Título original: A Hologram for the King
Año de publicación: 2013
Traducción: Cruz Rodríguez Juiz
Valoración: muy recomendable
"-Todos los días, Alan, por toda Asia, cientos de buques portacontenedores salen de los puertos cargados de toda clase de mercancías. Hablando de tridimensional, Alan. Esas cosas son de verdad. En Asia fabrican cosas de verdad y nosotros hacemos sitios webs y hologramas. Los nuestros hacen sitios webs y hologramas todos los días, sentados en sillas fabricadas en China, trabajando con ordenadores fabricados en China, cruzando en coche puentes fabricados en China. ¿A ti te parece sostenible, Alan?"
Estas son de las pocas frases que, en uno de los diversos diálogos que forman parte capital de esta novela, pronuncia el padre de su protagonista. En una conversación por teléfono móvil entre Arabia y Estados Unidos que está costando un dineral. Dineral que Alan Clay no tiene. Dineral que Alan Clay debe. Alan Clay dirá que la conversación se ha cortado porque Alan Clay corta la conversación para que ese sermón no continúe. Para que el sentido común procedente de la experiencia por su padre no eche al traste con la escasa coherencia del sentido de su presencia allí. Porque Alan Clay está al frente de un joven equipo formado por tres asistentes que están en medio del desierto de Arabia, en una de esas ciudades fundadas de la nada gracias a la prosperidad económica otorgada por el petróleo. Están esperando algo intangible, como el coronel de García Márquez. Esperan que, en algún momento, el rey Abdalá, que da nombre a la ciudad, acuda a una presentación holográfica que debe dejarle impresionado y debe franquear a Reliant, la sociedad de Alan, un jugoso contrato cuyos beneficios harán que Alan Clay recomponga su vida. O sea: pague la matrícula del siguiente semestre de la universidad de su hija, pague a los deudores, algunos de ellos amigos que le empiezan a dejar mensajes intimidatorios en el buzón de voz del teléfono. Se permita, entonces, una reinvención cuando, pasados los 50, su vida hace aguas por todas partes. Alan Clay está en una especie de stand-by de su recorrido vital, cuando se palpa la cabeza, se toca el cogote en pose pensativa y se da cuenta de que, en plena estancia en Arabia, tiene un bulto detrás del cuello, en el que ve la clave de su futuro.
Esta es la mejor novela de Eggers de las tres que he leído. Porque donde encontré Zeitoun un poco timorata en su planteamiento y El círculo algo excesiva en su ambición y extensión, Un holograma para el rey supera esos obstáculos y se erige en un retrato casi perfecto de la sociedad actual. No la americana, no la occidental, no la árabe. Más bien la global. La de las deslocalizaciones, el papel prepotente de Occidente como promotor, diseñador y comercializador (ergo, dejando que sean otros los que se ensucien de tinta o aceite de máquina: señoritos nosotros). Sin pretender alcanzar ninguna cota extraordinaria, porque Eggers no dispone del torrente literario de otros escritores, resulta que la historia aquí nos hace pensar y asentir con la cabeza. Porque no nos es tan ajena esta situación. Su protagonista está en tránsito, en una especie de tránsito absoluto y suspensivo en el que, paradójicamente, empieza a sentirse cómodo. Una comodidad en la que tienen que ver los diálogos que va sosteniendo con Yusef, su chófer ocasional, con sus circunspectos colaboradores, con la doctora que se encarga de extirparle el bulto, con personas que cree que pueden ayudarle en su empeño. Y las reflexiones de Clay son cada vez más distantes y maduras, cada vez con más aroma a repaso vital de tono oscuro y casi desesperado, cada vez más conscientes de ese todo o nada al que se enfrenta, decadencia física incluida. Eggers hace que nada parezca superfluo, y que cada escena (escena: parece que hay una adaptación al cine de esta novela) se sitúe en su contexto. Así que, por fín, Eggers, prolífico y ominipresente en la red, se decide a dejar la zona media y pugnar por plazas de Champions.
También de Dave Eggers en UnLibroAlDía: Zeitoun, El círculo
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