miércoles, 8 de julio de 2009

Raymond Radiguet: El diablo en el cuerpo

Idioma original: francés
Título original: Le diable au corpsAño de publicación: 1923
Valoración: Está bien

Esta vez, fue nada más ni nada menos que el escritor español Javier Marías el que “me convenció” para leer/descubrir a Radiguet. Sucedió en una charla del escritor a la que tuve ocasión de asistir. Durante el turno de ruegos y preguntas, una señora del público (una de esas mujeres de edad avanzada y emperifollado aspecto que tratan de tú a tú a los artistas e intelectuales con los que milagrosamente coinciden), con una confianza que podía hacer creer que conocía al señor Marías desde el jardín de infancia, le dijo, con una sonrisa, algo así como: "ay, y qué bien que tú también, Javier, sepas apreciar como se merece El diablo en el cuerpo, de Raymond Radiguet. No sabes cuánto he disfrutado leyendo ese libro, qué maravilla..." (que conste que cómo supo la señora aludida que Javier Marías sentía debilidad por ese libro aún continúa siendo un misterio para mi modesta persona). Y el señor Marías, sonrió a la dama comprensivo, y alabó, lacónico, el entonces misterioso libro. No esperé mucho para hacerme con él.

Pero adiós, anécdotas; bienvenida, crítica...

El libro cuenta el romance entre un adolescente de quince años y una joven de dieciocho, Marthe, mientras el primero prometido, después marido de ésta, Jacques, está en la guerra. El affaire es un secreto a voces entre los vecinos y conocidos de ambos jóvenes, pero no por ello dejarán de verse y disfrutar de su imposible y auténtico (aunque ellos a veces parecen no querer comprenderlo) amor.

El diablo en el cuerpo es una lectura rápida y fácil; es corto y su lenguaje asequible, pero no por ello frugal o raquítico. Fue escrito a principios de los años veinte por el jovencísimo francés Raymond Radiguet (el chico apenas contaba con diecinueve años), en el que no pocos vieron al "nuevo Rimbaud" (lo de buscar versiones 2.o de personajes célebres es, al parecer, una estupidez que cuenta con sus añitos).

Radiguet, el cachorro de una acomodada familia francesa y colegial mediocre pero de mente brillante, fue el protegido del gran Jean Cocteau que, al parecer, se "enamoró" del talento del crío y le ofreció trabajo después de leer unos textos suyos. Gracias a la admiración que levantó su pluma entre Cocteau y otros consagrados escritores, le nouveau Rimbaud se sumergió de lleno, apenas salido del cascarón, en el mundillo del periodismo y la escritura del París de la época, pero su jugueteo con aquellos círculos literario-bohemios fue muy breve, brevísimo: murió con veinte años de edad a causa de una enfermedad. Un año después, se publicó El diablo en el cuerpo, por lo que las mayores alabanzas las recibió una vez muerto.

El libro está bien, como indico al principio de esta crítica, pero debo decir que, en mi modesta opinión, está sobrevalorado, aunque supongo que sus reconocidas virtudes se deben más que nada a la edad del autor que lo engendró. De todos modos, el final de El diablo en el cuerpo (tranquilidad: no me iré de la lengua), me pareció una salida facilona a la que recurren muchos escritores noveles (véase Buenos días, tristeza, del que hablaré otro día) para rematar la faena cuando no están muy convencidos de sus personajes y de su trama, y creen que un portazo potente e inesperado rematará una obra que ellos se apresuran en juzgar mediocre.

Se lo diré a Marías la próxima vez que le vea si no se me adelanta alguna dama con aroma a polvos de tocador.

2 comentarios:

Jaime dijo...

Supongo -igual me equivoco- que Marías estaría en una de esas giras promocionales que las casas editoriales infligen a sus autores con cada lanzamiento. No se las envidio, desde luego. En cierta ocasión, asistí a una charla en la que un profesor de Filosofía presentaba su último libro. Trataba sobre la cultura pop: la portada estaba tomada de una carátula de los Beatles y el autor se deshizo en alabanzas a ese y otros grupos clásicos a lo largo de hora y media. Cuando acabó, un hombre de mediana edad pidió la palabra entre el público y le dijo: "Me da Vd. pena -aquí hizo una pausa dramática muy eficaz-. ¿Por qué no le gusta la música? ¡Con lo que a mí me gustan los Beatles!"
También recuerdo una emocionante lectura de Gamoneda tras la cual el poeta recibió el consejo de una amable señora: "Sea Vd. más alegre, hombre, que la vida es muy bonita. ¿Por qué no escribe sobre ángeles y trompetas?"

Ian Grecco dijo...

¡Ja, ja, ja!

Por lo que veo, no soy el único en disfrutar (como se puede disfrutar en una exposición de reptiles) de esa clase de charlestas y sus especímenes...Qué grande el de los Beatles; el hombre habría estado ensayando la intervención una semana frente al espejo de su baño, ¿por qué contenerse?

El señor Marías (o Javitxu, como casi le llamó la admiradora de Radiguet)vino a la ciudad invitado por el Aula de Cultura de cierto periódico, y habló de todo un poco. Un tipo interesante, la verdad, pese a que no puedo olvidar la imitación que le hicieron en Muchachada Nui, en la que su amigo Reverte no le dejaba ni abrir la boca y le maltrataba cruelmente; sin querer, eso sí...