Yoko Ogihara y Fernando Cordobés (ed. en castellano), Albert Nolla (ed. en catalán)
Hacía tiempo que no leía una novela de mi admirado Haruki Murakami. Después de haber leído la mayoría de sus novelas, no quitaré la razón a quienes afirman que repite a menudo la misma fórmula, por lo que considero que, aunque guste lo que escribe, sí hay que dejar cierto espacio entre novelas. Aun así, siempre empiezo sus libros con muchas ganas, aunque últimamente también con cierto recelo pues, dejando la magistral «1Q84» aparte, los últimos libros publicados no estaban al nivel que se espera del autor.
Pero, a pesar de esos últimos baches, ha sido justo empezar las primeras páginas, y las buenas sensaciones y recuerdos vuelven rápidamente, como si no hubiera pasado el tiempo desde el último libro leído, como si su narrativa siempre hubiera estado ahí presente, en el interior del propio lector. Vale, me he puesto sensible, pero es que en el prólogo de unas pocas páginas el autor ya nos muestra todo aquello que ofrece su obra: misterio, familiaridad, y cierta aura poética en sus frases. Así que, sin dilación, el autor nos invita a entrar en su mundo, como si supiera que ya lo conocemos. Y no nos negaremos a ello.
En primeras páginas ya vemos el estilo al que nos tiene acostumbrados el autor. El protagonista, un joven pintor divorciado, va a vivir a una casa que le han prestado, perteneciente a un pintor. En ella encuentra escondido un misterioso cuadro, que da nombre al título de esta novela. A partir de ese momento, y con la aparición de un enigmático vecino que vislumbra desde la distancia, se empiezan a suceder una serie de extrañas situaciones que el protagonista deberá desentrañar. Tenemos por tanto el origen del misterio, el escenario definido, la aparición de enigmáticos personajes y la soledad del artista, elementos habituales en la narrativa de Murakami con los que acostumbra a crear sus mundos a medio camino entre lo real y lo onírico.
Con todos estos elementos, Murakami nos ofrece un libro con aires de nostalgia, la nostalgia a la soledad a la que se ve abocado el protagonista tras un divorcio inesperado y los recuerdos sobre la pérdida de su hermana, fallecida siendo él aún muy joven. Y en esa soledad, y a causa de la aparición de un misterioso personaje, el protagonista recupera su capacidad de dar forma a un retrato con su don especial, la capacidad de revivir en él una imagen en apariencia estática.
Fiel a su estilo inconfundible, el autor nos invita a entrar en la historia poco a poco, conectando de manera irremediable con los personajes y, como en uno de sus muchos episodios oníricos, a medio camino entre la realidad y el sueño, nos vamos sumergiendo en la historia, arrastrados por esa aura enigmática que rodea los personajes del escritor japonés. En un claro avance
in crescendo, al tercio del primer libro ya estamos plenamente inmersos en una historia que nos trae a aquel universo de Murakami formado por personas solitarias (aunque menos de lo que pretenden), en una revisión del pasado con mirada nostálgica, a un mundo donde el entorno invita a soñar, a creer, a abrirse, a adentrarse en lugares desconocidos donde, quien sabe si al final, se encuentra la propia realidad que hemos estado evitando, de manera imperceptible pero inevitable.
El libro, con el magnetismo propio al que los tiene acostumbrados el autor japonés, evoca al mundo de las ideas de Platón, jugando entre realidad e ilusión a lo largo del libro, plagado de apariciones y misterios quién sabe si creados por nuestra propia mente. De tal manera lo afirma uno de los personajes «a partir de un momento determinado me convertí en idea pura». Hay más referencias ocultas a Platón, transformando la
caverna en un pozo, elemento clave en la historia narrada, de igual manera al famoso pozo que ya apareció en «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo», uno de sus libros más crípticos a la vez que más extensos del autor. O, en otro párrafo, cuando revisando el pasado el protagonista dice «entonces salimos de la cueva y volvimos al mundo real».
Con este libro, Murakami abandona sus habituales narraciones con protagonistas jóvenes, relaciones sentimentales y la soledad habitual en las obras del autor, para tejer una historia más madura, más reflexiva, más profunda. Parece como si el autor haya llegado a la madurez y se haya decidido a tratar aspectos más propios de la edad adulta, más cercanos posiblemente a «
After Dark» que a otras novelas donde los jóvenes son los protagonistas. También abandona en gran medida esas escenas cotidianas a las que nos tiene acostumbrados, que dotaban las novelas de cierta ligereza literaria. El autor incluso se atreve en esta novela a profundizar en el arte y se pone en la piel de un pintor. En este aspecto Murakami sale airoso de la contienda, pues su narración es creíble, intensa, interesante y reflexiva sobre qué aporta el arte, no únicamente a quién lo contempla, sino también al propio pintor, como canal de transmisión, como vehículo para exteriorizar una necesidad, una ventana abierta al mundo real por donde salgan las emociones, los sentimientos. Ahí entra también el mundo de las ideas, en un claro juego entre realidad e ilusión, entre percepción y objetividad, pero también entre la vida y la muerte (y su recuerdo, trayendo la persona en cuestión de nuevo a la vida, aunque no sea palpable, ni visible).
Según lo expuesto, y por los temas tratados, Murakami da un paso adelante en esta novela y prácticamente abandona ciertos tics de sus libros previos, no únicamente en aquello que trata, sino también en la manera de hacerlo; así, por ejemplo, cambia el tipo de relaciones amorosas por otro tipo de relaciones, más maduras, menos esporádicas o espontáneas. Y hubiera agradecido que este paso adelante fuera aún mayor, pues la parte más floja del libro son las relaciones del protagonista con su amante, que aportan bien poco a la historia y rompe el ritmo narrativo. También, otro de los aspectos menos logrados, son las partes de la historia relacionadas con la Segunda Guerra Mundial u otros momentos históricos. El autor intenta definir esos escenarios como parte de la trama, aunque parecen metidos de manera un poco forzada y eso se transmite en el tono narrativo, que adquiere una seriedad y cierta sensación de prudencia imaginativa que evidencia que Murakami no se siente tan cómodo en estos temas. Cuando se aleja de su escenario onírico, mágico y fantástico, e intenta transmitir profundidad histórica el autor no acaba de desenvolverse bien. Es inevitable, pues hasta ahora no se había adentrado en estos temas y parece no encontrar el punto, ya que se nota algo forzado cuando introduce apuntes sobre el muro de Berlín o la Armada Invencible, ... son párrafos que no tienen una relación creíble con la historia relatada y se ven demasiado desvinculados, no únicamente de la trama, sino también del estilo, pues son narrados de manera casi enciclopédica. También, en lo negativo, hay ciertos puntos de la historia, ciertos enigmas, que quedan en el aire irresueltos cuando termina la novela. Pero en parte tiene sentido, pues nunca llegaremos a conocer toda la verdad que hay dentro de nuestra historia, donde terminan todos los hilos que la han ido tejiendo, y más teniendo en cuenta que parte de ellos existen solo en nuestras ideas, no sabiendo en algunos casos cuáles han sucedido realmente o son puramente un producto de nuestra inquieta e indescifrable imaginación.
A pesar de estos puntos débiles, y de una sorprendente e incomprensible edición rompiendo el libro en dos tomos (y además con pocos meses de diferencia entre ediciones) cuando la historia no está pensada para ello ni el corte se produce en un momento justificado, es un libro recomendable por permitirnos volver a ese mundo que sabe idear hábilmente el autor, por esas sensaciones que nos transmite y, en este caso, por ese salto adelante hacia una madurez narrativa que era conveniente y lógica. La historia te atrapa y te engancha, sumergiéndote a un mundo de posibles, de sueños y reflexiones. Y siempre recomendaré al autor japonés, pues el mundo de Murakami gira siempre en torno a la soledad, la ilusión, la frontera entre realidad y sueño, en un espacio onírico en el que el autor nos invita a pasar, a ser parte de su mundo, a hacernos partícipes de esas historias que imaginamos como posibles, aunque sea en una realidad que solo existe en nuestro interior. Murakami es un autor que sabe cómo pocos cómo conectar con nuestras ilusiones, con otros mundos, nuestros sueños, o invitarnos a nosotros en los suyos. Bienvenidos a su mundo, o al de todos.
Hay mucha obra reseñada de Haruki Murakami en ULAD Aquí