domingo, 28 de mayo de 2023

Irene Solà: Et vaig donar ulls i vas mirar les tenebres

Idioma original: catalán
Título original: Et vaig donar ulls i vas mirar les tenebres
Traducción: sin traducción al castellano de momento (próximamente en Anagrama)
Año de publicación: 2023
Valoración: recomendable

Después de la inmensa novela que es «Canto yo y la montaña baila» tenía muchas ganas y curiosidad por averiguar qué camino emprendía la autora así como ver si podía mantener el altísimo nivel alcanzado con su anterior obra. Y el resultado de tanta espera es dual, bajo mi punto de vista, lo cual me causa una altísima dificultad a la hora de reseñarla y valorarla. Vayamos a ello.

Irene Solà empieza de manera directa ubicando el inicio del relato en una escena dura, cruda, en una habitación que uno intuye muy oscura, umbría, sumida en una gran cerrazón, con un olor enrarecido, viciado, mohoso. Allí, en medio, está Bernadeta, muriéndose, luchando en cada respiración. En una silla, junto a su cama, está Margarida, quien más que hacerle compañía «sobre todo la vigilaba. Porque cuando Bernadeta se muriera, Margarida quería estar ahí. Y lo quería ver. Quería ver cómo la gracia y la salvación divinas le eran negadas por haberse mezclado tantas veces con el diablo». Y la casa, lúgubre, espera el momento. Porque «las sombras se paseaban sin pies por la casa. Cada rincón tenía una negritud propia, pesada, cavernosa y profunda. La habitación donde dormía Bernadeta era tétrica. La sala era lóbrega. Las escaleras parecían un pozo. La entrada era siniestra. La cocina era la garganta de un lobo. Sin fondo». En ese escenario de imagen prácticamente aterradora, la autora centra la historia en la casa, una historia que sucede durante un día entero en el cual trascurren siglos de penas y tragedias en una masía que asume el papel de personaje principal, desde donde evoca el resto de personajes que, de manera coral, visitan Bernadeta en sus últimos instantes de vida; es en ese lecho de muerte donde recibe la visita de las mujeres, unas mujeres que forman parte del presente pero también del pasado del pueblo, del territorio y que, de una manera u otra, a lo largo de varios siglos han tenido relación con esa misma casa. Esas diferentes mujeres tejen un mosaico coral en el que cada una de ellas cuenta su historia, un conjunto de vivencias que giran en consonancia con el territorio, el entorno y la casa. 

Irene Solà abandona parcialmente su estilo poético y su mirada caleidoscópica para centrarse en la brutalidad, hablándonos de tragedias, de familias destrozadas por la muerte de algunos de sus miembros a manos de famélicos lobos, de feroces criaturas existentes en los bosques que, más que rodear sus casas, las acechan y las cercan, ahogándolas, ciñéndose sobre ellas, en tierras pobladas por animales y por hombres brutos, salvajes, adustos, que someten a mujeres desesperanzadas y deseosas de marido, que buscan tener un hombre a su lado, cualquiera vale, «un hombre entero, que sea heredero y tenga un trozo de tierra y un trozo de techo. El demonio aceptó el trato. El alma de Joana a cambio de casarla». Un pacto con el demonio que originó, siglos atrás, toda una serie de infortunios y desgracias que aún siguen y persiguen y encierran las vidas de una estirpe de mujeres que de manera trágica establecen una relación con el destino que rodea el relato con un aurea de realismo mágico.

Así, en este libro la autora parece acercarse más al estilo de Bendicho y sus «Tierras muertas» (o en ocasiones a la Lana Bastašić y sus «Dientes de leche») que al suyo propio, más luminoso, pues el relato, aunque bien construido parece girar plenamente en torno a la tierra, los animales, la dureza y la crudeza de unas mujeres que viven en un entorno hostil es sus diferentes aspectos y facetas. Hay crueldad, hay criaturas deformes, hay niños sin pestañas, hombres a los que le falta un dedo, hay mucha brutalidad y abominación en un relato que roza lo grotesco y lo zafio y en el que abundan escenas de animales despellejados listos para ser cocinados en una cocina donde uno intuye suciedad, polvo e insalubridad en una casa cerrada y sumida en la oscuridad, una oscuridad en la que «no había hombres sin orejas, ni mujeres sin cara, ni niños hinchados llenos de excrementos, ni bebés amarillos, ni víboras, ni lobos, ni ahorcados, ni desmembrados, ni mujeres forzadas, ni apuñalados. Solo llamaradas. Solo un cielo siempre de noche. Y, de golpe, carcajadas, fulgores. Y estrellas. Y después un temporal sin fin. Llovía y llovía, y llovió tanto, que de la lluvia incansable se hicieron los mares y los ríos y los lagos. El agua era negra y avanzaba. Después se retiraba. Y el mar de abría y de la herida salía fuego. Como sangre». 

De esta manera, Irene Solà sigue dirigiendo su atenta mirada al folklore, a las narraciones orales, a las leyendas y rondallas, pero en este caso desde una mirada más lúgubre, menos jovial y alegre, agudizando su penetrantes mirada hacia un realismo mágico restringiendo a la vez el público al cual dirigirse en una narración puramente terrenal en la que el lector se encuentra buscando una trama y una continuidad argumental teniendo que sortear por el camino animales despellejados algunos, feroces otros y tierra árida que seca la boca de un lector sediento de encontrar algo de la luz, simbólica y estilística, que aportaba su anterior novela.

Y por ello mis sensaciones encontradas. Quizá sea una novela para disfrutar más del estilo, enfoque y estructura multicapa que de un argumento difícilmente perceptible. Porque uno puede reconocer la gran capacidad de la autora, su atrevimiento y su entrega, que se evidencia en la gran cantidad de bibliografía que ha utilizado (y que añade al final del libro) en aspectos referentes al territorio, a los cuentos populares, a las recetas de cocina y a logros sobre prácticas medievales de comadronas en las que se basa al hablar de partos. El trabajo es ingente y se nota, y permite constatar que Irene Solà tiene un talento inmenso y una gran capacidad para crear atmósferas y tejer a la vez un relato multicapa donde las frases fluyen y envuelven el texto. Pero puede suceder que, a la vez, uno no se sienta atraído por lo que cuenta porque a pesar que sea evidente que el estilo de la autora permanece intacto, y escribe bien, muy bien, otra cosa es que el argumento o la temática encaje en el gusto lector. Y en este aspecto el libro no lo pone fácil. Así que me cuesta hacer una valoración única del libro, pues a pesar de estar perfectamente escrito no me ha suscitado más interés que el de disfrutar de la imaginación y el talento de la autora. Que tampoco es poca cosa.

También de Irene Solà en ULAD: Canto yo y la montaña baila, Los diques

1 comentario:

Jonjo dijo...

Muchas gracias por la reseña, Marc.
Para mí, esta obra es imprescindible.