domingo, 30 de junio de 2019

D. B. John: Infiltrada

Idioma original: inglés
Título original: Star of the North
Año de publicación: 2018
Valoración: Recomendable



Hace unos meses me propuse recomendar algo trepidante y adictivo para el verano y, después de algún intento fallido, creo que lo tengo. Quizá el título resulte algo pretencioso y, desde luego, mucho menos realista que los sucesos relatados aquí. Pues lo que tenemos entre manos es un thriller político, muy bien documentado según parece, que recomiendo a todo aficionado al género. No para que lo llevéis en la maleta, pues es demasiado voluminoso a pesar de no llegar a las 500 páginas, pero sí en el maletero, ya que contiene todos los ingredientes: intriga, cambios constantes de enfoque, amores y odios, cuentas pendientes, personajes encantadores o aborrecibles o ambas cosas dependiendo del momento, hechos y personalidades históricas, tremendas injusticias y mucha, mucha violencia (no demasiado explícita, afortunadamente), con algún toque de ternura para compensar. Todo ello provocará nuestra indignación –aunque sin implicarnos demasiado debido a la lejanía geográfica de lo narrado– y nos mantendrá enfrascados en la lectura durante esas largas y calurosas tardes en las que lo único que apetece es quedarse en la tumbona. Pero voy a lo concreto para que se entienda.
D. B. John es un galés, de profesión abogado, que apenas había escrito una novela cuando visitó Corea del Norte y recibió una de esas impresiones indelebles con las que no se puede vivir si no lo cuentas (o bien encontró el filón que necesitaba para armar un argumento no demasiado explotado en el confortable mundo que habita). Siempre a mayor gloria de USA, dueños absolutos tanto del protagonismo como del punto de vista, y por tanto los buenos de la película –¡cómo no!– sin que eso signifique, en mi caso, disculpar ni un ápice a los otros. Porque: ¡qué prósperos, qué bien organizados, qué democráticos! No como esos mentecatos de allá lejos que osan no pensar como nosotros (nótese la ironía). En Corea del Norte, “el relato secreto nunca se reconocía, porque no había ninguna emoción o idea, ningún aspecto de la vida, que pasaran desapercibidos a la autoridad del Estado.” Pero recordemos que existe Internet, y démosle tiempo a ver qué pasa. Aquí os dejo otro botón de muestra:

 “… Una vez más, las fuerzas de la intolerancia se han reunido y urden sus planes contra nosotros. Están envalentonados, creen que nuestra libertad nos deja desprotegidos, que nos vuelve decadentes y nos llena de contradicciones. Nosotros, unos pocos afortunados, somos los guardianes de la libertad. Somos los buenos. Somos nosotros los que estamos en la línea del frente. Por eso os habéis unido. Habéis elegido la luz y no la oscuridad.”

Esta arenga, emitida por un supuesto dirigente de un campo de entrenamiento para recién reclutados por la CIA –naturalmente, inventada por el autor de la novela pero bastante verosímil, por desgracia–, da bastante miedo y se acerca a ese clima de lavado de cerebro del fundamentalismo coreano que se describirá más adelante. En ese punto, recién superadas las cien primeras páginas, el argumento no acababa de arrancar del todo, se acumulaban los detalles irrelevantes sirviendo de envoltorio a unas pocas pinceladas informativas: una cáscara de sentimentalismo bastante tópico al que no encontré sentido hasta más tarde. Pero he de reconocer que –aunque hubiese preferido un reportaje periodístico sin concesiones al lector– la narración mejora notablemente a medida que avanza. Poco a poco, va cobrando fuerza, comenzamos a entender hilos narrativos cuya inclusión no acababa de convencernos, nos vamos sintiendo cómodos con esa intriga que crece por momentos, algunos personajes se vuelven tan humanos que empezamos a comprenderlos y hasta a quererlos. Al final, y aunque no se nos explique punto por punto todo lo que ocurre, cada cosa encaja en su lugar y con eso es más que suficiente.

 “Solo tienes poder sobre un hombre mientras no se lo arrebates todo. Pero, si lo dejas sin nada, ya no está en tu poder. Es libre”.

En su climax la novela se acerca a niveles epopéyicos, y hasta el recurso –ya tan manido– de reunir a miembros de familias desmembradas –en este caso, por un destino con fisonomía comunista– nos recuerda a la anagnórisis de los clásicos. También es un acierto que ciertas líneas narrativas se abandonen sin concluir o apenas esbozadas –como ese conato de adopción a Kyu por parte de la señora Moon–, que se muestren cambios de estrategia u opinión por parte de algún personaje, o que los acontecimientos no se produzcan según lo previsto, ya que todo ello se acerca mucho a la vida real y resulta bastante convincente. Y, como en la vida, no existe un solo desenlace sino muchos. Por otra parte, y dentro de los elementos a favor, la trama está repleta de dilemas éticos, que únicamente se plantean y es el lector quien ha de resolverlos. Solo diré que el ambiente está tan cargado de corrupción (constantes sobornos, tráfico de estupefacientes a cargo de diplomáticos, algo muy, muy turbio denominado Programa Semilla etc.) y represión que parece a punto de explotar. Pero ahí siguen, en pie, tanto el país como su régimen, muestra palpable de que el ser humano es capaz de lo mejor y lo peor.
Pero, claro, a una novela con formato de best-seller hay que pedirle lo justo. Algún episodio capital resulta surrealista de puro increíble, los personajes evolucionan, sí, pero no de forma progresiva, sino de golpe. Además, y a medida que nos vamos adentrando en los tejemanejes del gobierno liderado por (el ya fallecido) Kim Jong-il, nos preguntamos hasta que punto esos hechos están documentados, cuales son los fundamentos de lo que afirma el novelista. Por eso considero imprescindible el apéndice que detalla, y explica, las fuentes que ha utilizado. Mi convencimiento ha aumentado después de leerlo, he de admitir. Aunque he creído encontrar también alguna fuente un poco más novelesca: en concreto, un tenue rastro de la serie  Breaking Bad (que aparece en la pag. 383 y alguna otra, para quien quiera consultarlo). Se ofrece, además, un glosario de términos coreanos que no viene mal, aunque los podemos comprender por el contexto.

Traducción: Javier Guerrero

sábado, 29 de junio de 2019

Joseph Mitchell: La fabulosa taberna de McSorley

Idioma original: inglés
Título original: McSorley's Wonderful Saloon
Año de publicación: 2017
Traducción: Marcelo Cohen, Alejandro Gibert, Martín Schifino
Valoración: muy recomendable

El prefacio a este texto escrito por uno de sus traductores tiene el curioso efecto de convertir a Joseph Mitchell en algo similar a sus personajes. Pues describe a un sufrido cronista del New Yorker que se mantuvo en nómina y acudiendo a su despacho durante tres décadas sin ser capaz de aportar una sola línea de texto. Toma bloqueo creativo y yo que me quejo cuando, reciente aún la lectura de una última página del libro que sea, no encuentro la frase (la primera, la que Kapuscinski decía que tiraba de las otras. Comprensible que en la revista fueran pacientes y tolerantes. Joseph Mitchell les había regalado El secreto de Joe Gould, inconmensurable texto (cuyo primera parte se incluye en este libro) que no me cansaré de recomendar a todo aquel que se interese por la literatura estadounidense contemporánea y que quiera comprobar cómo se acuña un nuevo estilo.
La fabulosa taberna de McSorley toma el título del primer relato y nos ofrece casi una treintena de los artículos que Mitchell escribió antes de su bloqueo. Y otras historias de Nueva York dice el subtítulo y eso eso exactamente. Crónicas, entrevistas más o menos dramatizadas y estructuradas, muchas veces con información añadida que permite su puesta en contexto y siempre con el preciso estilo de Mitchell, periodista o cronista que expone las cosas tal como son y que deja hablar a sus entrevistados con toda libertad hasta que llegamos a ese punto equívoco en que, de cómodos que nos sentimos asumiendo su perspectiva, puede que hayamos olvidado quién nos está hablando. Porque Mitchell es un maestro en esa generación de cercanía y para nada busca su relevancia por encima de la de aquel que nos presenta. Nada de celebridades, Mitchell siempre estaría alejado del político vanidoso o del empresario ávido de que alguien redacte su recorrido a la cima. Los personajes de Mitchell son gente extraña que transita por lugares como el Bowery, una especie de bajo fondo donde se reunían marginados y gente bajo el paraguas común de la precariedad, la modestia y algunas combinaciones letales como el alcohol o los trastornos mentales. 
Como si fuera un antepasado de los submundos presentes en la obra musical de Tom Waits o Lou Reed, Nueva York entre los años 30 y los 50, período al que pertenece la mayoría de los relatos, Mitchell nos presenta personajes propios de aquella época en un collage que ejemplifica a los Estados Unidos del momento: el que se extiende entre el crash del 29, la Gran Depresión y el renaciente periodo post-guerra, pero no nos muestra triunfadores sino todo lo contrario. Aquí hay vagabundos, mujeres barbudas, maleantes de baja estofa y, en general, toda esa gente anónima o directamente marginal que no se muestra en los tours turísticos a las ciudades. Y es curioso como ciertos estigmas se muestren de un modo tan natural y liviano. Pasados 80 años los capítulos dedicados a los gitanos de Nueva York merecerían la más enérgica de las reprobaciones de los adalides de la corrección política (esos que se devanan los sesos a la búsqueda de eufemismos que acaban siendo circunloquios), pero Mitchell afronta ambos capítulos con una naturalidad que los aleja de cualquier estereotipo racista. Se limita a definir una comunidad, a describir sus costumbres, a acudir y transcribir lo que los cuerpos policiales que los asedian manifiestan sobre ellos. 
Obviamente hay oscilaciones en el nivel literario, y en algún momento (los capítulos finales, curiosamente centrados en detalles gastronómicos) parece que Mitchell ceda ante lo meramente descriptivo o incluso didáctico. Pero el conjunto, y recuerdo algunos libros centrados en Nueva York (Whitehead, Morris), es gratificante como acercamiento al crisol cultural, al bullicioso presente de esa época en que se forjaba lo que es la poderosa nación de hoy, con todas sus contradicciones. Mitchell refleja solo una parte, claro, pero la selección es tan representativa como fascinante.


viernes, 28 de junio de 2019

Elizabeth Hardwick: Noches insomnes

Idioma original: inglés
Título original: Sleepless Nights
Traducción: Marta Alcaraz
Año de publicación: 1979
Valoración: muy recomendable

El afán lector, la voracidad, o incluso el ansia por leer todo lo posible, lo antes posible, lo máximo posible, imprime a veces una velocidad de lectura por encima de la que el texto pide o demanda. Pero hay libros que te obligan a parar, interrumpir esa velocidad de crucero para marcar una pausa y ponerse cómodos y, especialmente, atentos. Y Elizabeth Hardwick sabe hacer eso, sabe hacernos tomar consciencia de que debemos encarar la lectura de un modo pausado. Porque pocas palabras bastan para darse cuenta que este libro no es de consumo rápido, nada más lejos del típico fast food libresco. Aquí hay profundidad, y prosa medida y precisa. Y eso requiere calma, y se agradece que la mano de la autora sepa hacerte tomar consciencia de ello.

Porque hablamos de Hardwick, una escritora con un inmenso talento oculto tras la sombra del que fuera su marido, Robert Lowell (uno de los grandes poetas estadounidenses de la post-guerra), que demuestra en este libro autobiográfico su enorme potencial, en una narración plagada de reflexiones y situaciones diversas, de estructura casi anárquica, casi desorganizada, o al menos en apariencia, pues las reflexiones, como la memoria y los recuerdos, vienen cuando vienen, cogen la forma que les conviene y se van cuando aún estás pensando en ellos. Pero, en ese camino del lector a la adaptación del estilo narrativo, la autora lo pone extremadamente fácil, pues ya en las primeras páginas topas con perlas, con frases como «entonces yo era un ‘nosotros’». Y los ojos de quedan ahí, sin parpadear, como si con esa simple acción pudiéramos conseguir fijar esta compleja frase en la memoria. Porque esta es una de las maravillas de este libro, pues la autora sabe hallar el canal preciso para llegar al lector y, una vez encontrado, llenarlo con multitud de reflexiones. Y preguntas, y respuestas.

En su narración, nutre y viste el relato de referencias a Borges, Goethe, Pasternak, Ibsen, Rilke, y ese bagaje intelectual y cultural de la autora se hace evidente en la calidad que su obra atesora. La formación académica que recibió está marcadamente presente, pero como todo en la vida tiene matices a la hora de recordar qué le aportó, para bien y para mal; una formación académica a la que le dedica también unas palabras en el libro, al narrar «Kentucky, Lexington, la universidad, Henry Clay High School, Main Street. El cementerio donde reposan tu hogar, tu educación, tus nervios, tu herencia y tus tics. Su desaparición apena; su permanencia duele».

Más allá de ciertas referencias literarias, en este libro de memorias y reflexiones, las autora nos traslada a la época de sus primeros amores y recuerda ese enamoramiento propio de la edad en la que sabemos poco, del amor y de nosotros, y que nos lleva en ocasiones a depositar nuestros sentimientos y deseos en un destinatario no adecuado, no aconsejable, en un acto de enamoramiento ciego, que cierra los ojos a una realidad escondida tras un manto de inocencia y deseo, que pone un cerrojo a nuestras más humildes e inocentes intenciones. También nos habla del tiempo pasado en Holanda, y nos hace testigos de encuentros amorosos de conocidos y amigos, exponiendo en sus recuerdos aquellas dudas, dificultades y amores florecientes, origen de tan habituales pasiones y desengaños. Relaciones a tres, amantes desconsolados, infidelidades que desafían a matrimonios en declive, estabilidades conyugales de apariencias férreas, pero de frágil equilibrio e incierto futuro. La autora lo recuerda al afirmar que «la paradoja de la mujer que solo después de casarse y sentar la cabeza alcanza la verdadera soltería. Toma las riendas y adquiere un estado de dependencia dominante de la que solamente ella tiene la llave. Cuánta confianza en su reinado; cuánta habilidad en la diplomacia solitaria, en la preparación del futuro y en el control del presente. Recauda las rentas y las administra, prudente, sin olvidar jamás que está sola».

Y entre idas y venidas, entre experiencias cargadas de intensidad tras su estancia en varias ciudades europeas o estadounidenses, y como si fuera Vivian Gornick en «Apegos feroces» o «La mujer singular y la ciudad», aparece Nueva York como un personaje más, como alguien a quien conoces en tu vida; es difícil explicar cómo era ella sin esa influencia, sin ese magnetismo, sin esa atracción que desprende una ciudad donde «en el cielo no se veían estrellas, pero siempre resplandecía con el titilar de luces constantes», una ciudad en la que «la cáustica luz del crepúsculo caía sobre los intersticios que separaban los edificios grises y rojos».  Y el jazz, siempre presente, como una banda sonora inherente, inseparable, de la ciudad, tomando cuerpo en la figura de Billie Holiday. Hay muchas historias de mujeres, a las que Hardwick habla desde el respeto y, en cierta medida, admiración, historias que en palabras de la propia de Hardwick merecerían bastante más que los breves párrafos que les dedica, personajes en apariencia comunes, pero con unas historias personales que despiertan la curiosidad de quien se acerca a ellas desde una distancia física y temporal que Hardwick reduce a décimas de segundo, lo que se tarda en interiorizar sus palabras siempre precisas y mesuradas.

La narración del yo, tantas veces criticada en la actualidad, en este caso es un yo que es una época, una sociedad cambiante a lo largo del tiempo que cubre la historia, que se transforma con el paso del tiempo, que conoce comunistas y socialistas, artistas y cantantes de jazz, pobres y clase media, así como relaciones rotas antes de empezar y sueños que se cumplen solo a medias, hasta el despertar a menudo abrupto y accidentado. Hay criadas y mujeres ricas, amantes y amigos, hay necesidades afectivas a cubrir, por todos, envueltos en situaciones de amores desvanecidos, que la prosa siempre afilada y precisa de la autora describe afirmando que «a menudo se observan mutuamente, pero miran sin ver, como dos espejos colgados de paredes enfrentadas» o también cuando hábilmente expone los encuentros sin porvenir, las citas sin futuro, en esas situaciones donde «la esperanza resistente y perenne no sobrevive al final de la cena. Esto es Nueva York, con sus tumbas al lado de la orilla».

También habla de personas sin un prometedor futuro, personas que «nunca conocieron la clase media ni el esperanzado temblor que se apodera de quien, tambaleándose, logra subir algunos peldaños. Ellos vivían en un mundo de ideas que había llegado hasta ellos como si de una carta con la dirección mal escrita se tratara…» o, al hablar de la clase trabajadora, afirmando que «hombre con los ojos surcados de venitas rojas, con pesados sellos del instituto, con camiseta de algodón blanco y jornadas en la gasolinera para trabajar en esa familia que, desde su primera adolescencia, ya imaginan».

Así, embelesado por la calidad de la prosa que transmite en cada párrafo y en un vaivén temporal que para nada dificulta la comprensión de la lectura, uno avanza por ella como quien ha sido invitado a una charla en la intimidad, como si fuéramos ese hombro sobre el cual la autora profesa y airea sus confesiones, reflexiones sobre la vida, de la suya, de la de todos, momentos que marcan el destino, que dejan huella en un presente lastrado a una experiencia, siempre buscada, aunque de resultado no siempre deseado. Y en el espíritu de confidencia que despiertan sus palabras, nos recuerda que «las preocupaciones y las lecturas de toda una vida pueden reportarte viajes gratis que no estás segura de querer aceptar». Porque en el fondo, de eso se trata, de abrir un libro como quién se abre al mundo, y que lo que nos llegue de él sepamos encajarlo en nosotros mismos de la mejor manera posible y obtener toda la enseñanza que nuestra mente acepte.

El estilo narrativo de Hardwick está repleto de una belleza inusual, de una redondez literaria fuera de lo común, de una potencia narrativa difícil de encontrar. Estamos hablando de un auténtico librazo, una de aquellas obras que siempre deben quedar en una zona destacada de nuestra librería por si, en un ataque de ansiedad cualitativa, o por si alguna vez dudamos sobre de qué trata esto que llamamos literatura, pueda uno alcanzarlo rápidamente y volver a creer en la fuerza de las palabras.

También de Elizabeth Hardwick en ULAD: Historias de Nueva York

jueves, 27 de junio de 2019

Joyce Carol Oates: Desmembrado

Idioma original: inglés
Título original: DIS MEM BER and Other Stories of Mistery and Suspense
Año de publicación: 2017 (como libro); entre 2015 y 2017 (en diferentes publicaciones)
Traducción: Patricia Antón
Valoración: entre recomendable y está bien

¡Hay que ver cómo es tía Joyce Carol! ¿Se pensaba alguien que, a la hora de publicar un libro de cuentos (uno más) lo iba a titular algo así como Las fábulas de tía Joyce Carol o Repostería narrativa con vuestra amiga y vecina Joyce Carol? Nada de eso: Desmembrado, que no es una metáfora, sino una historia con desmembramientos de verdad -incluso el título en inglés está "desmembrado"-, así, en plan gore... Pues menuda es ella, como ya sabrá cualquiera que haya leído sus libros.

Y eso que nadie lo diría, con la pinta de dulce ancianita que gasta... (hace poco ha cumplido 81 años): si la llamo, con familiaridad quizá excesiva, "tía Joyce Carol" es precisamente porque parece una de esas tías abuelas con aspecto algo extravagante a la que te llevan a ver de visita y te mete en el bolsillo pegajosos caramelos de menta. Una tía abuela a la que le gusta observar aves y cosas de ésas -en este libro hay un par de cuentos que lo confirman-, pero que luego tiene un punto más macabramente hardcore que un músico de black-metal escandinavo (bueno, menos Varg Vikernes, claro, que ése llevaba su macabrez a la práctica...). Si alguien tiene dudas al respecto, que le eche un vistazo a los relatos que componen este libro; casi todos ellos tienen en común tres cosas:

  1. Tienen como núcleo central algún comportamiento o situación violenta. A veces esta violencia es más explícita -de hecho, muy explícita- y en otras más difusa, o tarda en manifestarse, pero ahí está.
  2. Casi todos los cuentos -seis de siete- están protagonizados y narrados por mujeres. Esto no quiere decir (no nos apresuremos a sacar conclusiones) que las mujeres sean siempre las víctimas, o lo sean de un modo explícito: también pueden ser victimarias, como se dice tanto últimamente, o cómplices.
  3. En casi todos ellos -cinco y un tercio de siete, por decirlo así- hay un componente obsesivo, hasta el punto de que es la obsesión, más que la violencia, lo que parece el verdadero tema del libro. Aquí sí que está claro que quienes sufren esta obsesión son siempre mujeres. No sé si doña Joyce Carol pretende decirnos alguna cosa...
El cuento que se sale de la norma es el último del libro: ¡Bienvenidos al vuelo entre amigos!, una divertida parodia de las instrucciones que le da una compañía aérea a sus pasajeros. Humor negro-negrísimo, por supuesto... También se sale en gran medida Situaciones, que es un cuento algo enigmático dividido en tres partes y que me ha recordado algo al estilo y formas de Angela Carter. Los otros cinco sí que cumplen con claridad los tres puntos que he mencionado antes: todos ellos los protagonizan mujeres en aparente situación de debilidad, que sufren algún tipo de obsesión -no sólo con respecto a los hombres -Alida, la narradora de La chica ahogada tiene el seso absorbido por la historia de una chica que fue asesinada en su Universidad antes de llegar ella-, y en todos se da, en la realidad o en la imaginación -o en ambas, pues no siempre queda claro- alguna situación de extrema violencia. Alguno de los finales que da bastante abierto, de hecho, aunque el cuento quizá más logrado en lo puramente literario, Desengaño, también es el más previsible, según una célebre regla dramática que los lectores no dejarán de reconocer. El pasadizo, por su parte, adolece de todo lo contrario: sorprende (y perdón por el posible spoiler) con un exceso de giros finales, tras un desarrollo del relato que parecía ir por otro camino. Por último, Desmembrado y La garza azulada son dos cuentos bastante logrados, pero que dejan algún aspecto que otro deshilachado, aunque quizás esa fuera, justamente, la intención de su autora.

Espero que nadie piense, sobre todo tras leer el comienzo de la reseña, que mi valoración del libro está lastrada por prejuicios contra la literatura escrita por mujeres mayores. Muy al contrario: me parece un conjunto de relatos excelente, por encima de la media de lo que se suele leer y con un estilo y una agilidad narrativa envidiable, más aún si tenemos en cuenta que, según cabe suponer, su autora los escribió con setenta y tantos años. ¡Ya me gustaría a mí escribir así con esa edad... Vamos, y ahora también! En cuanto a lo de "tía Joyce Carol", es evidente que se trata de un apelativo cariñoso: Oates, junto con otras "tías abuelas" de la literatura como Margaret Atwood o Alice Munro es una de las grandes. Sin duda ninguna.

¡A ver si os enteráis, suecos!

miércoles, 26 de junio de 2019

Chinelo Okparanta: Bajo las ramas de los udalas

Idioma original: Inglés
Título original: Under the udala trees
Traducción: Iballa López Hernández
Año de publicación: 2017
Valoración: Bastante recomendable

Es triste comprobar la escasa presencia de literatura africana en nuestras librerías. No sé si tendrá que ver con la distancia cultural y geográfica o con motivos crematísticos, pero resulta complicado encontrar libros de autores que no sean los ya consagrados Ngugi wa Thiong'o, Chinua Achebe o Chimananda Ngozi Adichie y los "no tan africanos" Coetzee o Gordimer. Y es una pena porque así pasan desapercibidos libros tan interesantes como este "Bajo las ramas de los udalas" de la nigeriana (residente en Estados Unidos) Chinelo Okparanta.

"Bajo las ramas de los udalas" es, casi a partes iguales, una novela de formación y novela de denuncia en la que se narra la infancia, adolescencia y juventud de Ijeoma, joven de la etnia igbo cuya vida está marcada por dos hechos: la guerra y su orientación sexual.

La historia comienza allá por 1968, año en el que la provincia de Biafra se enfrentó con el gobierno federal nigeriano en una cruenta guerra civil. Ijeoma es testigo de la guerra y, con la inocencia de sus escasos diez años, nos ofrece una visión casi "infantil" del conflicto. Poco dura esta visión ya que un hecho trágico marca una ruptura total en la vida de Ijeoma y su madre. El dolor y la devastación provocados por la violencia suponen un cambio radical en el desarrollo de la novela, la cual pasa a ser la historia de una permanente huida, ya sea voluntaria o forzada por las circunstancias.

Lo que hasta ese momento parecía la narración de los terribles efectos de la guerra desde la óptica de una niña se convierte en novela de formación y denuncia. Lo que hemos dado en llamar "novela de formación" abarcaría desde el despertar sexual de Ijeoma hasta su toma de conciencia adulta, pasando por sentimientos contradictorios o complementarios (según se mire) como el amor, el deseo, el remordimiento y la culpa. Estas dos palabras son clave en la novela: remordimiento y culpa. Ambos derivan del ambiente de violencia y extremada religiosidad mal entendida en el que viven Ijeoma, Amina, Ndidi y compañía, asfixiadas todas ellas por tradiciones y supersticiones que suponen una pesada losa capaz de aplastar bajo su peso a quien se "atreva a  desafiarlas". Ante un entorno así, ante el miedo, cada uno actúa según sus posibilidades e Ijeoma trata de llevar una vida "normal", cosa de lo más complicada.

Es en ese momento en el que Ijeoma alcanza la edad adulta cuando la novela se convierte en denuncia, ya sea de la situación de la mujer, de la del colectivo LGTB, del machismo, la violencia o de la intolerancia religiosa. Esta parte me ha recordado (y mucho) al recientemente reseñado "Formas de estar lejos" de nuestra querida Edurne Portela.

Por otro lado, y a la hora de valorar la obra, quisiera dividirla en dos partes: la ambientada en la infancia y adolescencia de Ijeoma y la de su "edad adulta". Me parece más conseguida la primera de ellas. Okparanta configura el personaje de Ijeoma lentamente, en base a una serie de sucesos clave que determinan su vida y su conducta. Toda esa pausada construcción psicológica del personaje se acelera en la edad adulta y momentos determinantes en la historia son cerrados a través de elipsis, no sé si buscadas intencionadamente o no, que dejan con la sensación de cierre un tanto "apresurado". 

Pese a este último apunte, lo positivo de "Bajo las ramas de los udalas" supera ampliamente a lo negativo. Es, por encima de todo, una buena novela, bien narrada y bien construida, que nos pone frente a frente con una realidad que no por lejana en el tiempo y en el espacio podemos dejar de ignorar. 

martes, 25 de junio de 2019

Gustavo Adolfo Ordoño: La guerra de Ifni


Idioma original: castellano
Año de publicación: 2018
Valoración: Está bien

Salvo aficionados a la Historia o la geografía, y salvo los muy muy veteranos –no sé si hay alguno por aquí-, no muchos de los que lean esto sabrán lo que es Ifni. Y muchos menos aún, seguramente ninguno, habrán tenido noticia de que en ese lugar, en pleno franquismo, hubo una guerra entre España y Marruecos que duró unos meses. Pues amigos, vuestra ignorancia es normal y disculpable, porque el territorio en disputa carecía de toda importancia, y el episodio bélico fue convenientemente ocultado por la dictadura como ahora veremos.  Precisamente estas dos circunstancias (el objeto del litigio y su tratamiento informativo) son las que proporcionan cierto interés al libro que nos ocupa.

Por centrar un poco los hechos, Ifni era un muy pequeño territorio en torno a una también muy pequeña población (Sidi-Ifni), que constituía un enclave español en el sur de Marruecos, cuando España todavía poseía lo que se llamó el Sáhara occidental español, que a su vez dio lugar a graves, conocidos y persistentes problemas en su proceso de descolonización. Ifni era una de esas rarezas históricas, poco más que una pesquería, de valor estratégico muy limitado, cuya existencia como enclave derivaba de un viejo y confuso tratado del siglo XIX, revitalizado en época de la República (Chaves Nogales escribió sobre el tema). Según parece, en relación directa con la reciente independencia de Marruecos –y con el nunca confesado apoyo de sus nuevas autoridades- en 1957 Ifni sufrió el ataque de grupos guerrilleros frente al que apenas pudieron resistir guarniciones españolas poco y mal dotadas, compuestas en buena parte con soldados sin experiencia ni preparación. La consecuencia de este absurdo fue una guerra no declarada que duró seis meses, cerca de un centenar de muertos del lado español, y todo para que el territorio fuese restituido a Marruecos unos años más tarde. Vamos, un episodio dramático y ridículo a partes iguales, algo muy propio del Régimen.

Antes de nada hay que advertir que el libro apenas nos pone en conocimiento de los hechos concretos. Se diría que el autor diese todo ello por conocido, lo que resulta paradójico dada su insistencia en la escasez y opacidad de la información, pero el caso es que casi hay que imaginar lo ocurrido, porque de lo único de lo que nos habla es de su reflejo sobre el Régimen y la consecuente respuesta de éste. Tal vez porque es lo más interesante que puede deducirse de estos acontecimientos, porque pone luz sobre la actitud del franquismo en su doble esfera exterior (relación con el mundo árabe y los procesos de colonización/descolonización) e interior (hacia la sociedad española del momento y hacia el estamento militar).

Sin pretender reproducir las tesis expuestas en el libro, podríamos resumir la respuesta del gobierno de Franco en tres fases que en algunos momentos se solapan:

  • El desconcierto. La actitud oficial con respecto a las posesiones africanas engloba muchos matices (voluntad de satisfacer a los militares africanistas, cierto deseo ingenuo de emular las ‘hazañas’ coloniales de otras potencias, competencia directa con Francia), pero quizá predomina una especie de paternalismo que a su vez dio lugar al deseo de actuar como puente entre Occidente y el mundo árabe (un deseo realmente fundado en nada, y que ha perdurado en todos los gobiernos españoles posteriores, curiosamente con más fuerza en los de signo progresista). Con todo esto, el hecho de que ese patio trasero con el que tan buena relación había y al que se pretendía proteger (pónganse todas las comillas necesarias) se rebelase de forma violenta, dejó descolocado a Franco, que no supo reaccionar.
  • El silencio. En parte como consecuencia de lo anterior, el primer movimiento es un apagón informativo total. Pero no solo por no saber qué hacer con el asunto: cuando se empezaban a suavizar los efectos de la Guerra civil (finales de los 50), se considera que la sociedad no encajaría bien la idea de sumirse en otro conflicto bélico. Y además la situación no era para sacar demasiado pecho: el territorio en disputa estaba mal defendido, con dotación escasa y mal preparada (mayoría de soldados de reemplazo), y los medios obsoletos de un Ejército ineficaz, anclado en la verborrea y la parafernalia.
  • La mentira. Pero, claro, cuando empieza a haber cadáveres por medio la cosa se pone complicada. Entonces se recurre a combinar el silencio con puntuales informes sobre gestas y heroicidades, de forma que el Régimen pudiera enarbolar la figura de algunos mártires, que siempre son útiles para mantener la llama del patriotismo y contentar al auditorio (jerarquías, pero también ciertos sectores populares). Hubo por ahí un par de nombres que adquirieron cierta relevancia y gozaron de algún homenaje pero, según cuenta Ordoño, la gran mayoría de combatientes fueron ignorados y aun hoy siguen formando plataformas en internet para reclamar algún tipo de reconocimiento, o simplemente que se haga justicia con sus nombres.

La conclusión del episodio es igualmente absurda. La mayor parte del territorio fue abandonado y por tanto ocupado por los guerrilleros marroquíes, conservando España únicamente la capital Sidi-Ifni y un pequeño perímetro exterior. Esta ridícula posesión sería declarada provincia española… y diez años después (1969) restituida a Marruecos. Vamos, todo un proceso disparatado, alentado en principio por las ansias imperiales, sustentado después en satisfacer al poderoso estamento militar, para acabar, demasiado tarde y de mala manera, teniendo que aceptar la realidad de un proceso descolonizador que ya se venía desarrollando desde bastantes años antes.

Bien, si les interesa el tema, ahí está el libro, muy bien documentado y que ahonda en los asuntos que modestamente me he permitido resumir. Tiene en su contra cierto déficit de información en los hechos concretos y, por qué no decirlo, una sintaxis peculiar que a veces entorpece la lectura. Y si no les interesa en absoluto, pues eso, que ULAD estará mañana aquí mismo, con la puntualidad habitual, para proponer otras cosas que seguro les van a gustar.

lunes, 24 de junio de 2019

Vernon Lee: Vanitas

Idioma original: Inglés
Título original: Vanitas: Polite Stories
Traductor: José Luis Piquero  
Año de publicación: 1882
Valoración: Recomendable 

Vernon Lee es el pseudónimo con el que eligió publicar la escritora y crítica de arte Violet Paget (1856-1935). De la obra narrativa de Paget destacan sus novelas y cuentos de corte sobrenatural. La autora también empleó, sin embargo, otros registros con igual maestría. Los tres relatos que componen Vanitas, más próximos al naturalismo de Gustave Flaubert que a las quimeras de la literatura fantástica, son una muestra de ello.

En efecto, las historias de este volumen tienen mucho de Flaubert: un estilo preciosista, una prosa rebosante, heroínas que se sienten asfixiadas por culpa de su entorno y la clase social a la que pertenecen... Igualmente, estos relatos despiertan reminiscencias a Henry James (mencionado en dos de ellos), en lo que a densidad psicológica de los personajes se refiere.

En "Lady Tal", un novelista ayuda a una mujer que lo fascina a pulir su manuscrito. Durante las semanas que pasarán el uno junto a la otra, su compleja relación se va desarrollando hasta culminar en un desenlace inesperado. Por otro lado, "Una mujer de mundo" gira en torno a un alfarero socialista que conoce a una joven aristócrata que, según parece, rechaza la fastuosa existencia de sus familiares y allegados. ¿Por qué, pues, acaba casándose con un hombre rico y vulgar?

Como quizás pueda apreciarse, estas historias guardan bastantes similitudes. En primer lugar, parten de una premisa similar: un hombre observa a una mujer relativamente excéntrica. Esta fórmula cambia ligeramente en el cuento que cierra la antología. Uso el término cuento, por cierto, de manera deliberada, pues "La leyenda de madame Krasinska" tiene un toque a fábula del que las anteriores narraciones carecían. Además, esta propuesta presenta una miríada de tonos y aproximaciones formales de lo más sugestivas, alejada de la factura más convencional de sus predecesoras. 

No voy a negar que a la prosa de Paget la salpica algunos detalles superfluos. De todos modos, éstos quedan, por lo general, satisfactoriamente integrados en el texto, pues persiguen el efecto estético o la pincelada satírica. La afectación de varios diálogos o personajes, asimismo, debe ser aceptada. Paget se sirve de ella para retratar el frívolo microcosmos en el que transcurren estos relatos. Encima, compensa sobradamente lo relamido de esos pasajes con reflexiones de calado intelectual.

Tres relatos, en suma, extraordinariamente escritos. Lejos están de reivindicar a las clases pudientes, pero sí que les reconocen una complejidad de la que a menudo se les despoja. Especialmente inciden en la perspectiva femenina del asunto, dado que Paget fue, ante todo, una mujer rebelde y contestataria.  

domingo, 23 de junio de 2019

Elena Poniatowska: Tinísima


Idioma original: Castellano
Año de publicación: 1992
Valoración: Muy recomendable

Iniciado como un encargo para un guión cinematográfico, la mexicana Elena Poniatskowa (París, 1932) mantuvo durante diez años el borrador de Tinísima entrando y saliendo del cajón. Quiere esto decir que durante una década convivió con Tina Modotti; se documentó y leyó todo lo que caía en sus manos, entrevistó a fuentes primarias que la conocieron, la trataron, la amaron (por ejemplo, el que acabó como senador italiano, Vittorio Vidali) y fabuló con sus sentimientos, sus motivaciones, sus afanes, talentos y reveses. De Tina Modotti (Udine, Italia, 1896, fallecida en México DF a los 46 años) nos queda la memoria de una vida convulsa y agitada, cosida con delicadeza y fanatismo, con generosidad y militancia, que arrancó prometedora para finalmente apagarse derrotada entre la renuncia, el silencio y el olvido.

Tinísima es un novelón, casi setecientas páginas, torrencial y meticuloso, visceral y emocionante. También algo irregular; lógicamente la tensión dramática, el frenesí narrativo, tiene altibajos. Por ejemplo, la primera parte digamos mexicana me ha parecido bastante más interesante y bella que su segunda mitad, europea y española, más oscura y tenebrosa. La novela arranca con una Tina soñadora y atrevida que abandona su incipiente carrera como modelo y actriz de Hollywood para dejarse llevar desde la incipiente y vacua bohemia de California al exótico y excitante México post revolucionario como ayudante del fotógrafo Eduard Weston. Allí empezará a experimentar y desarrollar su propio proyecto vital y artístico; la sensibilidad de su mirada, el empeño en amar a quien decida, la capacidad de vivir con sus propias normas y valores; de posar desnuda, de cambiar de pareja, de relacionarse con la gente más humilde de tú a tú, de ser autosuficiente y de llegar libremente más allá de los límites, las convenciones o las imposiciones.

Aquí hay páginas excelentes, bellas y trepidantes, en las que la escritura de Elena Poniatowska es sensorial, carnal y poderosa, convirtiendo la lectura en un ejercicio a flor de piel, como cuando describe el amor entre Tina y el cubano –comunista y exiliado- Julio Antonio Mella: “Grita ¡Julio!, el vaivén de las olas en su cuerpo, el rostro en lágrimas, su cuerpo en cada ola; Julio desaparece en la mole oscura que curva su dorso y se desploma; la resaca lo hará visible, ella lo rescatará por los cabellos cubiertos de arena  y espuma; aplicará su boca a los sus labios rotos, respirará en su pecho copos de sal hasta ver las sábanas otra vez levantadas a su lado, Julio recuperado”, Fue este el punto de inflexión en la vida de Tina Modotti, el asesinato de Julio Antonio Mella andando de su brazo por las calles de DF. La prensa se le echó encima, los círculos comunistas en los que se movía respondieron con tibieza (Mella exhibía criterio propio, actitud herética para la ortodoxia del Partido) y sólo la generosa y apasionada defensa de Diego Rivera le devolvió la libertad, aunque al precio de ser expulsada del país. De esos años, sus fotografías y las que a ella le hicieron nos revelan tanto lo que observó como la manera en que decidió ver lo que le rodeaba y las páginas de Tinísima están impregnadas decididamente de esa luz, de esa atmósfera, de ese pálpito.

En el Berlín previo a los nazis, Tina Modotti, desiste de la máquina de fotografiar para implicarse por completo en la maquinaria comunista; de allí pasa a Moscú, donde se integra en el Socorro Rojo Internacional y ejerce como agente en misiones por Europa. El arrojo que le permitió trascender límites se reconvierte en profesionalidad revolucionaria; las órdenes se ejecutan, las consignas y los líderes, ahí está Stalin, jamás se cuestionan. Aún así, la paranoia y el cretinismo soviético la empujan a poner tierra por medio y establecerse en España, donde adopta el nombre de María, primero para intentar paliar la represión por el estallido de octubre del 34, al poco el de la Guerra Civil. Tina Modotti la pasará cuidando, curando, alimentando a heridos y refugiados, ayudando a crear el Hospital Obrero de Madrid, intentando paliar el sufrimiento de la población en al huída de Málaga a Almería, alentando a las Brigadas Internacionales… La derrota de la República española la llevará a Francia, Estados Unidos, de nuevo México.

Elena Poniatowska describe la transformación de Tina, el tránsito de aquella mujer magnética y deseable, sabedora que portaba el maravilloso y extraordinario don del arte hacia el de una persona esquiva e intransigente, acre, opaca, depresiva, que despreció a Diego Rivera por la simpatía del pintor hacia Trotsky. Aquí también la escritura de Elena Poniatowska se enreda por momentos, a mi parecer, en largas enumeraciones de apellidos, párrafos íntegros de testimonios y algunos errores de bulto, como asegurar que las Brigadas Internacionales tuvieron que abandonar España por órdenes de las Naciones Unidas…

Otros deslices quizás, sean la mera reproducción de una creencia sin confirmar, como cuando el personaje de Tina Modotti asegura que Matilde Landa falleció en Granada. La que también fuera incansable militante comunista y con la que Tina Modotti trabajó coco con codo durante la guerra española, en realidad se mató al tirarse al vacio en la prisión de mujeres de can Sales, en Palma, incapaz de seguir soportando la presión por el chantaje al que catequistas, monjas y carceleros le sometieron con el fin de que aceptase ser públicamente bautizada. Una historiadora lo definió como el espectáculo de la humillación. Hoy esa prisión es una biblioteca pública; de una balda en su sótano he tomado prestado el ejemplar de Tínisima con el que Elena Poniatowska quiso que no se perdiera, que no perdiéramos, la memoria de Tina Modotti.

 
 



















 Otras reseñas de Elena Poniatowska en Un libro al día: Leonora, Querido Diego, te abraza Quiela







sábado, 22 de junio de 2019

Reseña + entrevista: Lago negro de tus ojos, de Guillem López


Idioma: español
Año de publicación: 2019
Valoración: de lo más recomendable

Hermoso título el de la última novela -corta, no llega a las 130 páginas- de Guillem López, uno de los más destacados autores que hay por estos lares del género de la ciencia-ficci... un momento, creo que no no voy bien así. Reseteo...

Hermoso título el de la última novela de Guillem López, uno de los más destacados autores por estos lares de los géneros fantástico y de terro... No, no, tampoco lo acabo de ver... perdón. Con permiso, vuelvo a empezar,,,,

Hermoso título el de la última novela de Guillem López, un escritor contemporáneo que no duda en emplear los recursos metafóricos y metaliterarios necesarios para... Uf... mirad, lo siento, pero esto no funciona. Mejor comienzo de nuevo, de cero.

Lago negro de tus ojos, novela de hermoso título -eso es innegable- es todo lo que he comentado (o tratado de) anteriormente: una novela de género fantástico que utiliza el trampolín del ci-fi para lanzarse de cabeza hacia el terror -de "horror cósmico", la ha definido en alguna ocasión su autor, seguramente con algo de sorna, pese a que sí, lo es...- y que utiliza los recursos metaficcionales convenientes con excelente soltura, dado que no entorpecen la narración ni sirven como un reclamo exhibicionista que acabe eclipsando la historia en sí, sino todo lo contrario.

Historia compleja, por cierto, pero contada tendiendo a cierto "minimalismo", con los medios justos: un puñado de personajes localizados en un pequeño pueblo y a los largo de unos pocos días. el pueblo es valenciano -podría ser cualquiera cercano a la Albufera- y es al que vuelve Carla Babiloni, una periodista que se ha criado allí y debe escribir un reportaje sobre su situación tras el llamado Incidente: la aparición en el lugar de una laguna oval de aguas negras -no es la única que ha surgido en el mundo, pero sí la más grande- que parece ser un portal de algún tipo a otros universos u otras dimensiones y que atrae tanto a rebaños incesantes de turistas como a miríadas de insectos que infectan la localidad, magnetizados por la cercanía de la laguna. Insectos, fuerzas militares internacionales, sectas milenaristas... todos estos elementos se van trenzando en la novela junto con el pasado de carla, con las razones por las que no había vuelto a su pueblo hasta entonces, para construir una trama cada vez más inquietante en medio de un ambiente ya de por sí opresivo, casi pútrido...

El narrador del relato es Bernat, un antiguo novio de Carla que ha permanecido en el pueblo y trabaja en la fructífera actividad de exterminar plagas. Además, Bernat se dedica a dibujar todo lo que sucede, ya lo vea por sí mismo o lo intuya, en viñetas... Aunque quizás lo que ocurre sea que sucede sólo lo que Bernat dibuja. O no ha sucedido nada de lo que cuenta y todo está, tan sólo, en sus dibujos, quién sabe...

No quiero comentar más del argumento porque precisamente una cualidad de esta novela, sin duda gracias a su escueta extensión -aunque sólo en parte, porque también podría padecer una prosa anestesiante y no es el caso- es su carácter inmediato, casi esencial, que no deja espacio para la divagación... ni para la distracción del lector. De hecho, en verdad tampoco hubiera sufrido mucho menoscabo esta inmediatez si la novela se alargase un poco más; no porque a la trama le falten elementos -bien al contrario-, sino para dotarle de algo de "esponjamiento" a la narración. Pero no era esa la intención del autor, que ha optado -con un buen resultado, ya digo- por ese "esencialismo", donde además no todo se explica y tampoco hace falta... Quizás podríamos preguntarle al propio Guillem López a qué se debe esta elección...

-A diferencia de tu anterior novela, El último sueño, que se desarrollaba en un mundo fantástico completamente desarrollado (lo que los escritores llamáis worldbuilding), Lago negro de tus ojos transcurre en un entorno mucho más cercano, un pequeño pueblo valenciano, y con apenas un puñado de personajes. También es una novela bastante más corta. ¿Este cambio a un cierto "minimalismo" es consciente y buscado o el resultado de una escritura más rápida, menos controlada?

-Bueno, worldbuilding siempre ha habido. Antes se llamaba crear escenarios. La primera diferencia entre localizar un relato en un mundo fantástico y el nuestro es que el nuestro ya es plausible de partida, mientras que en un mundo fantástico hay que trabajar absolutamente todos los aspectos.En mi caso, el escenario, pese a que no es real, es realista. los poblados al sur de valencia.La aparición de lagunas que son portales a otra parte del Sistema Solar es el elemento fantástico que irrumpe en el escenario.
Respecto a la longitud del libro, quería escribir una novela corta, probar si podía manejarme en esas distancias. y ha sido más complicado de lo que parece, porque una novela corta requiere unos tiempos muy diferentes a lo que estaba acostumbrado. El minimalismo en el estilo es sólo una fase más en mi eterno aprendizaje. lo que estoy escribiendo ahora mismo también explora otras posibilidades. Escribir es un juego, un descubrirse, y en eso estoy.

-Se puede decir que Lago negro... tiene un aire a lo Stephen King, al menos en el planteamiento inicial, pero también hay elementos narrativos que recuerdan a Lo que más me gusta son los monstruos y referencias a Poe y Lovecraft. Tu anterior novela se podría encuadrar en el New Weird, con el aporte vintage de los Gangs de N.Y. de Herbert Ashbury, mientras que Arañas de Marte, en cambio, denota una impronta "philipkadickiana" (si existe ese adjetivo). ¿Toda esa variedad de referencias es también el resultado de una exploración consciente y planificada, o más bien a dejar aflorar toda una serie de lecturas y de autores de forma espontánea?

-Ah, sí. Hay mucho King y Lovecraft, pero también los hermanos Cohen y David Lynch. Hace algún tiempo que le doy vueltas a eso: los campos de arroz de Valencia , la costa y la huerta, son mi Maine , mi pequeño Providence lleno de luces y sombras. utilizar mi escenario cercano era una necesidad. respecto a las referencias, como dije, me gusta cambiar. Entre un libro y otro pasa aproximadamente uno o dos años. yo he cambiado, el mundo a cambiado. ¿Por que´no deberían cambiar mis libros? Creo que es un poco lo que esperan mis lectores, cosas diferentes, algo nuevo. nos pasa a todos, a mí también. Somos adictos a las emociones fuertes y al placer inmediato. Queremos estímulos, queremos sorprendernos. Lo nuevo envejece muy rápido. encadenamos hype tras hype, como un Trazán yonki que atraviesa la jungla de bits y tuits. Yo sólo soy el que toca el tam-tam en este rollo tan esquizofrénico que nos hemos montado.

-Tanto esta novela como El último sueño tienen un trasfondo político importante; en este caso, sobre la opacidad de la información y las medidas al margen de la ciudadanía que toman los gobiernos y los organismos supranacionales. ¿Consideras, como es habitual oír últimamente, que toda literatura debe ser política y que incluso la ausencia de la misma en la literatura denota un posicionamiento político, de alguna manera?

-Toda expresión artística es política porque lo personal es político. el que diga que en sus libros no hay política es idiota o, simplemente, malvado.La obra proviene del autor, con sus prejuicios, sesgos, concepción del mundo y moral. No es tan difícil de comprender. Hay gente que me ataca porque incluyo política en mis libros o porque tengo una postura política en redes.Son los mismos que luego se meten entre pecho y espalda un grimdark que, básicamente, perpetua un sistema social basado en la violencia. O solo conciben el futuro como una distopía, que es la expresión más fatalista del liberalismo y cuyo mensaje básicamente se reduce a que la sociedad está condenada, el nosotros ha fracasado y sólo queda el yo. No sé si es que nos hemos vuelto todos gilipollas, pero me parece alucinante que nadie, ya no denuncie, sino por lo menos sea consciente de que el mensaje predominante que transmite la mayor parte de ficción contemporánea es, básicamente, propaganda.

-Hoy en día existe una compartimentación muy acentuada en literatura, no solamente entre los diferentes géneros (y dentro de cada género), sino incluso con respecto a niveles de lectura (o de lectores), edades, ideologías, etc... Pocos géneros han conseguido convertirse en transversales en toda esta compartimentación del público y el mercado, quizás tan sólo el género negro, policiaco, noir... ¿Podría ocurrir lo mismo con el género fantástico o la ciencia-ficción? ¿Sería deseable que ocurriese?

-Me parece mucho más interesante conseguir lectores transversales que un género transversal. Quiero decir, lectores que puedan moverse entre géneros. yo soy un lector transversal porque me muevo entre géneros, pero sé que pertenezco a una minoría y que la tendencia es contraria: mayor segmentación del mercado, especialización editorial, un producto para cada tipo de lector. las normas del juego nos lo ponen cada vez más fácil, parece que somos libres para elegir y que eso nos hará más felices, pero en realidad estamos encerrados en una cárcel de algoritmos, con un horizonte demasiado cercano. Es una mala copia de la sociedad contemporánea: unos pocos libros que venden millones y millones de libros que venden un centenar de ejemplares.

-En este libro hay un componente metaficcional, por medio de las viñetas que dibuja Bernat, que incluso puede hacernos plantearnos la interpretación final de la novela. Algo parecido ocurría en Arañas de Marte, con la novela pulp que leía la protagonista... ¿Este interés por la metaficción te convierte, en cierto modo, en un escritor postmoderno? Y lo que es más importante: ¿vas a demandar al blog por haber insinuado que lo seas?

-No me ofendo, en serio, no imports. Es el tiempo que nos ha tocado sufrir. Lo seremos durante mucho tiempo, todo lo que dure esta lenta muerte del postmodernismo. Es como decir que todos somos cristianos. Lo somos. Llevará generaciones deshacernos de la cosmovisión cristiana. Está bien que alguien se proclame ateo. Otra cosa es que pretenda hacernos creer que el mundo que ha puesto frente a él el cristianismo durante quince siglos y su posición en él ha cambiado de la noche a la mañana. El capitalismo tsmbién nos perseguirá durante mucho tiempo. Está condenado. Tarde o temprano desaparecerá, pero nosotros ya estaremos muertos.
Respecto a la metaficción, es una constante en mis libros. Todos juegan de alguna forma con el concepto de realidad y ficción, verdad y mentira. Es algo que me interesa, una especie de retruécano, porque expongo esa débil frontera entre realidad y ficción desde una mentira. Básicamente, toda la literatura es ficción. En Challenger, esa trampa se exponía desde el principio, con una nota en que se advertía que algunos personajes y sittuaciones habían eistido realmente. Y eso es un punto de partida que define nuestra sociedad actual. Es una mentira, pero puedes creer en ella si quieres. Más omenos como las paparruchas y bulos de la extrema derecha, sabes que son mentira, pero es tu mentira, tuya y de nadie más. Y si mucha gente cree en una mentira, ¿quién va a llevarles la contraria? ¿La realidad? ¿La ciencia? Todo eso hace tiempo que dejó de tener interés. Ya no importan los hechos, sólo importa el dinero y todo lo que puedas comprar con él. Es la decadencia final de un pensamiento y una cosmovisión que agoniza.

-Tanto Lago negro... como Arañas de Marte se desarrollan en entornos qye te son cercanos, pueblos de los alrededores de Valencia, la costa alicantina, etc... Aparte de lo interesante y hasta loable de esta decisión, ¿está entonces en tu ánimo convertir a la Comunidad Valenciana en un nuevo Maine (literariamente hablando, se entiende)? ¿Qué escenarios te parecerían adecuados para, por ejemplo, una distopía apocalíptica: la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el aeropuerto de Castellón, la plaza del Ayuntamiento de Valencia un día de mascletà...?

-Ah, sí. Como dije antes, voy a darle más importancia a los escenarios cercanos en mi obra. Quiero hacer algo Cyberpunk en València y también en el universo lovecraftiano de Lago negro de tus ojos. Así que mis próximos trabajos irán en esa línea. Ni de coña voy a hacer una distopía apocalíptica, por principios y porque no se acerca ni de lejos a la prospectiva que tengo en mente. Me interesan más las posibilidades y los cambios a nivel estructural que se producirán en la sociedad las próximas décadas, en parte debidos a los avances tecnológicos, pero también al agitamiento del sistema financiero global.

Pues estaremos atentos a las próximas propuestas de Guillem López (al menos quien firma esta reseña). Sin olvidar agradecerle antes, por supuesto, la amabilidad y paciencia que ha tenido a la hora de responder a estas preguntas: mil gracias y hasta pronto.

Otros títulos de este autor reseñados en Un Libro Al Día: El último sueño

viernes, 21 de junio de 2019

Cormac McCarthy: Todos los hermosos caballos

Idioma original: inglés
Título original: All the Pretty Horses
Año de publicación: 1992
Traducción: Pilar Giralt
Valoración: recomendable

Sacrilegio: Cormac McCarthy figura, reiteradamente y con creciente relevancia a medida que a algunos de sus competidores les da por morirse, en las quinielas de los premios Nobel de Literatura, año tras año.Y a mí sus novelas, esta es la cuarta que leo y la primera que reseño aquí, no me parecen tan brillantes como por ejemplo, las de Philip Roth, sin llegar a sentirme decepcionado o plantearme abandonos. Hace tiempo que, en esos propósitos de enmienda a los que la tozudez le lleva a uno, me hice con su Trilogía de la frontera en una bonita y práctica caja. Cerca de mil páginas que se abren con Todos los hermosos caballos, novela de espantoso título que fue llevada al cine en uno de los primeros papeles de Penélope Cruz dentro de su carrera estadounidense. Quiero decir: igual en inglés tiene una sonoridad diferente, pero en español la traducción literal del título resulta una expresión que suena bastante cursi. Y desde luego, cursi no es un apelativo que encaje a la hora de describir la obra de McCarthy. Más que nada por la crudeza habitual de sus floridas descripciones, tan aplicable a los áridos paisajes que transitan los protagonistas de sus novelas como al despiece detallado y minucioso de cualquier sangriento acto criminal. Los personajes de McCarthy, los que he conocido en estas novelas por lo menos, siempre suelen estar polarizados por la presencia de una bondad o una maldad absoluta manifestada (sea un juez, un asesino, un padre obsesionado con llevar adelante a su hijo), y personajes de contrapeso que aportan matices a esa polaridad, ergo, aquellos a los que las circunstancias les hacen desviarse de su cauce natural.
Todos los hermosos caballos cuenta con John Grady, joven que no llega a la veintena, edad, fechas que cuadran con la propia trayectoria vital del autor (del que poco se sabe, pero se sabe más que de Pynchon), joven que, en la frontera México-USA de 1949, fecha que cuadra en lo concerniente a la presencia de ciertas referencias técnicas, pero que podría ser 60 años antes y no notaríamos gran diferencia, decide montar su caballo y, acompañado de su amigo Lacey Rawlins, aventurarse, muy adecuada la palabra, y recorrer el camino que les lleve a México con la intención de buscarse la vida y acabar trabajando en un rancho para cuidar, claro, caballos. En ese recorrido se encontrarán con Jimmy Blevins, este ya un mocoso de apenas trece años, personaje que les provoca una mezcla de lástima y desconfianza, al que se unen en su recorrido y que alterará sustancialmente el devenir de sus planes. Sobre todas las circunstancias que envuelven a los tres jóvenes, a sus respectivas monturas, las familias de las que proceden y los hechos que marcan sus decisiones de cruzar la frontera en el sentido inverso en que suele hacerlo, McCarthy mantiene un inquietante y seductor silencio narrativo.
Una vez en México tras diversas andanzas relacionadas con lo incierto del camino, las precarias condiciones y, claro, esto es una novela, sus interacciones con quienes encuentran a su paso, Grady cometerá esa inexorable equivocación cuando uno se rige por los designios del corazón, cuando Alejandra, hermosa hija del terrateniente, cae prendida en un romance desigual e imposible y esa relación enturbia lo que iba a ser una plácida o incluso estimulante estancia como cuidadores y domadores de caballos. Ahí surge una tía de incierto pasado que, queriendo impedir que su sobrina cometa sus supuestos errores, obra de forma sibilina.
Cuestión que activa el modo "culebrón".
La novela es desigual. Los personajes están plasmados con trazo firme y con el fascinante misterio que los envuelve en cuanto a lo ético o lo fatal (en el sentido del destino) de sus actos. La violencia y la arbitrariedad del poderoso, la impunidad, flota de manera insana ante lo que podríamos pensar que son los actos instintivos y limpios de jóvenes en busca de su futuro (huyendo de no sabemos qué), pero no sé, empiezo a matizar mi opinión, si necesitamos tanto envoltorio para lo que puede ser una aventura de amigos en el que uno se enamora de la persona equivocada.
Breve paréntesis. Llegué a enviarle un Whatsapp (sí: en este blog somos así de MODERNOS) a Koldo describiendo este libro como "glorioso".
Pero en algún punto, acercándome al final, empecé a pensar si todo esto no está un poco sobrevalorado. Si esta novela no es una novela del Oeste (sin indios) aderezada de ricas descripciones, de detallados pasajes de especies vegetales de todo tipo (que aturdieron a la traductora hasta precipitarla dos veces hacia el síndrome Basterrechea*), de expresiones en español de México, que proliferan a medida que los jóvenes se integran en el rancho, de, claro, toda clase de pasajes sobre la crianza equina que justifican el título pero que aturden al lector profano pues, y añádase lo del título, uno acaba pensando a quién aprecia más Grady, o sea, no un cúmulo tal que invalide los aspectos positivos de la novela (el fulgor juvenil capaz de sobreponerse a la adversidad y la injusticia mientras sus efectos lo hacen madurar, por ejemplo), pero que sí matizan algo esa casi unánime genuflexión previa a cualquier obra de su autor. O sea, bien, pero con la duda de si esta historia no es una historia universal recubierta de hojarasca estilística.

Cuestión que quizás leer la siguiente pieza de la trilogía me ayude a responder.

* Célebre proceso de traducción que empuja a optar por la expresión perlarse la frente de sudor.


jueves, 20 de junio de 2019

Gabriel García Márquez: La mala hora


Idioma original: castellano
Año de publicación: 1962
Valoración: Recomendable

Si después de muchos años sin volver a un autor, en unas pocas líneas iniciales ya hemos identificado su estilo, ahí hay algo mágico, quizá lo que define a un genio. Es lo que ocurre con Gabo, de inmediato estamos sumergidos en su atmósfera, sin lugar a dudas nos enganchamos a su tono y su ritmo, y sabemos que nos deleitará con su frase breve pero llena de sensualidad, su adjetivación precisa y la peculiar frialdad con la que multiplica el efecto de lo insólito o lo descarnado.

La mala hora es una obra todavía temprana, aunque emparedada nada menos que entre El coronel no tiene quien le escriba y Cien años de soledad, casi nada. Parece bastante claro que es lo que podríamos llamar una obra menor, y quizá un puente entre el realismo sobre el que todavía transita y los peculiares ingredientes del realismo mágico que no tardarían en aparecer para constituirse en un sello definitorio, casi tópico, del autor.

La narración se desarrolla en un pueblo colombiano sin nombre y en una época que, aunque tampoco se define, se puede muy bien identificar con el periodo conocido como ‘la Violencia’, años de guerras civiles no declaradas, a mediados del siglo pasado, y más concretamente después de la dictadura de Rojas Pinilla, finalizada no mucho antes de publicarse el libro. En ese entorno tan del gusto de García Márquez nos enteramos, siempre de forma indirecta, de que acaba de terminar una época de represión y violencia que ha dejado profundas cicatrices, y el alcalde, claramente vinculado con la etapa anterior, intenta demostrar que se ha pasado página y que el futuro se escribirá en paz y en libertad. Las cosas no serán sin embargo tan fáciles, los rencores son todavía ardientes y pocos se creen la reconversión de los antiguos represores. En definitiva, el clima de enfrentamiento sigue latente, y la extraña aparición de unos pasquines aireando infidelidades y vergüenzas privadas de los vecinos enrarece aún más el ambiente y hace que broten las primeras chispas.

Estamos en una novela coral, un amplio y a veces algo confuso muestrario de personajes que constituye la radiografía del pueblo: algunos que no han abjurado de su militancia, otros a quienes ocupa sobre todo su vida familiar (y a veces diríamos parafamiliar), los que siguen impertérritos su rutina, y los que apenas pueden hacer otra cosa que sobrevivir, como los desplazados por unas inundaciones. Todos ellos pivotando en torno al alcalde (cargo que no sé si es exactamente equiparable al español), un militar reciclado que muestra dificultades para adaptarse a los nuevos tiempos que él mismo intenta vender, y con el hilo conductor del padre Ángel, el dibujo soberbio de un cura rematadamente pobre, con voluntad de apaciguar pero con las ideas claras. Unos personajes más interesantes que otros, pero todos llenos de matices, definidos con pocos trazos, exactamente los necesarios y solo ellos, a veces un rasgo físico, una actitud, una manera de moverse.

El retrato muestra las heridas de la represión y el recuerdo bien fresco de las operaciones nocturnas, el terror, los paseíllos y los disparos, pero también otros aspectos interesantes que aparecen a remolque de una dictadura. Por ejemplo, la corrupción, que antes o después se termina instalando en los distintos niveles del poder, al cobijo de la impunidad. O la convicción, que arraiga en algunos funcionarios, de que hay que sacar provecho de una situación que a buen seguro será transitoria y en algún momento se volverá en contra. Una relación dictadura-corrupción que, aunque en una perspectiva algo diferente, curiosamente también aflora en El siglo de las luces de Alejo Carpentier, publicada el mismo año.

Sí es cierto que el relato da la impresión de atascarse, de girar una y otra vez sin avanzar, y esta falta de desarrollo empobrece un poco el conjunto. Es como algo a medio hacer, o construido sin una idea previa, algo que pudo haber sido bien un cuento (pero en ese caso recortando elementos que le restan agilidad), o bien una obra de mayor extensión (de haberse acertado a dar continuidad al argumento), para terminar quedándose un poco en tierra de nadie. Un relato que además Gabo no quiso cerrar con un final preciso, aunque claramente lo sugiere o, mejor dicho, deja la puerta abierta a una nueva fase que el lector debe construir a partir de lo narrado. Eso sí, no sin antes habernos dejado un último párrafo absolutamente genial que no debo comentar y menos reproducir porque sería robarle al posible lector una de las joyas más brillantes de este libro desigual.

Porque joyas tiene muchas. Si la historia se nos queda algo coja, la lectura, frase a frase, es una delicia, nunca una palabra de más, a cada paso un elemento inesperado, la definición exacta y esos adjetivos audaces que a veces desembocan en la sinestesia o en algún sutil juego de significados. Hay otros grandes autores que manejan estos recursos con solvencia, pero en mi opinión García Márquez lo hace con una cualidad que le hace inigualable: la naturalidad. Si pudiéramos preguntarle, seguramente nos diría que detrás de su prosa hay mucho más currelo del que parece, pero para el lector la sensación es de que todo es fruto del talento y solo de él, que las palabras fluyen de la única forma posible, que no hay tachaduras, dudas ni rectificaciones. Es lo que me parece más admirable del libro, y esto lo podemos disfrutar aunque en otros aspectos resulte algo menos satisfactorio.

Otras obras de Gabriel García Márquez en ULAD: aquí

miércoles, 19 de junio de 2019

Joseph T. Sheridan Le Fanu: Carmilla

Idioma original: Inglés
Título Original: Carmilla
Traducción: José Luis Piquero
Año de publicación: 1872
Valoración: Imprescindible para interesados, recomendable para el resto

Antes de entrar en materia, tengo que mencionar tres factores que condicionan la valoración de este libro. El primero es que me encantan las películas de la Hammer (Peter Cushing, Christopher Lee y compañía), el Drácula clásico de Bela Lugosi, etc, así que muy mal se tiene que dar para que un libro de este tipo no me guste. El segundo es que estamos ante una obra de culto, hasta el punto de ser considerada por los expertos como la primera novela (¿cuento largo?) vampírica, lo que nos permite tener cierta manga ancha con los defectos de la novela. Y el tercero y último, estrechamente relacionado con el anterior, es que es una historia tantas veces vista y leída a estas alturas que no hay "factor sorpresa". Eso sí, no debemos olvidar que la novela ¡tiene casi 150 años!.

Así que creo que lo más justo es ese "imprescindible para interesados, recomendable para el resto". Porque la novela tiene su lado positivo y su lado no tan positivo. A su favor juega, sobre todo, la recreación de una atmósfera tenebrosa que contribuye de manera fundamental a la construcción de una entretenidísima historia de terror y misterio a partes iguales, relacionada, no improbablemente, con algunos de los más profundos arcanos de nuestra existencia dual y sus estados intermedios. De hecho, es tan grande la influencia de "Carmilla" en todo el cine y literatura vampírica posterior que cualquier lector con un mínimo bagaje en la materia reconocerá múltiples elementos: la joven huérfana e inocente criada por un aya, el castillo pintoresco y solitario situado en una colina boscosa, el ama de llaves, el misterioso carruaje negro, la joven (el joven en posteriores adaptaciones) de belleza arrebatadora pero más rara que un perro verde, las muertes que se suceden sin motivo aparente, el doctor, etc. El lado menos positivo de la novela lo constituye su final, no tanto por carecer de ese "factor sorpresa" del que hablaba sino por su brusquedad. Se trata de un final que llega "muy de repente", rompiendo de forma casi violenta con todo el desarrollo anterior de la trama. 

Independientemente de esto, quisiera destacar otros dos aspectos clave de la "Carmilla". Uno sería su alta carga homosexual, cosa que sorprende tratándose de 1872. Obviamente, no hay escenas sexuales explícitas, pero la relación amistad / amor / odio entre Laura y Carmilla tiene unas connotaciones sexuales que Le Fanu no se molestó en ocultar, sobre todo en un personaje tan ambiguo y dual como el de Carmilla. El segundo sería su aspecto onírico. Sueños, visiones y alucinaciones acechan a Laura y a Carmilla y hacer crecer el halo de misterio y terror. Y es que los sueños atraviesan los sólidos muros de piedra, iluminan cuartos oscuros y oscurecen los claros, y entran y salen como les place y se ríen de las cerraduras. Vaya, que si ciertos psiquiatras vieneses aficionados a la cocaína no leyeron está novela para inspirarse en sus teorías, poco le faltó.

En resumen, este "Carmilla" supone la reedición en tapa dura, letra bien hermosa y nueva traducción de un clásico que todo aficionado al misterio y al terror debe leer. Y si no lo ha hecho, que empiece cuanto antes, no vaya a ser que una de estas noches veraniegas entre un murciélago por su ventana y ...

martes, 18 de junio de 2019

Irene Solà: Canto yo y la montaña baila

Idioma original: catalán
Título original: Canto jo i la muntanya balla
Traducción: Concha Cardeñoso
Año de publicación: 2019
Valoración: muy recomendable

De un tiempo a esta parte, ha ido aumentando el recelo sobre los premios literarios, pues en ocasiones la calidad de la obra premiada no parece merecedora de tal reconocimiento. No sería el caso del libro que nos ocupa, pues «Canto yo y la montaña baila» atesora la calidad suficiente para haber ganado el “Premi Llibres Anagrama 2019” y es un reconocimiento justo a una autora que, pese a su juventud, tiene un talento narrativo innegable. Y sí, sorprende la juventud de esta autora si nos fijamos en la calidad literaria y la manera en enfocar la obra, pues su alta complejidad narrativa y variedad de estilos son propias de alguien que sabe perfectamente en qué consiste el arte de narrar e Irene Solà, a sus veintiocho años, lo demuestra en cada párrafo.

En esta novela coral, que trata sobre la vida, la naturaleza y el pasado, testigo de historias y fábulas, cuentos y leyendas, la voz que trasciende no es la voz únicamente de una persona, de una sola narradora, es la voz de la tierra, de los elementos, de los animales y de las personas, también; una voz terrenal y por ello, auténtica, genuina, pues repartiendo la narración entre los distintos elementos que conforman un mundo rural, térreo, la autora describe las sensaciones de una manera pura, natural y con una espontaneidad que no la aleja ni un instante de una calidad estilística excepcional. Se nota su experiencia literaria tras su paso por la poesía, se percibe en cada palabra elegida de manera precisa, pero sin forzar el lenguaje, sin tensar demasiado el vocabulario, encontrando el punto justo para dotar la narración de una alta calidad sin mostrar impostura o exceso.

Para cubrir toda esta amalgama de temas, y hacerlo sorteando un riesgo evidente de caer por el precipicio de la desmesura, la autora vuela por la narración con un ritmo narrativo alegre y atrevido, evidenciando que se divierte con las palabras y con los personajes, disfrutando con un juego literario que transmite de manera coherente y perfectamente hilvanada, desplegando un diorama de elementos que conforman una escritura muy completa. Así, la narración salta de un personaje a otro, y asistimos a un baile de voces que relatan una historia plural con la montaña como elemento nuclear. Arriesgando en cada párrafo, Irene Solà no da un paso en falso, en cada salto de personaje para cambiar la voz, siempre acierta y pisa tierra firme, una tierra que rezuma la historia de un pasado aún latente y abarca toda la narración, dotándola de una coherencia perfectamente armonizada. Bien es cierto que existe algún capítulo algo irregular en interés por la propia la historia narrada, pero no afecta al conjunto de una obra que tiene una primera mitad del libro realmente excepcional, de una calidad y exquisitez remarcables, y también un tramo final bellísimo, con esa mirada sensible y delicada, que acerca nuestros pensamientos a la tierra, al paisaje, donde pertenecen, donde serán recordados.

De esta manera, la autora utiliza cada una de esas voces, ya tenga forma de persona, de animal, de elemento meteorológico o de la propia naturaleza, para narrar una historia que nos habla de las personas en un entorno rural, en esos limitados espacios de los pequeños pueblos que, con sus historias, reales o ficticias, sus cuentos y fábulas, sus mitos y leyendas, conviven con la propia montaña y sus elementos. Y con todo ello, teje una historia redonda, perfectamente estructurada, entrelazando un conjunto de relatos relacionados entre sí, sobre historias de personas vinculadas al entorno, relatos con alta dosis de realidad, pero también envueltos de fantasía, mitológicos, de un pasado que la tierra recuerda y arrastra a través del tiempo a través de sus animales y sus paisajes, que todo lo ven y todo lo recuerdan. Recuerdos como el de la Guerra Civil, y el paso de los republicanos hacia Francia buscando el exilio, con sus muertos desaparecidos en las tierras que los acogen, como acogen también las armas y metralla que quedan repartidas por esas montañas, como esperando a ser descubiertas para recordar las personas que ya no están; y los animales que lo observan, y el cielo omnipresente con los truenos que apuntan y marcan el destino de algunas familias que siguen ahí, y ahí seguirán. Porque hay dolor en la historia, el dolor por la muerte que irrumpe de golpe, de imprevisto, y cambia la vida de sus allegados, unas vidas pequeñas en apariencia, sin grandes aspiraciones; una muerte que llega y fuerza a mantener la vida, o a sobrevivir y luchar por los que siguen, por los vivos. Y está también el dolor de la añoranza, al recordar los sueños de juventud, que el amor ciega y oculta al paso del tiempo, cambiando la cara por una más tierna, más dulce, pero menos radiante, en tiempos difíciles y matrimonios jóvenes que no han visto el mundo con los ojos de la experiencia, y maduran de manera inexorable mirando a lo lejos qué fueron de esos deseos que quedaron atrás en la mente de los jóvenes.

A pesar de ese dolor que existe y se recuerda, la novela no es triste, sino al contrario. El tono que la autora transmite en la narración es alegre, jovial en algún caso y totalmente desenfadado, libre de ataduras, ambicioso y de trasfondo dulce y vivo. De estilo delicado, preciso y bello, la prosa de la autora fluye perfectamente entre escenas rurales que tratan de la vida y del entorno, un entorno que observa las peculiaridades de sus habitantes e influye imponiéndose a veces en sus humildes vidas. Un relato donde la fantasía también está presente, en los recuerdos, en la naturaleza, en los paisajes. De esta manera, mezclando historias y leyendas, nos habla de la tierra, de la tierra que recuerda, de las historias que han ido sucediendo en ella, porque la tierra nunca olvida, nunca muere, siempre estará, porque no tiene principio ni final.

La novela que ha escrito Irene Solà es el retrato de un paisaje donde los elementos naturales abrazan y acogen las vidas de sus habitantes, vidas dispares y en ocasiones desafortunadas, pero que la narración de la autora las protege y envuelve de una belleza que hace que no podamos evitar contemplarlas con detalle y aplaudirla por este homenaje que ha hecho a los cuentos, a las rondallas, a la magia que envuelve a las historias que se transmiten de generación en generación, a la mitología y a la fantasía. En definitiva, a la literatura en sus diferentes vertientes que, de una forma u otra, se transmite con el paso del tiempo. Un auténtico regalo a quienes creemos en la pervivencia de las historias, un regalo a todos nosotros.

También de Irene Solà en ULAD: Els dics, Et vaig donar ulls i vas mirar les tenebres