lunes, 1 de abril de 2019

Ismail Kadaré: Las mañanas del café Rostand

Idioma original: albanés
Título original: Mengjeset në Kafe Rostand,motive të Parisit
Año de publicación: 2014
Valoración: Muy recomendable (para admiradores de Kadaré). Los demás... cada cual que decida.




¡Ah! los míticos cafés parisinos. Nadie puede quitarles ese halo romántico que les envuelve desde hace siglos ni olvidar esas figuras soñadoras consagradas por los impresionistas mirando por la ventana o escribiendo. El café es el pretexto y punto de arranque de esta obra inclasificable. No es extraño que los escritores albaneses, como los de todas las latitudes, se sientan atraídos por esos carismáticos lugares, tan propicios para la evasión como inmersos en la realidad más cruda. Aun así, me pregunto ¿qué ha llevado a un escritor tan reconocido como Ismail Kadaré a recopilar  y llevar a la imprenta un puñado de escritos sin demasiada relación entre sí, pero que son un retrato de sí mismo? Porque esos retazos más o menos dispersos en origen conforman un mosaico que muestra la personalidad, vivencias, pensamientos, ideas, en fin, pasado y presente, no solo del escritor sino de todo un país, Albania, salpicado  por constantes cataclismos que se describen bastante fielmente con solo unos cuantos rasgos. Y es ese conglomerado de historia y vivencias lo que me ha parecido fascinante.
Kadaré, el escritor de dos mundos –oriente y occidente, el comunista y el burgués– ese que confiesa abiertamente su inquietud de todos los años un mes antes del fallo de los Nobel, realiza aquí, quizá sin querer, su autorretrato. En principio, puede que una colección de notas personales con distinta temática y fecha no seduzca demasiado al lector potencial, pero a mí me han parecido más auténticas que cualquier biografía propia y ajena, y mucho más que las artificiosas auto-ficciones, motivadas casi siempre por un mal disimulado narcisismo. Para empezar se trata de reflexiones aparentemente escritas cuando el autor sentía determinada preocupación, le estimulaban unos recuerdos concretos, necesitaba reflexionar sobre un asunto, y eso nos acerca a la faceta humana mejor que cualquier reconstrucción al uso. De paso conoceremos su faceta de ciudadano preocupado por los acontecimientos mundiales y nacionales, se nos desvelarán algunos de sus puntos de vista y aprenderemos algo de historia albanesa . Cómo es natural, los admiradores de la obra de Kadaré serán quienes más disfruten de estas páginas, pero también puede servir a quienes deseen leerle en un futuro próximo.
Y ahora una pregunta que no sé si viene a cuento. ¿Puede ser socarrón un escritor albanés? Lo he buscado en el diccionario y, sí, existe el término en ese idioma. Y es que me pareció que, en algunos momentos, ironía, incluso sarcasmo, era quedarse muy corto. ¿Letras que se largan sin previo aviso porque se han quedado embarazadas (sic)? ¿Cafés enemistados con los escritores por ocupar el lugar de otros clientes? A propósito de los cafés, el volumen comienza situando en París a un escritor que se pregunta (y pregunta a otros) si ha sido invitado realmente por Francia o todo se debe a un malentendido. Toda una declaración de intenciones para lo que vendrá más tarde, pues mucho de lo que cuenta no es exactamente cómo dice, hay que reinterpretarlo, encontrar los matices, adivinar lo que oculta tanta sutileza. “Retranca” se le llama también a eso.

“Cierto era que centenares de invitaciones no habrían bastado para hacerme venir, porque ninguna invitación de este mundo podía llegar al lugar donde residía desde hacía años, bajo tierra. Y menos aún llegar a desenterrarte y traerte a este lado. Y era normal que todo ello resultara increíble, puesto que nunca había sucedido que un muerto apareciera allá dónde se le esperaba, en el número 79 del bulevar Saint Germain.”

Pero nadie mejor que él mismo para definirlo. “… sin saber cómo, desde el momento que me ponía a escribir, afloraba de inmediato aquel estado anímico singular que podría ser tomado por posición irónica, irreverente o simplemente irresponsable frente a todo y todos. Era como una suerte de secreto nerviosismo, un salirse por la tangente incomprensible, o tal vez una coraza defensiva en forma de desdoblamiento”. Y es que, bajo cierta apariencia de frivolidad, se tratan cuestiones que no son para nada intrascendentes: tanto socio-políticas (invasiones, guerras, dictaduras, enemigos seculares, censura, imposiciones ideológicas) como particulares (delaciones, envidia y rivalidad, complots, lealtades inquebrantables, confidencias a media voz) motivadas por las primeras, pero que en realidad ocurren en todas partes. “Durante el siglo XX primaría la alianza no declarada del otomanismo y el comunismo. Su sustento era una carencia: los otomanistas no tenían nación, sino religión. Los comunistas no tenían patria, sino ideología”. Tampoco elude la especial situación de las mujeres, castigadas por ir descubiertas cuando la religión estaba en el poder y a la inversa en los tiempos del comunismo, o de las escritoras que, a causa del ostracismo a que fueron sometidas, acabaron en el exilio y utilizando una lengua distinta de la materna, o ese código siniestro llamado kanum –que en Abril quebrado describe y analiza desde varios puntos de vista– y que, paradójicamente, según él, libra a la mujer de la muerte (tratándola como un mero objeto, añado yo). Se percibe, además, un trasfondo de melancolía por el sufrimiento colectivo y de orgullo por sus propias creaciones.
De todo ello puede deducirse que en estas piezas Kadaré no compone un relato con principio y fin según los cánones, él simplemente esboza: alude a determinadas circunstancias y deja que sea el lector quien distribuya las piezas según unas instrucciones no demasiado explícitas, pero diáfanas para quien sepa leer entre líneas.

 Traducción: María Roces González

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