Año de publicación: 2022
Valoración: Muy interesante
Empiezo por el final: me ha gustado mucho este librito. A veces es reconfortante leer a profesionales de un determinado sector ajeno a nuestro trabajo o aficiones más marcadas, sirve para abrir la mente hacia realidades de las que desconocemos casi todo y valorar puntos de vista en los que seguramente no habíamos reparado. En esta ocasión se trata de un libro relacionado con la arquitectura (ojo, Beatriz, esto te puede gustar), concretamente con la construcción de la Casa Gehry, la vivienda del propio arquitecto canadiense, hoy tan famoso, cuando era para casi todo un mundo un perfecto desconocido.
Gehry y su esposa habían decidido mudarse a Santa Mónica, y fue ella, la esposa, quien localizó una casa que consideró idónea, un caserón sin estilo demasiado definido, algo más bien anodino y similar a las viviendas de los vecinos. Para el joven arquitecto (véase en la foto con el bigote) la elección debió suponer o bien un shock por la vulgaridad de la construcción, o quizá un subidón pensando lo que podría hacer para aplicar sus ideas sobre aquel edificio. Porque el mantenimiento de la vieja casa, la elegida, debía ser una condición no negociable. Así que Gehry se puso a pensar cómo mejorar aquello.
La solución, aparentemente salomónica, fue mantener el caserón original y revestirlo con algo más interesante. Así que se decidió por añadirle una especie de cerramiento discontinuo (algo que recuerda a alguna de las cajas vacías de Oteiza), utilizando materiales baratos, incrustarle un cubo de vidrio y despojarle de buena parte de los acabados para dejar vista la estructura portante de madera. Es decir, una casa dentro de otra, generando un diálogo entre ambas, y renovando el carácter del conjunto a base de integrar materiales diversos y crear espacios comunes. Dicho sea todo ello desde el punto de vista de lo que el profano, es decir, yo mismo, ha podido sintetizar a partir de lo que cuenta el libro.No hay en el texto apenas descripciones técnicas, pero sí reflexiones muy interesantes sobre la forma de imaginar y diseñar semejante rareza. Por ejemplo, la influencia de anteriores proyectos en los que Gehry había trabajado, como la Casa Davis (otro ejemplo de casa circunscrita en una especie de contenedor) o algunos centros comerciales, a cuyo origen y funcionalidades dedica el autor algunas páginas de gran interés. O la necesidad, desde el punto de vista conceptual, de que esa dualidad entre el viejo edificio y su nuevo revestimiento sea percibida tanto desde el exterior, que es lo más evidente, como desde el interior.
Lo más divertido es sin duda la indignación de los vecinos de un barrio tan apaciblemente burgués al contemplar esa cosa extravagante donde antes había un tranquilo caserón, seguramente tan parecido al suyo. Dice Navarro que lo más insoportable debió ser observar la vieja casa rodeada y perturbada de forma tan violenta, como si se tratase de un conocido torturado a la vista de todos.
De hecho, en mi condición de simple curioso y lector raso, a la vista de las fotos de la Casa Gehry (unas cuantas incluidas en el libro), el invento me parece original, sí, pero francamente feo. Como tampoco, vistos los interiores, me parece una casa demasiado apetecible para vivir. Así que su evolución posterior, que también se cuenta, fue un progresivo y yo diría inevitable proceso de descafeinado, ajustando volúmenes, retocando paramentos y sustituyendo materiales para cambiar un poco menos de arte por algo más de confort. El autor, que me parece muy profesional pero también muy razonable, lo argumenta de forma impecable:
‘Toda obra inaugura un espacio de posibilidades que con el tiempo se van matizando, las soluciones se ponen en entredicho, las limitaciones funcionales se van consolidando, el entusiasmo va decreciendo, y la casa es empujada a una nueva mutación’.
Porque, señores, la casa le proporcionó a Gehry un prestigio que después no ha hecho más que aumentar, pero a fin de cuentas era una vivienda en la que supongo que cada día había que levantarse, desayunar y hacer todas esas cosas rutinarias que llenan nuestros horas. Y vivir en una obra de arte quizá no era la mejor idea.
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