sábado, 29 de julio de 2023

Jordi Graupera: La perplexitat

Idioma original: catalán
Título original: La perplexitat
Traducción: sin traducción al castellano hasta la fecha
Año de publicación: 2023
Valoración: entre recomendable y muy recomendable


Le tenía muchas ganas a este ensayo de Jordi Graupera, alguien a quien considero una de las mentes más lúcidas del panorama periodístico y filosófico catalán y a quien sigo en tertulias y artículos en periódicos desde hace años por su habilidad en hilvanar un discurso argumentado y razonado con claridad expositiva. 

En este ensayo, el autor teje un arco temporal que centra especialmente entre las elecciones estadounidenses de 2008 que le dieron la presidencia de los Estados unidos de América y las elecciones de 2016 en las que tomó el relevo Donald Trump, una etapa en la que el autor vivió en Nueva York y en la que vivió de primera mano la transformación de un país.
 
El autor empieza el libro con toda una declaración de intenciones que envuelve en el ambiente de esperanza y júbilo propio de quién se encontraba en Times Square en el momento en el que Obama se proclamaba el primer presidente negro de los Estados Unidos de América. Un momento especial, del que se envuelve y se embriaga de un modo intenso propio de quién es consciente de estar viviendo una situación histórica y que narra afirmando que «cuando volví a casa, en Harlem, todo el barrio era una fiesta (…) mi pie no me permitía ir arriba y abajo por el barrio, meter la nariz en todos los sitios, bailar hasta el amanecer. Esto era lo que quería, quería ser esa borrachera» porque «era imposible no pensar que la historia, el mundo, avanzaba hacia un lugar mejor. Que “el arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia” como había dicho un millar de veces el recién elegido presidente Obama». 

De esta manera empieza el relato, situando como inicio y fin la era Obama, pero en el que el autor intercala su día a día en la ciudad de los rascacielos con episodios de su pasado que parten de su propia infancia. El libro tiene un marcado tono confesional y revisionista que el autor no elude al explicar que «a veces vivimos en una vida que es medio cierta (…) hay un instante en el que el subconsciente se te abre y te deja ver con claridad aquello que te escondes a ti mismo» y traslada su relato su época de adolescencia, marcada por una inteligencia que pretendía disimular de cara al exterior de igual manera que su madre ocultaba su precariedad económica que sufría interiormente; una madre que sufrió un cáncer siendo él aún joven y se confiesa al hablarnos del duelo, de su duelo, y de cómo puede llegar a ser adictivo el dolor pues te empuja a buscar y tratar de encontrar siempre refugio y calidez en la cercanía de los demás. 

El autor nos narra también su perpetuo sentimiento de síndrome del impostor al percibir su talento como muy inferior al que ven los demás; un síndrome del que intenta una y otra vez escapar a través de trabajo y dedicación porque «la única fe que me sostenía era tratar de leer todo lo que mi actitud hacia presuponer que ya había leído». Así, su recorrido intelectual, tal y como insinúa en repetidas ocasiones, es una carrera sin fin para llegar a saber aquello que los demás creen que sabe, pretendiendo alcanzar las expectativas que otros ponían sobre él (aunque en base a lo que él mismo transmitía). Un síndrome del impostor con el que topa una y otra vez, también en Nueva York como profesor, pues «tenía la sensación de que me habían contratado por un malentendido» confesando que «como siempre pensaba que las expectativas que yo había proyectado en la entrevista eran imposibles de cumplir».

De este modo, el ensayo autobiográfico alterna dos subrelatos no siempre vinculados: su propia evolución personal y sus vivencias, con el análisis político e histórico de su país de acogida. Y, referente a esta última parte, dedica extensos episodios a la política estadounidense hablando de Obama y su biografía y autobiografía, de la que afirma que «su biografía cruza el rasgo íntimo de la mezcla racial y cultural —un negro educado por blancos, que fue a un buen instituto de Hawái porque era un niño inteligente— y el hecho público de su negritud ostensible» y habla de «una hipocresía de fondo, tanto por parte de él, que se hacía pasar por más negro de lo que era, como por el país, que celebraba la emergencia de un líder nacional negro cuando en realidad sólo lo aceptaban porque no lo era completamente: porque era un negro comportándose como un blanco». Y, en ese análisis sobre racismo, el autor lo enlaza de manera muy acertada con el nazismo afirmando que «el hitlerismo ve en la genealogía, en el árbol genealógico, en la transmisión de los genes, una comunidad cultural. Es la democratización del pensamiento monárquico: si los árboles genealógicos de los reyes expresan la continuidad política, los árboles genealógicos del pueblo expresan la continuidad cultural, pero no por transmisión, sino por biología». Con ello, y volviendo a su análisis político, Graupera afirma que «Obama vive dividido de una manera antropológica, prepolítica, sin una identidad que se corresponda a sus resonancias diversas» debido a que «política y socialmente es negro. Pero interiormente no tienen ninguna constancia de la historia de los negros en Estados Unidos y siempre está en falso». De esta manera, nos habla de Obama y del racismo especialmente en estados unidos, nos habla de las contradicciones de una sociedad y también de una comunidad negra que a veces se percibe insertada en un territorio ajeno y nos recuerda la figura de James Baldwin y su obra y legado. 

De la misma manera en que el autor extiende su análisis a la historia de los últimos siglos de Estados Unidos hablando de racismo y de la comunidad negra y confrontando en dos frentes a Garvey y Malcolm X por un lado (de actitud más confrontadora) con Du Bois y Luther King por otro, con actitudes en apariencia más razonables, hace la mismo hacia la política catalana y española y afirma que para la derecha española, «la razón es nacional. La prioridad es la nación y la democracia es solo un vehículo histórico que puede ser adecuado ahora e inadecuado mañana» y afirma también que «la izquierda española, como los jacobinos de la revolución francesa, está hecha de nacionalistas radicales. Pretenden que la ciudadanía universal se puede concretar en la nacionalidad española». Una visión política que le lleva al título del libro, pues confiesa que «mi obsesión es la perplejidad, que es el momento exacto en que el malentendido llega a un punto de no retorno (…) políticamente, la perplejidad encuentra su pulso en el momento justo en el que piensas que el otro no puede estar defendiendo nada de lo que defiende si no es desde la mala fe o de un profundo retardo cognitivo».

En este interesante ensayo, Graupera combina reflexiones políticas e ideológicas con aspectos de su propia vida, más interesante cuando esta tiene un vínculo con Nueva York que cuando la tiene con sus lazos familiares pues, en este último caso, sus lazos son más emocionales mientras que en su etapa estadounidense son más racionales, más ligados a la búsqueda de uno mismo en el mundo, y donde intenta frenéticamente encajar su vida real con su ideal, con su vida aspirada. Y eso se ve perfectamente cuando reconoce que intenta conseguir que le guste el burbon o el jazz, intentado con su esfuerzo alcanzar su ideal, constatando en el intento que «los primeros pasos para alcanzar tus aspiraciones piden esfuerzo (…) los primeros pasos son habitualmente tediosos, y básicamente performativos: imitas el comportamiento de las personas que ya los han alcanzado esperando que de la repetición surja algo que haga el clic».

Dice Graupera que «cuando logras lo que creías que querías, la experiencia no es a menudo como te la imaginabas, porque en la transformación siempre hay por fuerza un cambio de perspectiva». Y eso es lo que intentamos conseguir con lecturas como esta, no intentar llegar al conocimiento irrefutable de nada (a fin de cuentas, la realidad no es única en muchos casos) sino forzarnos a abrir nuevas miradas, a expandir nuestro horizonte intelectual cambiando, por convicción o por contraste, nuestra perspectiva de las cosas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien. Pero se agradecería que se situara al autor y su supremacismo. Como por ejemplo (y no comparo) cuando se comenta a Céline, Ehremburg o George Orwell.
Es imprescindible teniendo en cuenta que la perplejidad del título la origina el dilema entre optar por la mala fe o el retardo cognitivo. Aclararía muchas cosas, ya que para él no darle la razón es de malos o de tontos.

Marc Peig dijo...

Hola, anónimo.
La reseña publicada se basa en las sensaciones tras la lectura del libro y, aunque respeto las opiniones que se puedan tener del autor (dentro de ciertos límites obvios), no dejan de ser sensaciones subjetivas. Todo autor, como cualquier persona, tiene su ideología y sus opiniones políticas (que yo no situaría en el mismo marco en el que lo haces tú) por lo que entrar en opiniones acerca de su pensamiento sería desviarnos del propósito de la reseña.
Saludos
Marc

Anónimo dijo...

Yo pienso que el supremacismo es palmario. Está perplejo porque no encuentra explicación a otra forma de ver el mundo que no sean la maldad o la estupidez. Un pluralista respetuoso.

Marc Peig dijo...

Hola, anónimo.
Que el autor indique que “políticamente, la perplejidad encuentra su pulso en el momento justo en el que piensas que el otro no puede estar defendiendo nada de lo que defiende si no es desde la mala fe o de un profundo retardo cognitivo” no creo que sea supremacismo sino un acertado análisis de la política actual. Que levante la mano el que nunca haya visto a un político afirmar o exponer ideas que solo pueden ser aplaudidas por sus fervientes seguidores pero que no resisten una discusión argumentada o con datos contrastados. Solo hay que ver los debates electorales. Es ahí donde se encuentra la perplejidad citada.
Saludos
Marc