Idioma original: español
Año de publicación: 2004 (nueva versión de 2020)
Valoración: Muy recomendable
Quizás las reseñas deberían parecerse a los libros a los que se refieren: las de novelas policiacas debían mantener el suspense, las de terror debían dar miedo, las de ensayos serios debían ser serias y las de humor divertidas. Si eso fuera así, la reseña de
La cresta de Ilión debería empezar pareciendo una reseña al uso, para después convertirse sin avisar en un ensayo sobre el género y sus límites, en una crónica sociopolítica y finalmente en un relato autorreferencial en el que, por ejemplo, el reseñista es el propio autor de la obra que se encuentra consigo mismo a través de las palabras. Porque todo eso, y mucho más, está contenido en
La cresta de Ilión, una novela poliédrica, esquiva y fascinante que es difícil de resumir o incluso de atrapar: cuando se piensa que se le ha cogido el tranquillo, el texto gira y escoge un camino diferente.
En un principio, la novela aparenta ser un relato fantástico o de suspense: un hombre que espera la visita de una mujer (a la que denomina simplemente la Traicionada) recibe la visita inesperada de
otra mujer, que se identifica como la escritora Amparo Dávila (escritora real, autora de una destacable obra sobre todo de relatos fantásticos). Con una mezcla de deseo y miedo, que se enfoca sobre todo en
ese hueso de la cadera cuyo nombre no recuerda, el narrador la deja entrar, de forma que cuando la Traicionada acaba por llegar, visiblemente enferma,ambas se instalan en el apartamento sin que él se atreva o se decida a echarlas. Entre ellas se crea entonces una complicidad misteriosa, e incluso un idioma compartido.
A este núcleo narrativo debe añadirse todavía el contexto en el que transcurre la acción: el narrador trabaja en el hospital municipal de Ciudad del Sur, en el que se recluyen personas cuyo único destino es esperar a la muerte - una mezcla de prisión, psiquiátrio y asilo. Además, la trama inicial va complicándose con sucesivos giros y sorpresas: aparece Amparo Dávila la Verdadera, una anciana casi ciega (o no); hay un manuscrito perdido que el narrador debe encontrar en el hospital por orden de Amparo Dávila la Impostora; las mujeres insisten en que el hombre que las acoge es también, en realidad, una mujer...
Como ya se puede observar, no es esta una novela con un argumento fácil de sintetizar, ni es tampoco fácil decir
de qué trata, como otras obras tratan sobre la violencia, el deseo o la maternidad. En este caso, como mucho, se podrían encontrar algunas palabras o conceptos clave que se repiten, como modulaciones o variaciones, a lo largo del texto.
Una de estas palabras es sin duda "desaparición". Parece haber, por una parte, una epidemia de desapariciones, que el narrador asocia con el contacto físico entre desaparecidos (algo que resuena particularmente en estos tiempos de covid, aunque la novela es muy anterior). Por otra parte, la desaparición parece estar ligada especialmente a las mujeres: Amparo Dávila la Impostora dice estar desaparecida, como también lo está, de otro modo, la Verdadera, y de otra forma diferente también la Traicionada... Pero también están desaparecidos los desahuciados pacientes del hospital, de forma que esta idea de desaparición es ambigua y polisémica, aunque por el origen mexicano de Cristina Rivera Garza resulta inevitable vincularlo con la violencia que en ese país ha perseguido a las mujeres (y no solo, también, por ejemplo, a los periodistas) en los últimos años.
Otra idea que surge de forma reiterada y modulada en diferentes variantes es la de la fluidez de las fronteras o los límites: los que separan lo humano de lo no humano (lo vegetal, lo animal); los que separan lo masculino de lo femenino; los que separan la cordura de la locura, el deseo del miedo, la vida de la muerte. A través de toda la novela parece palpitar un rechazo a los binarismos con los que estructuramos el mundo y el conocimiento, y que llevan a la expulsión o a la desaparición de los "restos": aquellos que no encajan en estos esquemas, los que se resisten a ellos o los ignoran. Quizás el propio idioma compartido por la Traicionada y la Impostora, con su sonoridad musical casi infantil, también represente, además de un código compartido entre
outsiders, un intento de superación o un escape del lenguaje racional y racionalizado con el que nos expresamos y expresamos el mundo.
Lo cierto es que
La cresta de Ilión se lee con la lógica ilógia de los sueños, en los que todo lo que pasa parece natural y casi inevitable a pesar de no respetar las normas de la vigilia. Las cosas y las personas pueden ser A y B al mismo tiempo, porque la oposición A=/=B se disuelve y se difumina. En ese nuevo universo de reglas fluidas el narrador se siente perdido y salvado, se hunde hacia arriba, por decirlo así, como también el lector, siempre que acepte y consiga dejarse llevar por la seducción del juego que propone la autora.
El hueso de la cadera, por supuesto, es la cresta ilíaca o cresta de Ilión; e Ilión es otro nombre para Troya, la antigua ciudad de Anatolia donde estalló una guerra a causa de la belleza de una mujer.
(Una nota final sobre la edición: tal como la autora explica en un prólogo a la edición de 2020, publicada en España por Tránsito Libros, la versión que ahora podemos leer no es exactamente igual a la que apareció originalmente en 2002; es más bien una retraducción al español a la traducción de la obra original al inglés, en la que se introdujeron cambios, añadidos y cortes. Si alguien leyó la versión original, quizás podría resultar interesante que se acercase a esta nueva, para ver qué ha cambiado. Y luego, que nos lo cuente, por favor...)