Idioma original: del libro, español; de los relatos, mayoritariamente euskera
Año de publicación: 2018
Valoración: recomendable
A Iban Zaldua se deben algunos de los artículos sobre literatura vasca que más he recomendado en los últimos años: aquellos dos (
este y
este) en que hizo un repaso bastante exhaustivo por la literatura vasca sobre el conflicto (vasco); o
este otro en el que analiza y critica (de forma minuciosa y en mi opinión, acertadísima) la novela
Patria de Fernando Aramburu. Pero también se le debe un ensayo interesante y ameno sobre la literatura vasca (
Ese idioma raro y poderoso), una estupenda novela humorística sobre el mismo tema (
Euskaldun guztion aberria / La patria de todos los vascos), y otra novela,
Si sabino viviría, también política-humorística, aunque menos lograda que la anterior. Sin embargo, donde quizás se sienta más cómodo el autor es en el relato, un género en el que ha publicado ya una docena de títulos, mayoritariamente en euskera. El último,
Sekula kontatu behar ez nizkizun gauzak, ha salido este mismo año.
Pero ojo,
Como si todo hubiera pasado no es la versión española de este último libro de relatos (como yo mismo pensaba antes de tenerlo entre mis manos). Es, en cambio, una autoantología temática: la reunión de todos los relatos que el autor ha dedicado al conflicto vasco o, como a él le gusta llamarlo, La Cosa. Son más de cuarenta relatos, publicados entre 1999 y 2018, con una extensión que varía entre las dos y las diez páginas, todos ellos (salvo dos, si no me equivoco) publicados originalmente en euskera y traducidos ahora al español. El libro cuenta también con un breve prólogo de Edurne Portela, que lo sitúa en el contexto del actual interés por la memoria del conflicto, pero también destaca la originalidad propia de este autor.
La mayor pega que se le puede poner a una antología monotemática como esta es que resulta, en fin, monotemática: leída de un tirón, y sin cuentos de otros temas que sirvan de distracción y alivio, la acumulación de historias sobre La Cosa puede llegar a saturar. Esta sensación, sin embargo, se ve disminuida por la variedad de perspectivas y técnicas narrativas empleadas por Iban Zaldua. Porque en sus relatos hay todo tipo de personajes: policías, terroristas, políticos, familiares de víctimas y de presos, torturadores, chivatos, y también miembros de la "sociedad civil", o sea, personas normales a las que el conflicto afectó sin que fueran agentes en él. Y también porque sus historias se cuentan en todas las formas imaginables: en primera y en tercera persona, a través de diálogos, de escenas fragmentarias, de perspectivas múltiples y entrelazadas...
De hecho, leer todos estos relatos sobre el tema vasco seguidos permite percibir algunos temas recurrentes, casi obsesivos, que se repiten como varaciones musicales (y la música, como en otras obras de Iban Zaldua, también ocupa un lugar importante en este volumen, en relatos como "Tres conciertos", "A89, La Transeuropénne" o "Nostalgias"). Así, por ejemplo, el tema de la identidad escondida (el topo, el policía de incógnito, el falso militante); el de los universos paralelos o los hilos cronológicos alternativos, que se activan o no en función de las decisiones de los personajes (como en "Línea temporal", "Lo único que cambia" o "El doctor Iriarte"), o el tema del paso del tiempo y el abandono de los ideales, que se manifiesta repetidamente a través de personajes que se reencuentran después de mucho tiempo y comprueban que sus perspectivas, sobre el conflicto vasco o sobre la vida (no) han cambiado con los años. [Comentario marginal: este es también el tema de "Karma", un relato de Aixa de la Cruz incluido en
Modelos animales].
También se puede percibir, leyéndo los relatos así, todos seguidos, la evolución del autor en su relación con el tratamiento del tema: mientras que muchos de los primeros relatos son casi
sketches (pequeñas escenas aisladas e independientes, casi teatrales o cinematográficas), y predomina la estética y las tramas realistas, a medida que el volumen avanza se van mezclando otros ingredientes, otros géneros literarios como el fantástico o la ciencia ficción, sobre todo. Y el humor, un humor seco y oscuro, que es uno de los rasgos más definitorios de la obra de Iban Zaldua, se va introduciendo con cada vez mayor frecuencia y claridad. Probablemente el mejor ejemplo de todo esto sea "Itinerarios", el relato que cierra el volumen, y que es personalmente mi favorito; en él nos situamos en una Donostia futura y distópica, en que se ofrecen "rutas de memoria" que recuerdan episodios del conflicto vasco a través de diversos lugares del centro histórico de la ciudad (y es difícil contar más sin destripar el cuento).
En el contexto del actual interés editorial por la memoria del conflicto vasco,
Como si todo hubiera pasado se sitúa en un lugar particular. Al ser una recopilación de relatos, no propone (no puede ni quiere proponer) una visión unívoca del conflicto, ni una única perspectiva privilegiada; por ser un texto, o un conjunto de textos, cargado de distancia irónica, resulta particularmente escurridizo para quienes busquen respuestas tranquilizadoras o soluciones morales sobre la violencia y sus diversas manifestaciones. Al haber sido escritos a lo largo de un periodo extenso de tiempo, durante la actividad de ETA y después de su cese definitivo, ofrecen un panorama único de la vida durante el conflicto, y
desde dentro del conflicto, así como sobre su evolución a lo largo de las últimas dos décadas. Seguramente no será un
best-seller, pero sí una aportación de mucho interés para la reconstrucción de la memoria de estos años estúpidos y sangrientos.
Entrevista con Iban Zaldua
-¿Qué te llevó a reunir todos los relatos sobre La Cosa en un volumen, y en español? ¿Hay un nuevo interés en el público por el tema del conflicto vasco?
Creo que todos los que nos dedicamos al cuento tenemos una pulsión compiladora, de echar la vista atrás y reunir las mejores piezas de nuestra producción, desperdigadas por diferentes libros y revistas, o de agruparlas temáticamente, como es el caso; yo ya lo había hecho una vez en euskera, en el volumen
Ipuinak. Antologia bat que publicó la editorial Erein en 2010. Creo que había una nueva ocasión de echar la vista atrás, esta vez en castellano, aprovechando que algunas de mis colecciones de relatos en euskera, como
Traizioak o
Itzalak, no se habían publicado nunca en español. Y, por otra parte, como apuntas, es posible que exista un interés mayor por parte del público: se están editando más novelas y obras en torno al asunto, como las de Edurne Portela o Aixa de la Cruz, y la buena e inmediata disposición de Galaxia Gutenberg a hacerse cargo del proyecto también me pareció una señal alentadora. Pero no sé si ese interés es tan profundo, o va a ser duradero. Aunque da lo mismo: esté de moda o no, yo creo que los escritores vascos vamos a seguir escribiendo, bien, regular y mal, sobre el tema. Exactamente como hemos hecho hasta ahora.
-Se ha hablado mucho de "la batalla por el relato" en el País Vasco. ¿Quizás sería mejor hablar de "los relatos", en plural? ¿Es posible llegar a un relato de consenso o solo a una constelación de relatos a veces contradictorios?
Yo creo que sería bueno llegar a un mínimo común denominador, al esqueleto de un “relato civil” más o menos unitario sobre la cuestión. Algo en lo que tendrían que colaborar las instituciones estatales y autonómicas, los distintos institutos de la memoria –oficiales y no–, la academia –a partir sobre todo de la labor de historiadores, sociólogos, documentalistas, periodistas etc.–, las principales fuerzas políticas… A nivel local se están dando pasos interesantes en ese sentido, como podrían ser las iniciativas del ayuntamiento de Rentería, o las de la Fundación Buesa. Pero que eso sea lo deseable no quiere decir que vaya a producirse; yo hay días que soy muy pesimista a ese respecto. Y pienso que, si no hemos conseguido llegar a un mínimo común denominador sobre la Guerra Civil y el franquismo, por ejemplo, ¿cómo vamos a hacerlo con este tema, que tenemos aún tan cercano?
-¿Qué papel le correspondería a la literatura en este proceso?
Yo creo que su función debería ser más bien complementaria, de ir a lo micro, a lo que la “gran historia” suele olvidar o dejar de lado, de rellenar con grises y con detalles la “versión oficial” –o las diferentes “versiones oficiales”, si no se llegara a ese mínimo consenso–, de ser la lente que nos acerque, más allá de las cifras y los fríos relatos documentas, lo que le pasó a la gente en esas épocas, en esas circunstancias. La literatura, y las artes en general, deberían ser el espacio para los “diferentes relatos”, esta vez sí que en plural. Y el peligro de que no lleguemos al relato único-mínimo del que hablaba en mi anterior respuesta sería el de situar en el centro del debate –en el centro del combate– a la literatura o a las artes. Me da la impresión de que existe esa tentación, y que caer en ello puede ser malo para la salud de la literatura como tal.
-¿No crees que esta literatura sobre La Cosa se lee de forma muy
diferente dentro y fuera del País Vasco? Pienso, por ejemplo, en la
acogida de 'Patria'... ¿Desde fuera se buscan relatos más
simplistas de buenos buenísimos y malos malísimos, que en Euskadi "no
cuelan"?
Supongo que es
inevitable que se lea de una manera diferente aquí que fuera: en
principio, aquí ha habido más "versiones oficiales" en disputa, y el
grado de conocimiento sobre las vicisitudes del conflicto, aunque sólo
sea a nivel periodístico, es mayor; si a eso le añadimos la experiencia
vital de cada uno, y la de su entorno, ya ni te cuento. Pero, por otra
parte, tampoco podemos olvidar que Patria también ha tenido éxito dentro del
mismo País Vasco, que ha habido mucha gente que, siendo incluso
nacionalista vasca, ha leído y le ha gustado un montón la novela.
Evidentemente, ha habido gente que la ha rechazado por motivos
políticos, a veces sin leerla siquiera, pero en el País Vasco también ha
pasado lo contrario, eso no se puede negar. De manera que, en parte sí,
el hecho de que Aramburu haya entregado una historia muy esquemática,
que se adapta al "relato oficial" que más se ha vendido fuera del País
Vasco, ha tenido que ver, pero no explica todo el fenómeno. Creo que
otra de las claves está en el tipo de producto que es Patria: una lectura fácil, clara, comercial, o como mucho, midcult.
Una novela para los que no leen habitualmente literatura: la única manera de vender tantísimo hoy en día es llegando a ese tipo de público. Porque, no nos engañemos, Martutene,
de Ramon Saizarbitoria, es una obra mucho más compleja y profunda, y
aborda la cuestión del conflicto vasco desde una posición mucho menos
cómoda y evidente que Patria. Pero la hemos leído cuatro, tanto
en español como en euskera -vale, en euskera quizá unos cuantos más,
pero no tantos tampoco...-. A mí no me preocupa tanto el contenido de Patria -mucho
de lo que cuenta es verdad, y duele, vaya que si duele, porque lo que
ha pasado aquí, lo que hemos dejado que pasara aquí ha sido muy fuerte-,
como la manera que tiene de contarlo, que es por donde yo creo que hace
aguas la novela. Una manera que es, paradójicamente, una de las razones
que la ha llevado a ser tan vendida, aparte de un impulso político muy
determinado, claro está.
-En tus relatos hay protagonistas de todo tipo: ertzainas, terroristas, víctimas, torturadores…. ¿Es una estrategia consciente para mostrar la complejidad del conflicto? ¿No te da miedo que te llamen equidistante, que es uno de los insultos de moda?
No sé hasta qué punto se puede acusar a un cuentista de algo como “estrategia consciente”, ja ja; eso es más de novelistas, me temo. De hecho, cada relato es una novela en miniatura, y surge y se agota en sí mismo, de alguna manera: todos han aparecido en colecciones de relatos junto a otros de muy diversa índole, y sólo ahora los he “juntado” en un volumen temático; la mayoría son cuentos escritos muy en tiempo real, con mucha vocación de contemporaneidad, no hay tantos que partan de una mirada “histórica”, no sé si se me entiende. Diacrónicamente puede parecer que sí, que he intentado darle a todos los palos, pero no creo que fuera así mientras los iba escribiendo. Aunque tengo que confesar que me gusta el efecto de “novela coral” que, de alguna manera, adquiere el libro leído en su conjunto. Y que dentro de ese conjunto destacan los relatos cuyo eje vertebrador se apoya no tanto en los protagonistas directos del conflicto, sino en los testigos, en la gente que convivió con el problema y sufría sus consecuencias de una manera más indirecta. Quizá porque es la posición que está más cerca de la que yo ocupaba, pienso. Que no tiene que ver, necesariamente, con la que adopto como narrador, por otra parte. En ese sentido, no me preocupa mucho lo de la acusación de “equidistante”, porque tengo bastante clara cuál es mi postura ética y política, y, además, diría que no ha cambiado mucho en los últimos veinte o veinticinco años, quizá más. Y te puedo asegurar que no la veo para nada como equidistante. Pero mi posición como narrador sí que puede ser muy otra, sin embargo.
-A lo largo del volumen creo ver una evolución: los primeros son más esquemáticos, y también más realistas. Después se añaden o mezclan otros géneros: lo fantástico, la ciencia-ficción... ¿Por qué sentiste esa necesidad (si se puede decir así) de ir más allá del realismo?
Puede ser. Quizá al principio estuviera más envarado, y no me atreviera a abordar el tema más que desde esa especie de red de seguridad que proporciona el realismo. A mí me costó afrontar literariamente el tema, durante años ni se me ocurrió que pudiera ser un tema que pudiera abordar por medio de mis ficciones. Quizá porque estaba saturado de esa misma realidad en la vida cotidiana, en la misma militancia, y la literatura fuera para mí, precisamente, otra cosa. Pero el hecho de que obras de autores como Bernardo Atxaga, Ramon Saizarbitoria, Jokin Muñoz, Arantxa Urretabizkaia o Xabier Montoia me ayudaran a pensar sobre el tema supongo que me animó; también la necesidad de decir algo sobre el tema, y de hacerlo en euskera, que era la lengua en la que había leído todas aquellas novelas o relatos. Aunque en alguno de mis primeros relatos como “El escondite” ya es claramente fantástico, supongo que un uso más abundante de ese tipo de tramas llegó cuando me sentí más seguro escribiendo sobre el asunto, porque yo diría que mi tendencia “natural” es hacia eso, hacia el fantástico. Un fantástico, por otra parte, que no pretende ser escapista o quedarse en mero artificio: como decía Julio Cortázar, “la fantasía, lo fantástico, lo imaginable que yo amo y con lo cual he tratado de hacer mi propia obra es todo lo que en el fondo sirve para proyectar con más claridad y con más fuerza la realidad que nos rodea”. Evidentemente, no sé si lo logro en mis relatos: eso lo tendrá que decidir el lector.
-Y el humor, que es una de las características de tus obras, ¿puede ser una herramienta para afrontar la memoria del conflicto?
Creo que sí, o al menos me gustaría. El mío es un humor bastante resignado, y no todos mis cuentos hacen uso del mismo ni mucho menos; lo señalo no vaya a ser que algún lector despistado se piense que se va a encontrar con un festival de la comicidad… Pero pienso que es natural que aparezca, tanto en mi caso como en el de otros autores como Luistxo Fernandez o Juan Bas: me da la impresión de que a partir de cierto punto, y más en un conflicto que ha durado tanto como el que nos ocupa, las tramas más habituales, como la trágica y sobre todo la épica, se agotan, y dejan un espacio que la ironía o el humor pueden ocupar, al menos en parte. Soy de los que no cree que haya temas sagrados que no puedan abordarse –también– desde el humor. Siempre que el humor, como bien señalaba Edurne Portela en su ensayo El eco de los disparos, no sea un vehículo para blanquear el pasado o lograr una sonrisa fácil, satisfecha: el humor tiene que ser como la sal, tiene que escocer cuando se lo aplicas a la herida, y si gusta a todo el mundo, señal de que no ha cumplido su objetivo; el humor que a mí me interesa tiene que sentarle al menos un poquito mal a alguien. Eso implica riesgos, claro: que te pases en la apuesta y la cagues, porque la intención humorística puede ser la que sea, pero si no alcanza al receptor no hay nada que hacer. Pero es un riesgo que hay que asumir. La literatura, sin riesgo, tiene menos interés, me parece a mí.
-¿Y ahora, qué? ¿Vas a seguir explorando el tema de La Cosa, o sientes que lo has agotado con estos relatos? Y si lo sigues explorando, ¿en qué direcciones crees que lo harás?
Bueno, desde que he publicado el libro he escrito tres o cuatro relatos nuevos en torno al asunto, alguno de los cuales he llevado como bonus track a las presentaciones del libro, de manera que… No sé seguiré dándole mucho o poco al tema; antes tampoco lo hacía siempre, de hecho los de La Cosa suponían solo un porcentaje dentro de mis colecciones de cuentos… Pero, por los que he escrito estos últimos años, si siguiera haciéndolo, me da la impresión de que irían en dos direcciones. Por una parte, aunque para mí siga siendo historia presente, contemporánea, supongo que empezarán a ser más abundantes los que conlleven algún tipo de visión histórica –sin caer, espero, en las rutinas de la llamada “novela histórica”, que me suele dar un poco de repelús como género–. Y, por otra, por lo que estoy viendo en algunos de los últimos, como “Itinerario”, que es el que cierra el volumen, el tema, más que La Cosa en sí, está derivando hacia “el relato de La Cosa”, esa “batalla por el relato” sobre la que hablábamos al principio de la entrevista. Porque esto sigue, no se ha acabado de ninguna manera, aunque, por fortuna, ETA y su violencia se hayan convertido en cosa del pasado.