensibilizada y plasticidad dopaminérgica que empuja del "gustar" al "querer". El cierre regresa a los visionarios, cáñamo y peyote, para mostrar el paso de lo sagrado tutelado a lo experimental clínico: protocolos, set & setting e integración. Si la Edad Media inventó la cruzada, el laboratorio inventa su antídoto laico: el método.

SECCIÓN CUARTA — De la "conciencia del problema" a la paz farmacrática 

Escohotado narra cómo, del primer impulso internacional por "ordenar" los psicoactivos, se pasa a un régimen estable de control. La escena arranca con misiones y conferencias que inventan el léxico del peligro y culmina en La Haya y la Ley Harrison, donde la adicción deja de ser asunto médico para convertirse, en la práctica, en materia penal y fiscal. Las dos primeras décadas de cruzada cierran clínicas, prohiben el alcohol y, con la Marihuana Tax Act, criminalizan el cannabis por vía impositiva: no se prohíben moléculas por su fisiología, se clasifican por su lugar en un tablero moral y administrativo (y si nos acercamos a las teorías conspirativas, en la irrupción del cáñamo en el mercado de los textiles, dominado por los dueños (ex-esclavistas) de la industria del algodón).

Sigue una fase de latencia que arma la maquinaria (industria, agencias, leyes más duras) hasta fijar una "paz farmacrática": proliferan estimulantes, narcóticos y ansiolíticos legales, y el consumo se normaliza bajo vigilancia. El hilo común es claro, el mundo deja de debatir qué hacen las drogas para decidir qué son y quién puede tocarlas. Leída hoy, la sección anticipa un matiz que confirman los estudios recientes: el daño no es una esencia química sino un acoplamiento entre farmacología, aprendizaje y contexto. Controlar "drogas" es, en rigor, gobernar conductas y entornos. Siendo optimistas, este es un progreso importante.

SECCIÓN QUINTA — Los insurgentes

Escohotado retrata la disidencia frente al orden "farmacrático" nacido tras la I Guerra Mundial y fijado con la Convención de 1961. El desequilibrio es evidente, el cáñamo se ubica junto a tóxicos "superadictivos" mientras los psicofármacos de uso masivo sostienen la normalidad química sin el mismo estigma. Los sesenta amplifican la grieta: contraculturas, psicodelia y, como contragolpe, la "nueva ley internacional" que extiende el cerco al LSD, DMT, mescalina, psilocibina y THC, y reordena estimulantes y sedantes. El mensaje de fondo paso de castigar faltas a normalizar conciencias; la elección de estados mentales se convierte en enfermedad o delito y la intimidad queda bajo tutela.

Leída hoy, la sección gana relieve empírico. Los psicodélicos muestran potencial terapéutico cuando se encuadran en protocolos estrictos, desmontando la equivalencia automática entre éxtasis y patología. El MDMA ofrece la contracara: el rechazo regulatorio reciente no reimpone el anatema, obliga a elevar el listón metodológico. Y un frente inesperado, los agonistas GLP-1 (e.g. Ozempic, con todos los cadáveres andantes que ha producido), sugiere nuevas dianas para el consumo compulsivo más allá del dopamina-centrismo. En conjunto, la insurgencia ya no es sólo cultural, es de método. Se trata de clasificar mejor, medir mejor y cuidar mejor, sin confundir moral con farmacología.

SECCIÓN SEXTA — La "nueva ley internacional", la exportación de la cruzada y la era del sucedáneo

Escohotado muestra el tramo final del prohibicionismo, definir para gobernar. Con el Convenio de 1971 se reordena el mapa. Los psicodislépticos obtienen lista propia y los estimulantes/sedantes se reparten en paralelo, mientras un vocabulario (estupefaciente, hábito, dependencia, psicotoxicidad) se impone como gramática de poder más que como reflejo de la farmacología. La cruzada se exporta: adormidera y coca sirven para tejer operaciones, acuerdos y retóricas humanitarias que externalizan costes y fijan una "paz farmacrática" donde policía, diplomacia y mercado conviven (aquí valdría mencionar el pretexto más reciente para eliminar el debido proceso penal e invadir soberanías ajenas: el fentanilo).

El "retorno de lo reprimido" llega con la heroína (o, en nuestros días, el fentanilo) y la cocaína: la demanda no desaparece, cambia de forma; sustitución, adulteraciones y picos epidémicos dibujan un daño reconfigurado por la propia política. En paralelo, la marihuana reabre su disputa pública (aún usada por los sectores más conservadores para desprestigiar a sus adversarios, como el caso más reciente del candidato a la alcaldía de Nueva York, Zohran Mamdani). Entre designer drugs y análogos del fentanilo, la ley ya no prohíbe sustancias una a una, persigue familias y potencias (prohibición por analogía). El resultado es previsible, cada cerco legal abre un borde de innovación. La química va por delante; el derecho, detrás, intentando darle alcance. El cierre anuncia el tiempo que seguimos habitando y que acecha a los más jóvenes: la era del sucedáneo (el juego, las redes sociales, etc.).

Conclusión

Historia general de las drogas sigue siendo, a más de cuatro décadas de su publicación, un mapa intelectual poderoso: exhibe cómo las sociedades definen, ritualizan y castigan ciertos estados de conciencia. Su apuesta por recuperar el phármakon, remedio y veneno según dosis, sujeto y contexto, resiste bien el contraste con la ciencia contemporánea: hoy sabemos que el daño o el beneficio emergen menos de "la sustancia" que de patrones de uso, contingencias de aprendizaje y marcos institucionales.

Leída con una lente neurocientífica, la obra desplaza el tópico del "placer" hacia la motivación sensibilizada y la saliencia: lo que se potencia no es tanto el "gustar" como el "querer" (o en grados avanzados, necesitar). Ese giro explica por qué el consumo persiste cuando el placer mengua, y por qué intervenciones eficaces combinan farmacología con contexto. En este punto, Escohotado acierta al insistir en que la molécula no es una esencia moral y que el marco cultural y jurídico es parte de la farmacodinámica social.

Donde el libro es más polémico, y valioso, es en la genealogía de la cruzada contra las drogas: muestra cómo la ley nombró y fabricó "la droga" como problema penal (o moral) antes que sanitario. La investigación actual en salud pública no desmiente esa tesis: confirma que el estatus legal se desacopla con frecuencia del riesgo biológico y que la represión, por sí sola, reconfigura mercados y daños sin resolver determinantes conductuales.

Escohotado ofrece una teoría robusta de cómo llegamos a gobernar la percepción y el ánimo; la evidencia actual permite decidir para qué y en qué condiciones conviene hacerlo. Entre la tentación del anatema y la fantasía de la panacea, queda un terreno exigente: el estudio riguroso de la bioquímica del organismo humano. Si algo permanece después de cerrar el libro, es la convicción de que discutir sobre drogas es, en realidad, discutir sobre libertad y comunidad. Y que esa discusión se vuelve más honesta cuando la historia, la ley y la ciencia se escuchan entre sí.

jueves, 23 de octubre de 2025

Reseña 2x 1: Lesley -Ann Jones : Hero: David Bowie, Paul Morley: The age of David Bowie


Idioma original:
inglés, ambos

Año de publicación: 2016, ambos

Traducción: Alejandro Tobar, e intraducido al español

Valoración: muy recomendable, ambos

Ya avisé (o amenacé) que reseñaría pronto algunos libros sobre música, esa otra pasión recalcitrante particular, una seria adicción que, aunque es estúpido que insista una y otra vez, se combina de forma irresistible cuando, aunque sea una mitomanía completamente fuera de lugar en estos tiempos (en que muchos se empeñan en decepcionarnos de una u otra manera, con los políticos como indiscutibles números uno), aborda distintos puntos de vista sobre un mismo artista.

De hecho, entono un mea culpa absoluto y reconozco que estos son los enésimos libros que reseño sobre la figura del músico desaparecido en 2016, aunque en el momento inmediato a su muerte hubo un fogonazo, muy justificado, de textos elegíacos, lo que da una idea de que su influencia es diferente a la de otros artistas más, digamos, generacionales. Un absoluto placer leer ambos libros con la perspectiva de casi una década y notar sus diferencias, sus matices y sus distintos puntos de vista, que los hace complementarios, no antagónicos, porque es obvio que nadie se emplea en quinientas páginas para desmentir bulos y naderías de prensa rosa. Jones representa la figura de la cercanía, la de la amiga de la infancia que atesora información no proclive a morbo o especulación. La de la persona que es consciente de que el amigo de infancia y juventud está firmemente determinado a dejar huella en la historia y superará cualquier cortapisa que se interponga en su camino, que limitará sus engaños o sus trampas al cumplimiento de ese objetivo doble: convencer al mundo de su talento y hacer que ese talento haga evolucionar una cultura, una sociedad. Por eso la de Jones es una biografía que toma muchas veces la forma de crónica, porque Jones es testigo de esos titubeos iniciales, es depositaria de testimonios y confesiones que revelan al músico y a la persona a la vez, es una persona del entorno que acepta sacrificar objetividad a cambio de ser sincera y descarnada, entendiendo a la vez su figura y lo que transmitía a través de sus canciones. Incluso en la discontinuidad de su relación nos encontramos con una alegoría a esos altibajos del músico, desde sus adicciones (en su época de mayor brillantez creativa, dejémoslo así) hasta la estabilidad de su existencia en las últimas décadas de su existencia, con una producción de mucho menor impacto comercial.

La de Morley es una biografía más fría y funcional, desde el punto de vista narrativo. Morley, para empezar, era una figura algo relevante de la prensa musical. Fue factótum de ZTT, discográfica de corto pero profundo impacto que combinaba música de espíritu experimental con potentes mensajes estéticos, muy al límite de lo pedante o pretencioso, pero con una actitud militante y novedosa. De hecho, Morley cruzó la barrera y llegó a integrar The Art Of Noise, extraña banda de corte electrónico. Morley analiza la carrera de Bowie de forma más aséptica y objetiva, aporta más información que sensaciones pero eso no constituye un defecto pues su óptica procede de la brega profesional, del análisis del mito y de la puesta en contexto. Lamentablemente a nadie se le ha ocurrido traducirlo al español después de tantos años, y a pesar de que la relevancia de Bowie sigue siendo reconocida de forma unánime.

Sobre Bowie o acerca de Bowie o mencionando a Bowie en ULAD aquí y algunas reseña de sus discos en UDALS aquí