martes, 22 de febrero de 2022

Mikki Kendall: Feminismo de barrio

Idioma original: inglés
Título original: Hood Feminism: Notes From the Women That a Movement Forgot
Traducción: María Porras Sánchez
Año de publicación: 2021
Valoración: muy recomendable


Como en todo movimiento social de amplio alcance, hay diferentes vertientes y formas de afrontar los problemas o desigualdades que pretende combatir. Y no siempre es fácil centrar y focalizar las necesidades a cubrir porque no todos los vectores implicados coinciden en establecer cuáles deben ser las prioridades. Mikki Kendall pone foco en ello reflejando que a menudo el feminismo “dominante” deja de lado los colectivos marginalizados para intentar mejorar aspectos que afectan especialmente a su clase y no a los más vulnerables. Y, fiel a su estilo contundente, propone y critica a partes iguales abriendo de esta manera la mirada hacia un feminismo más amplio que tenga en cuenta todas las necesidades.

Ya en la introducción, la autora pone de relieve sus orígenes, dejando bien claro la educación que recibió especialmente por parte de su abuela, quien «decretó que sus cuatro hijas (…) estudiaran (…) en la familia a nadie se le ocurrió la posibilidad de abandonar los estudios», así como la constatación de las irregularidades de un movimiento que pretendía abarcar todas las mujeres, aunque sin llegar a conseguirlo, y que retrata afirmando que «mi abuela nunca se describió como feminista. Nacida en 1924, después de que las mujeres blancas consiguieran el derecho a voto, pero criada en plena segregación racial bajo las leyes Jim Crow, la abuela no veía aliadas ni hermanas en las mujeres blancas», pues «ella nunca se identificó con esa etiqueta» debido a que «gran parte del discurso de las feministas de su época estaba plagado de suposiciones racistas y clasistas sobre las mujeres como ella». Ese espíritu inconformista de su abuela dejó una impronta en ella, pues «mi abuela me enseñó a ser crítica con cualquier ideología que afirmase que querían lo mejor para mí si quienes la enarbolaban no me preguntaban qué quería o qué necesitaba yo».

Kendall es contundente en su relato y se siente orgullosa de sus convicciones y la manera en que reivindica sus derechos, pues afirma que «soy la feminista a la que la gente recurre cuando ser dulce no basta, cuando decir las cosas con amabilidad, una y otra vez, no funciona» (…) «mis gritos hacen que la gente asome la cabeza del hoyo (…) de esto va este libro» porque «el feminismo es algo más que teoría crítica (…) es el trabajo que tú haces y por quién lo haces» y, desgraciadamente, «rara vez se habla de las necesidades básicas como una cuestión feminista. Problemas como la inseguridad alimentaria, el acceso a una educación de calidad, la atención médica, unos vecindarios seguros y unos sueldos dignos también son cuestiones feministas. El lugar de crear un marco destinado a que las mujeres consigan tener cubiertas sus necesidades básicas, estos textos a menudos se centran en fomentar el privilegio, no la supervivencia» porque «desde su concepción, el feminismo dominante ha insistido en que hay mujeres que tendrán que esperar más por la igualdad, que una vez que un grupo (las mujeres blancas, casi siempre) logre la igualdad, entonces abrirá el camino a todas las demás. Sin embargo, cuando llega la hora de la verdad, el feminismo blanco dominante suele fallar a las mujeres de color» y no únicamente a las de color, sino que la autora también critica que «el apoyo de las feministas blancas a las cuestiones que tienen un impacto directo en las vidas de las mujeres trans siempre ha sido mínimo, si es que alguna vez existió (…) Ver el feminismo como una opción de talla única es perjudicial, porque aliena a las personas a las que debería servir, no logra apoyarlas».

Partiendo de este enfoque, Kendall toca muchos aspectos que debería tratar el feminismo (y hacerlo en primer lugar) pero que parecen dejados de lado. Así, el relato trata, de manera exhaustiva y pormenorizada los siguientes temas:

  • Racismo, pues Kendall reivindica «un enfoque interseccional en el feminismo» que pase por «entender algo que el feminismo dominante suele ignorar: que las mujeres negras y otras mujeres de piel oscura son siempre los canarios en la mina del odio».
  • Violencia de género: «en un enfoque centrado en la víctima, los deseos, la seguridad y el bienestar de esta son prioritarios. El feminismo centrado en la víctima debería aunar servicios especializados, recursos, competencias interculturales e, idealmente, conocimientos sobre trauma, para atender las necesidades de aquellas que pasan por experiencias traumáticas como testificarán, denunciar o ir a juicio (…) se trata de capacidades imprescindibles para generar relaciones de confianza con las supervivientes, cubriendo sus necesidades y ayudándolas a sentirse seguras y protegidas (…) Debemos corregir nuestra forma de pensar sobre quién merece ser apoyada, dejar de creer que después del juicio todo se arregla». Por ello, hay que luchar contra ello de manera transversal porque «sí, la violencia de género es una cuestión claramente feminista, pero es un espacio donde la raza y la clase no sólo han dividido los recursos y los medios, sino que entran en juego toda una serie de -ismos que divide la atención a las personas en riesgo. Ya sea transfobia, antinegritud, islamofobia o xenofobia, no existe una forma unificada y efectiva de enfrentarse a la violencia de género que sea realmente inclusiva».
  • Derecho a portar armas: «La historia de los Estados Unidos ha sido definida por su violencia; cuando nos hemos planteado qué hacer con ella, la solución ha sido contratar fuerzas del orden cada vez más y mejor armadas para contrarrestar a los criminales armados. Hemos llevado armamento de guerra a las calles y a las casas de los civiles, cuando estos no tienen ni idea del daño que pueden causar, ni de que la escalada de violencia nunca es la solución» que constata afirmando que «las muertes por arma de fuego son ahora la segunda causa de muerte entre la infancia estadounidense» (algo que ya vimos en «Un día más en la muerte de Estados Unidos», de Gary Younge). La autora afirma igualmente que «las balas que no me alcanzaron me cambiaron igualmente (…) a menudo he reaccionado a las cosas más banales de una forma que resultaría exagerada ante personas que no han crecido bajo la amenaza de la violencia armada. La supervivencia en las comunidades donde la violencia armada es constante pasa por la hipervigilancia y la ansiedad», sin olvidar que «la presencia de un arma en una situación de violencia de género hace que sea cinco veces más probable que la mujer sea asesinada (…) Aunque nos solemos centrar en el impacto que sufren los jóvenes expuestos a la violencia armada, las chicas también se ven afectadas, y mucho».
  • Gentrificación: «No creo que un grupo numeroso de cuerpos negros sea sinónimo de criminalidad, pero sé que la gente que alaba las bondades de la gentrificación sí lo piensa (…) Cuando molestar a un vecino nuevo conlleva el riesgo de que te peguen un tiro, la pregunta no es si la violencia armada es una cuestión feminista; la cuestión es por qué el feminismo dominante no hace nada por abordar el problema».
  • Pobreza: «Tratamos la pobreza como si fuera un crimen, como si las mujeres que la experimentan tomaran mal las decisiones que les afectan a ellas, a sus hijas e hijos a propósito. Ignoramos que no tienen opciones a su alcance, que deciden sin red». Esto afecta a la prostitución, como única vía posible para conseguir ingresos, pero también a la alimentación “sana”, pues «a veces la comida a tu alcance es la de las gasolineras, las licoreras y los restaurantes de comida rápida, no dispones de una tienda de alimentación ni de una cocina». Es un tema que el feminismo debe abordar, pues «un 66 por ciento de los hogares estadounidenses donde se pasa hambre son monomarentales» por lo que «no se puede ser feminista e ignorar el hambre, especialmente cuando tienes el poder y los contactos necesarios para introducirla en la agenda política» y que a menudo las soluciones aplicadas no sirven, pues «los impuestos a los refrescos afectan sobre todo a las personas que tienen menos opciones, porque las opciones ‘saludables’ son casi siempre las más caras en los desiertos alimentarios».
  • Abusos: la autora también trata la violencia de género y la revictimización de las mujeres, pues «factores como la ropa que llevabas, si habías bebido o el desarrollo de tu cuerpo de emplean para justificar la violencia sexual (…) Cualquier sistema donde los derechos humanos básicos dependen de un patrón de conducta concreto enfrenta a sus posibles víctimas unas con otras y solo beneficia a aquellas que se aprovecharán de ella». También el racismo es un aspecto relevante y la sociedad tiene gran parte de culpa en ello, pues presentar a «las mujeres negras y latinas como mujeres promiscuas, a las nativas americanas y las asiáticas como sumisas y a todas las mujeres de color como seres inferiores legitima el abuso sexual» (algo que también apuntaba Ibram X. Kendi en «Marcados al nacer»). Por si fuera poco, además de esta doble victimización, también existe el desamparo al que son sometidas las mujeres, pues «cuando alentamos a que las víctimas acudan a la policía, pero ignoramos que el segundo delito más habitual entre policías es la agresión sexual, ¿cómo contribuimos a que las víctimas se sientan más seguras?».
  • Respetabilidad: Kendall critica que para gran parte de la sociedad solo quienes tengan una vida respetable merecen los derechos, pues «se supone que debemos ajustar nuestro comportamiento constantemente para evitar los estereotipos racistas, clasistas y sexistas con los que los etiquetan desde fuera» (algo que recuerda a «Los cinco de Finkelstein», uno de los relatos de «Friday Black» de Nana Kwame Adjei-Brenyah). Por ello, la autora afirma que, «el color de la piel continúa siendo el criterio más evidente que determina cómo se trata a una persona».
  • Supuesta “fiereza” atribuible a las mujeres negras: la autora afirma que «adoramos a Serena Williams hasta que se muestra enfadada cuando desafía a un sistema que la acosa sin parar mediante controles antidopaje y llamadas de atención dudosas de los jueces de línea. Entonces pensamos que está demasiado enfadada y que necesita calmarse. Son guerreras, pero por lo visto no del tipo adecuado» (algo que ya apuntaba Claudia Rankine en «Ciudadana»).
  • Escolarización y racismo: Kendall también denuncia la discriminación en los centros escolares a través de informes de mala conducta, pues «ante una conducta idéntica la dirección suele sancionar más a sus estudiantes de color y menos a sus estudiantes blancos». Por ello, «los estudiantes negros son expulsados de manera temporal o permanente con tres veces más frecuencia que los blancos» y «el 70 por ciento de los estudiantes arrestados o derivados a la policía en el colegio son negros o latinxs. Aunque sólo el 16 por ciento de la población escolar es negra, tienen una alta incidencia en arrestos y aglutinan aproximadamente el 31 por ciento de los arrestos relacionados en el ámbito escolar».

El libro que ha escrito Kendall es una poderosa herramienta para evidenciar que la ideología blanca excluye del debate o ningunea otros feminismos provenientes de experiencias diferentes. El relato construido obvia una parte importante y centra su discurso en preocuparse principalmente por la etnia y clase dominante. Así, el texto de Kendall pone foco e incide en este aspecto, poniendo de relieve las diferencias pero también la necesidad de salvar las distancias y unir la lucha en sus diferentes áreas y aspectos empezando por cubrir las necesidades básicas. Bien es cierto, y cabe decirlo, que su visión y discurso está muy basado en sus experiencias y, por consiguiente, la visión desde su territorio, por lo que aspectos como el derecho a las armas es algo que puede que nos quede lejos legislativamente, aunque conceptualmente es próximo a todos.

Kendall aboga por hacer frente común a pesar de las diferencias, porque «ser aliada es solo el primer paso, el paso más sencillo. Es un espacio donde alguien que ostenta el privilegio comienza a aceptar las dinámicas imperfectas que constituyen la desigualdad». Así, la autora pone de relieve que «cuando somos copartícipes hay espacio para la negociación, el compromiso e incluso, a veces, para la amistad verdadera. Construir estas conexiones lleva tiempo, esfuerzo y voluntad para aceptar que algunos espacios no son para ti». La autora confía en ello, afirmando que «sé que podemos llegar a un lugar donde podamos abrazar las diferencias en lugar de fingir que la libertad se alcanza borrándolas», pero cabe empezar por cubrir las necesidades básicas puesto que «solo será verdaderamente posible proporcionar cambios feministas si el feminismo dominante trabaja para combatir la discriminación en todas sus formas, ya sea por género, clase o raza. La verdadera equidad comienza una vez que todo el mundo tiene las necesidades más básicas cubiertas» y para ello es imprescindible un acto de humildad y valorar cada paso, porque «a veces la solidaridad es así de simple. Da un paso adelante, tiende la mano a quien está atrás y continúa avanzando».

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