Título original: Unfinished business
Traducción: Martí Sales (edición en catalán) y Julia Osuna Aguilar (edición en castellano)
Año de publicación: 2020
Valoración: entre está bien y recomendable
A aquellos a los que nos gusta leer y que llevamos décadas haciéndolo, siempre nos asalta la duda sobre si vale la pena volver a esos libros que nos fascinaron, que nos dejaron una huella imborrable, aquellos que por su argumento, pero diría que especialmente por su estilo, ocupan un lugar destacadísimo en nuestra memoria. Y la duda respecto a si volver a ellos no reside únicamente en si vale la pena dedicar nuestro valioso tiempo a leer un libro ya leído en lugar de dedicarlo a un libro por descubrir, sino especialmente, o al menos en mi caso, la duda está en qué pasaría si leyera de nuevo ese libro en concreto. ¿Me gustaría de igual modo? ¿Encontraría de nuevo en él todo aquello que me cautivó? O, por el contrario, ¿me decepcionaría? Esto mismo es lo que Vivian Gornick trata en esta recopilación de ensayos.
En esta recopilación de ensayos literarios (y pongo especial énfasis en lo de “literarios”), la autora estadounidense aborda precisamente el tema de las relecturas, ofreciéndonos una reflexión sobre cómo los libros impactan de diferente manera según nuestro momento vital, nuestra madurez o nuestro estado de ánimo. Y, para ello, nos ubica de manera muy resumida en su infancia, afirmando que «crecí en una ruidosa casa de izquierdas donde Karl Marx y la clase obrera internacional eran dogmas de fe: el sentimiento de injusticia social se daba por hecho». También nos cuenta sus primeras incursiones en el mundo periodístico a través de The Village Voice y cómo a raíz de tener que escribir un artículo sobre el feminismo se dio cuenta de que ella lo era. Y, ese trayecto vital coincidió, como no podía ser de otro modo, con un recorrido lector, y en esta recopilación hace una parada para examinar y comentar esos libros que, de un modo u otro, le causaron un impacto, no una única vez, sino que se lo causaron en sus diferentes lecturas porque como gran lectora, ensayística, crítica literaria y periodista que es, afirma justo al inicio del libro que «como la mayoría de lectores, a veces pienso que nací leyendo» y confirma su pasión por la literatura al afirmar que en la introducción que «el mundo continua desapareciendo cuando leo y no dejo de maravillarme» y, como buena lectora, no le cuesta empatizar con sus propios lectores como demuestra libro tras libro manteniendo un firme propósito: «cuando escribo aún espero poner los lectores detrás de mis ojos, que vivan el tema tal y como yo lo viví, que lo sientan tan visceralmente como lo sentí yo».
De esta manera, y haciendo un repaso a las lecturas que más la marcaron, Gornick nos habla en primer lugar de «Sons and lovers», de D. H. Lawrence, la primera novela de aprendizaje que leyó y nos cuenta cómo y por qué le impactó, no en una sino en las diferentes ocasiones en las que leyó el libro. Esta ‘lectura’ es interesante, pero vemos ya en ese primer capítulo el principal punto débil de esta obra: la autora utiliza las casi veinte páginas de este primer ensayo para explicar el libro y las diferentes lecturas del mismo que hizo a lo largo del tiempo con sus diferentes interpretaciones según el momento vital en el que lo leía, pero lo hace de un modo demasiado exhaustivo, contándonos todo el libro y eso es algo que puede tener cierto interés si uno ha leído el libro pero en caso contrario no es algo que aporte demasiado a la lectura aparte de un conjunto de spoilers, explicar toda la trama argumental de principio a fin y añadir unas cuantas citas o incluso párrafos del libro en cuestión.
Ya en el segundo ensayo continua con Colette, de la que afirma que «en su obra, nos podíamos ver no tal y cómo éramos, sino tal y cómo probablemente seríamos», pues «parecía que supiera todo lo que le pasaba por dentro a una mujer ‘bajo presión’». Tras Colette, la autora sigue con su análisis más próximo a la crítica literaria con Marguerite Duras y «El amante» y sigue con Elizabeth Bowen, Delmore Schwartz y Yehoshua donde aprovecha para narrar lo que supone ser judío en Estados Unidos, afirmando que «la mía fue la última generación de criaturas nacidas en Estados Unidos hijas de los judíos europeos que llegaron a este país a finales del siglo XIX. En gran parte, quedamos marcados de por vida en la experiencia angustiante de nuestros padres de vivir en la periferia, colectivamente hablando; empezamos temprano a dejar un testimonio literario de qué quería decir ser judío en los Estados Unidos». La autora se percata de que «últimamente, me he encontrado pensando en este corpus de obras escritas por norteamericanos para los cuales ser judío era central». Asimismo, se confiesa al afirmar que su visión de judía estadounidense le chocó enormemente con la realidad existente en Israel, pues tras su visita a ese país finales de los 70, afirma que «por más que lo intentara, durante los meses en los que viví en Israel, mediante cualquiera de los rasgos identitarios que tenía a mano (judía, mujer y norteamericana), no fui capaz de conectar. Como hija de judíos seglares que hablaban yidis, la lengua hebrea me decía lo mismo que cualquier otra lengua extranjera; como mujer, retrocedí al encontrarme un país aún más machista que el mío; como producto del individualismo de los Estados Unidos, no podía superar el espantoso tribalismo de su cultura».
De igual manera, nos habla también de feminismo al hablarnos de Elizabeth Stanton, quién fue presidenta de La Asociación norteamericana de Mujeres Sufragistas y de cómo conectó profundamente con su obra «The Solitude of Self», pues «ningún libro judío norteamericano había retratado con tanta precisión mi interior, atrapado entre la naturaleza y la historia». Nos habla también de Natalia Ginzburg de quien afirma que, «leyéndola, como he hecho repetidamente a lo largo de muchos años, experimento la euforia de cuando te recuerdan intelectualmente que eres un ser sensible» y nos revela que la propia Ginzburg descubre que «el truco era prestar mucha atención a la propia experiencia y después encontrar la manera de hacer que la escritura se acomode a ella». Su conexión con la autora italiana era tal que parecía que «sus escritos le hablaran directamente. A la larga, parecía que los hubiera escrito para mí». Finalizando los ensayos con las figuras de J. L. Carr y Pat Barker, nos habla también de la predisposición del lector hacia un libro y cómo está condiciona irremediablemente la valoración y el disfrute de su lectura, y de Doris Lessing (y su relación con los gatos) o Thomas Hardy y su libro «Jude». Ya hacia el final del libro, Gornick nos cuenta cómo se encuentra con un libro que leyó y subrayó hace tiempo y cómo aquello que destacó antes no le parecía tan importante y sí en cambio otras frases del libro; esto la sorprende hasta el punto de que lo relee de nuevo siendo consciente que, quizá en una tercera lectura más adelante, encontrará otras partes interesantes a las que ahora mismo no le aportan o impactan en exceso.
De esta manera, en este recopilatorio de ensayos, Gornick nos narra cómo esas lecturas la impactaron, cómo se identificaba con algunas escenas, pasajes y pensamientos. Por ello, en este libro, más cercano a una recopilación de reseñas o crítica literaria que a un ensayo reflexivo sobre ella o sobre la sociedad, Gornick parece destinarlo a aquellos que en algún momento de su vida se han interesado por esas mismas lecturas que la autora analiza y desgrana, pero que no contará con gran interés por parte de aquellos que no los han leído o que la temática que tratan no se encontrarían entre sus preferencias lectoras. Es posible que mi valoración del libro nos sea mejor debido a las expectativas que tenía sobre él, más cercanas a una especie de Bildungsroman literario donde la autora nos deleitara (como de costumbre) acerca de reflexiones sobre su vida y evolución, que no al análisis de las propias obras. Esperaba de esta lectura que Gornick nos explicará su vida lectora (algo parecido a lo que hicimos en una de nuestras semanas temáticas) ligada a su evolución vital, pero se centra en exceso (según mi opinión) en desgranar las propias obras expuestas y su argumento.
En cualquier caso, la lectura del libro sirve para constatar que «la experiencia del arte solo se produce en el encuentro entre el espectador y el objeto artístico» tal y como afirma Hustvedt en «La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres», y esta experiencia es diferente cada vez, pues el espectador cambia con el paso del tiempo y con ello su visión del mundo. Por ello, parafraseando a Heráclito, quien afirmó que «no nos podemos bañar dos veces en el mismo río» porque las aguas siempre son otras, yo afirmaría que no podemos leer dos veces el mismo libro, puesto que, aunque el texto siempre es el mismo, nosotros cambiamos con el paso del tiempo por lo que nuestra lectura será diferente a cada vez que lo intentemos. Y es bonito que así sea, porque significa que evolucionamos y que siempre podremos sorprendernos con los libros, aunque ya los hayamos leído.
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