Título original: Bear
Año de publicación: 1976
Traducción: Magdalena Palmer
Valoración: recomendable
Obsceno. Adjetivo que le otorgaron en su tiempo a Oso.
Robertson Davies. Escritor canadiense que confesó su admiración por esta novela.
Alice Munro. Lo mismo.
Cuidado. Las historias de corte minimalista han de ser apenas sugeridas en cualquier reseña que se precie. Aunque no sean historias con desenlaces clásicos, por si acaso, Pero sólo la primera palabra de esta reseña ya es, acompañada de portada y sinopsis, poderosa sugerencia de por dónde van los tiros, y sería una pena que nos arriesgáramos a reducir este libro a eso. A una historia de morbo y escándalo.
Cuando el mayor valor es la sutileza y la naturalidad con que Marian Engel empaquetó la relación de Lou, bibliotecaria que acepta un trabajo por encargo, y el oso. El animal reside en un establo de la casa cuya biblioteca se va a encargar de documentar. Junto a otras misteriosas estancias, una curiosa estructura arquitectónica octogonal, baúles llenos de utensilios variados o de ropa antigua, junto a los libros, algunos antiguos y valiosos, el oso es un elemento más del inquietante entorno al que Lou acepta integrarse, en un aislamiento solo quebrado por esporádicos, pero significativos contactos. Pero la presencia del oso no solo impresiona a Lou en ese momento. Las notas de relevancia sobre la especie animal surgen de los lugares más insospechados. Los antiguos habitantes de la casa también estaban mucho por el oso. Nace cierta obsesión.
He de reconocer que no soy un gran entusiasta de las historias que se desarrollan en islas. Comprendo el poder que tiene para un autor esa situación física compuesta de libertad que muta en claustrofobia. Pero son ya algunos los libros que se ambientan en esos parajes que no han llegado a llenar las expectativas generadas a priori: desde La piel fría hasta La isla de Stuparich, pasando por el especialista David Vann (quizás me anime algún día a repetir con Vann), parece que tiendo a pensar en situaciones diferentes. He de decir, por eso, que Oso no me ha decepcionado. Me ha gustado su ambiente insano, me ha gustado su tono decidido, un tono donde, y recuerden que 40 años atrás las cosas eran muy diferentes, la decisión femenina, la de una mujer joven, culta, resuelta, es libre, directa y desinhibida. Los detalles están de más, y el poder de la transgresión puede tomar una forma u otra, y recuerden, insisto, que se trataba no de escandalizar sino de inducir a la reflexión. Naturalmente Oso es susceptible de diversos análisis que sitúen cada uno de sus polos de atracción como símbolos representativos de hechos concretos, de colectivos, de personajes o incluso de miedos u obsesiones. Puede que ciertos círculos prefieran eso antes que aceptar que lo que nos acerca de primeras es el morbo. No creo, no obstante, que pueda considerarse una novela sexual o una novela zoofílica antes que lo que es en su fondo; un sugerente relato de comportamiento en una situación de soledad autoimpuesta. No creo que ese elemento deba eclipsar que Engel escribe de maravilla y que no lo hace para el escándalo ni para estar en el disparadero sino para narrar con libertad y sin ataduras. Las reseñas en la red, los comentarios, ya se han encargado de alimentar suficientemente la curiosidad. Pero nada mejor que la experiencia de su lectura, y uno ya puede comentar de primera persona. Son apenas dos horitas.
Magnífica edición de Impedimenta, por cierto: uno de esos objetos cuyo manoseo nos depara un extraño placer. Uh, dije extraño placer.
Cuando el mayor valor es la sutileza y la naturalidad con que Marian Engel empaquetó la relación de Lou, bibliotecaria que acepta un trabajo por encargo, y el oso. El animal reside en un establo de la casa cuya biblioteca se va a encargar de documentar. Junto a otras misteriosas estancias, una curiosa estructura arquitectónica octogonal, baúles llenos de utensilios variados o de ropa antigua, junto a los libros, algunos antiguos y valiosos, el oso es un elemento más del inquietante entorno al que Lou acepta integrarse, en un aislamiento solo quebrado por esporádicos, pero significativos contactos. Pero la presencia del oso no solo impresiona a Lou en ese momento. Las notas de relevancia sobre la especie animal surgen de los lugares más insospechados. Los antiguos habitantes de la casa también estaban mucho por el oso. Nace cierta obsesión.
He de reconocer que no soy un gran entusiasta de las historias que se desarrollan en islas. Comprendo el poder que tiene para un autor esa situación física compuesta de libertad que muta en claustrofobia. Pero son ya algunos los libros que se ambientan en esos parajes que no han llegado a llenar las expectativas generadas a priori: desde La piel fría hasta La isla de Stuparich, pasando por el especialista David Vann (quizás me anime algún día a repetir con Vann), parece que tiendo a pensar en situaciones diferentes. He de decir, por eso, que Oso no me ha decepcionado. Me ha gustado su ambiente insano, me ha gustado su tono decidido, un tono donde, y recuerden que 40 años atrás las cosas eran muy diferentes, la decisión femenina, la de una mujer joven, culta, resuelta, es libre, directa y desinhibida. Los detalles están de más, y el poder de la transgresión puede tomar una forma u otra, y recuerden, insisto, que se trataba no de escandalizar sino de inducir a la reflexión. Naturalmente Oso es susceptible de diversos análisis que sitúen cada uno de sus polos de atracción como símbolos representativos de hechos concretos, de colectivos, de personajes o incluso de miedos u obsesiones. Puede que ciertos círculos prefieran eso antes que aceptar que lo que nos acerca de primeras es el morbo. No creo, no obstante, que pueda considerarse una novela sexual o una novela zoofílica antes que lo que es en su fondo; un sugerente relato de comportamiento en una situación de soledad autoimpuesta. No creo que ese elemento deba eclipsar que Engel escribe de maravilla y que no lo hace para el escándalo ni para estar en el disparadero sino para narrar con libertad y sin ataduras. Las reseñas en la red, los comentarios, ya se han encargado de alimentar suficientemente la curiosidad. Pero nada mejor que la experiencia de su lectura, y uno ya puede comentar de primera persona. Son apenas dos horitas.
Magnífica edición de Impedimenta, por cierto: uno de esos objetos cuyo manoseo nos depara un extraño placer. Uh, dije extraño placer.