Título original: The Culture of Narcissism: American Life in an Age of Diminishing Expectations
Traducción: Jaime Collyer, para Capitán Swing
Año de publicación: 1979
Valoración: recomendable, con matices
En los tiempos actuales donde la cultura del yo, la explotación de la propia imagen, la superficialidad y la vacuidad están en claro aumento, uno debe tomar cierta distancia para ver de dónde surge todo este declive social. Y justo la editorial Capitán Swing debió pensar lo mismo porque este libro ha sido publicado recientemente pese a haber sido escrito a finales de los años setenta.
De todos modos, conviene alertar al lector ya desde un inicio, por aquello de la gestión de las expectativas. Porque este libro no trata el narcisismo como lo tenemos entendido, pues en 1979 no existe internet ni las redes sociales y por tanto no hay un mundo virtual de escaparates donde mostrar, exhibir y enmascarar nuestras pretendidas y pretenciosas vidas, sino que lo que trata el libro, y uno lo intuye a medida que lee el libro y lo constata en el posfacio lo deja muy claro es en el que el propio autor indica que «la cultura del narcisismo» no fue pensado sobre la «década del yo» (…) surgió de un ensayo acerca de la familia norteamericana, ‘Heaven in a Heartless World’ (…) en el cual había llegado a la conclusión de que la importancia de la familia estaba decayendo de forma sostenida en nuestra sociedad y desde hacía más de cien años (…) ‘La cultura del narcisismo’ fue un intento de analizar esas repercusiones». Así que confirmadas las sensaciones de la lectura, y matizadas las expectativas de entrada, vayamos a lo que el libro expone.
Es difícil entender una situación actual sin echar la vista atrás, y es con ello que el autor constata que «la devaluación del pasado se ha transformado en uno de los síntomas más relevantes de la crisis cultural de la que se ocupa este libro, que a menudo se apoya en la experiencia histórica para explicar lo que está errado en nuestros esquemas actuales. En un análisis a fondo, esa negación del pasado (…) encarna la desesperación de una sociedad incapaz de enfrentar el futuro» porque «a mediados de los sesenta (…) hubo un reconocimiento creciente (…) de que la crisis personal , en la escala a que había llegado, representaba una cuestión política por derecho propio y que un análisis a fondo de la sociedad y la política contemporáneas debería explicar, entre otras cosas, la razón por la que se ha vuelto tan difícil lograr un crecimiento y un desarrollo personales; por qué vive nuestra sociedad obsesionada con el temor a madurar y envejecer; por qué las relaciones personales se han vuelto tan frágiles y precarias, y por qué la ‘vida interior’ ya no ofrece ningún refugio ante los peligros que los rodean».
Por ello, el ensayo aborda la cultura del narcisismo desde distintos ángulos que retratan las causas de sus males:
- El arte: el autor nos habla de «escritores confesionales» como Mailer, Philip Roth, pues «estos escritores suelen retroceder a la parodia de sí mismos, afanosos por neutralizar las críticas anticipándose a ellas. Se esfuerzan por encandilar al lector en lugar de afirmar la significación de su propia narrativa» y cita a Ibsen quien afirmaba que «la ilusión que quería crear era la de realidad» (…) «en el siglo XX, los dramaturgos de vanguardia piensan que la realidad en sí es una ilusión» (…) «los escritores modernos han revertido la fórmula de Ibsen: desean recrear en sus obras la realidad de la ilusión».
- La tecnología como amplificador del narcisismo, y cita a Sontag al apuntar que «la proliferación de imágenes grabadas socava nuestro sentido de la realidad», mientras afirma que «las cámaras y los magnetófonos no solo transcriben la experiencia, sino que la modifican, transformando buena parte de la vida moderna en una gran cámara de resonancia o sala de espejos».
- La publicidad, una maquinaria capitalista que «sirve no tanto para publicitar productos como para promover el consumo como estilo de vida» y que utiliza hábiles recursos pues «la propaganda no se vale de los hechos para validar un argumento, sino para ejercer presión sobre las emociones. Lo mismo vale, con todo, para la publicidad» y, de manera acertada, afirma que «la publicidad moderna (…) busca crear necesidades, no satisfacerlas; genera nuevas ansias y no mitiga las anteriores».
- El deporte, la gran cultura de masas que ha involucionado y traicionado sus principios básicos de ocio y diversión convirtiéndolo en una competición hostil de manera que «la violencia y el fanatismo observables en los deportes modernos llevaron a algunos críticos sociales a insistir en que la actividad atlética difunde valores militaristas entre la juventud, inculca irracionalmente el orgullo local y nacional de los espectadores y opera como uno de los bastiones más fuertes del machismo».
- La enseñanza, en alto declive cultural, pues «la sociedad moderna ha alcanzado índices sin precedentes de alfabetízalo formal, pero ha generado al mismo tiempo nuevas formas de analfabetismo. La gente resulta cada vez más incapaz de emplear el lenguaje con facilidad y precisión (…) de efectuar deducciones lógicas, de entender un texto que no sea sumamente rudimentario».
- La educación, pues el autor afirma que «a finales de los años treinta y la década de los años cuarenta la difusión de la enseñanza progresista y de versiones degradadas de la teoría freudiana trajo consigo una reacción a favor de la ‘permisividad’. Los horarios de nutrición dieron paso a la alimentación a libre demanda; ahora todo debía adaptarse a las ‘necesidades’ del niño». De igual manera, cita a Arnold Rogow quien opina que «a los padres contemporáneos, alternativamente ‘permisivos y evasivos’ al lidiar con los jóvenes, les ‘resulta más fácil lograr la conformidad mediante el soborno que enfrentarse al torbellino emocional que implica no aceptar las exigencias del niño».
- La producción económica, pues debido a la socialización de la producción, «debemos considerar que la apropiación de la escuela de muchas funciones formadoras que antes acometía la familia, incluidos el entrenamiento manual, las labores domésticas, la enseñanza de la moral y los buenos modales y la educación sexual» tal y como apuntan dos líderes educacionales en 1918 al afirmar que «los cambios sociales, políticos e industriales han impuesto a la escuela responsabilidades que antes descansaban en el hogar. Hubo una época en que la escuela debía impartir, sobre todo, las bases del conocimiento; ahora está al cargo de la formación metal, física y social del niño». Así, «el niño es, como ciudadano, un activo del estado, no la propiedad de sus progenitores. Por ende, su bienestar es preocupación directa del Estado». Por ello, Lasch afirma que «el capitalismo evolucionó hacia una nueva ideología política, el liberalismo del bienestar, que absuelve a los individuos de toda responsabilidad moral y los trata como víctimas de las circunstancias sociales» pues «a medida que la nueva élite desecha la perspectiva de la nueva burguesía, no se identifica con la ética del trabajo y de la responsabilidad que conlleva la riqueza, sino con una ética del ocio, el hedonismo y la realización personal».
- El poder político y económico, que oprimía a las mujeres pues «la tradición de la galantería enmascaraba, y hasta cierto punto mitigaba, la opresión estructural de la mujer. Los hombres monopolizaban el poder político y económico y hacían más digerible su dominio de la mujer rodeándola de un complejo ritual de deferencia y politesse».
Cabe decir, que el autor se apoya mucho (quizá en exceso) sobre teorías freudianas que ejercen sobre el ensayo un sesgo evidente al tratar sobre la modificación de roles familiares en caso de padres ausentes y en las que se proyecta y atribuye a los niños cualidades o roles correspondientes a los progenitores que se acercan en exceso a patologías que van mucho más allá del narcisismo que podríamos tener en mente. Tal es así que en su análisis sobre el narcisismo afirma que «el niño imagina que la madre ha digerido o castrado al padre y genera la fantasía grandilocuente de sustituirlo, alcanzando la fama o uniéndose a alguien que represente una modalidad caliza del éxito, para generar una reunión extática con la madre» y menciona las tesis de Heinz Kohut quien afirma que el hecho de que la madre tome consciencia de su falta de conocimiento sobre cómo educar correctamente a los hijos causó que «a medida que el niño comienza a percibir las limitaciones y la falibilidad de la madre, renuncia a la imagen de perfección materna y comienza a asumir muchas de sus funciones: a proveerse por sí mismo de cuidados y comodidades» mientras que la madre narcisista «como tiende a percibir a su hijo como una extensión de sí misma, le prodiga atenciones ‘extrañamente desligadas’ de las necesidades del niño, proveyéndolo de una serie de cuidados, aparentemente solícitos aunque en realidad muy poco cálidos».
Debo reconocer que el ensayo es denso, pues contrapone a menudo las tesis y opiniones de diferentes psicólogos provocando que la lectura requiera de cierta pausa y un supuesto bagaje o conocimiento en la materia. Por ello, en resumidas cuentas, podríamos decir que el ensayo escrito por Lasch va mucho más allá del narcisismo y trata especialmente sobre sus causas, profundamente arraigadas a la pérdida de valores, a la crisis personal y a la pérdida de la autoridad paterna provocando una gran pérdida de valores sociales, declive de la enseñanza y la cultura y una conversión (y degradación de los principios fundacionales) del deporte en un puro espectáculo alimentado y nutrido de capitalismo a través de grandes corporaciones empresariales. Tal es así que, a pesar de su inefable interés, los temas expuestos y su enfoque no siempre van ligados al narcisismo como origen o incluso consecuencia, sino de manera tangencial y cohabitante con ello y más que un análisis de un momento concreto trata el desarrollo de los conceptos ligados a la formación humana en un trazado a lo largo de varias décadas del siglo XX.
Radical en su planteamiento controvertido, Lasch es contundente en su exposición cuando afirma que «la gente se aferra a la ilusión de la juventud hasta que ya no es posible sostenerla, punto en que debe asumir su condición de inútil o hundirse en una sombra desesperación» y cita a Sheehy quien propone «que la gente se prepare para la madurez y la vejez de modo tal que pueda eliminarse la de la escena sin mucho escándalo». Quizá demasiado radical, pero un gran contrapunto de humildad ante tanto narcisismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario