miércoles, 1 de julio de 2009

Novela de dictadores (y II)

Después de El señor Presidente, la novela de dictadores mantuvo una buena salud. Así, en 1951 se publicó El gran Burundún Burundá ha muerto, del escritor colombiano Jorge Zalamea, y en 1964 salió a la luz La fiesta del rey Acab, del chileno Enrique Lafourcade. Sin embargo, fue en la época del boom cuando la novela de dictadores alcanzó fama a nivel internacional.

Renovación
Asegura Carlos Fuentes que, a mediados de los años sesenta, él mismo y Gabriel García Márquez acordaron un vasto proyecto editorial llamado a convertirse en la obra de toda su generación: cada uno de los autores del boom debía hacerse cargo de la biografía de alguno de los muchos tiranos de la América latina. Carlos Fuentes planeaba por entonces recoger en una novela la historia de Santa Anna (dictador mexicano) y parece que Julio Cortázar se comprometió a escribir un libro sobre Evita Perón. Lamentablemente, estas dos obras quedaron en nada, pero el proyecto, titulado con ironía "Padres de la patria", se cumplió al menos en parte. En apenas dos años, se publicaron tres excelentes novelas que renovaron el género: El recurso del método (1974), de Alejo Carpentier, Yo el Supremo (1975), de Augusto Roa Bastos, y El otoño del patriarca (1975), de Gabriel García Márquez.

Hay dos grandes cambios que aporta el boom a la novela de dictadores. En primer lugar, la perspectiva se centra en el dictador mismo, haciendo que el lector vea el mundo a través de sus ojos. Se retrata, mucho más claramente que antes, la soledad del poder, hasta el punto de que puede llegar a sentirse lástima por esos personajes ridículos, aislados en su propia red de manipulación y falsedad. En segundo lugar, el lenguaje recibe un nuevo tratamiento. Si bien muchas de estas técnicas ya aparecen en El señor Presidente, aquí se consagran el monólogo interior, el flujo de conciencia, la fragmentación narrativa o la pluralidad de puntos de vista. Los autores del boom renuncian a la omnipotencia del narrador moderno, conscientes de que una auténtica crítica de los mecanismos del dominio absoluto debe implicar también el cuestionamiento del poder sobre el lenguaje.

Carpentier ya se había acercado al tema antes de El recurso del método; por ejemplo, al describir en El reino de este mundo (1949) la gloria y la caída de Christophe, el rey negro de Haití. En esta ocasión, en cambio, opta por no hablar de ningún personaje histórico en concreto. Se propone retratar la figura (nada anómala en la historia americana) del tirano con pretensiones ilustradas que gusta de pasar su tiempo en París, alejado del país bárbaro que se ve llamado a gobernar. Tales pretensiones de humanismo racionalista no se corresponden, por supuesto, con la efectiva política del dictador y se revelan como una mera ideología del dominio a la que se recurre a voluntad. Esa es la idea que refleja el juego de palabras del título, que hace un guiño al Discurso del método de Descartes. Roa Bastos, en cambio, sí circunscribe su novela a unas coordenadas históricas bien concretas: narra la vida de José Gaspar Rodríguez de Francia, que fue Supremo Dictador Perpetuo de la República del Paraguay de 1816 a 1840. En cuanto a El otoño del patriarca, podéis ver aquí la entrada que le dedicamos en este blog.

El post-boom
Después de este momento cumbre a mediados de los setenta, el género parece languidecer. En los ochenta podemos encontrar Cola de lagartija (1983), de Luisa Valenzuela, y La novela de Perón (1985), de Tomás Eloy Martínez, ambas sobre el régimen peronista. Éste último vuelve a tratar el tema en Santa Evita (1995), que trata de las siniestras vicisitudes del cadáver de Eva Perón; algo parecido quizá, a decir de Carlos Fuentes, de lo que hubiera escrito Cortázar. El último gran ejemplo de la novela de dictadores, por ahora, es La fiesta del Chivo (2000), de Mario Vargas Llosa, que se ocupa de la tiranía de Trujillo y ya comentamos aquí.

Es imposible saber si este género, que ha dado tan grandes frutos a la literatura hispanoamericana, seguirá cultivándose en el futuro. Lo único que cabe esperar es que esos hipotéticos ejemplos puedan colocarse en los estantes de la novela histórica.

(Aquí podéis leer el artículo de la wikipedia en inglés, que me ha sido de gran utilidad para escribir este par de entradas.)

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