viernes, 31 de octubre de 2014

[Libros y comida] John Lanchester: En deuda con el placer

Título original: The Debt to Pleasure
Idioma original: inglés
Año de publicación: 1996
Valoración: Muy recomendable



Todavía me dura la sonrisa, y eso que voy a hablar de un libro siniestro cuyo inocente aspecto puede confundir incluso a algunos de los que han llegado hasta el final. No digamos a aquellos que han transitado por las primeras páginas y –quizá– encontrado insustancial lo que cuentan. Por ello, creo imprescindible advertir a quienes ni siquiera lo han tenido en sus manos que no se dejen engañar por la superficie. Puede que su protagonista no haya roto nunca un plato en el sentido literal del término, y doy fe de que ha manejado una gran cantidad de ellos a lo largo de su vida, pero convendrán conmigo en que la gente ejecuta acciones mucho más deleznables que destrozar la vajilla. Y disculpen que en este momento no considere oportuno enumerarlas.

La discreción es un requisito fundamental a la hora de comentar esta novela, hasta el protagonista advierte en el prólogo de que la mayor parte de nombres y lugares son supuestos. A mí, la verdad, me encantaría explayarme, analizarla en todos sus aspectos (y lo haría si creyese que todos ustedes la han leído ya), pero no tengo intención de destripársela. Como digo, con el pretexto de ofrecer una colección de comentarios sobre gastronomía contiene muchísimas capas, pero, adelanto: hace falta una lectura atenta, no solo para examinarlas todas, incluso para entender qué es, realmente, lo que nos está contando su autor.

Además de su exquisita sutileza, En deuda con el placer se caracteriza por ser una novela híbrida, un texto que se alimenta de otros géneros. El más evidente, guía para cocineros y gastrónomos, también resulta más que discutible pues, con la excusa de la obviedad de lo que falta, presenta recetas a medio elaborar, además de largas y numerosas digresiones que descentrarían a cualquier cocinero en ciernes; y ante todo, no es seguro que puedan tomarse en serio (ni eso ni nada de lo que cuenta, luego veremos por qué). En definitiva, utiliza a su manera –y a pesar de estar dividido en menús apropiados para cada estación– un formato fundamentalmente autobiográfico que salpica, no solo con los consabidos comentarios sobre comida y bebida sino con numerosas anotaciones sobre diversos campos de la cultura y con los fragmentos de un irónico ensayo sobre cuestiones éticas (que para hablar con propiedad deberíamos denominar antiéticas) y es lo que aporta verdadera entidad a la obra.

Se trata pues de un relato centrado exclusivamente en el narrador y personaje principal, Tarquín Winot, un temperamento contundente. Conocemos detalles de su infancia inglesa, relativamente acomodada con oscilaciones de fortuna debido a la excentricidad de sus padres, y de la relación con su hermano mayor, artista precoz y talentoso fallecido poco antes. Le vemos, ya afincado en Francia, crecer ante un lector testigo de sus misteriosos y hedonistas tejemanejes. Al presentarse como un orgulloso degustador de delicias gastronómicas tan vanidoso como simple, consigue enternecernos, aunque solo en las primeras páginas. Claro que quien logra este efecto es, por descontado, Lanchester, el marionetista que mueve los hilos con toda la ironía de que es capaz, que es enorme. Él es quien nos convence de la ingenuidad de Winot, también el que, hábilmente, va desenredando la madeja. Por eso, a medida que avanza la trama, comprendemos que nuestra sonrisa nace de su habilidad y su retranca, en cambio, las maniobras de su criatura maldita la gracia que tienen.

Decía que el protagonista lo invade todo. No hay muchos más personajes: los padres, una estudiosa de arte y su marido, la doncella y el criado de sus padres. Estos últimos, y sobre todo Bartholomew, el hermano de Tarquín –sombra que planea sobre lo narrado, invadiéndolo todo, apropiándose en cierta forma de los hechos– contribuyen a modificar la personalidad del que narra mostrándolo a los lectores bajo una óptica completamente distinta.

Doscientas páginas. Llenas de chispa al principio, apasionantes a medida que vamos leyendo, divertidas siempre, que dan que pensar. Aunque –y esto no es un reproche, al contrario– nos abandonan demasiado pronto, en el punto culminante de la historia.

jueves, 30 de octubre de 2014

[Libros y comida] Isak Dinesen: El festín de Babette

Idioma original: danés
Título original: Babettes Gaestebud
Año de publicación: 1952
Traducción: Francisco Torres Oliver
Valoración: se deja leer

Pero a ver: yo es que en esto de las lecturas soy la mar de anárquico. Y, si me aspan, y al margen de los tan necesarios libros de recetas, podría decir que escribir sobre comida debe ser como cantar sobre fútbol. O sea, una mezcla algo discordante de sensaciones de distinta índole, que no siempre funciona. Lo de elegir el libro fue, por cierto, una sugerencia de los jefazos de ULAD, desde su inalcanzable trono en las alturas, y yo llevaba como la mitad del libro pensando si no les había engañado la palabra en el título, y si esto era tanto un libro sobre comida como, no sé, Merienda de negros o Desayuno en Tiffanys. Pero bueno, yo estoy aquí para lo que manden. Toca Semana Gastronómica, pues aquí me tenéis. Obediente que es uno, y ya que estamos, como catalán, ya saben, aquí en Catalunya poco menos que tenemos que apartar las estrellas Michelin con los pies cuando vamos por la calle. Un agobio, de verdad.
Y otra mala preconcepción que les he de confesar: la constante mención a la condición aristocrática de Karen Blixen, la autora que usó este pseudónimo, Isak Dinesen, para publicar. Que sí, que mucho mérito que toda una señora de la nobleza se dedique a escribir, en vez de a jugar decadentes partidas de bridge, pero, republicano que es uno, a mí, que ya no tuve contemplaciones con todo un Alejandro Cao (de Benós y de no sé cuántas cosas más), me da bastante igual. Para escribir bien, aparte de leer bastante, qué más dará ser marqués que, no sé, chófer de furgoneta de reparto o neurocirujano en el paro. 
En fín, centrémonos de una vez.
El festín de Babette arranca de una manera que nos parece, casi, una fábula o un cuento de los Hermanos Grimm. Todo bien lejos de algo lujurioso. La tal Babette es llevada, en su juventud, a por un tal Monsieur Papin para que quede al cuidado de dos hermanas que viven en la austeridad más absoluta tras la muerte de una especie de pastor luterano, en una comunidad de estricta moral de profunda raigambre. La tal Babette parece tener un pasado turbio relacionado con alguna tumultuosa revuelta en su Francia natal y las hermanas que la acogen pronto se acostumbran a su buen hacer en la cocina. Un día le toca una lotería a la que lleva décadas jugando y decide premiar a la comunidad que la ha acogido con una opulenta comida que, parece, obrará maravillas en esa aburrida y conservadora gente.
Parece, sí. Me gustaría haberme enterado de qué narices tienen los manjares que les sirve (sopa de tortuga, vino y champany) que consiguen soltar a toda esa troupe de gente sencilla que, parece, acumula frustraciones que el  festín contribuye a liberar. Porque eso es, prácticamente, todo lo que pasa en este breve e insustancial novelita, de cuya edición hay que agradecer, ya que estamos, las magníficas ilustraciones de Noemí Villamuza que, ya me perdonaréis, me han parecido lo más brillante de esta poco excitante lectura.

miércoles, 29 de octubre de 2014

[Libros y comida] John Dickie: ¡Delizia! La historia épica de la comida italiana

Idioma original: Inglés
Título original: Delizia! The Epic History of the Italians and Their Food
Año de publicación: 2007
Traductor: Efrén del Valle Peñamil
Valoración: Recomendable

Reconozcamos que el italiano es un pueblo con suerte. De acuerdo: es cierto que tienen que soportar la cotidianeidad de unas organizaciones criminales ominosas y -en este caso, la conjunción es más copulativa que nunca- de una clase política legendariamente impresentable, que hace buena a la española (ejem... quizás aquí me he pasado un poco). Pero también disfrutan de un hermoso país, con algunas de las ciudades más bellas del mundo y pueden presumir de una cultura especialmente fecunda en lo que se refiere a obras de arte y literarias de extraordinario valor y belleza. Y además, de una gastronomía gloriosa: variadísima -más de lo que muchos creen por estos pagos-, absolutamente gratificante y, casi con toda probabilidad, la más popular del mundo mundial.

Dickie nos propone aquí un recorrido por la historia de la cocina -o de la comida, mejor dicho- italiana desde la Edad Media a nuestros días, desde la introducción de la pasta seca o itriyya norteafricana a través de Sicilia, hasta las denominaciones de origen y los movimientos como Slow Food de ahora mismo. Para ello, se va deteniendo en diferentes ciudades italianas y momentos significativos de los últimos 900 años: la Venecia de Marco Polo, el banquete nupcial de Ferrara de 1529, la Roma contrarreformista, las fiestas del Lechón de Bolonia del s. XVII, el Turín del Risorgimento, la Nápoles azotada por el cólera, la Milán de los nazis y los judíos fugitivos... y por fin, la Italia, del "milagro económico".

Como puede suponerse (sobre todo quien conozca la incisiva historia de la Mafia siciliana escrita por el mismo autor: Cosa Nostra), Dickie no se limita a seguir el rastro histórico o anecdótico de tal o cual receta o alimento, sino que esto le sirve de excusa para examinar los cambios económicos y sociales sucedidos en Italia a lo largo del último milenio. Además de una inquisición sobre lo verdadero frente a lo supuestamente auténtico... Por ejemplo, insiste en acabar con uno de los "mitos" más asentados sobre la cocina italiana, el de su inherente origen campesino, cuando en realidad es un producto de la revolución urbana medieval y renacentista. U otros más inconscientes pero no menos acendrados, como el de la popularidad eterna de la afamada pizza napolitana.

La documentación principal que utiliza el autor para esta tarea resulta de lo más sugerente: sobre todo, recetarios de cocina escritos en Italia, desde el Libro per cuoco veneciano del s. XIV, al de Bartolomeo Scappi, el mejor jefe de cocina del Renacimiento, el decisivo La ciencia en la cocina y el arte de comer bien, de Pellegrino Artusi o los populares libros publicados en los años 70 por la maravillosa Sofía Loren. Una especial mención merece la carta del único restaurante futurista que ha existido (y que no desentonaría de la de muchos restaurantes "vanguardistas" de hoy), auspiciado por Marinetti, el poeta -y amigo personal del Duce- que quería abolir la pasta porque "inducía al pacifismo".

Conoceremos cómo comían los papas y los duques del cinquecento, el pueblo llano de diversas épocas, los fascistas y los italianos de hoy en día,  anhelantes de recuperar sus raíces culinarias... incluso aunque éstas sean falsas. Nos abrirán el apetito incluso con las extrañas mezcolanzas de la cocina medieval. Y nos divertiremos leyendo este libro, incluso en el caso de que no seamos especialmente amantes de la gastronomía,  de la Historia o de Italia... pero para el que sea un enamorado de alguna de ellas -no digamos de todas a la vez-, esta obra es una auténtica delicia. En verdad, un título magníficamente puesto, sí,  señor...


Otros libros de John Dickie en "Un libro al día": Cosa Nostra

martes, 28 de octubre de 2014

[Libros y comida] Colaboración: El perfeccionista en la cocina de Julian Barnes

Idioma original: Inglés
Título original: The Pedant in the Kitchen
Año de publicación: 2003
Traducción: Jaime Zulaika
Valoración: Recomendable

¿Cómo reseñar un libro que hace de la lectura un momento de encuentro, intimidad, identificación y buen humor y sin embargo no devela ninguna novedad ni porta un valor literario indiscutiblemente alto? ¿Qué decir de un texto amable, que nos lleva de la mano, nos instruye y nos divierte, recrea nuestra imaginación y también nuestro paladar, pero al finalizarlo lo sentimos de todos modos prescindible? Veamos.

Julian Barnes nos regala en esta obra la narración del recorrido que su afición de cocinero doméstico le ha dado la oportunidad de realizar. Descubrimos así un aspecto simpático del renombrado escritor, que se posiciona ya desde el título como un exponente particular de esta actividad: un pedant —que el traductor transformó en perfeccionista en un intento poco eficaz de reflejar esa actitud entre pretenciosa y obsesiva al detalle que el autor relatará—. Así es entonces que describirá los avatares por los que transitó su experiencia culinaria, enumerando las dudas, los complejos y las confusiones a que dio lugar la búsqueda de instrucciones certeras en manuales, recetarios y libros de cocina... y no encontrarlas.

Es este punto de vista el que opera a lo largo de todo el texto como generador de situaciones desopilantes, por ejemplo divertidas disquisiciones acerca de cuáles son los límites que debemos ponerle a nuestra autoexigencia como intérpretes de una receta, o qué cantidad y tipos de libros de cocina deberíamos poseer.

Barnes nos sorprende con un nivel de conocimiento e información sobre el tema increíblemente vasto, especialmente acerca de publicaciones clásicas y de importancia histórica. Se permite mostrar que esta práctica lo ha llevado a entablar una especie de relación personal con los autores de los libros de cocina más tradicionales, llevándose mejor con unos que con otros, y confiando en cada cual según el plato que preparará. Los critica, los compara, los compensa, analiza su personalidad de acuerdo a cómo tratan al lector, y obviamente todo esto resulta enormemente entretenido.

Los capítulos se suceden haciendo foco en los tipos de platos, en la manera de comprar mercadería o en los tiempos que llevan distintos preparados, por nombrar algunos de los tópicos en los que Barnes se detiene, y cada uno es abordado con frescura y erudición variada, pero siempre con buen ritmo y gusto.

El libro finaliza sin más, dejándonos casi iguales, quizá con ganas de cocinar, y tal vez con la certeza de que volveremos en el futuro para reencontrar alguna sonrisa. Puede que sea un texto ideal para salir de una lectura fuerte o mientras esperamos una nueva y atrapante ficción. Eso sí: lectores completamente desinteresados en la cocina, abstenerse. Los demás están invitados a pasar un buen rato.

Otros libros de Julian Barnes en ULAD: Aquí

Firmado: Mr. io.

lunes, 27 de octubre de 2014

[Libros y comida] Mo Yan: La república del vino

Idioma original: chino
Título original: 酒国
Año de publicación: 1992
Valoración: Está bien

Cuando en 2012 Mo Yan ganó el Premio Nobel de literatura, a muchos nos cogió por sorpresa. ¿Quién era este escritor? ¿De dónde se lo habían sacado los suecos? Sorgo rojo nos sonaba, pero a lo mejor más por la película que por la novela. De Grandes pechos, amplias caderas, Las baladas del ajo o Shifu, harías cualquier cosa por divertirte no habíamos oído ni hablar. Yo, por lo menos. Desde entonces me había prometido a mí mismo leer algo suyo para formarme una opinión, pero al mismo tiempo me daba una pereza terrible, por algún motivo. Hasta que una amiga me prestó esta República del vino, y por fin me decidí a leerlo.

Y buf. Buf.

La república del vino es una novela rara, por el contenido y por la forma. Digamos en que se compone de dos universos textuales o narrativos (que terminan mezclándose): en el primero Ding Gou'er, un investigador gubernamental es enviado a las profundidades de China para investigar las informaciones que dicen que en esa región se practica el canibalismo, que se comen bebés cocinados como si fueran animales; en el segundo universo, un aspirante a escritor, Li Yidou, le escribe a su admirado Mo Yan para pedirle su opinión sobre una serie de relatos que está escribiendo y pedirle su ayuda para publicarlos en una revista del régimen. (Los relatos de Li Yidou también están incluidos en La república del vino).

La lectura de esta novela no es fácil, por muchos motivos. Primero, porque el tema no es fácil. La novela incluye escenas de canibalismo (¿o no?), recetas de cocina con penes y vaginas de burro o con nidos de golondrina, innumerables borracheras, corrupción, degradación física y moral, suciedad, violencia. También, porque a medida que avanza el texto, se vuelve cada vez más borroso, dando la impresión como de estar leyendo un sueño o los delirios de un borracho. Las fronteras se borran, la realidad deja de ser fácilmente separable de la ficción, Mo Yan y Ding Gou'er se fusionan o amenazan con fusionarse...

Confieso que con tanta confusión, tanta experimentación formal y tanto elemento grotesco, la novela terminó por hacérseme pesada. A lo mejor me estoy volviendo un lector más convencional, o a lo mejor es que realmente hay novelas demasiado exigentes para el lector (y que conste que me he leído el Ulises, y hasta lo he disfrutado).

Así que volvemos a la pregunta que mucha gente se hace todavía: ¿se merecía por lo tanto Mo Yan el premio Nobel? Pues es díficil decirlo, y no solo porque un Nobel no se decide por una única obra; es evidente que Mo Yan es un escritor ambicioso, original y que conoce a la perfección los entresijos del oficio. También puedo decir que nunca he leído un libro como este (salvo, quizás, El maestro y Margarita de Bulgakov). Así que a lo mejor sí, a lo mejor Mo Yan es un escritor que se merecía el premio Nobel por ser capaz de hacer con las palabras algo que nadie más es capaz de hacer.

Ahora, como lector, creo que no lo recomendaría.

También de Mo Yan en ULAD: Grandes pechos, amplias caderasCambios

domingo, 26 de octubre de 2014

Tao Lin: Robar en American Apparel

Idioma original: inglés
Título original: Shoplifting from American Apparel
Año de publicación: 2009
Traducción: Julio Fuertes Tarín
Valoración: very very hipster

Paso de no saber quién es Tao Lin a encargar cuatro de sus libros en mi biblioteca. La culpa la tiene uno de esos artículos con título rimbombante en una de esas modernas publicaciones on line. Algo así como los diez escritores más influyentes de la Red. Retengo tres nombres: Zadie Smith, Irvine Welsh (cosa que me deja alucinado) y este Tao Lin. Vaya, pues es estadounidense. Anda, otro más que añadir a esa relación que voy constituyendo de autores adoptados por la literatura USA- Sí; los Díaz, Cole, etc. 
Pero no sé si al final puedo clasificar a Tao Lin al lado de alguien como Teju Cole. Decido que, de momento, no. En función de lo que leo en Robar en American Apparel, de ninguna manera. Me había hecho ilusiones, por lo que había leído en la contraportada, todo palabras muy mayores que no voy a reproducir aquí. Porque vamos, designar a Tao Lin como un referente literario se me antoja, esto, muy atrevido. Repito, por lo visto en esta, su segunda novela. Que habrá quién, muy exageradamente, colocaría en tronos de aspirante a ser el Guardián entre el centeno de la generación ni-ni o el American Psycho de los que se desmayan viendo sangre. Por poner ejemplos, que no quede. La historia, y ya llamarle historia tiene lo suyo, es la de Sam, uno de esos jóvenes pendientes de su ordenador y de una existencia apurada, miserable y superficial a partes iguales. Que retoza con Sheila, y lo de retozar ya es mucho especular. Digamos que comparten lecho y ADSL. Que tiene un futuro muy negro y que tiene la desgracia de ser pillado (de ahí el título) cometiendo pequeños hurtos en tiendas de supercadenas comerciales. Cuestión que solventa sin grandes problemas: ni siquiera vamos a poder quejarnos de lo cruel e implacable del sistema legal norteamericano. En medio de esas pequeñas escaramuzas delictivas, chatea con amigos, come manjares y brebajes orientales con nombres muy extraños, se relaciona con los demás con frases, escritas y habladas, de apenas media docena de palabras, lee a Easton Ellis (muy curioso) y...y... qué más pasa? Ah! por ejemplo que se nombra a Gmail, a Flickr, a MySpace (uy, lo cruel que resulta leer una mención a MySpace para acordarse de lo rápido que envejecen los libros que quieren ser muy modernos). Y pasaban más cosas, os lo juro. Pero ninguna tan memorable para permanecer en mi cabeza mucho rato. Qué vergüenza. Perdonadme: igual empleo la próxima media hora en volver a leer el libro y me vuelvo a fijar. Igual.
Tao Lin será muy influyente y será un blogger (como algunos de aquí) con mucho éxito (a diferencia de algunos de aquí). Pero esta novela es muy muy justita para ser considerada acaso un libro con todas las condiciones que solemos exigir. Parece eso, unos cuantos posts engarzados de manera que aparenten una continuidad. Parece una especie de cuentito post-moderno adaptado a gente que no tiene demasiado tiempo para leer, entre chats, smartphones, citas en sitios hi-tech y low-cost y asistencia a eventos y festivales. No se me malinterprete: no soy un inmovilista atrincherado entre tomos de 400 páginas para arriba que contienen pasajes de veinte páginas para describir una sensación o frases repletas de subordinadas. Pero me resulta muy difícil calificar esto, y si es el futuro de la literatura, pues, no sé, esto, no sé, narices.

También de Tao Lin en ULAD: EEEEE, EEE, EEEE

sábado, 25 de octubre de 2014

Colaboración: La concesión del teléfono de Andrea Camilleri

Idioma original: Italiano
Título original: La concessione del teléfono
Año de publicación: 1998
Valoración: Muy recomendable

Filippo Genuardi, de profesión comerciante en maderas, quiere ampliar su negocio y para ello solicita una línea de teléfono de uso privado. Hasta aquí la declaración de intenciones de un emprendedor más que, por si sola, no parece un argumento my prometedor para el inicio de una novela. El problema surge cuando situamos la petición en su contexto. Nos encontramos en un pueblecito de Sicilia en 1891, y la humilde petición de Filippo acaba pasando por las manos de funcionarios de toda índole: policías, carabineros, altos funcionarios de correos, jueces y, finalmente, hasta el mismísimo ministro del Interior.

Con estos mimbres AndreaCamilleri dibuja un fresco demoledor sobre la Sicilia de finales del siglo XIX, en el que nada es lo que parece. Poco a poco, a través de los chispeantes diálogos entre Filippo y sus vecinos, familiares y amigos y las desternillantes cartas de los funcionarios encargados de atender su petición, Camilleri nos va presentando una entrañable galería de personajes cuyas vidas, ambiciones y secretos más íntimos quedan al descubierto. Todo ello para mostrarnos el choque entre la sociedad rural que quiere salir del atraso incorporándose a la modernidad – simbolizada en la humilde petición de la línea telefónica y la sobredimensionada burocracia italiana suspicaz ante las demandas de sus ciudadanos.

Casi simultáneamente a esta novela, Camilleri comenzaría a saborear el éxito con su serie de novelas del comisario Montalbano, y el resto de su producción literaria tendería inevitablemente hacia la novela negra, pero La concesión del teléfono es un delicioso divertimento que no debería caer en el olvido. Especialmente recomendable para estos tiempos que corren.

También de Andrea Camilleri en ULAD: Aquí

Firmado: José Miguel Martínez Camino

viernes, 24 de octubre de 2014

Stephen King: Cell

Idioma original: inglés
Título original: Cell
Año de publicación: 2006
Valoración: está bien


Clayton Riddell, un dibujante de cómics con no demasiado éxito, viaja a Boston a intentar cerrar un contrato de publicación para su última obra. Una vez en la ciudad y con buenas noticias por parte de la editorial, todo el mundo parece volverse loco de repente: los aviones se estrellan, los coches sufren accidentes y chocan entre sí, las personas que están a su alrededor empiezan a atacar a otras o a infligirse daño a sí mismas... 

A pesar del caos reinante y de que salir vivo de esa gran ciudad parece una misión imposible, Clayton lo consigue. En compañía de Tom, un hombre al que ha conocido en plena barbarie, y la adolescente Alice, que ha perdido a su madre durante la misma, descubre que el causante de esos acontecimientos ha sido "el Pulso", una señal que infecta a todo aquel que utilice un teléfono móvil. Su misión, además de intentar seguir con vida y de descubrir si hay alguna cura para los efectos del Pulso, es regresar a Maine y descubrir si su hijo está también infectado. Al fin y al cabo, también tiene un teléfono móvil...

Así comienza Cell, una obra escrita por Stephen King que nos sumerge en un escenario apocalíptico, en el que los protagonistas se verán obligados a abandonar un mundo que ya no existe para concentrar todos sus esfuerzos en la lucha por la supervivencia. Estos personajes, como ya es habitual en las novelas de este autor, no son superhéroes ni poseen una inteligencia especial que los guíe por el camino a seguir. King nos presenta una vez más a gente normal, cuyos aciertos, errores, virtudes y defectos se nos hacen familiares y que resultan (reconociendo, claro, que este libro es una novela y todo es ficción) de lo más verosímiles.

Quizá el tema que más trabaja el autor en esta obra es el miedo. El miedo a lo desconocido, a lo inesperado, a la violencia, a la muerte... pero también el miedo a lo conocido, a aquello que no queremos ver (o que vemos y negamos, como si así lo hiciésemos desaparecer) y a aquello en lo que podemos convertirnos, una vez que la civilización se ha ido al garete. 

A pesar de que no está entre los mejores libros de King, Cell es una novela entretenida que merece la pena leer, aunque sea como puente entre otras dos lecturas más "pesadas". Eso sí, tengo que hacer una puntualización: he leído por ahí que el Pulso convierte a los usuarios de teléfono móvil en zombies... Bien, pues no es verdad. No es que los convierta en Mahatma Gandhi, pero desde luego tampoco se puede decir que sean no-muertos. Si queréis saber lo que son, ea, leed el libro.


Todas las reseñas sobre Stephen King en ULAD: Aquí


jueves, 23 de octubre de 2014

Jean Echenoz: Relámpagos

Idioma original: francés
Título original: Des éclairs
Año de publicación: 2010
Traducción: Jaime Albiñana
Valoración: recomendable

Relámpagos es el titulo con el que Jean Echenoz concluyó una curiosa trilogía de novelas dedicadas a personajes célebres. Tras Ravel y Correr, dedicadas a personalidades de la música y del deporte, individuos de gran talento y curiosas costumbres, Echenoz prefirió para Relámpagos no emplear un tono biográfico tan patente: Gregor es una especie de guisa de Nikola Tesla, ingeniero e inventor mítico. Que Echenoz abandone el tono testimonial historicista de las otras dos novelas es revelador. Quizás se sintió en algún modo desafiado a hacer algo más que redactar sublimemente una biografía novelada, quizás se propuso aportar algo más de su cosecha aquí, cosa que ceñirse a una biografía de alguien real le impedía de alguna manera (habida cuenta que los dos precedentes eran profusos en la mención de circunstancias y hechos auténticos, cosa que estimulaba poderosamente su lectura). Quizás la intención era despojarse de esas limitaciones, de esa especie de etiqueta, y dar rienda suelta a un perfil más, ejem, creativo.
Pues resulta que eso hace bajar algo el nivel mostrado en las otras dos. El estilo es algo más florido, la prosa algo más rica y menos informativa. Pero creo que, sobre todo en las últimas cuarenta páginas (con la cuestión de las palomas), la necesidad de Echenoz de crear una vida más que recrear una existente perjudica algo al conjunto. Y, por lo leído en la red, creo que la vida de Tesla (que completa como científico un tercer perfil de talento, al lado de arte y deporte) ya hubiera sido fascinante sin necesidad de aderezarla. A pesar de lo cual sigue siendo una lectura recomendable y una estupenda novela de tono novecentista, dinámica en su lectura y muy paradigmática en eso de mostrar que los grandes genios siempre han sido tipos excéntricos. No voy a recurrir, como hago a veces, a contrastar esta opinión con las de otros; pero diría que, empeñado en demostrar que podía ser un buen ejecutor de ficción, Echenoz cayó en la trampa de perseguir una originalidad algo forzada, de intentar demostrar al mundo que no era solamente un magnífico redactor. Aunque, vista la evolución posterior con una maravillosa novela como 14, Relámpagos fue solo un pequeño bajón (no bache), una especie de test de transición entre etapas. Echenoz es un escritor brillante que no quiere limitarse a ser un redactor eficaz.

También de Jean Echenoz en ULAD: También de Jean Echenoz en UnLibroAlDía: RavelCorrerCapricho de la reina14  

miércoles, 22 de octubre de 2014

A. M. Homes: Ojalá nos perdonen

Idioma original: inglés
Título original: May We Be Forgiven
Año de publicación: 2012 (En España, septiembre de 2014)
Valoración: Recomendable





Una vez más, se presenta ante el público la supuesta gran novela americana. Sería interesante comprobar cuántas veces se utiliza anualmente este recurso, por mi parte, suelo ser escéptica, dejo que los ánimos se calmen y, solo cuando el tiempo lo avala, me permito abalanzarme sobre el libro. Con excepciones como esta, en que la curiosidad ha vencido a la cautela, no tengo ni idea de por qué.

Lo abro y me parece estar viajando en el túnel del tiempo. El lector que, en 1987, tuviese entre manos un ejemplar de La hoguera de las vanidades, en su primera edición y recién salido del horno, se sentiría como yo, más o menos. Las similitudes son muchas, empezando por las portadas, idénticas. Exagero. Esta vez el tono de amarillo es más suave y la ilustración muchísimo más naíf.  En un principio, el estilo de ambos, a pesar del filtro traductor, parecen bastante similares, descubrimos que el ambiente social, y hasta las personalidades que retrata, recuerdan bastante a la otra novela, en la que, utilizando como excusa (y técnica de marketing) un comienzo impactante, se produce una hecatombe que arroja al protagonista por un pronunciado precipicio, una bajada a los infiernos que constituye una pormenorizada crítica de todo lo que enfoca con su lente.

Pero las diferencias con Wolfe se acentúan a medida que vamos leyendo. Si los hechos desencadenantes produjeron en su momento esa sucesión de cascadas, en la historia de Homes generan una explosión que conmociona, en forma de ondas concéntricas, un extenso radio, afectando a personas, costumbres, vínculos, creencias, paisajes, posesiones, de forma que, allá por donde pasa, no volverá a crecer la misma hierba de antes.

Tomando como punto de partida un núcleo familiar (en realidad, varios), la autora construye un mosaico de tipos curiosos, tan poco convencionales como puede serlo cualquiera El puritanismo americano aparece aquí como una manta muy fina, cuyo desgaste deja al descubierto todas las incongruencias posibles. El adulterio –hecho reprobable, estigma social con repercusiones mucho más allá de la pareja– se muestra como la bomba de relojería creada por el inconsciente colectivo del americano medio. Que en este caso existe. Se llama Harold Silver y, además de protagonista absoluto de la trama, es el canal a través del que vemos cuanto pasa dentro y fuera de su mente.

Puede que ni siquiera sea el momento de realizar un análisis completo del significado de esta novela dentro del panorama actual. Lo que se juzga aquí es algo tan volátil como lo contemporáneo, que, por cierto, implica una responsabilidad enorme por parte de la novelista. Aparece aquí la actualidad más candente, conflictos éticos que leemos en la prensa como el abandono en que sigue sumido el Tercer Mundo, la creciente violencia cotidiana o la arbitrariedad de la justicia institucional. Pero también cuestiones que pasan desapercibidas: el papel de los héroes anónimos –desprovistos de toda épica– a la hora de suplir las lagunas del estado, el drama de tanta víctima ignorada o la ineficacia de muchas costumbres consideradas inalterables.

La consideraría, incluso, más compleja y menos sectaria que La hoguera. Pero a su autora le pierde la ambición. No se conforma con investigar consecuencias de actos, lo quiere abarcar todo, rebuscar en la trastienda de instituciones tan reputadas como los psiquiátricos, las residencias de ancianos o los internados de élite. Se atreve, incluso, a reinterpretar hechos ocurridos en la segunda mitad del siglo XX que hace tiempo pasaron a formar parte consolidada de la Historia. Cuando entra en terrenos –como Sudáfrica o el mundo adolescente– que quizá no domine demasiado, la narración hace (discretamente) aguas. Añade, además, subtramas artificiales, complicando innecesariamente la acción en un intento de mantener la intriga que solo produce incongruencias. También aparecen algunos cabos sueltos, como el episodio de la chica desaparecida, las idas y venidas de Amanda –cuya misteriosa implicación en el caso nunca acaba de aclararse– o ese inexplicable (e inexplicado) arreglo conyugal a tres.

Seiscientas cincuenta páginas en las que no se abandona el tiempo presente, tan difícil de mantener en novela pero que lo vuelve todo más inmediato y verosímil. Páginas que se liquidan en dos o tres tardes de lluvia, que atrapan por lo que cuentan, pero también porque Homes no se mete en florituras estilísticas. La prosa que utiliza es sencilla, eficiente, pero esto, que puede funcionar bien en la mera narración, resulta una técnica bastante burda cuando se trata de producir diálogos. La mayor parte de las conversaciones son planas, sin matices, casi automáticas, como si en lugar de personajes de carne hueso asistiésemos a la interacción de (dos o más) contestadores telefónicos.

No he leído otras obras de la autora, espero que no se dedique a escribir lo mismo una y otra vez. La opinión que me merecería esta novela sería distinta –muy inferior a la de ahora– por la sencilla razón de que no es igual explorar que repetirse.


También de A.M. Homes en ULAD: Música para corazones incendiadosLa hija de la amante

martes, 21 de octubre de 2014

Eduardo Jordá: Lo que tiene alas

Idioma: español
Año de publicación: 2014
Valoración: imprescindible

Como Ovejero, como Carrión, como Ayén, Eduardo Jordá es un gran escritor escondido tras un enorme lector. O viceversa. De esos a los que el entusiasmo le rebosa por los poros. De esos, ya sabéis, que aúllan ante un buen relato, y de esos que no se lo guardan para sí, para presumir entre las amistades de ser capaz de descubrir las perlas en que nadie ha reparado. 
No sé si somos 5, 6 o 30.000 los que potencialmente disfrutamos de libros como Lo que tiene alas. Podría decir que me da igual, pero no. Si me diera igual no me embarcaría en aventuras como ésta de ULAD, claro. La de comentar una obra colosal de un autor al que accedí por una interesante traducción y un posterior libro de relatos, y escribir esto, para decir a todo el mundo: pulgares arriba, si te gusta leer y releer, este es (uno de) tu(s) libro(s).
Lo que tiene alas contiene, por eso, alguna pequeña trampa: Jordá tira de la experiencia que le han procurado sus alumnos de talleres literarios a la hora de comentar la soberbia selección de relatos cortos (o no tanto, pues cuela más de una novela) que forman su espina dorsal y su corriente argumental. Nada, autorcillos de poca monta: Gógol, Tólstoi, Cheever, Carver, O'Connor, Cortázar, Onetti. Cada una de las piezas, objeto de un minucioso y ameno estudio donde se profundiza en su estructura, en sus claves, en su significado, sin recurrir más de lo necesario a una erudición que es accesible y, em, excitante. Ah, los matices. Esta es la cuestión: quien esté interesado en la literatura sólo tendrá que escoger entre los diversos verbos que definen lo que consigue este libro respecto a la lectura de las piezas que comenta: empujar, excitar, provocar, inducir, incitar, estimular. En lo personal, he de confesar que iré uno tras otro tras esos relatos. Pues bueno soy yo. Empezaré por los que ya están en mi biblioteca personal, pero todos caerán: lecturas o relecturas.
Más valioso, el must adicional de este libro, es cómo el autor es capaz de edificar una pieza literaria tras otra sobre la estructura de comentar otra, y no perder el nivel, un nivel literario (va, aceptaremos también metaliterario). Llegando a niveles estratosféricos como el del extenso estudio que hace las veces de centro del libro (pues lo dedica a El Gran Gatsby, que no sólo es una novela, sino una muy célebre a la que, además, añade un trabajo en segundo plano sobre El corazón de las tinieblas de Conrad, en plan happy-hour), que el lector promedio podría acusar de espoileo (el lector promedio: ese desconocido imaginario que piensa que no merece la pena leer un libro si te chafan el final). Y es una mera muestra: escarbando a fondo en las interpretaciones, Jordá consigue que lo que podría quedar en un impecable ensayo alcance, casi, consideraciones de relato de suspense, tal es la tensión que genera en alguna de las piezas. ¿Cómo, para quien se extrañe, no va a merecer un imprescindible como una catedral, un libro que se convierte, de forma inmediata, en una referencia necesaria para ir de cabeza a por otros quince o veinte?
Va, una queja, que se vea que soy un catalán rondinaire. ¿No podría haber incluido el magistral Sensini de Bolaño?

También de Eduardo Jordá en ULAD: Yo vi a Nick Drake

lunes, 20 de octubre de 2014

Robert E. Howard: Las extrañas aventuras de Solomon Kane


Idioma original: inglés
Título original: Solomon Kane
Año de publicación: a partir de 1928 (en la revista Weird Tales)
Traductor: León Arsenal
Valoración: muy recomendable para los amantes del género. Para
los demás, está bien

Supongo que estaremos todos de acuerdo en que, en principio, hay que juzgar toda obra literaria por sus características y méritos intrínsecos, independientemente de las circunstancias en las que vio la luz o de la vida y milagros de su autor o autora. Sin embargo, también es cierto que en no pocas ocasiones resulta ser un valor añadido el que esa obra suponga un reflejo o testimonio de esas circunstancias biográficas particulares o de otras más generales, como son su época histórica, ambiente social que la dio lugar, pertenencia a una determinada cultura o subcultura, etc...

O, como en el caso que nos ocupa, el interés puede provenir de que las características de la obra, por un lado, y las de las circunstancias de la vida del autor sean tan diametralmente opuestas: Robert Ervin Howard nació en Texas en 1906 y vivió siempre en pequeñas ciudades de ese Estado hasta su muerte (por suicidio) en 1936. Al parecer, llevó siempre una vida bastante solitaria, con pocos amigos, y dedicándose al estudio de la Historia y a escribir relatos que fué publicando, en principio, en la revista Weird Tales. Con semejante escenario biográfico, bien podía haber salido un escritor tipo Jim Thompson (que se crió en la misma época y en las mismas latitudes) o incluso un Steinbeck... Pero lo que Howard escribía era bien distinto: se trataba de relatos pulp de tipo policíaco, sí, del Oeste o incluso erótico... aunque, sobre todo de corte fantástico, porque a Howard se le considera uno de los padres del género "Espada y brujería". Suyos son los personajes de Conan de Cimeria, Kull, Sonya la Roja o el protagonista del libro que aquí se reseña, Solomon Kane.

En este caso, el protagonista es una suerte de caballero andante que vaga por el mundo desfaciendo entuertos y vengando a doncellas ultrajadas. Sólo que en vez de un caballero de brillante armadura, nos encontramos con un puritano inglés de la época isabelina, de ropas austeras y fulgor fanático en la mirada. Invencible espadachín, resulta ser casi una especie de superhombre que se enfrenta a villanos de lo más florido: no sólo a piratas, esclavistas árabes o tribus salvajes, sino también (y aquí encontramos el toque fantástico diferenciador), a criaturas sobrenaturales, vampiros y espectros, provenientes del mismo Averno o creadas por la magia más negra. Un mundo literario  peculiar, en el que se advierten ecos de Lovecraft (que mantenía con Howard una amistad epistolar, hasta el punto de llamarle, suponemos que con cariño, "Bob Dos Pistolas"... ejem) o Edgard Allan Poe... e incluso, de manera no menos evidente, la sombra de las historias de Stevenson o Las minas del Rey Salomón, de Rider Haggard. Todo ello bien aliñado con dosis de suspense, acción, duelos a muerte y hasta un toque de erotismo algo vintage (jóvenes nativas semidesnudas que corren a refugiarse a los pies de nuestro héroe, o rubias doncellas inglesas encadenadas a merced de maléficas reinas africanas... aún más desnudas. Ese tipo de cosas).

Cierto es que estos relatos no pueden calificarse como "alta literatura" (sea lo que sea ésta). Y no por su carácter fantástico: después de todo, qué más fantasioso que el hecho de que alguien, al despertar por la mañana, se encuentre convertido en un insecto monstruoso, por ejemplo... Lo que confina a estas aventuras al glorioso ámbito de la literatura "popular" es más bien el estilo en el que está escrito: enfático, incluso ampuloso; con profusión de hipérboles, exageradas adjetivaciones y de truculentas metáforas... por no hablar de la estructura de casi todos los relatos, repetitiva y previsible, aunque eso sí, tan divertida como puedan serlo las historias de los cómics de superhéroes o incluso de las más clásicas novelas de aventuras. Porque eso sí, si alguna cualidad tiene este libro es retrotraer a cualquier lector adulto a aquella época gozosa en que los libros no eran sino  puro entretenimiento y las hojas se devoraban sin descanso, tirados en el sofá después de tomar la merienda o alumbrados por una linterna, bajo las sábanas. Supongo que todo escritor y todo lector, lo que buscan en realidad sólo es eso: volver a maravillarse y a disfrutar con las páginas de un libro, igual que la primera vez que lo hicieron. O la segunda, o la tercera....

También de Robert E. Howard en ULAD: Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural

domingo, 19 de octubre de 2014

Sergio del Molino: Lo que a nadie le importa

Idioma original: español
Año de publicación: 2014
Valoración: Decepcionante

No me resulta fácil escribir esta reseña, no creáis. No soy (en general, en este blog no somos) de esos críticos que disfrutan afilando el bolígrafo -o el teclado del ordenador- y poniendo a parir libros y escritores, y si son jóvenes y están blanditos mejor. Pero al mismo tiempo tampoco creo que sea bueno que nos abstengamos de criticar los libros que no nos han gustado, para no molestar.

O sea, que como se puede adivinar por este principio, y por la valoración que le he dado, Lo que a nadie le importa no me ha gustado. Lo cogí con muchas ganas, porque me había impresionado La hora violeta, por motivos que comprenderán muy bien los que hayan leído esa novela; de hecho, Lo que a nadie le importa es el primer libro que he pre-comprado en mi vida, cuando lo vi en pre-venta en eBook. Y de hecho las primeras, digamos, setenta páginas del libro hasta me estaban interesando. Pero luego no, y me da pena, pero no.

Lo que a nadie le importa se compone de una especie de mezcla de Soldados de Salamina de Cercas con Bilbao-New York-Bilbao de Kirmen Uribe, aunque le falte algo que en estas obras era evidente: una intención, una idea central que articule la trama narrativa. Es al mismo tiempo una novela histórica, que reconstruye la evolución del país en los últimos setenta años, una memoria familiar, centrada sobre todo en el abuelo materno del escritor, y una obra de autoficción, en la que el escritor se retrata a sí mismo en el momento de escribir, pero sobre todo como el nieto de su abuelo, por parecidos y contrastes.

El problema es que, sin querer hacer un chiste, el título del libro está bastante bien elegido: lo que cuenta Sergio del Molino interesa al principio, con una anécdota inicial poderosa (el momento de la muerte del abuelo y su contundente última frase a su mujer), y la reconstrucción de la que podría ser la fecha central de su vida: la batalla del Ebro en la Guerra Civil. Pero luego la historia, como el abuelo, se trasladan a Madrid, y el texto se vuelve repetitivo, anodino y, la verdad, poco interesante. Hay anécdotas curiosas, relaciones interesantes, personajes atractivos, pero se pierden en medio del texto; quizás una obra más breve, de capítulos más cortos y más centrados habría ayudado a la lectura, no lo sé.

El otro problema que tengo con la novela es el estilo, y esto es paradójico porque no cabe duda de que Sergio del Molino escribe bien. Mi problema es que, me da la impresión, hay en esta novela un esfuerzo demasiado claro por embellecer el texto: demasiados adjetivos sorprendentes, paralelismos, reflexiones altisonantes del narrador. A veces, en esta búsqueda de la frase perfecta, el autor acierta con una presa y entonces dan ganas de subrayar el libro y añadir una frase a un cuadernito de citas; pero una novela no es un cuadernito de citas.

No cabe duda de que hay un grupo más que interesante de escritores jóvenes (así de repente se me ocurren Jon Bilbao, Jenn Díaz o "nuestro" Iván Repila) que sin estridencias de nocillos se dedican simplemente a hacer su trabajo: escribir, y escribir bien. A este grupo pertenece Sergio del Molino por derecho propio, así que, aunque esta vez no haya acertado con su propuesta, habrá que estar atento a sus siguientes proyectos.

Otros libros de Sergio del Molino en ULAD: La España vacíaLa hora violeta

sábado, 18 de octubre de 2014

Robin Sloan: La librería abierta 24 horas del señor Penumbra

Idioma original: inglés
Título original: Mr. Penumbra's 24-Hour Bookstore
Año de publicación: 2012
Valoración: recomendable

En los últimos tiempos nos hemos más que acostumbrado a escuchar que el libro tal y como lo conocemos está en peligro, que todo soporte en papel va a desaparecer... y, además, somos testigos de cómo las nuevas (que ya no lo son tanto) tecnologías evolucionan a velocidad de vértigo, condenando cada nuevo producto tecnológico a la absoluta obsolescencia al poco tiempo de haber salido al mercado. También hemos leído libros que hablan de estos temas, en general o bien defendiendo el soporte tradicional (el libro en papel, vamos) a ultranza o bien abanderando todo avance tecnológico existente. La librería abierta 24 horas..., sin embargo, es una mezcla de ambas cosas.

En esta novela conocemos a Clay, un joven creador de páginas web que, desesperado por la falta de trabajo, acepta un empleo en una librería de segunda mano que apenas tiene clientes. De hecho, apenas tiene libros que la gente pueda comprar. Lo que suele pasar es que los "clientes" llegan, se llevan un libro determinado (un ejemplar normalmente antiguo, de los que aguardan en la parte trasera, lejos de las miradas de los compradores no habituales) y lo cambian por otro semanas más tarde.

Intrigado por la actividad de los visitantes de la tienda y por la personalidad de su jefe, don Penumbra, Clay decide investigar qué misterio esconden esa librería, esos libros y esos curiosos lectores y, para ello, se verá obligado a sumergirse en un mundo de papel, libros forrados en piel y bibliotecas antiguas, al tiempo que utiliza todos los recursos que internet y la teconología le pueden ofrecer.

La librería... se convierte así en una novela de aventuras con todos sus elementos clásicos: un misterio por resolver, un joven curioso guiado por un maestro, un "malvado" que intentará interponerse en el camino de la iluminación... y una clase magistral sobre internet, e-books, google y demás. Podría decirse que es un homenaje a los libros de misterio de nuestra infancia o una novela de aventuras modernizada, en la que los misterios clásicos se combinan con la tecnología actual y que Sloan sabe desarrollar de manera que contenta tanto a los amantes de los libros "clásicos" como a los amantes de las nuevas teconologías. En cualquier caso, es una obra recomendable para cualquiera que disfrute con el misterio y, por supuesto, con los libros. En el soporte que sea.

viernes, 17 de octubre de 2014

Yuri Herrera: La transmigración de los cuerpos

Idioma original: español
Año de publicación: 2013
Valoración: Muy recomendable

Curiosa novela, esta. Empieza como una novela postapocalíptica, con una misteriosa infección extendiéndose por México, y quizás también el resto del mundo (no lo sabemos), sin que se sepa muy bien cuál es su origen, su medio de tranmisión o su relación con esos extraños charcos plagados de moscas. El miedo se extiende, las calles se despueblan, los vendedores de máscaras ("tapabocas", en la novela) hacen su agosto.

En medio de esta peste conocemos al Alfaqueque, nombre que según el DRAE designa al "hombre que, en virtud de nombramiento de autoridad competente, desempeñaba el oficio de redimir cautivos o libertar esclavos y prisioneros de guerra". Esa es la función que desarrolla el protagonista, de una forma no muy elegante pero sí digna y profesional, cuando intenta mediar entre dos familias que han secuestrado mutuamente a uno de sus hijos, mientras al mismo tiempo intenta conquistar a su explosiva vecina, la Tres Veces Rubia.

Así pues, en La transmigración de los cuerpos se superponen, muy posmodernamente, podríamos decir, tres tramas o tres estructuras genéricas: la novela de ciencia ficción postapocalíptica; la novela negra cercana al hardboiled; y una trama erótica que sirve para aligerar la tensión (la del lector e, imaginamos, la del personaje principal). Mi mayor problema con la novela es la proporción entre esas tres tramas: me habría gustado más postapocalipsis y menos gángters, sobre todo porque llega un momento en que el argumento gansteril se complica demasiado con vueltas de tuerca y un desenlace que no sé si termina de convencerme.

Hay en todo caso un aspecto de esta novela de Yuri Herrera, y al parecer de todas las anteriores, que es digno de mención, y es su tentativa de construir un lenguaje narrativo particular, que mezcla lo poético con lo vulgar, el lenguaje del hampa mexicana (sea este lenguaje más o menos real o impostado, eso no es lo importante) con las imágenes sugerentes y ciertos modestos experimentos verbales. Puntos extra merece también Yuri Herrera por saber describir las escenas de sexo dándoles el punto justo de erotismo, sin caer ni en lo cursi ni en lo pornográfico; eso, ya lo he dicho otras veces, me parece algo muy difícil de conseguir.

En fin, una novela muy recomendable, y un autor al que conviene seguir la pista; aunque eso no hace falta que vengamos nosotros a decirlo a estas alturas.

jueves, 16 de octubre de 2014

Emmanuel Carrère: De vidas ajenas

Idioma original: francés
Título original: D'autres vies que la mienne
Año de publicación: 2011
Traducción: Jaime Zulaika
Valoración: muy recomendable

La literatura, como el cine, reacciona ante los grandes acontecimientos de la humanidad. Quizás su reacción sea más lenta y más reflexiva, quizás sea más íntima dado que es la reacción de una persona, el escritor, no la de un equipo de producción trabajando a pleno rendimiento. El siglo XXI está siendo profuso en esos hechos que nos marcan, los que casi indeleblemente nos hacen recordar qué hacíamos cuando eso sucedió.
Y, junto al 11-S, al Katrina, a la catástrofe de Fukushima, otra palabra ha quedado ya marcada en nuestro vocabulario: tsunami. El de las navidades de 2004, en la costa de Tailandia y otros países. El que se lleva a Juliette, hija de cuatro años de un matrimonio amigo del escritor. Un tramo inicial que es ya un puñetazo en la quijada. Aún con el peso de este acontecimiento, y resulta que ni siquiera consigue alzarse en el centro de esta brillante novela. El centro aquí son las personas. Personas que superan como pueden las desgracias que se interponen en sus plácidas existencias.
Pero no salgáis huyendo: este es un libro que empieza triste y que se desarrolla triste (pero esperanzado), que empieza con tonos trágicos, pero esto no es ninguno de los artefactos sacacuartos a costa de desgracias de Albert Espinosa. Porque Carrère, por suerte, es escritor, no mercader de infortunios. Y cómo estructura y cómo adereza los hitos, los hechos capitales de esta historia, eso no tiene nada que ver con intenciones de hacer caja a cuenta de historiales clínicos: la trama, explicarla y desplegarla, está por encima del todo y su desarrollo se produce de forma casi vertiginosa, narrando emociones con tanta objetividad y precisión que, como paradójico resultado, emociona y subjetiviza. Difícil de explicar. Complicado. Porque aquí me he encontrado al mejor Carrère, mejor incluso que en otras dos obras suyas muy notables. Puede que sea gracias a una traducción muy precisa, puede que sea porque el francés tenga estructuras sintácticas parecidas y que se pierda menos. Pero Carrère, abandonando Sri Lanka y explicando la historia de Etiénne, juez que pierde a otra Juliette, ésta colega de profesión, ésta simplemente una persona a la que le une un recto sentido de lo justo y alguna otra circunstancia, actuando, otra vez, como narrador de historias que le atrapan, es un escritor en estado de gracia. Que se permite jugar con el proceso de creación de su obra, interactuar con algún otro de sus libros, trazar semblanzas de personajes de envergadura, y dejar, siempre, el listón muy elevado.

También de Emmanuel Carrère en ULAD: Aquí

miércoles, 15 de octubre de 2014

Jim Thompson: El asesino dentro de mí

Idioma original: inglés
Título original: The killer inside me
Año de publicación: 1952
Traductor: Galvarino Plaza
Valoración: recomendable

Si se me permite comenzar con una expresión bastante tópica y manida, diré que esta novela es Jim Thompson en estado puro. Quienes hayan leído antes más libros de este autor, ya me habrán entendido; a los que no lo hayan hecho, les explicaré lo que significa: sexo bastante explícito, violencia aún más explícita y -en especial en este caso- sexo y violencia explícitamente juntos (no está mal, para haberse escrito en los años 50 del siglo pasado).

Y, sobre todo, significa una buena ración de sentimientos y deseos más que oscuros, en lo más profundo de la Norteamérica más profunda. Lugares con personajes como Lou Ford, el protagonista de esta novela, el ayudante del sheriff de una pequeña ciudad petrolera del Oeste de Texas, un tipo de lo más normal y puede que hasta característico de aquellos lares. Pero como explicaba, al parecer, el mismo Thompson: "Hay 32 maneras de contar una historia y yo las he usado todas, pero sólo hay una trama: las cosas no son lo que parecen". Y así resulta que Lou, bajo una apariencia afable y hasta cachazuda, esconde a un asesino en latencia que, a partir de su relación con una prostituta, desata su impulso homicida. La historia está contada, además, por el propio asesino, que nos va explicando sus motivos y razonamientos (torcidos, como puede suponerse, pero con su propia lógica), sus planes, preparativos, ejecuciones inexorables... no diré que de esta forma se llegue a sentir empatía por el protagonista, cosa que resulta harto difícil, pero sí se entiende lo que dice otro de los personajes, un abogado: una amapola puede verse como una mala hierba o una flor, dependiendo de si se encuentra en un trigal o en un jardín...

Tal vez el propio Thompson se sentía un poco como esa amapola: tras una infancia alborotada, fue, entre otras cosas, vagabundo, botones de hotel, obrero, bracero en un oleoducto, contrabandista de alcohol, universitario, comunista ocasional, reportero, guionista de cine... y siempre escritor, que puso en sus relatos buena parte de su azarosa biografía. Al igual que en este personaje de Lou Ford podemos encontrar elementos de la figura de su padre, que fue sheriff de un pueblo de Oklahoma hasta que huyó por malversación de fondos públicos, para luego probar fortuna en el negocio petrolero... precisamente en el Oeste de Texas. El protagonista de esta novela resulta ser también el reverso (o más aún: el antecesor, puesto que El asesino dentro de mí es anterior) de otro personaje emblemático de Thompson: el sheriff Corey de 1280 almas. Pero lo que en ésta última es humor y socarronería (aunque no del todo, como sabrá cualquiera que la haya leído), en la primera es oscuridad e inclemencia. Aquí asistimos, sin poder -y quizás sin querer- evitarlo, al precipitarse en su propio abismo (llevándose a quien pueda con él, eso sí), de un pobre tipo enfermo o de un asesino despiadado, según se mire... O de ambas cosas a un tiempo, como suele ser frecuente.



También de Jim Thompson en ULAD: Los timadores1280 almasHijo de la ira

martes, 14 de octubre de 2014

Colaboración: Kassel no invita a la lógica de Enrique Vila-Matas

Idioma original: español
Año de publicación: 2014
Valoración: poco leíble

La llamada más tonta del mundo interrumpe la tonta rutina de un escritor. Una tonta al otro lado de la línea le dice que los McGuffin quieren invitarlo a cenar para desvelarle una tontería. Al rato descubrirá que se trata de una convocatoria para participar en la Documenta de Kassel, la feria de arte contemporáneo, donde su cometido será sentarse a hacer el tonto en un restaurante chino de las afueras.

En Kassel, el escritor comprueba atontado que su estado de ánimo no decae al atardecer y que, en cambio, la tontería lo invade también mientras pasea impulsado por una energía sospechosa que late en el corazón de la feria. (Yo sospecho que es la respuesta anodina e insultante del arte que se levanta contra la confusión, pero no tengo las pruebas aquí, luego las traigo.)

Sin recursos, hondura ni lucidez, Enrique Vila-Matas cuenta la historia de una tonta expedición: la del tonto solitario que, rodeado de tonterías, se atreve a traducir un idioma que no conoce, participa en bailes imposibles, duerme por partes y, al final, encuentra una excusa en el camino: comprar una terraza. Porque lo que compra es una terraza. Y desde su terraza de Kassel, este tonto nos invita a ver el mundo desde otro ángulo y a la vez se olvida de la esencia misma de la literatura: la razón, la verdadera razón, para no escribir.
Firmado: Alex Azkona

Mucho Vila-Matas ya en UnLibroAlDía: aquí

lunes, 13 de octubre de 2014

Liudmila Ulítskaya: Sóniechka

Idioma original: ruso
Título original: Сонечка
Año de publicación: 1992
Traducción: Marta Rebón
Valoración: Muy recomendable

Sonia (o Sóniechka, como la llaman cariñosamente) es una muchacha judía que se dedica casi por completo a la lectura. Tan fuerte es esa pasión, que una vez termina su jornada de trabajo en la biblioteca (¿dónde, si no?), no sale con sus amigas o se va de compras, como se espera de una joven de su edad, sino que vuelve directamente a casa, ansiosa por sumergirse en una nueva obra impresa.

Las cosas cambian, sin embargo, cuando conoce al pintor Robert Víktorovich. No tardan mucho en casarse y, mientras que él sigue dedicándose a su arte, ella deja su trabajo, su pasión lectora y su propia personalidad a un lado para dedicarse por completo a su marido, a su hija Tania y a su hogar. Al contrario de lo que se pueda pensar, Sonia es feliz. Muy feliz. Al menos, hasta que deciden acoger en su casa a la huérfana Yasia, una amiga de su hija que no tardará en convertirse en amante y musa de su marido, dando lugar a un curioso triángulo amoroso que no siempre será entendido, ni siquiera por aquellos que lo protagonizan.

A través de la vida de Sonia, Ulítskaya nos presenta en esta breve obra, por un lado, la historia de Rusia del siglo pasado y, por otro, profundiza en las relaciones familiares y románticas, al tiempo que nos ofrece un singular retrato de tres tipos de mujer muy diferentes: la propia Sonia, mujer abnegada que se sacrifica hasta límites insospechados para hacer feliz a su familia, Yasia, el prototipo de persona atractiva que sólo sabe ser feliz mientras sea deseada por el sexo opuesto, y Tania, una joven a medio camino entre las dos anteriores, alguien que intenta descubrir quién es (ya sea alguien bueno o malo) y ser feliz sin traicionarse a sí misma.

Sóniechka, a pesar de su brevedad, resulta ser una muy interesante fábula que nos habla sobre el amor, la familia, la traición, el dolor de la infidelidad... y que además nos ofrece una muestra de la estupenda escritura de Liudmila Ulítskaya, una de las más grandes escritoras rusas contemporáneas. Para no dejarlo escapar.

domingo, 12 de octubre de 2014

Carlos Zanón: Yo fui Johnny Thunders

Idioma original: español
Año de publicación: 2014
Valoración: está bien

¡Qué más dará si es Barcelona o cualquier otra ciudad la que preste sus calles a las escenas de este libro! Pues no ha convertido Auster a la ciudad de Nueva York en protagonista de muchas de sus novelas sin restarle ápice de universalidad. Claro que gusta poder configurar imágenes con las esquinas y las plazas, pero igual no es tan diferente. Una ciudad con puerto, con barrios bajos donde prostitutas, rateros, yonkies y otras perlas merodean. Francis, o Mr. Frankie, vieja gloria de la escena rock local, paradigma del perdedor, émulo de penúltima fila de Bowie o Lou Reed  con derecho a groupies de idéntica categoría, derecho que ya ni ejerce. Pues empieza a ser consciente de que su figura se precipita, uno por uno, hacia todos los niveles de decadencia: la física, la psicológica, la económica. 
Con el telón de fondo actualizado a lo que es la Barcelona de justo ahora mismo: la crisis, los reagrupamientos familiares obligados por las circunstancias económicas, la perspectiva del referéndum. Pero la historia es más universal: el perdedor, intentando en vano una y otra vez que un golpe de la fortuna (o de quien sea) marque un punto de inflexión en la atribulada existencia que se ha buscado a pulso. Pero los intentos fracasan uno tras otro y no son más que pasos en firme sobre arenas cada vez más movedizas. Estar al borde del abismo y dar un firme paso adelante.
Zanón explica la desgraciada existencia de este Francis/Mr. Frankie, patético ejemplar de ese submundo obsesionado por la trilogía inmortalizada en el clásico de Ian Dury and the Blockheads, eso del sex'n'drugs'rock'n'roll  incapaz ya no de dar una a derechas sino de evitar estropear todo aquello a lo que se acerca. Tradición que le ha acompañado toda su existencia, parejas malogradas por las drogadicciones, por los accidentes, aquello de la desestructura, y el severo síndrome de Peter Pan que aqueja a muchos de esos deprimentes espíritus roqueros, incapaces de sobrellevar con dignidad el binomio chaqueta de cuero/madurez existencial, empeñados en demostrar a todo el mundo que su espíritu no envejece. Va, seguro que todos conocemos a alguien así. Y la historia de sus vicisitudes acaba tocando un poquito de cada costado: conato (inexplicable) de integrismo religioso, pasados oscuros, crímenes accidentales, todo demasiado cerca de lo inverosímil cuando no caricaturesco. Cuestión que acaba llevando la novela a todas partes y a ninguna. No sabemos si Zanón quiere ser, por mencionar a tres cronistas de la vida barcelonesa, Casavella (que escribía mucho mejor), Vázquez Montalbán (que era más elegante y agudo) o Kiko Amat (que escribe más auténtico). Si ampliamos la paleta, ni siquiera sabemos si preferiría ser Hornby o Welsh. Lo cierto es que, por poner un ejemplo, es que con escenarios y figuras parecidas, la historia que cuenta Tuli Márquez es mucho más creíble y sincera, además de bastante mejor escrita. Aquí las cosas son trágicas, pero parecen ser tomadas a broma, y ese tono tragicómico (más la curiosa elección de su editorial para calificarla de serie negra) desorienta. 
A pesar de lo cual, estamos ante una correcta lectura para momentos ligeros: sin complicarse la vida en lo estilístico y sin pretender adoctrinar o intercalar frases de esas dignas de serie B o de pintadas en barrios de extrarradio. Sin profundizar en cuestiones como las adicciones o la escena musical, Zanón acaba, aunque algún recorte no le iría mal, resolviendo la novela recurriendo al camino fácil y socorrido en estos casos, dejando un refrescante (pero nada persistente) sabor de novela, digamos, eficaz.

Otras obras de Carlos Zanón en ULAD: Marley estaba muerto