viernes, 31 de enero de 2014

Colaboración: Victus de Albert Sánchez Piñol

Idioma original: castellano
Año de publicación: 2012
Valoración: recomendable.

En aras de la mayor concisión de la que soy capaz, permítanme explicar lo que NO es Victus, en mi opinión: 
  • Victus no es una novela histórica (o no sólo). Al menos, no una al uso. Y no porque esté mal documentada o ambientada; muy al contrario, es obvio que el autor se empapó bien de la época y el tema hasta el punto de que incluso los posibles “fallos” que se encuentran cabe atribuírselos a esa minuciosidad. Pero es justamente este escrúpulo y, sobre todo, el afán didáctico, los que hacen caer a la novela en algo peor que en lo inverosímil (al menos, para una novela “histórica”): en lo poco creíble. 
  • Victus no es “la novela del 2014”... porque se publicó en el 2012, precisamente, según el autor, para evitar que fuera calificada de “oportunista” (tricentenario de los hechos narrados y tal), de tal forma que su aparición coincidió... con la Diada de todas las Diadas, así que fue acusada de oportunismo, de igual forma. Qué pillos. 
  • Victus no es una novela política. O lo es de la misma forma que el 15-M es un movimiento político. Porque la novedosa conclusión a la que se llega por medio de las reflexiones y avatares del protagonista (y está narrada en primera persona, no lo olvidemos), es que son los dirigentes políticos los que lo enmierdan todo y el pueblo llano quien lo sufre, ya sea el catalán, el español o el congoleño. En resumen: ¡Gamonal en lucha! Eeeh...quiero decir Barcelona... 
  • Victus no es más munición para el independentismo catalán, por más que alguno haya querido ver eso en la novela. Pues si bien es cierto que el protagonista piensa y se expresa como lo haría un austracista catalán de la época, frente a los borbónicos y/o castellanos, es evidente que Sánchez Piñol se ha esforzado sobremanera en dar una visión tan imparcial o al menos ecuánime, que acaba por situar a su prota, Martí Zuviría, en situaciones y lugares que le permiten ver la contienda desde todos los puntos de vista, aun a costa, una vez más, de caer en lo poco creíble e incluso bordeando con cierto peligro el colapso narrativo. Aunque quizás hubiese sido preferible perpetrar un panfleto descarado (lo que no es Victus, para nada), pero que funcionase como un reloj suizo literario. No lo sé. 
  • Victus no es una novela fantàstica de fondo verniano, como era La piel fría, ni un artefacto metaliterario de fondo verniano-conandoliano-edgarallanpoeano, como Pandora en el Congo. Y es una pena, claro, pero es que Victus toca (o trata de tocar) otro palo diferente. 
  • Victus no es la mejor novela de Sánchez Piñol. Ni se acerca a las antes citadas (y fervientemente recomendadas por un servidor). Pero tampoco es una mala novela y su lectura no sólo resulta amena, sino incluso interesante y estimable. Eso sí, a ser posible, hagánlo antes del próximo 11 de septiembre, para poder asombrar a sus amistades con sus conocimientos sobre la efeméride y sobrellevar la previsible avalancha de artículos, debates, reconstrucciones y demás (por no hablar de la propia polémica política sobre la secesión de Cataluña), con una media sonrisa displicente. Que nunca viene mal.
Firmado: Juan G. B.

También de Sánchez Piñol en UnLibroAlDíaLa piel fría

jueves, 30 de enero de 2014

Mario Vargas Llosa: La ciudad y los perros

 Idioma original: español
 Fecha de publicación: 1963
 Valoración: Imprescindible

 Qué ganas tenía de leerme La ciudad y los perros, la primera novela que publicó el Nobel peruano Mario Vargas Llosa, que no creo que necesite presentación. Pero por una cosa u otra, no terminaba de hincarle el diente a esta novela ambientada en un Colegio Militar donde una serie de jóvenes sufren el duro trance de madurar a base de buenas dosis de crueldad, disciplina y amargas experiencias. Y es que, el propio escritor pasó dos años en dicho lugar...

 Ha tenido que ser mi querida madre, gran admiradora de Vargas Llosa, la que prácticamente me ha puesto el libro en las manos y me ha ordenado: "Ian: léetelo de una vez". Y lo he hecho. Y ha merecido la pena hacerlo. Claro que sí.

Cuando he terminado La ciudad y los perros, un magnífico trabajo tejido por varias voces y flashbacks para conocer el pasado de sus protagonistas (y hablamos de los años 60, señoras y señores), me ha quedado esa agridulce sensación que sólo los buenos libros que cuentan cosas duras pero totalmente creíbles, me dejan. Y eso que me costó un poco "entrar en materia", es decir, acostumbrarme a la peculiar forma que tienen los personajes de este libro de hablar (lo hacen con una sintaxis y un vocabulario cuanto menos peculiares si los comparamos con el castellano que se usa a este lado del Atlántico),y asimilar una serie de escenas de violencia sucia y de sexualidad animal ("animal" literalmente, imagínense...)que me echaron bastante para atrás. "Pobre pijo almidonado, acostumbrado a los románticos y asépticos escritores europeos", pensarán algunos. Pero en honor a la verdad tenía que confesarlo...

 Superados estos escollos inciales, vino, entonces sí, y por este orden, la curiosidad por saber más de los personajes presentados y sus vidas presentes y futuras; extrañas reacciones de amor/repulsión por algunos de ellos, y, finalmente, la sensación de estar siendo un testigo implicado en la trama de forma cuasi sobrenatural. Es decir, llegué a oler y respirar los cargados entornos que Vargas Llosa describe con maestría en su obra, y a entender a todos sus personajes principales, entre ellos: Alberto Fernández, el Poeta, el en teoría más sensible y atormentado de los muchachos que entran involuntariamente en el temible centro; el Jaguar, un muchacho marginal y aparentemente agresivo e inclemente que acabrá teniendo más protagonismo de lo que parece; la víctima de la novela, del que no diré el nombre, un chico cuya sensibilidad y tibieza le jugarán malas pasadas, y la dulce Teresa, una muchacha pobre y desgraciada, criada por su tía, pero que es todo un cúmulo de virtudes y que pese a no ser bonita, les enamorará a todos.

Y no creo que haga falta entrar más en materia. Sólo repetir que para mí La ciudad y los perros se trata de una obra imprescindible por su intensidad, técnica, atrevimientos varios e inolvidables criaturas. Y que merece la pena cotillear en la Red un poco y saber que a su autor le costó bastante ver en las librerías ésta su grandísima primera novela.

miércoles, 29 de enero de 2014

Jorge Carrión: Librerías

Idioma original: español
Año de publicación: 2013
Valoración: muy recomendable para cualquiera, imprescindible en este blog

Pues otra vez que avanzo detalles de mi valoración por Twitter y me da por otorgarle a Librerías el calificativo de libidinoso. A ver si no, cuando uno siempre ha considerado los estantes de las librerías (incluyendo las de segunda mano), y los de las bibliotecas, como fascinantes ventanas tras las que nos esperan accesos a otros mundos. Si un ensayo de 300 páginas dedicado a describir, con un tenue crescendo y un extenso anecdotario que lo acerca al suspense cuando no a la ficción, cómo son algunas de las librerías más prestigiosas del planeta, si eso no nos parece a los locos por los libros algo libidinoso, me pregunto qué. Cuando soy de los que cree que desde un estante cualquiera agazapado va a saltar a mis ojos el libro que me cambie la vida (o algunas décadas, me conformo con poca cosas), que nadie se extrañe que proclame que este es un libro excitante y sexy.
Veamos: Jorge Carrión diseña este ensayo como una especie de cronología en la que inserta con toda justificación el progreso del rol que las librerías han ido teniendo en el mundo, progreso en que la irrupción de la tecnología (democratizadora e igualitaria de modo que cualquiera pueda leer esta reseña desde cualquier parte del mundo) ha tenido también su influencia. Y nos habla de muchas librerías, las que ha visitado en sus viajes, pues este libro es la materialización de un proyecto de largo recorrido, y algunas de ellas ya no existen o ya no existen cómo el autor las conoció. Porque para Carrión la figura del librero obra como la del chef en un restaurante de postín,
Habla del entorno social en que surgen y se desarrollan, de cómo se integran en la geografía de las ciudades y de cómo vertebran la vida cultural y arraigan, a espaldas de especulación, de avaricia empresarial, muchas veces, a espaldas de su propia viabilidad económica. Habla de familias, de sagas de libreros, de sus relaciones con clientes que son amigos, y de sus relaciones con autores que son lectores que son clientes que son amigos.
Lo cual no quiere decir que Librerías sea un canto a la nostalgia y ni una sola vez he leído el topicazo del olor a papel (aunque el polvo sí es mencionado varias veces), y muchas, demasiadas veces, he añorado entrar por alguna de las puertas de los locales que Carrión describe, y encontrarme perdido o abrumado o desorientado entre hileras o columnas o mesas o estantes. Si este libro fuera un puro catálogo o fuera una guía de viajes o las fotografías no fueran en sobrio blanco y negro y en calidad prensa, y fueran espectaculares como las que circulan en Internet, eso no pasaría: el mérito consiste en que Jorge Carrión (mucho más brillante en ensayo que en ejercicios irregulares de ficción como Los muertos) escribe con rotundidad, conocimiento, y ese punto justo de erudición del que sabe de qué escribe pero sabe que ha de ser leído, y eso aleja los fantasmas que a veces planean sobre ciertos ensayos: la jerga, el solipsismo, el ombliguismo. Nada de eso está ahí, y, por acudir a ejemplos dispares, como Stephen King hablando de escribir, y como Harold Bloom demostrando saber enciclopédico, solo acabar de leer este rutilante ensayo nos tiramos a leer las más de 30 páginas de referencias que son, y permitidme que hable en nombre de este blog, una antología del sueño húmedo.

También de Jorge Carrión en ULAD: Los muertos, Teleshakespeare

martes, 28 de enero de 2014

Edna O'Brien: Las chicas de campo

Idioma original: inglés
Año de publicación: 1960
Título original: The Country Girls
Traducción: Regina López Muñoz
Valoración: muy recomendable

Edna O'Brien (Tuamgraney, 1932) está considerada la gran dama de la literatura irlandesa. Entre los más de treinta libros que lleva publicados a sus espaldas la autora ha trabajado la poesía, el relato, la novela, la biografía y el teatro, siempre gozando de buena acogida de crítica y público.

Las chicas de campo fue la primera novela que publicó y que no sólo la conviritó en una celebridad en el mundo de las letras, sino que supuso tal escándalo, que el párroco de su pueblo natal viajó a Limerick a hacerse con los tres ejemplares que había a la venta en una librería, sólo para regresar y quemarlos en la plaza del pueblo.

La historia que cuenta esta novela, no nos vamos a engañar, hoy no asusta a nadie: Caithleen, una estudiosa y modosa adolescente que no vive en el mejor de los ambientes (su padre es alcohólico y, cuando se enfada –algo bastante habitual– se desfoga a golpes con ella y con su madre), recibe una beca para estudiar en un internado católico, lugar al que también acude (aunque pagando, eso sí) su amiga Baba. Hartas de las monjas y de lo que viven en el internado, consiguen que las echen del mismo y se mudan a Dublín, donde conocerán la libertad, experimentarán con su sexualidad (que nadie se piense que el libro contiende escenas eróticas; O'Brien insinua mucho pero cuenta poco) y se adentrarán en la vida adulta sin importar lo que digan los demás o lo que mande la moral imperante.

Como decía, Las chicas de campo es una Bildungsroman en la que hoy no podemos encontrar nada que nos resulte escandaloso. Por eso es necesario leer esta novela poniéndose en el lugar de sus protagonistas e intentando hacerse a la idea de lo opresiva y constrictora que era la sociedad irlandesa de hace cincuenta años (imagino que como la española, prejuicio más, prejuicio menos), para poder entender todo lo que Edna O'Brien intentaba reivindicar y defender con esta obra.

Y lo consigue, claro que sí. A través de las vivencias de Caithleen y Baba (que no son sino las dos caras de una misma joven), la autora construye una novela exquisita, cargada de melancolía, que también nos hace reír y, sobre todo, nos invita a reflexionar.

También de Edna O'Brien en ULAD: La chica de ojos verdes, La chica

lunes, 27 de enero de 2014

Dino Buzzati: El desierto de los tártaros

Idioma original: italiano
Título original: Il deserto dei Tartari
Año de publicación: 1940
Valoración: Imprescindible

Cómo empezar la reseña de un libro como este. Diré cómo llegué a él. (Me acuerdo ahora, aunque no viene a cuento, del verso de Cernuda: "Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos").

Diré cómo llegué a él: llegué a él gracias a una compañera de la Facultad, que en una asignatura de Teoría de la Literatura (creo) dedicó unas sesiones a la idea del Otro, el "bárbaro", lo desconocido; y habló de "Esperando a los bárbaros" (el poema de Kavafis), de Esperando a los bárbaros, la novela de Coetzee, y, sí, de El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, que es de hecho la inspiración para la novela del Nobel sudafricano. (Tiene mérito, dicho sea de paso, tomar un libro "Imprescindible" como inspiración, y escribir a partir de él otro libro "Imprescindible", pero tan diferente).

Los tres textos (el poema y las dos novelas) comparten, sí, la idea de lo Otro, el invasor, el bárbaro (el tártaro), que viene de fuera a invadir y a destruir lo nuestro, lo de dentro, el orden, la cordura. (O mejor, que con la simple amenaza de su posible existencia es capaz de introducir, en el orden, el caos; en la cordura, la locura, etc. O de mostrar, a lo mejor, que el caos y la locura siempre existieron dentro de nosotros).

El protagonista de El desierto de los tártaros es Giovanni Drogo, un joven teniente de un país desconocido que es destinado a la Fortaleza Bastiani, un bastión aislado y casi ruinoso en la frontera septentrional del país. "Te puedes ir cuando quieras", le dicen"; "te puedes ir ya, o dentro de cuatro meses, o dentro de cuatro años, cuando quieras". Y pasa el tiempo y Giovanni Drogo sigue, por un motivo por otro, en la Fortaleza Bastiani, esperando a los tártaros (esperando a los bárbaros), que si no han atacado hoy a lo mejor atacarán mañana. Y en esa espera, en el interminable aplazamiento de la libertad o la realización, se consume la vida del protagonista, y la novela (que no decae, esto hay que decirlo, hasta la última línea).

Se ha usado mucho el adjetivo "kafkiano" para describir esta novela: comparte, sí, algo del ambiente opresivo y del tono alegórico de algunas de las novelas de Kafka; también cabe relacionarla con otras obras que representan lo absurdo de la vida castrense (como Trampa 22 o Las aventuras del soldado Svejk) con sus reglas implacables, sus jerarquías idiotas o deshumanizadas y su eliminación de la voluntad y la identidad individuales. (El episodio del soldado Lazzari y el caballo perdido es ejemplar en este sentido). Cabe decir, también, aunque a los efectos de la lectura no tenga mayor importancia, que la novela pudo tener una inspiración inmediata en la vida del escritor, que durante la Segunda Guerra Mundial fue destinado a Addis Abeba como enviado especial del Corriere della Sera.

El desierto de los tártaros funciona, por lo tanto, como novela alegórica, pero también como otras cosas. A diferencia de los protagonistas de Kafka, por ejemplo, Giovanni Drogo es un hombre con voluntad, que escoge -claro que influido exteriormente, quizás hasta engañado- su destino, y termina por asumirlo como propio, contagiado de la fantasía épica enfermiza de la Fortaleza; así, cuando vuelve a la ciudad durante un permiso, la encuentra extraña, ajena, inhabitable. A diferencia del agrimensor K. o de Yossarian, Drogo termina por identificarse con ese poder opresivo que, con más o menos fuerza, lo retiene en la Fortaleza.

¿Cómo terminar una reseña de una novela como esta? Simplemente así: un clásico, un gran clásico. Leedlo.

(Me acuerdo ahora del verso de Aleixandre: "Se querían, sabedlo").


También de Dino Buzzati en ULAD: La famosa invasión de los osos en Sicilia

domingo, 26 de enero de 2014

Colaboración: El sol de la bohemia y sus satélites de Florencio Moreno Godino

Idioma original: Español  
Año de publicación: 1908  
Valoración: Está bien

Fue George Sand la primera que atestiguó la palabra "bohemia" con sentido artístico (La demière Aldini, 1837-1839), aunque el difusor fuera Henri Murger en la novela Scènes de la vie de bohème (1847-1849), cuyo éxito la convirtió en un manual de la vida bohemia y facilitó su adaptación a otros géneros, como la ópera (La Bohème). En España, hubo que esperar a 1864: en aquel año, el valenciano Enrique Pérez Escrich publicó El frac azul, en la que la vida bohemia asume el protagonismo argumental. La libertad, el arte y el idealismo frente al materialismo y el positivismo de la época.

Florencio Moreno Godino (1820-1907) fue bohemio destacado, de obra prolífica tanto en verso como en prosa, como dialogada, además de asiduo colaborador en prensa. Apodado por Eduardo Inza como “el murciélago alevoso”, Moreno era “ave” nocturna, frecuentador de cafés, tertulias y redacciones cuando la luna resplandecía en el cielo. Su libro, El último bohemio y otros satélites, que ahora edita la zaragozana STI Ediciones en espléndida edición de Pablo Delgado y que distribuye Ícaro, fue publicado en 1908 por Ibero-Americana como novela, aunque esté compuesta por una serie de episodios independientes, publicados antes como artículos en revistas (El Gato Negro y Pluma y Lápiz), con el único punto de unión de las andanzas de Pelayo del Castillo y sus amigos en el Madrid de mediados del s. XIX.

La novela, protagonizada por unos personajes sacados de la realidad que rodeaba cotidianamente al autor Moreno Godino, “pretende desmitificar el mundo edulcorado de la bohemia romántica murigana”, según Delgado, contándonos sin preciosismos y con la espontaneidad por bandera las desventuras de los bohemios “que llevaban la levadura de la bohemia en la masa de la sangre”, como el protagonista, presentado en el capítulo III y apodado el “sol de la bohemia”. Pelayo del Castillo y sus satélites son un retrato sin velos de la España decadente de la época, la de las proezas tabernarias y las leyendas báquicas, la de la perdición en cada vuelta de esquina, la de la rima asonante en la caja de fósforos, la del vaso de aguardiente en los labios y el bolsillo vacío, la de la miseria azotando las almas de los incautos.

Un protagonista el de esta novela egoísta desalmado, bárbaro manirroto, bebedor sin mesura, alérgico a la higiene, noctívago carente de corazón que utiliza cualquier adoquín a modo de colchón y que solo estrena ropa vieja. STI recupera con esta novela un pasaje de la historia de la sociedad española para deleite de los letraheridos, ya que la edición tiene visos de convertirse en canónica.

Firmado: Carlos Ferrer

sábado, 25 de enero de 2014

David Foster Wallace: La escoba del sistema

Idioma original: inglés
Título original: The Broom of the System
Año de publicación: 1987
Valoración: (con dificultad) se deja leer


Intuyo que es difícil reseñar a Foster Wallace y que no haya alguien que se enfade, o se moleste, o choque con el reseñista, sea cual sea la dirección tomada por el que opina: el norteamericano ha logrado convertirse en uno de esos escritores que promueven, por lo general, posiciones radicales, con seguidores que consideran prácticamente imprescindibles todos y cada uno de sus textos y detractores que lo acusan de tener enormes carencias como narrador o de desarrollar una literatura plomiza, excesivamente sesuda, intragable. En todo caso, y a pesar de haber valorado esta obra con un frío "se deja leer" (paréntesis previo, además), haremos lo posible por no entrar en polémicas. Hoy. Porque también hay grises.

La escoba del sistema es la primera novela de Foster Wallace. La escribió con veintitrés años, y la publicó un par de años después. Leo por ahí que en este texto ya "se presiente el genio" en el que más tarde se convertiría. Leo también que los editores tuvieron un enamoramiento inmediato. Leo, por último, que muchos de los temas que La escoba propone serán desarrollados años más tarde por el autor, de una forma más profunda, en su descomunal La broma infinita (que no he leído, por cierto. Sí otros de sus libros). La bibliografia que hay sobre Foster Wallace es impresionante, pienso, y creo que tanta información, en mi caso, me predispone a ciertas resistencias.

Hay varias tramas, en la obra: la desaparición de un grupo de ancianos de una residencia; las relaciones amoroso-sentimentales de la protagonista, Lenore, con Rick Vigorous; la cacatúa que se convierte en un personaje conocido; un problema con las líneas telefónicas que no termina de solucionarse; un señor gordo que quiere ser lo más gordo posible; las reflexiones del psicoanalista. Algunas más. Para este lector fue bastante evidente desde muy pronto que todas ellas eran, en realidad, una excusa, introducidas con mayor o menor suerte, para que el autor pudiera hablar de los temas que le interesaban. Esto parece de perogrullo, pero no lo es: creo de verdad que en este libro a Foster Wallace le interesaba poco o nada contarnos una historia, profundizar en la construcción de personajes, escribir una novela. A partir de un momento determinado las tramas empiezan a carecer de importancia, los personajes resultan voces de un coro desequilibrado, muy habladores todos, eso sí, y la resolución de los conflictos planteados se desatiende, porque los propios conflictos se desinflan. Y el libro se convierte en un doble ejercicio, casi una tabla de gimnasia literaria.

El primer ejercicio de esa tabla es formal: Foster Wallace consigue -o casi- introducir en 500 páginas todas las formas literarias posibles, todos los tipos de narrador, de exposición, de construcción, de descripción. Su dominio de la prosa y su precisión técnica es sobresaliente, innegable. Su obsesión por alcanzar una utópica verosimilitud total en las voces de los personajes es una tarea titánica. El segundo ejercicio es conceptual: todos esos personajes en situaciones absurdas o imposibles o cotidianas expondrán numerosos temas y los formularán con un ánimo casi científico: el amor, desde luego, pero también la semántica, la lingüística, los conflictos laborales, la filosofía, la escritura, la fama, la televisión, los celos, la medicina, la religión, el psicoanálisis... No creo que sea una novela de ideas porque no creo que sea una novela, así que diré, por ejemplo, que es una ficción filosófica y pop sobre determinados asuntos de la condición humana.

El resultado de esta tabla gimnástica es, a mi juicio, tremendamente desigual. Diré que fue hacia la página 250, con dos personajes charlando en un bar durante una visita a su vieja universidad (para mí, lo mejor con mucho de la obra), cuando finalmente entré en el texto. El resto es un cajón de sastre: partes mortalmente aburridas, o absurdamente hilarantes, o demasiado intelectuales, aunque también otras muy originales, episodios conmovedores, escenas de una profundidad brillante. Muchas veces con una gramática enmarañada, difícil para el lector, confusa. Muchas veces, también, con un lenguaje frío e incluso jurídico, a kilómetros de distancia de cualquiera que no sea Foster Wallace.

En todo caso, bravo por la editorial (la traducción corre a cargo de José Luis Amores, el editor mismo): guste o no, Foster Wallace es un autor de referencia (voy a ahorrarme el "fundamental", quizá por sentir que es demasiado pronto) en la literatura de finales del XX y principios del siglo XXI y es algo espléndido que, gracias al esfuerzo de Pálido Fuego y al enorme coraje de su editor, podamos tener la oportunidad de leerlo en nuestro idioma. 

De o sobre David Foster Wallace en UnLibroAlDía: El rey pálidoHablemos de langostasEsto es aguaAlgo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Ensayos y opinionesEntrevistas breves con hombres repulsivosEncarnaciones de niños quemadosTodas las historias de amor son historias de fantasmas -David Foster Wallace, una biografíaEn cuerpo y en lo otroConversaciones con David Foster Wallace

viernes, 24 de enero de 2014

Miqui Otero: La cápsula del tiempo

Idioma original: español
Año de publicación: 2012
Valoración: recomendable

Difícil lo pone Miqui Otero a quien se acerque a La cápsula del tiempo con un espíritu crítico ortodoxo. Pues uno tendrá que inclinarse por la versión que haya leído a primeras, si quiere ser coherente. O quizás opte por la versión cuyo desenlace más le haya satisfecho. O por la más prolongada, la más cercana a la literatura seria. O por el promedio de todas estas opciones. O quizás su suma, pues las tenemos todas.

Porque esta novela tiene 37 finales. Sí: a los que se llega merced a paulatinas elecciones de lo que prefiramos que haga el personaje: como un laberinto, vaya por aquí o vaya por allá. Asistidos por un mapa que, cuando abrimos el libro, consideramos una chorradita pero que tiene su sentido, oiga. Si vamos a pensar en términos precio-calidad, buena elección. Si vamos a ser algo más canónicos, esa impresión de perderse algo importante por elegir una opción en vez de otra, puede incomodar a los que estamos acostumbrados a leer del tirón, de la página 1 a la 1200 si hace falta.
Pero el experimento resulta interesante, hasta para reflexionar como lectores si solemos optar por meternos en la piel de los personajes (y negarles los riesgos que nosotros no tomaríamos) o si leer nos transforma en seres más osados, o más timoratos. Y vaya, me doy cuenta de que ya tiene mérito que este libro me empuje a esta reflexión. Sí; quizás este libro ande cerca del experimento cuyo medio es el mensaje. Quizás ciertos pasajes no dejan de ser una especie de solapamiento de resonancias algo hipster: el metro, el móvil, la chica misteriosa, los paisajes urbanos. Pero en su conjunto el resultado es, cuando menos, agradecido con el lector. Que ojo, puede hacerlo descender hasta Rayuela de andar por casa o, por el contrario, bautizarlo como literatura zapping. El caso es que es algo nuevo y con sentido, profuso en guiños y en menciones al imaginario de la cultura contemporánea, aunque podríamos pensar que el autor no tenía una historia suficientemente consistente por sí sola y optó por encajarla en esta suerte de juego. Vaya, hasta al ojo crítico se lo va a poner difícil. Pues no debería yo haber buscado una especie de crítica parecida, quizás. Si te gusta la literatura de aventuras, vaya a este párrafo, si es un urbanita, vaya a este otro.
En fin, antes de que parezca que quiero endilgar a otros lectores el consensuar una decisión, diría que es un libro igualmente válido para gente que no suele leer (y que apreciarán que, dentro de esta aventura interactiva - al final no puedo evitar esa palabra - el libro les brinde distintas opciones) como para lectores algo más experimentados, (que agradecerán su frescura y sus posibilidades como nueva propuesta, en un mundo donde todo parece estar ya inventado). Que esconde pasajes literarios de valor notable (especialmente en esa especie de libro negro incrustado, donde las referencias menudean), y que sólo tiene una pega clara si el ritmo de lectura queda supeditado al paulatino descubrimiento de cada uno de sus posibles desenlaces, lo cual al lector clásico pondrá un poquitín de los nervios. 
Me olvidaba, aunque no sé ver el sentido de intentar resumir su contenido. Nuestro protagonista, bien pronto, se enfrenta a la tesitura de bajar al andén del metro a recuperar un misterioso teléfono móvil. Desde ahí empezaremos a leer en función de nuestras decisiones, y ese viaje nos llevará a bares, a NY, a encuentros con gente extraña y con gente normal. Pero si en un libro convencional ya tememos al spoiler, imaginaos aquí.

jueves, 23 de enero de 2014

Erich Kästner: Sobre la quema de libros

Título original: Über das Verbrennen von Büchern 
Idioma original: alemán
Fecha de publicación: 1947, 1953/8, 1965, 1946
Valoración: muy recomendable

El 10 de mayo de 1933, miles de libros de autores cuya ideología no casaba con la del régimen nazi fueron quemados en numerosas ciudades alemanas, para actuar "contra el espíritu no alemán". Sólo en Berlín, en la Opernplatz, se reunieron alrededor de 70.000 personas, dispuestas a presenciar la quema de un total de 20.000 libros. Entre las personas que ese día estuvieron en la Opernplatz y fueron testigos de la destrucción de obras de autores como Heinrich Mann, Erich Maria Remarque o Heinrich Heine (entre otros muchos) se encontraba Erich Kästner, cuyos libros también ardieron en esa pira y quien años después denunciaría ese crimen en su artículo Kann man Bücher verbrennen? (¿Se pueden quemar los libros?).

En Sobre la quema de libros se reúnen cuatro artículos (incluido el que acabo de nombrar) que Kästner escribió a lo largo de tres décadas y públicó en diversos medios. En ellos recoge su experiencia como testigo (y como afectado) de aquella primera quema, denuncia otra llevaba a cabo en Düsseldorf en 1965 por un grupo de estudiantes (teniendo como testigos a la policía y la prensa) y reflexiona acerca de estos intentos de destruir la libertad de expresión y de pensamiento.

Kästner no se extiende demasiado en sus reflexiones. Habla claro y va al grano, ofreciendo a los lectores una inteligente y argumentada reflexión acerca de estos sucesos (que, recuerda, no sólo han ocurrido en la Alemania nazi), al tiempo que apunta que no hay sociedad o país alguno que esté a salvo de ellos y que advierte de lo que inevitablemente ocurre cuando se decide terminar con las palabras de aquellos que piensan de forma diferente. Como dijo Heinrich Heine, "Das war ein Vorspiel nur, dort wo man Bücher verbrennt, verbrennt man am Ende auch Menschen." (Eso sólo fue un preludio, ahí donde se queman libros, se terminan quemando también personas.)



También de Erich Kästner: Cuando era pequeño.

miércoles, 22 de enero de 2014

André Gide: Paludes

 Idioma original: francés
 Título original: Paludes
 Fecha de publicación: 1895
 Valoración: Está bien

 Hace más de tres años (cómo pasa el tiempo en el ciberespacio, mon Dieu!) publiqué por estos lares la reseña de Los monederos falsos, la primera novela que me leía del nobelizado escritor francés André Gide, y dejé claro que pese al complejo enjambre de anhelos y desplantes amorosos que presentaba su trama, me había gustado.

 Pues bien, han tenido que pasar varias decenas de meses para que me haya hecho con otro libro de Gide,que tuvo una vida tan intensa y atormentada como las de otros tantos célebres escritores decimonónicos: homosexual de familia protestante, se casó con una prima carnal y tuvo una hija con otra mujer por simples deseos de tener descendencia, fue admirador/amigo de Oscar Wilde y Pierre Louys, viajó y disfrutó con asiduidad del norte de África, en sus obras demostró ser un dotado simbolista y un gran amante de la metaliteratura (qué poco me gusta esta palabra, siempre pienso en la metadona...),y en fin, su trayectoria literaria culminó con un Nobel cuatro años antes de morir.

 Pero si Los monederos falsos me pareció una novela redonda (y, todo hay que decirlo, de la extensión necesaria como para no etiquetarla como novela corta o nouvelle), Paludes me ha parecido más bien un ejercicio muy personal del escritor, es decir: no un diario que mezcla realidad y ficción de forma gozosa (lo que en un primer momento podría parecer), sino un atrevimiento de Gide en un puñado de páginas. Una obra muy corta en la que un escritor narra en primera persona el proceso de creación/desesperación que debería culminar con un nuevo proyecto de su autoría, el Paludes del título, y las inseguridades y locuras (sí, por qué no llamar así a sus desvaríos mentales) que le atormentan, sin olvidarse de las gentes que le rodean y que más que animarle, le desesperan.

 Pero repito que Paludes me ha parecido más un ejercicio o un breve pseudo ensayo que una novela, y aunque puedo animar a su lectura amparándome en la curiosidad que algo así debería despertar, he de ser coherente con mi juicio y dejarlo en un "Está bien".

Ya veremos con las siguientes novelas de Gide que espero leer... Y supongo que les contaré mis impresiones por aquí.

También de André Gide en ULAD: Los monederos falsos

martes, 21 de enero de 2014

Colaboración: La víspera de Santa Inés de John Keats

Idioma original: inglés
Título original: The Eve of St. Agnes
Año de publicación: 1856
Valoración: está muy bien

En el poema original, The Eve of St Agnes, encontrábamos originalmente de cuarenta y dos estrofas de nueve versos – la estrofa de Spenser en The Faerie Queene–. Sin embargo, esta versión del poema ha sido traducido por José Fernández Bueno y Luis Alberto de Cuenca a estrofas de diez alejandrinos castellanos, perdiendo la rima del original. La edición de la editorial Reino de Cordelia incluye los grabados que Edward H. Wehnert realizó para ilustrar el poema cuando se publicó en 1856.

Es imposible decir si constituye una de las cimas de John Keats; es probable que sí sea una de las mejores imágenes de su gran amor a Fanny Browne: un poema narrativo con el tono de una canción. A ella la vemos en Madeline mientras que el propio Keats se transforma en Porphyro. (T. S. Eliot decía que la correspondencia de John Keats a Browne constituía el conjunto de cartas más exquisito en lengua inglesa. Esas cartas fueron después curiosamente subastadas y vendidas por 110.000 libras.)

Keats se inspiró en una leyenda para escribir este largo poema en 1819, en la misma fecha fijada para la festividad de Santa Inés. Cuenta la historia que una noche del 21 de enero (de 304 AD), la joven de trece años Inés de Roma fue martirizada por negarse a entregar su virginidad –unos dicen que en matrimonio, otros que a dioses paganos–. Desde entonces la santa y patrona de vírgenes y adolescentes hace realidad las peticiones de matrimonio que le hacen llegar los amantes en el día anterior a su tortura.
Decían que en la víspera de santa Inés las jóvenes
podían disfrutar de gozosas visiones
y recibir, en medio de la noche, ¡ese instante
de miel!, el testimonio de adoración de aquellos
que las amaban, siempre que observasen los ritos…

A pesar de su claridad, el poema ha provocado varias interpretaciones. Harold Bloom, respondiendo a quienes criticaban en el poema de Keats la simpleza del amor como objeto poético, creía que más allá del triángulo sexo-amor-matrimonio, la intención del poeta al escribirlo era originar un espacio propio de motivación psicológica, filosofía y genérica.

Aunque Keats no realiza una descripción completa del escenario, las menciones a los ángeles de piedra, las damas y los caballeros, nos hacen pensar en una fortaleza. Sin saber el nombre del lugar donde Prophyro acude a buscar a Madeline, todo alrededor de los personajes tiene nombre y apellidos, los que Keats les da. Se recrea con lujuria en la textura de las palabras, diría un crítico, creando un almacén de belleza que los pintores prerrafaelitas listarían después. William Holman Hunt, a partir del poema, pintaría en 1848 “The flight of Madeline y Phorpyro”, se dice que con ayuda de Millais, que posteriormente pintaría otro cuadro, “Madeline undressing” en 1863, que hoy se puede ver en la Guildhall Art Gallery de Londres, y que representa la fuga de los amantes en mitad de la fiesta.

Cabe destacar que el poema también tuvo influencia en Alfred Lord Tennyson, que escribió “St. Agnes” en 1837, y cambió su título después por el de “St. Agnes Eve” en 1859.

Nos encontramos, pues, con un importante canto de John Keats. Un John Keats que creía que si sus ojos o su imaginación creaban algo bello, esto debía imperiosamente existir. En el libro encontraremos un amor resposable y orgulloso, que no puede tener otra respuesta que no sea la inocente aceptación por los amantes: "and in his pained heart made purple riot". Es un enamoramiento que no puede tener oposición porque, como la belleza, es algo correcto.

Una reseña debería acercar al lector la literatura más pura, como la inocencia o el descubrimiento deberían acercarnos al amor. Yo, que creo que el mejor ensayo que he leído nunca es "Imagen de John Keats" de Cortázar, me alejo del amor al leer este libro. Es un manual del "quien lo probó lo sabe". De cómo debería ser todo amor.

lunes, 20 de enero de 2014

Lara Moreno: Por si se va la luz

Idioma original: español
Año de publicación: 2013
Valoración: Muy recomendable

Confieso que cogí este libro con algo de miedo: había leído, para empezar, la reseña de La medicina de Tongoy, que la pone de vuelta y media; y además había leído "ruralismo" y "poeta", y me esperaba un cuento bucólico lleno de flores y mariposillas y animalillos silvestres.

Qué equivocado estaba.

Por si se va la luz es una historia seca, dura, sucia, escrita con un estilo poético pero al mismo tiempo áspero. Es una novela casi apocalíptica (amaga con serlo pero sin decidirse a serlo): cuenta la historia de una pareja joven, Nadia y Martín, que abandonan la ciudad por instrucciones de la organización (???) y casi todas sus posesiones y se refugian en una casa un pueblo perdido en el que solo viven otras tres personas (Damián, Elena y Enrique, luego llegaran más). Allí se enfrentan a los problemas prácticos de la supervivencia, pero también, y sobre todo, a los problemas de su propia relación, de sus propias soledades y contradicciones.

Por si se va la luz es una propuesta arriesgada, y eso me gusta. El hecho de que sea una propuesta literaria diferente es ya para mí un valor, en medio de tantos libros escritos con una estética realista y un estilo periodístico. Habrá, sí, novelas estructuralmente más compensadas, y desde luego habrá novelas con más acción, mucha más acción. Aquí, el estatismo de la trama (aunque pasan cosas, que conste) se constituye como elemento fundamental, obsesivo, del relato: forma parte de la idea misma de la huida a un supuesto paraíso rural, que se demuestra lleno de suciedad, vacío pero también solidaridad, vida.

Una muestra de la originalidad de esta novela es el modo en que se trata el sexo: no al modo hollywoodiense, acrobático e idealizado, ni al modo Corín Tellado, elíptica y romantizada, sino de una forma cruda, anatómica, cargada de violencia y de suciedad. Se habla, en un pasaje de la novela, de "follar todos contra todos"; se habla de vaginas y penes y testículos y pezones, con todas las letras (¿cuántas novelas españolas recientes utilizan la palabra vagina?).

En fin, que me gusta que una novela que intenta hacer algo diferente, que propone un estilo diferente y una experiencia de lectura diferente, tenga una buena acogida entre los lectores y los críticos.

Nota ruralista: Casi todas las reseñas de esta novela, dice Tongoy, la comparan con Intemperie de Jesús Carrasco, o con El niño que robó el caballo de Atila de Iván Repila. La de Carrasco no la he leído todavía, la tengo pendiente; la de Iván Repila me parece un tipo de novela diferente, también escrita con un estilo lírico y con elementos de "feísmo", pero mucho más alegórica y poética. En cambio, mientras leía Por si se va la luz me venía a la cabeza Sukkwan Island de David Vann, que también coloca a los personajes en un estado de aislamiento e incomunicación.

domingo, 19 de enero de 2014

Ryszard Kapuscinski: La guerra del fútbol y otros reportajes

Idioma original: polaco
Año de publicación: 1988
Titulo original: Wojna Futbolowa
Traducción: Agata Orzeszek
Valoración: muy recomendable

Habrá quien diga que, frente a las obras de Kapuscinski, suele decirse siempre lo mismo. Pues claro: con la excepción del Encuentro con el otro (en el que, a mi entender, opta por un exceso de abstracción, cosa que perjudica lo físico de sus escritos), no he encontrado libro suyo que no sea muy notable, tanto en valor estrictamente literario como en valor, digamos, de aprendizaje, o periodístico o directamente educativo. Cuenta las cosas como las ha visto y vivido y su testimonio resulta objetivo, creíble, basado en la crudeza y en su firme convencimiento de que sólo los poderosos tienen interés en que la verdad no sea conocido.
Que algunos de los relatos contenidos en este panorámico volumen tengan más de 50 años nos deja estupefactos. Por la validez de muchas situaciones, y por el enorme esfuerzo Kapuscinski hace por contarlo todo, por no perder detalle que permita al lector hacerse una composición de lugar. Que sus temáticas sean reminiscentes de muchos reportajes de obras anteriores no les resta un ápice de brillantez. Sagaz y preciso como pocos lo han sido, aparentes reportajes menores (como la crónica parlamentaria en la que unos diputados exponen sus razonamientos para otorgar pensiones alimentarias a los hijos nacidos fuera del matrimonio), resultan erigirse en colosales apuntes que, por sí solos, explican tanto del funcionamiento social como del sistema político, como si fueran extensos  volúmenes plagados de fechas y nombres. Y encima, sin prosa fría y distante. Kapuscinski siempre parece ser el amigo que viaja y te cuenta sus experiencias, que no son siempre buenas ni agradables. Valga el comentario para ilustrar varias de las situaciones rayanas en la aventura, con enorme riesgo físico, a pesar de lo cual Kapuscinski salía disparado allí donde hubiera un conflicto bélico que cubrir.
África, América Central, países recién descolonizados y países inundados por conflictos, corrupción, fanatismo e intereses. Pero también llenos de gente que trata de salir adelante y de personas dispuestas a ayudarles.
Posiblemente en este libro la disparidad temporal entre los distintos artículos acabe revelando esa evolución del reportero que escribe hacia el escritor que reporta, y posiblemente a nadie de los que siguen este blog vaya a convencer más de las enormes cualidades de este hombre: pero cada uno de sus libros nos muestra partes del mundo cuyas circunstancias preferimos ignorar, hasta que nos damos cuenta de que hacíamos mal ignorándolas. Eso es lo que pocos autores consiguen: convencernos sin querer. Sí, La guerra del fútbol es otro libro más de reportajes de Kapuscinski, uno particularmente variado frente a las apoteosis dedicadas en exclusiva a figuras como Haile Selassie o el Sha, un terreno de sobras conocido para los incondicionales, claro, pero otro de los muchos que no hay que dudar en leer si se os presenta la ocasión. A ver de cuantos autores se puede decir lo mismo.

También del mismo autor en ULAD: Aquí

sábado, 18 de enero de 2014

Vsévolod Garshín: La flor roja

Idioma original: ruso
Año de publicación: 1883
Ilustraciones: Sara Morante
Traducción: Patricia Gonzalo de Jesús
Valoración: recomendable


Vsévolod Garshín (1855-1888) fue un escritor ucraniano que pasó a la historia de la literatura a pesar de haber escrito apenas una veintena de relatos y de que perdió la vida con sólo 33 años, pocos días después de haber intentado suicidarse tirándose por el hueco de la escalera.

La flor roja es una de las historias más conocidas de Garshín, un relato que se desarrolla en un manicomio. A él llega un loco obsesionado con la maldad existente en el mundo, que pronto se dará cuenta de que ésta se concentra en unas flores rojas que crecen en los jardines del centro. Su obsesión a partir de entonces será hacerse con las flores y destruírlas para salvar así a toda la humanidad.

A pesar de la brevedad del relato, Garshín consigue describir de forma verosímil el ambiente opresivo del manicomio, así como el estado mental en el que se encuentra el protagonista. A ello contribuyen, sin duda alguna, las excelentes ilustraciones de la joven artista Sara Morante, que se adaptan perfectamente al espíritu de la historia y la enriquecen notablemente, convirtiendo este libro en una pequeña joya que no debería faltar en ninguna biblioteca.

viernes, 17 de enero de 2014

Mary Jo Bang: El claroscuro del pingüino


Idioma original: edición bilingüe inglés-español.
Selección y traducción: Patricio Gringberg y Aníbal Cristobo
Año de publicación: 2013
Valoración: recomendable

Tal y como prometí en una entrada anterior, vuelvo a la editorial independiente Kriller 71 para hablaros de El claroscuro del pingüino de la estadounidense Mary Jo Bang, libro que, junto a La belleza de las armas del canadiense Robert Bringhurst, vio la luz en el último semestre de 2013.

Mary Jo Bang (Missouri, 1946) ha escrito varios libros de poesía, entre los que se encuentran Apology for Want (1997), premio Katherine Bakeless Nason; Louise in Love (2001); The Downstream Extremity of the Isle of Swans (2001); The Eye Like a Strange Balloon (2004) o Elegy (2007), ganador del National Book Critics Circle Award y del Alice Fai di Castagnola Award. En 2009 publica The Bride of E, donde cada texto se inicia con una letra del alfabeto emparentada con problemas existenciales como la soledad, el hecho de que Estamos, a todos los efectos, o el hecho de cuestionarnos, al igual que lo hace Alicia en el poema "A como en Alicia", qué podría pasarnos si cayéramos a través de toda la oscuridad por la que estamos mirando. 

En la actualidad, MJB trabaja en la escritura de The Last Two Seconds, de próxima aparición. Es con un anticipo de ésta última obra como la autora da inicio a la antología El claroscuro del pingüino, una acertada selección de las obras mencionadas arriba (excepto de Elegy, por tratarse de un poemario en versión bilingüe editado recientemente por Bartleby).

En palabras del editor, el conjunto de poemas que componen la antología se presentan en orden cronológico inverso, a petición de la poeta, e incluyen una muestra del intento de reinvención y experimentación continua al que ésta ha sometido su lenguaje. Los dos últimos poemarios que aparecen en El claroscuro (Louis in Love, un conjunto de poemas que reflejan el mundo imaginario y el amor que experimenta Louise, y Apology for Want) y, por tanto, los primeros en haber sido publicados por Bang, presentan una poesía más sencilla, con textos más accesibles, puesto que las conexiones narrativas son más explícitas que en los poemarios de creación más reciente, las imágenes se hilvanan de una manera más evidente con el discurso y, en este aspecto, se podría decir que el lenguaje se acerca más a lo que podría entenderse como una experiencia real como pueden ser las relaciones amorosas o la manifestación del deseo, la pasión o la frustración (aunque hablar de lo real en poesía sea un tanto arriesgado, puesto que el universo poético se aleja a menudo de la experiencia vital de cada uno para crear un nuevo concepto de realidad). Por poner un ejemplo, el poema “En el hospital de St. John”, de Apology for Want:

Mi madre y yo, a la deriva en un bote/ al borde de la alfombra/ esperando que alguna palabra bajase. /En cambio, eufemismos, un repiqueteo/ amortiguado, insípidos paisajes en tonos pálidos/ y melocotón. […] Una vez en el columpio de un patio/ me convertí en el cielo que decía ser./ La muerte puede ser cualquier cosa,/ dientes en un vidrio. Anoche, en un sueño/ conducíamos sobre el hielo./ Y él me hizo salir y barrer…/ Todas nuestras vidas cargan con una condición dentro./ Demasiado tarde, nos damos cuenta –arena seca/ polvo, lo que podría haber sido una casa./ Ser pura, comenzar nuevamente de cero.

A partir de ahí, la autora se centra más en el cómo decir que en el qué decir. Es la propia Mary Jo Bang quien, en una conversación sobre la erótica del lenguaje con Aníbal Cristobo, recalca la necesidad de abandonar un primer estilo que ella califica como innecesariamente tímido y de investigar otro tipo de posibilidades y conexiones. Por ejemplo, las fónicas, que, obviamente, en una traducción nunca llegan a conservarse tal y como se aprecian en el original, pero a la que, una vez más, gracias a la edición bilingüe, podemos acercarnos. A continuación, cito un fragmento de la entrevista que considero clave para todos aquellos que deseen acercarse a la obra de Bang, sobre todo, a los últimos poemarios, donde el mensaje que encierran los versos es más difícil de desentrañar y las conexiones iniciales se pierden o, por lo menos, no se aprecian a primera vista:

... el deseo de liberarme de cualquier tipo de modelo que yo hubiera podido establecer en mi primer libro, Apology for Want. Sentía que en mi primer libro tal vez había sido innecesariamente tímida. Sospechaba que el lenguaje poético era capaz de hacer mucho más [...] que podía pasar si en esos nuevos poemas yo establecía menos conexiones narrativas explícitas y, en lugar de eso, dejaba únicamente que un sentido general de esa narrativa destellara detrás de la superficie retórica del poema. Quería ver si, a falta de conexiones lineales claras, los ecos fónicos (como rimas internas, aliteraciones, asonancias, etc.) podían sostener al poema como tal. La pregunta en mi cabeza era si sería posible, en el caso de que el poeta brindara suficiente placer sonoro –y convirtiera al lenguaje en algo exuberante y sorprendente- si sería posible para el lector no apenas tolerar sino incluso disfrutar esa incertidumbre; el desconocer hacia dónde apuntaba el poema exactamente. [...] la idea de la indeterminación y del rechazo al “cierre”, la clausura del texto en relación a un significado estable. [...] en muchos de esos poemas hay un subtexto de amores no correspondidos, pero también hay un subtexto del amor al lenguaje, y a la poesía. [...] un experimento con lo indireccionado. Gertrude Stein decía que en Tender Buttons quería capturar la esencia de las cosas pero sin nombrarlas. Intentar capturar la “cosa en sí” de un objeto aludiendo a sus cualidades en vez de a su nombre. Yo buscaba capturar las cualidades no de objetos, sino de ideas y de estados de subjetividad.

Hay quien puede tachar de crípticos sus poemarios más recientes debido al fragmentarismo, a la aparición de diferentes planos del discurso en un mismo poema, al peligro de que el lector quede excluido del poema al no conocer, por ejemplo en el poemario The Eye Like a Strange Balloon, las obras  de referencia que la autora toma como punto de partida para sus poemas. En realidad, este último recurso se ha observado ya en el caso de muchos otros autores, por ejemplo, Ana Gorría y su obra Araña, una técnica que no debería verse como un grave problema, sino todo lo contrario, ya que arte y poesía se apoyan para crear un discurso más enriquecedor y, puesto que si realmente estamos interesados en la lectura, podemos investigar y dar con esas obras.

Otros, como Luna Miguel, encargada de escribir un lírico prólogo para el Claroscuro del pingüino (tan lírico que funciona como un poema más añadido a la antología y de cuya lectura disfrutamos; sin embargo, con el fin de dar con claves que faciliten la interpretación de la obra, no vendría mal incluir también, en próximas reediciones, la entrevista arriba citada o esta otra, muy completa, incluida en la revista Transtierros), hablan de la importancia, del peso que ejercerá la voz de MJB entre nuestros poetas más jóvenes, una voz que, cito a Luna, adelanta lo que escribirán unos u otros después de haberla asimilado.  Un bello prólogo en el que se habla de Bang como reina de lo metaliterario: aquella fórmula con la que todo puede reinventarse: el lenguaje: el ritmo: el significado de antiguos héroes: de antiguos personajes infantiles: de uno mismo: de un país: de aquellas murallas imponentes: los espacios: la filosofía: el teatro: la muerte.

Y añado: Alicia, todos esos referentes de fantasía que conforman el núcleo inventivo
de la infancia y que reinciden, de una u otra forma, en la edad adulta. La magia, el don de la ubicuidad de la poesía entendida como un escenario en el que la autora puede pensarse, proyectarse y proyectarnos a todos nosotros con ella hacia situaciones que nunca ha vivido (un terremoto en España), lugares ficticios que, de algún modo, le posibilitan el acabar hablando de todo aquello que realmente le preocupa (un temblor, la vibración generada por esta o aquella anécdota). Es MJB con su despliegue de personajes-actores inventados quien no duda en darnos entrada a esta especie de escenario que construye ante nosotros y al que asistimos fascinados. Son precisamente ese lenguaje complejo o esas imágenes crípticas, el juego de máscaras, los que posibilitan la magia de la poeta que nos habla de bosques de juguete, grillos mutilados, Dos muñecas sentadas en una caja,/ Sus rostros insensibles haciendo juego./ Así, dicen, es como uno debe mirar/ El mundo. 

Para mí, hay una poesía que se entiende y otra que no, o que, al menos, cuesta más descifrar. Sin embargo, ambas, desde diferentes ángulos, resultan interesantes y, al igual que considero en este caso, indispensables para continuar en la profundización de la trayectoria  y en el conocimiento de diferentes propuestas. ¿Se trata de una lectura complicada? Sí. ¿Roza lo incomprensible en algunos pasajes? También, incomprensible como muchas otras cosas en la vida que no por ello resultan menos bellas.

Un consejo: puede empezarse con textos más asequibles como sus primeros poemarios y saltar después a los últimos, una vez que ya hayamos entrado en su cosmopoética. Poco a poco, en esa maraña de imágenes misteriosas, uno irá encontrando el sentido o una serie de conexiones que hilan los poemas de la antología. Y recordamos así que, retomando las palabras de la estadounidense, Estamos, a todos efectos, rotos, [...] pero todavía queda Algo azul detrás. Una mano abre lo azul,/ Y lo atraviesa y acaricia al gato,/ Calico, viejo, un poco más viejo con el tiempo./ Sabes que esta escena débil/ Está iluminada por la luz descuidada del final/ De un día perturbador [...] y mientras caminaba a través de la niebla gris del día,/ falsear lo vaporoso/ como si se tratara de algo concreto: el humo de un cigarrillo,/ por ejemplo, podría convertirse en un edificio diminuto/ de Lego/ visto en la ventanilla de un autobús que bloqueaba la calle./ La gente a veces se piensa como una foto que coincide/ con un anhelo inventado: un bosque de juguete, un/ grillo mutilado [...] De este lado -carne; del otro- una garra de hierro [...] como si la historia fuera un sonido/ que pudiera forzar un abismo creciente/ con el mar debajo. Y eso será así./ La multitud sólo se calmará cuando el mar nos alcance. 




jueves, 16 de enero de 2014

Shirley Jackson: Siempre hemos vivido en el castillo

Título original: We have always lived in the castle
 Idioma original: inglés
 Fecha de publicación: 1942
 Valoración: Muy recomendable

 Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con la lectura de un libro. Tanto, que a medida que se acercaba el final, intentaba rebajar el ritmo de lectura para degustar con más cuidado la historia, pero como Siempre hemos vivido en el castillo no es un libro muy largo, la técnica me sirvió de bien poco: en dos tardes me lo leí. Y qué pena me dio que el placer durara tan poco…

 Yo sabía de Shirley Jackson gracias a algún que otro artículo o apunte en prensa, y bueno, también sabía que era la escritora de un escalofriante relato llamado La lotería que cuenta cómo cada año, en un idílico pueblo, eligen por sorteo a una persona que deberá ser apedreada hasta la muerte por el resto de los habitantes. Para desahogarse un poco y esas cosas…

 No hace demasiado que leí La lotería, pero ya conocía la historia por dos telefilmes que vi hace unos cuantos años y en los que aprovecharon la aterradora premisa para tejer tramas más complejas. Muy recomendable también este cuento.

Pero vayamos a Lady Shirley y su fortaleza…

 Shirley Jackson, nacida en San Francisco en 1916, fue una atípica escritora centrada, casi siempre, en el suspense y en el terror psicológico (también escribió libros para niños, entre otras cosas). Madre de cuatro hijos y esposa de un intelectual judío, murió antes de los cincuenta debido a un cúmulo de achaques probablemente originados por su obesidad y su adicción al alcohol y a toda clase de fármacos (los trastornos mentales también hicieron mella en ella). Pasó por la universidad pero la vida doméstica se llevó buena parte de su energía, y empezó a publicar libros a los treinta y pocos. Venerada por autores como Joyce Carol Oates (que hace un magnífico postfacio a este libro) o el maestro Stephen King (que ha reconocido la influencia de Jackson en su obra), se dice que en sus libros, Jackson destripa mediante alegorías o insinuaciones bastante directas la hipocresía y la inhumanidad pasiva de comunidades humanas aparentemente civilizadas, inspirándose en lo mal que sus educados vecinos de Nueva Inglaterra se lo hicieron pasar a ella y a su esposo, por ser éste hebreo.

 Siempre hemos vivido en el castillo cuenta la historia de las dos hermanas Blackwood, Merricat, adolescente de dieciocho años y la narradora del libro, y Constance, una bella y maternal veinteañera, que viven aisladas del mundo en su magnífica aunque algo anticuada mansión. Tan sólo están acompañadas por su gato Jonas y por el tío Julian, un anciano que está en silla de ruedas y al que se le va mucho la cabeza, pero no tanto como para olvidar que él es el único superviviente, aparte de las hermanas y el gato, de un envenenamiento masivo que seis años atrás se llevó al resto de los Blackwood: padre, madre, hermano y tíos. Crimen del que Constance fue acusada y absuelta, pero que enseguida comenzamos a sospechar que es achacable a otra persona…

No quiero dar demasiados detalles sobre la trama porque me gustaría que el lector de esta reseña se hiciera con el libro lo antes posible y degustara sin demasiadas pistas ni explicaciones su impagable savia. Creo que destripar y analizar la novela desde aquí, restaría encanto a la gran experiencia que constituye su lectura. Porque en Siempre hemos vivido en el castillo no se explica, se insinúa, una tremenda historia, al contrario de lo que sucede en los mamotretos superventas que tanto gustan en estos días, donde se describen a conciencia individuos de manual y situaciones folletinescas y predecibles. Pero no me resisto a afirmar que las personalidades de las Blackwood son dignas de un hondo análisis psiquiátrico (son dos agorafóbicas de manual, siendo Merricat una chiquilla maquiavélica y obsesiva, y Constance una trágica princesa entregada y contagiada de la locura de su hermana, a la que cocina y cuida como si fuera su única misión en la vida); que la irrupción en la casa de las Blackwood de cierto personaje masculino es una prueba de fuego para esa insana relación, y que la descripción de las personalidades y conductas de los envidiosos vecinos de las chicas es una magnífica continuación del pueblo de miserables civilizados de La lotería.

Leedlo y luego hablamos…

También de Shirley Jackson en ULAD: Las brujas de SalemLa maldición de Hill HouseLa lotería y otros cuentos, Cuentos escogidos, Hangsaman

miércoles, 15 de enero de 2014

Santiago Gamboa: Perder es cuestión de método

Idioma original: español
Año de publicación: 1997
Valoración: recomendable

Resulta curioso comprobar la evolución de un escritor a través de su obra. Aunque sea un juicio algo precipitado con solo leer tres novelas suyas, es algo patente leyendo esta novela que Santiago Gamboa publicó a los 32 años. Esta es una buena novela policíaca, con un estilo y unos personajes remarcables, aunque puedan achacársele ciertas reminiscencias algo propias del género: el investigador (aquí un periodista) dispuesto a sacrificar su vida personal en persecución de la verdad, las figuras algo estereotipadas de las mujeres que aparecen (novias resignadas, prostitutas en constante estado cercano a la redención, mujeres fatales y misteriosas), los malos (funcionarios corruptos, etc.), y esa especie de sensación espiral en la trama, tan propia del género tanto en su vertiente literaria como en la visual.
Pero esperaba más: me ha quedado muy claro que ésta es una obra de tanteo, una toma de contacto a través de un ejercicio de estilo, una fase previa antes de que el autor ampliase su espectro, incorporase todas las tonalidades a su paleta y se decidiera, con rutilantes resultados, por obras más ambiciosas. Así, le he encontrado defectos completamente excusables a Perder es cuestión de método: una duración excesiva, una confluencia algo confusa de personajes, como si todo el mundo (casi todo el mundo) tuviera algo que esconder o algún motivo por el que suscitar sospechas.
La trama: en unos primeros capítulos de vértigo, un cadáver es encontrado empalado a orillas de un lago. Nada se sabe de su identidad y el cruel método utilizado para el asesinato induce a pensar en un crimen con mucho trasfondo. Silanpa, periodista de investigación, se emperra en descubrir por su cuenta: se olvida de su vida, de su relación con Mónica, deja de lado su ya bastante desordenada vida, obsesionado por el caso en que se encuentra sumido. Pronto surgen las sospechas y los intereses que andan detrás del caso empiezan a manifestarse. Alejado de la clásica trama de narcotráfico y crimen organizado, el desenlace vira hacia intereses económicos y políticos, algo que hoy en día resulta algo estereotipado.
Recomendable, sobre todo, como iniciación a los que sienten curiosidad por el autor y quieren, en un recorrido que yo he hecho al revés, comprobar su evolución. Para los que venimos de los espléndidos ejercicios de novela total que son sus obras más recientes, la palabra decepción no sería justa. Simplemente su radio de alcance es, no sin cierta lógica, más limitado.

También de Santiago Gamboa en UnLibroAlDía: El sindrome de UlisesPlegarias nocturnas