viernes, 3 de junio de 2022

Claudia Rankine: Solo nosotros. Una conversación estadounidense

Idioma original: inglés
Título original: Just Us. An American Conversation
Traducción: Cecilia Pavón, en catellano para Eterna Cadencia
Año de publicación: 2020
Valoración: entre recomendable y muy recomendable


En el género del ensayo, hay diferentes formas de abordar el tema tratado: por una parte, se puede optar por darle un enfoque «académico» y nutrir el relato de datos y hechos contrastados (a menudo ordenados de manera cronológica) para elaborar una reflexión que se acerque a una tesis doctoral. Por otra parte, se puede partir desde la cotidianidad del día a día y de las experiencias y anécdotas personales para cubrir y razonar las mismas reflexiones aunque desde un enfoque más personal e individual (aunque claramente extensivo por global). Así, respecto al racismo, podemos pasar de un análisis histórico documental como «Marcados al nacer. La historia definitiva de las ideas racistas en Estados Unidos» de Ibram X. Kendi, a los ensayos más personales como los de «Feminismo de barrio», de Mikki Kendall, o el libro que nos ocupa. Todos los acercamientos son válidos y útiles para conocer un problema tan extenso en el tiempo como geográficamente.

Dice Rankine al principio del ensayo que, «siempre supe que para los ojos de nuestra cultura, mi valor está determinado por el color de mi piel» y, cabe decir que esta frase lo engloba todo pues sojuzga a todos los niveles a las personas de color (es decir, personas no blancas) a un estrato social inferior al que les debería corresponder: el mismo que los demás, el mismo que a los blancos. Y, bajo este prisma, Rankine nos narra situaciones en los que se encuentra y que giran en torno a la raza, a lo que supone ser negro en Estados Unidos y a los privilegios de los blancos. Así, nutre el relato de situaciones incómodas e injustas acontecidas de variopintos escenarios como aeropuertos, conferencias, cenas de empresarios, etc. y establece así su intento de entender (así como también su denuncia) la situación en la que se encuentran de manera que a lo largo del libro recorre los diferentes ámbitos de la vida en los que el color de la piel es un factor a la hora de establecer la posición que ocupamos en la escala social, siempre por debajo del inquebrantable y aparentemente indiscutible privilegio blanco.

La autora jamaicana nos habla sobre la supuesta neutralidad que cierta gente esgrime hacia la raza fingiendo una cierta indiferencia o incluso una falta total de percepción ante ella que Rankine (y otros intelectuales como Kendi) define como «daltonismo racial» o «la ceguera ante el color» que en lugar de ser algo positivo implica una cierta homogenización que diluye la igualdad porque «si no puedes ver la raza, no puedes ver el racismo». Y, hablando de color y de raza, la autora incluye un texto imprescindible de James Baldwin, quien afirma que «Este color parece operar como un espejo de lo más desagradable, y se gasta una gran cantidad de energía en tranquilizar a los estadounidenses blancos asegurándoles que no ven lo que ven. Algo completamente inútil, por supuesto, ya que sí ven lo que ven. Y lo que ven es una espantosa opresión y una historia sangrienta, conocida en todo el mundo. Lo que ven es una actualidad continua y catastrófica que los amenaza, y por la cual tienen una responsabilidad ineludible. Pero dado que, en general, parece que les falta energía para cambiar esta condición actual, preferirían que no se las recordaran» porque, tal y como afirma Rankine, «la gente se siente herida cuando le señalas la realidad que forma la experiencia porque la realidad no es su experiencia emocional (…) las estructuras que les dan forma a nuestras vidas son la arquitectura predeterminada en la que vivimos o en contra de la que vivimos». Es por ello, que esgrimir argumentos en conversaciones con gente blanca crea tiranteces e incomodidades porque «entre la gente blanca, a la gente negra se le permite hablar de su precaria vida, pero no se le permite implicar a los presentes en esa precariedad. No se le permite señalar sus causas (…) crear malestar señalando hechos que considera socialmente inaceptable».

De esta manera, la autora sitúa el color como elemento nuclear de su relato, y aborda los diferentes aspectos en los que pertenecer a una etnia u otra marca el destino vital de cada persona. Porque ya desde la etapa escolar, hay un sesgo racista que se evidencia en prejuicios escolares por parte de los profesores para quienes las expectativas sobre sus alumnos son mucho más bajas en los estudiantes negros que sobre los blancos, algo que ya apuntaba también Nikki Kendall en su libro y que Rankine sentencia denunciado: «¿a alguien le preocupa que estos maestros blancos, con su abrumadora representación de la blanquitud, estén confirmando las estructuras racistas a las que todos estamos sujetos?»; porque lo que sucede ya en la educación escolar desde la infancia se perpetua en todo el camino vital, confirmando y anquilosando una evidencia irrefutable: que «la brecha de riqueza racial intergeneracional se creó estructuralmente y prácticamente no tiene nada que ver con las elecciones individuales o racializadas. La fuente de la desigualdad es estructural, no conductual».

Así, la autora parte de la observación y el ánimo incuestionable de comprender, de empatizar, de llegar al origen de las creencias de cada uno para establecer una serie de conversaciones (a veces a modo de reflexión, a veces con amigas, a veces con la pareja, a veces con gente desconocida con la que coincide por cuestión de azar) para estructurar su concepción del mundo negro, del mundo blanco, del mundo de color, y contemplar desde ese entendimiento la interacción e imbricación a la que están, y deben estar, sometidos. Porque Rankine nos invita a entrar en su mundo externo e interno y comparte con nosotros sus inquietudes y la visión de su mundo negro en encaje en un mundo el blanco. El libro, de esta manera, consiste en una serie de reflexiones que la autora hace y somete a una especie de fact check en notas al lado donde verifica y contrasta sus afirmaciones y la veracidad de las mismas, porque el libro está estructurado prácticamente en su totalidad y con contadas excepciones de forma estricta: en las páginas impares, el libro consta de las reflexiones, anécdotas, situaciones o vivencias de la autora, mientras que en las pares constan las verificaciones o constataciones a base de notas y fuentes en las que se sustentan tales reflexiones.

Dice la autora que «quizás las palabras sean como habitaciones; tienen que dejar espacio para las personas. Amigo, estoy aquí. Estamos aquí. Tú estás aquí. Ella está aquí. Ellos están aquí. Él está aquí. Nosotros también vivimos aquí. Él también come aquí. Ella también camina aquí. Él también espera aquí. Ellos también compran aquí. ¡Amigo! Vamos. Vamos.». Vamos, porque todos formamos parte de este mundo, todos convivimos y nos encontramos, en los lugares físicos, en las ambiciones, aquí, ahora, ayer y mañana. Vamos. Conversemos, y busquemos el encaje. En nuestra mano está cambiar el escenario, y debemos encontrar la fuerza porque buscar el encaje «implica que los pares se reúnan sobre una base común para examinar la diferencia y alterar las distorsiones que la historia ha creado en torno a la diferencia. Porque son esas distorsiones las que nos separan. Y debemos preguntarnos: ¿Quién se beneficia de todo esto?». Esa es la cuestión, y ese es el enemigo que combatir y que vencer. No nosotros, la gran mayoría social, sino esos poco numerosos, aunque altamente poderosos, enemigos de la convivencia.

También de Claudia Rankine en ULAD: Ciudadana

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