Año de publicación: 1951
Valoración: Imprescindible
Hay tanto escrito sobre Julio Cortázar, y especialmente sobre su narrativa breve, que me parece difícil aportar mucho más con esta reseña. Hace casi exactamente un año hablé aquí mismo de Las armas secretas, su tercer libro de relatos, publicado ocho años después de Bestiario, la opera prima en la que el autor explica que ha encontrado qué es lo que quiere decir y cómo (algo así, porque no encuentro la cita textual). Ocurre a veces que un escritor genial da en el clavo con su primera obra y más tarde su carrera toma derroteros diversos, evolucionando, ganando brillantez o diluyéndose en la mediocridad, según los casos. No creo que Cortázar haya seguido este último camino, pero sí que en este primer trabajo llegó a un nivel difícil de igualar, al menos en el formato de relato corto.
Los ocho textos de Bestiario se mueven en terrenos que los conocedores de la narrativa breve del autor argentino distinguirán enseguida: personajes en principio corrientes, situaciones más o menos cotidianas, van derivando poco a poco hacia lo inverosímil, lo inexplicable o lo fantástico. Nada espectacular, todo muy normal, como si esa fusión entre realidad y fantasía fuese cosa del día a día. Es quizá la sensación que deja la lectura cuando pasamos la última página o, mejor, unos cuantos días después: quizá no todo lo que percibimos a diario es tan sencillo y racional, y puede que las situaciones que conocemos en el libro tampoco sean en realidad tan excepcionales, que lo que existe de verdad es un mundo híbrido en que la realidad vulgar que percibimos a diario está acompañada por fenómenos que normalmente no detectamos pero están ahí. Cortázar nos muestra algunos ejemplos, y por eso nos invade una cierta inquietud, una incomodidad al observar nuestra vida diaria tintada de colores extraños.
La amenaza, lo inusual que acecha o que simplemente se hace presente, puede tener su origen en cosas tangibles (animales desconocidos, o bien situados fuera de contexto), en comportamientos humanos, o en sensaciones que bien podrían ser fruto de estímulos reales o de obsesiones personales (aunque a veces sean compartidas). Igualmente podríamos descubrir sentidos metafóricos, o podemos quedarnos con la literalidad de lo narrado, dejándonos arrastrar por esa corriente, casi imperceptible, que Cortázar hace funcionar hasta que, sin darnos cuenta, ya estamos sumergidos en esa atmósfera equívoca de la que no podremos escapar.
Así, uno tras otro, los ocho relatos nos llevan por uno u otro camino a esos mundos desasosegantes, dejando sensaciones de estupefacción, admiración, aturdimiento, entusiasmo, todo ello de forma indisoluble, como solo una obra maestra es capaz de cargar al lector.
Ah, bueno, ya, los ocho relatos. Pues solo una pincelada, por colorear un poco la reseña. Sobre Casa tomada ya hablamos en aquella reseña colectiva que quizá alguien recuerde, y creo que no es posible añadir nada más. Circe también tuvo su lugar en el blog, y casi me arriesgaría a decir que es el mejor del repertorio, con esa sospecha que crece con lentitud, casi imperceptible pero también inexorable, al mismo tiempo que parece tomar caminos divergentes, o quizá no tanto.
Casi me arrepiento de haber dicho que era mi favorito, porque los demás no le van a la zaga. Carta a una señorita de Paris lo protagoniza un individuo que cuida del apartamento de una mujer en su ausencia. El hombre tiene la peculiaridad de que, de tanto en tanto, vomita pequeños conejitos vivos; pero eso es solo lo más aparatoso, porque al buen hombre se le complican las cosas y no alcanza a mantener cierto orden en su vida. Tampoco lo consigue Alina, la protagonista de Lejana, aunque en su caso el motivo son extrañas percepciones de frío y desamparo que de alguna manera le relacionan con la ciudad de Budapest.
Si los sentidos engañan o en realidad conectan con algo que es muy real, aunque incomprensible, es algo que también le ocurre en Las puertas del cielo al viudo Mauro, a quien sus amigos insisten en distraer para mitigar el dolor por la muerte de la esposa. Y en Ómnibus son los comportamientos de personas normales los que siembran el estupor primero y el temor después a alguien que sencillamente sube a un autobús. Y los animales, no olvidemos a los animales. Los hay, aunque poco visibles, en la oscura historia de Circe, pero de forma mucho más física en Cefalea: las mancuspias (esos neologismos que tanto gustan a Cortázar) son animales valiosos aunque su presencia supone ciertos riesgos para la salud, riesgos que pueden multiplicarse si por algún infortunio dejan de recibir los cuidados necesarios.
Nos queda finalmente el tigre de Bestiario, la presencia imponente, misteriosa e inexplicada, un habitante más de la casa, como quien tiene su fantasma particular con el que convive sin problemas graves. ¿Es el tigre solo una alegoría de los secretos, la turbiedad profunda, voluntariamente ignorada, que reside en la vida aparentemente corriente de una familia? ¿Tal vez la joven Isabel es en el fondo consciente de que los habitantes de la casa no se diferencian mucho de las hormigas con las que se entretienen en sus juegos?
Den todas las vueltas que quieran, interprétenlo como mejor les parezca, o mejor, no lo interpreten de ninguna manera: disfruten de la creatividad, de la prosa natural y sin adornos, del ritmo exacto con el que se debe escribir un relato breve. Y dejen que sus personajes, sus situaciones, sigan revoloteando por su cabeza durante mucho tiempo. En definitiva, disfruten de la lectura.
Unas cuantas obras de Julio Cortázar en ULAD: aquí
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