Título original: Surely You're Joking, Mr. Feynman. Adventures of a Curious Character
Traducción: Luis Bou
Año de publicación: 1987
Valoración: muy recomendable.
Año de publicación: 1997
Valoración: Recomendable
Para ser sincero reconozco que, en un tic de lector perezoso, quizá pasado un tercio del libro miraba con ojos golosos esos volúmenes de lomo finito que esperan en la estantería. Muy mal, ya lo sé, pero este semi-tocho de quinientas páginas largas de tipografía más bien escueta se me hizo un poco cuesta arriba en algunos momentos, y eso que las memorias del psiquiatra Carlos Castilla del Pino solo alcanzan hasta sus veintisiete añitos (después escribiría una segunda parte titulada Casa del Olivo, de longitud similar).
Y es que el autor resulta seguramente excesivo en los detalles, lo valora y disecciona todo, cada situación, cada personaje (y son decenas, quizá cientos), relata con la precisión de algo que hubiera ocurrido ayer, no en vano parece ser que guarda un número ingente de documentos, notas colegiales y universitarias, recortes de prensa, cartas, nombramientos, papeles en los que apoya su memoria o con los que indaga en cada circunstancia como forzado a defender su argumentación ante un tribunal. Se diría que, más que contar su vida, lo que intenta es reconstruirla punto por punto para que, una vez impresa, quede fijada para siempre.
Pero, claro, la cuestión es que lo que cuenta es casi siempre interesante, desde la infancia en una familia conservadora y acomodada (relaciones complicadas con sus padres y hermanas, el grupo de amigos del pueblo, el odioso internado en los salesianos) hasta el inicio de la Guerra civil cuando, envuelto en su ambiente más cercano, se alista en el Requeté siendo un adolescente y asiste al asesinato de varios familiares por parte de los milicianos. En esa etapa empiezan a fraguarse el anticlericalismo y el antimilitarismo de los que Castilla hace gala a lo largo del libro, tendencias que se irían acentuando y consolidando hasta terminar en su militancia comunista muchos años después, lo que queda ya fuera del libro.
Situado entonces, por origen y educación, en el campo del tradicionalismo católico, el joven Castilla ve nacer el profundo desprecio hacia la brutalidad y la incultura falangistas, y descubrimos así esa pugna entre dos de los pilares del franquismo, tradicionalistas en principio monárquicos vs. falangistas, enfrentamiento quizá más moral o intelectual que político, que siempre se quiso ocultar y que perduraría en gran medida durante toda la vida del Régimen.
Castilla, tan joven, muestra una voracidad incontenible de saber, es lector insaciable, y tiene muy clara su vocación médica, hasta el punto de que, los tiempos lo permiten, asiste con frecuencia a autopsias en edad aún adolescente. Pero lo más interesante de esta etapa es que, desde una posición cultural indudablemente elevada, se va fraguando su repulsa hacia un sistema que, solo en base a la sospecha o la desafección, sustituye a investigadores y catedráticos de gran valía por amiguetes, pelotas o voceros del bando vencedor. El autor no puede soportar ese triunfo de la mediocridad y el servilismo, y en pocos años una postura inicialmente tibia y mediatizada por el origen familiar pasa primero a una etapa de rebeldía algo inconsciente, hasta desembocar en una oposición cada vez más firme al cutrerío dominante en las esferas oficiales.
Castilla no es (todavía) un rojo en el sentido ideológico sino que, como él mismo refiere, esto requirió una evolución ‘desde el mero intelectualismo antifranquista (anticlerical y antimilitarista) a una auténtica conciencia de izquierda’, proceso en el que tuvo mucho que ver el azañista Vicente Lizarraga. Interesante concepto el de ‘intelectualismo antifranquista’ porque en esa época, años 40-50, con los republicanos derrotados y represaliados, asesinados o en el exilio sus dirigentes, el de los intelectuales fue quizá uno de los reductos donde empezó a germinar una oposición que todavía tendría que esperar para adquirir alguna solidez.
Hay naturalmente mucho más, desde confesiones sobre amores adolescentes y juveniles hasta detallados relatos sobre la etapa universitaria, la práctica de la medicina en un manicomio o las temporadas en la milicia universitaria, donde se vuelca todo el desprecio hacia la vida militar, sus rutinas, su liturgia y su pobretería intelectual. Por supuesto tiene también el atractivo de ver desfilar a gran cantidad de nombres significativos de la época, como Laín Entralgo, el polémico López Ibor (que fue superior de Castilla en una larga etapa), Jaime de Mora, Ortega, Gregorio Marañón, Luis Martín Santos, Martínez Bordiú, Baroja, Torrente Ballester. Todo un elenco de personajes que, junto con otros muchos que nos serán desconocidos, componen una fotografía muy directa de esa etapa oscura y aplastante, de tal mediocridad que se entiende muy bien lo difícil que debió ser, por supuesto para cualquier ciudadano, pero muy en particular para aquellos con una mínima inquietud por la cultura y la razón.
Durante siglos la literatura ha evitado el sentimentalismo como a una peste. Tengo la impresión de que hasta el día de hoy muchos escritores preferirían ser ignorados antes que correr el riesgo de ser considerados cursis o sensibleros. Y es verdad que, a la hora de escribir sobre nuestros hijos, la felicidad y la ternura desafían nuestra antigua y masculina idea de lo comunicable. ¿Qué hacer, entonces, con la satisfacción gozosa y necesariamente bobalicona de ver a un hijo ponerse de pie o comenzar a hablar?
Título original: Out of the night
Año de publicación: 1940-1941
Traducción: No consta
Valoración: Imprescindible
Anoten: Richard Julius Hermann Krebs, alias Jan Valtin: La noche quedó atrás. ¿Cómo es posible que una obra como ésta sea prácticamente desconocida, y lleve tiempo descatalogada en nuestro país? Nada desde que Seix Barral la publicara hace bastantes años, en una edición y traducción que no podemos calificar sino de manifiestamente mejorables.
La vida de Krebs – Valtin no es la de un narrador, ni la de un novelista, ni la de un académico: es una vida de película, riesgo, suspense, espionaje y contraespionaje; es la entrega a una causa que prácticamente abduce todo lo demás (familia, hijos, hogar). Valtin fue un consagrado al partido comunista alemán y a la internacional comunista en la Europa de entreguerras. Si les gusta la Historia de la primera mitad del siglo XX, si les atrae la política de la época y saber los entresijos concretos tras cada acción visible –ésas que luego los historiadores a menudo explican en visión aérea- no esperen. Porque Krebs fue autor de varias obras, pero en realidad sólo lo fue de una, que es la historia de su vida.
Nacido en Maguncia, hijo de un inspector marino espartaquista allá cuando Rosa Luxemburgo (“quien no se mueve, no siente las cadenas”) Krebs tuvo una infancia errante debido a la profesión de su padre. Pero si puede citarse una ciudad asociada a su adolescencia y juventud, ésa es Hamburgo, donde vive entre muelles, obreros y revueltas, en un país moramente derrotado tras Versalles, a cuya célebre Constitución azotan el paro, la pobreza y las fuerzas extremas del momento –partido comunista y partido nacionalsocialista- que sorprendentemente no dudan en aunar fuerzas para acabar con las opciones moderadas, a la espera de un futuro duelo a dos que nunca llegó a producirse…al menos entre germanos y sin trincheras. Krebs insiste: el error comunista en la identificación de los socialistas como el enemigo a batir, y la consiguiente subestimación del potencial del partido nazi allanan el camino de Hitler al poder.
En el difícil contexto de los años 20, Valtin se adhiere al comunismo, una nueva religión que anuncia su pronto advenimiento, trasciende fronteras y pretende acabar para siempre con la injusticia en el mundo. Pero el parto, necesariamente, ha de ser doloroso. Y así se transforma en un soldado dentro de la jerarquía de la Komintern, un activista que medra en la sección marina. Como apóstol de una nueva fe, predica la cercanía de una realidad que auspicia y protege Moscú. Recluta adeptos, reparte por medio mundo octavillas multilingües producidas en imprentas clandestinas, conspira en clubes internacionales que son realmente centros de operaciones del partido, organiza sabotajes y huelgas en los buques y en los puertos, perfecciona su formación en Leningrado y viaja y propaga sin descanso la buena nueva en cada país, obedeciendo como un soldado y ejecutando cada consigna con la fe y el ardor de un convertido. No obstante, de vez en vez aparecen las dudas. Y es que el propio autor llega a afirmar que “sólo la compañía de Jesús tiene más poder sobre sus juramentados que la Komintern.”
El libro muestra en detalle el funcionamiento del partido y la organización de sus actividades, en especial en Alemania y los países nórdicos; respeta nombres de personajes reales y, en otros casos, parece que oculta personas bajo nombres ficticios, y tal vez introduce algunos de su propia imaginación. El más notable y seguramente el mejor descrito, Ernst Wollweber, sería futuro Ministro para la seguridad del Estado de la RDA y cabeza de la Stasi. Por las páginas de esta autobiografía novelada desfilan personajes de segundo orden, precisamente los que ejecutan las decisiones concretas (y aquí radica uno de los alicientes del libro, como he anticipado): Grigori Dimitrov, Heinz Neumann, Richard Jensen, Peter Kraus, Hertha Jens. Heinrich Himmler y Herman Göring aparecen igualmente, si bien de forma fugaz.
Alemania, Dinamarca, Noruega, Suecia, Inglaterra y Estados Unidos son los escenarios de la acción de Krebs bajo múltiples identidades falsas, hasta su detención por la Gestapo en su país natal, momento en que empieza una segunda parte de la novela, claramente diferenciada de la primera y –no vamos a negarlo- descarnada y sin concesiones (pueden imaginar la vida de un espía de la Komintern, poseedor de información valiosa, en manos de la policía de Hitler). Los campos, las cárceles, las leyes dictadas por el partido nazi y la ampliación paulatina del espectro de colectivos objeto de persecución nacionalsocialista son retratados sin una sola tirita: la –entonces- cara oculta de aquella “nueva Alemania”, descrita tal cual fue.
Pero Krebs recupera la libertad, de un modo y a un precio que no vamos a desvelar. Ex preso de los nazis, su desencanto y sus dudas aumentan con el creciente poder de Stalin en un partido en el que –por razones que tampoco desvelaremos- su posición pasa a ser incómoda. De modo que finalmente huye a los Estados Unidos y publica, entre 1940 y 1941, la obra que reseñamos, que automáticamente se convierte en un best seller en el que, con probabilidad, maquilla al menos algunas acciones no demasiado honorables de su biografía. “Encuentro grotesco seguir aún con vida” llegó a declarar el autor. A la vista de la obra, no nos extraña.
¿Qué es La noche quedó atrás? Parece que Roosevelt la describió como “el mejor libro que he leído sobre el siglo XX.” Son diversas las reacciones o juicios que la obra puede provocar en el lector; algunos positivos, como la fe en unos valores, la lucha por algo en lo que se cree, la esperanza de un mundo mejor; o negativos, como la interdicción de cuestionar directrices o la deriva radical dentro de una organización de estructura férrea, con la consiguiente pérdida de la amistad, confianza y camaradería. Pero creo que, esencialmente, la novela es un duro alegato y una prevención, justo durante el curso de una guerra mundial, contra los dos extremos que asolaron Europa –el nacionalsocialismo de Hitler y el comunismo de Stalin- en casi 800 páginas sin fisuras, que te atrapan y no te sueltan. Un libro que, una vez empezado, no puedes parar de leer.
Idioma original: inglés .
Título original: Remain in love
Traducción: Iñigo García Ureta.
Año de publicación: 2020
Valoración: bastante recomendable.
Una puesta en contexto muy rápida: Chris Frantz formó, junto a su esposa Tina Weymouth, la base rítmica, él a la batería, ella al bajo, de los Talking Heads. Banda mítica en su época, influencia aún presente tanto en la mezcla entre rock y ritmos más bien funk como en cierta actitud intelectual. Eran estudiantes de arte tocando instrumentos y se valoraba más su actitud creativa y transgresora que su eficacia técnica. En lo sonoro, desde engendros como los Red Hot Chilli Peppers hasta bandas inquietas como Arcade Fire o Vampire Weekend tienen cierta deuda con el cuarteto neoyorquino.
Amor crónico se subtitula como Memorias de Chris Frantz y es, desde su portada en que recrea grafía y maquetación (incluso título, que la traducción traiciona) de su obra maestra Remain in light, una obvia apelación no solo al fan enfebrecido, alguno habrá aunque la proyección comercial no era una obsesión de la banda, si no hasta al mero interesado en una época (la del 77 al 85, más o menos) de efervescencia creativa, de cierto frenesí cultural que puso al eje Londres-Nueva York en el centro de las manifestaciones artísticas de vanguardia. Frantz me sorprende algo en la proporción. Más de la mitad de estas quinientas páginas largas están dedicadas a hablar de su niñez, su juventud y todas las vicisitudes de la banda previas a la publicación de su primer disco, 77, las vidas de sus miembros como - algo que a veces se ha criticado - hijos de clases medias o relativamente acomodadas que optan por dedicar su vida a actividades inciertas. El libro es particularmente fascinante, y se lee de forma voraz, entre esos primeros conciertos en el CBGB y la configuración del grupo, mientras Frantz detalla tanto la precariedad económica como los avances sonoros y el ascenso dentro de la escena local mientras salen de gira como teloneros de otros grupos.
Por supuesto las menciones a otras bandas de la época (Ramones, Blondie, Television, Clash) sitúan en contexto la narración y nos damos cuenta del excitante momento en que todo tuvo lugar, de lo intenso y persistente que fue, y eso Frantz sabe ponerlo en palabras de manera eficaz, si bien he de decir que la perspectiva es subjetiva y hay dos cuestiones que surgen constantemente a lo largo del texto y que pueden llegar a condicionar al lector: la primera es el amor inconmensurable que Frantz manifiesta a lo largo de todo el libro por su esposa. Las menciones son constantes y el libro casi podría definirse - otra vez el título - como un homenaje a Tina Weymouth, lógico en todo caso para quien ha sido compañera de banda y de dormitorio, chocante en un mundo donde las relaciones de largo plazo no suelen producirse. La segunda cuestión, corriente de fondo constante, es el conflicto con David Byrne, vocalista y frontman de la banda, cuya figura recibe constantes reproches, desde su obsesivo control hasta la supuesta tendencia a decidir unilateralmente y apropiarse de forma personal de lo que, según Frantz, eran logros colectivos y productos de un esfuerzo conjunto. En este punto, y sin poder contar con el contrapunto de un Byrne siempre críptico y poco dado a los titulares, el libro parece demasiado una oportunidad para el ajuste de cuentas, algo que no deja de formar parte de la clásica lucha de egos presente en muchas bandas de rock, pero que quizás desluzca el conjunto y aleje la obra del clásico ejercicio de autoadulación ligeramente narcotizado que suelen ser estos libros y lo acerque al lanzamiento desafiante de guante que, de momento, no parece haber sido recogido.
Título original: Good Pop, Bad Pop
Traducción: Eduardo Rabasa
Año de publicación: 2023
Valoración: muy recomendable (por supuesto, imprescindible para fans)
Supongo que algunos no sabréis quién es Jarvis Cocker. Pues es el carismático líder de la extinta (o no: igual este año toca gira de reunión) banda Pulp. Sí, aquella de la que tantas veces se ha discutido su pertenencia, o no, al invento del brit pop. Aquella que encadenó cuatro discos muy notables (tras unos inicios muy titubeantes) y se esfumó, hace más de dos décadas. Uy. Igual les tocaría un día de estos uno de esos deprimentes discos de reunión. Honestamente, espero que no.
Quizás porque ello despojaría a Cocker del mito que le reviste desde la disolución de la banda, le acercaría más al estereotipo del viejo rockero que sufre el síndrome de Peter Pan y le alejaría de lo que es: el hombre más cool del planeta. Detrás de esa pinta ligeramente enajenada, de su algo desastrado estilo capilar, de sus ostentosas gafas, de no tener exactamente un aspecto pulcro y refinado, ahí está, más cerca, por ejemplo, de Scott Walker que de Mick Jagger.
Buen Pop Mal Pop, aquí subtitulado Un inventario, es una especie de autobiografía de iniciación. Pues, de hecho, se corta justo en el momento en que la banda accede al éxito y a la efervescencia, allá por los años noventa. Cocker desdeña solazarse de forma narcisista en la explosión del éxito y la fama y parece cómodo en esa elipsis: de la infancia a la madurez sin necesidad de recrearse en los tópicos del reconocimento (masivo, pero tardío).
Curioso, siendo como soy un ávido devorador de libros relacionados con la música, que la de Cocker se alinee con otras obras parecidas especialmente en el tono, en la forma de dirigirse al lector. Como Bernard Sumner o John Lydon, existe una especie de confianza del estilo de sé porqué estás leyéndome a mí que resulta curiosa. Por cercanía, por proximidad, no por prepotencia, sino más bien por complicidad, porque muchos de estos músicos han sido antes admiradores de otros , quizás irredentos de la misma manera que sus seguidores lo son ahora de ellos. Conocen esa sensación y su modestia y su humildad es real.
En este recorrido, Jarvis no tiene inconveniente en mostrarse en sus momentos más titubeantes. Sus fotos de adolescente, donde parece un émulo de Ian McCulloch, así lo demuestran. El inventario lo es de un viejo desván lleno de objetos dispares ante los que Cocker ha de decidir si merecen o no ser conservados. Algunos, auténticos tesoros arqueológicos para los fans de la memorabilia. Otros, chorraditas olvidadas y prescindibles. Un pretexto para usar el poderoso arsenal visual del libro (me olvidaba, el libro en sí es un excelso objeto pop, muy adecuado para las cuidadosas publicaciones de Blackie Books), las fotos de los curiosos objetos que Cocker usa como eslabones para engarzar sus andanzas infantiles y juveniles, mientras perfila la idea de la banda, desde los aspectos sonoros hasta las vestimentas, reconociendo sin reparos sus temores y limitaciones, alejado completamente de cualquier conato de divismo (en eso consiste ser cool, claro) y afrontando con toda naturalidad situaciones como sus escasos conocimientos de solfeo, sus problemas con la vista, sus amistades, su fascinación por la explosión del punk, el deficiente o nulo desempeño de algunos de los miembros de las formaciones iniciales del grupo, la nula repercusión de sus primeros conciertos, de sus primeras canciones. Esa narrativa sitúa a Cocker más como un working class hero que como un icono de glamour, pero no cualquiera puede controlar su repercusión cuando la celebridad le alcanza. Jarvis Cocker sí. Buen Pop, Mal Pop, desprende honestidad, sencillez, madurez emocional y sentido común, sin perder de vista la sorna y un incuestionable sentido del humor y de la dignidad.
Supongo que todos conocemos más o menos quién es Malala Yousafzai y porqué se hizo famosa: en 2012, en su Pakistán natal, a los 15 años de edad fue víctima, con otras dos compañeras, de un intento de asesinato por parte de un talibán cuando volvía del colegio. Sus esfuerzos en pos de la educación femenina e igualdad de derechos le valieron para ser la ganadora del Nobel (en cualquiera de sus categorías) más joven de la historia.
Bien, hasta ahí era básicamente donde alcanzaban mis conocimientos sobre esta pequeña gran mujer: suficientes como para ponerme con su (casi) autobiografía. Narrada siempre en primera persona, la historia empieza de hecho bastante antes del nacimiento de nuestra protagonista, y, al principio, se centra sobre todo en las andanzas de su padre, Ziauddin Yousafzai: permítanme citarlo por su nombre porque se lo merece; al igual que su hija, es de verdad un héroe moderno. El libro es del año 2013, por lo que se acaba poco después del atentado y el establecimiento de Malala y su familia en Inglaterra.
Esta narración de los años anteriores a su nacimiento, o bien referida a sus primeros años de vida, nos sirven para contextualizar e informarnos sobre el estado histórico de Pakistán; no me avergüenza reconocer que era (soy) un completo ignorante sobre este país, muy alejado del mundo hispanohablante. Con esto quiero decir que no es una parte que sobre de la novela ni mucho menos, la considero esencial si su ignorancia es, al menos, comparable a la mía. Permítanme una pequeña reflexión: qué bonito es el mundo a través de los ojos de quién lo ama, nunca creí que en mi vida tuviera ganas de visitar este país, y fíjense, mientras leía (devoraba) este libro casi estaba planeando el viaje (lamentablemente, no creo que lo lleve nunca a cabo).
En cuanto a la vida en sí de Malala, Ziauddin es el referente sin el cual la (ya no tan) pequeña activista nunca habría surgido: su vida está muy marcada por la existencia de su padre, un maestro y activista por la educación que no duda en arriesgar su vida en innumerables ocasiones por defender el derecho de todos (niños y niñAs, importante esta aclaración) a la educación.
Por si no fuera poco con las catástrofes naturales que periódicamente asola esta tierra en forma de terremotos e incendios (a los primeros nada que alegar, los segundos son culpa, cómo no, de la estupidez humana), la inestabilidad política y la existencia de los talibanes marcan su existencia, y, a la vez, su desgracia.
El 11S es un claro antes y después: la presunta (y real) cercanía de Bin Laden de sus tierras le da alas al ejército pakistaní en alianza con la armada yanqui, lo que desestabiliza la ya de por sí precaria situación de relativo bienestar de los pasthunes, que son el pueblo de Malala y familia. Pero todo puede ir siempre a peor, y la aparición de los talibanes es una clara muestra.
Malala, y sobre todo su padre, debido a su inmensa actividad activista, se convierten en punto de mira de los extremistas, con los que conviven literalmente de puerta a puerta.
Como sabemos, las amenazas se convierten en hechos y dan lugar a la tragedia por la que Malala dio el salto a la fama mundial. Posteriormente, se nos habla sobre la delicada situación por la que pasó, su traslado a Inglaterra y como muchos poderes fácticos mostraron su apoyo. Yo, cínicamente, lo expresaría de otra forma: Malala se había convertido en un símbolo muy rentable.
Nuestro libro se acaba aquí; por lo que sé, a día de hoy nuestra heroína ha terminado sus estudios en Oxford, se ha casado, y sigue – cómo no – practicando su fe. Pero todo esto ya queda fuera de lo abarcado en la autobiografía.
No quería acabar esta reseña sin dedicar un párrafo a realzar el mensaje de que Malala no ha ganado el Nobel de la Paz por recibir un balazo, ni por estar el sitio adecuado en el momento preciso: lo ha ganado por un comportamiento increíblemente valiente, sin dudar en dar la cara (cuando literalmente se la quieren tapar) por la defensa de miles de niñas en todo el globo. De haberse librado del tiroteo seguiría siendo un referente de idéntica altura moral, y por supuesto merecedora ganadora de cualquier galardón. Concedo que, seguramente, nunca habría llegado a ser tan visible, pero eso no es problema suyo, sino de aquellos que solo saltan a la palestra cuando hay un evento lacrimógeno del que aprovecharse y poder calmar, aunque solo sea por un momento, esa molesta erupción que nos sale cuando no podemos obviar la existencia de tantos seres humanos que viven situaciones dramáticas cotidianamente.
En el mundo moderno ya no hay héroes, pero si los hubiera Malala y su padre Ziauddin ocuparían los primeros puestos del escalafón.
Título original: Tenement kid
Año de publicación: 2021
Traducción: Ibon Errazkin
Valoración: muy recomendable
Otra vez: no os habéis equivocado de blog.
Para los profanos, nota aclaratoria: Bobby Gillespie es el cantante y líder de la banda Primal Scream. Sí, podemos concretar que es una banda de rock en el sentido clásico, de esas con guitarras, bajo y batería. Con un disco de enorme influencia en su haber, Screamadelica, del que algún crítico pedante dijo que "puede decirse que constituyó un auténtico hito en lo que se refiere a la asimilación de las sonoridades electrónicas por la escena del rock convencional". Pero no estamos aquí para poner en su sitio a señores que hablan de música sino para comentar un libro. Concretamente, la autobiografía del hombre en cuestión, que se revela (aunque rebela también funcionaría en este contexto) como un brillantísimo ejercicio narrativo, aunque sepamos que Gillespie no va a desarrollar una carrera literaria, cómo se nota en cada momento que este hombre no es un mastuerzo incapaz de hilar dos frases. Cuatrocientas páginas que se hacen cortas, y que es curioso que no abarquen más que tres décadas de su vida, pues las cuatro partes solo llegan hasta 1991, momento en que la banda se encuentra en la gira promocional del disco en cuestión, con lo que (salvo el improbable caso de que Gillespie se decida a escribir una crónica de las tres décadas posteriores) nos quedamos sin enterarnos del descenso desde la cumbre, incluso de la reacción de la banda cuando el éxito arrasador (crítico y comercial) del disco les convierte en estrellas.
Ellos, que son unos chavales del barrio. Exacta traducción del título (el libro está traducido por Ibon Errazkin, también músico y la sazón contemporáneo del autor) y, casi, declaración de principios. Porque, además de una más que correcta ejecución, la tónica que domina el libro y que lo convierte, al margen de género y temática, en una entusiasta recomendación general, es la desnuda sinceridad que Gillespie exhala. Desde las descripciones de su precaria niñez en Glasgow, nada más lejos del glamour y el lujo que lo que Gillespie relata. Nada de flema british. La Escocia que acomete la desindustrialización y la descarnada entrada en barrena del neoliberalismo. Una poderosa conciencia de clase recorre el libro y no tiene reparos en pararse a recalcarlo si queda alguna duda. Gillespie es hijo de un sindicalista de base, una persona de izquierdas que lucha por los derechos de los trabajadores frente a los poderosos. Y Gillespie lo proclama a los cuatro vientos con orgullo y sinceridad. Apuesta por la música porque la ha mamado y la adora. Le aterroriza que esta no pueda convertirse en un medio de ganarse la vida. Publicados dos discos de escaso éxito, compatibilizando ser el batería de Jesus and Mary Chain y el frontman de Primal Scream, aún ha de vivir del subsidio del paro. Bebe y consume drogas y asimila algunas de estas como integrantes, en algún modo, del proceso creativo. Actúa bajo su influencia y lo reconoce. Su vida responde al tópico, claro. Mi única duda es cómo recuerda con tanta lucidez y detalle conversaciones, anécdotas, pero supongo que habrá recurrido a memoria y compañeros de batallas a partes iguales. Pero consigue que esa narrativa no resulte ni grotesca ni engolada ni proselitista. Gillespie da en todo momento la impresión de ser alguien decidido a luchar por su destino. Nada de dialécticas de perseguir sueños. Quiere ser músico, quiere tener una banda, quiere vivir de ello.
Dijo algo parecido en alguna entrevista que le leí: no tiene sentido eso de destrozar un habitación de hotel porque siempre es alguien como tu madre quien acaba limpiándolo todo.* Podría ser cualquier profesional que se ha entregado con tesón para triunfar. Que Gillespie se haya dedicado a la música resulta aquí, casi secundario, aunque la narración contenga una exhaustiva lista de figuras que interactúan con Gillespie (hablamos de la época del 77 al 91, Inglaterra era un hervidero de corrientes musicales que estallaban por doquier, empezando por el punk). Repito, la sinceridad de Gillespie y su orgullo de clase son una auténtica locomotora que tira del libro a cada párrafo. Y una enorme dignidad, alguno lo confundirá con chulería o con apología del exceso, pero Un chaval del barrio es crudo y real. Sin falsa modestia ni impostación, con reconocimiento de los errores pero con enorme orgullo de los aciertos.
*También dijo, por cierto, que prefería ser un Primal Scream muerto a un Pet Shop Boy vivo.
"Bicis drogas oficinas" es un libro que puede clasificarse dentro de varias categorías (autobiografía, memorias, crónica, diario, ensayo...), pero creo que es más acertado si decimos que, básicamente, se trata de un texto que nos sitúa frente a nuestras incoherencias y contradicciones y lo hace destilando mala baba y humor negro por todos lados. Aquí no se libra ni el apuntador. Vaya, que yo si fuese el autor iría buscando abogado porque la lista de posibles "ofendidos" es interminable: los hijos de puta de los jefes, los no menos hijos de puta (además de retrasados) "heredaempresas", los globeros, el espíritu olímpico, los cuñados de cualquier tipo, las plataformas audiovisuales, las tradiciones gilipollescas, los grupos que vuelven, la industria musical, los sindicatos mayoritarios (y los no tanto), etc.
Joder, leyendo el parrado anterior cualquiera diría que el bueno de Ricardo Gómez es un amargado de la vida y que se está postulando para ser el nuevo Soto Ivars, Olmos o Pérez Reverte. ¡¡¡No!!! La diferencia es clara y está en el desparpajo y el humor negro como el carbón que se gasta y del que dan ejemplo las letras de Ciclos Iturgaiz, el penúltimo de sus proyectos musicales (buscad en Youtube y veréis que descojono, si os va ese tipo de humor).
Porque Ricardo es un tipo inquieto: (ex)sindicalista, (ex)músico, escritor y ciclista aficionado que adora a las Vainica Doble (odio eterno a quien no ame a las Vainica) y a Jonathan Richman (mi favorita es "I am a little dinosaur, por si a alguien le interesa). De ahí el título del libro y los temas que lo estructuran y de los que habla abiertamente. Oficinas y bicis ocupan la mayoría de las páginas (drogas hay menos, salvo que consideremos los geles de cafeina o comerle la polla al jefe como estupefacientes) y permiten una doble vertiente social e intimista que funciona bastante bien y que a quienes crecieron en según qué zonas de Euskal Herria (Goierri, Margen Izquierda/Encartaciones, etc) en los 80 seguro que les trae a la cabeza miles de cosas.
Dicho esto, sí que queda la sensación de cierto caos en el texto, como si se fuera saltando de un tema a otro un poco sin orden ni concierto. Vale que no estamos leyendo a Faulkner (ni puta falta que hace) pero creo que el autor sigue demasiado a rajatabla eso de "escribir como si tuviese la certeza de que no habrá un mañana y no tuviera nada que perder (...) y lo que pudieran decir de mi me importara una puta mierda".
En cualquier caso, el libro llega, hace reír cuando hay que reír (aunque sea a costa de mirarnos en el espejo deformante de la realidad), pensar cuando toca pensar y llorar cuando no queda otra que llorar. Eso es más que suficiente.
P.S.: ¿La historia de la juventud del padre del autor en Brasil podría ser el germen del quinto libro, Ricardo?
También me parecen destacables los Obituarios, tanto porque sirven para hablar de temas como feminismo, literatura marginal o enfermedad como por ponernos frente a preguntas tales como "cuál es el precio a pagar por la lucidez?" o "conocemos realmente a quien tenemos más cerca?"
En el lado menos positivo de libro está la sensación de una cierta similitud en los relatos, que me ha llevado a alternar su lectura con la de otros libros. Creo que leer del tirón los 50 textos puede hacerse algo pesado y que funcionan mejor si los damos espacio y aire, si los dejamos respirar.
Y es fácil desplazarse a un mundo paralelo. Hay muchos: mundos de locos, de criminales, de lisiados, de moribundos, quizá hasta de muertos. Estos mundos existen a los lados de este y se le parecen, pero no están adentro.
El resumen resumido de Inocencia interrumpida diría que se trata de las memorias de Susanna Kaysen, quien con solo 18 año fue diagnosticada de trastorno límite de la personalidad e ingresada durante casi 2 años en el "Hospital" McLean. Pero quedarnos aquí sería demasiado reduccionista, porque aunque es evidente que Inocencia interrumpida se trata de un texto autobiográfico, hay en el una potente voluntad de estilo y una proyección de la experiencia personal hacia aspectos sociológicos, clínicos y políticos nada desdeñable.
Jugando permanentemente con esa idea de mundos paralelos (dentro/fuera, yo/ellos, personal/enfermos, cuerdos/enfermos, refugio/prisión, etc) de la que habla la cita inicial y que tanto me recuerda a una de las escenas finales de El túnel, Kaysen construye desde diversos ángulos un lúcido relato que oscila entre el humor y la amargura, entre la risa y el llanto.
Así, a lo largo del texto encontramos la propia historia personal de Kaysen (pre y pos-encierro), sus recuerdos de la estancia en el hospital, las historias de algunas de las chicas que la acompañaron, reflexiones a posteriori, etc. Textos que en ocasiones pueden ser leídos como breves relatos independientes y autoconclusivos y que hablan de las ansias de libertad, de la dignidad menoscabada o del estigma que las persigue, que ponen en tela de juicio categorías aparentemente predefinidas, etc.
Tres son los principales aspectos a destacar de Inocencia interrumpida:
Por tanto, hayáis visto o no la película, este Inocencia interrumpida es un libro más que recomendable. Literatura de la buena, oigan.
P.S.: Hace uno días aparecía en uno de los suplementos culturales más importantes de este país un artículo sobre editoriales recién aterrizadas en España y con fuertes lazos con América Latina. Sumad otra: Big Sur, que abre su catálogo con este magnífico libro.
Releo nuestra casa porque no la conozco: va mutando a la luz de tus apariciones. En los rincones juegan los ecos de mañana. Después de media vida sin correr, los muebles aceleran.
Me busco por los cuartos y ya no estoy aquí, ya no soy ese.
Te admiro por intrépido, vanguardista en pañales. Te entregas a la rabia de la noche, al escenario de la calle o a la fiesta improvisada sin todas estas dudas que a mí me paralizan.
Radical sin querer, lo tuyo es la performance de estar vivo. Tan pancho en tu episteme, que empieza por el cuerpo.
Título original: Die gerettete Zunge. Geschichte einer Jugend
Año de publicación: 1977
Valoración: Imprescindible para admiradores del autor
Me he dado cuenta de que hacía mucho que no leía nada de
Canetti (1905-1994). Tras el deslumbramiento de Auto de fe que, por cierto, recuerdo mucho mejor
que otros más recientes, y a pesar de la admiración que siento por él, dejo
pasar demasiado tiempo entre un libro y otro. Ahora, por fin, he llegado al
primer tomo, el que abarca desde los recuerdos más antiguos hasta sus dieciséis
años, edad en que su madre le aparta de Zurich, ciudad en la que luego viviría mucho
tiempo. No haber leído estas memorias en el orden (cronológico) en que fueron
escritas me ha dado libertad para interpretarlas. Cuando escribo esto, solo quedan dos años para que
se anule la prohibición de publicar -que abarcará tres décadas a partir de su
fallecimiento- el material (novelas, diarios, cartas etc.) contenido en las
ciento cuatro cajas que se conservan, custodiadas y bajo tierra en .la Biblioteca
Central de la ciudad que le vio morir.
Según cuenta el prólogo, a cargo de Ignacio Echevarría,
este primer volumen surgió para estimular a su hermano menor, ya muy enfermo, y
con el que apenas convivió, avivando sus recuerdos de infancia y, aunque no lo
acabó a tiempo, la idea sirvió de espoleta para ampliar esa primera memorias
con otras dos, que su hija ampliaría, póstumamente, con una cuarta basada en
apuntes de su exilio en Londres. A pesar de haber publicado tanto Auto de fe como Masa y poder muchos años
antes, fueron estas Memorias las que le aportaron el reconocimiento suficiente para
recibir el Nobel en 1981.
Desde el primer momento el personaje se muestra tal como
lo veremos hasta el final de estas páginas, alguien obsesionado por aprender y
elaborar lo aprendido: la sabiduría y el pensamiento como ejes de su existencia.
Del lugar donde nació, Rustschuk (Bulgaria), lo que destaca es la variedad de
procedencias de sus habitantes, que implica a su vez múltiples mentalidades y
culturas, y su condición de frontera entre oriente y occidente, así como los
idiomas –comenzando por el español por su origen sefardí– que marcaron su
trayectoria. Desde niño se le inculcó el orgullo ancestral que caracterizaba a su madre, muy interesada en lo cultural gracias a la prosperidad de su familia. Esto, unido a su precocidad e inteligencia le
proporcionaron un engreimiento, que transmite en cada anécdota pero del que no
parece ser consciente y que, por lo que cuenta, no le abandonaría nunca.
A esto se unen los frecuentes traslados de domicilio, le vemos viajar de un
país a otro (Bulgaria, Inglaterra, Austria, Suiza) unas veces por cuestiones familiares y otras huyendo de la guerra.
Desde muy pronto se muestra afín a un bando u otro, lo que no cambia, gracias
al influjo materno, es su pacifismo a ultranza. Y no solo en este campo, como
hijo mayor y desde el fallecimiento del padre, ella se encarga de dirigir sus
intereses, opiniones y conocimientos, supervisando amistades y lecturas, condicionando sus gustos y aficiones, y aunque el arranque de rebeldía y con él
un progresivo distanciamiento, surge bastante temprano, es evidente que es ella quien acaba
determinando su futuro.
Profesores y alumnos desfilan por estas páginas y son
juzgados apasionada y sinceramente tanto a favor como en contra. También sus
filias y fobias literarias y artísticas, así como sus ideas sobre cualquier asunto
que le interesase, se entremezclan con la vida familiar y cotidiana de un chico
consciente de su inteligencia, obsesionado con lo que va descubriendo en sus
lecturas, al que le gusta destacar entre sus compañeros, y así nos lo hace
saber aunque no lo reconozca. Esa arrogancia suya parece que solo le ocasionó
algún problema en 1919, cuando tenía catorce años y el antisemitismo empezaba a
extenderse. Desde que tenía once, su madre –que siempre había llevado una vida
de lujos y ahora atravesaba por una situación muy distinta– ingresa en un sanatorio internando a Elías en una pensión para señoritas de Zurich, donde era el único varón, mimado y
celebrado pero apartado de su familia aunque la correspondencia era bastante
frecuente. Él parece feliz a pesar de todo, hasta que cinco años después la propia madre cambia de opinión y decide arrancarle de ese paraíso pues piensa que se está
reblandeciendo. A partir de ese momento, la complicidad que siempre habían tenido empieza a agotarse.
Aunque el texto en su conjunto traza un amplio panorama
cultural e histórico de una parte de la Europa de aquellos años con la mirada
de un chaval de la época, el relato evoluciona mediante cuadros, relacionados
pero independientes, que son historias mínimas con un desenlace más o menos
abierto. Una forma de narrar, a base de pequeñas dosis, que acerca las escenas
al lector involucrándole, a veces con una ironía tan sutil que apenas la notamos. Cada
descubrimiento le vapulea, todo lo que menciona lo convierte en parte de
su vida, sus sentimientos son tan
convincentes que, una vez nos ha llevado a su terreno, acabamos participando de cada uno de sus estados de ánimo.
Otras obras de Elias Canetti: Auto de fe, La antorcha al oído