Título original: Konarmia
Año de publicación: 1926
Traducción: Ricardo San Vicente
Valoración: bastante más que recomendable
Isaak Emanuilovich Bábel fue un niño judío de Odessa, hijo de un comerciante, y un superviviente del pogromo de 1905. Su adolescencia fue la de un estudiante de francés en el Liceo y del Talmud en su casa; se convirtió en un joven francófilo y aspirante a escritor en Petrogrado, discípulo y protegido de Gorki. Fue también un soldado del Zar durante la Gran guerra y un soldado -y periodista- del Ejército Rojo durante la guerra civil revolucionaria; se convirtió, al fin, en un escritor de gran fama. Acabó siendo un represaliado por el régimen de Stalin, y por orden de éste (tras la muerte de Gorki y la caída del jefe de la NKVD Yazhov, marido de su amante); detenido por Beria, torturado y ejecutado en 1940. Sus obras fueron prohibidas y su nombre borrado de los registros literarios soviéticos, hasta su rehabilitación en 1954. Fue sobre todo, y a nadie le puede caber duda tras leerlo, un gran escritor.
Los relatos recopilados en Caballería Roja fueron publicados, en principio, por varias revistas y periódicos revolucionarios entre 1923 y 1926, aunque la mayoría fueron escritos en 1920, durante la campaña del Ejército Rojo contra Polonia (la llamada "Guerra Bolchevique", por los polacos), en las regiones fronterizas de Volinia y Galitzia. Ya digo que Bábel participó en ella sirviendo en el Primer Ejército de Caballería o Konarmia, y también como cronista de guerra, así que vivió de primera mano la realidad que luego quedó palsmada en sus escritos. Y la realida que nos cuenta Bábel dista mucho de las visiones heroicas o idealizadas de la guerra -algo que le fue reprochado desde el poder soviético y le valió a animadversión del mariscal Budionni, que comandaba ese Primer Ejército de Caballería-; lo que aquí se nos cuenta parece más bien un trasiego de efectivos militares sin sentido ni objetivo, un movimiento más propio de pollos sin cabeza que de un ejército organizado, más ocupado en resisitir lasa agotadoras marchas, acampar en sórdidas aldeas y asesinar a curas y judíos que en combatir al enemigo. Incluso cuando esto al fin sucede, da la impresión de que los actos de valor y sacrificio tienen su origen más en la demencia que en el heroísmo.
Aún así, uno siente, no tanto como cariño, pero sí cierta comprensión y aprecio por los personajes que retrata Bábel, peones arrojados sobre un tablero donde, por un momento, parecía haberse cristalizado la Historia: cosacos bolcheviques que aprecian más a sus monturas que a sus propias vidas -no digamos ya a los prisioneros o incluso a sus propios compañeros-, alambicados judíos hasídicos, correosos mujiks, pintores de iconos heretizantes; combatientes revolucionarios que arrastran tras de sí la barbarie de los viejos tiempos, junto a la deshumanización de los nuevos... toda una legión de individuos que parecen más zarandeados que protagonistas de la época que les había tocado en suerte, más desconcertados que pletóricos de fervor por la Revolución, a pesar de ser capaces de matar en nombre de el proletariado. Aunque a su aire, eso sí, porque una de las cosas que traía de cabeza al "despiadado" Liútov -nombre utilizado por Bábel durante su estancia en la caballería-, además del poco aprecio que sentían los cosacos por un cuatro ojos como él, era ver cómo sus compañeros se pasaban por el forro los procedimientos establecidos por los comités revolucionarios de turno... las diferencias entre la teoría y la práctica, supongo.
Tal vez exagero: pese a la tensión que se percibe bajo la superficie de la prosa de Bábel, ésta, acerada y elegante hasta casi lo insoportable (perdón por la hipérbole) trasluce, al fin y al cabo, una cierta resignación ante lo inevitable, una digna calma que debe ser lo que queda cuando todo parecer estar abocado al despropósito y hasta al absurdo. Lo que nos queda a nosotros tras leer este libro de relatos -aunque no relatos al uso, la mayoría de ellos, de manera que incluso se podría considerar, sin errar demasiado, como una novela- es la sensación de que la guerra, cualquier guerra, aún la más idealista (y aunque parezca una perogrullada), no deja de conllevar una enorme tristeza.
Tal vez exagero: pese a la tensión que se percibe bajo la superficie de la prosa de Bábel, ésta, acerada y elegante hasta casi lo insoportable (perdón por la hipérbole) trasluce, al fin y al cabo, una cierta resignación ante lo inevitable, una digna calma que debe ser lo que queda cuando todo parecer estar abocado al despropósito y hasta al absurdo. Lo que nos queda a nosotros tras leer este libro de relatos -aunque no relatos al uso, la mayoría de ellos, de manera que incluso se podría considerar, sin errar demasiado, como una novela- es la sensación de que la guerra, cualquier guerra, aún la más idealista (y aunque parezca una perogrullada), no deja de conllevar una enorme tristeza.