Año de publicación: 2023
Valoración: Recomendable (aunque no para todo el mundo)
Hace algún tiempo reseñé El aspirante, debut del cántabro Santiago Mazarrasa. Me pareció una obra prometedora cuya ejecución causaba que se hiciera cuesta arriba. Pues bien, mi experiencia lectora con Caníbal sin dientes, segunda novela del autor, ha sido completamente distinta a la que tuve con su predecesora. Y eso que ésta, al igual que aquélla, requiere que entremos en el juego que plantea, y recurre a una serie de elementos de difícil asimilación. No obstante, o esa impresión he tenido yo, nos pone las cosas más fáciles.
Porque aunque la marcada personalidad de Mazarrasa se mantiene y el estilo, tono, temas y personajes que, a juzgar por su presencia en El aspirante, interesan al autor, también, en Caníbal sin dientes hay un esfuerzo por conciliar sus búsquedas artísticas con el entretenimiento. Ciertamente, sigue presentando multitud de pasajes abstractos, un lenguaje por momentos pretencioso y un argumento algo artificioso, pero el conjunto excusa esta clase de decisiones narrativas.
Asimismo, hay en estas páginas apartados meritorios que debo reivindicar:
- La premisa. Es harto sugerente: un escritor de éxito recibe una carta y un manuscrito de un admirador cuyas implicaciones son sumamente inquietantes.
- Los protagonistas. Complejos, con personalidades llenas de sombras y oblicuas interacciones.
- La prosa. Sabe emular la verborrea sinuosa de un hombre obsesivo, plasmar descripciones de una plasticidad asombrosa o indagar en los vericuetos psicológicos más remotos. Como muestra de su calidad, citaré esta frase de las páginas 129-130: «Entra en el baño, se moja la cara en el lavabo y con el agua se quita de encima el terror, como si fuera una mancha y no una herida irreversible.»
- La lograda estructura fragmentaria. Mantiene enganchado al lector y le va proporcionando la información según conviene a la historia.
- Las reflexiones. Particularmente estimulantes encuentro esas que giran en torno a la literatura, la escritura o la relación entre autor-obra-lector.
En el lado negativo, insistiría en que Caníbal sin dientes te obliga a entrar en ella para que puedas apreciarla. A pesar de lo cual, repito, Mazarrasa ha logrado que su nueva propuesta sea tan exigente, ambiciosa y arriesgada como El aspirante sin por ello caer en lo hermético o excesivamente intelectual. Con esto quiero decir que, si bien esta novela no es para todo el mundo, recompensará generosamente a quienes se atrevan a darle una oportunidad.
ULAD: Antes que nada, deja que te pregunte algo que igual es una tontería, pero no he podido evitar notar. ¿A qué se debe que para firmar esta novela no empleases el diminutivo de tu nombre, al contrario que con la primera?
S.M.: Fue una decisión de la editorial. Visto con perspectiva, parecería que de Santi a Santiago hay un salto cualitativo, de madurez literaria o algo similar, pero creo que es una cuestión accidental y, si no, estética.
ULAD: ¿Crees que tu narrativa tiene un sello único? Habiendo leído tus dos obras publicadas, yo diría que sí. En caso de que coincidas conmigo, ¿cómo describirías ese sello? ¿Una mezcla de estilo cuidado y filosófico, un tono oscuro y deprimente, una atmósfera asfixiante, personajes obsesivos, tintes metaliterarios y retazos autobiográficos, quizá?
S.M.: Te agradezco mucho la pregunta, porque yo no tengo una respuesta clara, y te agradezco también tu opinión, porque me reconcilia con el dilema con el que he convivido los dos últimos años.
Empecé a escribir Caníbal sin dientes antes de haber publicado El aspirante y tenía clarísimo que no podía repetir escritura, que no podía jugar al mismo juego en dos novelas que pedían cosas completamente diferentes. Esto me enfrentaba a dos cuestiones: por un lado, podía ocurrir que sólo supiera escribir literatura a la manera de Cayo en El aspirante y, por lo tanto, que no fuera un escritor, sino sólo un personaje. Por el otro, existía el riesgo de alejarme demasiado de mi propia escritura hasta convertirla en un pequeño monstruo hecho de estándares, tópicos y certezas formales, lo que equivale a no ser escritor sino máquina. Así que, supongo, entre la máquina y el personaje tenía que lograr un equilibrio que hiciera reconocible en el texto al autor de la novela.
Me interesa, es cierto, la relación entre filosofía y literatura, porque una y otra se hacen de la misma materia prima, el lenguaje, que es la única materia de la que se compone la existencia. Todo lo demás es, mal y rápido, biología. Si el lenguaje, que carece de asideros, que es insuficiente e inestable, es la fuente de una existencia propiamente humana, también la existencia es inestable, insuficiente y carece de asideros. En ese espacio de carencias tiene que jugar su partido la literatura. Al menos, la que me interesa a mí.
Además, creo que al mundo tal y como está le sobran apologetas. Alguien decía que pensar es siempre pensar contra algo y yo me aplico esta máxima para la literatura. Por eso, quizá, tiendo al pesimismo.
ULAD: Si te soy sincero, El aspirante me pareció un debut interesante pero algo plomizo. En cambio, en Caníbal sin dientes he creído ver un esfuerzo por hacer un artefacto narrativo más conciliador con el lector. Me explico: tu segunda novela no renuncia a tu voz y estilo personales, pero es más entretenida argumentalmente y variada a nivel formal. ¿Es posible que la concebieras con aquellos que la íbamos a degustar en mente y que, por otra parte, su predecesora fuera una obra que escribiste sobre todo para ti mismo?
S.M.: Antes de escribir El aspirante había intentado otras novelas, pero nunca había publicado, así que estaba haciendo algo que no tenía lectores. En este sentido, fue un desafío personal, puesto que tenía que demostrarme que podía terminar una obra y que la obra fuera un todo con sentido. En cambio, cuando escribía Caníbal sin dientes, la historia exigía una narración más fluida, una narración, quizá, más al uso, cosa que tenía que comprobar si era capaz de hacer. Si, de paso, esto la convierte en una obra más accesible, bienvenido sea, por supuesto.
De todos modos, que una sea más accesible que la otra responde a las exigencias de la idea detrás de cada libro. Casi siempre, hay una intuición que guía todas las decisiones y que solo puedo explicarme a posteriori. El aspirante fue un experimento o, mejor dicho, una tentativa por construir una historia con los mínimos elementos narrativos. El tema del libro exigía una falta de narratividad, la misma de la que adolecía el protagonista. Al menos, lo intenté.
Caníbal sin dientes, a su manera, también es una tentativa, a medias metaliteraria, a medias narración al uso. Es una historia sobre la ambición literaria, pero también una historia sobre mensajes que no llegan, sobre mensajes que se solapan y mensajes que se oponen unos a otros. Por eso escogí narrar desde tres lugares, fragmentar la narración y hacer que los fragmentos resultantes chocaran. Como te decía antes, en realidad no escogí que así fuera, creo que fue así porque el tema lo exigía. Ahora que reflexiono sobre ello, le veo el sentido.
ULAD: Estoy seguro de que hay muchísimo trabajo detrás de Caníbal sin dientes. ¿Cuánto tiempo te llevó escribir esta segunda novela? Conceptualizarla, redactarla y corregirla, quiero decir.
S.M.: Los primeros fragmentos de Caníbal sin dientes datan de 2018, cuando la novela era un juego privado. En 2019 empecé a trabajar más seriamente y a finales de año ya tenía un primer borrador. Un borrador que, por supuesto, no se parece nada a la novela que he publicado. Desde entonces, excepto el tiempo que dediqué a revisar y corregir El aspirante, trabajaba dos o tres meses seguidos hasta terminar un nuevo borrador y lo abandonaba unos meses para que respirase. En 2021 la novela estaba terminada y, desde entonces y hasta principios de este año, ya trabajando junto a Altamarea, he revisado y corregido borrador tras borrador.
Suelo ser muy obsesivo con la escritura, a veces demasiado. En esta novela hay una dedicatoria inicial que hace referencia a esta obsesión. En el fondo, aunque podría seguir corrigiendo, me alegra mucho que el libro ya esté publicado, porque eso significa que se ha escapado y que yo no puedo hacer nada por él, ni mejorarlo ni empeorarlo.
ULAD: En Caníbal sin dientes arremetes, ironía mediante, contra prácticamente todo el sector literario: los escritores, editores y lectores, las presentaciones, los talleres creativos, etc... A tu juicio, ¿cómo es el panorama actual español?
S.M.: Sinceramente, no tengo una opinión formada, ni mucho menos experta, sobre el mercado editorial. Tengo una opinión, pero no creo que sea una novedad: mercado editorial y literatura son dos deportes diferentes. En la novela, las opiniones de ambos protagonistas son muy vehementes, pero sobre todo me interesa que puedan universalizarse. La diferencia, y la dependencia, entre literatura y mercado puede extrapolarse, casi sin matices, a cualquier ámbito y este conflicto anima, pervierte y confunde a todos los implicados, incluidos nosotros.
Para responder más directamente a tu pregunta: hay que tener mucho cuidado con los escritores y sus aspiraciones, mucho cuidado con los editores y sus cuentas y mucho cuidado con los lectores y sus exigencias.
ULAD: ¿Actualmente estás escribiendo algo? ¿Puedes darnos detalles?
S.M.: Llevo un tiempo trabajando en una tercera novela, aproximadamente desde el 2020, cuando escribí los primeros capítulos de varias historias alrededor de un único acontecimiento que será determinante en las vidas de un grupo de amigos. Me interesa mucho la amistad por lo que tiene de arma contra el paso del tiempo, de refugio contra las crisis y, en muchos casos, de vía de escape. No sé lo que haré, pero quiero ponerla a prueba contra un mundo acelerado, una existencia mediada por las conexiones digitales y la desaparición del suelo que nos sostiene y sobre el que construimos nuestras casas.