Año de publicación: 2019
Valoración: Recomendable
"¡Me cago en Godard! Por qué deberías adorar el cine americano (y desconfiar del cine de autor) si eres culto y progre" es el título completo de este provocador y heterodoxo ensayo con el que el periodista Pedro Vallín trata de combatir el dogma que atribuye un sesgo conservador a la producción cinematográfica estadounidense y reivindicar el componente esencialmente progresista y emancipador del cine procedente del país de barras y estrellas frente al carácter burgués, elitista, ensimismado y autocomplaciente del cine europeo. ¡(Joder, casi me ahogo leyendo la frasecita de marras!)
Para ello, Vallín analiza en primer lugar el origen del dogma, el cual se sitúa en el Romanticismo y en su mitificación del Artista (así, con mayúsculas) por encima del artesano, lo que da origen a la diferenciación, meramente clasista y jerárquica, entre la Alta Cultura (también con mayúsculas) y la cultura de masas.
A continuación, el autor refuta el marxismo como herramienta de análisis cultural (no así en lo que concierne a lo político-económico) y reclama el papel del cine estadounidense como exaltador de la libertad individual y como mecanismo de una emancipación personal que acaba por redimir a la comunidad. Al mismo tiempo y con el fin de reivindicar el papel de Hollywood como "mosca cojonera" de los poderes conservadores, nos recuerda las diferentes persecuciones de las que los cineastas han sido objeto y el carácter liberal, activista, subversivo y hedonista de Hollywood.
La parte más "centrada en el cine" se abre con el análisis del discurso político que subyace en el cine estadounidense y en el europeo y se cierra con un extenso muestrario de arquetipos y discursos políticos hollywoodienses. Así, sirviéndose de Walter Benjamin y de Fernando Savater y de la separación entre cuento/ relato/ narración y novela, Vallín asocia al cine estadounidense con un ansia de aventura, redención o mejora colectiva ligada estrechamente al mito y a su génesis nacional y al cine europeo (Bergman, Buñuel, Dreyer, Godard...) con cuitas existencialistas vinculadas al masoquismo judeocristiano y al prestigio intelectual del pesimismo.
En cuanto a los ya citados arquetipos, el recorrido se inicia en los vagabundos de principios del siglo XX (Chaplin, Keaton, Lloyd...), personajes quijotescos de inocencia rousseaunina caracterizados por su ansia de justicia social y su estupor ante la aceleración de la Historia, y continúa con los personajes ambiguos y atormentados del cine negro, con los diferentes modelos de mujeres que abrieron camino a la emancipación femenina y al empoderamiento sexual (pese a la visión patriarcal que ha seguido primando, ojo), con los pistoleros del western, héroes míticos que pese a que pueden ser leídos en ocasiones como idealizaciones del nacionalismo más rancio también pueden y deben ser leídos como ejemplo de la democracia más radical y de la justicia social (El jinete pálido, Border Patrol, hasta que llegó su hora, etc), con la actualización de mitos y leyendas de todo los tiempos que son los superhéroes, con los héroes cotidianos, los teenagers de los 80 y su revisión del paraíso perdido, la Ci-Fi y el terror con su proyección de nuestros miedos y esperanzas y la carga política que estos llevan encima, etc.
Dicho todo esto, y pese a no estar de acuerdo con algunos de los planteamientos y conclusiones del autor (o quizá precisamente por eso), ¡Me cago en Godard! en un libro más que interesante por varios motivos:
- Su antiacadémicismo. Pese a la profusión de datos y referencias, se trata de un libro ágil y entretenido.
- Su antidogmatismo. Vallín tienen claras sus opiniones, las argumenta y las defiende, pero también es consciente de no ser poseedor de una verdad absoluta (y menos en esto del cine, la literatura, etc). En ningún momento se duda de la excelencia del cine de Bergman, Truffaut y compañía, sino de su discurso político. Por otra parte, Vallín desmonta en el libro otro mitos de signo contrario. Hay palos para todos (aunque para unos más que para otros).
- Su humor. Esa imagen inicial de Lex Luthor como alcalde valenciano del PP con altura de miras y afición por las pelucas es solo el inicio de una serie de pullitas a cual más divertida.
- Su defensa del cine (y de la cultura en general) como gozo, que lleva en sí un elemento desmitificador muy necesario.
En el lado no tan bueno, creo que el autor se excede en la generalización y que ignora interesadamente a una parte muy importante del cine de los últimos tiempos. Y se excede en la generalización más por el lado europeo que por el lado estadounidense. En el lado de allá, aunque se obvia (o minimiza) el papel propagandístico de buena parte de las producciones estadounidenses de la Guerra Fría, sí que se admiten lecturas "rancias" en algunos western y el tufo reaganista de parte del cine de los 80. En el lado de acá, puedo estar de acuerdo con Vallín en el carácter burgués y/o en el altísimo componente de "masoquismo judeocrstiano" del cine de Bergman, Dreyer, Pasolini, Antonioni, Haneke, pero también de ahí se puede desprender una profunda crítica a esos mismos valores (o ni siquiera una crítica, sino simplemente poner sobre la mesa su "existencia" y que cada uno piense lo que le de gana). Además, aunque sí se nombra a Loach, Tavernier o los Dardenne, se ignoran movimientos europeos completamente alejados del "individualismo burgués" (en mi opinión), como el neorrealismo italiano y sus "descendientes", el free cinema inglés, alemanes como Fassbinder o Herzog, el noir francés, etc.
Ya lo dejo. Creo que lo dicho es más que suficiente para que os hagáis una idea. Y si no lo es, pues os esperáis hasta que salga la película