Título original: The Debt to Pleasure
Idioma original: inglés
Idioma original: inglés
Año de publicación: 1996
Valoración:
Muy recomendable
Todavía me dura la sonrisa, y eso que voy a hablar de un libro siniestro cuyo inocente aspecto puede confundir incluso a algunos de los que han llegado hasta el final. No digamos a aquellos que han transitado por las primeras páginas y –quizá– encontrado insustancial lo que cuentan. Por ello, creo imprescindible advertir a quienes ni siquiera lo han tenido en sus manos que no se dejen engañar por la superficie. Puede que su protagonista no haya roto nunca un plato en el sentido literal del término, y doy fe de que ha manejado una gran cantidad de ellos a lo largo de su vida, pero convendrán conmigo en que la gente ejecuta acciones mucho más deleznables que destrozar la vajilla. Y disculpen que en este momento no considere oportuno enumerarlas.
Todavía me dura la sonrisa, y eso que voy a hablar de un libro siniestro cuyo inocente aspecto puede confundir incluso a algunos de los que han llegado hasta el final. No digamos a aquellos que han transitado por las primeras páginas y –quizá– encontrado insustancial lo que cuentan. Por ello, creo imprescindible advertir a quienes ni siquiera lo han tenido en sus manos que no se dejen engañar por la superficie. Puede que su protagonista no haya roto nunca un plato en el sentido literal del término, y doy fe de que ha manejado una gran cantidad de ellos a lo largo de su vida, pero convendrán conmigo en que la gente ejecuta acciones mucho más deleznables que destrozar la vajilla. Y disculpen que en este momento no considere oportuno enumerarlas.
La
discreción es un requisito fundamental a la hora de comentar esta novela, hasta
el protagonista advierte en el prólogo de que la mayor parte de nombres y
lugares son supuestos. A mí, la verdad, me encantaría explayarme, analizarla en
todos sus aspectos (y lo haría si creyese que todos ustedes la han leído ya), pero
no tengo intención de destripársela. Como digo, con el pretexto de ofrecer una colección
de comentarios sobre gastronomía contiene muchísimas capas, pero, adelanto: hace
falta una lectura atenta, no solo para examinarlas todas, incluso para entender
qué es, realmente, lo que nos está contando su autor.
Además
de su exquisita sutileza, En deuda con el
placer se caracteriza por ser una novela híbrida, un texto que se alimenta
de otros géneros. El más evidente, guía para cocineros y gastrónomos, también resulta
más que discutible pues, con la excusa de la obviedad de lo que falta, presenta
recetas a medio elaborar, además de largas y numerosas digresiones que
descentrarían a cualquier cocinero en ciernes; y ante todo, no es seguro que
puedan tomarse en serio (ni eso ni nada de lo que cuenta, luego veremos por qué).
En definitiva, utiliza a su manera –y a pesar de estar dividido en menús
apropiados para cada estación– un formato fundamentalmente autobiográfico que
salpica, no solo con los consabidos comentarios sobre comida y bebida sino con numerosas
anotaciones sobre diversos campos de la cultura y con los fragmentos de un
irónico ensayo sobre cuestiones éticas (que para hablar con propiedad deberíamos
denominar antiéticas) y es lo que aporta verdadera entidad a la obra.
Se
trata pues de un relato centrado exclusivamente en el narrador y personaje principal,
Tarquín Winot, un temperamento contundente. Conocemos detalles de su infancia
inglesa, relativamente acomodada con oscilaciones de fortuna debido a la
excentricidad de sus padres, y de la relación con su hermano mayor, artista
precoz y talentoso fallecido poco antes. Le vemos, ya afincado en Francia, crecer
ante un lector testigo de sus misteriosos y hedonistas tejemanejes. Al
presentarse como un orgulloso degustador de delicias gastronómicas tan vanidoso
como simple, consigue enternecernos, aunque solo en las primeras páginas. Claro
que quien logra este efecto es, por descontado, Lanchester, el marionetista que
mueve los hilos con toda la ironía de que es capaz, que es enorme. Él es quien
nos convence de la ingenuidad de Winot, también el que, hábilmente, va
desenredando la madeja. Por eso, a medida que avanza la trama, comprendemos que
nuestra sonrisa nace de su habilidad y su retranca, en cambio, las maniobras
de su criatura maldita la gracia que tienen.
Decía
que el protagonista lo invade todo. No hay muchos más personajes: los padres, una estudiosa
de arte y su marido, la doncella y el criado de sus padres. Estos últimos, y
sobre todo Bartholomew, el hermano de Tarquín –sombra que planea sobre lo
narrado, invadiéndolo todo, apropiándose en cierta forma de los hechos–
contribuyen a modificar la personalidad del que narra mostrándolo a los
lectores bajo una óptica completamente distinta.
Doscientas
páginas. Llenas de chispa al principio, apasionantes a medida que vamos leyendo,
divertidas siempre, que dan que pensar. Aunque –y esto no es un reproche, al
contrario– nos abandonan demasiado pronto, en el punto culminante de la
historia.