martes, 14 de junio de 2022

Núria Bendicho Giró: Tierras muertas

Idioma original: catalán
Título original: Terres mortes
Traducción: Ana Crespo, traducción al castellano para Sajalín Editores (original en catalán en Anagrama)
Año de publicación: 2021
Valoración: entre recomendable y muy recomendable


De un tiempo a esta parte, la literatura ambientada en los entornos rurales parece cobrar fuerza. Quién sabe si es porque nuestra sociedad, cada vez más solitaria y alejada de los conciudadanos busca su reflejo en un entorno donde esta actitud sí tenga cabida, en paisajes aislados, en terrenos áridos porque, a la postre, la soledad existente siempre encuentra su lugar, ya sea en las ciudades más abarrotadas ya sea en medio del campo. Pero lo que sorprende de esta narración no es el entorno en el que viven los personajes sino su interior, poblado de un profundo vacío.

Con esta novela, Núria Bendicho Giró debuta e irrumpe en la narrativa, y lo hace a tumba abierta (nunca mejor dicho) porque la autora parte de una escena copada por una muerte violenta sucedida en medio del bosque para desgranar, una a una, uno por uno, cada una de las miserias y penurias de una familia y sus vecinos. Porque en ese entorno ya había habido otra muerte, y había habido mucha devastación. Y la autora disecciona cada uno de ellos para hacernos comprender que el mal habita en ellos, que la maldad existe y crece a menos que la cortes de cuajo, porque la violencia reclama violencia, y osadía, y atrevimiento, a menos que optes por ceder ante ella y acabes consumiéndote. A ti, a los tuyos, a los demás.

Sin un solo atisbo de calidez en el relato, la autora posee un estilo narrativo que desborda en aridez, se percibe una ruralidad extrema llena de sequedad y hostilidad ambiental que se evidencia en el entierro de Joan; con la tierra muy presente, una tierra, un polvo que casi se puede masticar a cada palabra, que se pone en primer lugar, en frente de la escena como un protagonista más para evidenciar que nos contempla y nos engulle, porque como bien relata, «la muerte es únicamente un agujero que se te lleva». Una muerte a manos de uno de ellos porque, como dice uno de los personajes, «la desconfianza me hizo caer en la cuenta de que el hijo de puta debía de haber sido alguien de la casa», porque «en la cocina todo el mundo sospechaba de todo el mundo menos el padre». Una familia con tiranteces y recelos y donde la dureza es condición de vida, pues «solo una mujer que ha salido de una casa donde no ha habido nunca corazón será fuerte, porque cuando no tienes corazón no se te puede romper nada».

Estructuralmente, la autora dedica un solo capítulo (corto) a cada uno de sus personajes para tejer una novela coral y caleidoscópica con un muerto en el centro del escenario. A su alrededor, los ojos lo contemplan mientras a la vez miran de recelo a quienes tienen al lado porque en un pueblo como este, pero especialmente en una familia como esta, todos guardan secretos, todos guardan silencios, todos guardan miserias. Y el lector solo puede ver el mosaico compuesto de desgarro y sordidez que conforma la historia y que la autora teje en un entramado donde las piezas encajan aunque con desgarro. Y es que Bendicho nutre el relato de personajes bastante detestables, como el retardado del pueblo, siempre «con una cuchara de madera para cocinar en la boca y que cuando quería llamarte la atención para alguna cosa te daba golpecitos con ella sin fuerza o te la ponía bajo la nariz para que la olieses y era la peste de saliva más repugnante que hubieras olido nunca». Situaciones que se producen en la iglesia, en las casas o incluso en un hostal de pueblo lleno de «carroñeros indiferentes y vulgares» que lo único que querían era «una historia para explicar cuando sus mujeres con la piel que les olía a frito les preguntara cómo había ido el día». 

Con muchos aires de Víctor Català, pero también de Faulkner por el retrato coral y árido, Bendicho esgrime una solidez narrativa que se pone de manifiesto en la voz coral de cada personaje a quién dedica un único y corto capítulo pero de una intensidad tan abismal que cada uno de ellos podría ser el centro narrativo. A pesar de que la narración fragmentada y en primera persona a través de los diferentes personajes en ocasiones dificulta el seguimiento y la relación entre ellos, el libro que ha escrito la autora es altamente denso y rico pues en las pocas páginas que cubre la historia e intrahistoria de casa personaje se encuentra todo un mundo, un mundo lleno de carencias y vacíos, de recelos y adversidades, de pasados no olvidados y heridas mal sanadas. Párrafos largos y sin apenas conversaciones, más allá de las que tienen sus propios personajes con ellos mismos o con los fantasmas de su pasado que les persiguen y les corroen un alma ya perdida y enterrada entre capas de tierra, miseria y estiércol sembrado entre los surcos hundidos y áridos de sus maltrechas vidas.

Con episodios finales realmente desgarradores y repleto de detalles escabrosos de una violencia atroz, la narración es durísima, un retrato de la maldad que vive en unas almas sin lugar en el mundo, animales entre hombres. La brutalidad más extrema e incomprensible en una familia y un pueblo donde los episodios de violencia conviven con ellos. El relato de Bendicho destripa historias de odios y recelos, de abusos y calamidades, de personajes sin esperanza y envueltos en una vida llena de maldad y miseria humana. Sin amor, sin tenerlo y tan siquiera conocerlo, lleno de lapsos de tiempo en los que forjar una vida o dejar que pasara porque «me compadecía de ella por haberse pasado la vida esperando y no haber entendido a tiempo que la vida era esto, ir dejando pasar». 

Dice uno de los narradores al entrar en el hostal que aquél «era un lugar de mala muerte donde uno se encontraba mejor que en casa. De aquellos que, de tan horribles y míseros, cuando entras y miras la muchedumbre, te admiras de tu propia dignidad». Con la lectura de este libro ocurre algo parecido, pero en este caso uno no se encuentra mejor que en casa, se encuentra terriblemente incómodo ante un escenario sórdido, repleto de personajes llenos de fantasmas y pasados míseros; tampoco con su lectura consigue que admires tu propia dignidad, sino que te exaltas y te alarmas ante la crudeza de un mundo que, aunque apartado, no está tan lejos de nosotros mismos. Y esa es la verdadera maldad.

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