sábado, 15 de julio de 2023

Manuel Astur: La aurora cuando surge

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2022

Valoración: Está bien


Por una vez empezaré por esa parte que a tantos lectores (nos) incordia: la faja promocional. Tras un esperable halago al autor, dice Santos Sanz Villanueva (El cultural) que ‘si el riesgo literario fuera un mérito principal de los escritores, tendría [Astur] asegurado un puesto en el podium’. Sensu contrario viene a decir que el riesgo literario, claro está, no es un mérito principal de los escritores. ¿Cuáles son esos méritos principales entonces? ¿Entretener? ¿Agradar al lector? ¿Estimularle a base de recetas como las que hace muy poco nos ofrecía Palahniuk? Pues ya lo siento, don Santos, pero para este oscuro lector y reseñista el riesgo literario es, por supuesto, un mérito fundamental para valorar un libro. Un riesgo, claro está, con sentido, con proporción, que busca algo, y que se la juega a que mucha gente lo rechace simplemente por no encontrarse con lo que esperaba, con lo que es cómodo y conocido. Así que, señor Sanz, me temo que si volvemos a encontrarnos no vamos a coincidir en la mayoría de nuestras opiniones.

Pero es que además, aparte de que sospecho una doble lectura a eso que en principio parece un elogio, tampoco entiendo esa alusión al riesgo refiriéndose al libro de Manuel Astur, al que no encuentro por ninguna parte nada que se parezca a riesgo literario. La aurora cuando surge cuenta un viaje por Italia que el autor realiza un año después de la muerte de su padre. Es un viaje más o menos largo, de norte a sur, empezando por la Toscana y Génova, pasando por Pisa, Siena, Roma o Nápoles para terminar, creo, en Sicilia. Pero visitando también, y deteniéndose con cierto deleite, en pequeñas poblaciones menos conocidas, algunas ajenas al turismo. Astur es ecuánime, y dedica un tiempo semejante a los grandes monumentos y a aquellos pequeños pueblos donde parece encontrar un alma escondida de lo italiano, no necesariamente más auténtica, simplemente una especie de cara interior más difícil de detectar.

A lo largo del trayecto hay tiempo para todo, desde tomarse tranquilamente una cerveza o un spritz en una terraza hasta admirar un monumento, observar a los ancianos en una taberna o contemplar los distintos tonos del mar según las latitudes, abrir un espacio a la lectura o a la composición (Astur introduce unas cuantas poesías escritas sobre la marcha), recordar a grandes creadores que eligieron aquellas tierras para vivir o para morir, y naturalmente, dedicar reflexiones a su padre difunto, con la distancia que ponen los meses transcurridos y la herida todavía reciente pero en proceso de cicatrizar.

El tono es pausado, amable, a veces con algún tinte irónico, pero siempre templado. A Astur no le gustan las masas de turistas, pero no les insulta (como Barceló), ni saca conclusiones filosófico-políticas (como Escohotado) de las artimañas para sacar dinero a los extranjeros. Hay una atmósfera de observación relajada y generalmente abierta a la belleza que recuerda más bien a Josep Pla. Pero por encima de todo predomina una prosa poética muy marcada, encontrando a cada paso la metáfora, la imagen, el tropo, el aforismo, figuras que sin llegar a recargar demasiado el texto, le otorgan una esencia claramente lírica. Esto no es en absoluto riesgo literario, es simplemente un estilo particular del autor, que habrá a quien entusiasme y a quien suene a demasiado almibarado. Obviamente me encuentro entre estos últimos, me gusta bastante poco ese empeño en buscar la frase redonda, la imagen poética de cada cuerpo y cada sombra.

No deja de ser cierto que, con tal despliegue de recursos, alguna que otra vez da en el clavo, como cuando afirma que ‘la mayoría de los versos solo son verdaderos para el que los vivió –y, si son buenos, consiguen serlo también para el lector.’ Una reflexión que tiene algo de escalofriante para quien, como casi todo el mundo en algún momento, se haya arriesgado a escribir algo, sea poesía o prosa. Pero en general, ya digo, salvo que a uno le entusiasme mucho esta forma de expresarse, creo que Astur es mucho más interesante cuando se olvida un poco de los florilegios y se sitúa más a ras de suelo. Pongamos como ejemplos un pequeño pasaje sobre la estancia de Lord Byron en Génova, un párrafo dedicado a escudriñar en los sonidos de la naturaleza, o breves historias sobre ascensiones al Vesubio o al Etna. Se sale el autor de su propio carril y en mi opinión luce mucho más, aunque habrá quien guste más del tono general del libro, y en ese caso disfrutará desde luego mucho más que yo.

P.D: Es inevitable terminar sin meter una pequeña aguja. Muy pequeña, solo una palabra, pero que me ha sonado tan mal que no lo puedo pasar por alto. Creo que era refiriéndose a Taormina, cita Astur a varios artistas que se trasladaron allá a vivir. Entre ellos, el ‘fotógrafo homosexual Wilhelm von Gloeden’, que no tengo ni idea quién era, pero la pregunta es: ¿ser fotógrafo homosexual es una profesión algo diferente de ser fotógrafo a secas? Seguro que es un simple desliz, pero convendría cuidar un poco más los detalles, porque no hace falta lupa para detectar cosas así de feas.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vamos, hablando claro, que no te ha gustao ni un poquino.

Carlos Andia dijo...

A ver, en general no me ha gustado mucho, la verdad. Pero aquí influyen las manías personales, a mi no me seduce nada esa prosa poética que es lo que predomina en el libro, por eso he dicho que me parecía que luce mejor cuando se aleja de ella y se dedica a describir o narrar con un estilo más neutro. Por lo demás, me parece que el libro está bien escrito, siempre dentro de ese tono, y que tiene cosas aprovechables, como creo que las tienen la mayoría de los libros.

No sé si me he explicado, usando esa herramienta a mí no me tendrá como devoto, pero habrá a quien estas cosas le gusten más.