sábado, 30 de noviembre de 2019

Maria Climent: Gina

Idioma original: catalán/castellano
Título original: Gina
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable

Las experiencias vitales a menudo son fuente y origen de historias noveladas. A veces se convierten en autoficción y a veces sirven únicamente de estímulo para escribir una novela donde esos apuntes biográficos son mínimos. En el libro que nos ocupa, Maria Climent, tras su paso por el mundo de la traducción y escritura de artículos en medios culturales, irrumpe en el género de la novela tomando algunas muestras de su vida y construyendo una historia que va mucho más allá de su propia experiencia. Así pues, hay algo de realidad en la historia, pero solo son breves pinceladas que permiten a la autora, en primer lugar, conocer de manera firme el terreno que pisa y, en segundo lugar, hablar sobre aquellos temas que inciden de manera evidente en la construcción de una vida.

Estructurada en tres momentos temporales diferentes, infancia, postadolescencia y madurez, en este breve libro la autora traza un marco vital de evolución y construcción personal, elaborando así un bildungsroman donde las tres partes convergen para completar un recorrido perfectamente equilibrado, respectando el orden cronológico en cada una de sus partes. De esta manera, la narración nos traslada a diferentes momentos de la vida para tratar, a partir de ellas, diferentes experiencias e inquietudes.

El inicio de la novela nos sitúa a Gina, protagonista absoluta de la historia, quien vuelve a su lugar de infancia, en un pueblo pequeño de la zona del Delta del Ebro. En ese retorno a su tierra, y recordando su época de niñez en ella, la autora muestra ya de entrada un estilo narrativo muy cercano, fácilmente identificable por cualquier lector que haya pasado una temporada en un pueblo pequeño lejos de la hiperpoblada urbe. Se nota en ese estilo tan próximo, que la autora conoce de primera mano aquello que narra, pues el retrato que hace de la gente del pueblo exuda una genuinidad y realidad casi palpable; uno se reconoce fácilmente en esas primeras páginas donde la autora, con un estilo cercano y coloquial, sitúa al lector en ese pueblo costero. En ese inicio que rememora el pasado, Gina recupera aquellos recuerdos de un pasado envuelto de añoranza, pero también de melancolía y su estancia sirve de hilo conductor para recorrer su trayecto vital.

Con un estilo próximo y honesto, la autora sabe transmitir esa ilusión de la infancia, donde todo está por descubrir y el mundo se abre ante nosotros como una sorpresa continua, pero también sabe retratar las dudas propias de esa época en la que llegamos a la mayoría de edad sin saber muy bien cómo y donde el futuro está cargado de dudas y el presente de inseguridades. Así, a lo largo de la narración, la autora sabe describir perfectamente ese tránsito que va de la infancia a la edad adulta, pasando por la postadolescencia; un trayecto vital cargado de ilusiones, temores, primeros trabajos y amores, fugaces algunos, más estables otros. Uno avanza por las páginas reviviendo a la vez su propia vida, porque el estilo con el que la autora lo cuenta es como si lo hiciera una amiga, o incluso uno mismo desde su yo de antaño.

Tal es así, que, a lo largo de la narración, se hace patente que Maria Climent se desenvuelve perfectamente en diferentes registros y prueba de ello es observar cómo su narración varía levemente a lo largo del relato, cambiando de tono, aunque manteniendo el estilo consiguiendo de esta manera adaptar la voz narrativa a la edad narrada y ese es uno de los principales logros de la autora. Así podemos ponernos fácilmente en la piel de la Gina preadolescente, pero también en la visión postadolescente a los veinte años y en su edad actual, siempre manteniendo la calidad narrativa con una elección precisa y delicada de las palabras, sin forzar el lenguaje, transmitiendo proximidad y calidez.

Pero esa calidez, acompañada de la inevitable candidez adolescente cambia totalmente de registro hacia la mitad del libro, y la historia cambia de tono cuando la vida se le tuerce y es entonces cuando la vida alegre de Gina se mueve en terrenos más tristes. Y es en esos terrenos donde, al dejar de lado la vis más cómica o alegre de la narración, la prosa de María Climent sobresale, y lo hace de manera magistral, porque es cuando la autora trata sobre la tristeza y el dolor, donde deja salir todo aquello contenido y habla desde la profundidad de quien lo siente propio, de quien en en alguna ocasión ha sufrido en sus propias carnes ese estado de abatimiento que no deja moverte ni respirar, viviendo como «vistiendo con una manta mojada» y afirmar, de manera completamente honesta, que «a la tristeza no tienes que entregarle la vida entera, solo hacerle un lugar en todos los espacios de la casa, como a uno más de la familia». La emotividad y profundidad que destila el texto genera una empatía directa con Gina, y su narración nos pone en su piel y nos hace reflexionar, no únicamente sobre lo que le ocurre, sino también a encontrar en ella aquellos episodios vividos en nuestra propia experiencia. El texto sirve como espejo, de nuestra vida y nuestros sentimientos, y el estilo en el que está narrado nos invita a una proximidad anímica que redondea un relato que se muestra real, certero y totalmente reconocible.

En esta novela cálida y sensible, la autora nos habla de la enfermedad, de ilusiones, de amor, de tristeza, de esperanza, de maternidad... y lo hace sin acercarse demasiado al drama, sino desde la vitalidad y una mirada que no causa desasosiego en el lector sino esperanza y luz al final del túnel que a menudo viene envuelta de un círculo pequeño de grandes amistades. Amistades como Franziska, que ejerce de voz de la consciencia luchadora desde su apoyo psicológico, o Elizabeth, desde su madurez vital, la voz de la experiencia que se viste de anhelo, por idolatría, por querer convertirse en alguien como ella. Con todos estos mimbres Maria Climent construye un bildungsroman que parte de la deconstrucción para su posterior recomposición. Una recomposición que atañe a una vida, pero también a uno mismo y, partiendo del desespero, inunda el relato de una esperanza obtenida a través de muchos tropiezos, pero evitando el definitivo.

Habrá quien piense que la autora arriesga poco en esta novela, pues la historia no tiene un planteamiento excesivamente innovador o rompedor, pero en este caso no le es necesario para lo que pretende explicar, pues su contundencia viene precisamente de tratar una vida corriente, como podría ser la de cualquiera de nosotros. De esta manera, la potencia de este relato reside en aquellas reflexiones que va dejando mientras avanzamos en la vida de Gina, porque más que la historia en sí, es la intensidad de la certeza en aquello que afirma, en la realidad que desborda en sus intentos de comprender una vida que no sabe cómo encajar. Y es en ese perpetuo y continuo estado de reflexión, donde el estilo de la autora rebosa de sentimiento, sin caer en ningún momento en algo lacrimógeno o sentimentaloide, sino en una sensación íntima de saber que aquello que narra es cierto, haciendo totalmente creíble ese estado de ánimo que parece desmoronarse por momentos, pero que, por las amistades o incluso por ella misma, siempre acaba encontrando un punto de agarre, no para aferrarse al presente, sino para coger impulso hacia un futuro mejor.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Margaret Atwood: Los testamentos

Idioma original: inglés
Título original: The Testaments
Año de publicación: 2019
Valoración: Recomendable pero decepcionante



Montuenga. Confieso que Los testamentos me ha decepcionado un poco. Salvaría muchas cosas de ella, pero después de toda la expectación que se creó tras el anuncio de una secuela de la gran novela de moda, la verdad, me esperaba más, y me ha parecido lo más flojo que he leído de Atwood. Aunque no la considero una gran obra de arte, creo que El cuento de la criada es muy superior. La autora describía de forma bastante hermética un mundo que daba escalofríos, y no solo en relación con las mujeres. Esta, en cambio, me ha parecido una concesión a los lectores. Aunque, por otra parte, el hecho de que aparezca mucho más claro el proceso que desemboca en una sociedad totalitaria facilita la lectura a un público mucho más amplio.

Juan. En sentido general estoy de acuerdo (es decir, en este caso, está claro que "las intenciones" apuntan más alto que la novela), he de decir que a mí no me ha parecido tan mal... Por lo menos, las partes narradas por Tía Lydia y Agnes, sobre todo al principio, están a un nivel si no tan alto como la primera parte de "El cuento de la criada", sí al menos en esa línea. De la parte narrada por Daisy, mejor no hablemos, porque coincido en que es la más floja e incluso todo el personaje me resulta fuera de lugar.

M. Al menos ha intentado hacer la historia de Gilead más legible, analiza causas y consecuencias, amplía la perspectiva, podemos reconstruir el hilo argumental que dio lugar a Gilead y lo que Gilead construyó y destruyó, así como su influencia en el entorno. Pero, como dices, le queda bastante irregular y los personajes son poco creíbles. Es verdad que Daisy parece un robot desde el principio, pero Tía Lydia y Agnes se van convirtiendo en un estereotipo a medida que avanza la acción y la doble cara de la primera, en lugar de justificarse al final, me resulta completamente inverosímil.

 J. Lo que yo creo que le pasa a Margaret Atwoood, al menos en los libros que yo he leído de ella, es que es muy buena describiendo situaciones, digamos estáticas, en este caso de opresión, etc... pero cuando trata de hacer evolucionar esas situaciones o a sus personajes dentro de ellas, se mete en lo que llamaríamos la "peripecia" y ahí sufre un apreciable bajón del nivel literario.

 M. No se me había ocurrido verlo así, pero tienes razón. En este caso, como la foto casi fija que era El cuento de la criada tiene que evolucionar de alguna forma, acaba derivando, creo yo, en un thriller algo flojo y, sobre todo al final de la acción propiamente dicha, en novela de aventuras para jóvenes.

 J. No es que resulten novelas ilegibles, porque tiene oficio, pero sí acaban dejando una impresión decepcionante. Le ocurría también, que yo recuerde, en "Por último el corazón". En "El cuento de la criada" no tanto, porque el final es un poco "chapucero", si me permites la expresión, Lo cual hace que, justamente, haya tratado de arreglarlo en esta otra novela, supongo yo, y la cosa le ha quedado regulinchi.

 M. No solo no lo arregla. Es que este desenlace arqueológico es casi peor que el anterior. Una forma de eludir la responsabilidad inventándose un final que no le exige un progreso de la acción ni concede a los personajes un futuro coherente. Lo que hace es inventarse la manera de ofrecer datos dispersos y así no tiene que romperse la cabeza.

 J. Además, y de esto sabrás tú más que yo, supongo que ha querido darle voz a otras mujeres, no sólo a la "mujer-víctima" que representan las criadas.

 M. Yo creo que todos los personajes femeninos son víctimas de alguna forma, y en eso estoy de acuerdo con Atwood. Desde luego, toda esa trama de manipulación, confabulaciones, chantaje y chismorreo generalizados, como vehículo para hacer llegar un mensaje y al margen de sus valores literarios, está bastante bien, así como la escala jerárquica del sexo inferior: tías, marthas, esposas, econoesposas, criadas y perlas. El argumento es previsible y a la vez intrigante, aunque parezca contradictorio, y tiene una estructura muy atrayente: tres mujeres de diferentes edades alternándose como narradoras, una de ellas, Tía Lydia, cofundadora de Gilead y las otras, nacidas después del gran derrumbe; entre las jóvenes, Agnes, criada en Gilead y Daisy en un Canadá libre aunque muy influido por la proximidad del nuevo estado. Todo esto ofrece una perspectiva amplia,  ayuda a establecer comparaciones y nos empuja a leerla casi de un tirón a pesar de sus 500 páginas. Pero le encuentro muchos puntos débiles, por ejemplo, la falta de referencias espacio-temporales: se supone que Gilead abarca gran parte del antiguo Estados Unidos, sin embargo parece un pueblito donde todo el mundo se conoce.

 J. Y sabiendo las movidas que ha tenido en los últimos tiempos con algunos sectores del feminismo, sospecho que el personaje de Tía Lydia es un trasunto, en cierta manera de ella misma, (aunque quizás eso sea ir demasiado lejos en la especulación).

 M. No estoy al tanto de esas movidas, sí me consta que los medios suelen amplificarlas para desacreditar nuestras reivindicaciones. En cuanto a que Tía Lydia sea un trasunto de la autora, me parece mucho decir. Puede que su primera idea fuese esa, pero le ha quedado un personaje tan siniestro que no hay por donde cogerlo, por mucho que quiera arreglarlo al final. Su personalidad evoluciona de una manera que, como decía antes, no hay quién se lo compre. Lo que es evidente es que las mujeres hemos visto la necesidad de hablar claro, incluso las de su generación. O sobre todo ellas, que han sufrido las consecuencias de esa forma peculiar de ver las cosas, siempre en detrimento nuestro. No hace falta recordar que el velo islámico, el porno machista, los vientres de alquiler, los techos de cristal, las diferencias de salario, violaciones etc. siguen existiendo a día de hoy. La denuncia de Atwood consiste en colocarnos frente a un espejo deforme y dejarnos pensar. Tienes razón en que lo mejor de la novela son sus intenciones, pero se le ha ido un poco de las manos. Aunque reconozco que inspirarse en la iglesia y los totalitarismos, como hizo ya en su precuela, ha sido un gran acierto. Tampoco lo tenía nada fácil, supongo que no se le ha concedido todo el tiempo del mundo para escribirla, que obligatoriamente tenía que crear un best-seller y que la carta blanca de que disponía en los ochenta para opinar lo que le viniese en gana ya no existe. Todavía no hemos caído en el estadio involutivo que ella predijo, pero –a pesar de las apariencias– en libertad de expresión hemos perdido bastante, aquí en España, en Estados Unidos y creo que a escala universal. Así que ¡bien por Margaret Atwood! una escritora que a sus ochenta años sigue contando historias complejas y trabajando por la igualdad entre los sexos.

Montuenga y Juan G. B.


jueves, 28 de noviembre de 2019

Mr. Bratto: Cosas que importan

Idioma original: español
Año de publicación: 2019
Valoración: muy recomendable

Ya que es inevitable entrar en ciertas cuestiones personales cuando se escribe con periodicidad y un desproporcionado sentido de la familiaridad, atribuidlo al maleable carácter de este humilde comentarista, que tantas y tantas veces habla de política ya no sin pretenderlo sino sin tan siquiera saberlo. Y es que ciertos estilos literarios contaminan mi prosa cuando me hacen sentir ese cosquilleo al hallarse frente a alguien original.
Y no solo es el pretexto que me haría enlazar (porque me pasa igual con ellos) a Mr. Bratto con Houellebecq o David Foster Wallace.

Puede que exagere, sí, pero las hipérboles acertadas también son contagiosas, oigan.

Así que hoy vengo a tratar aquí de un tema que me tiene profundamente preocupado, tanto como a 52 tipos en el Parlamento español el hecho de haber de discutir bajo el mismo techo con otros 298, cuando tiraban de las escopetas que tienen en casa y arreglaban esto rapidito.
Vengo a hablarles de la tan denostada LITERATURA DE HUMOR. Antaño casi completamente restringida a cierto público infantil o juvenil, en la actualidad, y no nos consta que en las noticias de prestigiosos medios como Telecinco se halla mencionado un síndrome peterpanesco de alcance nacional, coto en especial de autores mediáticos, señores ingleses con monóculo y bigote con puntas engominadas con saliva, y monologuistas gorditos descartados en castings particularmente duros de concursos de talentos.
A Bratto lo conocí por lo que se podría calificar como lo opuesto  una serie de catastróficas desdichas y un día no muy lejano me topé de bruces con uno de los textos - colgado en FACEBOOK (algunos aún usan eso)- y me di cuenta de que estaba ante una persona, perdón, UN AUTOR, que veía las cosas de una cierta manera y las analizaba de otra cierta manera que aportaba lo que otro llamaría toque de distinción, pero yo no soy Isabel Preysler, y le llamo ser muy agudo y chispeante, o poéticamente, un soplo de aire fresco.
Soplo urbano, por eso. Este es un hombre que ha engullido cultura pop, telebasura, anuncios vespertinos de juguetes sexuales, y secciones de necrológicas de prensa regional. También estados más altos del espíritu cultural, por supuesto. Y tras deglutirlo, lo devuelve al universo en hilarantes (joder, yo no me río a carcajadas con cualquier cosa, SABÉIS) píldoras que combinan humor que parece grueso pero que es, dijo aquel, provocador y punzante, casi cruel y descarnado a la que se hurga un poquitín, pues esos textos torrenciales y cuidadosos en la forma son críticas a la diana de una sociedad entregada con los brazos abiertos a la frivolidad, a la tontería, a la dejadez holgazana que descarta el análisis y la autocrítica. 
Sus objetivos en estas 260 páginas son variados y desde luego difíciles de abatir. El país entregado a Telecinco y a los subproductos vertidos del famoseo y la falta de talento. Los tipos sociales derivados de la economía de la crisis, de la incerteza de las pensiones, del mal uso del tiempo libre.
Leed a este tipo. Que es como Santiago Lorenzo con vocabulario de hoy en día y con wi-fi en funcionamiento. Echad unas risas sanas con sus comparaciones y con el crescendo de sus parrafadas. Sin complejos y sin predisposición. Antes de que algún canal de mierda le ponga un montón de guiones narcotizados para declamarlos ante un público compuesto por extras famélicos y SE PIERDA LA MAGIA.
Porque además, apoyarle significa crear un montón de puestos de trabajo. Y eso es lo importante.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Dorothy Scarborough: El viento

Idioma original: Inglés
Título original: The Wind
Traducción: Sara Álvarez Pérez
Año de publicación: 1925
Valoración: Recomendable
Nivel de "spoilers" de la reseña: Alto

Publicada originalmente de forma anónima, El viento es una novela sureña de principios de siglo XX a la que hay que reivindicar. En primer lugar, porque es una mezcla de literatura gótica y "western". También porque presenta, desde un enfoque pionero, una suerte de subtexto feminista. Y, sobre todo, porque es una delicia en lo que a fondo y forma respecta. Dicho lo cual, resulta cuanto menos curioso que esta obra de Dorothy Scarborough haya permanecido inédita en España hasta ahora. 

Letty, una joven huérfana obligada a dejar su casa en Virginia, se va a vivir a Texas con su primo. Las penalidades que allí experimentará le arruinarán la infancia. Y el viento... Para Letty, el viento es lo peor. No la pobreza o la soledad. No su vulnerabilidad y su dependencia. No la angustia de saber que, por su culpa, se han enfrentado personas que se conocen desde hace mucho tiempo. No la sequía, el hambre, la arena. No un matrimonio sin amor. El viento. El viento es lo que enloquecerá a nuestra desdichada protagonista.

A mi juicio, estos son los apartados más conseguidos de El viento:

  • Sus temas y la sutileza con que han sido expuestos. 
  • La voz narrativa, capaz de acercarnos íntimamente a la protagonista de la historia sin tener que mimetizarse del todo con ella. 
  • Letty. Queda perfectamente definida su personalidad, así como la transición que experimenta tras su llegada a Texas.
  • La densidad psicológica de varios personajes. Mención especial para Letty y la mujer de su primo, Cora. 
  • Algunas de sus escenas, memorables y capaces de transmitir angustia, tensión o auténtico pavor según se tercie. 
  • Sus pertinentes contrastes. Se superponen constantemente el pasado con el presente, la dureza del paisaje y los elementos del Oeste con la plácida naturaleza de Virginia, las diferencias existentes entre los habitantes de uno y otro lugar... 
  • La crítica social que transmite. A fin de cuentas, Scarborough reprocha la dependencia a la que se condenaba al sexo femenino en su época.
  • El acertado uso del viento como antagonista, transfigurado en un «semental satánico» al que el hombre no puede vencer.
  • Sus reminiscencias a las novelas inglesas decimonónicas (tono agridulce, heroína ingenua, matrimonio prematuro, insinuación de fuerzas sobrenaturales...).

Por otro lado, mis quejas son las siguientes:

  • El desarrollo de Sourdough no me parece orgánico. Su socio se casa con la chica de la que ambos están enamorados y al principio parece que eso le afecta, ¿pero luego se le pasa? Ya puestos, este personaje se ausenta en las últimas páginas de la historia, pues Scarborough es incapaz de cerrar su conflicto. Mal, muy mal.
  • Celebro que el final de El viento sea menos previsible de lo que podría haber sido (logró darle una dimensión inesperada a Wirt Roddy, por ejemplo). Sin embargo, dejó cosas en el aire.  
  • En cuanto a esta edición de errata naturae, destacar que hay tramos en los que la traducción de Sara Álvarez Pérez se siente poco pulida. Especialmente en esos pasajes en los que hay que sobreentender quién dice o hace algo.

No creo que haga falta entrar más en materia. Sólo afirmar que, para mí, esta es una obra recomendable. Pese a sus defectillos, está escrita con una técnica incuestionable, exprime con bastante acierto sus limitados elementos (personajes, escenario y "leimotiv" narrativo) y tiene un trasfondo de crítica social bien encauzado.

El viento fue adaptada por Víctor Sjöström al cine mudo en 1928. El desenlace de la película tuvo que ser cambiado, pues el público lo consideró demasiado trágico. Sin comentarios...

martes, 26 de noviembre de 2019

Eduardo Halfon: El boxeador polaco

Idioma: español
Año de publicación: 2009 y 2010 (aunque reunidos todos los relatos de esta edición, 2019)
Valoración: recomendable

Acordaos de mis palabras: algún día a Eduardo Halfon le darán un premio gordo, tipo Cervantes o Nobel; bueno, digo algún día porque para el Cervantes es aún un pimpollo, como quien dice, pues sólo se concede a quienes ya bordean o están en plena senectud. Aunque para el Nobel ya está en edad, ciertamente, y a saber por dónde les da la ventolera a los suecos, habida cuenta además, que este escritor reúne varias características que suelen gustar a esa gente: escribe en una de las lenguas más habladas del mundo, pero desde una posición digamos "exótica" (cierto es que si alguien nos lee ahora mismo desde Guatemala, no lo considerará tan exótico, claro... Que piense entonces en su ascendencia multicultural); es además un autor conocido, pero quizás no del gran público y sobre todo, ha ido forjando una obra sólida y coherente, de lo más personal -de hecho, es de los pocos practicantes del onanism autoficción que merecen la pena, creo- y, por supuesto, de una calidad literaria enorme y constante; una especie de Messi literario, vaya... Porque, vamos, el tío escribe que da gusto: bonito y facilito (de leer), capaz de sacar oro molido de cualquier tema, incluso anecdótico, con esa elegancia y soltura que se detecta en otros grandes (pero no grandilocuentes) escritores como Dovlátov o Ítalo Calvino, a quienes uno imagina pergeñando una maravilla de texto en una servilleta de un restaurante, en una libretilla, de pie en la parada del tranvía o en un papel cualquiera, torcido sobre la mesilla de noche de un hotel. 

En fin, como ya digo, a Eduardo Halfon algún día le darán un premio de los tochos y entonces ustedes, vosotros, lectores acérrimos de Un Libro Al Día, podréis daros pote comentando que eso ya lo sabíais y que es un autor de una obra sólida, coherente, constante, personal y de gran calidad, y poner como ejemplo este El boxeador polaco, compilación de relatos -más o menos- que ha tenido este mismo año una reedición, ampliada, en Libros del Asteroide, puesto que su primera edición de 2009, en la valenciana Pre-Textos, era ya inencontrable, para desespero de los muchos admiradores de este escritor. Además, para esta ocasión el libro se ha fundido -o soldado con estaño, por emplear la metáfora que insinúa su autor- con otro, La pirueta, publicado en origen por la misma editorial y que en su momento -2010- ganó el premio de novela corta José María de Pereda; porque aunque se pueda leer como relatos independientes y como tales se presenta, los que formaban parte de este libro constituyen una auténtica novela corta (o más o menos, también). El caso es que además, existe una relación entre los dos libros originales y elementos del primero aparecen en el segundo, por lo que incluso más que nada deberíamos hablar de una imbricación entre ellos -algo característico, en realidad y haasta donde yo conozco, de toda la obra de Halfon-; soldada también, si se quiere.

Los primeros relatos son independientes entre sí, aunque todos tienen un aire en común, escenarios y ambientes similares, además de cómo no, un protagonista que es el propio Eduardo Halfon -o un tipo que se llama como él- y que también es profesor de literatura en una universidad guatemalteca, de familia judía, ha estudiado ingeniería en Estados Unidos y frecuenta la hermosa ciudad de Antigua, en su país natal. En el primero (no quiero desvelar mucho, aunque tampoco es que la sorpresa sea el factor determinate de estos ¿cuentos?, Lejano, el profesor Halfon, aburrido de dar clase a estudiantes estultes o desinteresados por su tema, descubre en un alumno indígena becado a un poeta excepcional, Fumata blanca nos cuenta cómo se liga a una turista israelí. Y ya. Twaineando relata un coloquio sobre Mark Twain al que asiste en Durham, Carolina del Norte (o del Sur, no sé), ciudad donde él mismo había estudiado años atrás. Epístrofe, cuando entra en relación con un pianista serbio medio gitano que le fascina por su forma de entender la música y su relación con el mundo que le rodea (es fácil colegir que Halfon hace una analogía con la literatura). Y en El boxeador polaco, que da título al libro, narra cómo su abuelo, judío polaco superviviente de Auschwitz y Sachsenhausen, le cuenta a su nieto la historia de los números que llevaba tatuados en el brazo y cómo salvó la vida, justamente gracias a un boxeador de su misma ciudad de Polonia. Es, sin duda, el relato más redondo de todos, quizás no el más sugerente, empero, pero sí el que sirve de piedra de toque del resto, pues en general, casi todos tratan de la identidad cultural o incluso étnica-no quiere decir que sea el único tema- y de cómo huir de ella o no conseguir huir de ella o buscarla y no encontrarla, o encontrarla y que se te escurra entre los dedos. 

El resto de relatos o capítulos, más bien, corresponden al libro La pirueta, y enlazan con Epístrofe. Halfon, obsesionado con la figura nómada del pianista serbio Milan Rakic, se interesa también, a través de éste, por la música gitana y por los propios gitanos balcánicos, hasta el punto de viajar a Belgrado para investigar entre esta comunidad el paradero de su amigo (epistolar, más que nada). La búsqueda se convierte en una auténtica aventura, que aunque no resulte tan verosímil como otros relatos más "autoficcionales" de este escritor, sí que gana en cierto lirismo, en colorido ambiental y en una fascinación que el autor logra transmitir al lector. Que luego esa fascinación se pueda convertir en una metáfora de algo -en el caso de Halfon, de la creación literaria- ya depende de la interpretación de cada cual.

Adjunto, de paso, un par de reflexiones sobre lo que es la literatura que nos deja este escritor y me han gustado (quien no quiera por miedo a un spoiler de ésos, que no las lea):

"La literatura no es más que un buen truco, como el de un mago o un brujo, que hace a la realidad parecer entera, que crea la ilusión de que la realidad es una (...)"

Y también: 

"Así, exactamente, es la literatura. Al escribir sabemos que hay algo muy importante que decir con respecto a la realidad, y que tenemos ese algo al alcance, allí nomás, muy cerca, en la punta de la lengua, y que no debemos olvidarlo. Pero siempre, sin falta, lo olvidamos."

Antes de acabar, dos notas, más bien anecdóticas: una es sobre el contenido del libro. Hay un refrán español que dice "quien parte y reparte se lleva la mejor parte". En este caso, Eduardo Halfon reparte y nos cuenta que, en al menos dos de los relatos del libro, hay bellas muchachas que se sienten atraídas y flitean, por no decir algo más, con él o un protagonista llamado como él. Asimismo, en la parte correspondiente a La pirueta, él o un protagonista llmado como él mantinen una relación sexualmente de lo más activa con una joven doctora muy deshinibida en ese terreno... y que además después de cada coito se dedica a representar gráficamente sus orgasmos. En el libro salen muchos y muy variados. Estos orgasmos, me refiero... ¡Hombre Eduardo, que se te ve mucho el plumero, como decimos por aquí!

La segunda anotación es incluso más superflua: me he dado cuenta de que con está ya van dos cubiertas seguidas de libros reseñados en las que aparece alguien montado en una bicicleta... Sólo puedo decir que es casualidad, pero también que no será la última... con permiso de Koldo, claro ; )



Otros títulos de Eduardo Halfon reseñados en Un Libro Al Día: MonasterioSignor HoffmanDueloBiblioteca bizarraSaturno

lunes, 25 de noviembre de 2019

H.G. Wells: Ruedas de fortuna

Idioma original: Inglés
Título original: Wheels of chance
Traducción: Lía Peinador
Año de publicación:1896
Valoración: Recomendable

Ya era hora. Después de casi 4000 reseñas, por fin traemos a ULAD un libro "cicloturista". Pero no será el diario de mis pedaladas veraniegas por los puertos de Somiedo, la épica biografía de algún mítico clasicómano o un sesudo ensayo acerca de la evolución de mis queridas bicicletas desde los lejanos tiempos del alemán Karl von Drais hasta los actuales de cambio electrónico, sillines antiprostáticos y frenos de disco en bicis de carretera. ¡Será una novela (y no de ciencia ficción precisamente) de H.G. Wells!

¿Wells? ¿El de “La guerra de los mundos”, “La máquina del tiempo”, “El hombre invisible” o “La isla del doctor Moreau”? ¿El clásico de la ciencia ficción? ¿El precursor del género distópico? Sí, el mismo Herbert George Wells.

Por si esto fuera poco, la sorpresa inicial aumenta al comprobar que este ligero y encantador “Ruedas de fortuna” fue publicado apenas un año después que “La máquina del tiempo” y un año antes que “El hombre invisible”. Pese a ser del mismo período del autor, el cambio de registro, en lo argumental y en lo estilístico, es tan radical que no parece una obra de Wells.

En cuanto al argumento, “Ruedas de fortuna” parte, como tantas otras novelas, de un viaje. En esta ocasión, se trata del viaje en bicicleta que el señor Hoopdriver, gris empleado de una tienda de telas del sur de Londres, emprende por el sur de Inglaterra en el año 1895. Lo que inicialmente es un viaje de evasión o de placer se convierte, merced a un lamentable incidente con una misteriosa joven de traje gris, en una huida, en una búsqueda de libertad.

En cuanto al estilo, resulta sorprendente por lo alejado de las obras más conocidas del autor. Las primeras líneas de la novela dan el tono general de la misma. Un comienzo “saltarín”, descripción del protagonista y pequeña digresión sobre la literatura (no centrarse en la anécdota, sí en la revelación indecorosa), nos descubre a un narrador distante, con mucha retranca y que hará gala de buenas dosis de humor inglés a lo largo de toda la novela. Igual estoy equivocado, pero no recuerdo yo esta faceta del autor en ninguna de su obras “grandes”.

Todo lo anterior hace que en “Ruedas de fortuna” se vayan alternando varios géneros, comenzando por la novela humorística (casi picaresca) y pasando por el melodrama, el folletín o la novela de misterio o detectivesca hasta llegar a la novela social. Porque, pese a que un argumento apenas anecdótico pueda hacer pensar en lo contrario, “Ruedas de fortuna” incluye, sobre todo en su tramo final, parte importante del ideario de H.G. Wells. Además de en las modificaciones que se producen en la sociedad como consecuencia de la aparición de un nuevo medio de transporte que multiplica de forma exponencial las posibilidades de movimiento de las personas, el trasfondo social de la novela se observa, fundamentalmente, en las constantes menciones al feminismo del final de la era victoriana (el New Woman), en la crítica a la hipócrita sociedad de momento, en la velada lucha de clases o en la reivindicación del poder de la educación como “ascensor social”, lo que emparenta en cierta forma a “Ruedas de fortuna” con otras obras del autor.

Pero no es solo esta moraleja o parte social lo que otorga valor al libro. Es, principalmente, el hecho de ver a un Wells en un registro diferente al habitual, más ligero, más "cachondo", más divertido, lo que hace de "Ruedas de fortuna" una obra menor (si se quiere) pero perfectamente disfrutable y recomendable.

P.S.: Esta obra fue publicada en castellano en el año 1935. Han tenido que pasar 83 años para que una pequeña y joven editorial leonesa, Ediciones Menguantes, se lance a su reedición. Por cierto, en ella se incluye un pequeño prólogo en el que los editores cuentan su excursión por tierras inglesas siguiendo las huellas de Hoopdriver. ¡Qué envidia!

También de H.G. Wells en ULAD: La máquina del tiempoEl país de los ciegos y otros relatos

domingo, 24 de noviembre de 2019

Peter Handke: La tarde de un escritor


Idioma original: alemán
Título original: Nachmittag Eines Schriftstellers
Año de publicación: 1987
Valoración: Recomendable (imprescindible para sibaritas)



Las tendencias literarias son un misterio: influyen las modas, el mercado, todo a la vez. A algunos escritores les tienen sin cuidado las tendencias, otros las ignoran en ciertos momentos para exteriorizar lo que sienten, les preocupa o desean divulgar; a veces, parece establecerse una competición por ver quién sorprende, asusta o confunde más que nadie. Pero a menudo los lectores necesitan variar el menú, intercalar el thriller y el cuadro costumbrista, el humor y la tragedia. En este caso, si a pesar de todas las polémicas sobre la ideología de Handke, la Academia Sueca se ha fijado en él, se debe, como puede comprobarse, a la indudable calidad de su escritura. Y es que lo difícil es crear belleza utilizando materiales comunes, retratar la vida cotidiana y que cualquiera de nosotros se sienta retratado, embellecer los gestos más vulgares con la sencilla magia de las palabras. La tarde de un escritor, que narra exactamente lo que indica su título, está escrita en tercera persona, pero no podemos evitar imaginarnos al propio Handke hablando de su propia experiencia.
Que, por otra parte y según vengo diciendo, es de lo más simple: Un tipo que vive en soledad consagrado en exclusiva a su trabajo, acaba su jornada diaria y se distrae dando un paseo a última hora de la tarde; aislamiento, adoptado como disciplina en aras de la productividad laboral, con el que parece sentirse realmente cómodo. El individuo en cuestión se dedica –nada casualmente– a escribir, vive en lo alto de una colina a poca distancia de un pueblo, le gusta el contacto con la gente siempre que esto no interfiera su labor, pero no es muy comunicativo, sabe que es reconocido pero le gusta mantenerse a distancia. Ya en el primer párrafo se desvelan los motivos de dicho comportamiento: “Desde que una vez vivió convencido, durante casi un año, de que había perdido el habla, cada frase que el autor anotaba, y con la que incluso experimentaba el arranque de una posible continuación, se había convertido en un acontecimiento.” Es decir, el personaje –más o menos, su alter ego– conoció el bloqueo creativo en algún momento de su carera. Por eso, el miedo a que se repita está siempre presente sea o no consciente de ello y, desde el principio, una vez terminada su jornada, ya con la mente libre, vuelve a obsesionarse con él. Sale para despejarse pero su fantasma personal no se queda en casa, le persigue durante todo el trayecto, de ahí su indecisión sobre el camino a tomar, con quién debe conversar etc. Por momentos se abandona a recuerdos y reflexiones, pero sus temores siempre acaban regresando.
No obstante, oficio y circunstancias son lo de menos, este personaje podría ser cada uno de nosotros, y su obsesión cualquier fobia o sentimiento intenso que mantenemos oculto un tiempo pero aflora siempre que bajamos la guardia. El resto de recuerdos, observaciones, preferencias, reflexiones y fantasías se parecen a las nuestras, el mérito consiste precisamente en ese flujo de conciencia tan concienzudo reflejado en una prosa tan magnífica. Averiguamos los pensamientos de Handke, de su alter ego o de sus lectores ocasionales a través del ser humano sin nombre, al que alude cada vez que se refiere a él y dependiendo de la ocasión, con una adjetivo diferente (escritor, observador, interlocutor, abandonado, demorado, responsable etc.)
Podríamos, pues, definir la novela como un alarde literario. Poco más de cien páginas de elegante prosa –que apreciamos gracias a una exquisita labor de traducción– cuya anécdota es mínima, donde prima la introspección y el retrato de un ambiente muy concreto, que deja ver, de paso, hasta qué punto son decisivos el estado de ánimo y el entorno en que se mueve un autor, así como el aislamiento que impone el oficio a quienes se lo toman en serio. Todo ello acompañado de preguntas de índole existencialista y numerosas reflexiones sobre el proceso creativo. Tanto es así que el autor-personaje, en cierto modo, nos lleva hasta su cocina, muestra sus ingredientes y la forma de combinarlos, en una exhibición donde la teoría complementa a la práctica..
En sus sueños de juventud, la literatura era para el escritor lo más libre de un país, y esa idea fue su única salida para escapar a la vileza y sumisión diarias y poder sentir el orgullo de ser un igual, como les sucedió probablemente a muchos más.”
Traducción: Isabel García Wetzler


También de Peter Handke:  El miedo del portero al penalty

sábado, 23 de noviembre de 2019

Harkaitz Cano: La voz del Faquir

Idioma original: euskera
Título original: Fakirraren ahotsa
Traductor: Jon Muñoz Otaegi
Año de publicación: 2018
Valoración: está bien

No es fácil el género de la biografía ficcionalizada (como en cine el género del biopic). Por una parte está la obligación de ser esencialmente fiel a los hechos de la vida del personaje biografiado, al menos en los grandes rasgos si no necesariamente a un nivel de detalle; por otro, la necesidad de construir, con esos hechos, un personaje que sea reconocible y "redondo" (no un mero arquetipo ni un santo ni un demonio), y una narrativa que vaya más allá de lo cronológico (nació, hizo esto y lo otro, murió). Si no estuviera tan manoseada, podría utilizarse la expresión "construir un relato" para este proceso de transformación sin el cual no hay biografía digna de tal nombre. Así, hay muchos biopics que fallan por ser demasiado planos o  hagiográficos, y otros que son criticables por tomarse demasiadas libertades con la verdad (whatever that means). En este peligroso equilibrio, Harkaitz Cano parece haber intentado encontrar el "justo medio": aunque la mayoría de los acontecimientos y personajes parecen ser verídicos (y cualquier persona que conozca la trayectoria del cantante Imanol Larzábal reconocerá muchos de ellos), al mismo tiempo cambia el nombre del protagonista a Imanol Lurgain y, por lo que explica en el [quizás innecesario] capítulo final, se toma ciertas libertades con determinadas situaciones y personajes secundarios.

Desde luego, es innegable el interés del personaje escogido: el cantautor Imanol Larzabal, una de las figuras esenciales de la música y la cultura vascas de finales del siglo XX. Cercano a la izquierda abertzale en su juventud, colaborador de ETA en los años 60, pasó por la prisión y el exilio francés hasta la amnistía de 1977. A partir de ese momento se involucró muy activamente en diversas iniciativas a favor de la lengua y la cultura vascas, así como de los derechos sociales, aunque en posiciones cada vez más alejadas de las de ETA; a pesar de ello, en 1985 Imanol participó (¿activamente?) en la fuga de la cárcel de Martutene de dos miembros de la organización terrorista (uno de ellos, el escritor Joseba Sarrionandia), que huyeron escondidos en los bafles del cantante después de un concierto. El momento esencial de giro de su biografía, sin embargo, es el asesinato de la ex-etarra 'Yoyes' en 1986, que intentó acogerse a las medidas de reinserción propuestas por el gobierno español y por ello fue ajusticiada por la banda terrorista; sacudido por la noticia, Imanol participó en la organización del concierto en repulsa por el asesinato, lo que le valió el rechazo, el boicot y las amenazas de una buena parte de la izquierda abertzale. Cansado, atemorizado y abrumado por las presiones, en el año 2000 abandonó el País Vasco, y murió en Orihuela en 2004.

La trayectoria de Imanol sirve, por lo tanto, como reflejo o representación metonímica, podríamos decir, de la evolución de al menos una parte de la sociedad vasca: del amplio apoyo en los años 60 y 70 a la ETA antifranquista (en la que convivían al menos dos espíritus, uno socialista e internacionalista y otro más decididamente nacionalista vasco), al alejamiento posterior con la llegada de la democracia, y finalmente al desencanto y el repudio con la "socialización del dolor" y la represión de toda disidencia en la banda (de la que el asesinato de Yoyes es el ejemplo último) y en la sociedad (con el acoso a políticos, intelectuales, periodistas, etc.). Esta "caída del caballo", que tan bien ha representado Saizarbitoria en varios de sus textos, pero superlativamente en Martutene, es quizás una de las tragedias de la historia vasca reciente: despertar un día y ver que tu sueño utópico (una Euskal Herria independiente y socialista) ha producido monstruos, muerte y destrucción.

Tenía, por eso, muchísimas ganas de leer esta nueva novela de Harkaitz Cano, uno de los escritores más significativos relevantes e interesantes de la literatura vasca actual; y tenía muchísimas ganas de que me gustase, después de que Twist me dejase con un sabor amargo. El problema es que, me temo, La voz del faquir también se ha quedado a medio camino, aunque el que vaya, en mi opinión, de menos a más hace que la sensación final sea más positiva.

Desde el punto de vista puramente literario, tengo la sensación de que la novela, en cuanto a la acción y la creación de un personaje interesante, solo consigue arrancar y despegar a partir del momento del asesinato de Yoyes ('Arakis' en la ficción). El capítulo que describe el asesinato es sin duda el más duro y el más logrado del libro, con un efecto narrativo y emocional superior a todo el resto. Y es también a partir de ese momento cuando Imanol Lurgain gana cuerpo como personaje, mostrándose al mismo tiempo decidido y temeroso, orgulloso y frágil, mujeriego y dependiente, irresponsable y vanidoso como un niño grande. (Recuerda, en cierto modo y salvando las distancias, al Maiakovski de Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla). Hasta ese punto, su personalidad parece estar sin definir, y el personaje consiste fundamentalmente en un agente narrativo al que le van pasando cosas, que vienen a coincidir, en lo fundamental, con los acontecimientos de la vida de Imanol Larzabal, el de verdad, pero sin que se construya una psicología compleja a partir de ellos. Esto me hace pensar (y aquí entramos ya en territorio "pues si eres tan listo haber escrito tú la novela") que una estructura menos lineal, que nos mostrase desde el principio a este Imanol final, más humano, habría cambiado completamente la experiencia de la lectura.

El otro punto en el que esperaba más de la novela tiene más que ver con lo político. Esperaba que, a través de la voz del "Faquir" Imanol, se reflexionase más en profundidad sobre el conflicto ético y político de fondo: sobre cómo se llegó a justificar lo injustificable, a pegar tiros en la nuca de políticos, empresarios o periodistas, a tachar de traidores a todas las voces discrepantes, a expulsar del País Vasco a quienes, incluso habiendo pasado por la cárcel y el exilio, se oponían a la continuidad de la banda en democracia. No es que Harkaitz Cano oculte esta violencia ni, por supuesto, la justifique, pero tampoco, creo, ahonda en esas cuestiones, en las derivas individuales o colectivas que llevaron a ese punto, o en la necesaria asunción de responsabilidades ante sus consecuencias. (Es posible que la comparación con Martutene también le perjudique en este caso). Por supuesto, Imanol no tenía en su conciencia delitos de sangre (y de hecho en la novela aparece casi como un pacifista, negándose a aprender a disparar), pero sí que convivió y colaboró con quienes, con o sin conflictos de conciencia, empuñaron un arma o colocaron una bomba; y los posibles dilemas morales que esta convivencia pudieran provocar (a él y al narrador-autor) parecen resumirse en la decepción personal por que sus antiguos amigos le abandonen y dejen de ir a sus conciertos, y no por que se hayan convertido en cómplices del terror.

Sí que son frecuentes, en cambio, y muy sugerentes, las reflexiones sobre el acto creativo (musical en este caso, pero extrapolable a otras áreas) y sobre la posición del artista en la sociedad, particularmente en momentos turbulentos como los que le tocó vivir a Imanol: ¿es aceptable hacer arte escapista en tiempos de plomo? Hay también algunas digresiones de interés y efecto variables (algo obvia la identificación del Faquir con el mártir San Sebastián; más sugerente y polisémica la de los caballos de Géricault). Pero lo mejor, pienso, sigue siendo ese último tercio de la novela, en que se puede hablar efectivamente de novela y no de simple narración biográfica: un Imanol digno pero arruinado, orgulloso pero rechazado por los que antes eran los suyos, que se tiene que resignar a cantar para un auditorio lleno de políticos y escoltas que ni siquiera conocen sus canciones, y que acaba viviendo del sablazo y del ocasional golpe de suerte, es la imagen más memorable que nos deja La voz del faquir

viernes, 22 de noviembre de 2019

Michel Pastoureau: Animales célebres

Idioma original: francés
Título original: Les animaux célèbres
Traducción: Laura Salas Rodríguez
Año de publicación: 2019
Valoración: Muy recomendable 

No me hagan bromas sobre a quiénes podríamos llamar ‘animales célebres’, ya sabemos que hay mucha celebridad a la que se podría aplicar el sustantivo. No, en este caso hablamos de animales en sentido literal, y este buen señor oportunamente apellidado Pastoureau –historiador medievalista- nos ofrece una pequeña recopilación de aquellos que a lo largo de los siglos han adquirido una notoriedad especial, pasando en muchas ocasiones a formar parte de nuestro imaginario cultural.

En nuestra ‘casa de fieras’ tenemos, claro está, animales que existieron en carne y hueso, pero también animales mitológicos (el minotauro), bíblicos (la serpiente del Génesis o los pasajeros del Arca), de naturaleza fundacional (la loba romana) o marcadamente bélica (los elefantes de Aníbal), animales heráldicos (el leopardo inglés), posibles (el monstruo del lago Ness) o probables (la bestia de Gévaudan), de madera (el caballo de Troya), pintados (los bisontes de Lascaux), objeto de animación, convertidos en juguetes, enviados al espacio, navideños, asesinos, y así hasta conformar una nómina que se extiende más allá de las 200 páginas.

Cada apartado, de cinco o seis páginas, se compone de dos partes. La primera es una referencia histórica en la que se expone el contexto en que el animal hace su aparición, contado de forma simpática pero rigurosa; en la segunda reflexiona el autor en torno a la especie de que se trata, el concepto cambiante que la sociedad tiene de ella en esa época concreta, sus implicaciones psicológicas, económicas, culturales, el por qué ha sido ese animal y no otro el que protagoniza los acontecimientos. 

Todo ello hace que el lector se vaya formando una idea de cómo evoluciona su percepción acerca de las especies, cómo se van fraguando y alterándose las jerarquías según el entorno y el momento histórico. Vemos cómo el oso es el rey de los animales en la Europa septentrional hasta que poco a poco va siendo desplazado por el león, el cerdo pierde su protagonismo en favor de los ovinos según se va modificando la estructura ganadera, el impacto de la llegada de los grandes animales exóticos, o la progresiva pero lenta aceptación del perro como acompañante preferido del ser humano.

Hay algunos episodios menos sorprendentes por ser harto conocidos, otros realmente estremecedores, como el de la cerda de Falaise o el citado de la bestia de Gévaudan, donde la sangre y los estragos se multiplican sin freno, y también muy curiosos, como el origen de Teddy Bear y la dualidad sobre la que se edifica la moda de los osos de peluche. 

Como se ve, puede ser un tema que se preste a la ligereza, pero justamente el acierto del libro es haber encontrado, en mi opinión, un equilibrio admirable. Está bastante claro que para Pastoureau escribir este libro fue un pasatiempo, una forma de dar cauce a sus conocimientos en una dirección más amable, y pienso que con las dosis justas de humor y erudición, y una prosa ágil y diáfana, consigue el objetivo clásico de docere et delectare

Así que, instructivo y ameno al mismo tiempo, si tiene usted en mente regalar un libro y no tiene claros los gustos literarios del beneficiario, no se enrede eligiendo narrativa con la que puede columpiarse por exceso o por defecto: con este tiene el éxito garantizado.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Olga Tokarczuk: Los errantes

Idioma original: polaco
Título original: Bieguni
Traducción: Agata Orzeszek (ed. en castellano) / Xavier Farré (ed. en catalán)
Año de publicación: 2007
Valoración: bastante recomendable (con matices)

Antes de empezar esta novela, uno debe despojarse de ciertos corsés mentales en los que, en ocasiones, nos auto embutimos al entrar en un nuevo libro. Es habitual comenzar un texto queriendo encontrar un hilo argumental, una estructura definida, unos personajes recurrentes que faciliten la continuidad narrativa, pero en este caso no es así y hay que celebrarlo, pues existen pocas ocasiones en las que un libro exija que abramos la mente e iniciemos la obra sin ideas preconcebidas, partiendo de cero, desde la inocencia de quién desea, simplemente, gozar de la calidad de un texto. Y Olga Tokarczuk lo consigue en gran medida en este libro, a pesar de no ser una obra para un público amplio.

«Los errantes» es un libro de género difícilmente clasificable, a caballo entre ensayo, libro de viajes, conjunto de relatos y novela, y al que hay que aventurarse con la mente abierta, pues cuando el argumento del libro es prácticamente inexistente y consiste en una fina línea que no une, pero sí pone un marco referencial a pequeñas historias, es importante estar receptivo y centrarse en disfrutar del potente estilo narrativo. Así que, dejad de lado prejuicios y expectativas, no esperéis una historia única sino un conjunto de ellas en apariencia inconexas, pero plasmadas con una innegable coherencia conceptual; olvidaos del argumento y, de esta manera, desnudos ante un texto que se presenta profusamente desestructurado, aventuraos a disfrutar sin ataduras ni complejos de la lectura de este libro buscando principalmente el deleite en cada uno de sus relatos o reflexiones.

Con las altas expectativas propias de quien comienza la lectura sabiendo que la autora de esta obra ha sido galardonada con el último Premio Nobel de literatura, uno espera potencia narrativa y pocas páginas bastan para percatarse de la intensidad que imprime la autora. De narración fragmentada, ya el primer relato sirve perfectamente para calibrar el estilo de Tokarczuk, quién sitúa la protagonista en una extraña tierra de nadie, una espectadora distante de una realidad que uno vislumbra fría, solitaria y algo sombría. Y este estilo se mantiene a lo largo de la novela, y en ocasiones se agudiza. La prosa de la autora es brillante, intensa por reflexiva, emocional por poética, pero en ocasiones parca y seca, casi aséptica. El lector permanece expectante, en estado de alerta aguardando a que algo estalle, y la autora sabe cómo mantener esa tensión narrativa a la vez que mantiene una prosa de precisa meticulosidad y rica en matices. En esta apertura a la obra nos percatamos del estilo y de un tenso ambiente narrativo que encuentra su reflejo en el lector, inquieto ante la dificultad de ver en él algún tipo de continuidad argumental; no la busquéis, no la hay ni se espera que la haya. Y, es más, el lector no debe intentar encontrarla ni obsesionarse con ella.

Argumentalmente, la novela que ha escrito Tokarczuk es un mapa anatómico y anímico de la vida, de su inconsistencia y vacuidad, de su inexorable temporalidad y prácticamente absoluta inexistente incidencia. No hay vidas que repercutan en algo mayúsculo, sino pequeñas gotas de realidad que se filtran por las capas finas del avance de unas vidas que juntas conforman un presente que no se sabe hacia donde será conducido. Así, como en un viaje onírico de historias fragmentadas y episodios en apariencia inconexos, abriendo el abanico en los sucesivos relatos, la autora nos habla de trenes, museos y aeropuertos; de albergues y lugares ocupados por personas en tránsito continuo, un tránsito físico y emocional, deambulando a veces sin rumbo fijo, y la autora nos transmite esa angustia casi nihilista, de ciudadanos despojados de orígenes y raíces, como en un transitar vital sin principio ni fin por el cuerpo del mundo.

De amplio espectro argumental, esta novela se sustenta en la temporalidad de las vidas de cada uno, retratados como almas errantes, como en una estación de paso de aquellos trenes que aparecen puntualmente en la novela, donde la vida no tiene origen ni destino, donde parece no haber pasado ni presente y, si lo hay, no parece tener cabida en su propia vida. Porque la novela nos habla de mapas e islas, de trenes y bares, de aeropuertos y sitios encerrados como unas vidas sin expectativas, casi inamovibles, delimitadas y limitadas por un pesar que lastra sus próximos movimientos, como si de tendones se tratara, siempre en tensión, siempre intentando devolvernos a la condición original. Tokarczuk observa las vidas, a través de la distancia de la soledad de un hotel, a través de innumerables ventanas que de noche muestran fragmentos de vida desnuda tras inexistentes cortinas. Y en esos análisis exhaustivos también del cuerpo humano, de las costumbres, de la lengua o el tiempo y los espacios, nos sitúa en un escenario móvil y cambiante que muestra de manera inexorable los diferentes rasgos y apariencias de la vida. De esta manera, durante las aproximadamente cuatrocientas páginas de relato, asistimos a un desfile de variopintos personajes, disecadores, fotógrafos, científicos, escritores, emperadores, zares, religiosos, que narran historias relacionadas con el cuerpo, con las personas, con los viajes. Toda la narración está envuelta de un sentido global en el aspecto temporal pero también en el geográfico y, en su carácter efímero y cambiante, nos hace partícipes de una visión grande del mundo y pequeña del ser humano, por su insignificancia, por su caducidad, por ser importantes sólo en el ahora y el aquí.

Como en toda novela de relatos, o fragmentos, o ideas, o como podamos etiquetar esta obra, el texto que nos ocupa es irregular, pues asistimos a disgregaciones anatómicas de relativo interés, pero también a profundos análisis y reflexiones sobre el tiempo y el lugar. Y faltaría a la verdad si no dijera que, en ocasiones, se hace algo cuesta arriba, pues la ausencia de hilo argumental tienta a alternar con otras lecturas y, superado ya el ecuador del libro, uno empieza a temer que tal vez su extensión sea excesiva. Y me explico: cierto es que la narración es detallada y rica, pero la fragmentación y la poca conexión entre historias (más allá de la idea supra narrativa que engloba todo el libro de manera conceptual y la repetición en diferentes capítulos de algunos personajes centrales) uno encuentra que es algo desmesurada. Es por ello que no es un libro apto para todos los lectores y de ahí el matiz en la recomendación, pues su estructura, su minuciosidad descriptiva en ocasiones casi obsesiva y sus excesos puntuales pueden alejar a cierto público poco acostumbrado a la novela experimental.

En resumen, una novela interesante en planteamiento y reflexiones, con fragmentos de muy alta calidad, donde Tokarczuk expone la visión del mundo y sus habitantes, donde nos transmite la concepción del mismo como un cuerpo, con las personas recorriendo sus caminos trazando infinitud de vías arteriales en un viaje en tránsito continuo e interminable. Y en este aspecto se comprende la complejidad de la traducción del título original en polaco, pues su interpretación no es única; así se entiende que se haya traducido como «Flights» (Vuelos) en inglés, «Cos» (Cuerpo) en catalán o «Los errantes» en castellano, todas ellas traducciones acertadas, pues todos somos personas errantes que viajamos por el cuerpo del planeta, seres de una infinitesimal importancia e incidencia en la vida de un mundo que a veces nos parece lejano y extraño, pero que recorremos de manera inexorable e incesante buscando, tal vez, aquello que dé sentido a nuestras vidas. Recorremos el cuerpo del mundo buscando aquellas vías respiratorias que insuflen ese aliento que a veces necesitamos para transitar por nuevos caminos y trazarlos, y en ese viaje vital, nos encontramos perdidos, desorientados, solitarios en nuestra búsqueda, pero no solos. En esta aventura plagada de almas errantes nos encontramos todos, aunque a veces no seamos conscientes de ello.

También de Olga Tokarczuk en ULAD: Un lugar llamado Antaño

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Pierre Magnan: Trufas para el comisario

Idioma original: francés
Título original: Le commissaire dans la truffière
Año de publicación: 1978
Traducción: Susana Prieto Mori
Valoración: recomendable

Lo primero es lo primero: no me digáis que esta novela no tiene la cubierta más chula que habéis visto en mucho tiempo. Y aunque en este caso se trate, con toda propiedad, de lo que ahora llaman un "noir rural", mi aseveración es extensiva a cualquier tipo de libro, ¿que no? Por supuesto que, además, la imagen que la ilustra tiene su explicación, porque en la trama tiene su papel, y no pequeño, una cerda trufera llamada Rosaline... que bien podría ser la de la foto, con esa mirada llena de inteligencia...

Pero bueno, no me voy a adelantar, vayamos por orden, aunque no lo parezca: supongo que la mayoría de nuestros lectores conocen al célebre conjunto musico-vocal gallego Siniestro Total, que en sus comienzos interpretaban una alegre tonadilla titulada Matar hippies en las Cíes ; pues bien, justo de eso es de lo que va esra novela, pero sin que la acción se desarrolle en las islas Cíes, sino en un pintoresco pueblo de la Alta Provenza llamado Banon (con una sola -n, por favor). Allí alguien está hacuendo desaparecer jipis, de ambos sexos, de entre la nutrida  y cambiante colonia que se ha aposentado en la comarca -no olvidemos que la novela es de hace 40 años-; como resulta que además del mal efecto que produce tal circunstancia, algunos de los desaparecidos son retoños de "buenas familias", el veterano comisario Laviolette , oriundo de la región, es enviado al pueblo, aunque más para "impregnarse del ambiente" que para resolver el caso, de existir éste (algo que, en un principio, no parece tan claro)...

Nos encontramos, pues, ante un thriller criminal de ambiente campestre, aunque en verdad se trata de algo más que una mera "ambientación", puesto que esa región de la Alta Provenza o Bajos Alpes es la que también vio nacer al autor de la novela y de ahí que el retrato costumbrista que nos ofrece, aunque sin caer nunca en la complacencia chovinista, sea también una demostración genuina de cariño al terruño. A eso se debe, quizás, que se le asocie con la obra de otro escritor de la zona (de hecho, nacido en la misma localidad que Pierre Magnan, Manosque): Jean Giono. Aunque yo, sobre todo, lo encuadraría entre dos autores de roman policier: Simenon y Fred Vargas (quien, por cierto, también tiene una absorvente novela que comienza en un pueblo bajoalpino: El hombre del revés); aunque, eso sí, el comisario Laviolette resulta menos circunspecto que su colega Maigret y bastante menos difuso que su otro colega, Adamsberg. Sentimental, parece que igual que ambos...

En todo caso, estupenda la decisión, creo yo, la de la editorial Siruela al rescatar para el lector de habla hispana los casos de este comisario, que daran de los años 70 y 80... de igual manera que están recuperando otras novelas del género criminal de diferentes países, aunque con desigual acierto, me temo... Cierto que el libro tiene un aire, digamos vintage -esos jipis... esos coches...- y que el estilo del autor, pese a estar trufad... perdón, impregnado de una sorna suave, de una ironía algo maliciosa, pero bienhumorada, también también resulta un poco alambicada en algún momento (también un poco vintage, si se quiere)... Pero, vaya, quien lea esta novela, además de jipis desaparecidos encontrará infidelidades campesinas, disputas familiares, perros salchicha abandonados, supersticiones antiguas y fórmulas de brujería, sepulcros hugonotes, truferos, rebaños de ovejas... , y sobre todo, a una cerda de ciento ochenta kilos ante la que caerá tan rendido como lo está su dueño. No cabe duda alguna: merecía estar en la cubierta del libro ; )

martes, 19 de noviembre de 2019

David Jiménez: El director


Año de publicación: 2019
Idioma original: español
Valoración: muy interesante

Planteaba hace días matices sobre la oportunidad de ciertos libros y, casualidades o planificación del tsundoku de cada uno, voy a darme de bruces con este El director de cuyos precedentes ya he ido dando cuenta, si bien algunas referencias las he ido consultando a medida que avanzaba en su lectura. Los hechos descritos son tan recientes y tan familiares en sus protagonistas, sean estos nombrados directamente o hayan sido encubiertos por el curioso sistema de apodos, que la sensación es poderosa. Cualquier habitante del estado español que haya tenido una mínima curiosidad por lo que pasa a su alrededor va a encontrarse en estas páginas con muchos hechos que permanecen en la memoria.
Y si googleo sobre este libro lo primero que me encuentro es una velada crítica: acusan a su autor de descubrir la sopa de ajo y el medio que así lo califica es el periódico digital El Español que, casualmente, dirige Pedro J. Ramírez, también antiguo director de El Mundo, cuya imagen no sale muy bien parada aquí. Más búsquedas me manifiestan que ciertos ex-compañeros de Jiménez lo tildan de libro de cotilleos y yo, que queréis que os diga, me siento atraído de forma irresistible por libros que hagan incomodar a quien este libro parece estar incomodando.
Eso ha hecho, claro, que se venda mucho, y me pregunto cómo el brillante Fariña, también en Libros del KO, fue retirado de la circulación por un político pusilánime al que se aludía, y este no. Este circula libremente entre ventas notables y una sorprendente escasa repercusión en los ámbitos en que un libro así debería hacer daño. Me lo explico de una manera bastante triste y resignada. Hace apenas una semana el electorado español ha renovado la confianza de forma mayoritaria en los partidos de siempre con algún conato de renovación pero sin condenar los borrones de sus respectivos pasados. Y ha regalado 52 escaños a los neofranquistas más indisimulados. 
Entonces en un país que vota así nada escandaliza e incluso todo se da por bueno o por lógico. Y lo que Jiménez relata aquí es un solo elemento de ese paisaje desolador. Después de décadas como periodista y corresponsal a pie de cañón en diversas partes del planeta, es sorprendido con su nombramiento como director de El Mundo, periódico español de perfil conservador, famoso tanto por los escándalos que ha ido destapando como por la escasa ética que ha ido mostrando en su recorrido previo: de ser un estandarte de una prensa intrépida e independiente a convertirse en un títere accionado por dos cuerdas tirantes: las necesidades empresariales de beneficios y las presiones políticas ávidas de palmeros que echan una mano en los momentos comprometidos. Jiménez describe aquí, usando motes para cada uno de sus compañeros y superiores más preeminentes (motes que es sumamente sencillo cuadrar con sus equivalentes reales con simples búsquedas en Internet) y otorgando a personajes de la vida pública (monarcas, políticos, empresarios) sus nombres reales y situaciones que, vistas en serie y a lo largo de un período tan corto, no pueden menos que espeluznar tanto por su concentración como por su crescendo ante poderes impertérritos que, en vez de actuar, se conjuran para minimizar sus consecuencias. Jiménez se manifiesta como un periodista vocacional que es embaucado para aceptar un cargo que le obliga a un desagradable equilibrismo en medio de presiones de políticos, empresarios, tertulianos y anunciantes, de los resultados de la compañía propietaria del periódico y de sus accionistas en Italia, de los compañeros y superiores en la empresa que actúan a sus espaldas, de la necesidad de recuperar la pureza de la profesión y adaptarse a los cambios en los medios de información que representa Internet, de eso que se llama transformación digital. Demasiados aspavientos cuando se anda por la cuerda floja. 
Y el libro tiene el enorme valor de ese testimonio que, opiniones y matices al margen, considero completamente validado: le habrían llovido querellas si no fuera así. Aquí hay partidos corruptos, gobiernos, ministros, familia real, policías chantajistas, hablando claro, mucha mierda que salpica a mucha gente y El director, más que inventar lo de la sopa de ajo como escriben con muy mal perder los de otros medios, es una cruel constatación, una escalofriante confirmación de que, en este mundo sobresaturado y multiinformado, la verdad absoluta y desnuda va a dolernos mucho, y que, seguramente por eso, nos la dosifican, o hasta nos la niegan, quienes deberían mostrarla.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Egon Erwin Kisch: ¡Escríbelo, Kisch!

Idioma original: Alemán
Título original: Schreib das auf, Kisch!
Traductora: Rosa Pilar Blanco
Año de publicación: 1930
Valoración: Recomendable

El reportero Egon Erwin Kisch (1885-1948) luchó como cabo del ejército austrohúngaro en la Gran Guerra. Estuvo en el frente serbio primero y en el ruso después. ¡Escríbelo, Kisch! es su diario de campaña, y abarca desde su movilización en el verano de 1914 hasta el momento en que es herido en la primavera de 1915. Huelga decir que este testimonio tiene un valor incalculable; como documento histórico, por supuesto, pero también en tanto que artefacto literario.

¿Por qué en tanto que artefacto literario? Me explico. En primer lugar, porque puede leerse esta obra como si de ficción se tratara; a ratos, su protagonista recuerda a un personaje salido de una picaresca moderna. Pero, sobre todo, porque la prosa de Kisch es deliciosa. Uno nunca tiene la impresión de estar frente a un texto periodístico. Kisch trasciende el mero registro taquigráfico de los hechos e imprime en ellos factura estilística, bellísimas descripciones, referencias eruditas, ingeniosas observaciones, lúcidas reflexiones y algo de humor desencantado. Todo lo narrado se transmite de un modo directo y vívido. Kisch escribió estas páginas cuando tenía hambre, cuando pasaba frío, cuando estaba bajo fuego enemigo, robándose horas de sueño, con escasa iluminación, incómodo, y esto se nota. Vaya si se nota. 

Resulta sorprendente que este diario burlara la censura militar. Y es que Kisch se mofa en él de sus aliados (superiores incluidos), de la idiosincrasia del ejército del cual forma parte, de su patria... No deja títere con cabeza, vamos. La ironía es, junto a las bondades previamente destacadas (su valor testimonial y la prosa con que ha sido redactada), uno de los puntos fuertes de esta obra.

Con tal de preservar la frescura de sus apuntes, Kisch decidió no modificarlos a posteriori. Este apego al material original no lastra en lo absoluto al conjunto. Aunque este volumen tiene pasajes lentos o repetitivos, no son demasiado ostentosos y contribuyen a transmitir la honestidad de Kisch. En fin, que ojalá quedaran más "reporteros frenéticos" como tú, Kisch. Perspicaces, sinceros, cultos y con sentido del humor. Falta nos hacen. 

domingo, 17 de noviembre de 2019

Katixa Agirre: Las madres no

Idioma original: euskera
Título original: Amek ez dute
Año de publicación: 2018
Traducción: Katixa Agirre
Valoración: Muy recomendable

1.- Una madre, Alice, ahoga a sus dos hijos en la bañera; los envuelve en una toalla, los deposita delicadamente en la cama y espera pacientemente a que llegue su niñera. Este acto, aparentemente incomprensible e inasumible, hace que la narradora, que conoció a la infanticida hace años y que también acaba de ser madre, se embarque una búsqueda obsesiva de un sentido o una explicación: ¿cómo es posible que una madre mate a sus propios hijos? ¿No es el acto más antinatural imaginable? ¿Estaba deprimida, drogada, loca? ¿Y si no estaba loca, qué le llevó a hacerlo? ¿Por qué nadie hizo nada para ayudarla o detenerla? Por el camino, la propia se plantea su propia maternidad, sus miedos, frustraciones, esperanzas y trivialidades cotidianas, confrontándose con algunos tabús contemporáneos y con sus propias dudas como madre, mujer y escritora.

2.- Se oye (por lo menos en mi cabeza) un coro de voces: "¿Otra novela más sobre la maternidad? ¿Cuándo va a pasar esta moda, para que podamos hablar de la Guerra Civil o de la crisis de los hombres de mediana edad, temas verdaderamente importantes y universales?". A lo que en primer lugar se podría contestar: ¿y si es otra novela sobre la maternidad, qué? Después de siglos hablando de la muerte, ¿no podemos hablar también sobre el principio de la vida y sus consecuencias? Y en segundo lugar, no, esta no es una novela más sobre la maternidad y sus misterios místicos, sino que ofrece una aproximación a sus caras más oscuras, más invisibles, más materiales. No se trata solo del infanticidio como crimen absoluto, sino también del dolor del parto, del puerperio o de la lactancia; de los infinitos miedos que acechan a los madres [y padres] primerizos (no ser capaz de cuidar del bebé; que el bebé muera en algún accidente ridículo o improbable; que nuestra vida desaparezca consumida por el bebé, etc.); y también del interminable aburrimiento que supone intentar mantener entretenido (o dormido) a un ser que solo sabe mamar, llorar y cagar. [Como padre reciente, no me cuesta mucho identificarme con muchos de esos miedos, fobias y culpas, y reconocer en otros momentos la experiencia de mi pareja durante estos meses pasados. "La paternidad es el origen de miedos y odios insospechados", me dijo, en palabras más o menos aproximadas, Iban Zaldua en un twit hace poco].

3.- Esta que podríamos llamar no bullshit approach a la maternidad impone también un léxico y una retórica: médica (calostro, episotomía, percentil, oxitocina), legal (asesinato, homicidio, infanticidio) y, en general, a un campo de lo concreto cotidiano que huye tanto de la abstracción filosófica como de la mistificación new age. No es que no haya reflexión en el texto, o mejor, detrás del texto, sino que esta reflexión se encarna en un catálogo de "malas madres" (la peor de todas, la asesina, pero también la madre adúltera, la irresponsable, y hasta la propia narradora, que se siente aliviada-y-culpada por dejar a su hijo en la guardería) y en el coro de personajes secundarios que las rodean. La alternancia entre los capítulos sobre la investigación del crimen y los dedicados a la vida de la narradora, que huye siempre que puede de sus obligaciones maternales, tienden a colocar a ambas mujeres en un plano semejante: el de las madres que no son como deberían ser, a juzgar por lo que el resto de la humanidad piensa que deben ser las madres.

4.- En algunas reseñas he visto que se compara Las madres no con A sangre fría de Truman Capote, y es cierto que comparte con esta obra clásica la indagación detenida en un crimen horrible, pero no el método ni el género (la famosa "novela de no ficción"). Para mí, en cambio, el modelo más cercano, consciente o inconsciente aunque (creo) no explícito, es El adversario de Carrère. En Las madres no, como en El adversario, la figura de la escritora que investiga ocupa tanto espacio (en realidad, más) como el crimen investigado; la búsqueda de la verdad, esquiva y oscura, acaba por resultar más importante que esa propia verdad. Los separa, eso sí, el nivel de autoficcionalidad: mientras que el Carrère narrador de El adversario está más cerca de ser un trasunto literal del autor, en este caso la narradora es también una escritora vasca, pero que se separa de la Katixa Agirre real en aspectos no menores (uno de ellos, por ejemplo, haber ganado un Premio Euskadi de Literatura que le permite dedicarse en exclusiva a la investigación del doble crimen que da origen a la novela).

5.- A este modelo genérico se suma, además, una serie de rasgos que, por la comparación con Atertu arte itxaron, parecen ser característicos del estilo de su autora: el humor, la autoconsciencia, la distancia irónica, la crueldad consigo misma (con la narradora, en este caso) y con sus personajes, y una serie de juegos formales y experimentales, menos habituales y extensos en esta que en la novela anterior, como la introducción de listas, repeticiones, entrevistas, o ese capítulo que va siendo punteado por las ostras que se va comiendo la protagonista. También las digresiones históricas, sobre el infanticidio o sobre el sexo durante el embarazo, contribuyen a construir esa narrativa autoconsciente e irónica (y el humor, como ya se sabe, es a veces un mecanismo de autodefensa. Como la propia escritura.

6.- Las madres no fue publicada originalmente en euskera (Amek ez dute); la traducción española es de la propia Katixa Agirre, y ha sido publicada en la editorial Tránsito, dirigida por Sol Salama, que está haciendo una labor encomiable en su corta (por ahora) trayectoria, con la publicación de obras de escritoras como Fernanda Trías, Arelis Uribe, Claire Legendre o Margarita García Robayo.

Coda.- Por esas casualidades que tiene la vida, leo este libro mienras Portugal se conmociona con esta noticia: una madre abandonó a su hijo recién nacido, todavía con restos del cordón umbilical, en un contenedor de basura en Lisboa. El suceso choca con el mismo tabú que Las madres no: ¿cómo puede una madre abandonar, probablemente para matarlo, a su propio hijo? ¿No atenta eso contra los instintos más primarios y los valores más esenciales? En el caso portugués, sin embargo, dado que la madre era inmigrante y sin techo, también plantea otras preguntas de tipo más colectivo y político: ¿en qué situación se encontraba la madre para llegar a tomar esa decisión? ¿Fallaron los mecanismos sociales que deben dar apoyo a mujeres en situaciones tan extremas? ¿Por qué optó por una solución tan extrema y cruel, y no por otras como el aborto, la adopción o el abandono en una institución que acogiese a la criatura? A partir de estas preguntas podría construirse otra historia, también compleja y oscura, que quizás podría leerse como complemento a Las madres no.