Título original: Regarding the Pain of Others
Traducción: Aurelio Major
Año de publicación: 2013
Valoración: bastante recomendable
En este ensayo, la polifacética escritora Susan Sontag, se centra en analizar cómo la fotografía y las imágenes son tratadas para mostrar una realidad (o supuesta realidad) y los efectos que tal visionado crean en quienes las observan.
Empezando en clave retrospectiva, Sontag hace un recorrido a lo largo de la historia para analizar la importancia de la fotografía en el registro de lo sucedido en las guerras, y la importancia que tiene la fotografía por su valor histórico, pero también para evidenciar la intencionalidad que se esconde tras la toma de las instantáneas. De esta manera, destaca y reafirma el poder de la fotografía al unir dos atributos contradictorios en apariencia, pues, aunque su objetividad es inherente, también tiene siempre un determinado punto de vista. Así la fotografía es, a la vez, «registro objetivo y testimonio personal, transcripción o copia fiel de un momento efectivo de la realidad e interpretación de esa realidad.» Esto es algo que ya vimos también en el libro «El uso de la foto», de Annie Ernaux y Marc Marie, donde se trata esta dualidad entre la objetividad y la subjetividad que subyace en su interpretación.
El recorrido histórico que traza el libro sirve como marco comparativo respecto al uso de la fotografía, pues este varía a lo largo de la historia. Así, nos explica como en la Guerra de Crimea de mediados siglo XIX ya existía una manipulación de las imágenes trasladando algún cuerpo caído durante la Guerra a un sitio en concreto más fotogénico, para aumentar el impacto o al menos su “belleza” artística y, ahondando en este aspecto, pone también como ejemplo fotografías más recientes, como la famosa foto de Doisneau de la joven pareja que se besa cerca del Hôtel de Ville en Paris en el 1950, o la famosa foto del levantamiento de la bandera estadounidense en Iwo Jima el 23 de febrero de 1945, ambas reconstrucciones o montajes, como también lo fue la de los soldados rusos enarbolando la bandera roja sobre el Reichstag en Berlín el 2 de mayo de 1945.
Dejando de lado estas recreaciones o alteración de realidades, la autora también habla del poder de la fotografía como elemento nutriente de información, pero también de impacto, y pone como ejemplo el año 1945 cuando el poder de las fotografías en Dachau, Bergen-Belsen, Buchenwald o Hiroshima y Nagasaki, superaron en la definición de realidades abominables al propio peso de las narraciones complejas. En este aspecto, es indudable el uso de la fotografía con fines periodísticos o como medio de soporte para describir y mostrar lo que sucede en diferentes partes del mundo. La autora destaca el punto de inflexión que supuso en este aspecto la Guerra Civil española, pues la considera la primera guerra «atestiguada en sentido moderno: por un cuerpo de fotógrafos profesionales en la línea de las acciones militares y los pueblos bombardeados. La primera atestiguada por las cámaras de TV fue la de Vietnam, que introdujo la tele intimidad de la muerte y la destrucción en el frente interno». Con la Guerra de Vietnam y su seguimiento televisivo, todo cambió y ya no era posible manipular tan fácilmente la realidad que se exponía ante el objetivo de una cámara pues ya no eran los únicos testigos de la guerra, había competencia, había menos posibilidad de alterar la realidad mostrada y, sobretodo, hacerla creíble.
Lamentablemente, en ocasiones el libro algo repetitivo, pues analiza diferentes guerras para reforzar el mensaje y, puede que, en ocasiones, especialmente en la primera mitad del libro, esta reiteración de casos e ideas se hace algo excesiva. Afortunadamente, superada la mitad del libro, entramos en lo que considero la parte más interesante, pues Sontag da un paso más en la dirección de analizar la alteración de la realidad a través de las fotografías y llega a afirmar que «Nuevas exigencias que presentan a la realidad en la era de las cámaras. La realidad tal cual quizá no sea lo bastante temible y por lo tanto hace falta intensificarla; o reconstruirla de un modo más convincente». Pero claro, hacerlo en guerras, dar testimonio visual de ellas, podría desmotivar a las tropas o a la población que las envía, y aparece la censura y, con ella, también la manipulación, como la retransmisión en imágenes de tecnoguerra por parte de EE.UU. en la Guerra del Golfo para mostrar una absoluta superioridad militar. Y ahí entra en el fondo de la cuestión, pues lo que puede mostrarse (o lo que no debería mostrarse) y cómo se muestra es un tema que difícilmente tenga un consenso, y es causa de grandes discusiones. Y con la censura y la manipulación, la autora entra de lleno en la percepción personal, nuestro umbral de conmoción, y aquello que hace que sintamos de una determinada manera cuando somos testigos oculares de ciertas realidades. Por ello, afirma Sontag que «cuanto más remoto o exótico el lugar, tanto más estamos expuestos a ver frontal y plenamente a los muertos y moribundos». Interesante y acertada afirmación, pues si nos fijamos en los medios periodísticos, parece que la lejanía física a las desgracias existentes en el mundo va de la mano de la lejanía emocional hacia ellas, como si por el hecho de estar lejos fueran menos graves, como si tuvieran que impactarnos menos, como si no las sintiéramos como propias, siendo ajenas a nuestras realidad y vidas. Aún y siendo, también, vidas.
Sontag plantea también interesantes cuestiones como si la conmoción tiene plazo limitado, si es posible habituarse al horror de una imágenes determinadas si las vemos repetidamente; nos habla sobre cómo la reiteración y la sobrexposición de imágenes violentas afectan disminuyendo nuestras sensibilidad hacia quienes son objeto de ella, afirmando incluso que sintiendo simpatía con las víctimas, sentimos que no somos cómplices de las causas del sufrimiento: «nuestra simpatía proclama nuestra inocencia así como nuestra ineficacia». Por tanto, es necesario transformar la simpatía hacia los otros acosados para convertirla en una reflexión sobre cómo nuestros privilegios están ubicados en el mismo mapa que su sufrimiento.
Llegamos a un necesario punto de equilibrio, pues si bien las imágenes de conflictos y catástrofes son necesarias para que tomemos consciencia y sepamos lo ocurre, una sobreexposición aumenta nuestra insensibilidad hacia estos temas. Gran parte de culpa de la superabundancia es la televisión, donde los espectadores necesitan ser estimulados constantemente y el contenido no deja de ser uno de los estimulantes. El resultado de todo ello es el escenario actual, donde para crear consciencia en los espectadores es precisa la diaria retransmisión de retratos de las secuencias sobre un particular conflicto. Y, aun así, olvidamos rápidamente un conflicto cuando aparece uno nuevo.
En definitiva, un libro recomendable para tomar consciencia de que toda realidad es alterada cuando no somos testigos directos de ella, y que no únicamente su exposición (buscada o espontánea) nos causa un impacto emocional, sino también la frecuencia a la que estamos expuestos a estas situaciones. No podemos impermeabilizarnos ante las desgracias, debemos ser testigos y conscientes de su existencia, pero tampoco podemos estar constantemente expuestos a ellas, pues estaremos tentados a caer en la indiferencia. Reto complejo, cabe decir, y más en un mundo cada vez más mediatizado, con intereses que escapan a nuestro conocimiento. Por todo esto se trata de un libro interesante, pues nos pone en alerta. Y tomar consciencia siempre es positivo.
También de Susan Sontag en ULAD: Bajo el signo de Saturno
Empezando en clave retrospectiva, Sontag hace un recorrido a lo largo de la historia para analizar la importancia de la fotografía en el registro de lo sucedido en las guerras, y la importancia que tiene la fotografía por su valor histórico, pero también para evidenciar la intencionalidad que se esconde tras la toma de las instantáneas. De esta manera, destaca y reafirma el poder de la fotografía al unir dos atributos contradictorios en apariencia, pues, aunque su objetividad es inherente, también tiene siempre un determinado punto de vista. Así la fotografía es, a la vez, «registro objetivo y testimonio personal, transcripción o copia fiel de un momento efectivo de la realidad e interpretación de esa realidad.» Esto es algo que ya vimos también en el libro «El uso de la foto», de Annie Ernaux y Marc Marie, donde se trata esta dualidad entre la objetividad y la subjetividad que subyace en su interpretación.
El recorrido histórico que traza el libro sirve como marco comparativo respecto al uso de la fotografía, pues este varía a lo largo de la historia. Así, nos explica como en la Guerra de Crimea de mediados siglo XIX ya existía una manipulación de las imágenes trasladando algún cuerpo caído durante la Guerra a un sitio en concreto más fotogénico, para aumentar el impacto o al menos su “belleza” artística y, ahondando en este aspecto, pone también como ejemplo fotografías más recientes, como la famosa foto de Doisneau de la joven pareja que se besa cerca del Hôtel de Ville en Paris en el 1950, o la famosa foto del levantamiento de la bandera estadounidense en Iwo Jima el 23 de febrero de 1945, ambas reconstrucciones o montajes, como también lo fue la de los soldados rusos enarbolando la bandera roja sobre el Reichstag en Berlín el 2 de mayo de 1945.
Dejando de lado estas recreaciones o alteración de realidades, la autora también habla del poder de la fotografía como elemento nutriente de información, pero también de impacto, y pone como ejemplo el año 1945 cuando el poder de las fotografías en Dachau, Bergen-Belsen, Buchenwald o Hiroshima y Nagasaki, superaron en la definición de realidades abominables al propio peso de las narraciones complejas. En este aspecto, es indudable el uso de la fotografía con fines periodísticos o como medio de soporte para describir y mostrar lo que sucede en diferentes partes del mundo. La autora destaca el punto de inflexión que supuso en este aspecto la Guerra Civil española, pues la considera la primera guerra «atestiguada en sentido moderno: por un cuerpo de fotógrafos profesionales en la línea de las acciones militares y los pueblos bombardeados. La primera atestiguada por las cámaras de TV fue la de Vietnam, que introdujo la tele intimidad de la muerte y la destrucción en el frente interno». Con la Guerra de Vietnam y su seguimiento televisivo, todo cambió y ya no era posible manipular tan fácilmente la realidad que se exponía ante el objetivo de una cámara pues ya no eran los únicos testigos de la guerra, había competencia, había menos posibilidad de alterar la realidad mostrada y, sobretodo, hacerla creíble.
Lamentablemente, en ocasiones el libro algo repetitivo, pues analiza diferentes guerras para reforzar el mensaje y, puede que, en ocasiones, especialmente en la primera mitad del libro, esta reiteración de casos e ideas se hace algo excesiva. Afortunadamente, superada la mitad del libro, entramos en lo que considero la parte más interesante, pues Sontag da un paso más en la dirección de analizar la alteración de la realidad a través de las fotografías y llega a afirmar que «Nuevas exigencias que presentan a la realidad en la era de las cámaras. La realidad tal cual quizá no sea lo bastante temible y por lo tanto hace falta intensificarla; o reconstruirla de un modo más convincente». Pero claro, hacerlo en guerras, dar testimonio visual de ellas, podría desmotivar a las tropas o a la población que las envía, y aparece la censura y, con ella, también la manipulación, como la retransmisión en imágenes de tecnoguerra por parte de EE.UU. en la Guerra del Golfo para mostrar una absoluta superioridad militar. Y ahí entra en el fondo de la cuestión, pues lo que puede mostrarse (o lo que no debería mostrarse) y cómo se muestra es un tema que difícilmente tenga un consenso, y es causa de grandes discusiones. Y con la censura y la manipulación, la autora entra de lleno en la percepción personal, nuestro umbral de conmoción, y aquello que hace que sintamos de una determinada manera cuando somos testigos oculares de ciertas realidades. Por ello, afirma Sontag que «cuanto más remoto o exótico el lugar, tanto más estamos expuestos a ver frontal y plenamente a los muertos y moribundos». Interesante y acertada afirmación, pues si nos fijamos en los medios periodísticos, parece que la lejanía física a las desgracias existentes en el mundo va de la mano de la lejanía emocional hacia ellas, como si por el hecho de estar lejos fueran menos graves, como si tuvieran que impactarnos menos, como si no las sintiéramos como propias, siendo ajenas a nuestras realidad y vidas. Aún y siendo, también, vidas.
Sontag plantea también interesantes cuestiones como si la conmoción tiene plazo limitado, si es posible habituarse al horror de una imágenes determinadas si las vemos repetidamente; nos habla sobre cómo la reiteración y la sobrexposición de imágenes violentas afectan disminuyendo nuestras sensibilidad hacia quienes son objeto de ella, afirmando incluso que sintiendo simpatía con las víctimas, sentimos que no somos cómplices de las causas del sufrimiento: «nuestra simpatía proclama nuestra inocencia así como nuestra ineficacia». Por tanto, es necesario transformar la simpatía hacia los otros acosados para convertirla en una reflexión sobre cómo nuestros privilegios están ubicados en el mismo mapa que su sufrimiento.
Llegamos a un necesario punto de equilibrio, pues si bien las imágenes de conflictos y catástrofes son necesarias para que tomemos consciencia y sepamos lo ocurre, una sobreexposición aumenta nuestra insensibilidad hacia estos temas. Gran parte de culpa de la superabundancia es la televisión, donde los espectadores necesitan ser estimulados constantemente y el contenido no deja de ser uno de los estimulantes. El resultado de todo ello es el escenario actual, donde para crear consciencia en los espectadores es precisa la diaria retransmisión de retratos de las secuencias sobre un particular conflicto. Y, aun así, olvidamos rápidamente un conflicto cuando aparece uno nuevo.
En definitiva, un libro recomendable para tomar consciencia de que toda realidad es alterada cuando no somos testigos directos de ella, y que no únicamente su exposición (buscada o espontánea) nos causa un impacto emocional, sino también la frecuencia a la que estamos expuestos a estas situaciones. No podemos impermeabilizarnos ante las desgracias, debemos ser testigos y conscientes de su existencia, pero tampoco podemos estar constantemente expuestos a ellas, pues estaremos tentados a caer en la indiferencia. Reto complejo, cabe decir, y más en un mundo cada vez más mediatizado, con intereses que escapan a nuestro conocimiento. Por todo esto se trata de un libro interesante, pues nos pone en alerta. Y tomar consciencia siempre es positivo.
También de Susan Sontag en ULAD: Bajo el signo de Saturno
4 comentarios:
Lo que escribe Sontag parece estar siempre como empapado en inteligencia, aunque a veces (quizá por eso mismo) cueste un poco digerirlo. Por eso mismo, me parece de un gran mérito que hayas sido capaz de extraer las ideas y exponerlas con esa claridad. Enhorabuena, compañero.
Michas gracias, Carlos. Estoy muy de acuerdo en lo que dices, prueba de ello es que a pesar de ser un ensayo corto me ha costado horrores sintetizarlo para hacer la reseña, pues sus palabras contienen mucha profundidad. Es una autora muy interesante.
Saludos, y gracias por el elogio, compañero.
Marc
Yo tengo la convicción de que el periodismo manipula claramente la realidad al mostrar las imágenes de horror de la guera y otras catástrofes de manera explícita en los países subdesarrollados y ocultarlas deliberadamente en los desarrollados, alterando nuestra percepción de los hechos.
Hola, Pablo. Estoy de acuerdo contigo, el periodismo muestra la crueldad que existe en países subdesarrollados y oculta lo que sucede en los más próximos, no sé si para no alarmarnos en exceso, o para dar una imagen de estabilidad y seguridad alterada para que no nos preocupemos ni empecemos a intentar buscar un cambio o reclamar ciertos derechos.
Saludos, y gracias por comentar la entrada.
Marc
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