Idioma original: español
Año de publicación: 2019
Valoración: muy recomendable
En algún momento durante la lectura de La ciudad interrumpida me he sentido tentado de introducir esta reseña como un reprise de la Semana de la Arquitectura organizada por nuestra querida Beatriz. En esos momentos, el libro parecía escorarse, y no era solamente una divagación, hacia un cierto análisis en clave técnica sobre la configuración de Barcelona, esa Barcelona de nuevos barrios y en revisión permanente que los barceloneses experimentamos desde que, en 1992, unas Olimpiadas pusieron a la ciudad en el mapa y todo el mundo descubrió como nuevas las cosas con las que llevábamos unos años conviviendo.
Pero lo descarté: este es un libro sobre una ciudad, claro, pero más sobre cómo han experimentado esa ciudad quienes han decidido incorporarla como escenario de sus tramas, sobre todo ese nutrido grupo de escritores de cuyo considerable tamaño reconozco no haber sido demasiado consciente. Recuerdo haber reseñado a Marsé, a Casavella, a Rodoreda y a Pérez Andújar (con valoraciones dispares) aludiendo al protagonismo de ese entorno urbano, el del cap i casal de Catalunya, pero he de reconocer haber sido sorprendido por el volumen de obra al que alude Guillamon en este ensayo inicialmente publicado en 2001 y que ahora se somete a una revisión en que se le añade una centena larga de páginas actualizando sus premisas e incorporando un (otro) buen puñado de obras más recientes, circunstancia importante cuando entre su fecha inicial y hoy han pasado no solamente unos cuantos años sino un período, el que se inicia en 2008, afectado por una crisis global que forzosamente tiene que ser visible en una gran ciudad de aquello que solíamos llamar Occidente.
Así que descartada esa forzada inserción urbanística, creo que si he de forzarme a adjudicarle alguna ubicación a este brillante y dinámico texto sería el de crónica urbana en clave crítica literaria. Que es, desde luego, todo un exabrupto, pero que define especialmente su primera parte, quizás más deliberada en el sentido antiguo del término. El texto añadido es válido más como testimonio y como relación de todo lo producido, pero creo que el sentido critico en términos estrictos se refugia más en la primera parte, donde Guillamon se muestra más analítico, diría incluso que se trata de textos más macerados e incluso que se benefician del paso del tiempo en su opción de interpretar la maduración de ciertos textos, su inserción en la obra posterior de sus autores, incluso, seré osado, su intención real alejada de modas y oportunismos.
Ya del título podemos deducir que la clase gobernante no va a salir demasiado bien parada aquí. Guillamon se muestra especialmente incisivo al mostrar su escepticismo sobre los movimientos del poder (el politico y aquel otro, el de la pasta y las inversiones y los mercados) a la hora de determinar o inducir los movimientos de la cultura. Guillamon habla sobre todo de francotiradores más que de un movimiento o una escuela asociada a una generación, a un barrio, a un determinado perfil. Habla mucho sobre Quim Monzó y su narrativa tanto en formato corto como en largo. Monzó es un escritor que hay que reivindicar y es, desde luego (con Pàmies, De Palol, Mendoza y Vila-Matas) una de las referencias recurrentes del libro. Y engarza esa individualidad del creador permeable a su entorno pero no condicionado por él con la corriente de la época. Me gustaría que Guillamon hubiera afilado más su prosa ahí: este es el libro de un crítico literario que menciona muchas novelas y estoy seguro de que no todas son buenas, que habla de unos cuantos gobiernos municipales y regidores de Urbanismo y no me hagáis repetir esos cargos, pero está claro que a Guillamon, y eso es para ser celebrado, no le gustan los tecnócratas metiendo sus zarpas entre creadores. No se limita a la literatura, en el libro se habla con profusión sobre otros medios, como la TV interviene también para apoyar con sus series la personalidad de ciertas zonas y ciertos colectivos. La impresión de que Guillamon reivindica el no intervencionismo en lo cultural no es un planteamiento abierto: lo suponemos de sus progresivos varapalos a políticos y gestores preparados que se encuentran con realidades que impiden al ejecución de sus mejores intenciones. Guillamon traza la ciudad desde los creadores que la emplean en su obra. Exige que se les deje crear sin agruparlos o empujarlos hacia una finalidad u otra. Se niega a que los creadores generen una realidad diferente a la que deben reflejar. El texto se sitúa, entonces, más en la sinopsis que en la crítica, pero quizás eso cambiaría el libro y no excitaría nuestro interés como lo hará, a cualquier barcelonés interesado en su entorno cultural, y a la gran mayoría de los lectores que piensen que manifestaciones culturales y hábitat que las genera deben mantener una relación diferente a simbiosis, parasitismo o retroalimentación
De paso, me ha recordado la de tiempo que Monzó no saca nada nuevo.
Collons, Quim, deixa estar el Twitter.