Título original: El temps de la promesa / El tiempo de la promesa
Año de publicación: 2023
Valoración: muy recomendable
Idioma original: inglés
Para la gran mayoría del planeta (no solo de sus vecinos de la vieja Europa) Albania fue, durante mucho tiempo, una especie de enigma absoluto, solo comparable al que, aún, y no sé si eso va a durar mucho tiempo, representa Corea del Norte. Un país aislado en su empecinamiento de representar un ejemplo de la aplicación de ciertos ideales que son, casi todos, perfectos en lo téorico y desastrosos en lo práctico (lo cual siempre se suele achacar a la naturaleza humana). Allá por el periodo posterior a la II Guerra Mundial y en el estéticamente fascinante periodo de la guerra fría, fue un pequeño territorio aislado, al lado de los Balcanes que se embarcó, liderado por uno de esos dudosos líderes, Enver Hoxha (que suelen compartir destino simbólico con otros dictadores cuando las enormes estatuas con sus efigies son abatidas entre alborozo general, y esas imágenes se constituyen en símbolos de la liberación de sus pueblos), en una suerte de regimen hermético, rechazando a partes iguales el imperialismo capitalista y el soviético.
Aunque la caída de este último fuera, pensemos que por capilaridad, lo que sumiría al país en una abrupta transición, no por casualidad contemporánea con la elevada inestabilidad en la zona que suele envolverse en el paraguas conceptual del conflicto de los Balcanes. Un aperturismo súbito y casi narcótico que sumió a sus habitantes en una desorientación de identidad que se redujo, en la práctica, a unas cuantas fotos sensacionalistas de buques llegando a puertos italianos repletos, sobre todo, de hombres de aspecto cansado y algo oscuro, como siempre, seguimos así, huyendo hacia un futuro mejor.
Aún así, si a este humilde comentarista de lo cultural le preguntan por albaneses de origen, mi pareja de elegidos no puede ser más heterodoxa: Ismail Kadaré y Dua Lipa.
Lea Ypi ni siquiera figura en la escueta solapa de Libre como escritora, me atrevería a afirmar que, salvo que el éxito crítico de este libro provocara lo contrario, quedará como una especie de one hit wonder literaria, aunque es posible que se genere cierta curiosidad y se indague sobre artículos de perfil profesional, pues es profesora universitaria en Londres y Australia especializada en marxismo y teoría crítica, cuestión que surge en el texto y que aleja cierto fantasma al que este tipo de obras puede ser proclive. Ypi se declara marxista y este Libre no está escrito ni desde la nostalgia ni desde el rencor. Lo cual, como mi valoración ya os advertía, es un poderoso punto a favor. Ya desde la portada, una fotografía de una lata de Coca Cola vacía usada a modo de jarrón decorativo en una casa albanesa, se percibe lo que es Libre, y lo que justifica su subtítulo. El desafío de crecer en el fin de la historia. Pues Ypi es una niña, una adolescente que crece en un entorno que cambia a velocidad de vértigo. Que observa un mundo precario e hipercontrolado gobernado por lo que poco cuesta verificar como absurdo: el racionamiento, las colas para acceder a los productos básicos, el control gubernamental especialmente (la envidia es la mejor espoleta para cualquier revolución) celoso en la filtración de información respecto a lo que pasara más allá de sus fronteras. Una obsesión infantil: los albaneses aprendían italiano para ver frívolos programas de variedades de la RAI, porque otra obsesión de los regímenes dictatoriales es proclamar una especie de férrea moral pública donde cualquier desviación se contempla como un peligroso asomamiento a la posibilidad de la libertad de elección, individual y colectiva.
Diría que debería haber un punto medio entre la cruel disyuntiva entre la democracia liberal, que deja a todos a su libre albedrío aunque lleve a la autodestrucción y ese estado incautador y paternalista que decide hasta el gusto que debe tener tu dentífrico. Es una vieja controversia, pero Ypi no se solaza en ella. Habla de la infancia y la juventud como patria de las personas, escribe con eficacia y oficio sobre esa vida en la que el aparato estatal captaba acólitos para denunciar ya no disidencia, sino semilla o incipiencia de ésta, de los tímidos conatos de apertura cuando Hoxha fallece y su red de funcionariado es incapaz de contener el estallido de la voluntad del pueblo. Habla de todos los eufemismos empleados en las conversaciones del día a día para evitar afrontar una realidad incómoda y asfixiante. Lo hace de un modo cercano y confidente, sea de anécdotas intrascendentes o de cuestiones como la separación familiar o el desarraigo. Al margen de que el tema pueda resultar, décadas después, fascinante y de interés, el resultado literario ya es muy valioso por sí solo.
Título original: センサー (Sensā)
Año de publicación: 2019
Traducción: Olinda Cordukes Salleras
Valoración: está bien
Hoy por hoy, Junji Ito probablemente sea el mangaka más conocido en Occidente, fuera del ámbito de los aficionados al género, claro. Esto se debe, sin duda, a su estilo tan reconocible y perturbador, pero también a que lleva más de treinta años dedicándose al tema y en ese tiempo ha realizado multitud de mangas, más o menos rompedores y más o menos bizarros: también otros que pueden se considerar casi como mainstream, aun dentro de su rareza, como es el caso de este Sensor, interesante ejemplo, pero que, ya aviso, tampoco se encuentra, creo yo, entre lo mejor de su autor.
Resumen resumidillo: la joven Kyôko Byakuyo pasea un día cerca del volcán Sengoku cuando percibe en el aire unos cabellos dorados, que al principio ella confunde cn los llamados "cabellos de pele" que puede soltar el volcán. En éstas, conoce a un muchacho que la lleva a su pueblo, Kiyokami, donde todo refulge al estar recubierto por esos cabellos dorados que además, al parecer, dotan a sus habitantes de clarividencia y todo, según ellos, gracias al dios Amagami y a Miguel, un misionero cristiano de la época del shogunato. En fin, no me voy a extender más, porque son muchos los giros y vicisitudes que se suceden a lo largo de la trama, con la hermosa Kyôko convertida en una fugitiva de cabellera dorada, buscada tanto por un reportero llamado Wataru Tsuchiyado como por la secta Indigo Shadow, que quiere acceder a través de ella a unos supuestos registros akáshidas que contienen todo el saber del Universo. Además, encontramos aquí insectos suicidas, espejos de tráfico espías y algún que otro salto en el tiempo -por lo visto, la primera intención de Ito, seguida luego por él sólo a medias, era desarrollar una serie de episodios independientes con sucesos sobrenaturales o extraordinarios, de los que serían testigos e hilo conductor primero Kyôko y luego el reportero Tsuchiyado-; en fin, todo el despliegue imaginativo habitual con este autor, aunque ya digo que aquí un tanto rebajado o amoldado a los gustos del gran público.
Título original: Hex
Traducción: Jesús Cuéllar
Año de publicación: 2022
Valoración: Decepcionante
Los procesos de las brujas de Berwick, a finales del siglo XVI, son algunos de los más conocidos entre los muchos que tuvieron lugar en Europa en busca de poderes oscuros, curaciones sospechosas y maleficios. Al parecer, el rey Jacobo volvía de su boda en Dinamarca y fue sorprendido por terribles tormentas, lo que provocó que se buscaran responsables de causar semejantes fenómenos para acabar con él. Mediante el uso generalizado de la tortura comenzó el habitual reguero de delaciones, mientras se vengaban viejas rencillas, se doblegaba a gentes incómodas y se consolidaba el terror frente a la disidencia o simplemente frente a conductas que pusieran en cuestión el orden religioso, moral y, finalmente, político.
Jenni Fagan toma como protagonista a una de aquellas brujas, Geillis Duncan, apenas una adolescente que por algún motivo fue elegida para ser eliminada y cuya confesión, obtenida de aquella manera, sirviese de paso para condenar a otras mujeres de mayor significación pública, en especial Euphame McCalzean, cuya posición social y económica suscitaba ciertos deseos de quitarla de en medio. Geillis va a ser ajusticiada, y en su celda, donde ha sido violada repetidas veces, recibe la visita de Iris, una mujer del siglo XXI que le acompaña en sus últimas horas.
Lo que parece podría ser una narración llena de fantasía de tintes góticos se convierte sin embargo en otra cosa. En vez de recibir a un ser extraordinario procedente del futuro, se diría que el carcelero ha dejado entrar en el calabozo a una amiga de Geillis para que la pobre tenga un poco de conversación antes de morir en la horca. De manera que Iris, obviamente solidarizada con la presunta bruja, se dedica durante unas cuantas páginas a colocar el discurso feminista propio de su época. En la base de los procesos por brujería, parece defender Iris, no hay un fondo de incultura popular, de alienación religiosa, intereses pueblerinos o maniobras políticas, solo el deseo de castigar a mujeres por el hecho de serlo, el impulso depravado de hombres obsesionados por la integridad de sus pollas (sic), una especie de miedo atávico frente a aquellas a quienes no pueden someter de otra forma.
Y bueno, el resto de las largas conversaciones entre la víctima y su visitante no pasa de ser una charla insulsa, llena de lugares comunes, reflexiones sobre la injusticia y la violencia, peroratas apenas disfrazadas de patetismo y ramalazos líricos, fogonazos de magia injustificada, todo lo cual tiene como mayor virtud la brevedad de sus apenas cien páginas.
No era mala la idea, y daba para montar una historia quizá atractiva. Tampoco era desdeñable la posibilidad de levantar una reflexión sobre un posible enfoque de género en la persecución de la brujería, o un juego de contrastes entre la perspectiva ideológica de nuestro siglo y la de los inicios de la Edad Moderna. No sé, había posibilidades de hacer unas cuantas cosas interesantes, tal vez en otros formatos, pero Jenni Fagan elige la peor opción, una sucesión de diálogos, a veces monólogos sucesivos, sin nervio, con un fondo forzado y nada creíble que a veces suena a representación escolar, por mucho que se adorne con una especie de acotaciones que presentan cada escena de modo más bien efectista.
Solo las últimas páginas tienen un tono más intenso, imágenes más sugerentes y un ritmo más vivo. Bien habría hecho Fagan en aplicar el mismo criterio al resto del libro. Pero aunque este último empujón deja un sabor algo más gratificante, ni aun así nos libra de la decepción.
Título original: Kasha (火車)
Traducción: Purificación Meseguer Cutillas
Año de publicación: 1992
Valoración: recomendable
Ya que está tan de moda el city pop japonés, qué mejor oportunidad para usarlo de soundtrack que disfrutar de un thriller ambientado en el Tokio de los 90s. Luces de neón, rascacielos, oficinistas, yakuzas, colegialas con uniforme de marinero, ¿qué más quieres?
Novela escrita por la Agatha Christie japonesa, la Henning Mankell nipona, la Stephen King del lejano oriente... bueno, me entienden. Miyuki Miyabe es toda una celebridad del mundo literario en Japón, aunque su trayectoria literaria tuvo un inicio curioso. Después de graduarse de una escuela técnica, Miyabe-san trabajó en un bufete de abogados como mecanógrafa, muy útil para escribir novelas policíacas. Ya bien entrados sus veintes, entró a un taller de escritura donde profesionalizaría su afición a la escritura. Hasta la fecha, no ha parado de escribir de manera compulsiva.
La novela aborda directamente el problema del sobreendeudamiento, que se volvió especialmente problemático durante la década perdida. El fácil acceso al crédito en los años previos al estallido de la burbuja económica llevó a muchos japoneses a acumular deudas insostenibles. “Kasha”, la carreta en llamas que lleva a las almas al infierno, me parece una buena metáfora para el espiral de endeudamiento y descenso hacia ese bajo mundo de vicios, juego y deudas. La novela también nos presenta una visión crítica del sistema de crédito japonés y su impacto en la identidad individual. A través de la historia, Miyabe sugiere que el valor de una persona se ha reducido a su solvencia financiera o historial de crédito. La trama pone de relieve cómo la crisis económica y el sistema de crédito afectaron profundamente la percepción de la identidad y el valor personal, llevando a algunos a adoptar medidas extremas para escapar de sus deudas (el seppuku ya no es exclusivo de los samuráis).
Miyabe ya era toda una experta en el oficio de escribir novelas de género cuando escribió "Kasha". Una novela policíaca de manual, en el buen sentido de la palabra. Miyabe desarrolla la trama a un muy buen ritmo, aunque tarda un poco en arrancar. Los giros de trama no son abruptos ni del todo inesperados, pero todo el conjunto da una sensación de coherencia y de redondez, donde no se dejan cabos sueltos. Los personajes principales están bien desarrollados, aunque algunos de los personajes secundarios carecen de profundidad y se cae en los estereotipos. Esto podría deberse al enfoque en el desarrollo de la trama y los temas sociales más que en la exploración profunda de cada personaje. Fuera de eso, es sin duda un libro recomendado para aquellos que añoran el fax y los directorios telefónicos.
Nota: La portada de esta edición es horrenda y no tiene nada que ver con la trama, si pueden, arránquenla.
Año de publicación: 2016
Valoración: Recomendable
Bolivia. Segunda década del siglo XX. Evo Morales lleva ya un tiempo en el poder y las élites más o menos tradicionales han perdido peso en el país. Por si fuera poco, la situación está jodida y un grupo de gente (Los sublimes, para más señas) de nivel económico alto decide encerrarse en un centro comercial a la espera de que lleguen los gringos para rescatarlos y llevarlos a los Estados Unidos. Esta es la premisa de una novela que no es otra cosa que una sátira despiadada de una parte de la sociedad boliviana que los autores conocen bien, un parte de la sociedad terriblemente hipócrita, racista, sexista, etc.
¿Los autores? Sí, los autores. Porque Belisario Flores es el seudónimo de Mario Murillo y Diego Loayza, así que La isla trasnochada es una novela a cuatro manos en la tradición de Bioy y Silvina, Gabo y Vargas Llosa (¿o lo de estos y las manos fue otra cosa? o Carmen Mola (quienes, por cierto, no molan una mierda, además de ser seis manos en lugar de cuatro).
Bueno, el caso es que esta es una novela en la que hay un "coach ontológico" que vendría a ser un Paulo Coelho (aún más) buenorro, expresidentes de Gobierno, militares, futbolistas, financieros, adultos y jóvenes pasados de rosca.. un texto en el que se mezclan lo divertido, lo absurdo, lo grotesco y lo trágico en lo que podríamos llamar un "esperpento a la boliviana".
Pero lo exagerado no excluye elementos más "profundos" en la novela. Ya sabéis, lo grotesco como espejo deformante de la realidad. Así que en La isla trasnochada hay sociología, hay antropología social, hay un "estudio" sobre cómo evoluciona un grupo humano reducido en una situación de tensión extrema y en un ambiente cerrado, sobre el tránsito de una sociedad perfecta a una pesadilla, sobre fantasías y deseos inconfesables en tiempos convulsos. Claro, ¡en algo se tiene que notar que los autores son dos señores sociólogos!
Quizá lo único que se puede achacar a la novela es un exceso de personajes que hace que algunos de ellos queden escasamente perfilados. Entiendo que son arquetipos que pueden cumplir su función en la novela, pero su número se antoja excesivo.
Por último, mención de honor al lenguaje de la novela. ¡¡¡¡No os lo vais a creer pero los personajes no hablan como si fueran de Valladolid!!!!! Autores, escenarios y protagonistas son bolivianos y hablan en español de Bolivia (glosario incluido), como no podía ser de otra manera. Lo que parece lógico puede que tire al lector no boliviano un poco para atrás. No lo hagáis, tenemos un idioma común de una riqueza brutal y este libro es buena muestra de ello.
Valoración: fatal Más que recomendable
Vayamos por partes...
Qué no es El edificio:
-El edificio no es un ensayo de Robert Venturi sobre arquitectura postmoderna.
-El edificio no es un informe técnico más memoria de calidades presentada para la construcción de la Torre Willis (antes Sears) de Chicago, durante un tiempo el rascacielos más alto del mundo.
-El edificio no es un capítulo del libro Territorios improbables, de Pedro Torrijos (aunque bien podría serlo).
-El edificio no es un recopilatorio de las mejores historietas de 13, Rue del Percebe (aunque también podría serlo).
-El edificio no es el guión de un capítulo de Aquí no hay quien viva o La que se avecina.
-El edificio no es una parte del Génesis en la que Yahvé se carga (otra vez) a un montón de gente por medio de un diluvio y por sus cojones morenos.
-El edificio no es un plagio de La residencia de los dioses, pero ambientado en Babilonia o el Antiguo Egipto, en vez de en la Galia dominada (o casi) por los romanos.
-El edificio no es un análisis semiótico-literario de La vida instrucciones de uso, de Georges Perec.
-El edificio no es una fábula distópica que sirva de respuesta a alguna pregunta que nos podamos hacer (o quizá sí).
-El edificio no es una fábula distópica que nos plantee alguna pregunta que podamos responder (o quizás también).
Qué sí es El edificio:
-Así pues, El edificio es una distopía que, si bien no plantea preguntas ni proporciona respuestas, resulta estremecedoramente plausible y hasta probable.
-El edificio es una colección de microrrelatos que, ¡oh, sorpresa!, todos juntos conforman un macrorrelato al que incluso podemos llamar novela... (Venga, sí, llamémoslo novela)
-No sólo novela: El edificio es además una novela de ciencia-ficción. Más de ficción que de ciencia, tampoco os voy a engañar... Pero de la buena.
-El edificio es una metáfora del capitalismo, de la sociedad occidental metida en su (nuestra) torre de marfil, de cualquier civilización que en el mundo ha sido o será y que está condenada a la entropía hasta su desaparición.
(Claro que el capítulo 27 explica: "El edificio tampoco es un símbolo ni una metáfora; reducirlo a un símbolo o una metáfora sería como decir que no existe , y el edificio, si algo hace, es existir"... Pero eso es algo que, después de todo, dice el autor y qué va a saber él de este libro).
-El edificio es, por tanto, un drama apocalíptico que representa y resume toda la entropía a la que está abocada nuestra época.
-El edificio es, también, una comedia apocalíptica que representa y resume toda la entropía a la que está abocada nuestra época.
-El edificio es una novela condenadamente divertida, a pesar de haber sido escrita por todo un Excelentísimo e Ilustrísimo señor profesor de Literatura de la Facultad de Letras de la Universidad de Lisboa (si en castellano suena serio e importante, imaginaos en portugués).
-El edificio es un libro muy bien escrito porque, bueno, en algo se tiene que notar que su autor es todo un Excelentísimo e Ilustrísimo etc., además de traductor al español de José Luís Peixoto y Hélia Correia y padre fundador, amén de reseñista master & commander del mejor blog de reseñas literarias que existe, ha existido o existirá jamás. Amén.
-El edificio es un libro delgadito (150 capítulos a una página por capítulo) que se lee en un santiamén; es decir, que por una inversión mínima en tiempo y dinero, no sólo pasaréis un rato estupendo, sino que podréis darles en tós los morros a esos amigos hipsters gafapastas y culturetas que siempre andan presumiendo de leer a escritores ex-yugoslavos raros o argentinos conocidos en su casa a la hora de comer. Pues con El edificio lo van a flipar...
-El edificio es el libro en el que se va a comentar la fama y el prestigio como escritor de Santi Pérez Isasi y que, sin duda, en un futuro quizá no muy lejano le llevar a ganar el Premio Nobel de Literatura, arrebatándoselo a veteranos farsantes como el Murakami malo o el nefasto Houellebecq, en su última oportunidad de conseguirlo. Aprovechad para leerlo ahora y partipad desde el principio en su leyenda.
Sobre la valoración: os puedo prometer y prometo (qué viejuno suena eso) que no se debe a que el autor del libro sea el padre fundador de este blog, pagador de nuestros suculentos emolumentos y un tirano que nos azota con su cinturón si no cumplimos cada uno de sus absurdos caprichos muñidor de nuestros sueños y esperanzas, además de ser un tío bien majete... es que el libro está muy bien, de verdad.
Título original: The Return of the Real
Traducción: Alfredo Brotons Muñoz
Año de publicación: 1996
Valoración: Difícil
Hal Foster es historiador y crítico de arte, o más bien teórico del arte, que yo creo que lleva una matiz algo diferente. Entre sus numerosas publicaciones, colaboraciones y trabajos para diversas universidades e instituciones, El retorno de lo real se considera una de sus aportaciones clave, ahora reeditada en un volumen cuidado y elegante, como merece uno de los trabajos más sobresalientes en torno a las vanguardias de las últimas décadas del siglo pasado. No hará falta insistir en que la lectura será interesante, incluso imprescindible, para los aficionados (muy aficionados) a las artes plásticas contemporáneas, pero única y exclusivamente para ellos. El resto del mundo se puede ahorrar el esfuerzo que requiere, que no es poco.
Foster se centra, como digo, en las neovanguardias artísticas surgidas a partir de mediados del siglo XX, y las relaciona con las vanguardias históricas de los años 20-30, entrando de lleno en una polémica principalmente con Peter Bürger sobre si estos nuevos movimientos supusieron una mera revisión de los anteriores, o toda una reformulación de los viejos principios. Esta exposición, considerada el corazón del libro, no es sin embargo más que una parte del trabajo. Se tratan también otros muchos aspectos en torno a la evolución del arte en la época: el parentesco de fondo entre el minimalismo y el pop, el apropiacionismo y el arte abyecto, la influencia del neoconservadurismo de los años 90, o una muy interesante exposición sobre el doble punto de vista del espectador y del objeto observado.
Si Foster llegase a leer esta reseña, cosa que me parece muy improbable, se reiría a gusto con mis simplezas, pero es lo que tiene la opinión de un aficionado. Aun así, no me quedaré sin decir (o sin criticar, que también) que resulta muy sorprendente que la inmensa mayoría de los artistas a los que Foster hace referencia, y son muchos, son norteamericanos, como si en ese último tramo del siglo XX no existiese más arte que el surgido en los Estados Unidos. O eso, o que al autor simplemente no le interesa nada de lo creado más allá de su país. Ya digo, sorprendente y un poco decepcionante.
Pero al margen de esto lo verdaderamente importante es dejar clara la naturaleza del texto para que nadie se equivoque. El libro no tiene en absoluto carácter divulgativo. Es un trabajo teórico en torno a determinados movimientos y tendencias, pero nada de paletas de colores, ideas básicas sobre la simplificación de formas o la influencia de unos ismos en otros, ninguna alusión al artista creando en su buhardilla (ni, en este caso, en su loft neoyorquino). Por aquí desfilan, en medio de una bibliografía mareante, pensadores que han dedicado una parte notable de sus reflexiones al arte, como Deleuze, Benjamin, Barthes o Foucault, pero también otros que quizá no esperábamos, Derrida, Althusser, Saussure, Lacan. Porque el arte del que trata Foster está visto y analizado desde la antropología, el psicoanálisis, la filosofía o la semiótica, desde ópticas insospechadas que se entrelazan, teorías que se rebaten o se matizan.
Difícil, sí, bastante difícil. Tanto como leer en crudo a cualquiera de los autores que comentaba, a Einstein o a Freud (por cierto, muy presente en todo el libro), quizá más, porque se manejan conceptos complejos que provienen en línea recta de todas estas áreas sin ningún bálsamo que los suavice, al contrario, transformados en algo aún más hermético al cruzarlos y revisarlos a la luz de nuevas fuentes. Foster no pretende resultar inteligible, se dirige a esa pequeñísima comunidad de teóricos, artistas, filósofos y pensadores que viven en la abstracción, el aluvión erudito y la polémica privada. Es más, diría que a Foster le entusiasma moverse entre conceptos especialmente estratosféricos (recuerda un poco a cierta filósofa a quien no voy a citar para no desviar la atención, y a la que por cierto se menciona varias veces en el libro), se gusta inventando neologismos y retorciendo significados.
Así que en lo que a mí respecta, el crítico norteamericano ha logrado su objetivo de dejarme fuera, porque confieso que no he entendido quizá ni la cuarta parte. Y aun así reconozco que he disfrutado a ratos observando, aunque fuese con cara de tonto, porque la exposición es brillante, con momentos muy interesantes, propio de alguien que no solo cuenta con un bagaje ciclópeo sino que sabe bucear sin límite y examinar todas las posibilidades, todas las derivaciones de aquello que está estudiando.
Creo que era Gompertz, que este sí juega en la liga de los divulgadores, el que aseguraba que los críticos y teóricos del arte se ven un poco en la obligación de vender erudición para hacerse valer en ese extraño mundo, porque comisariar una exposición y redactar su catálogo exige mantener un cierto nivel. Seguramente contribuyen a dignificar el arte en épocas tan propicias al descreimiento, a vencer las resistencias que los mortales, conscientemente o no, oponemos a la novedad y la creatividad, y eso hace posible el avance. Otra cosa es que la distancia a la que se colocan respecto al resto del mundo sea muchas veces excesiva, todavía más cuando el autor en cuestión disfruta observando desde su atalaya.
Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera
Año de publicación: 1964
Valoración: recomendable (muy recomendable para mexicanos)
“Es muy cómico que alguien sea sensato en una situación absurda”. Con estas palabras Juan Villoro describe la obra de Ibargüengoitia, quien es un maestro de la sátira mexicana, y esta novela es un excelente ejemplo de ello.
Ubicada en el caótico periodo posrevolucionario mexicano, cuando la dictadura de Díaz dio paso a un juego de tronos con sombrero y sarape, Ibargüengoitia nos ofrece una visión alternativa de la Historia Mexicana, distanciándose de las narrativas tradicionales y mostrando una perspectiva para nada glorificada. En su relato, el autor desenreda los mitos heroicos, revelando que detrás de las medallas y los pomposos discursos, muchos de los llamados héroes nacionales no eran más que, como diríamos en México, unos 'culeros con suerte'.
La novela gira en torno a las supuestas memorias del general José Guadalupe Arroyo, un narrador tan poco fiable como cualquier político chaquetero. A través de sus ojos, Ibargüengoitia nos sumerge en las astutas maniobras de militares y políticos que buscan beneficiarse de los restos de la revolución. Todo ello bajo el pretexto de defender los altos ideales revolucionarios, excepto cuando estos ideales son inconvenientes para sus propios intereses, como se muestra en algunos discursos: “Propongo declarar la constitución en receso por improcedente”. El general Arroyo considera que sus memorias pasarán a formar parte de los anales históricos de la revolución, por lo que las escribe con un estilo grandilocuente, que emula las grandes novelas del siglo XIX, aun cuando la situación no lo amerite:
— Mi general, Vidal quiere formar un partido único—me dijo Trenza. La noticia no me fulminó porque no sabía yo lo que esto iba a significar.
En esta disputa por la silla presidencial, los militares inician una serie de insurrecciones que resultan igual de absurdas que sus campañas políticas:
—Si con falta de organización les ganamos, imagínese lo que será cuando nos organicemos bien.
En este tono se desenvuelven los personajes de este libro, ya sean militares, cuatreros u oficinistas, los cuales, como dice el mismo Ibargüengoitia en el epílogo, solo se dedicaron a autodestruirse. Personajes detestables y ridículos, pero bien desarrollados, ricos en matices y personalidad, producto del estilo simple y directo de Ibargüengoitia.
Dicho lo anterior, "Los Relámpagos de Agosto" puede presentar ciertos puntos débiles, especialmente para lectores que no son mexicanos. Por muy universales que sean la codicia y el cinismo humano, es claro que no podemos abstraer del todo esta novela de su contexto histórico y cultural, el cuál es muy marcado. Los lectores no familiarizados con este periodo pueden tener dificultades para comprender completamente las alusiones y el humor relacionado con eventos y figuras históricas específicas de México. Sin embargo, cualquiera que disfrute de las intrigas políticas encontrará este libro muy entretenido.
Nota: La portada de la edición aquí presentada muestra a Pancho Villa, el cuál no entra directamente en la trama de la novela. Supongo que se pretendía aumentar su atractivo para los lectores fuera de México usando un personaje famoso. Personalmente prefiero las portadas con pinturas de Joy Lavile, esposa de Ibargüengoitia.
Firmado: Alain Ríos
Año de publicación: 2017
Valoración: entre recomendable y está muy bien (hilando muy fino)
Libro de cuentos del escritor mexicano Antonio Ortuño que ganó un prestigioso concurso dedicado a esta modalidad literaria (de hecho, el más prestigioso en lengua castellana, creo), hemos de suponer que con justicia. No se trata, por supuesto, de ejercer de jurado a posteriori, pero sí puedo decir que el nivel de los relatos aquí contenidos es más que digno, bordando la excelencia, en algún caso, así que sí, podemos pensar que el premio estuvo bien concedido.
Es de suponer, por otra parte, que los relatos contenidos en este delgado volumen de apenas 120 páginas (supongo que por adecuarse a las condiciones del certamen en cuestión) habrán sido cuidadosamente seleccionados por el autor y de ahí también que la calidad de los cuentos sea bastante homogénea. No son muchos, media docena que, salvo en uno de ellos, tienen en común al protagonista, un escritor llamado Arturo Murray -tal vez o tal vez no un alter ego del autor- al que encontramos en diferentes momentos de su vida y de su actividad literaria. O quizás sean historias con diferentes protagonistas a las que Ortuño ha decidido otorgar el mismo nombre, eso tanto da... Así, en Un trago de aceite encontramos al niño Arturo pasando el fin de semana en casa de una familia acomodada, donde su padre le ha llevado con intenciones poco claras.
En El caballero de los espejos el escritor se encuentra, en el funeral de su madre, con un primo que le había maltratado siendo niño -al niño Arturo no le salvaban de los sinsabores ni sus aficiones literarias-; en Quinta temporada Murray es contratado, junto con otros escritores latinoamericanos, para colaborar en el guión de una serie épica internacional -el guiño a Juego de Tronos es más que evidente-, mientras que en El príncipe con mil enemigos lleva a cabo una gira por bibliotecas y ferias literarias de provincias (de provincias mexicanas, se entiende), ofreciéndonos el surtido de anécdotas y personajes peculiares que cabe suponer. ¿Y qué le puede faltar por hacer a un escritor profesional en el siglo XXI? Pue sestá claro: La batalla de Hastings trata de un taller literario que imparte nuestro héroe, en medio de una crisis matrimonial y puede interpretarse como un relato sobre el impulso o el prurito de escribir.
El único relato que no tiene como protagonista a Arturo Murray se titula Provocación repugnante y recrea un hipotético encuentro entre Walter benjamin y Bulgakov en 1926, en Moscú, a la salida del teatro donde se representaba una obra de éste último. No tiene nada que ver con el resto de cuentos, ambientados en México en época contemporánea, salvo que los protagonistas son asimismo escritores. De ahí, probablemente, venga el título de esta recopilación de relatos, La vaga ambición, pues ya se sabe que los escritores suelen ser ambiciosos pero más vagos que la chaqueta de un guardia resume bastante bien la sensación irremediable pero inasible de ese impulso que lleva a alguien a ponerse a escribir.
En todo caso y siendo, como ya he explicado, bastante notable la calidad de todos los relatos, en genral, en mi opinión destacan tanto el primero, Un trago de aceite como Quinta temporada, uno por el malestar que sabe trasmitir el autor describiendo una experiencia infantil incómoda, que acaba siendo traumática y el otro -también ocurre con El príncipe con mil enemigos- por lo divertido y aun tronchante que resulta, con el retrato que hace de la fauna, ciscunstancias y miserias tanto del mundo literario como del audiovisual.
En suma, un libro de relatos que dan ganas de seguir leyendo más cosas de este autor y, por tanto, es una excelente carta de presentación para quien no lo conozca. para eso, creo yo, han de servir los concursoso literarios (y éste, en concreto, siempre ha destacaado por eso, que yo sepa), y no -o no sólo- para poder vender productos vacíos, pagar favores o promocionar a quien no lo necesita.